♠ Capítulo 9: ¡Aleluya hermano!

Son las siete de la mañana y me deslizo con sumo sigilo fuera de mi cuarto. Aprieto mi bolso contra uno de mis costados y de puntillas me acerco a la puerta de salida. Giro la perilla y pareciera que rechina más de lo habitual, abro cuidadosamente para encontrarme con Alejandro detrás de la puerta. Parece molesto, corrijo, está molesto, por lo de ayer.

—¿Buenos días?

—Hola—sonrío con culpa.

—¿Se puede saber para donde vas o estoy cruzando demasiado los limites de tu independencia? Es solo curiosidad—acota con desden, yo resoplo.

—Voy a… canto, hago canto coral en la iglesia los domingos—y finalmente mi oscuro secreto se ha develado. Quien sabe, quizás le parezca divertido y cambie la cara de putrefacción.

—Que bueno, de cualquier manera ya no me importa.

—Está bien… lo entiendo. Disculpa por haber sido testaruda, solo estabas preocupado. Gracias—no se le mueve ni un músculo—¿Pasó?

—No—entra al departamento y se mete a la cocina. Lo persigo de cerca.

—¿Por que no?

—No puedo simplemente sentirme menos molesto. Deja que se me pase…

—¿Y cuanto te va a tomar eso?

—¡Ah! No lo se Camila, dame tiempo y deja de molestar…—¿Qué mier…?—ahora vete a lo que sea que vayas ¡Adiós!

Me voy con la cara deformada por el desconcierto ¿Y a este que bicho le picó? ¿Es cierto que el enojo le dura tanto tiempo? ¿Es posible acaso? Salgo del edificio algo molesta y tomo el metro. “¡No es para tanto!” repito entre estación y estación, “¡Exagera!”. Eso de alguna manera me agrada, que se enoje conmigo por mi propia seguridad. Diantres, soy masoquista, todo esto es culpa de mi complejo de Electra por la falta de padre presente, debo psicoanalizarme, y pronto.

Llego a la capilla de la universidad justo para la misa de las ocho y me visto con mi pulcra y casta toga blanca. ¡Dios, cuanto odio aquel trajecito! La semana pasada no asistí porque me estaba mudando, por ende hoy me toca participar en ambas misas. Cantamos el Ave María y creo ver a una de las señoras de la primera fila llorar. Bueno, cantamos bonito pero no es para tanto.

Luego de dos horas de “escúchanos señor te rogamos” y “el señor es mi pastor, nada me ha de faltar” terminamos y ruego a los cielos por una silla. Camino por uno de los costados de la capilla y entro al confesionario para sentarme cómodamente, eso y limpiar mis pecados claro.

—Perdóneme padre que he pecado.

—¿Camila?

—Sí padre, por favor escuche mis faltas.

—No… no haremos esto nuevamente.

—¿Porque no?

—Por que eres mi sobrinita querida, no quiero saber tus intimidades—lo miro por entre el enrejado. Tiene una mano en la frente, se rasca la sien.

—Pero padre…

—No me digas padre, ya te dije que no te confesaría.

—Pero tío querido ¿Cómo voy a librarme de mis pecados ahora?

—No hay “padres nuestros” suficientes para librarte Camila—humor católico, todo un hito.

Juan Adventista, mi tío, el más choro de los curas, un as en la respuesta rápida y el sarcasmo (católico). Gallardo luchador en contra el demonio, compresivo, meditativo, sagaz, apuesto, inteligente, guía en tu camino. Me sorprende que seamos familia. Era el hermanito pequeño de mi madre, el regalón de mi abuela y de todo el pueblo la verdad, siempre haciendo travesuras, metiendo la nariz donde no lo llamaban. A veces pienso que podría llegar a reivindicarme yo también y entrar a un convento. Pero primero debo perder el tesorito, luego pensare lo de ser Carmelita.

—Tío hay algo de lo que creo que debemos hablar.

—¿Estas embarazada?

—No… es un poco difícil cuando no tienes con quien.

—Lo mismo dijo tu hermana—y vamos con el tema nuevamente—pero ya ves ¿Que edad tiene Tomás? ¿9?

