♠ Capítulo 29: Siempre podemos redefinir "Silencio incomodo"

Pongámonos en la situación hipotética de que conoces a un tipo guapo que te mueve un poco las hormonas y el tipo te invita a tomar un café ¿Sienten ese cosquilleo nervioso en el estomago? Bien.

Imaginen ahora que la cita es con él y su madre ¿Aumento un poco el cosquilleo? Perfecto.

Supongamos entonces que la mujer en cuestión no tiene una muy buena impresión de ti ¿Nerviosos? Ahora pongámosle que esa mala impresión nace desde un altercado de carácter sexual ¿Se están meando ya en los pantalones?  Definamos entonces ese altercado como tu mano en el pantalón de su hijo, acariciando de manera poco pudorosa lo que ella limpiaba cuando tenía meses de nacido ¿Ahora si que se están meando? Agreguémosle que el altercado ocurrió hace diez minutos ¿Quieren cambiarse la nacionalidad? ¿Quieren sufrir un ataque de amnesia? ¿Quieren que llegue la policía y los lleve detenidos sin razón alguna? Y eso que no he mencionado el último—pero no menos sabroso—detalle.

Imagínense enfrentar toda esa situación sin ropa interior.

Trago sonoramente y dejo mí taza en la mesa de centro haciendo sonar estrepitosamente la loza. La voz de Alicia diciendo “una señorita no hace sonar la loza” hace eco en mi cabeza y por primera vez en mi vida me arrepiento de no haberla escuchado.

Miro rápidamente—y sin quedarme mucho rato—a Marcela, la madre de Gabriel. Es distinguida y terrorífica. Va vestida de negro, lo que la hace ver aun más flaca, esta literalmente en los huesos y me recuerda a una calavera. Independiente a ello se ve joven, no más de treinta y cinco, pero considerando que tiene un hijo de veintidós ha de ser mucho más vieja que eso. Su cabello es tan negro como el de Gabriel, y le cae mortalmente liso hasta los hombros con un flequillo que más que armonizarle la cara, la hace aun más terrible.

En su falda reposa Agatha, quien ronronea con cada caricia que la mujer le da. Esta imagen me recuerda a uno de los archienemigos de James Bond.

Alicia me aterrorizaba con descripciones como esta para que comiera todo de mi plato. Y funcionaban, corrección, aun funcionan.

Miro de soslayo a Gabriel solo para no sentirme tan solitaria en mi vergüenza. Su imagen me sube el ánimo. Se rasca la nuca con rapidez y desenfreno mientras hunde la cara en lo profundo de su palma, el tono rojo le ha regresado al cutis y las orejas le brillan de lo coloradas que las tiene. De cuando en cuando mueve la cabeza con desaprobación pero no dice nada, solo suspira una y otra, y otra vez.

—Vamos mi angelito—dice Marcela matando el silencio incomodo que se ha instaurado entre nosotros. Para luego estirar una sonrisa tan preciosa que derretiría los casquetes polares si los tuviera cerca. Deja de parecerme terrorífica y se vuelve muy agradable—esta no es la primera vez que me pasa. Con tus hermanos me pasaba todo el tiempo. Imagínate que una vez Lorenzo…

—Mamá no creo que sea el momento de contarme esa historia—interrumpe Gab a  mi lado sin mirarla a la cara.

—¿Qué tiene de malo? A Lorenzo no le importaría… Lorenzo era mi hijo mayor—me dice con algo de tristeza en la voz—falleció en un accidente de auto hace casi cuatro años, él era algo ¿Cómo decirlo? coqueto, traía una chica nueva cada semana a la casa y…

—¡Mamá! No es el momento—levanta la cabeza para mirarla entre molesto y nervioso. Tiene las mejillas encendidas y los labios apretados.

Para ser sincera nunca lo vi tan avergonzado, y si no fuera porque estoy sentada frente a su madre—sin ropa interior—, lo disfrutaría.

