♠ Capítulo 13: Métodos poco ortodoxos

 

 —¿Vas a salir así?—pregunta Alejandro. Analizo mi ropa de trabajo y no hallo el problema.

—Supongo ¿Por qué?

Está sentado en el computador haciendo algún trabajo para la universidad. Yo en cambio voy lista y arreglada para atender mesas hasta las tres de la mañana.

—Eres algo así como un canapé en vendeja para los violadores.

—Son las seis y media Alejandro. Nadie me va violar a esta hora.

—Preferiría no arriesgarme.

—¿Y qué vas a hacer, acompañarme hasta allá?


Nos subimos al Mazda 3 rojo al mismo tiempo. Me pongo el cinturón y cruzo los brazos.

—Esto es innecesario—digo mientras el arranca.

—Me lo agradecerás cuando no estemos en la brigada de delitos sexuales—acelera e inicia el corto camino hasta el Pub.

—Exageras

—No, sé de lo que hablo.

—¡Tú y Gabriel vuelven a las tres de la mañana medios borrachos caminando quizás desde donde sin ningún problema!

—Somos hombres.

—¿Y eso que tiene que ver?

—Camila vengo de una familia machista donde me enseñaron que las mujeres son el sexo débil, incapaces de protegerse por sus propios medios.

—Esa es una suposición sin fundamentos Alex.

—¿Sin fundamentos? Cuéntame ¿Qué harías si un tipo se te cruza a  las tres de la mañana en un callejón?

—Corro
—A eso me refiero, sexo débil.

—Ok... Y si tú te encuentras con el mismo tipo ¿Qué haces? ¿Lo noqueas con una patada tu solito? ¿Eres ninja acaso?

—Primero, no saldría solo de noche, no soy estúpido—frunzo el ceño por la indirecta—así que probablemente en el caso que me encontrara con el grandulón estaría con Gabriel. Segundo ¿Te conté que me quebró una costilla? Ese bastardo es un animal, si lo ves alguna vez pelear te darás cuenta de que asusta. Si yo fuera un grandulón escondido en un callejón la última persona con la cual quisiera encontrarme es con Gabriel.

—Debe ser broma... él es bastante más delgado que tu, le falta... no sé ¿Hombros? ¿Contextura?

—Lo sé, pero es más alto y tiene ese instinto animal que asusta, es como si le quitaras todo lo humano que tiene y solo dejaras una criatura que pega patadas y lanza izquierdas. Pierde por teoría pero gana en furia.

—Da lo mismo, el tema aquí es que según tú soy una damisela que debe ser rescatada de la torre.

—Sí.
—¿Sí? ¿Así sin más? ¡Estamos en el siglo veintiuno!

—¿Qué quieres que haga? Esa es mi concepción femenina. No puedo dejarte ir semi-desnuda por las calles usando eso, que más que ropa parece vestuario de porno barata ¿En qué clase de lugar te hacen vestir así para trabajar? ¿Un café con piernas? ¿Haces toples para pagar la universidad? ¿Te prostituyes?—por razones que no logro dilucidar suena molesto, pero definitivamente yo estoy mucho más molesta.

—¡Alex detén el auto ahora mismo! ¡Voy a bajarme!

—Ni lo sueñes, dame la satisfacción de dejarte por lo menos en la puerta de aquel antro—le dio justo a la definición del lugar.

—Sigue derecho. Es al final de esta calle—digo rumiando mi ira.

Pasamos un minuto en completo silencio. No sé él, pero yo no me siento cómoda con que me llamen prostituta. Llegamos finalmente y me desabrocho el cinturón, abro la puerta y él me toma del brazo.

—Espera.
—¿Qué quieres?

—Lo siento. Es que me da muchísima rabia que no puedas aceptar que se preocupan por ti, sé que no soy la persona más suave de la tierra pero las cosas que hago son por sincera y desinteresada preocupación.

—Disculpa aceptada—apréndele Gabriel.

—¿A qué hora sales?—dice mirándome por sobre sus lentes sin marco.

—A las tres termina mi turno.

—A las tres y media estoy acá—suspiro con pesar pero no protesto. Solo en ese momento noto que suelta mi brazo, tuerce la boca en forma de sonrisa.

