022 l Ángel
Viernes, 6 de marzo
Venus arrojó su bolsa de marca de lujo en la mesa de la casa de Psique, sus fosas nasales se ensancharon con furia. Dejó caer todo su peso en la silla que estaba atrás, recargando su espalda y cruzando los brazos.
—Yo no sé porque tanta rabia —mofó Psique.
Adoraba ver a esa diosa furiosa, daría cualquier cosa por verla siempre así.
—¡Eres una inútil! ¡Te mandé para que sedujeras a mi hijo y te rechazó! —resopló, dejando caer la cabeza hacia atrás.
Fue un golpe bajo para su ego, debía de admitirlo, pero no estaba tan interesada en él. Para ella, los hombres eran solo un juego. A lo largo de los años, entendió que en realidad no valen la pena.
—Está enamorado de la mujer —replicó con sencillez, encogiéndose de hombros—. O no. Pero, por el momento solo tiene ojos para ella. No lo voy a intentar más, Venus.
—¡Me lo debes! —bramó, su piel empezó a tornarse rojizo.
—No, chiquita. Al contrario, tú me lo debes a ti —respondió con tranquilidad, observando sus uñas recién hechas—. No recuerdas quién soy yo, y gracias a ti. Así que ya no fastidies, que no voy a intentar otra vez seducir a tu hijo para romperle el corazón a la otra chica. —Rodó los ojos—. Mejor te vas de mi casa, por favor. Y nos vemos en unos ocho años, que sabes, tengo que mudarme. Me gustaría regresar a Perú. Mi español ha mejorado muchísimo, y me encantaría llamarme Paulina, con fuerza ese nombre.
Venus se dio cuenta que no la tendría como aliada. Lo único que la alentó para intentar seducir al idiota de su hijo la primera vez era el diamante en su dedo del medio que se podría apreciar a varios kilómetros por su brillo.
La dio masculló, las ganas de explotarle la cabeza eran grandes. Por lo que se levantó de la silla con toda la dignidad que le quedaba para salir del elegante departamento que ella alquiló por quince años.
Los humanos eran tan estúpidos, jamás estarían al nivel de un dios.
Por otra parte, en su cafetería, Ginger estaba inclinada en una mesa, recogiendo las tazas. Se estremeció al sentir un par de manos rodear sus caderas, pero se relajó al saber a quién le pertenecían. Su espalda se estrelló contra el pecho del pelirrosa y sonrió sin poder evitarlo.
Él apretó sus brazos a su alrededor, dando un beso en el hueco del cuello y el hombro. Se alejó, porque la puerta de la cafetería se abrió. Él se aseguró que su mandil estuviera bien fijo antes de regresar a la cocina mientras ella atendía a los nuevos comensales.
Ella tomó el pedido, entregándoselo a Cupido. Al regresar al área de mesas, observó como Noah agarraba su maletín de trabajo, luego de limpiar la comisura de sus labios, dejó un billete debajo del plato de cera, saliendo de la cafetería sin observar a la humana.
Él ya no provocaba nada en ella, solo era solo un cliente que iba todos los días a su cafetería, tal vez por la comodidad de la distancia a su zona de trabajo.
Ginger terminó su jornada laboral al sacudir las sillas mientras que Cupido limpiaba la cocina. Al salir, ella se sintió relajada cuando no vio a Hudson por ninguna parte, hostigándola.
Ese día la deidad mintió al decir que no debía de ir a clases, porque sus estudiantes debían de ir a algún seminario, por lo que iba a estar con ella.
—Suspiraste con alivio —afirmó el pelirrosa, a su costado.
—¿Lo hice? —inquirió, atónita.
—Sí, quedamos en no tener secretos para que nuestra relación fluya —instó Cupido, arqueando una ceja.
—Solo Hudson, espero que ya se haya rendido y me dejé en paz. Lamento mucho lo de su hijo, porque al igual que yo, no tiene la culpa por sus padres. Pero, tampoco es responsabilidad mía.
—Yo apoyo tus decisiones, pero pues no podemos hacer problemas ajenos, nuestros.
La humana se sacudió, en un intento de alejar las malas vibras.
—Bien, entonces ahora sí me va a apetecer cenar. Andando que muero de hambre.
