one-shot
Te necesito
y no necesito nada más,
solo tus brazos,
tus besos, tus palabras
y todo lo que eres tú
podría devolverme la vida
parece que sin ti soy nada
y es verdad...
Soltó un sutil suspiro, sonriendo ante la verdad que había leído. Miró a su amado que estaba frente a él, observándolo con una leve sonrisa de media luna. Le dedicó una amorosa mirada y continuó.
En cambio cuando estoy contigo
puedo presumir ser el hombre más feliz de todos
porque lo tengo todo,
porque te tengo a ti
y es todo lo que necesito,
necesito de ti...
Sus ojos se cristalizaron y su voz tembló, pero debía terminar ese verso aunque le conmoviera tan bello poema. Aclaró la garganta y cerró los ojos para contener las lágrimas, inhaló profundamente y siguió con su lectura.
porque así no vale la pena nada,
éstas solo son letras inservibles,
por favor déjame estar a tu lado...
La alarma de su reloj de pulso lo interrumpió: era hora de trabajar en la universidad. Sonrió de nuevo ya estando tranquilo, puso un separador entre las páginas donde se quedó y cerró el libro. Lo dejó en la mesa de centro y procedió a darle una rápida revisión a su mochila para asegurarse que no se le olvidaba nada.
Cargó la mochila a su espalda, peinó un poco su cabello y estando frente a su amado se inclinó para despedirse.
-Lo siento Souichi-san, prometo regresar a terminar de leerte ese poema...- se enderezó, mirándolo con cariño- Te amo- se acercó y besó dulcemente el cristal que los separaba. Dió media vuelta y caminó hacia la puerta principal, salió del departamento y cerró con llave.
En el camino a la universidad, no dejaba de dar suspiros como el enamorado siempre fue; no podía evitar recordar a su Souichi sonriéndole y prestándole atención a cada palabra que decía, su estómago revoloteaba dándole pequeños temblores en todo el cuerpo ante el entusiasmo que le brindaba una sola imagen construida en su mente. Soltó una risita a la vez que sus mejillas enrojecían. Su ilusionada mente lo llevó a poner atención a su al rededor, buscando su imagen en cada lugar: miraba a las flores y no podía evitar recordar su aroma; veía los periódicos y recordaba su admiración por los libros de ciencias; veía las nubes y le recordaba su piel tan suave y blanca, esa piel que hacía tanto que no tocaba.
Cubrió su sonrisa disimuladamente con su mano, un poco avergonzado por ese bulgar pensamiento.
Su cuerpo entero se erizó, dándole la sensación de que Souichi estaba con él en ese momento; pudo escuchar que lo regañaba por soñar despierto, volteó a todos lados buscando de dónde salió tal susurro, sin embargo, estaba él solo en medio de la acera.
La rabia inundó su cuerpo, en sus manos y pecho había un calor que lo sofocaba, provocándole nauseas, quería sacar todo ese veneno de inmediato.
Quería gritar.
O simplemente correr.
Quería golpear a alguien y sabía exactamente a quien. Pero ese no era el momento y debía guardar ese cólera para desquitarlo con él.
Tenía que calmarse antes de llegar a la universidad o Miharu y Dakotoro sufrirían las consecuencias de su enojo. Inhaló profundamente y a cada paso que daba, sacaba el aire que tenía. Sus manos comenzaron a sudar y el interior de su boca se amargó, hundiendolo en su propia desesperación.
Buscaba ansioso otra señal que le recordara a su senpai, miraba de un lado a otro temiendo perder la poca cordura que lo acompañaba.
Su mente ahora estaba en su contra, todo lo bello que vió, ahora le traía de regreso esos amargos y oscuros días:
Las flores que albergan su aroma ahora eran las que le recordaba que su amado estaba en un cementerio; los periódicos fueron aquellos que notificaron el terrible crimen que ocurrió aquél 30 de agosto. Su único consuelo eran las nubes, donde Morinaga creía que se encontraba su Souichi, pero sin él.
Yo voy a ti sin importar nada,
lo dejó todo; mi todo que es nada,
para poder estar contigo
y ser por fin un hombre completo,
un hombre feliz...
Recordó ese último verso del poema, sin duda quería terminar de leerlo y sentir que Souichi lo oía, quería escucharlo decir que era muy cursi y que se dejara de tonterías, que había mucho trabajo por hacer. Quería ver la contradicción en su rostro, avergonzado y conmovido por esas palabras, quería verlo negar con la cabeza y sonreír sin querer. Solo quería estar con él.
Se detuvo, inhaló tratando de contener el aire dentro de su cuerpo pero lo escupió dándole paso a sus lágrimas... comenzó a llorar. Su corazón roto no podría soportar más, quería volver a verlo, aferrarse a él y nunca más volver a soltarlo. Extrañaba cocinarle y verlo disfrutar su comida.
