029 l Lianna

Viernes, 13 de marzo

Ginger estudió a Lianna, atendiendo a los comensales. Ese día no había tanta saturación de clientes, por lo que el trabajo era tranquilo. Podía conocerla un poco más en la conversación.

—¿Y tiene marido? —preguntó Ginger, ella estaba sentada en una de las bancas.

Lianna estaba limpiando las barras con un trapo húmedo, pero se detuvo por unos instantes al alzar la cabeza.

—Sí, solo legalmente. Pero, no estamos juntos como una pareja —resopló, rodando los ojos.

La castaña tragó duro, se notó que le incomodaba hablar al respecto.

Carraspeó la garganta con dificultad, yendo a la cocina, perdiéndose de la mesera. Observó la espalda de la deidad, algunas venas sobresalían de su cuello cuando aplicaba fuerza al amasar las mezclas del día siguiente. Sarah le dio la confianza de prepararla él mientras ella descansaba.

Ella quería acercarse con cautela y recordó que el otro día lo lastimó por idiota, pero esta vez no estaba cargando una cafetera hirviendo. Aunque tal vez se estremecía y podría tirar toda su masa.

Así que era mejor evitar accidentes, por lo que fingió toser, haciendo notar su presencia. Cupido giró un poco el mentón, observándola por el rabillo, curvó sus labios en una sonrisa mientras ella daba grandes zancadas hasta estar detrás él, lo envolvió con los brazos.

—Ni se te ocurra tocar la masa sin haberte lavado las manos —advirtió con seriedad, empujándola con el trasero.

La humana estaba anonadada, negó con la cabeza, pero dio varios pasos al fregadero, abrió la llave para lavarse las manos, creó espuma y se aseguró de enjabonar cada rincón. Se secó con la toalla que colgaba en un lado antes de volver a estar detrás de Cupido, quien entrelazó sus dedos con los de ella para continuar amasando la harina que tenía delante.

—¿Tú sabes hacer pan? —inquirió el pelirrosa, con una media sonrisa, intentando observarla.

Ella negó con la cabeza, estaba segura que la podría ver.

—De niña, ella solo me dejaba cocinar en pequeñas cantidades y cosas que no estaban en el menú —inició con la explicación—. Y cuando fui lo suficientemente mayor, la convencí para abrir la cafetería y lo que no nos sobraba era.

La deidad soltó un suspiro con profundidad, para que ella continuará con la conversación.

—Cuando tengas tiempo, te puedo enseñar —ofreció él, apretando la masa con ayuda de su mano.

—¿Y por qué estás haciendo masa?

—Porque los clientes que llegan en la tarde también desean. Sé todo lo que hace Sarah. Pero, todavía no lo he dicho.

—¿Y quieres hacer mucho pan? —preguntó con confusión, moviendo sus manos para que la soltará.

—No, solo voy a hacer dos tandas, a mi gusto. —Giró el montón, observándola por el rabillo—. Sarah es muy rígida en la preparación, y como es su trabajo, pues respeto su proceso.

—Sí, todavía me sorprendió que fue muy fácil que te aceptará en su área de trabajo.

—Eso es normal, soy el encanto en persona —respondió con obviedad.

Ginger abrió los ojos con diversión. No le iba a incrementar el ego a una deidad. Ella se volvió a enjuagar las manos, removiéndose el resto de la harina. Regresó detrás de la caja registradora, atendiendo a los nuevos clientes, preguntando si habían hecho más pan.

—Están en el horno, tal vez en media hora estén. Si gustan esperar —ofreció, tanteando.

Ni siquiera se percató que la cafetería empezaba a oler como en las mañanas, justo lo que atraía a todo el mundo a sus puertas.

—Está bien, nosotros esperamos. Igual nos puedes hacer el café al mismo tiempo que nos traigas el pan —pidió la cliente con una sonrisa.

