030 I Final

Sábado, 14 de marzo

La deidad aterrizó sobre su rodilla, arrodillado en una esponjosa nube. En frente estaban dos grandes puertas de color blanca, tenían un montón de detalles tallados, contando las historias de cada uno de los dioses que formaban parte del Olimpo. Eran pequeños momentos icónicos. Nunca le prestó atención a la suya, ya que creía que iba a estar enmarcado uno de sus errores.

El día anterior fue en busca de su madre, pero no la encontró. Supuso que se escondió luego de que su plan fallará. Sin embargo, se asustó, porque en un pasado fue capaz de intentar matar a Psique por sus propias manos, aunque la mujer fue mucho más inteligente y la derrotó en su propio juego.

La situación para Ginger era distinta, debido a que estaba en el mundo humano y ellos no tenían ambrosía. Además, tenía un encantamiento para que nunca llegase allá. No se imaginaban el desastre que podrían causar si se enteraran de las proporciones exóticas que contenía.

Por lo que fue en busca de su amigo Kye para que la ayudará a encontrar a Venus, sus poderes se volvieron a debilitar. Supuso que regresaron a él cuando la adrenalina recorrió todo su cuerpo al observar cómo estaban apuntando al amor de su vida con una pistola.

Ni siquiera la pudo pensar cuando descendió sobre ella, protegiéndola con sus alas. No estaba seguro si eran lo suficientemente fuertes para crear una protección.

Y estaba dispuesto a asumir el riesgo.

Seguía alterado, porque ella intentó terminar con él, por lo que buscaría cualquier opción para que ella estuviese segura. Su madre lo iba a escuchar, no tenía ni la más mínima idea de qué era lo que le iba a decir.

Por lo que le hablaría con el corazón.

Kye conjuró una brújula con un tenedor, porque era lo que tenía en mano, era como un rastreador donde indicaba donde se encontraba ella con exactitud, gracias a un cabello del pelirroso por el parentesco.

—¿Puedes ir al Olimpo? —inquirió Kye con confusión.

—Claro, ¿por qué no?

—¿No estabas aquí por un castigo? Ni siquiera eres capaz de controlar tus poderes, ¿podrás llegar allá? —contó el brujo.

—No, pero necesito que abras un portal cerca.

—¡Nunca he hecho uno de esos! —chilló, aterrado.

Los maestros de Kye le reiteraron un millón de veces que no debía hacer eso, era muy peligroso. Y ellos no tenían la autorización para hacerlo, sin contar que iban a quedar exhaustos al terminar, con riesgo de dormir hasta cuatro días enteros. El brujo no podía darse el lujo de desaparecer, ¿qué es lo que le iba a pasar a su trabajo con el pollo?

—Si me ayudas, te prometo que te pagaré y te ayudaré a poner tu propio negocio de lo que quieras —instó el pelirrosa con un tono desesperado.

Juntó sus manos, suplicantes.

Kye ladeó la cabeza con confusión, era una propuesta tentadora, por fin podría dejar la apestosa botarga que se lava una vez al año cuando la utiliza diario al menos ocho horas. Por lo que extendió el brazo hacia la deidad, aceptando el trato.

—Voy a necesitar que estemos en la habitación, porque voy a caer dormido, así que me van a despedir —resopló Kye.

Cupido palmeó el bolsillo trasero de su pantalón, sacó la tarjeta que Venus le dio. Estaba seguro que tenía una gran cantidad de dinero que se le podía entregar al brujo. Se la dio sin vacilar, luego de decirle el NIP.

—Tienes que hacerlo después de despertar, y creo que solo se puede sacar máximo quince mil, por lo que tienes que sacarlo en varios días.

—¿Cuál es el límite? —inquirió, ilusionado en lo que sacaba la cartera para guardarla.

Cupido se encogió de hombros.

—Solo estoy seguro que es una gran cantidad de dinero, tú puedes dejarla en ceros.

Los ojos del brujo brillaron con ilusión, y una sonrisa se dibujó en sus labios. Tronó los huesos de su cuello antes de ir a preparar el hechizo más complicado que realizará en toda su vida, en el cual terminaría tan agotado que sería inconsciente por varios días.

Cupido parpadeó un par de veces, regresando a su ahora. Tomó un gran bocado de aire, tomando valentía.

¿En serio Venus estaba ocultándose en el Olimpo? Eso era lo que marcaba.

Colocó las manos en la puerta, empujándolas. Las puertas no se movían, parecía que pesaban una tonelada y él no contaba con la suficiente fortaleza para abrirlas. Por lo que recargó su hombro, intentando aplicar más fuerza, se impulsó al revolotear las grandes alas, pero todo era en vano.

