♠ Capítulo 20: Voraz
Bueno, Gabriel me besó, nos desnudamos, caímos a la cama y…
—Espera, espera, espera... No, no, no.
—¿Qué?—digo a Carmen quien me mira con los ojos abiertos de par en par.
—No vayas tan rápido, cuenta toda la historia no el resumen ejecutivo—espeta molesta, Dani asiente. Aprovecho de masticar mis intactos tomates, desde que llegué a almorzar que no han dejado de preguntarme cosas sin sentido, por lo tanto ni siquiera he tocado mi almuerzo. Es una sorpresa bastante agradable poder recordar los hechos de la noche ante pasada pero no era necesario el interrogatorio.
—¿Y que más quieren que les cuente? ¿Quieren saber si lo hicimos?
—Sí, pero ni siquiera entiendo como es que terminaste encamada con él—responde Daniela.
—Está bien ¿Desde donde parto?
—Desde que te dejamos en la puerta.
—De acuerdo. Louis y tú me dejaron en la puerta, caminé con sumo cuidado de no caerme, el piso se volvía resbaladizo con cada paso debido a la lluvia, y mi equilibrio no era precisamente el mejor debido a mi estado etílico. Traté de sacar las llaves de mi bolso pero la tarea se me antojaba titánica con todo dándome vueltas.
—¿Son estas horas de llegar señorita?—dijo el viejo pachacho de Don Germán observándome con cara de padre decepcionado, y ustedes saben lo que opino de los padres decepcionados, en fin, solo suspiré, lo malo es que con el alcohol se me desinhibe la lengua…
—Y la piernas—acota Carmen. Yo prosigo.
—Así que le dije con mi mejor tono de mujer independiente y liberal…
—No creo que haga este mismo show a mis compañeros de piso, es más tengo la sospecha que hasta los felicita, ahora ¿Me va a abrir la puerta o seguirá deleitándose de mis incapacidades motrices? Porque espérese un tantito, que después de esto viene el segundo acto llamado "como encajo la llave en el cerrojo"—pareció intimidarse con mi alcohólico discurso y para mi tranquilidad me abrió la reja, incluso me llamó el ascensor.
Lo único que no hizo fue apretar el botón del quinto piso, razón por la cual me quede su buen par de minutos esperando que mágicamente subiera, lo cual no sucedió. Ya estaba yo preguntándome como era que el viaje hasta el quinto piso era tan largo cuando las puertas del ascensor se abrieron. Era Gabriel. Lo mire desconcertada, según yo estaba tan borracha que me parecía que caminaba raro, la verdad es que él estaba tan borracho que caminaba raro por sus propios medios.
—Camila...
—Gabriel...
Trató de pararse derecho pero no pudo mantenerse mucho tiempo, recuerdo que me pareció extremadamente atractivo en su chaqueta de cuero negro y jeans rotos en las rodillas ¿Les he comentado que me encantan los jeans? Bueno, a eso súmenle que estaba mojado, y los hombres mojados son sexys, no todos, pero Gabriel ¡Ufff!
Finalmente subió y se paró a mi lado esperando que el ascensor nos llevara a casa, pero como a ninguno de los dos se le ocurrió que las maquinas no tienen ideas propias y que hay que darle ordenes para que funcionen—como por ejemplo presionar el botón del quinto piso—nos quedamos ahí esperando algo que nunca llegaría. Parecía que ya no volveríamos a hablar cuando me acorde de mi motivo de festejar, que dicho sea de paso no era año nuevo.
—¡Saqué un seis coma seis!—grité a todo pulmón levantando mis brazos, él me abrazó de la cintura y me giró en el aire. Debí haberme golpeado por que estábamos en un ascensor minúsculo pero no logro recordarlo, es más me sorprende que no nos fuéramos de bruces al suelo, estábamos lo suficientemente borrachos como para no poder dar dos pasos.
—Felicidades, te lo dije, el método funciona—me puso una de esas tremendas sonrisas que tiene patentadas y sentí como si me derritiera entre sus brazos.
—Estoy tan feliz que te besaría—él aumento su agarre y deslizó una de sus manos siguiendo la curva de mi espalda hasta mi cuello.
—¿Y porque no lo haces?—abrí los ojos como platos pero no logre tomarme la situación en serio, lo único que se me venía a la mente era la ocasión donde ese cabrón me dejo pagando.
