1."Sallow Hill es sinónimo de muerte"
Pueblo de Sallow Hill.
6 meses antes.
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Era una tarde lluviosa de mayo.
Un mes donde la primavera tornaba de colores el suelo árido, pero en Sallow Hill no aplicaba esa regla. Los días grises, los relámpagos estremecedores y la naturaleza muerta eran el manto cobertor para sus habitantes.
No era el lugar más apetecible para hacer turismo, ni mucho menos, para tomar unas vacaciones relajantes en familia. No existían palomas, ni flores, ni mariposas, a duras penas brillaba el sol. El terreno era tan húmedo que solo los cuervos se adaptaban a su clima hostil. Quizás, se consideraba un atrevimiento visitar ese pueblo, y toda una osadía pretender vivir en él.
Porque Sallow Hill es sinónimo de muerte.
Los malos augurios de un pasado misterioso le había otorgado el título del lugar que jamás debía ser visitado. Ante tal advertencia, ¿quién osaría adentrarse a ese sitio séptico?
Indara Dickinson había eliminado la posibilidad de regresar cuando los neumáticos de su auto atravesaron el camino inicial del pueblo, donde un deteriorado cartel de madera enmohecida le dio la bienvenida. El barro era tan pegajoso que temía que una llanta pudiese quedar atascada.
Había ignorado los avisos de su madre y las súplicas de su padre para evitar que fuese a ese lugar recóndito, pero Sallow Hill no contaba desde hace años con la presencia de personal médico calificado. Nadie en su sano juicio quería trabajar allí, solo un espíritu valiente como Indara sería capaz de tomar esa decisión.
Llevaba tres horas exactas frente al volante y el cansancio ya empezaba a pasarle factura. Su cuello estaba rígido, la vista opaca y el estómago rugía como un león. La densa lluvia le imposibilitaba observar con claridad, solo seguía las instrucciones de su GPS, mientras que los limpiaparabrisas parecían estar agotados de tanto vaivén.
Estacionó en un lugar, el cual, parecía ser su destino. Se colocó la capucha de su abrigado suéter, y sin meditarlo descendió de su auto. Sus botas de cuero negro chapucearon en un fango que parecía interminable.
A duras penas, llegó hasta el enorme portal del "Hotel Black". La edificación era propicia para rodar una película de terror. Las columnas estaban cubiertas por enredaderas de espinas. El revestimiento de las paredes era en tonos lúgubres, mientras que dos estatuas de cuervos estaban posicionadas a los laterales de la amaderada puerta principal.
Un aroma extraño se adentró en su sistema respiratorio, olía a sangre con sus matices metalizados. Tal vez, fue un mecanismo de defensa que activó su cerebro para indicarle que se largara de allí, pero decidió suprimir esos cuestionamientos y se dispuso a entrar.
Por extraño que pareciese, el interior continuaba frío. Ni una sola chimenea, y mucho menos, alguna señal de calefacción.
La decoración interna poseía los mismos matices oscuros con contrastes en rojo. Continuó caminando a medida que sus ojos inspeccionaban el lugar. Todo estaba solitario, tal y como lo imaginó. Divisó el lugar de reservaciones, donde un somnoliento hombre con exceso de grasa corporal roncaba con su cabeza hacia atrás.
Aquello le provocó una risa interna.
Tocó el minúsculo timbrecito varias veces haciendo que el señor se asustara, cayendo de su silla.
—L-Lo siento, señor. No fue mi intención asustarle.
El obeso se irguió como un cadete, limpiando su mejilla y acomodándose la corbata.
—¡Bienvenida al Hotel Black! —canturreó con felicidad—. Discúlpeme usted que me haya visto en tales condiciones.
—No importa. —Rió amablemente—. Entiendo que en ocasiones el sueño nos gana.
Indara tenía la capacidad de empatizar con las personas, era su sello de identidad.
—Es que el día de hoy ha estado lento. Bueno..., realmente no suele venir muchas personas.
El "Hotel Black" era el único en el pueblo. Era comprensible que el escaso turismo impedía el ingreso diario de huéspedes.