Extrañaba hacerle el amor; verlo lleno de pasión a cada encuentro, sus mejillas rojas y su manera de entregarse totalmente a sus besos llenos de deseo pidiendo por más sin decirlo, escuchar sus ahogados gemidos mientras repetía su nombre de manera suplicante y sincera. Se entregaba a él por completo. Sonrió de nuevo, levantando la mirada recorría los metros que faltaban para llegar al laboratorio. Miró de reojo por la ventana encontrando unas preciosas rosas amarillas... Como la cabellera de Souichi.
—Dare mi mejor esfuerzo senpai— murmuró mientras secaba sus ojos y se adentró al salón. Pasaría la mañana supervisando las muestras de cultivo que dejó su Senpai, no dejaría que sus esfuerzos fueran en vano.
—Buenos días Morinaga-senpai— saludaron al unísono los jóvenes estudiantes.
—Buenos días, ¿Están listos?— saludó amablemente caminando hasta los casilleros donde guardaban sus pertenencias y se cambiaban.
— Claro que sí, tenemos un avance en los cultivos que hemos registrado en la bitácora de observación— dijo Miharu mostrando una hoja donde dictaba lo que ella mencionó. Morinaga ya preparado se acercó y analizó con cuidado los detalles. Buenas noticias, justo como deseaba.
— Esto es asombroso— exclamó emocionado sin dejar de ver la hoja —Tadokoro, por favor, trae las muestras— ordenó, dejó la hoja en la mesa para empezar a preparar el microscopio y sacar más detalles del cultivo.
— Por cierto, Morinaga-senpai— interrumpió Miharu nerviosa — Traje lo que me pidió... No pensé que usted fuera de esos hombres tan detallistas— susurró para que sólo él lo escuchara — Debe ser una mujer muy afortunada al tener a alguien tan atento y lindo como usted— dijo pícara a la vez que le entregaba un delgado libro café.
Morinaga rió ante tal comentario provocándole un ligero sonrojo. Tomó el libro y leyó el título. Se sorprendió.
— Es una persona maravillosa— le respondió ilusionado. —Muchas gracias por tu ayuda, estoy seguro que le gustará— terminó la conversación guardando hábilmente el libro en su bolsillo antes de que
Tadokoro llegara; entregó las muestras y comenzaron a trabajar.
Mantendría su positiva actitud falsa para los demás y terminaría temprano su jornada para declamar un nuevo poema.
•♡ •
Se encontraba demasiado mareado, apenas y podía abrir los ojos de tan hinchados que estaban por llorar horas seguidas. Desde que lo mantenía cautivo ahí, había perdido la noción del tiempo. Su cuerpo suplicaba por la muerte y su mente estaba lista para recibirla, pero sabía que ese no era el final para él y posiblemente todavía faltaba mucho por recorrer. Sintió terror. No sabía qué le esperaba, respiraba con dificultad mientras el pánico se apoderaba de su cordura.
Comenzó a gritar desesperadamente sacudiendo las cadenas que lo sujetaban de las muñecas y lo crucificaban atadas al techo. Quería arrancarse los brazos por el dolor que lo quemaba en la espalda, hombros y manos entumecidos, llenos de cortadas de la anterior visita de "Ese chico"; gritó más fuerte, sacudió sus brazos haciendo rechinar las cadenas todavía más, queriendo romperlas. Se apoyó en los cientos de botellas rotas y cristales que estaban puestos debajo de sus pies jalando con toda la fuerza que tenía. Los cristales atravesaron de inmediato su piel, haciéndolo sangrar. Las punzadas y el ardor lo paralizaron, pero no quería rendirse. Siguió apoyándose en el piso de cristales rotos jalando con todas sus fuerzas.
No resultaba.
No dejó de gritar hasta que sus lágrimas de nuevo lo ahogaron, provocándole vómito que no pudo reprimir a tiempo, ensuciando las heridas de sus pies. Dominado por el horror, sacudió las piernas esperando que los cristales enterrados salieran de él. La sangre empezaba a brotar y el ardor era infernal. Dicho piso había sido rociado con alcohol, que entró en sus heridas para evitar infecciones y mantenerlo sufriendo.