—Porque si te beso me van a dar ganas que todo termine en sexo furioso, y creo que tú no quieres sexo furioso conmigo...
Carmen escupe su Coca cola en mi cara y comienza toser cual ataque de asma. Me la seco con una servilleta y resoplo, luego me cercioro que mis tomates sigan intactos y vuelvo a masticar.
—¿Que tú dijiste que?
—Eso... Ya sabes lengua desinhibida.
—Pero... ¿Sexo furioso? ¿En serio?—me encojo de hombros—prosigue...
—¿Donde me quede? ¡Ah! Cierto, sexo furioso...
—Porque si te beso me van a dar ganas que todo termine en sexo furioso, y creo que tú no quieres sexo furioso conmigo—me solté de su abrazo y al caer al suelo trastabillé, pero logré apoyar mi espalda contra la pared. Él hizo lo mismo y se metió las manos en los bolsillos. Me pareció salvaje, atractivo y más alto que nunca, su mirada era intensa, oscura y atrayente, si mi estado me lo hubiese permitido me tiraba a su cuello pero luego de soltarme me fue imposible regresar a posición de bipedestación sin ayuda de la pared. Comenzó a reír muy bajito como un susurro, al asecho. Me giré sobre mi costado mirando la puerta del ascensor. "No voy a caer de nuevo, no se va a reír de mí esta vez" pensé observando el panel de los pisos. ¿Por que se demorara tanto en llegar al quinto?
Revisé, con toda la atención que mi estado me permitía, los botones, nunca habíamos apretado el botón del quinto piso, por ende, seguíamos en el primero. Lo presione con cautela de no equivocarme. "Palito, palito, guatita, ese es el cinco Camila" pensé antes de hundir mi dedo en el metal.
—Ahora sí vamos de camino—sentí un tirón en mi brazo y mi espalda chocó contra el frío espejo. Tragué saliva perdida en el espacio tiempo debido al alcohol, lo siguiente que alcancé a enfocar fue la cara de Gabriel. Sus manos asieron mis piernas con fuerza sentándome en el aire, con él instalado entre ellas. Me beso con tanto ímpetu que pude sentir como la presión de su pecho sobre el mío me quitaba el aliento. Si en algún momento pensé que le faltaba cuerpo es porque nunca estuve acorralada entre el espejo del ascensor y los pectorales de Gabriel, a él definitivamente no le falta nada en su economía.
Me levanto un poco más, casi sin esfuerzo, para quedar a la altura—desde un metro sesenta y seis a un metro ochenta y ocho hay mucho trecho—y volvió a besarme como si ese fuera el último beso que daría en su vida, mezclando su lengua con la mía, dándome microsegundos de descanso entre contacto y contacto y mordiendo mi labio inferior en cámara lenta. Escurrió sus manos bajo mi chaqueta y paso una por en medio de mi piel y mi polera aferrándose a mi espalda. Enrollé mis brazos en su cuello y lo atraje hacia mí con brusquedad. Deseaba el calor de su cuerpo, la ardiente sensación que me entregaban su boca y el olor, aun indescriptible, de su piel.
Sonó la campanilla del ascensor y las puertas se abrieron, no era nuestro piso, era el cuarto. Nos despegamos para mirar lo que sucedía a nuestro alrededor, con la respiración entrecortada y sin dejar nuestro abrazo. Ninguno de los dos había respirado desde que nos abrazamos y si no se hubiera detenido el ascensor dudo que lo hubiésemos hecho antes de sufrir daños cerebrales severos.
Desde fuera un hombre nos miraba con la boca abierta. No se como se veía o que vestía, solo quería que dejara de molestar.
—¿Sube?—pregunto amablemente Gabriel con la respiración intranquila.
—Bajo—respondió él sin mover un músculo.
—Perfecto—apretó el botón para cerrar y la puerta se cerró de sopetón. Regresó con prisa al beso y se deslizó hasta mi cuello, robandome el poquito aire que había logrado acumular en el intertanto. Sonó nuevamente la campanilla, esta vez sí era nuestro piso. Él me soltó de repente, apenas puede recuperar el equilibrio cuando me tironeó hasta la puerta.
—¿Tienes llaves?