Las puertas no se abrieron.

Irritado, recargó la frente en una. Perdió el equilibrio cuando se abrieron sin previo aviso, lo que lo hizo mantenerse en dos pies fueron sus alas que lo jalaron hacia atrás. Cupido tragó con dificultad, tenía la cruda sensación que ya lo estaban esperando.

El suelo era lujoso, se podía apreciar el reflejo de cualquier ser, se escuchaban los ecos de cada paso que estaba dando. Él alzó la cabeza. El Olimpo era un misterio incluso para los dioses, porque solo le mostraba lo que quería que viera. Tenía tantos años, y todavía no estaba en claro quién eran los concejales ni sobre qué hacían su toma de decisiones.

Al observar por su hombro, notó que la gran puerta desapareció. El lugar solo había pilares detallados, se veía inmensurable, pero estaba seguro que iba a terminar donde mismo.

El silencio empezaba a abrumarlo, por lo que mordió su labio inferior, tomando un gran bocado de aire. Su mente solo tenía un montón de garabatos, nada era claro.

—¿Hola? —murmuró, rascando su garganta.

No hubo respuesta alguna.

Empezó a revolotear sus alas, sus pies dejaron de tocar el piso, se movió entre los pilares, en busca de un movimiento. Pero, no había nadie. De igual manera, por más que volaba en línea recta, terminaba en el mismo lugar.

Cupido dejó de mover sus alas, estaba abatido y cabizbajo.

—¿Por fin has decidido dejar de husmear aquí? —preguntó una voz suficientemente grave.

La deidad se estremeció al oír la voz que provenía del cielo, donde solo había una vista en blanco, porque no contaba con un techo.

—Eh... Sí, sí.

—¿A qué has venido hoy? —preguntó una voz femenina.

—¿Terminaste de romper el hechizo que le hiciste a la humana? —preguntó una tercera voz, que era más neutral.

—Sí, logré hacer que Noah devolviera el cupón y todo regresará a su normalidad.

—Yo le había dicho a la gran bruja que no tenía sentido que cambiará sus flechas por cupones —regañó la primera voz que habló.

—El muchacho estaba aburrido de estar castigado y le parecía fascinante oír las historias de la gran bruja —replicó la voz femenina.

—¿Y a nosotros qué nos interesa? Por las ideas tontas de ellos es que se meten en problemas —refutó la neutral.

—¡Que ya voy a regresar a las flechas, solo necesito que la gran bruja vuelva a cambiarlas! —interrumpió el pelirrosa con irritación—. Ese no es el punto por el cual hoy me encuentro aquí.

—Sí, ya sabes. Venus ha sido castigada por su influencia al crear conflictos innecesarios en la vida humana —contestó la primera voz.

—Adicional a eso, Hudson y la otra mujer ya no van a molestar a Ginger, consideramos que es una buena recompensa.

—¿Recompensa de qué? ¿Cómo qué ya no la van a molestar? ¿Los exterminaron?

—Por tu excelente conducta, por supuesto —dijo la voz femenina con obviedad—. A veces, es más valiente no tirar del gatillo que hacerlo.

Pero lo hizo, o al menos ese fue el primer pensamiento que se le atravesó a la mente de Cupido. Tal vez no lo hirió de gravedad, no obstante, ahí estaba la intención. Aunque para no perjudicarse, no la iba a sacar de ese error.

—Y sobre andar masacrando a los humanos, sabes que lo tenemos prohibido —concluyó la primera voz.

—¿Entonces qué es lo que hicieron? —volvió a preguntar Cupido.

—Sustituimos sus recuerdos. El balazo de anoche fue a causa de un asalto mal ejecutado. Y para Hudson, Ginger no existe; se ha modificado que su madre la asesinó a ella de niña antes de suicidarse, por lo que ya no será más una molestia para ella —agregó la primera voz.

—Consideramos que es lo mínimo que podíamos hacer por todos los conflictos que le hemos ocasionado, desde su situación con tu dichoso cupón —farfulló la tercera voz.

Necesitaba resolver un segundo problema: Venus. Después de eso, podría regresar al mundo a vivir su propia historia de amor, lo cual le emocionaba.

—¿Y mi mamá? Ella ha sido la causante de lo de anoche —Su voz tembló debido a los nervios que le recorrían por todo el cuerpo.

—A tu mamá ya se le ha quitado el poder, creo que le está rogando a Psique que le dé un poco de todo lo que ella le dio —mofó la última voz.

Cupido tragó en seco, así que ellos también sabían lo de su primera novia. Ahora resulta que cualquiera sabía que ella estaba viva todo este tiempo, menos él.

