031 l Epílogo
Dos años después
Sábado, 14 de febrero
Ginger abrió los ojos de par en par gracias al estruendoso ruido de la alarma, extendió con pereza el brazo, apagándolo. Tomó otra almohada esponjosa, dejándola caer en su cabeza, obstruyendo la luz solar que se filtraba por la ventana.
La humana se encontraba en Londres, por petición de la recién pareja que se casó, Jade y su prometido, ellos consideraban que ella necesitaba un descanso por su arduo trabajo. Ahora que inauguró una segunda cafetería en el otro extremo de la ciudad, trabajaba todo el día, siete días a la semana.
Jade le entregó el boleto de avión el día anterior, antes de que pudiera si quiera negarse. Sarah le dio una pequeña maleta preparada, le decía que podía manejar el negocio junto a su mejor amiga y ahora su esposo. Ginger no estaba segura en darles el control de todo, pero también necesitaba unos días fuera del estrés del trabajo.
El día de ayer fue a un spa, donde masajearon cada rincón de su cuerpo. La mujer le dijo que estaba tensa, por los nudos en sus hombros. Así que se sentía más ligera que cuando llegó. No podía mantenerse firme en sus pies luego de salir, por lo que tuvo que regresar al hotel para descansar todo lo que en un año no hizo.
Pero ese día iba a recorrer los lugares más turísticos de Londres, iba a seguir el itinerario que Jade le organizó. Iba a desayunar en el hotel más lujoso que pudo encontrar, porque venía incluido en el paquete durante la semana que iba a hospedarse ahí.
Arrastró sus pies hacia el baño cuando la alarma volvió a sonar Vació su vejiga antes de deshacerse de su pijama para tomar una refrescante ducha, ya que luego de su desayuno, iba a ir directo al palacio de Buckingham, tratando de llegar en metro, sería parte de la experiencia británica.
Al terminar su ducha, se vistió con unos pantalones ceñidos y una blusa roja con algo de escote, que le daba la exquisita sensación que tenía un mayor volumen que en realidad poseía.
—Todavía no me acostumbro que el clima es un poco más fresco que en mi queridísima Sídney —musitó, viendo su reflejo en el espejo, poniéndose un abrigo en sus hombros—. Andando, hoy tengo un montón de sitios que visitar.
Al bajar al comedor, Ginger se sirvió un gran plato de frutas con una limonada. Sabían distintas a las de su país. Hasta el chocolate era distinto, los dos sabrosos para su paladar, pero prefería un poco más el suyo. Cada pinchazo que se llevaba a los labios, lo único que pensaba era en el correcto funcionamiento de las cafeterías, por lo que no pudo resistir y mandó un mensaje a su mejor amiga.
Jade respondió y le volvió a mandar el plan del día, exigiéndole que se relaje y disfrute del extranjero. Y antes que Ginger pudiera preguntar algo más, su mejor amiga se desconectó.
Al terminar de comer, ella se limpió la comisura de los labios con las servilletas de tela. Tomó su bolsa, la cruzó por los hombros y salió del hotel. Según su celular, no se encontraba muy lejos de alguna, por lo que podía ir caminando sin ningún problema.
La gente a su alrededor se movía con tanta facilidad, mientras ella se detenía a leer los carteles, asegurándose de no perderse, porque el recorrido tenía cierta hora y sabía que, si llegaba un par de minutos tarde, ya no iba a tener oportunidad de hacer otro en el grupo, por lo que el dinero se perdería.
Acomodó su melena detrás de sus orejas y un poco el flequillo sobre la frente. Deseó un cambio de look, pero que no fuera tan extremo, así que optó por ese ligero riesgo.
Se percató que en la entrada había un pequeño grupo de turistas, se notaba por las cámaras colgadas en su cuello y esa efusividad que no era típica dentro de los británicos. Ella se acercó a la mujer que estaba vestida con traje, por lo que dedujo que ella era la guía.
—Buenos días —saludó Ginger con una temblorosa sonrisa, porque ella lucía frívola.
—Buenos días, ¿cuál es tu nombre? —preguntó la mujer con una firme voz.
La castaña replicó, la guía revisó en su lista, asintió con la cabeza y le dio un gafete. Le dijo que se quedará dentro del círculo, que iban a esperar tres minutos antes de empezar el recorrido para dar las indicaciones.
