019 l Hudson

Martes, 3 de marzo

El rostro de Ginger lucía demacrada, parecía ida detrás de la caja, como un robot que estaba programada para cobrar, aunque reinició su sistema con un hombre vestido de traje cabello negro y ondulado.

—Lo de siempre, por favor. —Le regaló una sonrisa.

La humana pasó saliva con nerviosismo, pues Noah estaba justo enfrente de ella, parecía que ni siquiera la conocía ¿o ella no entendía la indirecta? Ya ni lo sabía. Arrugó su nariz, en busca de una respuesta, pero no tenía.

—¿Hola? —Noah chasqueó los dedos en frente de la cara de Ginger, regresándola a la realidad— ¿Te sientes bien?

Ginger parpadeó frenéticamente, regresando a su ser. Arrugó el entrecejo con confusión, observando a su cliente.

—Sí, estoy bien, ¿me decías? —inquirió ella.

El hombre pretendía que no la conocía en lo absoluto, lo cual le parecía bien, porque no quería cargar más problemas de los que ya sentía.

—Me das lo de siempre.

Ginger asintió con la cabeza.

—¿El café moka con tres cucharadas de azúcar? —rectificó el pedido.

El hombre ensanchó sus fosas nasales y asintió la cabeza con lentitud.

—Sí, aquí anoto.

De pronto, las palabras resonaron dentro de su mente con eco repetitivamente. Un hombre iba a visitarla, de su pasado, ¿era él a quién se refería?

Ginger sacudió sus hombros, dando el costo total antes de pasar el pedido al pelirrosa sin vergüenza que estaba en la cocina. Cupido no podía soportar que ella ni siquiera lo miraba a los ojos, como si no existiera. Sus palabras eran escasas y secas, solo le hablaba lo necesario.

Ni una palabra más.

La noche anterior nunca le abrió, por lo que creía que estaba cansada, pero esa teoría se desvanecía con aquella actitud. Cada vez que intentaba rozar su mano, ella la retiraba y se frotaba contra la ropa, como intentando quitarse su toque.

Luego, él se hacía idiota, perdiendo los pedidos, Ginger se los repetía y cuando intentaba conversar un poco más, ella se alejaba con una excusa estúpida. Intentó averiguarlo con información de Sarah, pero ella no había notado nada distinto en su nieta.

O al menos eso fue lo que ella decía.

—Ángel... —llamó Cupido cuando ella estaba limpiando la mesa con el trapo, ligeramente inclinada.

—Ginger —corrigió ella, pasando unos mechones detrás de su oreja.

La deidad la observó atónito, retrocediendo un paso.

—Estamos trabajando —añadió, no quería empezar una pelea con Mishka en medio de las personas.

Antes que él pudiera pronunciar alguna vocal, ella regresó a la caja registradora al ver a un par de comensales cruzar por el umbral. Ginger no lo volteó el mentón una vez más.

¿Era ahora que su nueva novia lo había abandonado y por eso él no se iba a media jornada laboral?

¿Era ella una segunda opción? Estúpido idiota que no tenía sus sentimientos en claro.

Lo que Ginger necesitaba era dejar de atormentarse con sus pensamientos pesimistas, pues no era responsable de las acciones de otras personas.

—Ginger, necesito hablar contigo —imploró el pelirrosa, interfiriendo entre la barra y el área de comida.

—No puedo por el momento, ¿no ves que hay mucho trabajo? —Señaló con la palma de sus manos a las mesas, donde había pocos comensales.

—Lo único que van a hacer es comer, y se van. No hay que atenderlos —aseveró el dios, meneando los hombros.

—¿Y tú cómo vas a saber eso? Siempre hay que estar preparados para que este lugar sea funcional para nosotros. —Palmeó, fingiendo entusiasmo, girando sobre su propio eje para ir hacia la cocina.