—Nos vemos en unas cuantas horas.

—Nos vemos—gruño y abandono el auto. Me quedo mirando al Mazda rojo hasta que dobla en la esquina y suspiro.

—¿Ese es tu novio?—pregunta una compañera sorprendiéndome por la espalda.

—No, mi papá


La noche transcurre sin más, gracias al cielo no veo a Claudio en ninguna parte, no creo que le den ganas de aparecerse luego de la resaca que se llevo en este lugar. No he sabido mucho de él durante la semana, quizás en que líos anda metido.

A eso de las tres regreso a mi casillero para retirar mis cosas. Tomo mi bolso y mi chaqueta y salgo a calle a esperar mi carruaje de princesa ¡Puaj!

En menos de cinco minutos aparece el auto y se estaciona junto a la acera y su piloto baja la ventana del copiloto.

—¿Cuánto por media hora?—es Gabriel echando malas bromas. Abro la puerta y le lanzo mi bolso en la cara.

—Idiota.
—Era una bromita. Si no puedo bromear sobre el canto coral por último déjame echarle mano a esto.

—¡No!
—Bueno, ahora sube.

—No te molestes me iré caminando.

—Sí eso es lo que quieres. Dame un segundo para estacionar y los dos caminaremos.

—No estoy bromeando Gab.

—Yo tampoco.

Diez minutos después ambos vamos caminando por Eliodoro Yañes, contra toda lógica posible. Me siento tan profundamente enrabiada con Gabriel que podría reventarle la cabeza contra la acera. ¿Por qué tenía que seguirme? ¿Por qué simplemente no me dijo que subiera? ¿Por qué vino él y no Alex?


—Vas muy callada.

—Son las cuatro de la mañana y voy caminado a casa, muerta de sueño, con hambre y frío. No me nacen muchas ganas de conversar.

—Tú lo quisiste así.

—¡Tú no me detuviste!

—No soy tu padre. Tú tomas tus propias decisiones—dice sacándose la chaqueta y colgándola en mis hombros—yo solo cumplo mi parte del trato, que es traerte entera y con toda la ropa a casa, que por cierto bastante poca es.

—¿Trato?
—Sí, Alex se atrasó con su trabajo y no pudo venir.

—¿Sigue trabajando?

—Sí...
—Pero se va a preocupar si no llegamos pronto.

—Cuando se sienta frente a la pantalla no sabe sobre el paso del tiempo.


Solía pensar que el camino desde el departamento hasta el pub era relativamente corto, ahora que lo hago caminando me doy cuenta de lo equivocada que estaba. Al sexta cuadra me cierro la cazadora de Gabriel medio tiritando y me amarro el mandil para proteger un poco mis desnudas piernas. Él va solo con una camisa de mangas cortas y un jeans delgado.

—¿No te entumes?

—Muero de frío—contesta—pero creo que puedo soportarlo hasta llegar a casa.

—No te hagas el valiente, si quieres puedo devolverte la chaqueta.

—Ahora tú no te hagas la valiente.


A la octava cuadra (de esas largas constituidas por cuatro de las cuadras regulares), comienzo a pensar que volver al auto es una idea acertada. Esta oscuro como boca de lobo, algunas luminarias no funcionan y los arboles hacen sombra manteniendo en penumbras las esquinas peligrosas. Siento un escalofrío recorrerme la espalda cuando algo parece moverse en el rabillo de mi ojo, miro para atrás asustada pero no veo nada. Tomo el brazo de Gabriel y lo zamarreo.

—Algo se movió allá atrás—digo con un hilo de voz. El mira con despreocupación.

—Ha de ser un gato o un perro.

—¿O quizás un violador?

—Eso sería bueno, te entrego en bandeja y salgo corriendo—lo miro sombría y le regalo un puñetazo en el pecho, el trastabilla pero retoma el equilibrio con rapidez.

—¡Salga señor violador! Acá hay una muchacha con la mitad del trabajo de desnudez hecho, lista y dispuesta a ser abusada—dice en voz alta hacia la calle.

—¡Cállate! Vas a despertar a los vecinos—digo luchando para taparle la boca con mis manos pero es tan alto que ni con seis guías telefónicas bajo mis pies podría lograr algo.