—Hay un mundo de diferencia entre Javiera y yo tío Juan. Por ejemplo está el hecho que ella se acostaba con uno nuevo cada semana y era raro verla llegar sobria a la casa. Me sorprende que tuviera al Tomás a los diecisiete y no antes. Pero ya hemos tenido esta conversación antes—él suspira sonoramente y sale del confesionario. Lo sigo y noto la larga cola tras la puerta, las señoras nos quedan mirando. Puedo apostar que la mitad de ellas piensan “apúrate que yo también me quiero confesar con ese curita tan mono” menopáusicas calientes ¡Se lo que piensan, no intenten ocultarlo!

—Está bien, dime ¿Qué hiciste ahora?

—¿No podemos volver al confesionario? No puedes gritoniarme ahí—sonrío.

—No, habla rápido.

—Estoy viviendo con alguien.

—¿Es un hombre?

—No, son dos…

No estoy segura pero creo que ese tiritón que le da en el labio cuando esta realmente molesto, es un tic que le creamos entre Javi y yo. Es un cura, no puede simplemente mandarnos volando por irresponsables, debe respirar, meditar y con la paciencia de un trabajador del señor, enseñarle al prójimo el camino correcto.

—¿Y tú crees que eso está bien?

—No me quejo—le brillan los ojitos y me doy cuenta que esa no es la respuesta correcta—está muy mal padre.

—¡No me digas padre!—levanta un poco la voz y las viejas nos quedan mirando. Se que está molesto, y me duele el corazón pensar que le causo problemas—pero me alegra que me hayas contado de inmediato…

—Me mude hace una semana tío—y ahí comienza el griterío, debí asilarme en el confesionario.

Somos interrumpidos por la misa de las once. Vuelvo a mi lugar en el coro.

Cerca de la una y media sale a dejarme a la puerta de la capilla. Lleva puesta la cara de fastidio y nausea que suele lucir con mi hermana ¡No puedo ser peor que una alcohólica embarazada de diecisiete! O quizás me estoy acercando peligrosamente a su nivel. No quiero ni pensarlo, no puedo ser como ella, no puedo si quiera parecerme, ella misma me tiene amenazada “¡Si haces cualquiera de las cosas que yo hice a tu edad pendeja, vendré personalmente en el primer avión que salga y meteré tu cabeza en hielo hasta que sienta que tienes el trasero frío!” la ternura de las despedidas emotivas de mi hermana, un bollito de azúcar cubierto en chocolate, con la mala costumbre de incrustarme en hielo cada vez que me portaba mal. Mi preferida será siempre la frase que me dijo cuando se fue a vivir con mi abuela, cargando un bebe de siete meses en el vientre y uno ojos muy cansados “¿Crees que vivir con Alicia es un infierno? ¿Crees que papá ignorándote es terrible? No, tener un bebe sin padre y no tener idea que hacer con tu vida es terrible. Así que más te vale que no se te ocurra embarazarte, por que de ser así tomare el primer bus, entraré a tu cuarto mientras duermes ¡Y haré que te arrepientas de haberte bajado los calzones!” yo tenía doce, ni siquiera tenia claro como se hacían los bebes, pero la enfática amenaza de mi hermana me ha mantenido segura de las malas intenciones masculinas hasta el día de hoy. ¡Estupida Javiera, por tu culpa aun soy virgen!

—¿Cómo sigue tu papá?—pregunta mi tío sacándome de mis cavilaciones.

—No lo se.

—¿No lo has llamado?

—No, sí hubiera empeorado Alicia me hubiera llamado ya… recordándome lo mala hija que soy.

—Camilita, no seas orgullosa, no tendrás dos padres en esta vida.

—No tío, ni siquiera tuve uno…

Lo abrazo y nos despedimos, odio que mencionen a mi padre, pero no puedo odiar a mi tío, no puedo odiar a una de las pocas personas que ha estado ahí para mí siempre que lo he necesitado

Entro al departamento y ahí esta Gabriel, sentado en el sillón con un ventilador frente a la cara, si no fuera por la pinta dominguera sucia y holgada podría creer que esta en una sesión de fotos. Se le ve concentrado en su librito azul pero sale de ello solo para mirarme y sonreír con malicia. Conozco ese rostro, es el rostro que ponen todos cuando se enteran que hago canto coral.