—Sí. Sallow Hill no es el destino más atractivo para hacer turismo —expresó Indara—. De igual manera, me alegro haber encontrado este hotel.
El recepcionista la ojeó sorprendido.
—Es notable que usted no es de por aquí, ¿en qué puedo ayudarla?
Seguramente, el trabajador pensó que Indara estaba de paso, que debido a la tormenta se desvió de su camino y que estaba ansiosa por largarse del pueblo.
Así había sido por años con la mayoría de huéspedes.
—Quiero una habitación, por favor.
—¡De inmediato! Habitaciones es lo que nos sobra. ¿Desea alguna en especial?
Indara no era exigente con las comodidades. Para ella, los lujos materiales estaban sobrevalorados. Consagrar la vida hacia una disciplina como la medicina le había posibilitado que la humildad y la sencillez fueran parte de su personalidad.
—Tranquilo, con que tenga una cama cómoda y un cuarto de baño es suficiente.
El recepcionista, encantado ante tales modales, realizó la reservación más satisfactoria que había hecho en meses.
—¡Será un placer! Le asignaré la habitación más cómoda del hotel. Le aseguro que pasará una noche agradable.
Indara rió ante tal pensamiento, pues no era precisamente una noche la que pasaría en ese hotel, sino varias de ellas.
—Me alegro que la habitación esté cómoda porque pasaré los próximos seis meses en ella.
—¡¿Seis meses?! —El recepcionista tosió disimulando su asombro—. Señorita, disculpe que me entrometa, pero, ¿usted pretende vivir en Sallow Hill?
Como Indara estaba acostumbrada a esas reacciones, no le molestó explicar los motivos por los cuales había tomado esa decisión.
—Soy Indara Dickinson, la nueva doctora del pueblo. Viviré aquí durante un tiempo. Prestaré servicio en el hospital de Sallow Hill.
—Es usted muy valiente. El hospital del pueblo ha estado abandonado por años, ningún doctor ha querido trabajar aquí. Ya sabe..., Sallow Hill parece ser el lugar maldito del mapa.
Por muy místico que pareciese, todo conspiraba para que tal teoría fuese verdadera, desde su clima hasta el olor que poseía el aire.
—Lo sé, he tomado esa decisión por tal motivo. Las personas no deben pagar por el misterio y la fama enigmática de este sitio. Todos merecemos atención especializada por personal calificado.
Pues sí, Indara simularía a la salvadora angelical de un pueblo en desgracia, pero si bien era cierto, es que su condición de humana le estaba pasando factura. El frío que sentía comenzó a aumentar, como si la temperatura hubiese bajado diez grados. Escalofríos inesperados abrazaron su espalda, como si hubiese visitado una tumba prehispánica.
—Tiene razón. Me alegro que piense de esa manera, si bien es ciert...
—Perdone —interrumpió Indara—, ¿por qué hace tanto frío aquí? Incluso hace más que en el exterior.
Eso era algo ilógicamente absurdo. Esa edificación debía resguardar la temperatura medianamente cálida, pero como la lógica no era lo que caracterizaba a Sallow Hill, las explicaciones sobrarían, porque en ocasiones, el frío no venía del viento congelado, ni de la nieve blanquecina, sino de personas oscuras.
—¿Quién eres tú? —Una voz gruesa a la espalda de Indara hizo que pegara un brinco aterrorizado.
No meditó en darse la vuelta para detallar la amenaza que yacía detrás de ella. Unos ojos ridículamente negros la observaban petrificantemente. Un hombre de tez blanca y respiración cargada la intimidaba.
Su estatura corría a los casi dos metros, como si el desarrollo biológico en él hubiese ido de manera exorbitante. Sus fibras capilares podrían teñir de negro el azul del mar, y esos labios bermellones tinturarían de atractivo su rostro perfilado de pómulos aristocráticos.
Toda su fisionomía era misteriosamente perfecta.
—Señor Black, ella es Indara Dickinson. La nueva doctora del pueblo.
—Le pregunté a ella, no a ti.
Indara, sorprendida ante tal prepotencia, se limitó solo a mirarlo fijamente. El recepcionista, acostumbrado al mal carácter de su jefe, estaba ansioso porque por fin, en semanas, agendaría un nuevo huésped.