—¡Mejor! Así quizás tengas alguna chance de escapar...

Desde la pandereta de uno de los edificios salta un gato, es gris con las patas blancas. Corre cruzando la calle y se mete al jardín de los departamentos de en frente.

—No sé tú, pero yo le vi más cara de asesino serial—dice con las cejas juntas y cara de preocupación. Yo me doy media vuelta y sigo caminando.


A la onceava cuadra me pregunto ¿Cuanto falta? No es que me este quejando pero, son las cuatro un cuarto y hace un frío que se cala hasta el alma. Gabriel a mi lado hace un esfuerzo por no tiritar, la piel se le ha puesto de gallina y ha embutido las manos en los bolsillos hasta más arriba de la muñeca.

Me tenso al dilucidar un hombre apoyado en una de las farolas unos cuantos metros adelante, va de gorra y abrigo, roídos y viejos, en su boca brilla la punta encendida de un cigarro, parece un indigente o un criminal. Aprieto mi bolso con precaución pero me relajo, quizás es por lo que me dijo Alex hoy o quizás por la extrema despreocupación de Gab. Me siento segura junto a él. Se dobla hasta mi oído y susurra.

—Si saca un arma entrégale tus cosas de inmediato y sin chistar—lo miro a la cara pero él no me está mirando. Sus ojos están fijos en el extraño y sus manos, ya fuera de lo bolsillos, forman duros puños. Pasa uno de sus brazos por mis hombros y yo tiemblo de terror.

Nos acercamos más a él con cada paso hasta pasar justo por su lado. Nos detenemos y yo cierro los ojos presa del pánico.

—¡Gabrielito! ¡Qué grande estás niño!—dice el hombre dándole la mano a Gabriel.

—Hola don Rolando.

—¡Pero qué tiempo que no te veía por acá!

—Casi un año...

—¡Sigues creciendo!

—Eso dicen ¿Cómo ha estado usted?

—No me quejo...

—¿Ha pensado en salirse del negocio automotriz?

—Esta es mi vida niño ¿Qué haces a estas horas caminando por aquí?

—Llevo a la damisela a su casa. Camila él es Don Rolando cuida los autos de el restaurant del al frente—el hombre me estira su mano y yo le entrego la mía, es de origen muy humilde y tiene la cara llena de arrugas. Me sonríe con tranquilidad y no puedo evitar devolverle la sonrisa.

—Que linda muchacha Gabrielito.

—Es una amiga solamente don Rolando—ríe.

—Váyase con cuidado y no tome el camino oscuro.

—Gracias Don Rolando.

Nos despedimos y retomamos el camino. Gabriel aun mantiene su brazo sobre mis hombros y debo admitir que se me quita bastante el frío.

—¿Tú siempre supiste quién era?

—Sí.
—¿Por qué me susurraste esas cosas entonces?

—Es que tu cara de terror es impagable—le entierro una uña en el costado, logrando molestarlo lo suficiente.

—¿De dónde conoces a ese hombre?

—Hace muchos años me ayudo cuando estaba en un problema.

—¿Problema?
—Sí, cuando mi abuela se enfermo yo venía a verla casi todos los días, y recorría toda esta calle desde la escuela a su casa.

—¿Dónde vivía?

—En el departamento.

—¿El de salvador? Pero ahí...—de sopetón caigo en cuentas que el departamento no es de Alex, sino de Gabriel, le estoy pagando arriendo a Gabriel no a Alex.

—¿Creías que era el departamento de Alex?

—Sí...
—No te preocupes todo el mundo lo cree.

—Entonces tu abuela...

—Mi abuela vivía en el salvador y yo caminaba desde el colegio hasta allá todas las tardes, algunas mañanas y más de una noche. Generalmente me acompañaba Alex y nos íbamos correteando muertos de hambre hasta la casa de mi abuela.

—¿Que tenía?

—Cáncer. Un día salimos tarde de la escuela y se nos hizo de noche. Justo en esa esquina que pasamos recién nos interceptaron un grupo de tipos con claras intenciones de robarnos, hicimos lo posible por defendernos pero eran cuatro y nosotros solo dos. Arrancamos en cuanto pudimos y al llegar al restaurante tratamos de entrar, para nuestra mala suerte, ese día cerraba temprano. El único ser humano a la vista era Don Rolando. Nos defendió con un palo del grupo de delincuentes y curó una de mis manos, la cual me rompí golpeando la cara de uno de los tipos.

