♠ Capítulo 14: El pétalo de una rosa

Masco mis panqueques con manjar, recién hechos por Alex, mientras observo divertida como Gabriel recorre la casa, a medio vestir, buscando una polera limpia, su código penal y el móvil.

—¿Estás seguro que no quieres que te preste una mía?—pregunta Alejandro sentado junto a mi bebiendo una tasa de café.

—No, me quedan pequeñas las tuyas—dice y lo veo pasar rápidamente hacia los cuartos.

Tomo un sorbo de leche caliente y me llevo otro pedazo de panqueque a la boca.

—Código penal... ven muchacho—dice como si se tratase de un perro y no de un libro.

—Yo vi un libro azul en el baño—digo en voz alta.

—Todos mis libros son azules—responde. Me quejaría por su rudeza pero ha sido tan amoroso conmigo los últimos días que lo paso por alto.

Debido a la gripe que se agarró el sábado estuvo en cama domingo, lunes y martes, días en los que el fantasma de la ternura lo poseyó. No solo me agradecía por las cosas que hacía, también me pedía que lo acompañara para no sentirse solo e incluso me interrogaba sobre las materias que estudiaba cuando estábamos juntos ¡Si hasta me pidió que le acariciara la cabeza! Pero hoy es distinto, ya se siente mejor, es independiente y no necesita más a su enfermera de medio tiempo. Cabrón.

—Acá estas ¿Que hacías en el baño?

Mi "te lo dije" es ahogado por el pitido de la lavadora avisando que la ropa esta lista. Gabriel corre hasta ella con el bolso ya cruzado en el cuerpo y se la pone, aun húmeda, sin sacarse el bolso. Da media vuelta para salir pero Alex lo detiene.

—Toma—dice y le entrega un pequeño bolso de mano—hay sopa de pollo, jugo de fruta y ensalada de espinacas, también metí una caja de paracetamol en caso de que te suba la fiebre—momentos como estos me hacen pensar que Alejandro hubiese sido un gran medico. Gab mira las provisiones y sonríe.

—Gracias cariño—se acerca y de improviso besa la mejilla de Alex—recuerda llevar a los niños a la escuela. Si ven mi móvil en algún lugar pasen a dejármelo, estaré en la sala G-12 a las once—corre a la puerta y sin despedirse sale pegando un portazo.

Ambos suspiramos al unísono.

—Era tan agradable el departamento cuando estaba enfermo—digo.

—Una delicia—levanta mi plato y el de él y los deja en el fregadero—y como guinda de la torta debo buscar su celular ahora.

—No te molestes—digo al mismo tiempo que saco el aparato de mi bolsillo.

—¿Lo tuviste tu todo el tiempo?—asiento solemne. Luego esbozo una sonrisa—¿Qué estás pensando?

—Operación Carly Hell Jepsen, Alejandro, ya está en marcha—me mira temeroso.

Cuando mi madrastra, Alicia, llego a vivir a mi casa lo convirtió inmediatamente en su territorio. Tierra hostil, tanto para mí como para mi hermana, en la cual las reglas eran creadas, administradas y llevadas a cabo por ella única y exclusivamente. Mi padre, para variar, brillaba por su ausencia y si en alguna remota ocasión era localizable sus respuestas siempre se movían entre el "pregúntale a Alicia" y "que Alicia se encargue".

Por nuestra parte, Javi y yo, entendimos rápidamente que si queríamos justicia había que tomarla por nuestra propia mano, y si no había esperanza en llegar a un acuerdo pacífico la respuesta era una sola, venganza. Es así como pasamos de estar en sector "cosas que venían en el paquete de las cuales no preocuparse" a la sección "enemigo público número uno". Si en un principio no le caímos bien al final de su segundo año en casa nos detestaba de tal manera que no había castigo suficiente que calmara su ira.

De aquellas batallas campales con Alicia aun guardo un par de habilidades y características, el más importante de mis aprendizajes: nadie queda impune. Si bien Gabriel se había llevado un par de días de delirio febril en cama, según mi balanza interior aquello no cubría completamente el altercado del sábado por la madrugada, debía pagar aun la vergüenza de hacerme correr descalza escapando de unos inocentes runners. Por esa misma razón urdí un plan básico, solo para dejarnos a mano.