—¿Creías que no sabíamos lo que hacía tu mamá? ¡Claro que sí! —resopló con ironía la segunda voz—. Solo dejamos que ella lo arreglará, es fastidioso estar arreglando cada capricho que cada dios tiene.

—¿Y luego? ¿Qué va a pasar con mi mamá?

—Pues va a vivir como una mortal común, tiene que trabajar para poder ganar algo. Nosotros nos vamos a hacer cargo de Psique, pero Venus debe de rascarse con sus propias uñas —dictaminó la primera voz, severa con un toque de resentimiento.

Cupido sin poder evitarlo, se sintió culpable. A Venus solo le encantaba ir al mundo, pero en una clase alta; con ropa de diseñador y los autos más elegantes. No soportaría vivir como una persona promedio, sobre todo, las que tienen que trabajar para ganar un techo en su cabeza.

Era su mamá, después de todo. Aunque fuera imperfecta, ella buscaba que no lo castigaran por tercera vez. Sin embargo, no iba a permitir que lastimará a la mujer que él amaba.

—Entonces ya todo se resolvió, yo me voy... —Se giró sobre sus propios talones, pero fue interrumpido.

—¿A dónde crees que vas? —preguntó la primera voz, frenando el andar de la deidad.

—Pues a casa —replicó, encogiéndose de hombros, tratando de restarle importancia.

—¿Cuál casa? —preguntaron las tres voces al unísono.

Ella es mi hogar.

O al menos eso fue lo que pensó, sintió una abrasada alrededor de su corazón.

—Tú no vas a regresar a la tierra, Cupido —prometió la primera voz con rudeza.

El corazón de Cupido dejó de latir por un segundo, tal vez escuchó mal porque no se limpió las orejas bien.

—Sabes que el amor entre un humano y un dios está prohibido —prosiguió la tercera voz con calma—. Y sabemos que estás enamorado de Ginger.

Cupido no sabía qué decir, ¿qué se supone que diría? ¿Lo negaría y se marcharía con ella o lo confesaría y lo castigarán por un par de milenios más?

—No puedes regresar donde ella, porque no es justo para nadie.

—¡Yo la amo! —vociferó con desesperación su corazón.

—¡Pero no se puede! —rugió la primera voz, resonando en los oídos de la deidad.

—¡No me importa ni un carajo! —chilló con coraje, dispuesto a marcharse.

—Si tú te vas, ella va a pagar las consecuencias —amenazó la primera voz, tangente.

Cupido dejó de girar su cuerpo en seco, pasó saliva con dificultad. Regresando a su posición anterior, como si delante estuviera una criatura que lo estaba reprendiendo.

—¿¡Qué has dicho!? —gruñó con desesperación, observando hacia arriba, como si tratara de buscar un rostro.

—Lo que has escuchado —interfirió la voz neutral—. El Olimpo tiene sus reglas claras. Y la principal es que queda prohibido enamorarse de un humano.

—¿Por qué? ¿Por qué no me permiten amar? —Tomó un gran bocado de aire, antes de continuar—. Es el sentimiento más puro y genuino. Mi amor por Ginger...

—No puede ser —irrumpió la voz femenina condescendiente—. Es una regla que todos debemos de seguir.

—¡Pero yo la amo! —exclamó con dificultad, gracias al nudo que se le formó en la garganta.

—Y si la amas tanto, entonces tu prioridad es que esté a salvo —añadió con tranquilidad la segunda voz—.Es por eso por lo que estás aquí, viniste en busca de Venus, pero ahora no le puede hacer nada a tu humana.

—Y no querías que estuviera en peligro —agregó la última voz—. Que ironía que fueras tú quien la ponga en esa situación, ¿no es así?

Se sentía como si alguien lo estuviera apuñalando desde la espalda.

—¡No se atrevan a tocarle ni un cabello, porque de lo contrario!... —amenazó, apuntando con el dedo índice.

—De lo contrario... ¿¡Qué!? —bramó la voz más profunda.

—¡Me las van a pagar! —replicó, apretando sus puños hasta que sus nudillos empezaron a tornarse blancos.

Una carcajada a coro inundó los oídos del pelirrosa, sus fosas nasales se extendían. No podía hacer mucho, porque ni siquiera sabía qué o quiénes estaban detrás de esas voces.

—Nos vas a escuchar, Cupido, porque solo te voy a dar órdenes una sola vez —inició la voz femenina—. Vas a regresar donde Ginger, si quieres, vas a vivir este día como el último con ella. Pero, al final, debes borrarle la memoria.

—Nosotros nos encargaremos de las personas que rodean a Ginger, pero ella es tu responsabilidad —decretó la primera voz.

—¿Cómo me piden que me aleje del amor de mi vida? —preguntó, con un hilo de voz.