Tras de ella, iba Cupido, escéptico. La mortal caminaba en seguida por las barras, deseando que el hombre la dejará en paz.

—¿Qué es lo que he hecho mal? —instó el pelirrosa, sujetando la muñeca de su humana—. Solo quiero saber.

Tiró de su humana, obligándola a dar una media vuelta, sus senos impactaron contra su caja torácica. A la mortal se le entrecortó la respiración al apreciar esos ojos violeta tan exóticos. Antes que su cuerpo reaccionara ante los toques de su inquilino, ella se removió hasta que él la soltara.

—¿Quién soy para decirte lo que haces bien o mal? No soy dios para juzgarte —resopló, tornando los ojos en blanco.

—¿Me puedes decir qué está mal, por favor? —repitió un poco hastiado.

—No sé, dime tú que es lo que está mal, ¿tienes algo que decirme?

—No.

—Entonces todo está bien, si me permites, me voy a ir a trabajar.

Ella intentó rodearlo, porque no había otra opción para regresar afuera. La deidad usó su brazo como contención, rodeando su cintura, estrechándola contra él, a modo de barrera, cubrió sus pechos con los brazos.

—Suéltame —ordenó, inexpresiva, tratando de echarse para atrás.

—No —afianzó con seguridad, dando pasos hacia delante, mientras ella retrocedía.

—¿No? —inquirió, incrédula y resoplando.

Su trasero golpeó con la barra del fregadero. Ella agachó la mirada, comprobando que ya no podía retroceder un paso más. Las manos de Cupido viajaron hasta la cadera de la humana, impulsándola hacia arriba, sentándose en el borde.

—¿Qué es lo que estás haciendo? —Ginger chilló con frustración—. Déjame en paz, ¿no ves que tengo trabajo que hacer? —Apuntó hacia la puerta.

—No nos vamos a ir hasta que resolvamos las cosas —prometió él con seriedad.

—Todo está bien.

—No, todo está jodido.

Porque tú lo jodiste, o al menos eso fue lo que la humana pensó.

—No es el momento, tengo que tomar las riendas de una cafetería, por si no lo has notado. —Carraspeó la garganta.

Con habilidad, Cupido abrió las piernas de la humana con ayuda de la cadera para posicionarse entre ellas. La castaña arrastró su trasero hacia atrás, poniendo una razonable distancia.

—Los clientes. —Ginger desvió la mirada, no tenía el suficiente valor para hacerlo.

—Que se jodan, ángel. Lo que me importa en este momento eres tú, ¿no lo puedes entender?

—No, para mí lo más importante es llevar a flote esto, así que, por milésima vez, déjame trabajar.

—Necesito que me expliques qué hice mal para enmendarlo. No me gusta estar enojado contigo —imploró, mordiéndose el labio inferior.

¿Tu novia se enojó contigo? Aquella voz estaba resonando dentro de la cabeza de la humana, martirizándola.

—Después, ahorita no estoy de humor. —Ella no supo qué hizo para recolectar la fuerza suficiente para empujarlo.

Él se inclinó, pero se mantuvo firme. Era como si en la planta de sus pies tuviera un pegamento súper resistente.

Salvada por la campana, alguien llamó. Lo aventó con los hombros, suficiente espacio para sacarlo de entre sus piernas, cerrándolas. Dio un brinquito, lo barrió con la mirada en lo que se acomodaba la ropa para salir.

—Ángel...

—No, estoy ocupada.

—Pero...

—Si quieres saber porque estoy enojada, solo usa el hámster que tienes en tu cabeza.

Cupido iba a replicar, no obstante, llevan otra vez a una cajera. Ginger agradeció mentalmente antes de cruzar por el umbral que conectaba hacia enfrente.

Ginger alzó la mirada, solo para descubrir una desagradable sorpresa.

—Hola, Ginger.

La castaña tragó saliva con nerviosismo, su mirada se ensombreció, caminó hasta estar en frente de la caja registradora. Estudió al hombre que estaba delante suyo, pero esperó que nunca más lo iba a ver.