Cinco para las once lo diviso en el patio de derecho frente a la sala que el mismo había indicado, habla despreocupadamente con un par de compañeros. Me acerco con cautela, lo saludo con mi mejor cara de inocencia y le entrego el teléfono, el se despide y entra a clases algo atrasado.

Espero unos minutos junto a la puerta, es importante que la clase empiece y todos guarden silencio. Tomo mi teléfono y marco el número de Gabriel. Mi plan tiene un solo punto flojo, si silencio el móvil todo el esfuerzo habrá sido en vano. Suena el primer timbre pero no escucho nada en el salón, estoy a punto de de decepcionarme cuando la empalagosa y reconocible tonada de “Call my maybe” interrumpe el silencio del lugar. Se oye un murmullo y el profesor pregunta de quién es el teléfono. Nadie responde. Pasan los minutos y el murmullo aumenta.

—Gabriel, creo que eres tú el que suena—dice una muchacha. Miro por la ventanilla de la puerta con suma cautela para no ser detectada, para mi suerte Gabriel está dentro del rango de visión.

—Ese no es mi ringtong—dice con cara de sorpresa.

—Estoy casi segura—contesta la chica.

El saca el aparato del bolso y ¡Sorpresa! Si es el suyo el que suena. Se le descompone la cara mientras que un coro de risotadas hacen eco.

—Conteste señor Vernetti, podría ser su novio. Pero déjenos escuchar la conversación, ya escuchamos el tono tanto rato que sería descortés no saber qué sucederá a continuación—dictamina el profesor y a Gab no le queda más que contestar. No tenía planeada esta parte pero improvisar no se me da mal.

—¿Aló?—pregunta con falsa cortesía. Borré mi número de su teléfono para poder jugarle alguna que otra broma en el futuro así que no tiene idea que soy yo.

—¿Qué tal tu primer día de regreso a la universidad?

—¿Camila?—abre los ojos a más no poder sintiéndose, muy probablemente, el idiota más grande de la tierra.

—Te queda muy bonito el color rojo tomate—digo cuando la cara se le enciende. Casi como reflejo mira hacia la ventanilla de la puerta, me escondo un segundo después de que nuestras miradas se encuentren.

—Comienza buscar un nuevo lugar donde mudarte—gruñe y corto. Las risas aun son muy audibles dentro y hasta el maestro no puede aguantar una carcajada. Salgo corriendo por el pasillo, riendo como loca, como si Gabriel fuera tras de mí. Cruzo el patio de comunicaciones y debo detenerme a tomar aire en la fuente del edificio de biología, correr y reír es difícil, camino ya más calmada hasta la clínica de la universidad, doblo en un par de esquinas y salgo por el área de urgencias, cruzo el pasillo repleto de niños tosiendo y mujeres de cara roja. Al fondo veo la entrada a la cafetería y apuro el paso, voy algo atrasada.

Entro y casi de inmediato me encuentro con Claudio, está sentado en la mesa de siempre leyendo el diario vestido con su traje de interno, su delantal blanco y el fonendoscopio en el cuello. Trago saliva y me acerco, si Claudio quiere hablar en privado significa que es algo digno de analizarlo con un abogado, lástima que el único que conozco no le guste Carly Rae Jepsen.

—¿Querías hablar?—pregunto.

—¡Hola! Siéntate por favor—me ofrece la silla a su lado, yo me siento al otro lado de la mesa—tranquila no muerdo.

—Prefiero no arriesgarme.

—Te traje algo—dice sonriente y me entrega una rosa roja. No sé cuáles son sus intenciones pero de buenas a primeras ya está tratando de matarme.

—Soy alérgica—arguyo.

—Cierto, creí que sería un lindo gesto.

—De acuerdo Claudio ¿Dónde está el cadáver? Esta muy duro o aún podemos meterlo en una maleta—se sorprende y mira a todas partes nervioso.