Ginger se concentró en su celular, escuchó que un pequeño grupo de personas, tres, llegaron casi rozando, tenían la respiración agitada, pero lograron llegar justo a tiempo.
Anna, la guía, dio un par de reglas antes de entrar al palacio. Fue en ese momento en que Ginger le prestó atención a toda la guardia real inglesa con un largo gorro negro en la cabeza. Lucía suave y elegante. Su traje estaba formado por la parte superior color roja con un montón de botones dorados y un pantalón azul. Además, utilizaban guantes.
—Por favor, hay que iniciar, hagan un pequeño círculo a mi alrededor.
Anna se oía como un robot, repitiendo la información, que tal vez ha dicho más de mil veces. Podía jurar que, si iba en otra ocasión, ella repetiría lo mismo, con cada punto y coma.
Al ingresar al castillo, el aroma era distinto. Estaba pulcro en cualquier dirección que Ginger prestaba atención, podía ver el reflejo de todas partes. Tomó algunas fotos, como evidencia para que vieran que si era capaz de relajarse y tomar un día libre. Aunque dejó de oír a Anna y sus explicaciones, que lograba forzar una sonrisa.
Caminaron dentro de algunas habitaciones, por lo que explicó Anna, no todas estaban abiertas para el público en general y cambiaban dependiendo de las fechas, por si quisiera ir otra temporada con otros cuartos, ya que las explicaciones eran distintas.
Ginger retrocedió un paso, debido a que deseaba tomar una panorámica de un cuadro que estaba colgado en la pared, por lo que golpeó su espalda contra un miembro del grupo. Unas manos se posaron en sus hombros, ayudándola a estabilizarse.
—Perdón —balbuceó con torpeza, irguiéndose en su lugar, girando sobre sus talones.
Reconoció aquella voz, era una de las personas de las que estaban a punto de perder el recorrido. Su mirada azul se impactó contra la de ella. Sus ojos tenían forma de esmeralda. Su piel era un poco pálida y tenía algunas pecas alrededor de su cara. Su cabello era como anaranjado, que combinaba a la perfección con sus pobladas cejas.
—No te preocupes, está bien. —Esbozó una adorable sonrisa— ¿Alcanzaste a tomar tu fotografía?
No, pensó en su cabeza.
No entendía los nervios estúpidos que estaba teniendo gracias al breve tacto de la persona.
—Sí —mintió, forzando una sonrisa.
El desconocido iba a volver a hablar, pero Anna interrumpió con otra de sus explicaciones, oportunidad que le dio a Ginger de escabullirse en el diminuto grupo, alejándose del pelirrojo.
El recorrido terminó en media hora, Anna concluyó con una invitación a la tienda de recuerdos, por lo que Ginger se adentró. Un llavero funciona a la perfección y era fácil de transportar. Se detuvo a ver las opciones, pero sintió una presencia a su lado, que parecía observar lo mismo.
—¿Te gusta ese que tienes en las manos? —preguntó el mismo sujeto con el que chocó.
Él alzó las dos opciones, una era una pequeña réplica del palacio o un guardia. Prestó atención a la mano de la humana que sostenía la primera opción.
—Es más bonito el palacio, ¿quién quiere una persona random en su llavero? —preguntó él, posando sus ojos en los de ella.
No entendía, porque la había seguido hasta ahí, se sentía como un acosador. Sin embargo, sabía que, si no lo hacía, se podría arrepentir.
—Sí, a mí me gusta más el palacio, pero los voy a regalar. Yo me conformo con la experiencia —contestó con amabilidad antes de girarse para ir a pagar.
Tomó un par de bocadillos que estaban en la caja registradora antes de que el extraño desconocido volviera a seguir sus pasos.
—¿Y vienes sola? Yo he venido de mal trío con un amigo y su novia. —Movió la cabeza, apuntando hacia atrás.
Ella miró por una milésima de segundo, no alcanzó a detallarlos, solo notó que se abrazaban. Aunque nunca iba a revelar que estaba sola, era un desconocido, después de todo, por lo que decidió cambiar de tema.
—¿Y por qué has venido en un trío?
—Porque era el paquete más barato, no somos de aquí. Y por lo que notó de tu acento, tú tampoco eres de acá —explicó con una sonrisa que se veía tan natural en él.
—¿Y de dónde eres? —preguntó Ginger, encogiéndose de hombros.