—¿Qué es lo que desea ordenar? —inquirió con una voz helada que erizaba tu piel de pies a cabeza.

—Ginger, hola. Soy yo, ¿es que acaso no me reconoces?

—¿Qué es lo que va a ordenar? Señor, por favor, decídase que hay personas detrás de usted. Si no, puede irse. —Lo invitó, apuntando con la barbilla a la puerta.

—Necesito hablar contigo, hija —suplicó él, girando la cabeza, comprobando que efectivamente, hay personas detrás de él.

—Me está confundiendo, señor. Yo no tengo padres. —Negó con la cabeza—. Tomé años y años de terapia para superar ese fatídico momento en mi vida, así que he estado sola.

El hombre resopló, sin tener idea qué responder en ese instante. Por lo que se hizo a un lado, dándole la oportunidad de entender a los otros clientes. Ella se sentía ansiosa con el par de ojos insistentes en cada movimiento. Quería ignorarlo, pero era complicado.

Ver a su padre casi quince años después era, no conocía qué era lo que él quería. Lo único que ella sabía es que se marcharía de su vida, como la primera vez que lo hizo, parecía que le fue tan sencillo.

Tomó pocos pedidos, tampoco tenía ganas de quedarse con Cupido, pero quería que ese desconocido desapareciera de ahí. Aunque si se pone en una balanza, era peor el daño que le hizo su donador de esperma, por lo que fue hacia la cocina.

—Aquí están los pedidos, son para llevar. Voy a cerrar unos minutos antes, así que cuando termines, empieza a limpiar las cafeteras, gracias —ordenó ella, los recuerdos azotaban su memoria.

—Gin.

Ella no lo oyó, solo cruzó por la puerta para levantar las mesas.

Su rudeza de su padre, abanándola. Ella implorando por su amor, y ni siquiera fue capaz él de girar a verla por última vez.

Vaya sujeto, cobarde.

¿Por qué sentía que su vida se estaba desmoronando?

Primero Mishka, y ahora ese hombre.

—Virginia... —alargó él, esperando atraer su atención.

El hombre de alrededor de cincuenta años la seguía. Su cercanía la perturbaba, sintiéndose como aquella niña de edad de siete que fue abandonada por todos.

—Por favor, señor, retírese de la cafetería, de lo contrario voy a tener que llamar a la policía —amenazó con seriedad, escudriñándolo, manteniendo distancia.

—Soy Hudson, tu papá, Vir —se presentó, como si ella no lo hubiera reconocido.

El hombre todavía mantenía ese abultado vientre, una barba negra con algunas canas. Para su desdicha, ella era muy similar físicamente, pero sus facciones eran finas y delicadas.

—Me está confundiendo, señor. Yo ya le he dicho he dicho que no tengo padres, vaya a buscar a su hija en otra parte.

Cupido le estaba entregando el pedido a las personas, pero inmediatamente su atención fue atraída por su mujer que parecía estar en una disputa con un cliente, arrugó el entrecejo en lo que se acercaba con lentitud.

—Ginger —instó el hombre, sujetando a la humana por el brazo, enterrando sus dedos en la suavidad de la piel.

—Virginia.

—¿Ginger? —irrumpió Cupido con ira acumulada en sus ojos al ver a ese desconocido lastimando la piel de su humana.

Ginger no quería hacer un espectáculo en medio de su cafetería, por lo que mordió el interior de su mejilla, evitando chillar con dolor. Además, la posición del pelirrosa le advertía que en cualquier instante iba a lanzarse encima del hombre, pero lo único que hizo fue envolver la muñeca del desconocido, apretando para que dejara de tocarla.

—Mira, estoy a punto de cerrar la cafetería. Si quieres hablar conmigo, dame veinte minutos, cierro y vamos a caminar en la calle, no quiero hacer un show delante de todos —imploró, intercalando su mirada en ambos hombres, que parecía que en cualquier momento iban a empezar una pelea.