Ginger asintió con la cabeza mientras terminaba de cobrar. Las personas que llegaron después de ella tenían la misma indicación. Tuvo que ir a la cocina, preguntando por la cantidad exacta de panes, no vaya a sobre

Los panes salieron justo a tiempo, las narices de los comensales olfatearon con delicia en lo que veían a la mesera correr de un lado al otro. El trabajo aumentó, por lo que, sin darse cuenta, el cielo oscureció y estaban a punto de cerrar. Lianna fue hacia la parte trasera para lavar los platos sucios mientras que Ginger terminaba de limpiar las mesas y subir las sillas para que sea más fácil trapear el suelo.

La mujer terminó de asear los hornos de la cocina, un poco fastidiada, ya que los limpió en la mañana para que estuvieran listos al día siguiente y debía de repetir el proceso, lo cual la dejaría tal vez una hora extra, porque se pulía a profundidad en el interior.

Al finalizar, Lianna salió de la cocina, encontrando que el pelirrosa estaba jugueteando con las manos de su jefa, por lo que inhaló antes de acercarse a ellos con una sonrisa forzada.

—Ya terminamos de limpiar, Lianna. Gracias —dijo Ginger.

—Sí, pero ahora me tomó un poco más de tiempo, se ha hecho más oscuro donde me recogen. —Lamió su labio inferior.

La castaña parpadeó un par de veces, soltando por fin las manos del dios, enlazando las propias.

—Te puedo acompañar, Lianna. No te preocupes, ¿en dónde dices que vas?

—Vienen por mí, mi hermana y mi mamá. —Tosió, sintió un poco de picor en la garganta y se rascó el cuello—. A unas cuadras de aquí para que no nos desviemos mucho para ir a la casa.

—Si quieres te acompaño, no tengo problema —ofreció Ginger.

—Sí, por favor.

—Yo también voy a ir —añadió Cupido, intercalando las miradas entre las mujeres.

—Pero, estás todo lleno de harina.

—¿Y a poco es ilegal salir de esa manera? —Enarcó una de sus cejas con diversión—. No te preocupes, puedo vivir con un poco de harina en la ropa. No me voy a morir.

—Si quieres ve rápido arriba para cambiarte la playera que la traes toda embarrada de chocolate —sugirió Ginger, extendiendo su brazo para acariciarle la caja torácica.

—Estoy bien, no me gustaría dejarlas ir solas.

No, y sobre todo cuando había un hombre merodeando a su humana, exigiendo dinero. Ella no le debía nada, al contrario, ese Hudson debería de intentar darle el mundo entero, para remediar el daño que le hizo de pequeña.

—No te preocupes, aquí te esperamos —instó Ginger.

Ginger ni siquiera se acordaba de Hudson, tenía la esperanza que, el día anterior, desistiera.

Cupido ladeó la cabeza, no muy convencido de irse a cambiar, pero les prometió que en menos de dos minutos iba a estar de regreso. Desapareció por la puerta y la tensión abundó en todo el lugar. Ginger intentó no sentirse tan incómoda al enredar la cola de caballo en su mano.

El celular de Lianna empezó a vibrar, por hizo sonidos con la boca que no entendía.

—Me tengo que ir, Ginger. Me están esperando y sabes que no podemos estar estacionados en doble fila —apresuró Lianna, mostrando la pantalla encendida de su celular.

—Podemos esperar a Mish...

—No, es que ya le están sonando el claxon.

Lianna agarró la muñeca de su jefe, halando de ella hacia la entrada. Ginger no alcanzó a cerrar bien la puerta, lo único que hacía era intentar alcanzar los pasos de la mujer que eran muy veloces. Tuvo que frenar de golpe después de haber recorrido una calle, intentando tomar un bocado de aire.

—Vamos, Ginger —apresuró Lianna.

—Yo pensaba que estaba a dos cuadras de la cafetería, pero siento que he corrido millas —rezongó Ginger.

—Ya casi llegamos —imploró, reafirmando su agarre y tirando de ella.