Ginger golpeó con sutileza el hombro de su inquilino y subió las escaleras. Como era de costumbre, al abrir la puerta, Sarah se encontraba en el sillón. Sin embargo, había algo distinto esa vez, ella tenía un montón de piezas de rompecabezas sobre la mesa y parecía que estaba discutiendo con el pobre Beny.
—¿Por qué me miras así? Si parece que me dijiste que comprarla de doscientas cincuenta piezas parecía que era una grandiosa idea —resopló la abuelita, con sus pobladas cejas fruncidas.
—¿Abu? —preguntó Ginger, entrecerrando los ojos— ¿Por qué te estás peleando con el pobre de Beny? —enfurruñó, dando una zancada y extendiendo su brazo izquierdo para que el ave revoloteará sus alas hasta llegar a ella.
Con la otra mano le acarició la cabeza.
—Él me pudo haber dicho que comprará el rompecabezas de cincuenta piezas —bufó Sarah.
—Pero, él ni siquiera fue al supermercado contigo —carcajeó su nieta.
—Pues debió decirme algo cuando me vio abrir el paquete —refutó Sarah, haciendo un mohín con los labios.
—Mira, Mish y yo te vamos a ayudar. Primero buscaremos todas las piezas, por colores y sobre todo, los de la orilla, ¿va?
Sarah estaba ceñuda, barrió con la mirada a los dos jóvenes, desconfiaba de ellos, aunque el plan de su nieta parecía tener coherencia. Tal vez era más fácil empezar de afuera hacia adentro.
—Bien —accedió, soltando el aire contenido en sus pulmones—. Parece una buena idea—. Volvió a revolver todas las piezas de la mesa, inclinándose para empezar a separarse.
Cupido sintió ternura al ver a la señora con frustración, se encogió de hombros y se sentó en el suelo para ayudar a separar las piezas. Ginger empezó a liderar, separando por colores la noche estrellada, era un tanto complicado, porque eran casi todo azul y negro.
Cuando empezó a unir el contorno, Sarah resopló, había pasado un largo tiempo con la espalda doblada, por lo que la sentía entumecerse. Lo único que deseaba en ese instante era acostarse en la cama y descansar para el día de mañana.
—Hice la cena, son sándwiches. Yo ya me voy a dormir —gimoteó irritada.
Acarició el ave que descansaba en la cabeza de su nieta, y arrastrando los pies caminó hacia su habitación.
—¿Tienes hambre? Yo sí, desde hace rato, pero sentía que si decía una palabra, Sarah me iba a atacar. —Soltó el pelirrosa, liberando todo el aire contenido en sus pulmones.
—Mejor elección no pudiste escoger, porque también me sentía igual —concordó la humana, levantándose del suelo y sacudiendo su retaguardia.
Cupido imitó su acción y los dos caminaron hacia la cocina. En el centro de la mesa se encontraba la cena.
—Vamos a la terraza, hasta arriba —sugirió la castaña, con la comida en los labios—. Es que si sale mi abuela, enojada y nos ve, se va a enojar. La conozco, es mejor que no nos vea.
Cupido recolectó la comida mientras que Ginger sacaba dos botellas de agua. Rápido fue a su habitación, donde sacó la colcha de arriba y que no se sentarán en el suelo. La deidad la siguió hacia abajo, rodearon un poco el local hasta que por un costado había unas escaleras de metal.
Ella empezó a subir las escaleras hasta que tenía que escalar las últimas, porque estaban clavadas a la pared. Cupido se posicionó justo debajo, colocando sus manos en sus nalgas, para darle apoyo.
Con cautela, Ginger cruzó la pierna para subir a la terraza, perdió el equilibrio por unos segundos antes de volver a agacharse para tomar las cosas y que el pelirrosa le entregaba, envuelta en la sábana para que fuese más fácil sostenerlo.
Ella dejó todo en el piso y cuando se giró para ayudarlo, el hombre ya estaba detrás de él, ¿cómo es que se movió tan rápido? Trató de ignorarlo, empezó a extender la sábana en el suelo, intentando sentarse en una esquina, señaló delante para que él se sentará, pero él la sostuvo del codo.
—El lugar está un poco sucio, ¿segura que quieres comer aquí? —inquirió la deidad, estudiando su alrededor.