—De Australia, Sídney —respondió, pagando lo que tomó— ¿Y tú?
—También, vine a relajarme, porque estaba saturada de trabajo —resopló—. Aunque no estaba muy de acuerdo.
—¿Y en qué trabajas? —preguntó, intrigado.
Los dos emprendieron una caminata hacia la salida. Ella guardó sus pertenencias en una bolsa.
—¿Ubicas la zona de facultades? Por ahí trabajo en una cafetería. —Hizo un ademán con las manos.
—No me digas que tu trabajas en Sarah's Bakery —asumió, entrecerrando los ojos.
—¿Lo conoces? —preguntó con sorpresa.
El pelirrojo asintió con la cabeza.
—Sí, voy de vez en cuando en la mañana, antes de empezar a dar mis clases.
—¿Eres maestro? —continuó con la conversación.
—En la facultad de artes, tengo como seis meses trabajando ahí. Los panes son excelentes, sobre todo cuando recién horneados, pero no recuerdo haberte visto. —Acarició su mentón, tratando de hurgar en sus pensamientos—. No creo que te olvidaría.
—Es que en las mañanas hay personas que ayudan, mi turno es más bien en la tarde —explicó, más relajada y sin estar a la defensiva.
La pareja que se estaba abrazando hace unos momentos, se acercó a ellos, carraspeando su garganta.
—Hola, soy Kye y ella es mi novia Juliette —presentó el hombre, sujetando la mano de la mujer.
—No nos hemos presentado —resopló el pelirrojo, golpeando su frente con la palma de su mano—. Soy Mishka.
Las imágenes de un programa de Disney azotaron contra su cerebro, por lo que mordió el interior de su mejilla, intentando no reír. Aunque el pelirrojo podía leer sus intenciones.
—Significa ¨regalo de amor¨—bromeó él, con una amplia sonrisa—. Pero, todos recuerdan el programa del ratón.
—Soy Ginger —se presentó ella.
Un bonito nombre para una bonita chica, eso fue lo primero que el pelirrojo pensó.
Mishka extendió su mano, ella lo estrechó por unos segundos. Su tacto provocó un ligero cosquilleo que recorrió desde su palma hasta la espina dorsal, dejándola completamente confundida.
Es como si su cuerpo recordará algo que su mente no, así que intentó forzar la memoria, pero lo único que provocó fue un dolor de cabeza. Ella lo soltó, acariciando sus sienes en círculos.
Mishka se acercó a ella, sosteniéndola del brazo, se notaba preocupado.
—¿Hay algo que pueda hacer?
Su tacto continuaba quemándola, por lo que se sacudió de hombros y retrocedió un paso para que dejará de acariciarla.
—Supongo que estoy un poco hambrienta —balbuceó, lo cual era tonto, porque había almorzado no más de dos horas, pero no encontraba otra explicación.
Tal vez comió muy poco.
—Mish tampoco ha comido, tal vez puedan ir juntos —sugirió la novia del brujo—. Kye y yo queremos ir de compras antes de ir al Big Ben.
Ginger asintió con la cabeza.
—Hay cerca de aquí un pequeño restaurante con comidas típicas del país —informó Kye—. En dos horas nos vemos, ¿les parece?
—Sí —contestó el pelirrojo.
Se acercó a la chica que acaba de conocer y por una extraña razón, se sentía alterado, como si su mundo hubiera sido sacudido, no encontraba una explicación lógica, pues nunca creyó en el amor a primera vista.
Con caballerosidad, ofreció su brazo para que ella enroscar el suyo con el de él y esperó. Sin embargo, Ginger negó con la cabeza, sujetándose de la correa de su bolsa.
—Estoy bien, solo estoy un poco mareada, tal vez con comida me sienta mejor. —Forzó una sonrisa, continuando con su andar al restaurante.
Entretanto, Juliette, la morena de un espectacular afro, chilló de emoción cuando su amigo y la chica que acababa de conocer se alejaron, intercambió una fugaz mirada con su novio y él ya estaba sonriendo con picardía.
—Estoy muy emocionada, fue un proceso largo.
—Para los dos, mi brujita bella —afirmó él, rodeándole la cintura con el brazo, pegándole a ella—. Lo que le agradezco al Olimpo, es que nos juntaran para ser como los ángeles guardianes de Cupido.
