010 l La mudanza

Domingo, 23 de febrero

Sarah tenía puesta la música con un cierto volumen, Cupido seguía acostado, observando el techo con las manos entrelazadas sobre su pecho, despertó desde hace rato, suponía que su cuerpo mortal se estaba acostumbrando a una rutina. No sabía si era buena idea levantarse e ir de una vez con Kye, entre más pronto resolviera su problema, más rápido podría regresar a su casa.

Aunque ese pensamiento lo decepcionó un poco.

A sus fosas nasales terminaron de llegar distintos olores de comida que se mezclaban entre sí y no podía distinguir qué era lo que había en la sartén. Alguien tocó la puerta con los nudillos, finalmente él se levantó, arrastrando sus pies. En el pasillo se encontraba la humana castaña, su melena estaba hecho un desastre, su bonito rostro tenía algunas marcas de la cama, él creía que ella lucía adorable.

—Dice mi abuela que vengas a desayunar, que pronto iremos al comedor para ayudar ¿Quieres ir a ayudar? —inquirió, tallando sus grandes ojos con los puños.

Cupido envolvió la mano en la cerrada de la humana, evitando que fregara sus ojos.

—¿Qué? — balbuceó Ginger con notable confusión en su rostro—. No he hecho nada malo.

—Puedes lastimar tus ojos, creo yo —aseveró con firmeza.

Ginger se quedó pensativa, esas palabras resonaron en su memoria, pero sabía de dónde provenía. Además, era muy temprano para obligarse a pensar más complicado.

El grito alegre de Sarah inundó todo el piso, avisando que la comida ya estaba preparada. La nieta fue al baño mientras que la deidad fue a la cocina, terminando de poner algunos platos y unos vacíos, justo como en el estilo asiática.

—Todo se ve delicioso —aduló el pelirrosa, luego de lavar sus manos en el fregadero.

—Tengo mis dotes culinarios, muchos años de experiencia se ven reflejados —añadió con una sonrisa en los labios.

Cupido arrastró la silla hacia atrás, en donde se iba a sentar Sarah, y la ayudó a acercarla a la mesa. Él tomó asiento a un lado de ella y dio un trago a la bebida. No tardó en que Virginia se incorporó al desayuno, sentado justo enfrente de él, su cabello estaba atado en un moño alto.

La abuelita estaba muy feliz, preguntando si Cupido quería acompañarla al comedor, porque Alec no tardaba en llegar a recogerlos.

—De hecho, voy a ir a recoger algunas de mis cosas a la casa de mi amigo para traerlas acá, hoy no puedo acompañarlas. —Carraspeó un poco su garganta con incomodidad.

—Perfecto, entonces...

—No te he dado un juego de llaves del departamento, déjame darte unas terminando de almorzar —añadió Ginger con una sonrisa, sirviendo un poco de comida en su plato.

—Sí, gracias. También es importante establecer las fechas y los pagos, además por estar ayudando en la cafetería. Tengo unas pocas horas en la Universidad, así que no tengo que pedirles mucho tiempo libre.

—No estén hablando de negocios o acuerdos, tratos en la mesa. Es momento de disfrutar la deliciosa comida —interrumpió Sarah con el ceño fruncido, refunfuñando y amenazando a su compañía con el tenedor.

—Sí, está bien, lo siento. Pero, ya no te estés enojado que te van a salir más arrugas —bromeó Ginger. Ahogando una carcajada.

Sarah se mantuvo seria, por lo que su nieta se inclinó hacia ella para depositar un sonoro beso en su mejilla, su manera de disculparse.

—¿Quieres ayuda para traer algunas de tus cosas? —inquirió ella, tomando un poco de fruta del centro.

—Eso sería agradable —respondió el pelirrosa.

—Es decir, que tampoco me vas a acompañar, al menos Alec no me va abandonar en este día.

—Es que mudarse es complicado, y entre semana sabes que no tenemos suficiente tiempo —argumentó ella, llevando un poco de comida a su boca.

—Sí, debes de ayudarle. Beny va a estar al pendiente, a veces revolotea por todas partes —comentó de advertencia— ¿Me pasan el plato del huevito?