—No hay ningún cadáver, solo quiero ser amable—alzo una ceja.

La mesera nos atiende, el pide un café cortado y yo un jugo de frambuesa. Parece extrañamente torpe hoy, tira un poco de café en su bata, deja caer el diario, riega azúcar por toda la mesa, por el bien de los pacientes que no entre a pabellón.

—¿Y?

—¿Y qué?—dice mientras intenta limpiar su bata con una servilleta.

—¿Para qué me llamaste?

—¡Claro! Tengo que pedirte algo...

—Eso lo supongo ¿Qué es?

—¿Podrías acompañarme a la cena del congreso de neurocirugía?

—¿Algo así como tu pareja?

—Sí, o sea no... sí, pero no—se pasa la mano por el cabello rubio peinándolo hacia atrás—quiero que me acompañes como mi pareja pero no es ninguna especie de cita, es más bien por conveniencia.

—¿Conveniencia?—bebo un sorbo de jugo pero me aseguro que quede lo suficiente, sea lo que sea que venga va a ser difícil de tragar.

—Bueno tú eres...—ruego que de su boca no salga lo que creo que va salir—... la hija de Héctor García, conoces a mucha gente ahí.

Tomo el resto de jugo para evitar tirárselo en la cara y me muerdo la lengua.

—Claudio, te juro que aunque me hubieras salido con alguna estupidez como "estoy enamorado de ti, por eso te invito", no me hubiera enfadado tanto como lo estoy ahora. Acabas de decir las palabras exactas para hacerme enfurecer hasta la medula, hazte un favor a ti mismo y no vuelvas a dirigirme la palabra.

—No, espera yo quer...

—¡Tú nada! Tú te callas y desapareces de mi vista.

—Camila tranquila solo...

—Claudio, en serio, no me hables más...—agarro mis cosas y salgo iracunda de la cafetería pero conservando mi dignidad. Antes de desaparecer del campo visual de Claudio tiro la rosa a la basura.

Subo la escalera hasta el tercer piso, doblo por los laboratorios de química y me asilo en el auditorio. Marco el teléfono de Carmen, solo ella puede estar detrás de esto.

—Aló

—¡Carmen!—ladro—deja de meterle ideas en la cabeza a tu primo.

—¿Que hizo ahora?

—Un par de comentarios desatinados...

—Le dije que fuera sutil...

—¿Sutil? ¡Claudio es todo menos sutil!

—Cálmate, él solo quería invitarte a ese congreso de cirugía o algo así, ya sabes tú le gus...

—¡No! No lo digas, no quiero escucharlo.

—No puedes negarlo para siempre.

—Carmen no quiero tener nada que ver con Claudio, la cirugía o los médicos ¡Nada! Por favor la próxima vez que el vaya contigo en busca de iluminación transmítele este mensaje: ¡Nunca va a pasar!

—Pero oye...

—Pero nada, adiós Carmen—corto el teléfono y dejo caer mi cuerpo en una de las sillas de la primera fila. Claudio acaba de enturbiar el agua que tanto me había costado decantar, es como si el barro del fondo de mi alma levantara una poderosa capa de incertidumbre, las cosas se me ponen confusas nuevamente ¿Es que acaso nunca aprende que no debe mencionar a mi familia, por ningún motivo? Me restriego la cara con las manos, hace media hora no podía parar la risa y ahora estoy a punto de llorar. El que mucho ríe termina llorando. Dice una voz en mi cabeza. Esas eran las palabras que siempre decía Alicia antes de descubrir la nueva travesura que Javiera y yo habíamos hecho ¿Porque la recuerdo justo ahora? Quiero olvidarla. No quiero pensar en ellos, no quiero pensar en mi familia. ¿Hace cuanto que no los veo? ¿Un año, un año y medio? A Enzo debe haberle crecido mucho el cabello, si es que Alicia no lo rapó nuevamente y Martin debe haber cambiado ya todos los dientes. Hace cuanto que no hablo con mis hermanos, han de ser ya su par de meses. Los extraño, pero llamarlos conlleva el riesgo que Alicia conteste, y si hay algo que quiero evitar a toda costa es hablar con Alicia.