La terraza era solo el techo, no se veía otra manera de ingresar que no fueran las escaleras que estaban a un lado de la pared. Estaba empolvado, sin embargo, no era mucho, y en una de las esquinas apreciaba algunos nidos de pájaro, vacíos. El lugar parecía descuidado por unas semanas, pero sabía que podía estar
Él visualizó un palo el piso, no quería que ella se sentará en suciedad, por lo que se acercó y empezó a barrer la zona.
—No está tan sucio como parece, lo que pasa es que está descuidado. Sé que se vería mucho más bonito con una remodelación. Tal vez poner unos azulejos, así como un jardín. Ese era mi proyecto, pero el trabajo no me da mucho tiempo —admitió con una mueca en los labios.
—¿Pasabas mucho tiempo aquí?
—Sí, era mi lugar seguro. Y ahora te lo estoy compartiendo, como dije, tenía planes de decorarlo, pero no he...
—Pero, eso era cuando estabas sola. Ahora me tienes ahí.
—¿Entonces quieres decorar esté lugar?
—Para ti, mi ángel —refutó con una sonrisa traviesa en su rostro, terminando de barrer la zona—. Siempre será tu lugar, y yo voy a estar honrado si de vez en cuando lo compartes conmigo.
Ginger percibió una calidez abrasadora e inevitablemente sonrió. Ella se arrojó a sus brazos, colocó su oído a la altura de su corazón, oyendo cada bombardeo, escuchando el incremento. Se sintió feliz al saber que ella le causaba la misma sensación.
—Ya está limpio, las manchas no se van a ir. Necesito azulejos. —Ginger tomó un gran bocado de aire.
Tomó la sábana, extendiéndola en el piso. Dejó la comida y las botellas en el centro. Ella se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, apuntó el lugar que estaba delante. Cupido extendió las suyas, aceptando el sándwich.
—¿Tú tienes algún lugar seguro? —inquirió ella con curiosidad, masticando con tranquilidad.
—Mi lugar seguro eres tú.
Ella le regaló una sonrisa de oreja a oreja.
—Pero, ¿tienes otro?
—Sí.
Estaba lejos de la tierra, pero ella no podría visitarlo por el momento y él no se iba a arriesgar.
—Claro que sí, está demasiado lejos de aquí, pero un día te voy a llevar —prometió con una sonrisa forzada que parecía más una mueca.
—¿Y qué es lo que te gustaría hacerle al lugar? —preguntó él, achicando los ojos, intentando visualizar lo que su humana le estaba narrando.
En el centro iba a poner algo parecido a un toldo que proporcione sombra. Luces alrededor, ya que estaba oscuro el lugar. Los pósters no alcanzaban a gran escala con la iluminación. Las estrellas y una media luna no era suficiente. También quería un pequeño jardín con distintas flores. Ella no era muy fan de recibirlas, debido a que al final mueren, por falta de sus raíces. Sin embargo, en un huerto era diferente.
—En estos días, lo que podemos hacer es comprar los azulejos e ir en estos días a una de esas tiendas con cementos. Al cabo que mañana es viernes, el sábado se cierra temprano y el domingo lo tenemos libre. —Levantó los dedos, señalando los días.
—Sí, ¿verdad?
—Claro, mi amor. Si no, ¿cuándo vas a empezar si lo único que haces es trabajar?
—Claro que debo trabajar, fresita. Imagínate si no, ¿luego quién le va a comprar sus semillas al Beny? —bromeó, regando con la cabeza.
Abrió una botella de agua, dio un profundo sorbo y se limpió la comisura de los labios, tentando al dios que tenía enfrente. Él dejó a un lado el emparedado, inclinándose hacia delante, gateando a ella con lentitud.
Ginger entendió el destello de picardía en su mirada, se puso nerviosa, debía oler a a puro café y no se ha cepillado los dientes, seguro que su aliento no era el mejor. Después, tal vez la idea de besarla no le iba a agradar mucho. No obstante, recordó que dentro de su bolsillo tenía una menta que había sacado de su bolsa y la iba a tirar, porque estaba partido a la mitad, pero algo servía.