—Está bien, Virginia, pero me voy a quedar esperando.

Hudson finalmente retiró la mano, buscando con sus ojos una silla al fondo. Ginger acarició su antebrazo, evadiendo la cuestionable mirada de la deidad.

—Necesito hablar contigo, Ginger —mencionó él, dando un paso hasta estar detrás de la humana, colocando sus manos sobre sus hombros, empujándola al interior de la cocina.

—Yo... —balbuceó, inflando las mejillas de aire, observando el techo, ni siquiera sabía qué es lo que estaba sucediendo.

—Estás pálida, toma asiento. —Señaló un banco, la guió hasta ahí y ella tomó un bocado de aire.

—Yo...

—¿Quién es ese hombre, ángel? —preguntó él al ver que ella no era capaz de pronunciar una palabra.

—Mi donador de esperma. Cuando era una niña, él engañó a mi madre y la abandonó por su amante que estaba embarazada, era más joven que mamá. Duré varios meses con mi madre, ella cayó en una depresión profunda en la que no pudo salir... —Su voz se quebró, agachó la mirada y empezó a jugar con sus manos que estaban en su regazo.

Ginger se encontraba sumergida en sus recuerdos, su mamá había perdido tanto peso que era prácticamente puro hueso, ella iba a la escuela, pero cada vez se sentía más triste, porque la comida que ella preparaba, su progenitora lo tiraba en la basura. No la abrazaba, no la besaba, no se sentía amada. Era peor, percibía que su madre la estaba atrayendo a su melancolía hasta que sucedió una tragedia.

Ni siquiera notó que la deidad dobló sus rodillas, delante de ella y acariciando sus muslos como apoyo.

—... Y se suicidó, se quitó la vida, porque estar en este mundo sin ese señor que está ahí afuera es una aberración —culminó, soltando el aire contenido en sus pulmones.

—Está bien, si no quieres hablar...

—Servicios lo buscó para entregarme a él, pero él y su amante con su bebé, no quisieron y yo terminé en el orfanato. —Mordió su labio inferior.

—Duré ahí seis meses, la peor etapa de mi vida, pero la madre de mi mamá se dio cuenta y me pidió, fui entregada a ella y me dio todo el amor del mundo.

—Ginger, lo siento...

—Lo peor de todo esto no fue el abandono de ese hombre, era un padre ausente y no tenía una buena relación con mi madre. —Absorbió los mocos que empezaban a escurrir por su nariz, sus ojos estaban llenos de lágrimas, pero no se deslizaban por sus mejillas.

—Ángel...

—¿Sabes qué fue lo peor? Que no fui suficiente para que mi madre deseara vivir. No fue capaz de pensar en mi destino si ella desaparecía de la faz de la tierra, los traumas que me generó y todas las sesiones de terapia que tuve que ir para entender que yo no era la culpable de las decisiones de mis padres. —Alzó la mirada, apretó los ojos y dos lágrimas escaparon, ella las limpió con el dorso de la mano.

—¿Y por qué está ese hombre ahí? ¿Cómo sabe de ti?

—Seguramente me va a pedir dinero o algo así, pero no tengo ni voy a darle nada, porque ese sujetó no le importó. Se deshizo de mí como si fuera una basura.

—No vas a hablar con él, déjame patearle el culo hasta que se vaya —ofreció él con coraje, incorporándose.

A su cabeza llegó la imagen de una niña llorando, sus mejillas regordetas hinchadas y rojas por las lágrimas, cabreándose cada vez más. Nadie fue capaz de protegerla cuando era pequeña.

—No, va a ser insistente después y no quiero a un loco merodeando por aquí, le voy a escuchar y me negaré ante cualquier petición.

—¿Y si no deja de molestar?