—¡No!—digo antes de que emita cualquier sonido—ni lo sueñes.

—¿Qué?—dice asustado. Yo lanzo mi bolso a una esquina y camino con zancadas largas hasta él, me paro justo al lado y lo miro hacia abajo.

—No creas que he olvidado lo de mi dedo—arquea una ceja confundido—no se cual sea tu problema con pedir disculpas pero si quieres que lo olvide definitivamente y para siempre no puedes hacer ningún comentario sobre el canto coral—se le deforma la cara y se que hay una objeción atrapada en su garganta. Suponiendo que se despertó a las diez, Alejandro le contó como a las diez treinta y son las dos un cuarto, eso le da un total de tres horas y cuarenta y cinco minutos para formular malos chistes sobre, los ángeles, los niños cantores de Viena, de mi pase al cielo, etc., y se de antemano que es eso lo que ha estado haciendo.

—Pero…

—Pero nada, lo olvidare completamente, ni siquiera maldeciré tu nombre cuando me duela.

—Maldices en mi nombre.

—Hasta cuando se acaba el papel higiénico, Gab.

—Solo uno, una pequeña bromita—dice juntando los dedos pulgar e índice mientras me mira por el espacio que dejan—pequeñita.

—¡No! Nada, ni por muy pequeña que sea—aprieta los labios meditando y luego asiente. Me siento pegada a él y junto mi frente con la suya, uno de mis dedos lo apunta acusador incrustándosele entre dos de sus costillas— ninguna Gabriel…—dios, no se su apellido, tampoco es el mejor momento para preguntarle—…Gabriel. Si haces solo una lejana alusión al tema, un mal intencionado comentario, o una inocente broma, me aseguraré que los trozos de mi dedo mutilado se te aparezcan hasta en el ribete el día que te gradúes—levanta la mano haciendo la seña de promesa de los exploradores. Sonrío y me levanto—asunto olvidado entonces. 

Me voy a mi cuarto sintiendo la frustración creciente de Gabriel agujerarme la espalda, esta molesto pero no me importa, se que no se compara con mi falta de uña pero, si puedo callarlo, aunque sea solo una vez, es suficiente para mi.

Entro y cierro la puerta.

Durante la mañana le canto al señor y durante la tarde pego mi frente con el demonio, creo que debo ir desechando la idea de tomar los votos.

Almorzamos, y el resto del día se derrite lento por entre mis ejercicios de cálculo, la prueba es mañana y deseo con todas mis ganas una buena nota, no una increíble nota, solo buena. Alejandro y Gabriel salen, Alex sigue molesto y Gab aun esta frustrado, yo por mi parte me desligo, que se den vuelta solos es sus dramas.

Me acuesto a las once y veinte y ni luces de ellos ¿Y luego yo soy la inquilina huraña y desconsiderada? ¡Que se pudran... los dos!

Hay una cama rodeada de velas encendidas, hay una mujer en ella, una que gime mientras se recorre el cuerpo con las manos ¿Qué mier…? Abro los ojos de golpe perturbada por mi sueño, y escucho claro los gemidos, son reales, están en el departamento, puedo apostar que provienen de uno de los cuartos vecinos y puedo apostar que ese tono de voz lo he escuchado antes.

Tapo mi cabeza  con la almohada y aprieto, tengo más ganas de dormir que de echar a volar mi erótica imaginación, no importa si son sueños mojados o Freddy Kruger, solo quiero juntar mis pestañitas. Pero no, los gemidos son mas fuertes que mi refuerzo de plumas y tela ¡Son más fuertes que la pared! Es imposible que un almohadón los calle. Suspiro, un día normal no me molestarían, pero mañana tengo prueba ¿Mañana? Miro la hora en la radio reloj, son las dos veintitrés. Hoy, en unas pocas horas, tengo prueba.

¿Será prudente interrumpir y pedir que bajen el volumen solo un par de decibeles? Se cae de maduro el “claro que no es prudente” pero de verdad quiero dormir. Me levanto lentamente, coloco las pantuflas en mis pies con calma y cuidado, tratando de no emitir el más mínimo sonido, no se con que fin, solo una explosión nuclear podría escucharse entre tanto, “¡Oh!”, “¡Ah!”, “¡Ahí!”, “¡Dame más!” y “¡No pares!” salidos de la boca de quien creo es Alexa. Supondré que esta con Alejandro, bueno el es Alex y ella Alexa, suena lógico, hasta pega.

