♠ Capítulo 32: Noche de paz mis polainas
Y contra todo pronostico, luego de llegar a las seis de la mañana al departamento, toda mojada y oliendo a estiércol, luego de bañarme a las siete y acostarme con el cabello mojado, luego de pasearme por Santiago con un vestido diminuto y poco abrigador, luego de todo eso… mi garganta está impecable. Ni un solo tono menos, ni una pequeña molestia, una tos loca, nada, mis pulmones y mis amígdalas funcionan mejor que las de un recién nacido.
Me lleva el diablo.
Me levanto a las nueve, y con mi mejor cara de descomposición y falta de sueño, me arrastro al ensayo final del concierto de navidad. Odio a todos los seres que hacen sombra en este momento.
Hago el ridículo por tres horas, le hago la ley de hielo a mi tío por llamar a Alicia y luego regreso a casa a la hora de almuerzo. Realmente espero comer rico esta noche porque si no es así juro por todo lo más sagrado que mataré a alguien.
Entro al edificio y reconozco las cajas que contienen las cosas de Miky, casi lo olvidaba, hoy se va. Algo bueno que suceda en mi vida ¿No? Subo hasta el departamento craneando la mejor frase de despedida, una que defina todo mi desagrado a su presencia pero que al mismo tiempo suene cordial y agradable.
—¡Voy a matarte!—son las primeras palabras que escucho justo después de abrir la puerta, veo dos cuerpos rodar desde la sala hasta el pasillo seguidos por el par de gemelos.
Algo en mí me dice que no me quiero enterar. Así que entro ignorando la situación y me dirijo directamente a la cocina en busca de un tentempié que me mantenga lucida hasta el almuerzo.
—¡No! ¡Gabriel! ¡Vas a matarlo!—grita Alex ¿O es Miky? Da lo mismo, no me importa, mi mundo hoy es Nella Fantasía. Lleno un vaso con agua y hago gárgaras, si estoy destinada a cantar por lo menos haré un pequeño esfuerzo por que salga decente, pequeño.
—¡Suéltalo, lo ahorcas!—nuevamente dos personas cruzan desde el pasillo hasta la sala y el sonido lejano de algo quebrándose me avisa que acabamos de perder el único adorno que teníamos. Cosas que pasan.
Alex, o Miky, corre tras de ellos con cara de terror. Mientras que el otro gemelo se detiene en la cocina y me mira.
—¿Qué haces ahí parada bebiendo agua? ¡Ayúdanos tonta!—ese es definitivamente Miky, distinguiría ese tono arrogante en cualquier parte. Escupo el contenido de mi boca en el lavaplatos y frunzo el ceño.
—¿Qué quieres que haga?
—Lo que sea—ruedo los ojos exhausta. Quizás sea el fin de año, quizás el terminar de la universidad, quizás sea el agotamiento de mi paciencia en los últimos dos meses, o quizás simplemente los planetas se alinearon en mi contra hoy, pero no me siento con ganas de tener problemas de ningún tipo.
—¿Por qué no llamas a Lorena? Ella es mejor que yo ¿No?
—¿Estás orate? ¡Ella empezó todo esto!
Suspiro ¿Cómo no me lo imaginé antes? Salgo de la cocina con un vaso de agua en la mano, me acerco al terreno de la trifulca, donde Alex trata por todos los medios de separar a Gabriel de aquel pobre cristiano que sufre bajo los incesantes golpes de un hombre muy enojado.
Toco el hombro de Alejandro y le hago un par de señas para que se retire, me mira con suspicacia pero al final accede.
Derramo el vaso sobre las cabezas del par de idiotas quienes parecen salir de su turbación y volver al mundo real.
Alex y Miky aprovechan el momento para separarlos y ubicarlos en lugares opuestos de la sala. Miro a Gabriel con reproche, aun está impactado por el baldazo de agua fría (vaso de agua), pero eso no lo limita a perforar con la mirada al pobre chico. Dirijo mis ojos al rival solo para encontrarme con una no muy grata sorpresa.
—¿Claudio?—él sale de su ensimismamiento solo para dedicarme su mejor cara de estupefacción.
—¿Camila?
—¿Conoces a este maldito infiel mal nacido?—pregunta Gabriel.