—Tú sabías las reglas desde un principio —comentó la tercera voz.

—Y aun así decidiste enamorarte de ella, cuando tu primera experiencia romántica fue un fracaso completo —mofó la primera voz.

—No es nuestra culpa...

—En el corazón no se manda —interrumpió Cupido, cruzando los brazos en el pecho—. Y mi corazón la escogió a ella.

—Nosotros solo te decimos cómo está la situación... —intentó consolar la tercera voz—. Creamos las reglas por un bien común.

—Pues son estúpidas sus reglas.

—Te damos un ultimátum —cortó la primera voz, hastiado de escuchar a lo que creía, era pura tontería—. O la dejas; le borras la memoria y desapareces de su vida o podría tener un final trágico y doloroso.

—Tienes solo hoy —culminó la tercera voz.

Cupido estaba a punto de debatir, tomó un gran bocado de aire, pero una ráfaga de viento empezó a empujarlo hacia la salida. La puerta se encontraba tan lejana hace unos momentos que ni siquiera era capaz de verla, ahora se encontraba justo enfrente.

El viento lo arrojó fuera del Olimpo y las puertas se cerraron delante de sus narices. Cupido intentó empujarlas, pero no obtuvo una respuesta favorable. No se abrían ni un poco.

Lo habían echado del Olimpo y ni siquiera le dieron oportunidad de explicarse. Por más que aplicará la fuerza contra las puertas, esta no cedía. Recargó su frente en la helada superficie, intentando tranquilizarse, pero no había en lo absoluto.

El Olimpo parecía que no estaba dispuesto a escuchar algo de lo que él tenía que gritar.

Intentó regular su respiración agitada, relajando todos los músculos de su cuerpo. Se dejó caer hacia atrás, sabía que en menos de tres segundos iba a estar de vuelta en el reino mortal, porque eso era lo que ellos ordenaron.

Dentro de su memoria era un completo lío, porque su corazón gritaba que era lo suficientemente fuerte para proteger a su humana, que debían de pelear por su verdadero amor. Pero, su cerebro le exigía que fuera razonable, que su prioridad era que ella estuviera a salvo.

¿A quién iba a amar si no la tenía a ella?

No supo cómo ni cuándo llegó a donde estaba en el principio: delante de la cafetería en busca del cupón que se le extravió, pero la diferencia era que está vez se enamoró y lo obligaron a separarse de ella.

Movió el cuello, tronando los huesos de esa zona. Cruzó los brazos sobre su pecho, acariciando la espalda, asegurándose que sus alas no estaban visibles para el espectador mortal.

Estaba afligido, observó por la ventana, cómo Ginger se encontraba triste. Parecía un robot programado que cobraba, iba a la cocina y entregaba el pedido, pues ese día no tenía a nadie y el trabajo no se acumulaba.

En ese momento, él entendió la razón de porque ella se ponía a limpiar excesivamente cuando algo le preocupaba. Por lo que optó por cruzar la puerta de cristal, Ginger entregó el pedido un poco antes de estremecerse, ya que estaba segura que se le hubiera caído al verlo.

¿Qué se supone que estaba haciendo ahí? Anoche había dejado muy en claro que no lo quería volver a ver si eso significaba que se encontraba en riesgo.

—¿Qué es lo que haces aquí? —preguntó susurrante, cabizbaja.

—Vine a ayudarte a trabajar, mi ángel precioso.

—Ya no me digas así, anoche quedamos... —susurró, observando cómo ingresaban otro par de clientes por la entrada.

—No. Tú quedaste.

La humana por fin alzó la mirada, sus ojos estaban rojos e hinchados, por lo que la noche anterior se la pasó llorando. Desde que él se fue y la primera lágrima rodó por su mejilla no pudo detenerse. Permaneció en la terraza por un largo periodo de tiempo hasta que le mandó un mensaje a su abuela, que no se preocupará y que ella estaba bien, ya que sabía que, si no le daba señales de vida, se iba a preocupar y no se iba a ir a dormir.

Y lo que Ginger necesitaba en ese momento era tranquilidad, poder escurrirse a su casa sin ser hostigada por las preguntas de su abuela.

Continuó llorando hasta quedarse sin lágrimas o cuando cayó en un profundo sueño. No estaba seguro qué sucedió primero, porque fueron dos golpes.

Su donador de esperma decidió que la mejor opción para obtener el dinero era deshaciéndose de ella. Sobre todo, cuando lo escuchó tirar del gatillo, pues tenía la esperanza que solo la estaban atemorizando.

Pero no era así, Hudson iba a terminar con ella sin vacilar.