Alicia dos caras, así la llamábamos mi hermana y yo. Gritábamos su apodo desde lo alto de la escalera y cuando la escuchábamos subir, generalmente para tirarnos de las orejas y encerrarnos en nuestros cuartos, corríamos a toda prisa para escondernos en el baño. Cerrábamos el pestillo, colocábamos el cesto de la ropa en la perilla para trancarla, Javi se sentaba en el retrete, me sentaba en sus piernas y pasábamos lo que quedaba del día escuchando como Alicia dos caras golpeaba la puerta y tiraba de la manija, amenazándonos de lo que nos pasaría cuando saliéramos. Cuando mi padre llegaba a la casa era él quien sacaba la puerta para desalojarnos. Si él no llegaba, situación muy común, nos quedábamos ahí hasta que Alicia se dormía, a eso de las doce de la noche. A veces, cuando Alicia se descuidaba, Javiera corría hasta la cocina, sacaba algunas galletas y leche, y volvía a toda velocidad para hacer un "picnic" en el baño y así aguantar las largas jornadas. Era como jugar a tomar el té, pero sentadas en la baldosa. Javiera era ya bastante grande en esa época y probablemente no gustaba de jugar a las tacitas pero lo hacía de todas maneras, para entretenerme, para que me sintiera segura.

Cuando papá era el que nos sacaba no nos decía nada, generalmente nos mandaba a nuestro cuarto para que reflexionáramos. Partíamos con la cabeza gacha mientras Alicia lloraba diciéndole a mi padre que ya no nos aguantaba, que éramos malcriadas y que la torturábamos sin razón. Ella solo lloraba cuando estaba mi padre, Alicia dos caras solo lloraba con mi padre presente.

Años después descubrí que había calificativos para esas personas: zorras cínicas y manipuladoras. Así debimos haberla llamado desde un principio.

Cuando llego a casa lo primero que veo es el teléfono. Dejo mis llaves sobre la mesita y me quedo un buen rato hipnotizada por la línea fija. Las inesperadas ganas de hablar con Enzo y Martín hacen que me escuezan las manos por levantar el auricular. Solo marcaría, sostendría el teléfono hasta que contestara alguno de los dos y cortaría, solo quiero saber que están vivos, que están bien. Casi puedo escuchar sus voces, la de Enzo debe haberse vuelto mucho más masculina y Martín debería estar pronunciando perfectamente las r, había mejorado mucho la última vez. Sacudo mi cabeza, es una mala idea, llamar a casa siempre es una mala idea.

Me dirijo a la cocina pero no alcanzo a dar un segundo paso cuando tengo ya el auricular en la mano y he mercado ya aquel número que tan bien conozco. ¿Por qué no contesta nadie? Tranquila solo ha sonado dos veces. Son las cuatro y media, a esta hora Martin ve caricaturas, debe estar sentado en la sala ¿Por qué no me contesta? Quizás es uno de esos momentos importantes en los cuales despegarlo de la pantalla es imposible.

Demonios, ya van seis tonos ¡Contesta Martín!

—¿Aló?—contesta una voz, es ronca pero no la confundiría nunca, es el tono tosco y rasposo de Enzo.

—¿Se puede saber porque me tienen esperando siete timbrazos? No recuerdo haberles enseñado a dejar esperando a la gente en la línea.

—¡¿Camila?! ¡Martín, ven, es Camila!—escucho los pasos torpes de Martín recorrer la corta distancia desde el sillón al teléfono, perece que pelean por el auricular.

—¡Oigan compartan el auricular!

—Bueno—dicen a coro y el corazón me da un vuelco.

—¿Dónde has estado? Mamá dice que no le contestas el teléfono—me encantaría decirle que ella no ha llamado ni una sola vez pero me abstengo, no tengo el derecho de interferir en la relación de mis hermanos con su madre—he estado demasiado ocupada Enzo.

—HeRmana me eligieRon para RecitaR un poema, la profesoRa dijo que mi dicción eRa peRfecta—dice Martín remarcando todas las r.