Al terminar de comer, Sarah esperó a Alec mientras que Ginger estaba recogiendo la mesa y Cupido se puso a lavar los platos. La humana limpió con un paño húmedo con velocidad, parándose a un lado de la deidad y tomando un trapo seco para quitarles la humedad.

El pájaro revoloteó hasta llegar a la cabeza de la deidad, donde picoteó algunas veces que le provocaron cosquillas, pero se quedó quieto, sin respirar- Las patas se sentían demasiada pequeña sobre su cuero cabelludo. Mordió su delgado labio para evitar soltar un grito.

La castaña que lo veía por el rabillo del ojo, carcajeó.

—Me va a picotear hasta sacarme el cerebro —murmuró, todavía conteniendo el aire.

—Te está besando. —Sacudió sus manos empapadas en el fregadero, intentó retirar el resto del agua al frotarse contra sus pantalones.

Se levantó sobre las puntas de sus pies, sujetando las patas del ave en su dedo. Regresó a su lugar, y lo alzó a la altura de su mejilla, donde le infló un poco de aire, esperando a que le diera un pico.

—¿Ves? No te va a comer, Beny es muy amigable —carcajeó, negando la cabeza con diversión—. No es un devorador de cerebro, no hay que preocuparse.

Cupido achicó los ojos, y acarició con el índice la cabeza del ave verde.

—Estás a salvo —prometió ella, sin despegar sus ojos del animal.

—¿Siempre que esté en problemas me salvarás? —Cupido preguntó, alejando su mano.

La pregunta le causó un conflicto interno a la humana, tal vez solo estaba jugando.

—Seré lo que necesites, lo prometo —juró unas palabras que no le tomó importancia.

Una promesa a una deidad que no se puede romper.

El celular de Ginger empezó a sonar, estremeciéndola. Lo sacó del bolsillo de su pantalón y respondió sin ver la llamada entrante. Una voz un poco aguda gritó su nombre.

—Ya estoy amago, Gin —informó con una voz emocionada.

—Hoy no voy a poder ir con la abuela, pero creo que ella ya está bajando las escaleras —informó cuando escuchó que la puerta se cerraba—. Te encargo mucho a mi abuelita, voy a estar ocupada. Pero, sin falta los acompañó la siguiente semana.

Alec dudó por unos segundos, así que solo se escuchó un ruido que sonaba a afirmación. Ginger se despidió, guardando el celular de nuevo en el bolsillo, dirigiéndose hacia la sala, en la esquina para dejar al ave en su rincón.

—¿Dónde están tus cosas? Para que te pueda ayudar, entre más temprano es mejor.

Cupido terminó de arreglar los platos que acaban de lavar, siguió los pasos de la humana, cayéndose a un lado de ella. Él pensó que debía de ir con el brujo para saber si logró disolver el hechizo que le hizo a Noah, y si él pudo regresar a la normalidad con su pareja, porque se sentía profundamente culpable.

—No, solo es una maleta. En realidad, no necesito ayuda, y está a pocas cuadras.

Ginger arrugó el entrecejo, con la mirada en frente.

—¿Seguro que no necesitas ayuda? —insistió ella.

La castaña se había imaginado el día arreglando la habitación con él, ahora que no tenía planes para la tarde, se sentía extraña, ya que rara vez tenía horas libres para respirar. Tal vez era el primer domingo en tiempo.

—Sí, ángel —insistió el pelirrosa—. No te preocupes.

La humana resopló, dejando caer los hombros enfrente. El pelirrosa la observó por un instante, las comisuras de sus labios estaban curvadas hacia abajo, lucía un poco desanimada y su corazón se encogió. No la quería llevar, porque no podría hablar ampliamente del tema de Noah.

—¿Sabes qué? Siempre sí creo que voy a necesitar un poco con una mochila —alargó, mordiendo el interior con nerviosismo, esperando a que rechazara la oferta.

Sin embargo, pasó todo lo contrario, ella saltó del sofá. Ató su larga melena en una cebolla esponjosa en alto, la alegría en su rostro se devolvió, y él supo que pagaría cualquier precio por verla feliz.

—Vamos, hay que aprovechar el día —insistió ella, dando unas zancadas hacia la puerta.