Tenía una mezcla de emociones, entre ira y tristeza, porque a pesar de no tener una relación con él, conocía quién era, y eso, de alguna manera le afectaba. Hubiera sido mejor si la hubieran atracado con una máscara, pero ella sabía que ellos necesitaban hacerle saber su identidad, demostraba control.

Un control que Hudson nunca tuvo ante su primera hija.

La segunda razón fue terminar con Cupido, eso rompió su corazón en mil pedazos. Sabía que era la óptima opción, pero le dolía tanto, porque estaba enamorada de él. Abrazó la almohada donde tenía impregnado su olor. Su única consolación era que había hecho lo mejor para ella.

Esa mañana se despertó por los gritos de Sarah, preguntando por Mishka, porque no estaba en su habitación. Ella se imaginó que le pegó la almohada en la cara, pero no la encontró en ninguna parte.

Ginger improvisó una mentira, que la mamá de Cupido tenía una urgencia y necesitaba de él. Ahora debía de pensar la excusa perfecta para decirle que el pelirrosa ya no iba a regresar. Sin embargo, no quería forzar su cerebro, pero debía hacerlo rápido para no causar más problemas.

Estaba segura que a Sarah le iba a doler la partida del pelirrosa sin despedirse de ella.

Ginger fue la que le ayudó a preparar el pan dulce en la cocina, era una completa tortura. Sarah estaba furiosa, porque Cupido eludió sus responsabilidades, y se lo hizo saber en todos los comentarios que ella dijo.

Era lo mejor para todos.

Regresó al presente cuando sintiendo unos húmedos labios en su mejilla, ella se estremeció con sorpresa, retrocediendo un paso con confusión. El tacto que tanto anhelaba, ahora le quemaba, porque sabía que no debía presionarlo.

Cupido tomó el delantal debajo de la caja registradora, poniéndoselo. Ginger tiró de la tela, pero la deidad le acarició el dorso de la mano con suavidad. Ella frunció el ceño y se retiró lo más rápido que su torpe cuerpo le permitía.

—Por favor, debes de irte —murmuró, apretando los dientes con una mirada voraz.

—No, necesitas ayuda ¿Qué te parece si hablamos cuando terminamos de trabajar?

—Pero... —replicó ella, con un nudo en la garganta.

—Pero te tengo una buena noticia, ángel.

—¿Hudson va a dejar de molestar...?

—Algo mejor....

—... ¿Podremos estar juntos sin ninguna amenaza? —inquirió con ilusión, sus ojos brillaron.

Era la única respuesta que cruzaba por su mente. Cupido curvó sus labios con diversión y malicia. Ella no se sintió muy segura de lo que sucedía en ese momento.

—Espera en la noche, necesito que seas paciente. —Alzó las cejas, entusiasmada.

Aunque por dentro se estaba terminando de romper, pero sentía un poco de paz cuando vio que poco a poco la mirada llena de melancolía de su dulce humana desaparecía.

—¡Perfecto! ¿Quieres que te haga un nudo en el delantal? —preguntó, su rostro se iluminó por completo.

Cupido asintió con la cabeza, dio un medio giro sobre su propio eje, dándole la espalda. Ginger tenía las manos temblorosas, incrédulas de lo que estaba sucediendo.

¿Es que acaso estaba soñando? ¿Era una broma?

No era nada difícil pretender que todo estaba en orden cuando ella sonreía de aquella manera. Ginger deslizó sus brazos por el torso de la deidad, lo estrujo con fuerza, sacándole el aire. Depositó castos besos en el hombro antes de liberarlo, porque llegó un cliente en el momento más inoportuno.

Cupido se dirigió a la cocina y tan pronto como estuvo del otro lado, la sonrisa de sus labios se esfumó. Pero, vio por la ventana a su humana atender a los clientes más animada. Poseía un brillo radiante que siempre veneraría.

Al menos eso era lo que quería llevarse de ella en sus recuerdos.

Descubrió que al final disfrutaba de hornear pastelitos, preparar café y convivir con su precioso ángel. Por lo que se encargaba de memorizar cada momento en de ese día, para que en un futuro pudiera reproducirlo en sus memorias.

Ginger entraba constantemente por los pedidos, parecía dudosa, pero alegre, como si tuviera miedo de despertar del sueño que estaba viviendo. Se notaba en su mirada cautelosa, mordía su labio inferior.

Su mente daba miles de vueltas, que ella necesitaba escuchar para tener entender. Pero, parecía que Cupido no estaba dispuesto a hablar hasta terminar la jornada laboral. Por lo que se sentía que cada segundo era una eternidad, ya que volteaba a ver la pantalla de su celular y no avanzaba.