Mi mente baraja rápidamente un par de posibilidades, este es el momento que he estado esperando, el momento en que por fin descubro quien demonios es Lorena y cual es su relación con Gabriel, Alex y al parecer Claudio, pero me doy cuenta de algo: ¡Me importa un rábano!
Gabriel, Alex, Lorena, Claudio, todo. Solo quiero que mi vida se vuelva normal, no quiero más problemas, no más drama, no más úlceras.
—¿Qué haces acá?—pregunta Claudio—no me digas que vives con este cerdo descriteriado.
—¿Cómo me llamaste?—Gabriel trata de soltarse pero Alex lo aprieta con fuerza.
—¡Ya! Es suficiente, se calman los dos.
—¡Pero Camila! Este maldito…
—No me interesa Gabriel, no tengo la más mínima motivación para enterarme que sucede entre tú y Claudio. Lo único que quiero es que se calmen, se separen y la paz reine por fin en esta casa…
—Pero él…
—¡Pero él nada! Ya dije que no me interesa en lo más mínimo. Ahora, se van a comportar como adultos y dejaran de darse golpes como si fueran animalitos, esta es MÍ casa también y exijo paz ¡Me cansaron! Me cansé de sus monólogos existenciales, me cansé de sus intrigas, me cansé de sus insultos y me cansé de tener que soportar las situaciones más ridículamente límites. Por lo menos por hoy denme una maldita noche de paz ¡Solo una!
Me doy media vuelta frente a un público francamente anonadado pero antes de salir por completo de la habitación me volteo para ponerle la guinda a mi discurso.
—Y para esta tarde quiero que repongan ese jarrón que rompieron, les guste o no era lo único bonito que teníamos.
Me retiro triunfal. Dios, que bien se sintió eso.
A eso de las cinco Gabriel entra mi cuarto vestido con una camisa a rayas roja sobre una sudadera negra y un par de jeans oscuros. Se apoya en la cómoda y se queda viéndome un largo rato con una cara entre divertida y tranquila.
Saco mi concentración de la pantalla del portátil y nos echamos una batalla de miradas que se me hace eterna.
—Pestañaste—dice despreocupado.
—No sabía que jugábamos a eso.
—Siempre estoy jugando, deberías levantar la guardia.
—Claro—respondo con desinterés, tengo cosas más importantes que hacer, como por ejemplo esperar que un meteoro caiga sobre el edificio y me impida ir a cantar.
—Miky ya se fue.
—Lo se, vino a despedirse.
—Supe que cantaras hoy.
—Sí
—No voy a poder oírte.
—No quería que lo hicieras de cualquier modo.
Nos quedamos callados, yo metida en el computador y él rascándose la nuca incesantemente.
—Hoy mi familia hará una cena familiar, como todos los años, y no puedo faltar, no me lo perdonarían nunca.
—Bueno.
—Así que quería darte tu regalo de navidad antes de irme.
Le miro sorprendida. Nunca hablamos de hacernos regalos para navidad. Yo igual les compre algo, pero la verdad no esperaba nada a cambio.
—Yo también tengo algo para ti—digo con tranquilidad—y puedo apostar que es cien millones de veces mejor que cualquier cosa que vayas a regalarme.
El extiende su sonrisa seductora mientras busca algo en el techo, me mira desafiante y ríe.
—Tú no aprendes—sonrío.
Abro el cajón de mi mesita de noche y saco una cajita pequeña envuelta en papel de regalo rojo adornado con una cinta azul. Se lo lanzo y él la atrapa en el aire. No espera a que le diga que puede abrirlo. Desarma el moño y abre la caja en un segundo para luego quedarse un minuto entero admirando su regalo.
Es una navaja suiza con su nombre gravado a un costado. Tiene todo lo que un hombre puede desear, cuchillo, tijeras, desatornillador, abrelatas, linterna, mondadientes, puntero láser, lima, serrucho, entre muchas otras herramientas útiles para los amantes de los arreglos hogareños.
—Es un llavero también—agrego solo para sacarlo de su emoción. Él toma la herramienta en sus manos y abre, una a una, todas la piezas metálicas.
—Tiene desatornillador de paleta y de cruz.
—Sí, también dos tipos de serrucho, uno para madera y el otro es para…
—PVC… lo se, siempre quise una así. Es… la verdad no tengo palabras para agradecértelo, es… es…
—Perfecta… lo se ¿Es tu regalo mejor que eso?