Ginger alzó la cabeza, percatándose que los faros de las luces de las calles estaban lejos, pues ahora se dirigían a unos callejones sin salida. Algo dentro de su interior le gritaba que se detuviera, ¿a quién la recogían en un lugar tan solitario y oscuro?

Era extraño.

Terrorífico, de hecho.

No estaba bien.

Puso sus piernas firmes, deteniendo su andar. Lianna sintió el freno de golpe por lo que se tambaleó. Giró el cuello para estudiarla, entrecerró los ojos con duda.

—¿Qué es lo que sucede? —inquirió Lianna— ¿Por qué no estás avanzando?

—¿Estás segura que es por acá? Está oscuro.

Las intuiciones de la humana le gritaban que se alejará de ella, que regresará a la cafetería. Era oscuro y la zona por donde vivía en su mayoría eran locales, por lo que no había personas que la pudieran escuchar si gritaba por socorro.

—Claro que conozco, aquí pasan por mí. Mi casa queda a la derecha, en la esquina siguiente.

—Es que me tocaría regresar sola y mi novio no sabe en dónde estoy —excusó, retrocediendo con lentitud.

—¿Por qué me miras así? —preguntó Lianna, fingiendo inocencia—. No te va a pasar nada.

Ginger la barrió con la mirada, las palmas de sus manos empezaron a sudar.

—No, pero yo tampoco quiero regresar sola. —Movió la muñeca en círculos, intentando librarse de su agarre.

—¡Ya falta un poco! —clamó con frustración, sujetándola con fuerza y sin respiración.

—Te puedo esperar aquí.

Ginger se confundió al ver un auto sin placas, viejo y oxidado pasar a un lado que frenó. De la puerta del conductor salió un hombre que estaba cegado por la cólera, lucía más grande de lo que realmente era, pero ella se congeló hasta la respiración.

—¡Te dije que la llevarás a la otra esquina! —reclamó Hudson con una mirada sombría a la mujer que la sostenía de la muñeca.

—No quería, suerte que la he traído hasta aquí y sin el idiota de su novio.

Entretanto, Cupido terminó de cambiarse la ropa lo más rápido posible que pudo, bajó corriendo después de despedirse de Sarah, pero se asustó cuando vio la puerta abierta y sin rastros de las mujeres. Su corazón empezó a latir, parecía que en cualquier instante se iba a salir del pecho.

Salió corriendo, el problema era que no sabía para dónde. Maldijo internamente, no debió de dejarlas ni un segundo. Se detuvo en medio de una calle vacía, era tonto correr sin saber, estaba perdiendo el tiempo. Escudriñó calles, buscando un hueco recóndito, donde pudiera pasar desaparecer por unos instantes.

Lo encontró en medio de dos edificios, a lado estaban los botes de basura, rogaba que nadie estuviera cerca. Sacudió sus hombros, obligándose a que sus alas le hicieran caso, pero no tuvo una respuesta favorable.

—Estúpidas alas —farfulló, apretando los puños hasta que sus nudillos se tornaron blancos.

El cuerpo de Ginger no respondía, por más que su mente le estuviera gritando que se moviera. Cuando juntó la suficiente fuerza, ella extendió la pierna, golpeando el muslo de Lianna, quien gritó, soltándola. La castaña no iba a desperdiciar el tiempo, por lo que sus piernas empezaron a correr, pero detrás iba Hudson.

—¡Quédate quieta o disparo! —advirtió con ira, quitando el seguro al arma que llevaba en las manos.

Ginger dejó una pierna en el aire, levantó las manos inconscientemente.

—Gírate hacia mí, lento —ordenó, con la voz temblorosa— ¡No bajes las manos!

Ginger tragó duro, volteando como lo indicó, alzando la mirada, mirándolo con una mezcla de sentimientos.

—Yo te dije que te ibas a arrepentir —recordó, parecía orgulloso.

—¿Arrepentirme de que Hudson?

—¡De no apoyarme! ¡Ni a mí ni a tu hermano! —sintetizó—. Eres muy ingenua, debiste investigar a las personas que contratas.