Cupido fue incapaz de separar sus ojos de ella, por lo que también se levantó del cómodo sofá, siguiéndola. Ginger agarró su bolsa que estaba en el perchero, y la cruzó por los hombros. Abrió la puerta, y bajó las escaleras, con la deidad pisándole los talones. Al estar sobre la acera, ella se aseguró de cerrar correctamente.

—Estoy lista.

—¿Para qué? —arrugó el entrecejo el pelirrosa.

—Vamos a ir donde tu amigo para recoger tus cosas y acomodar tu nuevo cuarto, ¿qué es lo que piensas?

—Sí, en la materia que debo de dar en la universidad —mintió, sonriendo sin mostrar los labios—. Vamos. —Apuntó con la cabeza hacia al frente, guardando sus manos en los bolsillos.

—¿No te dicen que te ves poco profesional con tu cabello rosa? —inquirió ella, luego de haber dado unos diez pasos.

—No, supongo que los tiempos cambian. No tienes mucho que egresaste, ¿verdad?

—Sí, pero nunca tuve un maestro que se tiñera el pelo fantasía, es bueno —respondió ella, girando su barbilla en su dirección.

Cupido la sujetó de la muñeca, tirando de ella, porque debían de dar vuelta a la derecha. En ningún momento, él la soltó, pero ella hizo un movimiento circular para que la liberara.

Al llegar enfrente del complejo de apartamentos de Kye, la mortal se detuvo a un lado de las escaleras y parecía que estaba demasiado enfocada en algunas de las macetas que estaban en una ventana.

—¿Qué es lo que pasó? ¿Las escaleras son demasiado pequeñas? —preguntó el pelirrosa, volviendo su vista a las estrechas escaleras—. Ya sé que no se ven muy bonitas, pero si sirven.

La mirada de la humana regresó a él una vez más y le esbozó una media sonrisa.

—No, es que estoy viendo los dientes de león, y la verdad me gustan mucho —replicó ella, irguiéndose.

—Sí, los humanos piden deseos, ¿verdad?

—¿Cómo dices? ¿Humanos? ¿Es que acaso eres un extraterrestre? Porque si ese es el caso, pues canceló el contrato de arrendamiento —bromeó, arqueando una de sus cejas.

Cupido negó la cabeza con diversión, se acercó a ella hasta ponerse detrás de ella, inclinándose lo suficiente para tomar un diente, y extendiéndolo a la chica que cayó sobre sus brazos.

—Pide un deseo —dijo él.

—Pero tú lo tomaste, el deseo debería de ser tuyo.

—Pero, tú lo viste primero. Así que considero que te pertenece a ti —sintetizó con seguridad.

—No, fresitas —canturreó, haciendo un mohín con los labios.

—Bien, entonces pidamos un deseo juntos. —Dobló un poco las rodillas, para que sus ojos estuvieran a la misma altura que los de ella.

Ginger cerró sus ojos, tomando un gran bocado de aire. Acción que repitió la deidad.

—Tenemos que pedir un deseo a la cuenta de tres. —La humana tomó un gran bocado de aire antes de contar—. Uno.

—Dos —continuó él.

—Tres —terminaron al unísono.

—Deseo que vivamos felices en el mismo techo —afirmó el pelirrosa, seguido soplando el diente.

La castaña abrió sus ojos de par en par con sorpresa. Estudió las facciones delicadas del hombre, sus pestañas eran gruesas y largas, sus ojos en forma de almendra. Tenía una quijada estructurada con una ligera división con unos delgados labios. Él se sorprendió, y arrugó el entrecejo al verla que sus mejillas estaban infladas.

—¿Por qué tienes esa cara?

—Es que no puedes decir en voz alta tu deseo, porque si no, no se hace realidad —carcajeó, echando un paso para atrás.

Los colores de la piel se esfumaron ¿Le estaba diciendo que su deseo no se iba a hacer realidad?

—Entonces no sirve —refunfuñó él, dejando caer el tallo.

—¿Quién no sabe que se pide un deseo en silencio?

—¿Entonces sabes lo que vamos a hacer? —omitió su pregunta, y movió sus pobladas cejas de manera divertida.

—¿Qué?

—No le vamos a dejar mi deseo al destino, si no en mis manos, y me nos voy a ser muy feliz —prometió, enredando un mechón de su cabello en su dedo índice.