—Angelito—dice nuevamente con voz suave, alargando la i y disminuyendo el tono desde la A hasta el to.

—No más angelito mamá. Me llamo Gabriel, dime Gab o Gaby o Gabo o Gabri o Gabe... pero por favor te lo pido, no más angelito.

Ella hace un puchero e infla los pómulos como una niña con rabieta. Los ojos se le ponen brillosos y se muerde disimuladamente el labio mientras mira la taza de té, juguetea con la cola de Agatha y reprime un quejido.

Abro los ojos como platos y me pongo más nerviosa. La mamá de Gabriel va a llorar, frente a mí, frente a su hijo y no puedo hacer nada, ni siquiera pararme a consolarla porque no tengo calzones. He caído bajo.

Miro a esa bestia sin corazón de apellido Vernetti para recriminarle con los ojos lo mal hijo que es, pero el ya está acongojado y temeroso.

—Mamá…

—No, está bien, es solo que recordé el día en que Lorenzo me dijo que por favor no lo llamara más rayito de sol. Pensé: Está bien, está grande, y aun me quedan cinco a los cuales puedo llamar de maneras cariñosas. Y ahora mírame, el penúltimo es todo un hombre ¿Qué voy a hacer cuando Lena no quiera que la llame ericito?—reprime otro quejido y me dan ganas de llorar.

—Llámame como quieras mamá…

—¿Puedo?—desaparecen las lágrimas, sonríe de nuevo y de un segundo a otro todo se pierde todo rastro de pena o nostalgia. Es buena, muy buena.

—¡Mamá! ¡Deja de usar castigos psicológicos en mi contra!

Ella sonríe y un par de margaritas se le forman en las mejillas. Se ve como la mujer más bella de la tierra, aun siendo raquíticamente delgada, a pesar de su cabello siniestro y la piel pálida como los muertos, Marcela se ve radiante y hermosa.

—¿Y no piensas presentarme a tu novia?

—¡No! Nosotros, no… yo y él solo, no es que seamos algo… somos… nos gusta, o sea, no es que nos guste ¿Alguien quiere más té?—y esas son mis primeras palabras en toda la noche. Gabriel hunde la cara en las palmas nuevamente. Creo que este es un buen momento para empacar mis cosas e irme a Yemen.

—No, gracias ¿Entonces que eres de mi hijo?

—¡Mamá! Lo sabes perfectamente ¡Deja.de.torturarla!

—Podrías decirme su nombre por lo menos. 

—Camila García, mucho gusto—sonrío nerviosa y le estiro la mano. Ella la mira con algo de recelo.

—No quiero ser grosera querida pero después de lo que he visto, preferiría no darte la mano— guardo mi palma y adjunto esa frase a la carpeta “Grandes momentos que jamás olvidare, jamás”. Reconsidero mi vuelo directo a Yemen y decido que no está lo suficientemente lejos. Júpiter suena mucho más atractivo.

Gabriel rompe en carcajadas y no para de reír hasta un minuto después cuando pasa de la más profunda alegría a la solemnidad absoluta.

Las comidas familiares en la casa de Gabriel deben ser realmente incomodas y raras, sobre todo raras.

—Mamá ¿Puedo saber por que estás tan “simpatica”?

—Lo siento angelito, es esa muchacha Renata…

—¿Rebeca?

—Lo que sea. No es capaz de cuidar a sus propios hijos y me los deja a mí ¡Sin avisar! Y yo tengo que viajar…

—¿Y donde está Emilia ahora?

—En el cuarto que le arriendas a esa chica ¿Cómo se llamaba? ¿Carmela?

—¡Camila! ¡Esta Camila!—me señala con el dedo y descubro que no deseo tanta atención en estos momentos—¡Por todo lo sagrado en el globo mamá! No puedes dejarme a Emilia así como así.

—¿Por qué no? Ustedes se llevan de maravilla. Además todo es culpa de Rosario…

—¡Rebeca! Llevan ocho años juntos y tienen dos hijos es momento de que lo aceptes mamá.