Por lo que terminó cerrando la cafetería media hora antes y esperó por unos minutos para que el último grupo de comensales abandonara el establecimiento. Cambió el cartel de la ventana, bajó las persianas y colocó el pestillo. Corrió hacia la salida y Cupido estaba amasando un poco de harina, podría estar segura que solo se horneaba una porción.

—Necesito que...

Cupido dejó la masa en la isla que estaba en el centro de la cocina, la rodeó hasta llegar donde su humana, la envolvió con los brazos, pegándola a su pecho, colocando sus muñecas en la espalda. El corazón de Ginger quería explotar, por lo que apretó los ojos, disfrutando de su cercanía.

El pelirrosa depositó un beso en su nuca antes de murmurar.

—Te he extrañado mucho, mi precioso ángel —murmuró entrecortado y con un nudo en la garganta, sosteniendo el aire para no sollozar.

Ella apretó los brazos que lo envolvían, enterrando más su rostro en su pecho.

—Yo también te extrañé, hacerme a la idea que te había perdido era difícil —contestó, echando la cabeza para atrás.

Sus ojos se conectaron y ella percibió algo extraño que no descifrar. Cupido intentó actuar con felicidad, pero estaba destrozado. Y su actuación no era impecable.

—Por favor, explícame —imploró ella, luego de unos segundos de silencio.

—¿Qué cosa? ¿Qué pude hacer todo lo posible para lograr vivir nuestro amor sin restricciones? —fingió efusividad, pasando la lengua por los labios.

—¿En serio? ¿Podemos estar juntos? ¿Qué es lo que va a suceder con Hudson? ¿Y con tu mamá?

Cupido llenó los pulmones de aire, pasando saliva con dificultad, intentando ignorar el nudo que se apretaba en su estómago.

—El Olimpo ha castigado a mi madre, la van a dejar un tiempo viviendo en Cuba, sin lujos. Ella debe de trabajar para poder sobrevivir. En cuanto a tu papá... Se le ha borrado la memoria, para él, ya no existe.

—¿Entonces él...?

—Ese monstruo ya no te hará daño nunca más, me aseguraré de eso —interrumpió él, sin evitarlo, acunó el rostro de su humana.

—¿Y podremos estar juntos? —preguntó ella, cerrando los ojos, presionando su mejilla con la palma de la mano, buscando su tacto.

No le importaba que su rostro se llenará de harina.

—Sí —replicó en un hilo la voz.

—¿Para siempre? —instó la humana.

—Sí.

—¿Así de fácil?

Cupido se inclinó, capturando su boca en un beso lleno de necesidad como respuesta. Sus manos viajaron hacia sus caderas, intentando ponerla lo más que podía a su cuerpo. Necesitaba saciarse de ella, aunque sea por última vez.

Sus labios bajaron por su cuello, ella se estremeció, sus hombros se sacudieron, retrocedió un paso, enarcó una de las cejas, pero no desenvolvió los brazos alrededor de él.

—¿Qué es lo que haces? —murmuró, entre risas.

La deidad todavía insistía en besar su cuello, lo que le provocaba cosquillas en la zona.

—Déjame amarte —murmuró con una voz ronca—. Por favor.

Ella negó con la cabeza, divertida.

—No. Estás demente, vamos a preparar la masa, ¿qué es lo qué estás haciendo?

—Una galleta llena de chocolates y de amor, tienes que ayudarme a hacerla —sugirió él.

Si ella no le ayudaba a terminar de preparar la galleta, esta no iba a tener ningún efecto y las repercusiones iban a ser graves para su dulce humana, él no se lo iba a permitir.

La receta apareció en uno de los pedidos que Gin colocó en el pizarrón de corcho. Al final tenía una advertencia severa que le erizó la piel. Luego de memorizar las instrucciones, la rompió en mil pedazos, desechándola al cesto de basura, sin dejar huellas de lo que iba a hacer.

Tan pronto colocó la harina en la superficie limpia de la isla, la abultó e hizo un hueco en el medio. Reventó un huevo en el centro y un pequeño chorro de leche mientras vertía un poco de azúcar.

Él empezó a recordar todos los momentos en los que compartió con ella, desde el primer día que cayó directo a sus brazos; aquella vez en que le ayudó a retocar el cabello color rosa; cuando se asustó en aquella película de terror que terminó en el regazo de su amada.

Recuerdos que ya no iba a poder volver a crear, y sin evitarlo, una lágrima empezó a caer por su mejilla izquierda. Recogió la gota con el dedo y la echó en medio de la mezcla. Apretó los ojos, evitando llorar, porque no quería que se vieran rojos.

—¿Y qué es lo que falta? —preguntó ella al examinar que la masa dorada estaba lista.

Para ella, lo único que faltaba era hacer bolitas y ponerlas en una bandeja engrasada.