—Llamaré a la policía. —Se encogió de hombros, restándole importancia— ¿Puedes cerrar para ir?

—No, no te voy a dejar sola. No me gustó cómo te tocó cuando no querías hablar, me mantendré lejos, pero no puedo quitarte los ojos de encima para que no intente dañarte —replicó la deidad, intentando mantener su respiración tranquila—. Podemos ir primero y terminar de limpiar, ¿te parece?

Ginger se iba a negar, pero era cierto, no conocía a Hudson, por lo que no sabía de lo que era capaz si ella decía algo que no le gustaría. Por lo que asintió con la cabeza, tomó una servilleta para sonarse la nariz antes de levantarse.

Hudson todavía se encontraba en la mesa, veía con entusiasmo la pantalla de su celular y la castaña sintió náuseas, ella estaba muy bien sin saber nada de él, ¿por qué venía a perturbar su existencia?

Ella caminó hasta estar enfrente de la mesa, él hombre echó la cabeza para atrás, observándola.

—Vamos a caminar para hablar —ordenó ella, rodando los ojos.

Para su fortuna, el sitio se encontraba vacío, por lo que, sin vacilar, Hudson se levantó de su lugar, siguiéndola hasta la salida. Los tres salieron y ella se puso segura antes de girar sobre sus talones, posando sus ojos en los de su donador de esperma.

—¿Nos va a acompañar él? —Apuntó al hombre que se mantenía cinco pasos lejos de él.

—Ni loca voy a estar a solas contigo.

—¿De qué me vas a tener miedo? Si soy tu padre —resopló, haciendo un mohín con los labios.

—¿Ahora es que te acuerdas de eso? ¿Y dónde estabas cuando tenía ocho años? —inquirió con ironía.

Hudson selló los labios, dándole la razón.

Ginger emprendió su caminata, enseguida de ese hombre, Cupido mantenía una distancia en la que tuvieran privacidad, pero pudiera lograr interferir entre los dos por cualquier emergencia.

—Ginger —pronunció con dolor imparcial, como si estuviera a punto de excusar sus acciones.

—Al grano, Hudson —irrumpió ella, sacudiendo la mano—. Dime qué es lo que quieres para que terminemos y puedas desaparecer de mi vida otra vez, como si no existes.

—Solo vine, porque quiero conocerte y tener una relación contigo, mi hija.

—¿Cómo quince años más tarde? —Rascó detrás de la nuca.

—Mejor tarde que nunca —comunicó él, con diversión.

—¿Verdad? —continuó ella, oscilante—. Yo no soy una niña a la cual le puedes meter el dedo en la boca y hacerla tonta.

Dio un paso más en la acera, echó la cabeza un poco para atrás, apreciando las estrellas brillantes. Lo único bonito que tenía en ese instante.

—Sarah ha hecho un gran trabajo —aduló con admiración—. Caíste en excelentes manos.

—Ya, a ti no te importa lo que hizo o no mi abuela, dime lo que quieres para que me dejes en paz, deja de intentar que me sienta conectada contigo, porque eso jamás va a suceder —enfatizó ella, cruzando los brazos sobre su pecho.

—Sí, mira, sabes que tuve un hijo, tiene catorce años, es tu hermano...

—... Ni lo conozco, estás haciendo que pierda mi tolerancia. No me interesas ni tu hijo ni tú...

—Está enfermo y necesita un trasplante de médula, y puede que tú seas compatible...

—... ¿Así que quieres que sea su donante?

—Y que pagues por el tratamiento, debes de tener ahorros, se ve que a tu cafetería le va súper bien.

—¿Y yo por qué?

—Mira, sé qué estás molesta por cómo terminó todo entre nosotros, pero Jerry no es un mal hijo y no tiene la culpa de lo que sucedió en un pasado.

—Yo no era una mala hija y tampoco tuve la culpa de sus problemas, pero eso no te interesó.

—Ginger...

—Virginia, para ti.