—No se ha demostrado que el último sea de tu hermano.

Gabriel suspira y se recuesta en el sillón con la mano en la frente. Parece cansado.

—Madre, en días como estos recuerdo todas las razones por las cuales me fui de casa y me digo: ¡Es la mejor decisión que has tomado Gabriel!

Otro silencio incomodo amenaza este “calido” y “ameno” momento. Si nada agradable y desconcertante sucede en los próximos minutos creo que moriré. Pero nada sucede y yo sigo viva.

—Te noto incomoda querida ¿Sucede algo? No estabas así hace un par de minutos—dice tratando de ¿Romper el hielo? ¿Ser amable? ¿Incomodarme al punto del suicidio? Creo que veo cierto patrón. Por lo menos ya se de donde heredo Gabriel ese humor tan chispeante y esa energía inagotable al momento de hacerme lucir como idiota.

—Es la falda, me hace sentir incomoda—me escuso pobremente.

—Bueno, es bastante co…—baja la mirada hasta mi regazo, como acto reflejo junto las piernas. Maldición. La voz de Alicia me golpea nuevamente: una señorita se sienta con las piernas juntas—de acuerdo, eso fue mucho más de lo que me hubiera gustado conocerte.

Y esa frase se va directo a la carpeta “Momentos de mi vida que le omitiré a mis nietos”

Un silencio más para la colección y ruego por un cataclismo, un tornado, un terremoto, un tsunami, una avalancha, un ataque de dragones panameños, lo que sea.

Gabriel pone su mano sobre mi rodilla y sonríe.

—Puedes retirarte, te libero.

No espero a que me lo diga dos veces y tan rápido como mis piernas (sin ropa interior entre ellas) me dejan, me alejo hasta un cuarto seguro.

Entro a mi pieza solo para encontrarme con la pequeña silueta de una niña mirándome con gigantes ojos azules. Trae puesto un pijama morado con lunitas y juega con una muñeca sobre la cama.

—Hola—digo para no asustarla.

—Hola ¿Eres tú Camila?

—Si

—La niña que duerme contigo me dijo que eras muy simpática ¿Seamos amigas?—río nerviosa y retrocedo un paso solo por si las moscas.

—Yo duermo sola—ella gira su cabeza en señal de no comprender lo que digo, luego mira el vacío junto a ella y sonríe.

—Ella dice que tú no puedes verla pero que siempre te ve dormir—sonríe.

—Creo que me llaman. Adiós.

Corro hasta el cuarto de Gabriel y cierro la puerta esperando que simplemente dejen de pasarme cosas extrañas. Me siento en la cama y suspiro. Eso ha sido por lejos lo más vergonzoso que me ha sucedido en la vida. Más terrible que la vez que un niño derramo pintura en mi cabello, peor que el día en que vomite justo antes de salir a disertar frente a todo el curso y años luz más humillante que cuando fui rechazada frente toda la escuela por un idiota.  La última media hora en serio supera todo lo que me ha pasado y todo lo que podrá pasarme en un futuro.

Además la pequeña sobrina de Gab me ha hecho temblar las rodillas ¿Que demonios pasa con esa familia?

Me siento sobre la cama a esperar que alguien venga o a que se me reviente un aneurisma, pensándolo mejor prefiero el aneurisma.

Se escuchan pasos a lo lejos, una conversación ininteligible, la puerta abrir y cerrarse, silencio. Golpe. Silencio. Golpe. Silencio. Golpe. Silencio. Me asomo a ver que sucede con tanto golpe y me encuentro con Gab dándole a la puerta con la cabeza mientras repite “idiota” una y otra vez.

—¿Se fue?—pregunto.

—Sí—golpe.

—¿Pasó algo?

—Pasó que soy un idiota que olvidó cambiar la chapa de la llave cuando se mudó—golpe.

—Ou… ¿Puedo decir algo?

—Lo que quieras—golpe.

—Tu madre es… malvada—se detiene para mirarme un segundo cansado y abatido.