—¿Qué edad tenían?

—Yo quince y Alex dieciséis.

—Que historia...

—Tenemos muchas así.

—¿Son amigos desde hace mucho tiempo?

—Toda una vida. Es más, él ya estaba en el primer recuerdo de mi infancia. Es sobre los preparativos de mi fiesta de cumpleaños número tres, mi mamá me preguntó que a quien quería invitar además de mis primos y hermanos, lo único que respondí fue "invita a Miguel Alejandro, el hijo del vecino" ella no sabía de cuál de los cuatro me refería así que los invito a todos en vez de invitar solo a Alex con quien jugaba a la pelota todas las tardes.

Me enternece su historia, difiere tanto de mis primeros recuerdos de la infancia, tan distinto, la vida de Gabriel y Alex parece tan cálida y la mía se ve tan fría. Siento una envidia terrible, tantas ganas de tener lindos recuerdos de mi tercer cumpleaños de mi cuarto y quinto también. Pero no, mi vida no es así, tengo muy pocos o casi nulos recuerdos agradables de mi infancia, ni mencionar mis cumpleaños.

Se me cae el ánimo al retrete y las ganas de ir a mi casa para patearle la cara a mi padre hasta que despierte, increpándolo al mismo tiempo de mal padre, llenan mi espíritu. ¿Por qué yo no tuve fiestas de cumpleaños? No era difícil preguntarme si quería invitar una amiga, o traer un regalo a casa o mínimamente recordarlo.

—¿Pasa algo? Te quedaste repentinamente callada.

—No...—digo saliendo de mis tribulaciones—si ya has recorrido este camino tantas veces podrás decirme cuanto falta.

—Sí, faltan veinticinco cuadras

—¡¿Veinticinco?!
—Es broma—dice riendo, pero algo en mí me hace pensar que no es broma.


A la cuadra numero veinte me quito los tacos y recorro las veredas de Eliodoro Yañes descalza tratando de no pisar piedras y ramas, evadiendo basuras y rogando no enfrentarme con una posa de agua. Mi reloj marca las cuatro y media.

—¿Cuánto falta?

—No lo sé ¿Diez minutos?

—Faltaban diez minutos hace diez minutos

—Caminas muy lento.

—¿Es mi culpa ahora?

—Tú quisiste caminar—hiervo por dentro.

—¡No me hables más!

—De acuerdo.


A la cuadra veintisiete me pregunto ¿Será realmente la cuadra veintisiete o me habré equivocado? Es completamente posible que me saltara alguna o contara dos como una, incluso pude haberme confundido en la constitución de las cuadras...

—¡Alégrate! Esta es la cuadra veinticinco—dice Gab.

—Te dije que no me hablaras.

—Creí que querrías saber.

—No quiero saber nada—me adelanto un par de pasos. Siento un malestar en la espalda y las plantas de los pies no dejan de palpitarme.

—Siento como si llevara una roca en los hombros.

—Es el peso de tus propias decisiones.

—¡Silencio Gabriel!


A la cuadra treinta dejo de contar las cuadras. Son cinco para las cinco de la mañana y lo único que cabe en mi cabeza es la imagen bien formada de mi Box Spring de dos plazas con sus sabanas y cobertores. Siento la suavidad de la tela deslizándose por mi piel y la tibieza de acurrucarme hasta taparme la nariz. Daría mi alma por un té caliente o un plato de sopa.

Me paro en un semáforo y Gabriel me alcanza, hacía un rato que caminaba unos pasos detrás de mí, probablemente por mi ominosa aura maligna, eso y la divertida imagen que debe ser verme caminar descalza por las calles de Santiago. Me pasa el brazo por la espalda y me abraza, esta helado, puedo sentir sus manos gélidas incluso sobre la chaqueta.

—Tengo diez.

—¿Diez qué?

—Diez mil ¿Es suficiente por media hora de tu compañía?—suspiro sonoramente y el semáforo da verde. Bostezo y los ojos se me llenan de lágrimas, me refriego la cara y volvemos a caminar.