—Sí—conteste mientras hurgaba en mi bolso, para mi satisfacción—y para la de mi calentura—las encontré relativamente rápido. Gabriel se posiciono en mi espalda corrió mi cabello hacia un costado y recorrió el camino desde el inicio de mi cuello hasta mi mandíbula con besos lascivos y provocativos que contenían un propuesta indecente. Traté de tomar aunque fuera una llave pero se me hizo imposible.
—Gabriel, entre mi estado etílico y tu acto de seducción puede que nunca logre abrir—resopló pesado y se separo de mí. Apoyó su mano en la puerta y esperó “paciente” respirándome en el oído.
Tomé las llaves con decisión y las miré como si esa fuera la primera vez que veía un llavero en mi vida. "Este no es el momento para olvidar cual es la llave del departamento" pensé, "este no es el momento de olvidar como se abre una puerta y definitivamente no es el momento para preguntarse ¿Qué es una llave?". No se si habrá sido el alcohol o el nerviosismo pero mi estado en aquel segundo era de completo caos mental.
Me decidí por la azul, Gabriel tamborileaba con los dedos. La inserté pero no giró, dejé de pensar por un segundo mientras de mi boca salía una palabrota poco digna de una señorita, "estoy casi segura que es la azul" me dije.
—O te apuras o te lo hago aquí mismo—susurró él en mi oído justo cuando la llave dio vuelta abriendo la puerta. Su cuerpo me atrapó con fuerza como una ola que colisiona una rama. Me volteó por la cintura con rapidez y pocos movimientos. Todo en mi danzaba con el roce de sus dedos y las ordenes no dichas por su boca. Volvió a tomarme de las piernas y despejó la mesa del teléfono de un solo manotazo. Las cosas cayeron al suelo haciendo mucho estruendo, supongo, lo único que yo lograba oír era mi respiración casi desesperada y el corazón desbocado se Gabriel presionando contra mi pecho, retumbando más fuerte que el propio.
Me sentó sobre la mesita del teléfono con las piernas separadas y se pego a mí como si fuéramos uno solo. Sentí un extraño y creciente ardor en mi entrepierna en el momento justo que me chocaba con su cadera, fuera lo que fuera lo que tenía en el pantalón, se sentía duro y aumentaba de tamaño considerablemente con cada instante, dudo que fuera el celular.
—Espera, espera, espera—interrumpe nuevamente Carmen.
—¿Y ahora que?—pregunto
—No es necesario con tanto detalle ¿Lo hicieron si o no?
—Pues...
—Claro que es necesario—tercia Daniela—¡Es la parte sabrosa de la historia!
—Tú y yo conocemos la mecánica, lo demás es voyeurismo.
—No me importa, lo único sexual que me ha pasado en los últimos años ha sido escuchar los sueños mojados de esta chica, por favor déjame escuchar la historia completa, con lujo de detalles y en alta definición—espeta Daniela sin mostrar el más mínimo sonrojo.
—¿Puedo continuar?—pregunto luego de que ellas se miren retadoras la una a la otra por unos treinta segundos.
—Continúa por favor.
Entonces, éramos yo, Gabriel, la dura sensación de que algo se tensaba entre nosotros y el beso interminable con el cual me devoraba. Según lo que entiendo la desesperada debía ser yo pero él parecía querer comerme parte por parte. Retomó el beso en mi cuello y bajó a medias mi chaqueta, desnudando mis hombros y poseyéndolos a besos casi de inmediato, descendió sin miramientos, siguiendo el camino de mi clavícula hasta mis pechos, ahí entre en pánico. Los recuerdos de la pelea, de Alex diciéndome que Gabriel era peligroso y del mismo Gab deteniendo nuestro beso en el parque fueron a despertar al borracho de mi sentido común. Lo separé dándome tiempo a mi misma para reflexionar. Mi piel pedía que él la tocara, el corazón me latía más fuerte que nunca, su boca poseía un extraño magnetismo con la mía y el hueco entre mis piernas parecía hecho a su medida. El único órgano en mi cuerpo capaz de salvarme de cometer un grave error era mi cerebro y yo me había encargado de repletarlo con más alcohol que una botillería ¡Grandioso! La mano que puse sobre la boca de Gabriel me tembló sabiendo que todo mi cuerpo pedía a gritos que lo dejase continuar. Nuestros ojos se encontraron y no pude ocultar mi deseo, abrió la boca y metió uno de mis dedos, chupó con suavidad jugueteando con su lengua y dedicándome un par de ojos que decían: puedo hacer esto en otros lugares también. Retiré mi mano utilizando una fuerza de voluntad inmensa.