—¿Acaso no hablas? ¿Quién eres tú?
—Indara Dickinson, ¿acaso no escuchó al recepcionista?
Indara no era una presa fácil y el señor Black era un hombre difícil. Una irracional combinación de carácter, que sin duda, provocaba un choque entre imanes.
—¿Qué hace aquí? —cuestionó el señor Black—. Está ensuciando el suelo de barro y su ropa no para de gotear agua. ¿Acaso no le enseñaron normas de convivencia?
Indara estaba molesta ante ese ser tan desagradable. ¿Quién se creía que era?
—Esto es un hotel y afuera está lloviendo —sentenció Indara con su temple de acero—. ¿Acaso no le enseñaron que la lluvia ocasiona barro?
El señor Black no soportaba la presencia de esa mujer de cabello negro y ojos azabaches. Su aroma le provocaba molestia, y su piel, intranquilidad.
—Señor Black, la señorita Indara será nuestra inquilina durante seis meses. —El atolondrado recepcionista trataba de calmar las aguas revueltas—. ¿No es algo maravilloso?
El hombre de negro observó de manera lacerante a su subordinado, como si tal idea le disgustase. Respiró profundamente creyendo imposible convivir con el olor de esa mujer durante tanto tiempo.
—Si vivirá aquí debe saber que hay normas —informó el señor Black de manera cortante—. Nada de músicas ruidosas, ni desórdenes fuera de su habitación. Está prohibido subir al último piso, si quebranta esa regla se le expulsará del hotel.
Indara había conocido al hombre más desagradable de su vida, tanto, que era imposible mantener una conversación sensata con él.
—Señor Black, ¿cierto? Usted debe ser el dueño. Si en su manual protocolario no existe la atención al cliente, quebrará muy pronto. Si desea convertir esto en el Hotel Transylvania mírelo por el lado positivo. Al menos, tiene a los fantasmas como huéspedes y a los zombies como botones.
Indara sabía usar el sarcasmo a la hora indicada y en el momento indicado. Ella lo consideraba un noble arte de palabras. Sin embargo, el señor Black no lidiaba con el sentido del humor. La arruga que se hacía en su entrecejo ya era característico de su rostro, como un tatuaje en su piel.
—Bienvenida a Sallow Hill, señorita Dickinson. Espero que tenga una "no" grata estancia.
—Muchas gracias, señor Black. Espero que tenga "menos" huéspedes cada día. —La sonrisa que brilló de los labios de Indara fue la gota que colmó el vaso, haciendo que el señor Black se alejara de ellos, utilizando las escaleras que conducían hasta las habitaciones.
Indara emergió de sus pulmones todo el aire retenido, como signo de molestia.
—No se preocupe por el señor Black, él es así con todos. No lo tome como algo personal. —Se disculpó el recepcionista como si fuese el único que tuviese un mínimo de cordura.
—Es muy desagradable su jefe, ¿el señor Bla...
—Kilian —alegó rápidamente—. El señor Kilian Black.
Indara procesó el nombre del horrible dueño del hotel. Lamentablemente, debía quedarse ahí. No habían opciones en ese pueblo. Descuidadamente, observó un periódico que yacía encima del buró de reservaciones, y leyó el titular con detenimiento.
—¿Un depredador en Sallow Hill? —replicó extrañada.
—Señorita, tenga mucho cuidado. Todo parece indicar que un depredador anda suelto, puede ser un animal feroz o quizás una persona. De igual manera, en este hotel estará segura.
Los depredadores eligen a sus presas con sumo cuidado, tejiendo cada detalle, consumiendo cada minuto. Y cuando la presa se posiciona en la boca del lobo.
Firman su sentencia de muerte.
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Nota de autora: ¡Bienvenidxs seas!
Si aún no me conoces por mis otras obras, me presento con mucho placer. Mi nombre es Daniela Ballart. Agradezco tu visita a este libro, el cual, está hecho con mucho amor y misterio para ustedes.
El Depredador los va a atrapar. Solo, por favor, no visiten Sallow Hill.
Con amor,
D.B.
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