—Por favor. —Frotó sus manos con nerviosismo—. El doctor me dijo que puedes ser compatible con Jerry, ni yo ni su madre somos.

—Vaya que eres caradura, sinvergüenza —inició, negando con la cabeza—. Por favor, ¿no estás esperando a que acepte las peticiones de un desconocido?

—Un padre —corrigió él, con el pecho inflado lleno de aire.

—Uno que me abandonó, correcto —mofó, rodando los ojos con fastidio.

Con cada segundo que permanecía a un costado de esa... escoria, las náuseas incrementaban.

—Eso pasó en el pasado, hoy es otro día.

—Pero las cicatrices en mi corazón todavía están, ¿sabes cuántas veces me culpé por tu infidelidad? ¿Tal vez era mala en la escuela? ¿Es que no levantaba todos los juguetes en mi habitación? —preguntó ella, enumerando con los dedos.

—Lamento eso, nunca fuiste la culpable.

—Lo sé, yo nunca fui la culpable, después de mucho tiempo lo entendí.

—Ginger —rogó, esperando que ella dejará de interrumpirlo, para convencerla para realizar el procedimiento médico—. Por favor, amo a Jerry.

Ella no entendía porque estaba rompiendo su corazón con lentitud, escupiéndolo y pisándolo sin piedad.

—No.

—¿No? —preguntó atónito, abriendo la boca.

—No te debo nada, Hudson. Así que, por primera vez en mi vida, sé un buen padre y desaparece, como lo hiciste antes.

Detuvo su andar, girando sus talones, tomando un bocado de aire.

—Me voy a ir, y no vuelvas a buscarme.

Inició sus pasos hacia Cupido, sin voltear a ver a su progenitor que le gritó lo siguiente:

—¡Te voy a dar oportunidad para recapacitar y salves a tu hermano que tiene una vida por delante!

Ginger estaba ensordecida, no lograba escuchar nada a su alrededor, sólo ingresó a su cafetería, porque no se encontraba muy lejos. Levantó las mesas en las sillas para barrer, necesitaba estar distraída para no pensar en lo que acababa de suceder, debía dejar los azulejos hasta ver su reflejo.

—Ginger —pidió el pelirrosa, sujetando el mango de madera de la escoba.

Sus ojos estaban cristalizados, mordió su labio inferior, ahogando un sollozo, estirando el mango de la escoba. Mishka no aliviaba el dolor en el pecho, lo único que quería era un momento sola.

—Ángel —instó él, arrebatando la escoba y dejándola caer al suelo.

—Estoy bien, en serio. Lo único que necesito es estar sola, déjame limpiar y voy a estar bien.

—Está bien no estar bien.

Él acarició sus hombros, tirando de su humana, envolviendo sus brazos su alrededor, las lágrimas empezaron a resbalarse por sus mejillas sin hacer ruido. No le interesaba nada más. La deidad dio unos pasos hacia atrás, sus pantorrillas chocaron contra una silla, se dejó caer, llevando a su Ginger, sentándola en su regazo.

Cupido empezó a trazar círculos en su espalda con delicadeza, consolándola.

—Estoy aquí para ti y siempre para ti, mi precioso ángel.

Aquello era una vil mentira, pero no quería iniciar otra discusión, no se sentía lo suficientemente fuerte.

—Llorar cura el alma. —Depositó un beso en su sien, tranquilizándola—. Te vas a sentir mejor, no debes ser siempre fuerte.

Ella dejó caer las barreras, derrumbándose y empapando la playera del hombre.

n/a*

holaaaaaaa, como estan? aquí esta este capítulo, muy emocionada estoy, porque me encanta el drama jiji

qué piensan ustedes: como andan? aquí soy toda oídos para sus opiniones.

lamento los errores y espero disfruten la lectura.

recuerden que en mis redes hago adelantos n.n

con amor, hope x.x nos leemos pronto

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