—Mi madre es el demonio—deja de golpearse la frente y avanza hasta mí—¿Te molesta dormir en mi cama hoy?

Niego con la cabeza mientras él desordena mis cabellos con su mano para luego besar mi frente. Me sonrojo de estúpida, hace menos de dos horas tenía mi mano en su pantalón y ahora pareciera que estoy dando mi primer beso. Estúpida, estúpida, estúpida.

—Voy a ver a Mili ¿Te pones algo mío o te traigo algo?

—Algo tuyo esta bien.

Sonríe y se va hasta mi cuarto. Entro al suyo y busco algo que ponerme, lo primero, ropa interior, se que un par de boxers no es la mejor opción, pero créanme que si hubiese tenido un par de esos, esta noche no hubiese sido tan catastrófica. En fin, me coloco la polera amarilla de los Sex Pistols la misma que usé el día que... ¡Oh, no! Sácatela, sácatela, sácatela. La lanzo a un rincón del cuarto y la miro suspicaz, ella me mira, hay un momento de tensión y silencio, básicamente porque las poleras no hablan, finalmente y luego de meditarlo largamente decido ponérmela. Es solo una polera, debo superarlo y seguir adelante.

—Definitivamente esa polera te queda mejor a ti que a mí—me giro y lo observo mientras se quita la polera y abre su cinturón.

—¿Y tu sobrina?

—Acostada, se dormirá pronto.

—Ella es un poco… tétrica.

—¿Emilia? Ella es un amor, salió a la madre, no hay ni un pequeño trocito Vernetti en ella.

—Toma—dice acercando un chaleco hasta mis manos—Hará frío hoy.

Lo sostengo y nos miramos, hay algo tan tangible entre nosotros que es cuestión de acercar la mano y tomarlo. Lo siento cuando recorre mis piernas hasta mi espalda y sube por mi espina hasta mi cuello causando cosquilleo en mis hombros y brazos. Esta acá, entre nosotros, rodeándonos.

Suelto el chaleco y estiro mis brazos hasta su cuello. Él posa su frente en la mía y espero.

—Bésame ¿Quieres?—digo ¿De donde demonios saco estas frases?

—De acuerdo—responde con una sonrisa enorme.

Nos acercamos lento. El beso comienza suave y aterciopelado con notas de nerviosismo. El atrapa mi nuca con su mano y mete los dedos entre mis cabellos mientras que con la otra acaricia mi cadera y mi cintura. Entrelazo mis dedos detrás de su cuello sintiendo el calor crecer en mi vientre y la sonrisa de estúpida aflorar en mis labios. Ha llegado el momento de aceptarlo creo que me estoy enam…

—¡Tío Gabriel hay algo en el armario!

—¡Puta madre!—Gabriel se separa de mí maldiciendo a todos los santos de varias religiones. Esperamos un momento pero nada sucede. Vuelve a besarme pero somos interrumpidos nuevamente.

—¡Se metió bajo mi cama! ¡Tío Gabriel!

—Si no es una es la otra ¿Qué demonios pasa con las mujeres de mi familia?—Suspira. Toma la polera de su pijama y antes de salir del cuarto atrapa mi cara con sus manos—No te muevas, no respires, voy y vuelvo.

—Acá estaré.

—Buena chica.

Besa mi frente y desaparece.

Los primero rayos del sol acarician mi rostro despertándome irremediablemente. Estiro mi cuerpo repleto de pereza y salgo de la cama rascándome la cabeza con ganas de un buen café con tostadas y huevos con jamón.

Pasó por mi cuarto solo para admirar el sereno rostro de Gab durmiendo como oso, junto a su sobrina, apretaditos y querendones.

—Hijo de puta, me dejaste pagando anoche—susurro con sorna.

Retomo mi camino a la cocina maldiciendo a Vernetti en todos los idiomas que conozco. Entro como Pedro por su casa solo para encontrarme dos caras de retrete frente a mis ojos.