—¿Ya viste que la luna es hermosa? —carraspeó su garganta, señalando el cielo nocturno—. Mírala —instó ella, mientras que con disimulo hurgaba el bolsillo de su pantalón.
Él sabía que quería distraerlo por un segundo, por lo que giró la cabeza, fingió que apreciaba la luna, pero por el rabillo la observó sacar la mitad de la menta, meterla a su boca y masticarla un par de veces con desesperación.
—¿Ahora si me vas a dejar besarte? —preguntó con un tono de diversión, rozando su nariz con la de ella.
Ginger intuyó que él sabía lo que hizo, por lo que curvó sus labios en una sonrisa. Tomó el cuello de su camisa, atrayéndolo hacia ella, capturando su boca en un beso que él profundizó al sujetarla de las caderas, cuando se enderezó.
La humana lo rodeó, entrelazando sus dedos detrás de su cuello, mordiendo el labio inferior de la deidad. Cupido la atrajo hacia el centro de la sábana, tomando el borde de su camisa, subiéndola.
—¿Necesitas ayuda para desnudarte? Porque adoro quitarte todo.
Ginger abrió sus ojos con sorpresa.
—Estamos al aire libre, alguien puede pillarnos. —Pasó saliva con nerviosismo.
—¿No crees que eso es más peligroso y excitante? Además, no creo que nadie nos vea, ¿o sí? —Lamió su labio inferior.
—Pero...
—Dejemos que las estrellas sean nuestros únicos testigos —murmuró con voz ronca.
El corazón de la humana latió con fuerza mientras que ella confirmaba que lo deseaba todo con él. Lo deseaba, por lo que sus dedos empezaron a alzar su camisa con la mirada fija en Cupido. Los ojos eran impresionantes, tan exóticos que no quería apartar la visión.
Ella levantó las manos cuando la deidad se acercó, ayudándola a sacarse la playera por la cabeza y dejándola a un lado. Cupido abrió la cremallera de su pantalón, tirando hasta los tobillos, dio unas pataditas, liberándose de ellos. Él curvó sus labios en una sonrisa, su mirada se desviaba por su cuerpo, encantado de lo que veía
Ginger con facilidad se llevó las manos a su espalda, desabrochando la última prenda que cubría sus pechos. Él se deshizo de su conjunto con rapidez. Lo único que los separaba era su ropa interior.
—No tenemos condón —farfulló con frustración la deidad en medio de un beso.
—En mi bolsa traigo uno —afirmó ella, ahogando un gemido.
—Ni siquiera vi que la traías.
—Es costumbre mía, no puedo salir de la casa sin bolsa.
Cupido entrecerró los ojos, con diversión.
—Una chica precavida, me gusta mucho —confesó, depositando un beso en la frente, yendo por la bolsa, metiendo la mano y sacando un envoltorio plateado—. Te deseo y estoy duro.
Ginger se sorprendió y descendió la mirada hacia abajo. Se relamió los labios al notar el contorno de su pene.
—Nunca he deseado a nadie como a ti, Mish —admitió ella—. Me muero por ti.
—Yo también me muero por ti, mi ángel. El cielo me ha bendecido contigo.
Su boca se descendió sobre la de ella, poniendo fin a la conversación. Su beso intensificó la pasión. Sus dedos exploraron sin frenesí cada centímetro de su torso que Ginger podría alcanzar. Él se inclinó hacia su humana, provocando que ella abriera sus piernas, deslizándose entre ellas.
Su espalda se arqueó, presionándose con más fuerza contra él. Cupido apartó su boca, porque ambos jadearon. Frotó su erección en ella, robándole un gemido.
—Me encanta la suavidad de tu piel.
La deidad apoyó su peso en las rodillas, bajando sus bóxer de manera tortuosa y lenta. Liberó su pene erecto, ella le quitó el plástico de las manos, rasgándolo, sacando el preservativo. Lo colocó en la punta, deslizándolo hasta la base, era su momento de torturarlo, debido a que echó la cabeza hacia atrás.
—Te necesito alrededor de mí, estás tan mojada por mí —jadeó, depositando besos en su cuello.
Su dedo se deslizó hasta el centro de su humedad, tiró de su ropa interior, destrozándola a la mitad.
—¡Hey! —reprochó ella, arrugando su nariz.