—Las chispas de chocolates —replicó con una sonrisa débil.

Ginger estaba tan emocionada que ni siquiera lo notó, ya que buscaba algunas chispas dentro de los refrigeradores que estaban llenos de leche. Hurgó entre las botellas de plástico hasta encontrarlas al fondo, ya que no las utilizaban mucho.

Abrió la bolsa de plástico e iba a meter la mano, pero Cupido en un ágil movimiento se la arrebató. Ella lo miró con confusión e hizo un mohín con los labios.

—¿Qué es lo que he hecho? —preguntó, arrugando el entrecejo.

—Tus preciosas manitas están sucias, hay que lavarlas.

—Eres muy exacto en eso, ya voy —carcajeó, yendo al grifo para lavarse las manos.

Cupido en ningún momento le despegó los ojos de encima hasta que estuvo delante de él, con los codos doblados, meneando las manos para que estuvieran más secas.

—¿Ahora si puedo ayudarte a preparar las galletas? —Movió los dedos.

Cupido asintió con la cabeza, se apartó, dejando de interferir en el camino. Ginger se acercó a la isla y metió la mano en la bolsa de chocolates, sacando una buena cantidad que esparció en la masa. La deidad se paró detrás, rodeándole con los brazos hasta colocar las palmas en los dorsos de ella, entrelazando sus dedos en lo que incorporan las chispas.

—Eres el mejor cocinero del mundo —aduló ella, le gustaba la manera en que integraba los ingredientes.

—Lo único que cociné a la perfección fue mi amor por ti —habló su corazón.

Se inclinó hacia delante, besando su cabello, aspirando el aroma de su champú.

Sus palabras derritieron su corazón, por lo que giró sobre sus propios talones, soltando las manos de la deidad. Lo observó con sus ojos brillantes, sintiéndose la persona más dichosa de todo el universo.

Le rodeó el cuello con los brazos, besando sus labios que él profundizó cuando enterró sus manos en las caderas. Pero, se sentía diferente, era como si estuviera necesitado de su amor.

Seguro era consecuencia de la horrible experiencia de la noche anterior, creyendo que todo se había terminado.

Se separó, tomando un bocado de aire antes de volver a fundirse en uno. Las manos de la deidad recorrieron todo su cuerpo, dejando rastros de harina por todas partes hasta que se colocaron en sus glúteos que los apretujo hasta que ella soltó una carcajada en medio del beso.

—Mi trasero no es parte de la receta —negó ella, entrecerrando los ojos.

—Pero, me gustaría incluirlo en el menú ¿Quién es el chef para poder hablarlo? —comentó con picardía.

—¿Cuál menú? Si ni siquiera hemos terminado de preparar las galletas. —Apuntó con el pulgar detrás de ella.

—Podemos hacerlo mientras esperamos a que se horneen. Puse a precalentar el horno.

Ginger se giró otra vez, haciendo pequeñas bolitas de harina para hacer más de una galleta. Pero, Cupido lo volvió a juntar, partiéndole en dos porciones.

—¿Por qué dos? —preguntó con curiosidad.

—Porque es para que nuestro amor dure para siempre —mintió sin ser capaz de sostenerle la mirarla a los ojos.

—¿Es una especie de ritual del dios del amor? —inquirió, cruzando los brazos sobre su pecho.

Cupido tomó las dos bandejas y caminó hacia los hornos. Sintió el calor que emanaba, se inclinó, las colocó, puso el cronómetro antes de regresar la mirada a su humana.

Empezó a caminar en su dirección con cortos pasos, haciendo una breve parada para limpiarse. Tomó las manos de su humana que ella ya se las lavó.

—No.

—¿No es un ritual?

—No, es la primera vez que lo hago, porque es la primera vez que estoy enamorado de alguien —contestó con sinceridad.

Era la primera vez que se enamoraba y estaba seguro de ello. Como alguna vez dijo, el amor verdadero es la conexión que no puede ser explicada, tomándolo por sorpresa.

Ginger depositó un beso en su mejilla, él pegó su frente con la de ella.

—Yo también te amo, fresita.

Esas palabras eran como dagas a su corazón, pero a la vez, la melodía más dulce que alguna vez escuchó. Aunque, ya no sería capaz de oírlo una vez más.

—Yo también te amo, mi precioso ángel.

La envolvió con sus brazos con fuerza.

—Tenemos como un poco menos de veinte minutos antes de que suene el cronometro —añadió coqueto.

—No, en la cocina no —advirtió ella—. Estás loco, aquí es donde se hacen los pedidos. Mejor explícame a dónde fuiste, qué va a pasar con nosotros...