—¿Media hora? ¿Tan poco duras?

—No... Soy todo un semental, pero solo tengo diez mil, y te ves cara—no estoy segura si debo asustarme por su declaración o porque sabe cuánto cuesta una prostituta cara.

—Sabes Gabriel, eres agotador—siempre me pasa lo mismo con él, dice algo, luego me enojo, no se disculpa, me enojo aun más, dice algo aun peor, me enfurezco, parece no importarle, me enfurezco aun mas, contra toda lógica dice o hace algo muchísimo peor, me salgo completamente de mis casillas, el sigue hinchándome las que no tengo y finalmente, contra todo pronóstico, mis casillas vuelven a su lugar, creo que es un tipo de medida profiláctica de mi mente para evitar que se me reviente una aneurisma o algo de ese estilo. En resumen, Gabriel me saca por cansancio.

—Alejandro siempre me lo dice.


A las cinco y diez... ¡Son la cinco diez! Esto es inaceptable. Debería estar en la cama y en vez de eso llevo más de una hora caminando con este mal nacido.

—Te odio Gabriel—mascullo apretando los dientes. Él me toma de la mano y comienza a correr jalándome con urgencia.

—No mires atrás—dice y casi como un hechizo lo hago. Es solo un segundo, pero veo a tres hombres que corren en nuestra dirección, son altos y fornidos. No podríamos contra ellos.

Agarro más velocidad a medida que las imágenes del atraco toman forma en mi mente ¿Y si tienen armas? ¿Si quieren algo más que solo robarnos? ¿Puede Gabriel defendernos a los dos? Nunca debí decir que camináramos ¿Porque no puedo simplemente seguir órdenes? ¿Por qué no puedo aceptar que lo hacen por mi bien? Veo las puertas del edificio aparecer en el camino al mismo tiempo que mi pie cae dentro de una posa, el suelo parece acercarse peligrosamente a mi cara pero me recupero en el último segundo dando una zancada anormalmente amplia. Me siento relativamente aliviada. Nos paramos justo en frente.

—¿Las llaves?

—En mi chaqueta—dice Gabriel. Acto seguido me reviso los bolsillos con la misma desesperación que cuando creo que he perdido el móvil. ¿Dónde está el viejo pachacho de don Germán cuando se le necesita?

Encuentro las llaves pero con el nerviosismo y el temblor de mis manos se me caen, me hinco a recogerlas pero me detengo, un leve susurro sale de la boca de Gabriel, uno que se convierte en carcajada. Es tan contagiosa su risa que no puedo evitar reír también ¿Que está sucediendo? Se le caen las lágrimas de júbilo y por un momento (mientras que también río como loca) creo que ha perdido el juicio. Al segundo siguiente, por delante de la fachada del edificio, pasan tres hombres trotando vestidos de buzo, con una botella de agua en la mano y audífonos puestos. Nos miran con extrañeza y siguen su camino. Les sonrío amable con la cara casi morada de vergüenza.

—Casi te orinas—dice entre risas—esto paga la caminata ¡Y con creces!

Lo golpeo con mis zapatos en el brazo y entro hecha una furia. Antonio (el chico que cuida el edificio los días libres de don Germán) nos saluda, yo le ladro un buenos días.

Gabriel ríe todo el camino hasta el quinto piso, yo no puedo contener las ganas de darle un par de golpes más con mis zapatos.

Entramos y el golpe de la puerta contra la muralla al abrirse saca a Alejandro de sus concentración en la pantalla. Lo primero que hace es mirar la hora.

—¡Son las cinco veinte! ¿Donde andaban?—su voz ronca me saca de mi mala leche.

—Caminamos.
—¿Hasta acá? ¿Caminaron desde el pub hasta acá?

—Ella quiso.

—¡Estaba siendo sarcástica!—grito.

—¿Cómo quieres que yo sepa eso?—no puede sacarse la sonrisa de la boca, apenas puede contener las carcajadas.

—¡Gabriel eso fue muy peligroso!—brama Alejandro con las venas marcándosele en la frente.

—¿Recuerdas lo que decía tu mama sobre escarmentar?—se ve tranquilo, no le preocupa ni un poco la irritación de Alex.

—Escarmentar es un largo y doloroso camino—responde él.