—Buen día—dice Alex, o Miky, la verdad no se cual es cual—soy Alex—agrega como si leyese mi mente.

—¿Dije eso en voz alta?

—¿Qué cosa?

—Nada

—¿Esa no es la polera de los Sex Pistols de Gabriel?—dice Miky luego de sondearme desde la punta de los pies hasta el último cabello de mi cabeza—y esos son sus calzoncillos.

—Buen día para ustedes también—respondo con evasiva. No tengo nada lógico que decir. Ni la verdad suena lógica.

—¿Te acuestas con Gabriel?—me giro en cámara lenta y el sonido de mi saliva recorrer el tramo desde mi garganta hasta mi estomago retumba en los azulejos de la cocina.

Inserte aquí el silencio más incomodo que pueda usted imaginar, el más terrible y desgarrador. El silencio de ser descubierta con las manos en la masa.

—¡No! ¡Claro que no!—miento descaradamente, bueno, técnicamente solo nos acostamos una vez ¿Eso cuenta?

—¡Te demoraste mucho! ¡Te acuestas con él! ¿Por qué no me lo dijiste Alex?

—Porque no tenía idea ¿Desde cuando tú y él…?—Alex parece sorprendido. Corrección Alex finge sorpresa, es un pésimo mentiroso ¡Alex lo sabía! ¡Gabriel se lo dijo a Alex! ¡Maldito hijo de…!

—¿Qué hay para desayunar?—Gab entra fresco como lechuga, sonriendo como si hubiese tenido la mejor noche de su vida.

—¡Me engañas con esta mujer desgraciado!—Miky me apunta, como señalando a quien se debe apedrear hasta la muerte. Y luego se cruza de brazos.

—¡Mi polera! Te queda mejor a ti que a mí—Gab ignora a todos en el cuarto y me mira como esperando que le siga el juego. Pero no, hoy no.

—Tú, sucio hijo de puta…

 —¿Qué es puta tío Gabriel?

Solo al oír la voz pequeña y musical de Emilia nos percatamos de su presencia, va de la mano de Gab sujetándose la punta de su camisola de lunitas. El cabello dorado le cae por los costados formándosele un par de bucles en las puntas y los ojos azules gigantes lo miran todo con curiosidad.

—Hola Mili ¿Qué haces acá?—dicen los gemelos al unísono.

—Mi mami y mi papi están de viaje, mi abuela también, y la tía Lena esta desaparecida. Así que me quedé con mi tío favorito—abre grande los bracitos y abraza las piernas de Gabriel con demasiada ternura.

—Awwww—dicen los gemelos al unísono—es tan encantadora—agregan. Su coordinación comienza a asustarme.

Gabriel la sienta en la mesa y la deja a cargo de los gemelos fantásticos, se acerca hasta mí como si nada pasara y toma mí mano. Se me eriza hasta el último cabello del cuerpo.

—¿Qué pasa?

—Pasa que le dijiste a Alex lo que prometiste que no le dirías—susurro.

—¿Qué cosa?—lo maldigo mentalmente y hago un par de gestos.

—Que tu y yo… eso.

—¡Oh! Eso, no se lo dije, aun no le digo, lo adivinó el solito.

—Pe…pero ¿Cuándo?

—Cuando volví de la casa de mis padres, Alex es bueno leyéndome.

—¿¡QUÉ!?

Me entran unas ganas locas de matarlo, cortarlo en pedazos y repartirlo por el mundo. Si en algún momento pensé que sentía algo por este desgraciado estaba altamente equivocada ¿Yo? ¿Enamorada de semejante tarado? ¡Ja!

—¿Pelea de amantes?—pregunta Miky con desden desde la mesa, metiendo su cuchara donde no lo llaman.

—¿Qué es amantes?—pregunta la pequeña inocente.

—Emm personas que se aman—responde Alex algo complicado.

—Tío ¿Tú la amas?—no me están gustando las inocentes preguntas de la pequeña. Gab me mira y sonríe.