Un “¡Dios Gab!” me saca de mi error y se me quitan todas las ganas de ir a tocar la puerta, si hubiera sido Alejandro probablemente me diría algo como “discúlpame, nos callaremos” pero del rompe dedos me espero cualquier cosa, incluso que me invite a unírmeles.

Un momento. Eso no sería tan malo. Debería ir a preguntar, digo, a quejarme.

Salgo al pasillo y el ruido disminuye sustancialmente ¿Es que acaso la única pared que  no aísla el ruido en esta casa es la de mi cuarto? Avanzo decidida y toco la puerta con nervio. Los quejidos disminuyen a cero y solo quedo yo, la puerta y el silencio. “Corre ahora” dice mi moral “salva tu integridad”, y con mas razón me quedo, parada en frente de la puerta de Gabriel, analizando las profundas grietas de la madera en la oscuridad de la noche.

Escuchos sus pasos acercarse y me estremezco, abre y se que esta desnudo aunque solo veo su cabeza sobresalir entre la puerta y el marco, y también se que Alexa esta detrás, acostada, tapándose con las sabanas, pero lo ignoro y saco mi voz más segura.

—Gabrielito, se que son las dos de la madrugada, pero…—¿Y donde quedo mi personalidad? ¿Se me habrá quedado entre las sabanas?—bueno, se escucha que la estas pasando fenomenal pero…

—¿Pero?

—Si no es mucha la molestia, podrías bajar el volumen, me cuesta conciliar el sueño. Solo es un poco—“lo suficiente como para que no se enteren en el primer piso” pienso. Me mira entre sorprendido y consternado, y para mi sorpresa asiente y cierra.

Vuelvo al cuarto, espero. Es imposible que haya cedido con tanta facilidad ¿El sexo lo hace dócil? “Acabo de encontrar la manera de controlarlo”, me digo a mi misma, y mi misma se ríe de mi, “si es así, nunca vas a tener la oportunidad de controlarlo”. Me amurro pero es verdad.

El silencio se hace eterno. Me arropo y cierro mis ojos pero nada, ni una pizca de sueño. ¿Será acaso que me quede con ganas de escuchar? Imposible ¿Que de interesante puede haber en escuchar a dos personas retozar en el cuarto de al lado? Hay un incomodo silencio en mi mente y me doy cuenta que si, definitivamente mi fogosa imaginación me esta pidiendo material audio visual, más de audio que visual. Me doy vuelta en la cama y pestañeo mirando a la ventana. ¿Por qué se callaron? Yo solo pedí que bajaran el volumen, no que pusieran mute. ¿Qué estarán haciendo ahora? ¿Seguirán en lo mismo? ¿Se puede hacer aquello sin emitir ruido? Quizás amordazo a Alexa, y la ató también, y ahora le esta dando palmadas mientras le dice: “¡Mala chica! Haces mucho ruido” ¡Dios santo! Gabriel es sadomasoquista…

Sin dame cuenta estoy con la oreja pegada en la pared, Alexa podría estar en peligro, debo cerciorarme que siga viva y entera.

“¿Y qué va a hacer él, matarla a cachas?” Silencio voz interior, no me dejas oír.

 Pasan un par de minutos y nada, no hay quejidos, gemidos, palmadas o látigos (no debí empezar a leer Cincuenta sombras de Grey), me separo de la pared y me avergüenzo de mi misma. ¿Estoy espiando a una pareja mientras realizan el acto de apareamiento? Definitivamente toque fondo.

Me siento en la cama, prendo la luz y abro mis apuntes, si me voy a desvelar, por lo menos usaré el tiempo en algo productivo. Repaso las formulas una por una, no se para que la verdad, llevo un año completo intentando memorizarlas, no creo que lo logre en una noche, de cualquier manera no tengo nada mejor que hacer.

Unos pasos me sacan de mi concentración, la puerta de Gab se abre y un par de personas recorren el pasillo.

—Si quieres te voy a dejar…

—No gracias, ya llamé un taxi.