—La verdad no lo se, yo realmente quería una así desde que soy pequeño. No se si lo que te voy a dar sea algo que hayas querido tanto tiempo como yo he querido una navaja suiza. Ven.
Sale de mi cuarto obligándome a seguirlo. Llego al pasillo y me planto frente a él. No se mueve, no va en busca de alguna caja, ni siquiera deja de jugar con su navaja. Solo se queda ahí estático, esperando algo o no se.
—¿Y?
—Mira la pared—miro la pared repleta de fotos sin encontrar nada nuevo, solo fotos y más fotos familiares.
—No veo nada.
—Mira bien.
Le dedico un minuto a la tarea y derepente, entre todas esas fotografías con familias felices saliendo de vacaciones y niños jugando en lugares exóticos diviso una muy distinta. Hay tres personas, una chica y dos chicos, los tres están sentados en el sillón de la sala, ríen a más no poder mientras tejen anillas una a una. Somos nosotros.
—Nunca pusiste una de tu familia y pronto te iras así que decidí poner una yo. No es la foto familiar más linda del mundo, además Miky no es un muy buen fotógrafo que digamos, pero somos nosotros y estamos juntos, eso es lo importante de las familias.
¿Han oído la frase »Hogar, dulce hogar«? Son simples palabras, y las palabras se las lleva el viento. Lo importante de aquella frase es el sentimiento detrás de ellas, lo que aquellas tres simples palabras evocan con su significado. Es la sensación de llegar a un lugar calefaccionado luego de caminar por horas bajo la lluvia, es como cuando sacias el hambre con algo casero luego de estar toda la mañana en la escuela, es ese olor dulce de la casa de tu abuela o la brisa de verano que disfrutas sentada en el patio, son las primeras gotas de invierno cayendo sobre tu cara o ese aroma a hojas secas y humedad. Es el goce de saber que hay un lugar en el mundo al cual puedes entrar sin tocar la puerta, aquel lugar donde siempre te recibirán con los brazos abiertos. La increíblemente satisfactoria sensación de tener un hogar.
Hogar dulce hogar. Esa es la descripción exacta de lo que siento en este momento.
—Gra…—no puedo terminar la oración. Se me quiebra la voz, se me nubla la vista, me tirita la pera y olvido completamente lo que iba a decir.
Los brazos fuertes de Gabriel me rodean mientras lloro desconsolada, acaricia mi cabeza con ternura y besa mi coronilla.
—¡Alex! ¡Emergencia en el pasillo tres! ¡La hice llorar!—grita en dirección al cuarto junto al suyo.
—¿De nuevo? ¿Qué hiciste ahora?—responde mientras avanza hacia nosotros—¿Qué te hizo este idiota?
—Nada. Es solo que los quiero mucho.
Ambos sonríen, y Alex trata de abrazarme pero Gabriel lo impide.
—¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Ella es mi mujer llorona consíguete la tuya.
Luchan un rato por abrazarme y finalmente terminamos abrazados los tres. Apretados y juntos.
Una hora más tarde, luego de calmar mi llanto, secar mis lágrimas y despedirnos de Gabriel—quien es recogido en la puerta por uno de sus hermanos, Félix o algo así—soy escoltada hasta la iglesia, en contra de mi voluntad, por Alex. Trato los siguientes veinticinco minutos de convencerlo que realmente no canto tan bien y que mi actuación va a ser más que ridícula, pero a él parece no importarle. Lo cierto es que Alex no celebra navidad por su crianza no católica y aun si lo hiciera no tendría con quien celebrarla más que yo y Gab…
—¿Por qué no fuiste con Gab a la cena de navidad de su familia?—pregunto justo después de que cruzamos el umbral de la sala que usamos para ponernos nuestras togas, sí, usamos togas y son horribles.
—Quería darle espacio, estas no son buenas fechas y creo que le hará bien compartir con su familia.
Asiento fingiendo interés, pero se que me está mintiendo, siempre se ajusta los lentes antes de lanzar una mentira y después se rasca la palma de la mano. Es tan obvio.
Prefiero no seguir insistiendo y cambio el tema a uno más útil.
—¿Te vas a quedar a escucharme entonces? Porque si es así debo avisarte que las misas son largas y aburridas.
—No tengo nada mejor que hacer Cami.
Ruedo los ojos cansada. Y lo echo del vestidor para cambiarme en paz.