—Sí—responde e instantáneamente el corazón deja de latirme. No respiro, no pestañeo, no reacciono, nada—como amiga.

La palabra AMIGA se me entierra en el abdomen, atraviesa mi bazo, mi hígado y parte de mi estomago, se traba en mis costillas pero se las arregla para superar el obstáculo y perforarme el corazón de un lado al otro. Poco falta para que me salgan borbotones de sangre por la boca, solo por si acaso aprieto los labios y trago saliva.

—Auch—dice Miky—directa a la friendzone, sin escalas.

Le perforo la frente con la mirada y por primera vez el gemelo maldito cierra la boca y guarda distancia. No estoy de ánimo para que me molesten, no estoy de ánimo para conversar, sin razón clara quiero desaparecer, perderme ¿Qué esperabas? ¿Qué te amara? Tonta.

—Se me hace tarde y debo ir a la universidad—me excuso y escapo de la cocina como alma que lleva el diablo. Algo malo pasa conmigo, algo que me causara más de un llanto en el futuro. Puedo verlo.

A eso de quince para las mueve de la noche me junto con mi hermana en un pequeño restaurante de comida italiana. Sí, lo se, Vernetti se me aparece hasta en el plato. Y charlamos un rato de todo y nada hasta que me atrevo a hacerle la pregunta del millón de dólares.

—¿Qué hacían tú y Alicia ese día en el café?

—No te vas con rodeos ¿Huh?

—Llevamos veinte minutos hablando de colores de uñas Javiera dime ya.

—Camila, creo que es momento de que vuelvas a casa.

—¿Qué? ¿Estás loca? ¿Por qué?

—Chinita, papá está muy mal, no creo que sobreviva un año más. Te necesita.

—¿Y donde estuvo él cuando yo lo necesite? Me extraña que tú me digas esto ¿No te acuerdas como eran las cosas Javiera?

Hacemos un silencio más para sumar a la colección de mi día. Ella suspira cansada y toma un sorbo de su jugo de mango.

—China, no lo entiendes ahora, y hasta que no tengas hijos no lo entenderás. Yo se de lo que hablo porque tengo a Tomás y la verdad es que nadie te enseña a ser padre. Papá te adora y sabe que no puede arreglar lo que está roto pero puede intentar armar algo nuevo.

—Javi… él te echó de la casa cuando supo lo de Tomás.

—Nadie me echó Cami. Yo estaba confundida y necesitaba pensar y ordenarme, lo mejor que pudieron hacer Alicia y papá fue mandarme con la abuela. Si no fuera por eso, quizás no estarías hablando conmigo ahora. Hay muchas cosas que eres muy niña para entender, pero hay veces que no puedes hacer nada por los que amas y aunque duela debes alejarlos para que tomen su propio camino y sus propias decisiones.

—Javiera, no voy a volver.

—Es duro chinita y no te digo que no vaya a doler pero créeme dolerá más en unos años cuando él ya no esté y te des cuenta de que lo extrañas.

—No voy a extrañarlo, nunca lo he extrañado—esquivo su mirada para ocultar las lágrimas que amenazan con escaparse sin mi permiso.

—Piénsatelo—susurra como una madre que regaña con ternura—Yo ya lo pensé y he decidido volver al país y vivir aquí hasta que pase lo inevitable. Sería agradable tenerte allí en los almuerzos familiares de los domingos.

Comemos el resto en silencio sin siquiera mirarnos, perdidas cada una en su tema. No puedo evitar pensar en las pocas cosas agradables de mi padre y me pregunto que pasaría si ya no estuvieran. Pero no siento nada, absolutamente nada.

Al llegar a casa todo esta tranquilo y en silencio. Raro para este departamento. Dejo mi bolso en la mesita de centro y dejo caer mi cuerpo semi-muerto en el sillón. Me quito las zapatillas deportivas y subo los pies a la mesa solo para deleitarme con ese agradable cosquilleo que produce la liberación del calzado.