—¿Creo que escucho una r perfectamente pronunciada?

—¿Te gusta? Ya casi hablo como los grandes.

—Déjalo Martín, tengo que hablar de algo más importante.

—Pero...- Martín solloza y siento que se me parte el corazón—yo también quiero hablar con ella—rompe a llorar.

—Enzo pásame con él, hablo en un minuto contigo—hace lo que le digo.

—Martín ¿Me escuchas?

—iii...- balbucea, me lo imagino con los cachetes rojos y la nariz moquillenta—io tamben quiedo hablad contigo.

—¿Y dónde quedaron las r?

—No puedo hablad si estoy llodando.

—Creí que eras un niño grande...

—¡Soy un niño grande!—me grita por el teléfono y Enzo lo regaña.

—Mentira, los niños grandes no lloran...—se me viene la imagen de Gab y Alex llorando a moco tendido por el perrito—...por tonteras.

—Es que te extraño.

—Y yo a ti mi bebé, te prometo que haré lo posible por que nos veamos pronto—miento, mientras su madre sea Alicia nunca volverán a verme.

—¡Ya no soy un bebe!—grita nuevamente.

—Demuéstramelo, pásame con tu hermano—duda un segundo pero finalmente se despide y se lo pasa a Enzo. Parece que ya no le importan las caricaturas, puedo escuchar cómo se aguanta los sollozos parado junto a su hermano.

—Aló ¿Camila?

—Sigo acá.

—Bien ¿Dónde estás? ¿Sigues en la residencia?

—No Enzo, estoy viviendo con... unos amigos, no puedo decirte donde pero estoy muy bien.

—¿Comes bien?

—De maravilla, Alejandro es casi un chef—respondo contenta, Enzo siempre se preocupa por mi bienestar.

—¿Quién es Alejandro? ¿Es tu novio? ¿Vives con tu novio?—pregunta sorprendido.

—¡No! No es mi novio, es un amigo, te caería bien, se preocupa por mi casi como si fueras tú...—pelean de nuevo por el teléfono y Martín vuelve al habla.

—¡No puedes tener novio! ¡Dijiste que te casarías conmigo!—Enzo le quita el auricular nuevamente, yo suelto una risita.

—Martín tiene razón, no puedes tener novio, no a menos que nosotros lo aprobemos, no vamos a dejar que te pase lo que a Javiera, esta vez nosotros escogeremos.

—Caramba, no sabía que mis novios tenían jueces.

—Definitivamente—río.

—Enzo quiero que hagas algo por mí.

—¿Qué pasa?

—Anota este número, si me necesitan llámenme, pero, no puedes decirle a tu mamá que lo tienes, por ningún motivo.

—Pero, yo no sé mentir...

—No le mientas, simplemente no lo comentes y trata que Martín no diga que llame y definitivamente no le digas que tienes mi número, insistirá hasta el infinito para que me llames si lo sabe—hay un silencio en la línea y casi puedo ver a Enzo asintiendo con expresión concentrada, tiene la mala costumbre de hacer gestos por teléfono—Enzo, no puedo ver lo que haces en este momento, háblame.

—Claro. Voy por un papel—le recito el número y él lo anota.

—Debo irme—dice de improviso—llego mamá... ¡Ya voy mami!... trata de llamar mañana a esta hora, estaremos solos, adiós te queremos.

Corta sin poder despedirme. Se forma un vacío en mi pecho y no me aguanto las ganas de llorar, me corren las lágrimas como acido quemando mi piel, me siento tan sola y desamparada como cuando tenía cinco y esperaba en el baño que mi hermana volviera, casi puedo sentir el suelo frío de las baldosas y el incesante gotear de la llave de la tina musicalizando un instante que se me antoja eterno. Aun tengo el auricular en la oreja.