Media hora se demoran todos en llegar, nos reunimos y repasamos el orden de las canciones junto con el lugar en que nos ubicaremos y con quienes cantaremos. El nervio comienza a apoderarse de mí y no puedo evitar juguetear con el papel de mi partitura hasta transformarlo en diminutos trozos de confeti. Odio ese nudo en el estomago que se forma cada vez que se que algo no me va a salir bien, se formó cuando esperaba que me entregaran mi nota de cálculo la primera vez, lo sentí cuando le avise a mi padre que me iba de casa y ahora pareciera que las tripas se anudan y desanudan dentro de mi cuerpo.
Nervio. Nervio. Nervio.
Salimos ordenaditos y nos colocamos en nuestros respectivos lugares. Para ser honestos el evento no es una misa en el sentido estricto de la palabra, es más bien un concierto cristiano de navidad, es decir, nosotros cantamos y entre canción y canción el cura aprovecha para dar algún mensaje de paz, amor y esperanza.
Yo soy la número veinticinco y la que cierra el concierto. La guinda de la torta ¿Podrían ponerle más presión a eso? Creo que vomitare, no, no, no vomites. Alex te esta mirando, no, no te esta mirando, está conversando con ¿Mi madrastra? ¿De todos los lugares hábiles en la iglesia tenía que sentarse junto a mi familia? Es decir no solo tengo que soportar la presión de cantar una canción que no va a salir frente a mi familia y Alex, sino que también tengo que suplicar para que no comiencen a hablar cosas comprometedoras de mí ¡Madre de dios! Piedad señor, piedad.
A eso de las diez de la noche termina la canción numero veinticuatro. Mi tío da un sermón sobre la paz en el mundo, sobre el amor incondicional y sobre lo mucho que tenemos en común los seres humanos, que no debemos dejarnos llevar por pequeñas diferencias.
Boto mi último suspiro nervioso, doy un par de pasos al frente y espero mi música. Comienza lenta las voces de mis compañeros acompañan el piano y la guitarra, y finalmente mi voz, contenida por mucho tiempo, se escapa suave y musical.
—¿Podrías pasarme la soya?
—No puedes comer soya
—¿Qué tiene la soya?
—Proteínas…
—Proteínas, no alcohol…
—Recuerda lo que tu colega dijo, dieta hipo proteica…
—En la época que Manuel se tituló curábamos las ulceras con leche. Pásame la soya mujer.
Alicia le perfora un agujero con la mirada a mi padre. Él no desiste con la soya pero, a pesar de que la salsa llega finalmente a sus manos, no la abre, la deja a un lado y le sostiene la mirada. Pasan un par de minutos pero nada.
—Perdón mi amor—dice finalmente mi padre agachando la mirada y volviendo a su plato repleto de vegetales salteados y un par de camarones escuetos y minúsculos— ¿Puedo comer salsa tamarindo?
—Sí—sentencia Alicia con cara de pocos amigos—pero poco.
Papá suspira decepcionado de su indigna cena navideña, mira mi plato con algo de pena y los ojos se le ponen brillantes y suplicantes.
—Ni lo sueñes Héctor García, ya escuchaste a la tirana. Todo sea por tu hígado.
—¡Larga vida a hígado!—gritan Enzo y Martín por octava vez esta noche, y Alex suelta una larga carcajada.
¿Sabían que los únicos lugares para cenar en navidad son los restaurantes chinos? Yo no lo sabía. Lo supe luego de que mi padre nos invitara a mí y a Alex a compartir una agradable comida familiar. Llegamos hasta un lugar ubicado en Manquehue con Colón y nos sentamos a disfrutar de los placeres culinarios del oriente. Al poco rato se nos unió mi hermana, Tomás mi sobrino y Charles mi cuñado y contra todo lo planeado terminé cenando tranquilamente con mi familia.
Mi padre y Alejandro congeniaron de inmediato, entre la medicina y el arte se enfrascaron en una conversación infinita sobre la carrera, la exigencia y el diseño aplicado a la medicina. Si antes no tenía nada que ver el arte con la medicina, ellos encontraron la manera de unirlos. Alicia por su lado platicó hasta decir basta con Charles sobre Europa y sus bellezas, mientras yo los observaba impactada. Nunca, pero nunca creí verlos a todos juntos compartiendo una mesa, tan calmados como una familia regular.
—¿Pero si solo unto mi arrollado de primavera en la salsa? Un poquito.