Ginger no podía procesar lo que él le decía y se notaba en sus expresiones.

—Lianna es mi mujer y madre de tu hermano.

Ginger se atragantó con su propia saliva, aunque podía intuirlo ahora que estaba metida en este lío.

—Pudiste habernos ahorrado todo este lío, Virginia. Pero tenías que ser prepotente y arrogante, eres tan parecida a tu mamá —escupió Lianna con resentimiento—. Jugando a ser una familia perfecta, me daba asco.

Hudson la había abandonado junto a su madre depresiva que se suicidó, debido a que prefirió estar con Lianna. Y cuando ella quedó desprotegida, no la recibieron en su casa, porque no embonaba en su nueva vida. Superar ese episodio le costó años de terapia, y ahora los dos estaban delante con un arma apuntándole, dispuesto a tirar del gatillo.

—Tanto asco que te quedaste con Hudson y hasta un hijo tuvieron, ¿no? —mofó Ginger, rodando los ojos—. Un hijo que además no pueden mantener y buscan sacarme dinero a como dé lugar.

La sangre de Lianna se calentó, porque aquellas palabras eran ciertas. Ella se quedó con Hudson hasta ese día, y estaba enamorada de él, por lo que no iba a permitir que una estúpida estuviera hablando pestes de su familia. Dio varias zancadas largas, llegando justo delante de Ginger.

La señora alzó la mano, fúrica, plasmándola en la mejilla de la castaña. Ginger giró la cabeza debido a la fuerza, los mechones de cabello cubrieron su rostro, pero el resto de su cuerpo permaneció quieto. No quería provocar que jalaron del gatillo. Seguramente la llevarían a algún cajero automático para retirar una cantidad de dinero, y al final, la soltaría.

O al menos eso era lo que esperaba.

—¡No te atrevas a volver a hablar así de mi familia!

Ginger se encogió de hombros, la cachetada le había dolido, pero no quería propiciar a darle otra.

—¿Cuál es su plan ahora? ¿Matarme? —preguntó, mirando fijamente a Hudson.

—Depende —canturreó con diversión, la sonrisa que sus labios curvaron era macabra.

—¿De qué?

—Cuánto vale tu vida —replicó Lianna, caminando hacia su marido hasta estar detrás de él, apretando sus hombros.

—¿A qué te refieres? —Ginger ladeó la cabeza.

—Dinos una cifra y si nos conviene, podemos dejarte libre, porque resulta que no solo nosotros nos tienes como enemigo, sino que hay una persona que nos ofreció dinero por tu cabeza —explicó Lianna, burlesca.

—¿Les han ofrecido dinero por matarme?

¿Quién la odiaba tanto para hacer tal crueldad?

Según ella, no tenía problemas con nadie.

Hacía expresiones, intentando recapitular quién era la persona por la cual sentía tanta rabia hacia ella ¿Sería la prometida de Noah? Es que él ya ni va tan seguido a la cafetería y sigue manteniendo una relación amable.

Además, Ginger nunca tuvo una relación con él, apenas se estaban conociendo.

Creía que todo estaba resuelto entre ambos

¿O a poco esa mujer buscaría una venganza mayor?

Estaba confundida.

—¿Es que tienes demasiados enemigos que te quieren matar? —resopló—. Pero dinos... ¿Cuánto vale tu vida?

Ginger empezó a temblar, porque la mano que sostenía el arma parecía que no iba a vacilar, por lo que ahora estaba segura que podrían matarla por dinero. Tal vez si les hubiera ayudado cuando se los pidió no estarían en tal escena.

—¿Cuántos les ofrecieron? —preguntó, conteniendo la respiración.

—Veinticinco —replicó Lianna, con superioridad.

Ginger pensó que en su cuenta de ahorros tenía treinta y cinco mil, podía retirar el resto de la cuenta de su abuela si necesitaba, después se lo repondría. El único problema es que el banco no le permitía sacar grandes cantidades.

—Les ofrezco cuarenta mil. —Exhaló temblorosa, sus piernas se empezaron a debilitar.