—Yo también. —Ella reclinó la cabeza en el hombro—. Pero, fue un proceso largo.
—Sí, algo. Ya ves que Cupido ahora desconoce su verdadera identidad, se le plantaron una vida de recuerdos, y realmente está viviendo como un humano común, con trabajo y todo —respondió Kye, resoplando—. A veces, me gustaría contarle nuestras verdaderas identidades, pero así no va a estar con la humana que ama.
—Hay rumores que lo único que hizo fue llorar —divagó la brujita.
—Sí, por eso decidieron que está sería una manera de que ellos vivieran.
—¿Y sabes qué es lo que sucederá después? —Ella se enderezó, entrelazando los dedos con los de su novio y caminando en dirección contraria.
—¿A qué te refieres? —preguntó Kye, observándola por el rabillo.
—Si, ¿cómo sería su futuro? —resopló, entrecerrando los ojos.
—Fácil, vivirán su vida si es que Mish logra enamorarla y cuando mueran, ella retomará su cuerpo joven y tendrá vida inmortal, como Psique, pero a lado de Cupido —explicó él, suspirando con amor.
—¿Tú crees que Cupido logre enamorarla?
—Claro. —Infló sus pulmones llenos de aire—. Pudo hacerlo una vez, lo hará una segunda vez.
Entretanto, Mishka arrastró la silla hacia atrás, dándole oportunidad a ella para que tomara asiento. Él lo hizo justo enfrente, pero no dejaba de verla con preocupación.
—Lo lamento. —Mishka carraspeó la garganta—, ni te he preguntado ¿Te gustaría que llamemos a algún familiar para que venga por ti? ¿O quieres que vaya a una farmacia por analgésicos? —preguntó con nerviosismo.
Estaba seguro de que era por la presencia de la bonita chica que tenía delante, por lo que no lograba enfocar del todo.
—Estoy bien, en serio. Estoy segura de que con un poco de comida en mi estómago me voy a sentir bien —prometió, dibujando una sonrisa en sus labios.
Una mesera sonriente se acercó a ellos, entregando el menú y dándole una cálida bienvenida.
—Feliz día de San Valentín, hoy seré su mesera.
La energía de aquella chica no encajaba con el resto del país, y lo único que pudo pensar era que debía dejar los estereotipos a un lado.
—Gracias.
—Hoy tenemos un paquete especial para los enamorados —continuó la mesera, dejando su pequeña libreta en el centro de la mesa y apuntando con los dedos índices en el menú.
—Nosotros no... —inició él, porque no quería que ella se sintiera cómoda.
—...Nosotros no hemos comido —irrumpió la castaña—. Nos encantaría.
La mesera tomó los menús y los dejó en el delantal que estaba usando.
—Entonces un paquete para enamorados, en seguida.
—¿Qué fue eso?
—Me gustan las decoraciones en el platillo, —se excusó la chica—. Perdona si te parece un poco incómodo.
—Creía que, si aceptabas, eso te iba a incomodar.
Se miraron fijamente, conteniéndose las ganas de reír, pero estallaron. Ginger se sentía tan cómoda con él, lo cual le parecía tan absurdo, porque no había pasado más de media hora con Mishka. Mientras que Cupido no le interesaba descubrir con exactitud lo que estaba sintiendo, aunque estaba alegre de haberla encontrado.
Continuaron conociéndose, la familia de ambos. Mishka era el hijo único de una pareja separada, él no se sentía cómodo, por lo que se alejó de todos. Él vivía en Canadá, pero por trabajo terminó en Australia, y él siempre ha sido un explorador, que le encanta conocer el mundo.
Kye tiene poco que lo conoció y por coincidencia, ya que chocó con él en el aeropuerto cuando llegó y compartieron el vehículo, porque iban en direcciones cerca. Desde entonces, han sido buenos amigos.
Por otra parte, Ginger le dijo que vivía con su abuelita Sarah y una estudiante que también trabajaba como mesera en la cafetería, era más sencillo para ellos en el trabajo y daban oportunidades a la chica. Entonces entendió que a ella le pertenecía el lugar.
Ginger negó, dijo que era de su abuelita y ella solo ayudaba a administrarlo. También mencionó que hace un año, adaptaron a otra ave, para que sea amigo del pájaro que ya tenían, lo cual descubrieron que no fue tan buena idea, porque Beny era viejo y amargado mientras que Ralph era joven y juguetón.