—Te voy a comprar otras, siempre y cuando me lo modeles primero —murmuró contra su piel, introduciendo un dedo y con el pulgar, continuando, frotando su botón de placer.
Alzó un poco el calzón que cubría su zona íntima, ella sentía su longitud en sus muslos internos. Estaban vientre con vientre y su boca buscó la de ella. La besó como si fuera el fin del mundo. Se encontraba tan febril, frenético que perdió la cabeza. Ginger levantó las piernas, envolviéndolas a su alrededor. Sus caderas se movieron, tratando de instarlo a penetrarla y gimió cuando él ajustó su cuerpo más hasta que su miembro se apretó contra su vagina.
El dios meció sus caderas para frotar su virilidad contra su clítoris. Era fácil de hacer, debido a que ella estaba empapada por la necesidad. Se sentía tan bien que ella tenía que apartar la boca de él. Sus manos agarraron sus hombros y sus uñas se clavaron en la piel.
—Por favor —rogó ella.
Él hundió la cabeza en el cuello de ella, volviendo a depositar besos calientes en la garganta. La obligó a tenerlos más abiertos sus muslos.
—Jédeme ya, por favor.
El cuerpo de la humana ardía y estaba tan cerca de alcanzar el clímax. Él deseaba llevar al cielo a su ángel caído.
Él se levantó lo suficiente para que su humana girará el cuello+ para mirarlo a los ojos. La cabeza de su miembro presionó con su entrada. Se apretó contra ella y cerró los párpados.
Ella apretó su agarre de los talones detrás de su cadera cuando la bombeó con más fuerza.
Sus brazos estaban atrapados abajo de él en lo que apoyaba su peso sobre los codos y curvó los dedos debajo de los hombros para sujetarla. Se retiró un poco, volvió a deslizarse hasta llegar al fondo.
Él bajó la cabeza, explorando la línea de su cuello, besándola en ese punto cuando empezó a moverse más rápido, su cuerpo la sostenía con firmeza. La sensación de sus músculos ondulantes casi la envía al orgasmo.
Ginger echó atrás la cabeza, gritando cuando el placer la atravesó. El punto culminante fue brutal, porque se extendió por todo su anatomía. Sus músculos vaginales sujetaron con fuerza su pene inflamado y su cuerpo se apoderó de la intensidad de esta.
El calor disparó en su interior mientras corría. Ella levantó la cabeza, mordiéndole el hombro a la deidad, amortiguando el grito que no pudo contener en su pecho.
Cupido estaba envuelto con los espasmos de su clímax que se olvidó por completo que le crecían las alas en su espalda. Él se derrumbó sobre ella. Él jadeó cuando terminó con sus embestidas. La humana aflojó el agarre de sus piernas que aún estaban alrededor de las caderas de él mientras su cuerpo se recuperaba. Una sensación profunda de satisfacción la llenó y sonrió.
Él la admiraba con una sonrisa en los labios, que frunció el entrecejo al ver que ella torcía la boca en una mueca, palideciendo por completo. Se removió debajo de él, intentando zafarse de su agarre.
El pelirrosa se encontraba confundido por su asustadiza reacción, pero la liberó sin crispar. Ella se le olvidó por completo que estaba desnuda, con dificultad se levantó, señalando detrás de la deidad. Él giró la cabeza, dándose cuenta que tenía unas grandes alas en su espalda.
—Déjame explicarte, Gin —imploró, con dolor al ver como ella continuaba retrocediéndose.
—¿¡Qué eres!? —exigió, cubriendo sus pechos con la mano.
La pared tocó su cadera, evitando que ella continuará su caminata.
—¡No te acerques! —gritó con desesperación, al ver como él dio un paso hacia delante.
Los recuerdos de hace unas noches la azotaron con fuerza, ella soñó con alas de ángel, creía que las vio, y aparentemente no se había equivocado.
—¡Mantente alejado de mí! —Su voz tembló, pasando saliva por su garganta.
—No me rechaces así, me estás matando. —Su voz se rompió y su labio inferior se sacudió, su mirada transmitía tristeza.