—Esto está mal—recité como un reflejo condicionado, algo que alguien me dijo que dijera en casos como estos, pero no lo sentía, no estaba mal, estaba extraordinariamente bien y eso me asustaba, me asustaba sentir deseo, me asustaba y me avergonzaba.
Él retrocedió un par de pasos y bajó la cabeza buscando aire fresco que calmara su agitado respirar, nos quedamos en silencio por segundos infinitos, incómodos, ensimismados y jadeantes. La lluvia afuera no se detenía con nada al igual que mi corazón. “Tonta” me dije a mi misma una par de veces antes de pararme ¿Por qué había dicho semejante estupidez? Me pateé mentalmente para luego caminar hasta mi cuarto, perdí el equilibrio pero logré sujetarme de la manija de la cocina, ahí fue cuando mi manga se enredó ¡Lo que me faltaba! Tiré con más fuerza de la necesaria pero no logré zafarme, estaba molesta, con la puerta, con la lluvia y conmigo. Gabriel encerró mi pequeña mano con la suya y me libero, de un solo movimiento quedamos cara a cara, él en frente y la puerta detrás.
—Me importa un pepino—dijo y con un solo beso furioso borró cualquier frase fuera de lugar que hubiese dicho con anterioridad. Se deshizo finalmente de mi cazadora y mordisqueó todo lo que mi polera dejaba ver. Ajustó sus manos a mi trasero y con un movimiento fuerte me apretó contra su entrepierna. Definitivamente algo había ahí.
Lo besé con más intensidad al sentir un agradable calor nacer desde mi vientre y dejé que mi lengua jugueteara con la de él en un baile húmedo y candente. Ahí caí en cuenta de algo importante, nunca he desnudado a un hombre. Supuse que no seria tan difícil, supuse mal. Traté de sacarle la chaqueta sin mucho avance. Gabriel es un tipo grande, con brazos largos y espalda de hombre, no una petisa de metro sesenta como yo. Entre tanto tironeo pude sacarle una manga pero lo rasmillé con el cierre en el brazo. Me separé apenas de él.
—Disculpa—dije rápidamente. Él se saco la chaqueta y la lanzó hacia la cocina.
—No hay cuidado—dijo y tomando mi cara me beso con salvaje premura.
Me amarré a su cadera con las piernas y él me llevo de dos zancadas al cuarto más cercano, el mío, sin dejar yo de besarle el cuello y lamer el nacimiento de sus mandíbulas. Entramos con dificultad, tropezando con un par de cojines y mi mochila. Me lanzó a la cama y el impacto desvaneció todo el alcohol que corría por mi sangre, dejando que la idea que le sigue a "nunca he desnudado un hombre" se formara en mi mente ¡Nunca lo he hecho con un hombre! ¿Debería comunicárselo a Gabriel? ¿Que haría él? ¿Podría ese echo detenerlo de lo que vamos a hacer?
Suspiré mirando al techo un segundo antes de que su boca me atrapara nuevamente, impidiéndome formular cualquier idea coherente y regresando en gloria y majestad todos los grados etílicos a mi sangre. Atraje su cuerpo con mis brazos para adherirlo a mi piel, necesitaba desesperadamente sentir su calor. Se sentó a horcajadas sobre mí y me tiró de los brazos. Quedé sentada y aproveché de sacarme los zapatos.
—Levanta los brazos—ordenó y yo acaté con docilidad. Me arrebató la polera dejándome solo en sujetador, y luego deslizo sus dedos por entre mis senos expectante a que yo hiciera mi movimiento ¡No atiné ni a bajar lo brazos!
—Ahora tú—dije imitando su accionar y deslizando su ropa por encima de su cabeza. Nos dimos un segundo de paz en el cual, además de admirar su cuerpo, entendí que esto iba en serio. Nadie se iba a arrepentir, nada nos iba a interrumpir, el aquí y el ahora era real. Iba a perder eso con lo que llevaba un par de años hinchando, a manos de Gabriel y sus provocativos ojos oscuros.