También le contó un poco sobre su mejor amiga que se casó hace un poco más de un año con un hombre excelente.
—¿Y tú? —indagó el pelirrojo, interceptando el tema.
—¿Yo qué? —preguntó con confusión, antes de llevarse otro bocado del pescado frito a los labios.
—¿Tienes a alguien en tu vida?
Ella negó con la cabeza, sonrojada, cubriendo la boca con una servilleta, preguntando lo mismo.
—Todavía no —dijo él—. Tienes un nombre muy bonito, Ginger.
—Me llamo Virginia, pero cuando mi mamá estaba embarazada, me dice mi abuelita que sólo bebía té de jengibre, y se me quedó el apodo.
—Es bonito, a mí me gustan los dos.
Al terminar de comer, les ofrecieron una barra de chocolate que tuvieron que compartir, porque los dos deseaban un poco, se les notaba en la mirada. Ginger abrió el paquete y le ofreció al hombre, pero negó con la cabeza.
—Provecho, Gin.
Pero Ginger notó que a él se le hacía agua la boca, por lo que partió la barra a la mitad, ella tomó la superior y le entregó el resto. A él le encantó que compartiera el chocolate y lo devoró sin vacilar. Extrañamente, sentía el amor en el aire.
Tal vez era porque era el día del amor, pero le gustaba la calidez que su estómago recorría.
Él pagó por el almuerzo, estaban a punto de salir del restaurante, pero la amable mesera los detuvo.
—Hola, por favor antes de que se marchen ¿Podrían tomarse una foto? Es para el pizarrón de corcho de allá. —Giró el cuerpo, apuntando detrás de la caja registradora.
Ginger se quedó observando, le gustaría acercarse a admirar todas las fotos, pero eran muy pequeñas y solo podía distinguir poses.
—Claro —medio preguntó Mishka, dio un paso de lado, acercándose a su acompañante.
Le rodeó los hombros con el brazo, pero ella tomó su mano y la llevó a su cintura ¿Qué pareja se tocaban con desconfianza? La mesera sonrió, satisfecha, por lo que empezó a contar.
—Tres...
Ginger entrelazó sus dedos con los de él, sobre su cintura, por lo que Mishka no pudo evitar sonrojarse.
—Dos.
La castaña recargó su cabeza en el hombro, sonriendo.
—Tres.
La humana giró su rostro, estampando sus labios contra la mejilla del hombre, tomándolo desprevenido. El clic de la cámara instantánea se escuchó. La mesera meneó la fotografía, revelando la imagen. Ellos lucían como una pareja de adolescentes que acaban de confesar sus sentimientos el uno por el otro.
—Se ven muy bonitos juntos —dijo la mesera, acercándose a ellos—. Gracias por su visita, los esperamos pronto.
—Gracias a ti.
La mejilla de Mishka hormigueaba, sintiendo como si los labios todavía estaban presionando.
Y continuando en el papel de pareja, Mishka tomó la mano de la humana entrelazando sus dedos, saliendo del restaurante.
—¿A dónde vamos a ir, mi amor? —preguntó ella con el volumen suficiente para que la mesera escuchara la conversación.
Con la otra mano, Ginger le agarró el brazo, manteniéndose cerquita.
—Al Big Ben —respondió, pasando saliva—. Allá nos reuniremos con nuestros amigos.
Quería soltarse de ella, pero por la vergüenza de que sus manos estuvieran sudando y su corazón anhelaba salir de su pecho.
—Perfecto, corazón.
Tenía miedo de que, al salir por la puerta, la magia se rompiera, por lo que sus pasos se mantenían cortos y lentos, tratando de mantener el mayor tiempo posible.
—Me gustaría ser tu San Valentín, ¿me dejas? —preguntó sin darle oportunidad al cerebro de procesar la información.
Ella echó la cabeza para atrás, conectando su mirada con la de él y fue una respuesta concisa cuando sus labios se curvaron en una sonrisa, apretando los dedos con los de él.
—A mí también me sudan un poco las manos —confesó avergonzada—. Pero, supongamos que no lo hacemos, ¿te parece?
—Trato hecho.
Kye y Juliette observaban desde lejos como su amigo, el dios del amor finalmente era protagonista de su propia historia de amor.
Fin
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