La mortal lo observó asustadiza, con el corazón corriendo a mil kilómetros. Él intentó otra vez acercarse a su humana, pero ella volvió a retroceder, su espalda se dobló hacia atrás, perdió el equilibrio y su cuerpo empezó a ser atraído por la gravedad.
Ella chilló, sacudiendo los brazos por la desesperación, como si pudiera sujetarse del aire. Cupido reaccionó con rapidez, por lo que extendió sus alas y se dejó caer al precipicio, siguiéndola, pero tenía cinco segundos de diferencia. Se impulsó hacia abajo con ayuda de sus pies, desplegando sus alas.
A Ginger en ese punto no le interesaba nada, lo único era salvar su vida, por lo que extendió sus brazos hacia él. Lo veía tan lejos, pero sentía que estaba cerca. Una lágrima se extendía por sus ojos, sentía que ese era el final.
Sin embargo, un toque le dio esperanza cuando los dedos de la deidad rozaron los suyos. La humana arqueó su espalda, la impotencia de Cupido lo obligó a extenderse más, la sujetó de la muñeca, tirando hacia arriba hasta que la rodeó con los brazos. Extendió sus alas un metro antes de impactarse contra el suelo.
Ginger le rodeó los brazos con impaciencia mientras él ponía los suyos detrás de la espalda y debajo de las rodillas, pegándola hacia su cuerpo, debido a que lucía con tan frágil.
Voló sus alas, desplegándola hacia el techo, pero se negó a soltarla, porque sentía que, si la soltaba, iba a desaparecer de su vida.
—Bájame —ordenó ella, titubeando.
—No, escúchame. No me mires así que me estás matando.
Cupido extendió sus alas blancas con grandes plumas, rodeando a la humana y cubriendo su desnudez de ambos.
—Yo soy el de siempre, mi ángel. Soy un dios...
Ginger creyó que escuchó mal, porque empezó a toser, dio unos golpecitos en el pecho, tratando de recuperarse.
—Un dios del amor, y mi nombre es Cupido, no Mishka —continuó él, cuando ella dejó de toser—. Sigo siendo el mismo que te ama.
Ginger abrió los ojos, confundida ¿Cómo se supone que debía de reaccionar ante tales alegaciones?
—Quiero que sepas que mis sentimientos por ti son reales, nunca lo dudes. Siente mi corazón, ve como late por ti, por favor, coloca tu mano en mi pecho —rogó él, con los ojos llenos de tristeza—. Por favor, si tu amor por mí fue real, siente.
Ginger dudó por unos instantes, observando el pecho de Cupido, estaba segura que seguía siendo él, pero estaba tan confundida, necesitaba analizar la situación, no obstante, ya no se sentía aterrorizada, porque sabía que él no le haría daño alguno.
—Necesito tiempo, por favor.
Muy a su pesar, el pelirrosa bajó sus piernas, retrajo sus alas. Sus manos temblaban que le fue difícil ponerse la camisa, y sus pantalones, incapaz de sostenerle la mirada. Le dolía ver a Cupido sin la luz habitual que lo caracterizaba, pero debía pensar.
Tomó sus zapatos, su bolsa y cuando terminó de vestirse se fue hacia las escaleras, obligándose a estar tranquila por unos segundos mientras bajaba por los peldaños. El dios no le quitó los ojos de encima, cuidando que ella no se volviera a caer.
Buscó con la mirada sus pantalones, se los puso, tronó los huesos de su espalda y sus alas empezaron a desaparecer.
¿Qué se supone que esperaba? Él le iba a revelar su identidad en algún momento, pero no creía que sería demasiado pronto. Ver sus ojos llenos de temor... Miedo de él, le desgarró el alma.
Una lágrima se deslizó por sus ojos, porque lo único que quería hacer era seguirla, estrecharla entre sus brazos y no dejarla ir nunca más. Empuñó su mano con impotencia. Echó la cabeza hacia atrás, observando las estrellas que lucían apagadas en ese instante.
—No van a ser testigos de ningún rompimiento, ¿eh? —mofó sin diversión—. Solo necesita tiempo.
n/a*
holiii tan tan taaan, sooo ginger no ha roto con cupido vdd? necesito respuestas
perdonen los errores y ya saben que pueden seguirme en mis redes donde subo contenido extra y spoilers.
nos leemos prontito, con amor hope n.n
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