En el preciso instante en que él se sacaba las zapatillas sonó mi teléfono, estaba sobre la mesita de noche, di media vuelta y gateé hasta él pero solo alcancé a tocarlo con los dedos, este cayó al suelo al mismo tiempo que Gabriel jalaba mis tobillos y me arrastraba boca abajo hasta él. Intenté voltearme pero su pesado cuerpo sentado sobre mis caderas me lo impidió.
—Quédate ahí—dijo y dejé de oponer resistencia. Acaricio mi piel descubierta con la yema de sus dedos, acerco sus labios hasta mi escápula y besó mi espalda mientras jugaba con el broche de mi sostén. Solo sentí un insignificante golpecito en mi brazo que me avisaba que ya estaba desabrochada la única prenda que me quedaba de la cintura para arriba. Me entró un pudor que nunca, ni en mi más tímida adolescencia, había sentido. Nadie, me había visto desnuda en este tipo de situaciones, nunca. No me sentía preparada para que nadie me viera sin ropa en calidad de amante, estábamos a oscuras pero la luz que se filtraba por la ventana era suficiente para poder distinguir cada detalle de nuestra fisionomía. Se que tuve mucho tiempo para pensarlo, mucho tiempo para plantearme la situación, pero como sucede con muchas de las problemáticas de la vida, cuando llega el momento es muy distinto a como te lo imaginaste.
Me volteó con un poco de resistencia de mi parte cubrí mis senos de inmediato y él rió
—¿Estás tratando de esconderte de mí?—se burló sonriente con su cuerpo suspendido sobre el mío apoyándose en sus brazos justo a los lados de mi cabeza. Negué sin decir una sola palabra, sintiendo como se me encendían las mejillas.
No le tomó mucha fuerza ni tiempo despegar mis manos de mis pechos y reacomodarlos sobre mi cabeza. Besó mi clavícula izquierda y acaricio mi pecho derecho. Nadie me había tocado los pechos, exceptuando mi ginecólogo, aunque si lo hubiera hecho como Gabriel lo hacia en este momento ya lo hubiera demandado.
Apretó ambos con sus manos gigantes, pellizcando de vez en vez uno de mis pezones como un niño curioso descubriendo las mil y un funciones de algo nuevo. Mi cara se torno de color rojo, era vergonzoso pero extremadamente placentero. Mordió mis labios, mi cuello y poco a poco fue acercando su boca para succionar, lamer y besar mis senos con el salvajismo de quien nunca ha visto uno. Parecía no querer darle tregua a mi ya muy atontada cabeza, tantas sensaciones, las descargas de placer en mi espina con su violento toque, las cosquillas en mi piel, su respiración, el calor de ambos cuerpos, el sudor y mis latidos desenfrenados.
Bajó por mi vientre hasta mi ombligo y con las manos hábiles desabrocho mi pantalón el cual deslizó por mis piernas sin mayor problema. Se levanto de la cama para terminar de quitármelo, se estiró cuan alto era, trastabilló pero regreso rápidamente a su lugar. Sostuvo la hebilla de su cinturón y comenzó a soltarlo.
Culpare al alcohol de lo que paso luego.
A pesar de llevar casi una vida entera usando cinturón, este se convirtió repentinamente en el peor enemigo de Gabriel, quien no pudo desabrocharlo con la destreza que requería. Yo por mi parte abandoné todo pensamiento inseguro en el mismo segundo en que lo vi medio desnudo, sudado, despeinado y agitado a los pies de mi cama, luchando con aquel instrumento del infierno. Esto era lo que había soñado todo este tiempo, la única cosa en mi cabeza los últimos meses, no iba a desperdiciarla por un par de estupideces nacidas de mi falta de auto estima.
Me senté en la cama, tomé la hebilla, retiré las manos de Gabriel y lo mire a los ojos.
—Déjame a mí—abrió la boca con la intención de decir algo pero solo lanzó un largo resoplido que podría interpretarse como un gemido retenido. Tras un par de minutos el cinturón por fin había desaparecido. La verdad mi destreza manual no era mejor que la de él, solo estaba mucho más cerca. Besé su abdomen. ¡Dios, que abdominales! Deberían hacerlos patrimonio de la humanidad, ninguna chica merece monopolizar ese abdomen.
Bajé los jeans con cautela de no rozar nada indebido, más por nervio que respeto, se veía enorme bajo la tela, o eso me pareció a mí, la verdad no tengo ningún punto de comparación y no me dio la personalidad para ponerme objetiva y sacar una regla.