Hudson y su mujer intercambiaron una mirada fugaz que decía más de mil palabras, regresaron a Ginger, soltando una estruendosa carcajada.

—Millones, Virginia —fanfarroneó Hudson—. Nos han ofrecido veinticinco millones, ¿tú tienes veinticinco y uno?

La humana se atragantó con su propia saliva, era una cantidad exuberante. No podía creer el nivel de maldad que tenía esa persona. Mordió su labio inferior con nerviosismo, porque creía que, si negaba, tiraron del gatillo sin rechinar.

—Hudson, tú dices que eres mi padre. —Carraspeó su garganta luego de unos segundos—. Si quieres serlo, por primera vez en mi vida, acepta el dinero que te estoy ofreciendo y déjame vivir tranquila, por favor —imploró con un hilo de voz.

—Pero, si me has dicho que yo no soy tu padre, así que no tengo ni idea de lo que me estás diciendo —río, resoplando.

Hudson infló su pecho con arrogancia, parecía que estaba dispuesto a asesinarla sin piedad. Apretó sus ojos, recordando sus momentos felices, porque no quería pensar en que, si ella se marchaba, Sarah se iba a quedar sola.

El corazón se le paralizó cuando escuchó tirar del gatillo, pero la bala jamás llegó a tocarla. Al oír cómo rebotaba en lo que era algo de acero y una respiración entrecortada, Ginger abrió sus ojos, observando como sus grandes alas las envolvían, protegiéndola de cualquier daño.

El rostro de la deidad parecía transformado, sus fosas nasales se extendían, porque estaba agitado. Las líneas de expresión en su frente indicaban que quería hacer arder el suelo que estaban pisando, ella se sintió aliviada, sus rodillas temblaron y quiso caerse. Sin embargo, dos brazos la sostuvieron.

Los gritos terroríficos de Lianna inundaron los oídos de todos, incrédula de ver lo que estaban viendo.

Cupido desenvolvió sus alas con delicadeza a su humana, girando sobre su propio eje, cubriendo a su mortal con su cuerpo.

—¡Te dije que no le pusieras una de tus putas manos a mi mujer! —clamó con furia, inflando su pecho de aire.

—¡Eres un puto monstruo! —vociferó Hudson, la pistola en sus manos empezaron a temblar, pero decidió no perder más el tiempo.

Volvió a disparar un par de veces, pero las balas parecía que rebotaban en su cuerpo que continuaba caminando recto en su dirección, amenazante. La pistola no hacía ruido, por un amortiguador.

—¡Y el peor de todos, que te hará realidad tu peor pesadilla!

Cupido sujetó el mango de la pistola con firmeza y una sola mano. Con la otra le brindó un puñetazo en la mandíbula con velocidad, que no le dio tiempo a Hudson de reaccionar, por lo que cayó al suelo sobre su trasero.

El pelirrosa fue ágil en sus movimientos, por lo que colocó su pie en el pecho del hombre, evitando que pudiera huir. Lianna vio a su marido en el suelo, por lo que no desperdició más el tiempo y corrió hacia el automóvil, en busca de la llave para arrancar, pero no estaba puesta, por lo que golpeó el volante con frustración.

Reconoció que no era una óptima idea haber aceptado el trato de aquella mujer que rogaba que Virginia estuviera muerta. Tal vez si le pedía un préstamo, ella podría dársela y pagarlo con trabajo, parecía ser buena gente y no sabía que era la esposa de su padre. No obstante, era demasiado tarde para arrepentirse.

La deidad sabía que aquella mujer no iba a llegar muy lejos, por lo que solo se enfocó en Hudson, que lo cegó por la rabia, así que con la otra pierna le proporcionó una patada en la entrepierna, que lo hizo retorcerse del dolor.

Hudson intentó devolverle la patada, pero fue inútil, ya que la deidad se paró encima, enterrando el talón para que le doliera?

—Eres un cobarde inservible.... ¿Matar a tu propia hija?