Para cuando logro controlarme y cuelgo, no tengo ganas de comer, nada pasaría por mis apretadas tripas en este minuto. Me voy al cuarto pero antes me detengo en el pasillo, las fotos familiares siguen ahí y, a pesar de llevar casi tres semanas viviendo aquí, aun no logro reconocer ni a Gabriel ni a Alejandro, hay veces que podría tirar el nombre al aire pero con poca o nula seguridad. Son bellas, familias grandes sonrientes, hay por lo menos tres familias distintas, una más antigua que las otras dos. Yo no tengo de este tipo de fotos, todos juntos en algún lugar del mundo, sonriendo, siempre salíamos yo y mi hermana con mi padre o solas, nunca con el resto de la familia. Dejo salir la extraña sensación de soledad que oprime mi pecho y me retiro a mi recamara exhausta. Estudio usando el método de Gab por dos horas, es increíblemente tedioso, pero tengo mucho que ganar y me queda poco que perder. ¿Qué más da? Luego de freírme los sesos resolviendo un ejercicio más largo que todas las temporadas de E.R juntas (el cual misteriosamente me salió bien a la primera), tomo un merecido descanso y me recuesto, Agatha aparece de la nada y se recuesta sobre mi pecho ronroneando. Le acaricio un costado y se estira cual acordeón apoyando su espina en mi vientre. Parece infinitamente agradecida que le rasque donde ella no alcanza. Nunca tuve una mascota... ¡Por dios Camila! Para ya con la victimización, no todo en tu vida es terrible ¡Conserva la dignidad niña!

Escucho la puerta abrirse y, por la canción que tararea, sé que es Gabriel.

—Maldita sea, estoy cantándola de nuevo—dice molesto y se detiene. Hace un silencio y escucho un chocar de platos y vasos, está en la cocina. Me levanto de sopetón y Agatha vuela por los aires, desarmo la cama y me meto bajo las sabanas en posición fetal de espalda a la puerta, si finjo dormir evitaré cualquier altercado con Gab. Me quedo quieta, casi muerta, respiro lento y pausado y cierro los ojos. Los pasos de Gabriel se acercan por el pasillo y canturrea Call Me Maybe, maldice nuevamente. Una leve risita se me escapa, los pasos se detienen.

Gabriel entra en mi cuarto y sus pasos pesados retumban en el silencio, me muerdo el labio con ahínco para no soltar una carcajada, lo único que logro recordar es la cara roja de vergüenza de Gabriel.

—¿Camila?—pregunta pero hago omiso, como si en verdad durmiera profundamente. Me destapa violentamente y con un solo movimiento. No muevo ni un músculo. No puedo verlo, está del lado opuesto, no sé a ciencia cierta lo que está haciendo pero pod... ¡Ahhh!

Me toma del tobillo derecho y me arrastra, como si mi peso fuera nulo, hasta la orilla de la cama, dejando mis piernas fuera de esta. Suelto un grito por la sorpresa. Siento como se sienta a horcajadas sobre mí y me atrapa las manos sobre mi cabeza con una de las suyas.

—Te estoy hablando Camila—dice con voz suave y seductora, nunca antes se la había escuchado. Por lo menos no está haciendo el sonidito con la lengua, eso es bueno ¿No?... ¿No?

—¡Hola!—saludo casual con su cara menos de quince centímetros de mí—¿Cómo va tu día?

—Espectacular, me interrogaron oralmente, solito a mí ¿Sabes cómo me llamó Monsalve?—niego con la cabeza y nuestras narices se rozan—Carly Gab Jepsen, y constantemente se refería a mí como "señor Jepsen"—me suelta las manos para hacer las comillas, me llevo las manos al rostro y me tapo la boca para ahogar un carcajada. Carly Gab Jepsen, hilarante. Me mira con ojos sombríos y se sienta sobre mi cadera, pesa—¿Te divierte la venganza?—pregunta cruzándose de brazos—porque dos podemos jugar al mismo juego. Yo también se vengarme—vuelve a inclinarse sobre mí y me mira directo a los ojos, son oscuros y profundos, asustan. Trato de hundirme en el colchón para disminuir la cercanía pero es imposible, estamos tan juntos que su olor me embriaga. Aun no descifro a que me recuerda su olor... ¡No es el momento de pensar en eso tonta!

Elimina nuestra distancia y me besa... la coronilla.