—¿Quieres morirte? Hazlo.
Papá hace un puchero y llena su cuchara con vegetales al vapor. Mira cómplice a Alex quien no para de reír.
—Nunca te cases hijo, nunca cometas ese error, yo metí la pata dos veces.
—Sí señor.
La cena termina tranquila y sin novedades, mi padre se despide efusivamente de nosotros y Alicia hasta me abrasa. Las cosas salieron mucho mejor de lo planeado. Supuse en algún momento de la noche que esto terminaría en a tercera guerra mundial, ahora debo tragarme mis palabras y admitir que quizás todos hemos crecido un poco. Solo un poco.
Regresamos en micro hasta el departamento conversando sobre lo increíblemente bien que salió mi canto. La verdad todo durante esta noche ha sido mejor de lo esperado, no puedo quejarme.
Al llegar nos encontramos con Gabriel sentado en el balcón fumando. Ninguno hace preguntas. Nos vamos a nuestros cuartos en silencio para dejarlo solo. Yo me encuentro con la grata sorpresa de que mi cuarto por fin tiene puerta y sonrío por dentro.
El reloj marca las doce y le doy mi regalo a Alex, una bonita miniatura de su vestido de anillas que hice mientras él no me observaba. Gabriel le da el suyo, una carta que la madre de Alex le pasó a Gab mientras estuvo en su casa. Y él nos da uno a cada uno, un par de calcetines, debo acotar que Alejandro es pésimo para los regalos.
Nos acostamos los tres en la cama de Gabriel y vemos la programación navideña de los canales nacionales. Los fantasmas de Scrooge es la decisión final para acabar el día. Me acurruco en medio de ambos y Gab me abrasa contra su pecho mientras acaricia mi cabeza. Me duermo profundamente oliendo aquel indescifrable aroma a Gab y sueño con villancicos alegres y pintorescos.
Lo que me despierta a la mañana siguiente es la incesante campanita del timbre. Agatha esta acostada sobre mi cabeza, uno de las piernas de Alex me aplasta el abdomen y el brazo de Gabriel se aferra a mí. Muevo el cuerpo casi inerte de Alex pero no responde, dormir como plomo le queda chico. Gabriel en cambio está despierto pero finge no escuchar nada. Finalmente, luego de cinco minutos más de timbrazos, me levanto a atender la puerta. ¡Estúpidos y vagos, compañeros de departamento!
Abro medio adormilada, con el cabello inflado y legañas en los ojos, sea quien sea no se llevara la mejor impresión de mí. Del otro lado del marco una cara familiar me observa con cierto asco, la reconozco de inmediato y un muy mal recuerdo se proyecta en mi mente. Aquella rubia despampanante, con pocas curvas pero mucha altura, descarga cierto dejo de sorpresa al verme y tengo la sensación que me ha reconocido.
No compartimos mucho en el pasado, solo un breve instante, pero lo suficiente para no olvidarnos jamás. Pasa un minuto de silencio absoluto en el cual nos escrutamos una a la otra, ella va vestida casi como una modelo, con zapatos de tacón y un vestido ajustado, y carga en la mano derecha una maleta de color rojo al igual que su vestido.
Mira confundida el número de la puerta y luego a mí. Hay algo que definitivamente no encaja en este encuentro inesperado.
—¿Qué haces tú acá?—pregunta la rubia. No puedo llamarla de otra forma ya que no se como se llama.
—Vivo acá—respondo cortante.
—¡Oh! Eres la chica de turno de Gabriel.
—No
—¿De Alex?
—¡No soy la chica de turno de nadie! Yo vivo acá porque pago un arriendo.
Silencio nuevamente y un par de pasos nos interrumpen. Alex aparece desde el pasillo, pálido como una hoja y con la mandíbula desencajada. Mueve los labios buscando que decir pero parece que está tan confundido como yo.
—¿Lorena?—dice luego de una larga agonía interna.
—Hola Shomali tres ¿Qué tal todo en mi ausencia?
Decir que Alex vio a la muerte es una escueta descripción para su cara. Una cara así yo solo la pondría en el caso de estar viendo una ola gigante acercarse.
Un momento después aparece Gabriel, con la ceja alzada y disgusto en el rostro. Bufa sonoramente y perfora a la rubia con la mirada.
—¿Se puede saber que demonios estás haciendo aquí Lena?
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