—¡Mandado por tu madre! —escupió sin aire.

Cupido lo miró sin entender.

—¿No lo sabías? —carcajeó sin humor—. Tu madre me pidió asesinar a tu novia.

—¡Estás mintiendo!

Lo estaba intentando hacer por segunda vez, le causaba una migraña y un profundo dolor en el corazón.

—¡Por favor, tú conoces a Venus y sabes de lo que es capaz de hacer!

Ginger observó como Lianna salía del auto y empezaba a huir en la dirección contraria. Luego, empezó a dar cortos pasos hasta estar detrás de Cupido, prestando atención a las palabras, dejándola estupefacta.

—Ella fue la que organizó que Lianna fuera la única persona en presentar solicitud en su cafetería...

Cupido creía que él no estaba mintiendo, la ira volvía incrementar, por lo que volvió a darle otra patada en el pecho.

—Me podrás matar —dijo Hudson, observando como la pistola lo apuntaba—. Pero, Venus jamás se detendrá y lo sabes.

Cupido bajó el arma, apuntando al brazo y sin vacilar, disparó. Hudson chilló horrorizado, viendo como un charco de sangre empezaba a formarse debajo de él. El pelirrosa quería apuntar a su corazón, disparar y terminar con el problema.

Pero, sabía que eso sería caer tan bajo como su mamá, y no estaba dispuesto a jugar en su mismo juego.

—No te voy a matar, Hudson. Pero, escúchame bien, porque si te vuelves a acercar a Ginger, no vivirás para contarlo.

Le dio otra patada en las pierna, Hudson ahogó un grito, no le iba a dar la satisfacción de que lo iría.

—¿Escuchaste?

Hudson asintió con la cabeza, apretando el interior de su mejilla.

—Recuerda que todavía tienes un hijo que te necesita, aunque a nadie le gustaría tener un padre tan miserable como tú.

Ginger soltó el aire, aunque Hudson fuera capaz de asesinarla, ella no quería pagarle con la misma moneda.

La deidad extendió sus alas, sujetó a su humana por la cintura y empezó a volar hacia el cielo. Ginger se estremeció cuando sus pies dejaron de tocar el suelo y enredó sus piernas en la cadera, todavía aturdida que la madre de Cupido la mandará a matar.

Tal vez Hudson no logró su cometido. Pero ¿existiría un segundo intento? ¿O cuántos necesitaría para cumplir con su objetivo?

Cupido parecía tan ausente como ella cuando aterrizó en el piso, justo delante de Lianna que cayó al suelo, se arrastró hacia atrás, intentando alejarse de él, ya que lo apuntaba con la misma pistola.

—A ti no te mato, para que el niño no se quede huérfano —amenazó la deidad con seriedad.

Las palabras resonaron en su mente, ¡Los desgraciados habían asesinado a su marido!

—Pero, si vuelves a acercarte a Ginger o siquiera piensas en ella, iré por tu hijo y después por ti.

Lianna palideció, ¿¡Cómo se atrevía a siquiera pensar en él!?

Cupido dejó de apuntar con la pistola, le puso el seguro y la metió entre el pantalón y su espalda, antes de volver a tomar en brazos a humana. Colocó un brazo detrás de sus rodillas y la otra en la cadera, pegándola a su pecho. Voló lo suficientemente alto para no ser percibido por el ojo humano hasta la terraza del edificio en el que vivían.

La soltó con suavidad, ella todavía estaba en un trance, su mirada estaba perdida y no eran firmes sus pasos, parecía que despertó del sueño cuando él acunó su rostro, observando que tenía una marca en su mejilla. Le dieron ganas de regresar con la mujer y dispararle por lastimarla, pero debía de permanecer a su lado.

Se inclinó hacia delante, depositando un beso en su mejilla, ella sintió un hormigueo extraño, sentía un poco de humedad.

—¿Por qué me siento así? —preguntó con confusión, colocando su mano.