Estudié cuidadosamente la posibilidad de bajar sus calzoncillos, pero no me sentí mentalmente preparada para un encuentro cercano del primer tipo con su... su... eso...
—¿Eso?—pregunta Carmen.
—Aquello que esta bajo la cintura.
—Haz hecho un relato detallado digno de un texto científico de tu primera experiencia sexual ¿Y no puedes decir pene?
—Eso...
—Vamos dilo—vacilo un segundo y suspiro.
—No quería tener un encuentro cercano con su... pene—Carmen asiente sintiéndose en lo correcto—así que traté de evitar el echo que no me quedaba nada más que sacarle. Él me tomó la barbilla y elevó mi rostro hasta que nuestros ojos se encontraron.
—Te estás tomando mucho tiempo allá abajo—dijo y creí perderme en su mirada acechante. Tomó una de mis manos y la llevó directamente al asunto, el único calificativo que se me ocurre para describirlo es duro, como roca. Mis dedos se escabulleron contra mi voluntad dentro de su ropa interior y pude sentir directamente el calor de su parte más caliente. Me deshice de lo único que le quedaba puesto y quedamos frente a frente yo y su… pene. No sé que cara habré puesto pero no era una situación cómoda ¿Qué podía hacer, hablarle?
—No te asustes, no muerde—comencé a reír nerviosamente y tuve que taparme la boca para no soltar una carcajada.
—Eso lo se—dije apenas conteniéndome. Nunca había visto uno tan de cerca en vivo y en directo, mis únicas referencias eran libros de biología y porno.
—No te rías de mí que me da vergüenza—dijo antes de tumbarme en la cama—no soy el más dotado del país, pero no esta mal—río como un niño pequeño dándole un toque casual y relajado a la situación, Gabriel me hacía sentir cómoda y confiada, segura conmigo misma.
Solo puedo acotar que la mejor ropa que le he visto puesta a Gabriel es la invisible. Nunca podrá verse más guapo, sexy o provocativo, que como se veía esa noche desnudo en la penumbra.
Se recostó sobre mí con premura paseando sus manos por todo mi cuerpo, deslizando las yemas de sus dedos por las curvas de mi cintura, dibujando con su lengua las areolas de mis senos y presionando con su hombría mi húmedo sexo. No tardó en quitarme la única prenda que me quedaba. Y explorar con sus dedos al igual que lo había hecho la última vez. Tocó cuanto quiso y por donde pudo. Presionó mi clítoris e introdujo sus dedos por mi entrepierna desatando sensaciones que jamás podría haber imaginado. Solté un gemido de excitación que me sorprendió ¿Yo, gimiendo cual mujerzuela? Traté de comportarme pero él se obstinaba en morder mi lóbulo y torturar con su mano libre mi pezón derecho…
—¿Gabriel es zurdo?
—¡Cállate Carmen por el amor de dios! Prosigue...
—Acuné su cara entre mis manos y la separe dejándolo justo enfrente de mí mirándome directamente a los ojos, jadeante y sudoroso.
—Gabriel... —dije con la respiración al límite. Era el momento para decir la verdad, si lo dejaba pasar ya no habría vuelta atrás, debía mencionar el pequeño detalle de mi virginidad.
—¿Que?—logró susurrar absorto en mi mirada. Era tan posesivo y tan animal. Vi la urgencia en sus ojos, esa urgencia de hacerme suya. Y por primera vez en mi vida me sentí distinta. Era deseo, Gabriel me deseaba completamente y su necesidad de tenerme era mayor que cualquier secreto de niña primeriza. Poco importaba si le decía o no, nada cambiaría. Su hambre de mí era tal que cualquier cosa que hubiera dicho hubiese sonado como silencio en sus oídos. ¿Para que matar el momento si podía echarle leña a ese fuego que minuto a minuto aumentaba amenazando con quemar cada célula de mi ser? ¿Para que mitigar algo que tan bien me hacia sentir?
—¿Que pasa?—volvió a preguntar.
—Es momento del sexo furioso...
Carmen vuelve a escupir su bebida en mi cara y ocupo la misma servilleta para secarme. Mis tomates siguen intactos.
Se levantó en busca de su pantalón y sacó un paquetito plomo de preservativos...
—Puedes saltarte esa parte—acota Daniela.