Tengo muchas cosas en las que pensar, primero; mi hermana y el regreso a casa ¿Buena idea? ¿Un error fatal?, segundo; Lorena ¿Quién demonios es?, tercero; Gabriel y nuestra “amistad”. Cuanto odio a ese hombre.

En fin, es momento de meditar y…

—¡Hola!

—¡Santa virgen de la papaya! De donde demonios saliste…

Emilia ladea su cabeza sin dejar de mirarme, se parece mucho a los niños que tratan de conquistar el mundo en aquella absurda película de “terror” ¿Qué puedo decir? No te dan pánico hasta que te encuentras con uno.

—¿Pasa algo? Te ves abrumada—algo raro está pasando, un niño de ¿Cuántos? ¿Cinco, seis años? definitivamente no debería manejar la palabra abrumada.

—No, no pasa nada ¿Estás sola?

—Sí, me escondo de mi tío, soy muy buena en las escondidas, bueno no estoy tan sola, Amanda me acompaña.

—¿Amanda? Es tu muñeca ¿Cierto?—ella niega con la cabeza—¿Tu amiga imaginaria?—niega nuevamente. Como que ya no quiero saber.

—Amanda dice que tienes pesadillas a veces, llamas a tu padre dormida.

¡Madre de los siete enanos! Esta niña comienza a darme miedo.

—¡Mili! ¿Dónde estas Mili?—Gabriel entra buscando por todos lados—¿Cami has visto a Emilia?

—Sí, esta ac…—corrección estaba acá ¿Dónde se metió?

Me levanto para revisar detrás del sillón, bajo la mesa, detrás del computador. Nada. Es como si se hubiese esfumado.

—¿Estuvo acá?

—Sí, hace menos de dos segundos, ella… ella…

—Ella es muy buena en las escondidas.

—Ella es como un fantasma. Igual de terrorífica.

—¿Te refieres a mi sobrina? Ella es adorable.

—Me pone la piel de gallina—Gabriel hace muecas de disgusto y desaparece como si hablara estupideces ¡Esa niña habla con gente que no está en este mundo y luego yo soy la loca!

—Casi lo olvidaba—dice retrocediendo en sus propios pasos—ya desalojé tu cuarto, puedes dormir ahí, Emilia dormirá conmigo, en cuanto la encuentre.

—Claro.

Algo se rompe dentro de mí y me siento innecesariamente tonta ¿Qué demonios me pasa? ¿Por qué le tomo tanta importancia al algo tan NORMAL? Es quizás la presión de la universidad, el asunto de mi hermana o el simple hecho de que me estoy enamorando de una persona que me hará más daño que bien, una persona que me considera su amiga, alguien que parece no mirarme con los mismos ojos con los cuales yo lo veo.

—¿Pasa algo?

—Gabriel… Me voy.

—¿A esta hora? ¿A dónde vas? ¿Quieres que te lleve?

—Gab, volveré a mi casa, no se cuando pero pronto.

Nos quedamos callados mirándonos sin entender lo que sucede. Yo no creo lo que he dicho y él parece no descifrar el significado mis palabras. Hay un silencio que nos cubre, nos abraza y nos asfixia. El silencio de lo que he dicho y lo que no, de lo que debería decir pero me guardare hasta el último segundo que sea posible.

¿Por qué?

Porque soy una cobarde, porque prefiero darle la espalda a mis problemas y mudarme, porque yo escapo cuando las cosas amenazan con salir mal, y créanme, me han salido tantas cosas mal que puedo vaticinar las tormentas.

Por que admitir que me gusta Gabriel y luchar por ello será más doloroso que salir corriendo en este instante.

Así que me aguanto es silencio incomodo y me quedo ahí parada fingiendo que no estoy aterrada, que no le temo a encariñarme a un padre que va a morir y que no me asusta querer a un idiota que solo piensa en mí como una amiga, finjo que todo esta bien y que mis razones son otras.

¿Por qué?

Porque yo soy así. Yo soy estúpida.

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