— Hace unas horas, en el laboratorio, encontré un nuevo autor— sus pisadas hacían eco con el vacío edificio— sabes lo mucho que me apasiona leer poesía desde que lo apartaste de mí, ¿verdad?— dijo acercándose hasta su espalda. Su cuerpo comenzó a temblar, daba por hecho que desde hacía un rato lo veía y a eso le temía todavía más... Gruesas lágrimas caían de sus ojos mientras su sangre se helaba. Le sujetó bruscamente del cabello obligándolo a verle la cara, un rostro que carecía del sentido de cordura. Un rostro que recordaba con una expresión de ternura. Tiró con fuerza de su cabello, arrancándole mechones y algo de piel con ellos. El fuerte movimiento lo atragantó, ahogando su grito de dolor.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente
Comenzó a declamar quitándose los castaños cabellos de entre sus dedos. Frente a él, leía los párrafos acompañándolos con ademanes que exageraba a propósito.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Le miró frenéticamente, escupiendo con un marcado sarcasmo las palabras, llendo de un lado a otro lentamente, sin dejar de intimidarlo.
—¡BASTA TETSUHIRO! ¡DÉJAME! — suplicó entre llantos, pero fue silenciado por un fuerte golpe en su mejilla que rompió su labio, de inmediato el sabor a sangre y el dolor en la mandíbula lo mantuvieron con la mirada baja, haciéndolo temblar.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.
Sintió su presencia a un lado de él, sus tibias y temblorosas manos sujetaban los fríos y lastimados dedos. El miedo acumulado le hizo apartar su mano rápidamente, pero arrepintiendose al momento. Levantó la vista, temiendo las consecuencias. Ambos cruzaron miradas. Morinaga frunció el seño, dejando que el cólera amargara su boca de nuevo. En un rápido movimiento, una navaja cortó superficialmente su pierna izquierda, apretó con todas sus fuerzas la herida recién hecha sacándole un agónico grito.
— Quieres que me detenga, quieres que te libere y dejé pasar todo como la primera vez, ¿No? — reclamó en voz baja, sin soltarle la pierna, aumentando la presión cada vez más — Que idiota te escuchas Masaki...— su voz sonaba apagada.
—Yo... Creí que volverías a mí si él no estaba... Yo te seguía amando...— chilló exaltado.
—Y yo debí hacerle caso cuando me advirtió que no debía volver a verte... Al final, fue mi culpa por desobedecer— se alejó dándole la espalda, liberando su pierna. — ambos hicimos lo que hicimos por una grotesca obsesión... — de su pantalón sacó una pequeña vela, la encendió y colocó frente a él para iluminar su sádico rostro —Mis sentimientos por él no cambiaran ni un poco... Pero tú me arruinaste la vida Masaki — sacó de nuevo la navaja y se acercó a su mano derecha y cortó profundamente la yema de su pulgar, sacándole un desgarrador grito — Quiero que sientas... Al menos un poco del dolor que yo siento... Quiero que sufras un poco de lo estoy sufriendo desde que me lo quitaste — soltó la navaja y abrió más la herida de su dedo para echarle encima la cera derretida. Masaki no pudo aguantar el dolor, apartando de nuevo su mano. Su propio llanto lo estaba ahogando.
Como todas las cosas están llenas de mi alma
Emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.
Volvió a recitar su poema, ignorando los gritos y lamentos de quién una vez fue su primer amor. Continuó cortando los demás dedos, dejándolos sangrar un poco para después sellar sus heridas con la cera caliente. Incontables veces Masaki le suplicaba detenerse, pero era ignorado.
Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Masaki estaba a punto de desmayarse, pero Morinaga se lo impidió dándole cachetadas que sacudían su cabeza. No quería seguir, quería morir, suplicaba para sus adentros que lo matara ya, se había abandonado a la esperanza de vivir, pero no sabía cuándo le cumpliría su deseo. Sentía su cuerpo empapado de sangre, sudor, orina y vómito.
Había terminado con sus dedos. Suspiró algo cansado, someterlo era complicado debido a su pequeña lucha por liberarse. Dejó la vela en el suelo y comenzó a buscar en su bolsillo trasero una cajita llena de agujas.
y me oyes desde lejos y mi voz no te alcanza déjame que me calle con el silencio tuyo.
De nuevo hizo ademanes exagerados, mostrándole la cajita a propósito para que se hiciera la idea de lo que seguía. Masaki tragó en seco al ver los pequeños objetos puntiagudos.
Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Morinaga se arrodilló para estar a la altura de la cintura desnuda de Masaki. Los cristales no le preocupaban ya que tenía un pantalón de gruesa piel. Tomó su pene y con gran energía enterró la primer aguja, hasta atravesarlo. No tardó mucho en llorar de nuevo.
Eres como la noche, callada y constelada.
La segunda aguja fue clavada cerca del glande. Masaki comenzó a patalear, empujando a Morinaga algo lejos de él. Sin importarle mucho, se levantó y se acercó de nuevo, dándole un golpe directo en el rostro, rompiéndole su nariz.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Se agachó de nuevo y continuó.