—Pero ahora no, ahora tengo hambre—cómeme, pienso. Él se levanta y se va. Me siento en la cama y medio descerebrada observo el umbral de la puerta por donde se fue ¿Alguien le anoto la patente a lo que me acaba de golpear?

Luego de ordenar mi cama y disculparme con Agatha (asilada bajo mi cama). Me vuelvo a recostar y saco mi diario, aquella expedición a tierras desconocidas debe definitivamente ser documentada. Gabriel se aparece al rato con cara de pocos amigos. Temo que quiera... más bien supongo que... la verdad espero... deseo fervientemente que venga terminar lo que casi comenzó hace un rato. Entra sin preguntar, como siempre, y se lanza a mi lado ¿Desde cuándo se me hizo normal eso? Podría ser aquella vez en la cual llego tan borracho que se equivoco de cuarto, como también el día que tenía que estudiar y Alex y aquella muchacha rubia, que no volví a ver, no lo dejaban concentrarse, o quizás fueron las escapadas nocturnas cuando estuvo enfermo, quejándose que su cuarto era un infierno, las que me acostumbraron a su presencia en el lado derecho de mi cama.

—Lo acepto, fue una magnifica venganza.

—Gracias, no lo planeé mucho pero que puedo decir, tengo un don natural.

—Vete con cuidado Camilita, yo también soy experto en el arte de la venganza.

—No podrás superarme, años de práctica con mi madrastra.

—¿Solo una persona? Tengo cuatro hermanos, lo he visto todo.

Lo miro de reojo, está inmerso en el crucigrama del periódico del domingo recién pasado. No parece ponerle atención a mi diario.

—Las fotos del pasillo—susurro—¿Cuál es tu familia?

—Las tres del centro y las de la orilla izquierda. Las más viejas son las fotos que tenía mi abuela y las demás son de los Shomalí ¿No quieres poner una tuya? Se ve que te quedaras un buen tiempo.

—Por el momento no tengo—me levanto con avidez y salgo al pasillo, regreso con dos marcos en las manos. Nuevamente me recuesto y pego mi brazo al de Gab.

—¿Estos son los tuyos?—digo con una foto con siete personas en ella posando con los Moais de fondo.

—Sep, es muy vieja, yo tenía diez cuando viajamos a Isla de Pascua.

—¿Quién eres?—pregunto, el alza una ceja.

—El que está detrás de la niña rubia, por supuesto—miro la fotografía y los ojos se me salen de las cuencas, miro a Gab, miro la foto, miro a Gab nuevamente, la foto, Gab, foto... ¡Diantres!

—¿Te hiciste cirugía?

—No... ¿Qué pasa?

—Es que... bueno, eras—feo—distinto a como te vez ahora...

—¿Feo?

—Yo diría… poco agraciado—cuerpo raquítico, ojos saltones y enormes, boca grande, ligera desproporción entre la cabeza y el cuerpo, piel blanca como la cal y cabello negro como el azabache.

—Gracias por la sutileza, la verdad no era el querubín más lindo del capitolio­—la basílica de San Pedro hubiese sido un lugar no turístico si lo hubiesen puesto a él.

—Me sorprende que te hayan dejado salir en la foto, digo, pareces uno de esos fantasmas que aparecen solo en las cámaras—suelta una carcajada pegajosa, segundos después yo también río—disculpa, fue un comentario de mal gusto—agrego apenas.

—Tranquila, Alex me ha hecho cosas peores, una vez escaneo una de mis fotos escolares y la mando a agrandar. Esa noche la puso junto a mi cama y al despertar me lleve el susto de mi vida. Me parezco a la niñita del aro en esa foto. Lo único que me dijo al respecto fue: así de feo eras—se remata de la risa y me sorprende que no le acompleje ni un poco su aspecto físico anterior.

—¿Por qué haría algo tan cruel?—pregunto horrorizada, hasta el momento creí que Gabriel era el único pesado en casa.

—Porque yo lo...—queda con la palabra en la boca y cambia el discurso—no fui a verlo una vez que se accidento con una moto.