—Exacto, treinta y seis cuadras me parecieron suficientes—sonríe con picardía. Qué lindo sería volarle todos los dientes—voy por el auto.

—¿A pie?

—Sí, la caminata me hará bien para pensar en mis malos actos—suelta otra carcajada—te lo dije—me dice—él es meditativo, yo soy practico—cierra la puerta con lentitud mirándome directamente a los ojos con burla.

Cuando se va siento como la paz vuelve a mí, es un maldito cabrón.

Tiro mi economía al sillón, Alejandro se voltea para reprenderme pero le pongo mi mejor puchero. Subo mis pies a la mesa para mostrarle lo sucios y heridos que están, el suaviza el gesto y se acerca para pasar su mano por mi cabello.

—No debí dejar que te fuera a buscar—dice con ternura—pero creo que aprendiste una importante lección.

Abro la boca para replicar pero la cierro sin tener nada que decir a mi favor. Tiene razón, nada de esto hubiera pasado si mi reacción ante el gesto de Gabriel hubiese sido más agradecida y menos pedante.

—¿Fui descortés con Gabriel?

—No sé qué habrá pasado, pero es muy probable.

—Eso no le quita lo cabrón.

No, no se lo quita-—dice con una sonrisa en la boca.

Me despierto apenas cuando el movimiento oscilante de los pies de Alex se ve truncado por algún elemento contundente en el piso. Me lleva cargada en sus brazos cual princesa, estoy cubierta con una manta y no siento frío (tanto por la manta como por el calor corporal que emana). No abro los ojos en cuanto entiendo la situación, prefiero aprovecharme de las circunstancias. Emito un quejido y enrollo mis brazos en su cuello, el me aprieta con caballerosidad.

Desarma mi cama y me tiende lentamente sobre ella, yo abro un pelín mis ojos, lo justo y lo necesario para vislumbrar su silueta a la luz de la mañana.

—¿Te vas a acostar?—digo bajito y con pereza.

—Sí—responde mientras me arropa.

—Ten buenas noches—digo acomodándome hacia un lado. Él se acerca para besar mi mejilla. Tan esperable de él y su carácter. Corro la cara un instante antes de que me toque y sus labios caen sobre mi comisura.

—Lo siento—murmuro.

—No hay cuidado, descansa—responde saliendo del cuarto. Cierro los ojos adormilada, había soñado (literalmente) con tocar lo suaves labios de Alejandro de nuevo, aunque en mis sueños no era exactamente mi boca lo que él buscaba.


Abro los ojos aturdida y con el dolor de cabeza típico de quien no ha dormido las horas suficientes. El reloj marca la una de la tarde y a mi cerebro le cuesta procesar que día de la semana es. Ojalá sea sábado, es el único día de la semana en el cual no importa que me levante a la una de la tarde. Me arrastro a la cocina con remolona pereza aplastando mis pies contra en suelo. Alejandro está ahí preparando un apetitoso desayuno, hay una bandeja en la mesita, tiene un vaso de jugo, tres tostadas, un platito con mermelada de arándano, una tasa de café y dos aspirinas.

Me rasco la cabeza a la altura de la nuca y me retiro el pelo de la cara.

—Gabriel se ha pegado una gripe tremenda.

—¿De qué hablas?—pregunto entre bostezos y estiramientos.

—Volvió estornudando como loco y ahora tiene fiebre.

—Es una nena, yo estoy de lo mejor—digo sentándome para robar una de las tostadas. Alex me pega en la mano con la cuchara de palo y suelto el pan instantáneamente al mismo tiempo que se me escapa un "auch".

—Eso es porque tú tienes la chaqueta—me miro y es cierto, aun traigo puesta su cazadora y mi uniforme de trabajo—ahora discúlpate por ser descortés y llévale desayuno—hago un mohín pero aun así tomo la bandeja. No es que quiera disculparme, él me debe varias disculpas, pero siento algo de culpa por su gripe.

Entro a su cuarto tratando de hacer el mínimo ruido posible, está despierto y suda.

—Te traje desayuno—digo en susurro. Solo recibo un "mm" de respuesta. Tiene los ojos cubiertos por una almohada y las sabanas mojadas—toma un par de aspirinas—digo y le alcanzo las pastillitas, él las mete a su boca y las traga sin necesidad de agua.