—Ok. Se abalanzo a mi oreja y susurro un par de palabras que supongo estaban en italiano. Pudo haber dicho "te deseo ahora como nunca nadie te ha deseado" como pudo ser "prefiero el atún en agua que en aceite" la verdad nunca lo sabré. Solo se que sus suaves palabras vibrando en mi oído relajaron hasta el último músculo de mi cuerpo y me entregué sumisa a cualquier cosa que quisiera hacerme. Me besó casi lastimando mis labios y con su mano ubicó todo en posición.
—Avisa si duele—dijo y rogué a los cielos no tener que hacerlo. De lo mojada que estaba, entró con facilidad el primer trecho y pareció que nada malo iba a suceder, sentí un calor crecerme en el vientre y la cara se me calentó como brasa ardiendo. Era una sensación completamente distinta a cualquiera sentida antes, pero no la describiría como placentera o desagradable, solo distinta. De repente pareció que topaba con algo y una ligera molestia amenazo mi paz.
Gabriel presionó más fuerte y el dolor comenzó a aparecer. No pude dilucidar bien que lo provocaba o donde venía, pero me estaba haciendo difícil mantener la boca cerrada.
—Para...
—¿Duele?
—Mucho
—Es culpa de mi equipamiento—"es culpa de que aun tengo himen" pensé, pero no quería destruir su confianza así que me guardé el comentario.
Se giró un poco y curvó mi espalda, intentando encajar las piezas con el menor roce posible, pero es difícil meter un tarugo en concreto que nunca nadie ha fresado antes. Si se lo hubiera dicho a Gabriel en esos términos probablemente hubiera entendido, él sabe poner tarugos se las hubiera arreglado, pero lo único que salía de mi boca era "auch", "para", "por favor no más" y "suficiente". A los cuales, como muy bien predije, hizo caso omiso.
Reacomodó por última vez todo entre nosotros y me abrazó firmemente, presionó con fuerza hasta donde dolía sacándome un quejido. Posó su boca en mis labios abiertos y embistió. Lo que sentí es solo comparable con que se me rajo el alma. "Shh" dijo sin mirarme como una nana tranquilizadora y traté de que no viera las lágrimas que me resbalaban por las mejillas, siguió moviéndose rítmicamente al compás de mis latidos, el dolor se convirtió en ardor y el ardor en placer. Y sin darme cuenta lo tenía sujeto del pelo reclamando su boca como mi propiedad, apretando sus nalgas como siempre quise, empujándolo hasta internarse más en mi y gritando su nombre en la oscuridad de la noche. El desenfreno de sus besos y la inquietud de sus manos me incitaba a poseerlo y al mismo tiempo entregarme a sus deseos siendo comandada en todo momento por aquellos ojos negros demoniacos que lo único que deseaban era comerme. No me reconocí a mi misma, era otra la Camila en esa cama, una a la cual no le importaba que pensaran de ella y sus perversiones, una que no tenía ningún problema en pedir más para saciar su deseo, o de morder, lamer y succionar a Gabriel para satisfacer sus ganas de él. Gab sabía lo que hacía y yo, yo tenía ganas de que lo siguiera haciendo.
—¿Estas lista?—dijo con apenas un hilo de voz entre tanta respiración entrecortada. A lo que no supe a ciencia cierta que responder.
—¿Lista?
—¿Te vas ya?—preguntó y creí que me sonrojaría aun más de lo que ya estaba.
—No se—traté de vocalizar con apenas un poco de aire en los pulmones—no creo—respondí con sinceridad. No sabia como se sentía eso y no era momento de entablar una charla educativa sobre el orgasmo femenino.
—Te molesta si...—dijo mirándome fijamente con el cabello desordenado y una gota de sudor en la nariz, sin dejar de moverse ni de tocarme. Negué con la cabeza y el apuró el ritmo, lo abracé con brusquedad al aumentar el placer en mi vientre, asiéndome con fuerza a su cuello. Tomó solo unos segundos sentir el temblor en su cuerpo y la contracción en sus brazos, seguidos de un quejido ronco y gutural salir de su garganta. La piel se me puso de gallina y él se desplomo en mi pecho, intentando regular la respiración mientras yo observaba su cabeza bajar y subir al ritmo de mis propias inhalaciones y exhalaciones. La sensación era una extraña mezcla de satisfacción y adrenalina acompañadas de unas ganas locas de reíme.