—Creo que he recobrado un poco de mi poder, apareció cuando te vi en peligro y no iba a permitir que lo más bonito de mi vida muriese.

Cupido abrió los brazos, esperando en que su humana corriera para fundirse en un abrazo. Sin embargo, el momento nunca llegó. Ella cruzó los suyos con dolor, respirando con profundidad.

—¿Qué es lo que está mal?

Cupido intentó acercarse, sin embargo, ella se alejó, dándole la espalda. Permaneció en silencio, tratando de buscar las palabras adecuadas para decir lo que estaba diciendo su mente. Se giró en sus propios talones para mirarlo, pero no pudo sostener la mirada por más de dos segundos.

—Creo que no podemos estar juntos, tu madre tiene mucho poder, Cupido —farfulló en un hilo de voz y con el corazón roto en mil pedazos

—Pero...

—Si no fue con Hudson será con otra persona o ella misma.

Cupido dio una zancada hasta estar cerca de ella, intentó tocarla, pero retrocedió, ya que, en ese momento, sus caricias se sentían como cuchillos.

—Siempre te voy a proteger, mi precioso ángel —prometió.

—Es imposible, puedo poner en riesgo a mi abuelita y ella es lo más preciado que tengo en esta vida, no quiero ni imaginar cómo sería si ella no estuviera.

—Nada te va a pasar ni a Sarah...

—Hoy tuvimos suerte, llegaste en el momento ¿qué hubiera pasado si no llegabas a tiempo? Hudson no tuvo piedad en dispararme, lo puede volver a intentar, yo...

—¡Te amo, Ginger! —gritó a todo pulmón con desesperación y la primera lágrima rodó por su mejilla.

No podía imaginarse una vida en la que ella no formaría parte.

—Y yo también te amo con pasión, pero a veces, el amor no es suficiente.

—Yo...

—No voy a vivir día a día pensando en que puedo morir si estoy cerca de ti. —Sus ojos se llenaron de lágrimas, aunque intentó detenerlas—. Te amo, pero no voy a ponerme en peligro, tal vez tu mamá me deje en paz si ve que hemos terminado.

Cupido apretó los puños con enojo, Venus volvió a sobrepasar los límites. Sin embargo, esa vez no se iba a quedar sin consecuencias.

—Lo voy a arreglar...

—Está bien, estoy bien. Solo tenemos que terminar con nuestra relación y todo va a regresar a la normalidad.

—¡Deja de decir que estás terminando conmigo, coño!

—¡Es lo que estoy haciendo por mi propia seguridad!

Cupido dio una zancada hasta llegar a ella, la agarró de la cintura, pegándola a su pecho. Capturó sus labios, pero los de Ginger permanecían inmóviles, aunque tampoco lo alejaba. Su sabor era salado gracias a las lágrimas que empezaron a derramar sus ojos.

—Bésame, por favor —imploró sobre su boca—. Te necesito.

—Será más difícil, es mejor que te marches ahora.

Cupido pegó su frente con la de ella y rozó sus narices, mantuvo los ojos cerrados intentando mantener la calma. Depositó un beso en su sien, sus labios permanecieron ahí por un largo tiempo, la humana disfrutó de cada caricia.

—Te prometo que voy a solucionar todo esto para que estemos juntos siempre.

El dios la soltó por fin, Ginger abrió sus ojos con lentitud, observando como Cupido desplegaba sus alas antes de revolotearlas para salir volando. Ella no dejó de mirarlo hasta que su mirada lo perdió.

—No prometas algo que no estás seguro que vayas a cumplir. —Suspiró para sí misma.

Muy dentro de su interior y aunque la destrozaba, sabía que hasta ahí terminaba su historia de amor.

—Fuiste el amor más bonito de mi vida, fresita.

n/a*

sin palabras estoy

denme 5 minutos, porque no puedo creer que se haya terminado su love story

creen que cupido debió de matarlos?

los leo

recuerden que pueden seguirme en redes para ser mutuals y tener chismecitos 7u7

con amor, hope n.n

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