Primera parte
En lo más profundo de los llanos venezolanos, déjeme advertirles que quizá esto que voy a contarles no sea del todo cierto como pudieran parecer o tal vez sea mera superstición folklórica de esas que abundan en estos maravillosos y misteriosos paisajes para avivar el miedo con el objetivo de meter en cintura a aquellos que viven cometiendo faltas en su paso por la vida. Toda historia al traspasar los linderos generacionales de sus pobladores, tiende a ir cambiando según quien va echando el cuento, es algo que no se puede evitar. Es como ir tejiendo una inmensa telaraña, pues cada quien le da su toque personal y va agregando más hilos entretejiendo con el imaginario fantástico de sus antecesores.
En fin lo importante aquí no es quien les cuenta la historia sino la historia misma, son libres de creerme o no. Solo soy un simple portador que quiere compartir este relato. Debo señalar que no lo viví de cerca, gracias a Dios por ello; simplemente fui un testigo por decirlo de algún modo. Pero una cosa si les digo, espero que no les asuste y puedan conciliar el sueño sin temer en los fantasmas que abundan en la oscuridad de nuestras pecaminosas mentes.
Para la época de tan aterrador suceso, Venezuela se encontraba atravesando una etapa cruenta en su historia independentista. Entre los siglos XVIII y XIX en la Capitanía General de Venezuela se cocinaban los ingredientes de la liberación del yugo español, cosa que no era nada sencilla. Los extractos más pudientes de la sociedad comenzaban a tambalearse. Palabras como: derechos, respeto e igualdad se escuchaban como un retumbante tambor desestabilizador en el cabildo de Caracas; dando inicio a una peligrosa alteración en los súbditos del rey de España, los blancos criollos y los pardos que representaban la población mayoritaria en la provincia de Caracas y que eran considerados inferiores. Como ven la mecha ya ardía, aunque aun con la llama bajita. En fin, los llanos no estaban libres de dichos sucesos, pues los llaneros eran hombres aguerridos que esperaban el momento preciso para aportar su grano de arena. Sin embargo, estos parajes representaban para mis propósitos un sitio propicio. Pero dejemos de lado este escenario, pues es solo eso, un escenario en un plano secundario en relación al cuento que voy a desarrollarles. Mas allá de la amplia sabana donde los espantos como el Silbón, la Sayona y muchos otros abundan en busca de pecadores, existe un pueblo llanero de nombre El Valle Somnoliento ubicado en las cercanías de la rivera del río Arauca, donde se encontraban asentados los grandes hacendados de blancos españoles y criollos quienes eran también conocidos como mantuanos que en su mayoría eran burgueses o militares: generales o terratenientes; así como también habitaban la población de indígenas que ya casi había sido diezmada debido al exterminio al que fueron cruelmente sometidos desde la invasión de sus tierras. Además se encontraban los esclavos africanos que habían sido arrancados de sus lejanas tierras para ser convertidos en despojos humanos bajo el dominio de un amo inclemente para realizar la mano de obras en sus respectivas haciendas. No me negaran que esto ya en sí es una historia de terror.
En fin, como les venía diciendo, este lugar era algo sombrío pese al lujo y despilfarro de sus pobladores, y aunque eran muy religiosos no podían evitar de igual forma ser supersticiosos tal cual reza el refrán: "Yo no creo en brujas, pero de que vuelan, vuelan" más o menos era la cuestión. En algunas noches se podía escuchar el lamento del esclavo convertido en melodías acompañados del repiques de tambores que cruzaba la llanura oscura de hacienda en hacienda, aunque en realidad era un ingenioso medio de comunicación para dar a conocer las últimas nuevas en cuanto al inminente polvorín de la tan anhelada libertad.
Les digo que nunca debieron subestimar al enemigo, los españoles creían que aquellos seres eran de inteligencia inferior a la de ellos, incluso los consideraban peores que a los animales y como tal eran tratados. Creían además que eran seres sin un alma. Este lugar estaba sumergido bajo el cobijo espiritual de los dioses, unos dioses que se habían fusionado con el mítico influjo aborigen y el recio espíritu africano que no se dejaba doblegar de manera fácil; al contrario bajo la apariencia de la mal denominada ignorancia se había extendido a lo largo del valle cubriéndole de una voraz fuerza espiritual.
Por ende, el Valle Somnoliento se había convertido en un peculiar poblado donde lo apacible podía transformarse de un momento a otro en algo aterrador dando paso a la magia espiritual de el mundo espectral arropando a todos sus habitantes sometiéndolos en un aura fantasmal que muchas veces estaba en sus mentes, pero que disimulaban temiendo ser catalogados al igual que sus esclavos. Pese a ellos era un lugar pacifico en donde se hacían celebraciones ostentosas. Donde se ofrecían ofrendas religiosas en agradecimiento por la buena cosecha recibida. En aquellas fiestas se podía disfrutar de abundante comida, en especial la carne de ganado asada en vara, bebidas de alcohólicas, dulcería criollas y todas aquellas delicatesses en una exquisita combinación de la cocina española, negra y aborigen.
También se contaba entre sus habitantes con los misioneros que eran los frailes cuya labor misericordiosa era de brindar educación y de enseñar la religión católica. En la comunidad había una pequeña iglesia, debo añadir que su fundación fue primero que la del asentamiento de los hacendados, también se contaba con una pequeña escuela que como podrán suponer era exclusivamente para los blancos españoles y blancos criollos. A los negros e indígenas los adoctrinaban los frailes para hacerlos creer en su propio Dios, es decir para evangelizarlos sin su consentimiento.
Les cuento todo esto, para que se vayan haciendo una idea del lugar y vallan conociendo un poco más su gente. Esto es necesario para entrar en el relato fantasmagórico que voy a brindarles.
Ahora quiero hablarles un poco de mi, su narrador accidental. No les diré mi nombre porque no creo que sea necesario, en aquel momento de mi vida era uno más que andaba de paso por aquellos lares maravillosos repletos de historias increíbles del sentir popular. Sencillamente aportaré que era un maestro al menos eso intentaba ser, en realidad aun ando en busca de mi destino. Así que les diré que fui un maestro hasta que así deje de serlo. Soy un hombre pacifista de ideas independentistas que creía y aun cree que dichas ideas deben ser inculcadas desde los mas pequeños para que vallan entendiendo lo que significa ser hombres libres, aunque esto me había traído muchos problemas, pues en realidad cuando digo hombre libres van incluido todos los hombre sin excluir a los indígena y a los africanos que son los que mas necesitan conocer sus derechos ancestrales que les han sido violentados. Claro había aprendido a moverme sin inconvenientes, diría que era tomado por un tonto y soñador tan inofensivo que pasaba desapercibido lo que me revestía de un buen disfraz ante los tozudos mantuanos.
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