—¿Puedes abrir la ventana cuando te vayas?—pregunta con apenas un hilo de voz—no la cortina solo la ventana— ciertamente el lugar estaba a mayor temperatura que las demás habitaciones, consecuencias de tener el cuarto mas iluminado. Deslizo la ventana con un chirrido infernal, no es mi intención molestar a Gab, pero, cuando se retuerce atontado por el grito oxidado de la ventana, un pequeño dejo de alegría se instala en mis labios. Gabriel Vernetti, sacas lo peor de mí.


Antes de regresar a la cocina hago escala en el baño, me ducho y cambio mi ropa por algo más cómodo y limpio. Alex me espera con la mesa puesta para desayunalmorzar, o algo así.

Comemos en silencio, él parece perdido en alguna parte del universo, tiene el pelo sucio, la ropa arrugada y sendas ojeras negras bajo los lentes.

—¿Aún no terminas tu trabajo?

—No—suspira sonoramente y se lleva un poco de huevo a la boca, lo masca sin ganas y traga—¿Le agradeciste a Gabriel por ir a buscarte?

—No, nadie se lo pidió.

—Yo se lo pedí.

—Agradécele tú—digo mascando un trozo de queso—no es que él tenga muchos modales tampoco.

—No lo haré porque él no lo hace es la excusa más infantil que hay.

—Lo haré, en algún momento ¿Feliz?—no me responde, supongo se habrá molestado conmigo, de nuevo, bautizaré el sábado oficialmente como el día en que Alex las agarra conmigo.


A eso de las cuatro comienzo mi batalla campal con la lavadora, Gabriel delira con treinta y nueve de fiebre y Alejandro hace todo lo posible para terminar su trabajo antes de que tenga que llevar a Gabriel de emergencia a la clínica. He tenido muchas lavadoras y ninguna ha tenido más de tres botones y una perilla, esta tiene diez botones y tres perillas, creo que el panel está basado en la cabina del Apolo 11.

Mis sabanas quedaron todas sucias al acostarme con los pies cochinos y es necesario pasarlas por jabón, mejor dicho, es urgente, claro, eso dependiendo de que logre ponerla en el programa corto de lavado en vez de mandarla en una misión exploratoria a Júpiter ¡Maldita maquina! Le doy una patada y comienza a funcionar pero se detiene casi de inmediato.

—¿Cuál es tu problema con la lavadora?—ladra Alex, aún está molesto.

—Esta estupidez no funciona.

—No la estás usando correctamente—dice autoritario con voz ronca.

—Gabriel me dijo no funcionaba bien, pero nunca me había pasado hasta ahora. Creo que tendré que ir al lava seco.

—¿Tú le creíste?—alza una ceja—¿Le creíste que funciona mal?

—Pues, sí ¿Qué otra explicación puede tener el hecho de que este pedazo de chatarra no considere mis sabanas dignas de lavarse?

—Bueno, es que no sabes ocuparla—se coloca detrás de mí y con destreza comienza a hacer y deshacer en el panel. Su cercanía me pone la piel de gallina y el roce de su pecho con mi espalda hace que mi corazón se acelere un poco.

—Pero Gabriel dijo...

—Gabriel es un macho alfa, los machos alfa no leen manuales de uso—me saca una sonrisa.

—Yú si lo leíste... ¿Eso quiere decir que no eres un macho alfa?—pregunto risueña admirando su exótico perfil árabe.

—No Camila, no soy un macho alfa—hace una pausa y me mira a los ojos—yo soy un hombre.

Nos miramos por un segundo que se me antoja eterno e imagino que él me toma de las caderas me sube a la lavadora y me besa con esos aterciopelados labios suyos. Nada sucede en realidad, es solo mi imaginación fantaseando a veinte centímetros de su boca. Mi teléfono suena a todo volumen dentro de mi bolsillo y me saca de mi ensoñación. Gabriel por su parte comienza a toser y Alex acude en su ayuda.

Contesto sin mirar la pantalla, sea quien sea va a llevarse todo el mal humor que tengo contenido.
—Hola Camila—dice la única voz que no quiero escuchar ningún momento—¿Podemos vernos en privado?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top