El comenzó primero, como una leve insinuación, que terminó en carcajada, no pude hacer más que seguirlo y sin sentido alguno terminamos riendo como un par de idiotas con nuestros cuerpos entrelazados.
—Se suponía que no debía tocarte ni con el pétalo de una rosa—soltó luego de calmarse nuestras respiraciones.
—Yo no vi ningún rosal allá abajo—torció el gesto en una de sus sonrisas patentadas.
—Tonta—dijo antes de ir al baño. Yo me enrosqué en posición fetal tratando de revivir cada sensación, Gabriel regresó luego con calzoncillos limpios.
—¿Puedo dormir acá? En mi cuarto hace frío.
—Sí—mascullé medio dormida. Se metió a la cama rápidamente y pasó sus brazos por mi cintura—hay algo que debo decirte…—agregué un poco antes de que se me acabaran las fuerzas.
—Mañana—respondió, me apretó más fuerte y susurró algo inaudible. Me quedé profundamente dormida.
Carmen y Daniela me miran con la boca abierta de par en par sin mover un músculo.
—Entonces ¿Lo hicieron?—alcé una ceja ante la pregunta de Carmen. ¿Es que no escucho toda la historia acaso?
—Ok todo de nuevo. Me baje del auto...
—Es que no te lo puedo creer—acota—¿Es una versión fiel a la realidad?
—Casi como un documental—respondo.
—Tengo que conocer a ese muchacho—Daniela se levanta decidida tomando sus cosas—iremos a tu casa ahora.
Cuando mis neuronas hacen sinapsis por fin ellas ya están varios pasos por delante de mí, guardo mi almuerzo a medio comer y las sigo. El metro nos conduce hasta salvador y en menos de lo que canta un gallo tengo las llaves en las manos y un par de chicas locas a mis espaldas. Abro con teatralidad esperando que el minuto dramático acabe, entramos y lo primero que diviso en un gran bolso azul junto a la mesita del teléfono.
—¿Hola?—Digo en voz alta y Gabriel aparece, su rostro es diferente, acongojado. Lo recordó, recordó lo que sucedió entre nosotros, lo recordó absolutamente todo.
—Camila yo…—sus palabras desaparecen al ver a mis amigas y calla. Alex aparece desde la cocina y lo observa de pies a cabeza.
—No es necesario que te vayas.
—Sí, lo es.
—Ellos pueden solucionar sus problemas sin ti.
—No Alex no pueden. Solo serán unos días.
El timbre suena y todos nos quedamos observando hipnotizados la puerta. Gabriel rompe el hechizo y abre. Un hombre alto y rubio lo mira con superioridad y sonríe de una forma que se me hace tremendamente conocida.
—Gabito ¿Qué tal?
—Vicho…
—Hola Shomali número tres—saluda el extraño—hola chicas—las tres saludamos de vuelta—lo pasas malito parece. Quien lo diría… es como la venganza del patito feo—Gabriel le tira el bolso de lleno en la cara y el extraño logra sujetarlo por poco—¿Quieres que cargue tus cosas también?
—Si no es mucha molestia para tus masculinos y hermosos bíceps
—¡Que va! Todo para evitarle un desgarro invalidante a mi tierno hermanito. Adiós Shomali número tres, chicas…—se va con Gabriel siguiéndolo de cerca.
—Nos vemos en un par de días—dice antes de desaparecer cerrando la puerta.
Miro a Alex con las interrogantes escritas en la cara ¿Qué demonios acaba de pasar?
—Vicente Vernetti, la razón por la cual crearon la pena de muerte—escupe molesto—ya veras, volverá molesto y metido en más de un problema.
Suspira y saluda a Carmen y Daniela quienes se pierden en sus ojos verdes, les ofrece pastel, café y quizás cuantas cosas más, me voy a mi cuarto a dejar el bolso y cambiarme los zapatos.
Sobre mi escritorio hay una nota, es de Gabriel.
Camila:
Sufrí un extraño golpe de información hoy en la mañana y creo que recordé algo que pasó la otra noche, cuando regrese lo hablamos. Te juro que no es mi intención dejar las cosas así pero debo irme.
Nos vemos.
Ciao
PD: Según lo que recuerdo, estabas depilada ¡Buen trabajo!
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