—Bueno, te acompaño mientras llega.

—No te preocupes, me quedare con el portero.

La puerta de la entrada se abre y cierra con energía y el silencio vuelve a reinar. No se que habrá pasado pero no se oía agradable, no como los gemidos por lo menos. Gabriel camina de vuelta a su cuarto y yo aprieto mis apuntes.

¡Qué no se detenga en mi puerta! ¡Que no se detenga en mi puerta! Se detiene en mi puerta y abre. Yo me escondo detrás del cuaderno.

—¿No se supone que querías dormir?—sonrío culpable.

—Me desvelé—el desencaja la mandíbula y entra.

—Córrete—me dice. Levanto una ceja—hazlo o me acuesto encima de ti.

Me voy hacia el lado izquierdo y el deja caer su humanidad junto a mí, pone los brazos tras de la cabeza y mira al techo, trae puesta solo la parte de debajo del pijama, lamentablemente ¿Qué se hace en estos casos? ¿Le pregunto porque esta acostado junto a mi? ¿Me perdí de algo? ¿Me subo encima y disfruto del servicio al cuarto?

—No tengo sueño—dice sin sacar la concentración del techo.

—Yo tampoco…

—Por tu culpa me quede con energía de sobra.

—Cuanto lo siento…

Finjo leer las anotaciones de Carmen y hacer ejercicios, pero la verdad es que se me ocurren una y mil maneras de derrochar energía, él parece inmerso en algo tan profundo como la existencia misma, se adentra en el vacío con la mirada sin mover un solo músculo, concentrado y perdido en sus cavilaciones.

—Daría mis apuntes por saber en que piensas.

—Mmm… pienso es que debería pintar este techo—río de buena gana.

—Y yo que creía que buscabas las respuestas del universo.

—Que puedo decir, soy un tipo simple, que le gusta hacer reparaciones domesticas.

—¿Que paso con Alexa?—mi curiosidad me sabotea y la pregunta se me escapa. El abre la boca pero la cierra, me mira y frunce el seño.

—No puedo decirte.

—¿Por qué?

—Eres mujer, simpatizas con el genero, si te cuento dirás que ella tiene la razón y discutiremos. No quiero discutir a las tres de la madrugada, tengo una prueba mañana.

—¿Te desvelas teniendo sexo con chicas antes de una prueba?—pregunto asombrada. No quiero hablar de sexo con Gabriel cuando el está acosado en mi cama, pero la sorpresa me supera.

—Sí, me ayuda a liberar tensiones ¿Nunca lo has hecho?—la verdad nunca lo he “hecho”, en todo el sentido de la palabra, pero ese no es asunto de Gab.

—No, a diferencia tuya yo si soy un angelito—se le iluminan los ojitos pero se frena. Se lo que piensa y me deleito con el hecho.

—¿Es una buena? ¿Una buena broma sobre angelitos y el canto coral?—asiente con la cara llena de esperanza— ¿Quieres decirla?—asiente con mas ganas y su expresión parece la de un niño rogando por su juguete—preguntémosle al dedo—miro mi vendado dedo—¿Señor dedo cree que deberíamos dejar que Gab diga su chiste?

Levanto el dedo como en señal de aprobación  pero lo bajo inmediatamente al frente de la cara de Gabriel. Se le deforma el rostro y me saca la lengua. Se gira sobre su cuerpo y me da la espalda.

—¡Camila mala! No me caes bien, ni un poquito.

—A mi dedo tampoco le caes bien Gabriel “no pido nunca disculpas”… ¿Cuál es tu apellido?

—Vernetti

—Gabriel “no pido nunca disculpas” Vernetti—el apellido me suena conocido pero desecho la idea—y hablando de eso ¿Por qué no pides disculpas?

—No lo entenderías…—susurra

—Pruébame…—pero no recibo respuesta—¿Gabriel? ¿Gab?—nada, está tan profundamente dormido que no logro despertarlo ni con un leve golpe de mis apuntes. Es su problema, si lo ataco mientras duerme será su responsabilidad por venir a provocarme, y no habrá pero que valga. A pesar de que estoy nerviosa por la prueba de mañana aun tengo hormonas, y si estas existen nadie esta a salvo. Nadie.

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