Cuatro, cinco, seis agujas habían sido enterradas por todo su pene, algunas lo atravesaron, otras fueron puestas superficialmente.
—... mátame, te lo suplico... Ya no aguanto más... Lo siento— susurró Masaki. Estaba cansado, estaba sediento y no veía fin a su agonía.
—tu disculpa no lo traerá de vuelta— respondió frenético —Espero que te vayas al infierno— amenazó sujetando sus testículos, apretando con toda su fuerza hasta que pudo sentirlos romperse. Masaki soltó de nuevo horrorosos gritos de dolor, sacudía su cuerpo como un gusano y movía sus pies de un lado a otro. Arqueaba su cuerpo, escupía sangre y vómito. La agonía se apoderó de él.
Morinaga lo veía, veía lo que hizo, se sentía satisfecho. Comenzó a recoger sus cosas.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.
Dió una reverencia de despedida una vez concluido su poema y salió del edificio abandonado dejando que los gritos poco a poco de apagaran.
Debía hacer las compras, así que se cambió la ropa, arrojando la que estaba sucia en una bolsa negra y dejándola en la calle. Estaba ligeramente retrasado, así que tenía que apurarse.
•♡•
Estaba aliviado de llegar a su departamento, sonrió de forma inconciente. Abrió la puerta, dejándose envolver por el aroma de Souichi.
—He vuelto a casa— anunció en vos alta. Caminó rápidamente hasta el altar que tenía la fotografía de un sonriente Souichi. La foto había sido tomada sin su permiso, pero era demasiado hermosa para borrarla cuando se lo pidió, por eso, a escondidas la enmarcó y guardó en su habitación, viéndola de vez en cuando cuando sentía algún tipo de dolor. Sus penas eran removidas con solo ver lo feliz que era cuando estaba con él.
—Perdoname por llegar tan tarde, pero encontré nuevos poemas— habló ilusionado — Te leeré uno de inmediato— sacó el libro se su mochila, junto con otro objeto cubierto por una tela negra.
Aclaró la garganta, acomodó su ropa y tomó tan curioso objeto en su mano izquierda mientras que con la derecha sujetaba el poemario usando su pulgar como separador. Respiró profundamente, y empezó a leer.
He ido marcando con cruces de fuego
el atlas blanco de tu cuerpo.
Mi boca era una araña que cruzaba escondiéndose.
En ti, detrás de ti, temerosa, sedienta.
Hacía sus ademanes con naturalidad pese a que el objeto era pesado de sostener. Estaba entusiasmado de lo bien que se sentía al declamar. Sus lágrimas empezaron a empapar sus mejillas y cada vez sus pulmones pedían más aire.
Historias que contarte a la orilla del crepúsculo,
muñeca triste y dulce, para que no estuvieras triste.
Un cisne, un árbol, algo lejano y alegre.
Sus manos comenzaron a temblar, haciéndolo vacilar, los nervios estaban a flor de piel, la adrenalina le recorría el cuerpo, su mandíbula temblaba. Quería acabar ya, pero sería irrespetuoso para su Senpai.
Yo que viví en un puerto desde donde te amaba.
La soledad cruzada de sueño y silencio.
Acorralado entre el mar y la tristeza.
Callado, delirante, entre dos gondoleros inmóviles.
Su mano soltó el libro, estaba asustado. Rápidamente se agachó para recogerlo y buscó la página.
— Idiota idiota idiota— murmuraba enojado, su respiración era pesada y sus manos fallaban, estaba ansioso.
Entre los labios y la voz, algo se va muriendo.
Algo con alas de pájaro, algo de angustia y olvido.
Así como las redes no retienen el agua.
Con sus dedos, fue quitando la tela del objeto que ocultaba con tanto esmero.
La tela calló al suelo.
Muñeca mía, apenas quedan gotas temblando.
Sin embargo, algo canta entre éstas palabras fugaces.
Oh, poder celebrarte con todas las palabras de energía.
Llevó la pistola hasta su cabeza, apuntadose sin dejar de leer.
Cantar, arder, huir, como un campanario en las manos de un loco.
Sonrió de nuevo, lloraba emocionado de creer que estaba a segundos se verlo, podía sentir a Souichi frente a él.
Triste ternura mía, qué haces de repente?
Cuando ha llegado al vértice más atrevido y frío
Suspiró, liberándose de tanta emoción.
Mi corazón se cierra como una flor nocturna.
Un fuerte sonido rebotó por la habitación, seguido por el cuerpo inerte de Morinaga.
Después de eso, solo silencio, cerrando su acto.
•🍍•
Espero que se haya logrado el terror, si no, al menos lo intenté.
Espero que les guste.
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