—¿Lo atropello una moto?—si claro…

—Sí, fue terrible. Perdió un diente y se quebró una costilla, además de todos los otros moretones...—regresa la atención al crucigrama y su expresión se vuelve inescrutable.

—Creo que algo me mencionó.

—¿A sí?—sigue pegado al diario y finge que no le importa—¿Qué te dijo?

—Nada en especial, hablo del golpe, el hospital ¿Cual era la patente del vehículo?—inquiero tratando de ponerlo nervioso, el me mira directo a los ojos con extrañeza.

—GV-69—dice con una sonrisa extraña en el rostro. Se me escapa un bufido dejo la foto sobre mi mesita de noche y regreso a mi diario. Veo su mano tomar mi cuaderno y tirarlo lejos, cae junto al basurero de mi escritorio con algunas de las hojas dobladas ¿Que le sucede?

Para cuando despego la mirada del cuaderno él ya está sobre mí acorralándome con su cuerpo y sus brazos sujetos a mi respaldo metálico.

—Parece que Alejandro hablo más de la cuenta ¿Que más te contó?—se ve amenazante y me mira fijamente a casi veinte centímetros, hoy estoy increíblemente buena para medir distancias ¡Mish!

—Estaba usando eso, Gabriel—querido dios: si dejas que Gabriel termine lo que casi comenzamos, iré a cantar hasta al vaticano si es necesario, tomare los votos, me volveré vegetariana y reforestare la selva amazónica… dos veces.

—Tranquila, yo te daré algo para escribir—acto seguido reduce nuestra distancia a nada y con la violencia más animal me besa pegando mi cuerpo al respaldo. Dejo de pensar casi inmediatamente y mi cuerpo se rehúsa terminantemente a resistirse. Es como que en vez de besarme me devorara, sus manos son rápidas y se filtran entre mis ropas hasta alcanzar mi espalda desnuda, mi cintura, mis pechos ¿Cuando me ha soltado el sujetador? Toma mi cara y profundiza, más aun, el beso, es portentoso, salvaje, viril, es un animal. Me sujeto del respaldo con las manos mientras que él baja a mi cuello ¿Esto está realmente sucediendo? ¿No voy a despertar con la entrepierna húmeda en unos cuantos segundos? Un mordisco travieso de Gab en mi oreja me saca de la duda, no estoy soñando. Besa el recorrido de mi lóbulo hasta mi hombro y muerde. Apretuja mis senos y desliza una de sus manos a mi entrepierna y acaricia con fuerza sobre la tela. Un gemido se me escapa. En mi mente mi sentido común grita: ¡Detente! esto va muy rápido, las partes restantes de mi cabeza se acercan a él, con una mordaza y sogas.

Aun así no puedo parar de pensar que esto no está bien, mi maldito pudor me inhibe y por un segundo dudo, lo separo de mí y nos miramos a los ojos.

—¿Qué… va… mal?—dice con la respiración entrecortada.

—Nada solo pensaba...—¿Quiero esto? ¡Claro que sí bruta!—... pensaba en que deberías cerrar la puerta por si llega Alex.

—Da lo mismo, que la cierre él si le molesta—me besa con más urgencia y una oleada de calor me ataca por completo, hiervo en fiebre, desliza la mano por debajo de mi ropa interior y ¡Wow! Eso se siente rico, más que rico ¿Por donde está mintiendo los…? ¡Dios!. Su boca se separa de la mía, se ve contrariado y lamentablemente desaloja mi ropa interior, mis partes íntimas hacen un puchero.

—¿Que ve mal?—soy yo quien pregunta ahora, con apenas pulmón en mis aires, digo, paires en mis ulmones ¡Lo que sea!

—Si Alex estuviera acá me diría que esto está mal—alzo una ceja—muy mal—se levanta hacia la puerta y se detiene luego de tomar la manija—prometí no tocarte ni con el pétalo de una rosa, debo cumplirlo.

Sale cerrando la puerta tras de sí. Me quedo mirando el umbral anonadada, petrificada, excitada. Recuerdo que tengo que respirar cuando siento una presión en el pecho y cierro la boca.

¡¿Que mierda acaba de suceder?!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top