—Eres muy curiosa, abrázame y te digo.

La deidad la apretó con los brazos y ella se acurrucó contra él.

—Pues fui volando hacia el Olimpo, tardaron mucho en abrirme. Estaban muy molestos, porque le disparé a Hudson...

Ginger echó la cabeza para atrás.

—Pero fue para protegerme —irrumpió ella con seriedad.

—Es correcto, pero tenemos prohibido lastimar a los humanos.

—¿Tienen reglas?

—Claro, es para que exista un orden —replicó él, poniendo su mejilla en la su nuca para no verle el rostro mientras miente.

Los siguientes minutos, él jugó con su sedoso cabello.

—No puedo creer que Hudson... —comentó, atrapada en sus pensamientos.

—No pienses en él, eso ya quedó en el pasado. Ya está enterrado —sintetizó, resoplando.

—Pero, no solo es él. Creí que pude haber muerto ¡Me apuntó con una jodida arma! —Su voz se quebró, cerró los ojos, intentando mantener la calma—. Me gustaría borrar esa experiencia, como si nunca hubiera pasado.

Eso era algo que él se encargaría en unos pocos minutos, pero no lo dijo en voz alta.

El cronómetro sonó, él cubrió sus manos con los guantes de cocina. Abrió las puertas del horno, sacó las bandejas, las puso en la mesa. Con dificultad sonrío, tratando de no expresar ningún sentimiento negativo.

Agarró una servilleta y con cuidado tomó una, se la entregó a la humana antes de tomar la otra para él.

—¿Quieres comerla? ¡Se me va a quemar la lengua! —exclamó, soplando la galleta para quitarle lo caliente.

Cupido soltó una carcajada sin humor, esbozando una sonrisa sin mostrar los dientes. Deseaba que el agua en sus ojos, las lágrimas no se acumularan por el dolor en su pecho.

—¿Qué es lo que está mal? —preguntó ella con seriedad.

—Nada, mi precioso ángel. —Negó con la cabeza—. Solo que estoy muy feliz de estar juntos.

—Bien... —respondió poco convencida de su respuesta.

—¿Podemos hacer algo de las películas románticas? —preguntó él, cambiando de tema, intentando borrar la expresión de su rostro.

—¿Qué es lo que quieres? Yo ya te dije que no voy a hacer el amor en la cocina —advirtió ella, resoplando.

—No, mi ángel. Quiero que crucemos los brazos, como un brindis, pero con las galletas —contestó, fingiendo diversión.

—Eso si quiero recrear contigo —dijo, aliviada.

Se pararon frente a frente, Ginger se encontraba nerviosa, pero extendió el brazo derecho, enroscando su brazo con el de la deidad. Dieron un paso para estar más cerca el uno del otro.

Chocaron las galletas con diversión, antes de llevarlas a sus respectivas bocas. Ella gimió al sentir la masa suave en sus labios. El olor era espectacular y su boca se hacía agua. Además, ese color dorado con una capa de chispas por encima era tentador.

—Vamos a recrear muchas escenas de esas películas románticas de las que eres fan, ¿verdad? —preguntó ella con la boca llena de galleta.

—Todas las que desees —prometió cuando tragó lo de su boca.

Ella dio otro bocado antes de desenredar los brazos. Pero, él no quería dejar de tocarla, por lo que colocó las manos en su cadera a él, viendo cómo terminaba de devorar la galleta. Él pasó su lengua por la comisura de sus labios, retirando el resto de las migajas.

—Nunca pensé que podría enamorarme de esa manera —confesó, curvando sus labios con una sonrisa.

—¿Mmm?

—Sí, dibujaste recuerdos en mi mente que nunca podría borrar —agregó él, posando sus labios en la frente.

Continuó con su rastro de besos, por toda su cara. Bajó por el puente de la nariz, prosiguió con sus mejillas, devolvió al otro lado hasta que aterrizó en su boca, rozando el labio inferior con la lengua para que le permitiera entrar a la cavidad bucal, disfrutando de su último beso

—Yo tampoco podría borrarte de mi corazón, jamás —prometió ella al separarse para respirar.

Él sonrió, se inclinó hacia ella, depositando otro beso en su frente con ternura. Sin creer que todavía le robará sus recuerdos en la galletita de amor que preparó. Lo más doloroso es que sería como si nunca hubieran cruzado una palabra.

Sin embargo, al menos, el pelirrosa guardaría los dibujos plasmados en su corazón que ni con el transcurso de los años lograrían borrarse.

n/a*

sin palabras, y antes de que me funen, dejenme decir todavía falta el epílogo 7u7

así que nos leemos prontito jijiji

con amor hope

recuerden seguir en mis redes para actualizaciones n.n

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