Ginger no se esperaba aquella respuesta, la respiración se congeló, tal vez tergiversó un poco las palabras. Así que solo esbozó una sonrisa.

—¿Ya vamos al departamento?

El pelirrosa asintió con la cabeza, dándose una bofetada mental, tal vez sus palabras fueron muy exageradas. Aunque, las sintió. Cupido se paró a un costado de las escaleras, dando oportunidad para que ella subiera con indicaciones del dios.

—Aquí es, a la segunda puerta —terminó él.

Cupido golpeó la puerta un par de veces con los nudillos. Esperaron unos cuantos segundos antes que una voz del otro lado empezara a farfullar algunas frases sobre brujos y hechizos. La deidad abrió los ojos de par en par, girando la cabeza para prestar atención en los gestos de la humana, quien estaba intentando encontrar un lógico significado a sus palabras.

—Es fan de los videojuegos de fantasía —alargó, forzando una sonrisa.

—Vaya Cupido, hasta que te dignas en... —Selló sus labios luego de abrir la puerta y posar sus ojos en la mortal.

—¿Cupido? ¿Es que también eres un gamer y tu usuario es Cupido? —bromeó ella, intercalando una fugaz mirada entre los dos.

—Me has pillado, Gin —asintió el pelirrosa—. Kye, ella es Ginger, y este es Kye, un amigo.

—¿Es la chica? —preguntó el brujo con un tono de picardía.

Ese ritmo confundió a la humana, ¿a qué se estaba refiriendo?

—Sí, ella es mi arrendadora de cuarto, y como es una excelente anfitriona, me va a ayudar a prepararlo en su casa en el que me voy a quedar —intentó arreglar las palabras, abriendo sus ojos para que el brujo no mencionara algo imprudente.

—Perfecto, ojalá yo hubiera tenido una persona así cuando me mude, pero pasen, pasen. Disculpa el desorden que tengo en la sala, la verdad es que no estaba esperando visitas. —Terminó de abrir la puerta, permitiéndole el acceso.

Ginger escudriñó con atención la pequeña sala. En el centro había un sofá pequeño, ahí una cobija hecha bolita, y una almohada, ella supuso que era el lugar donde el pelirroso se dormía. En frente había una diminuta mesa de madera con envolturas de comida.

—¿Gustas un vaso de agua? —ofreció el brujo, agarrando la bolsa de plástico, limpiando la mesa con un poco de vergüenza.

—Si, por favor.

—Si gustas sentarte, ahorita vengo. —Señaló el sofá, aventando la almohada en alguna de las esquinas.

—Yo lo voy a acompañar.

Cupido siguió al brujo hacia la cocina, en lo que él agarraba un vaso con hielos.

—¿Si se pudo arreglar eso? —preguntó en un susurro, detrás de Kye.

—No, se ha complicado un poco.

—¿¡Qué!? —inquirió el pelirrosa con estrés.

—No podemos hablar tan fuerte, idiota —carraspeó su garganta, codeando las costillas—. Si hubieras venido solo, te explicaría, pero no se puede.

—Es que hubieras visto su carita triste, no pude resistirme a traerlas. —Mordió su labio inferior—. Tal vez mañana deberia venir contigo para arreglar... ¿Qué es lo que traes? —irrumpió sus pensamientos cuando vio al brujo inflar sus mejillas de aire.

—¿Su carita triste? ¿No pudiste resistirte? —Vertió agua en el vaso de la jarra— ¿Es que acaso el dios del amor se está enamorando?

—No, gracias. Yo no me enamoro —respondió con velocidad.

—Irónico que el dios del amor le tenga miedo al amor.

—Hay que regresar con Ginger —apresuró Cupido, caminando de vuelta a la sala.

Aunque en su pecho empezaba a albergar una calidez, porque si el problema de Noah no se resolvía, él debía de pasar más tiempo con la bonita humana.

—Aquí está el vaso, ángel.

—Creía que se llamaba Ginger —cortó Kye, él intuía que Cupido sentía una atracción por ella que se rehusaba a aceptar.

—Tampoco, me llamo Virginia, pero todo el mundo me dice Ginger —explicó, dando un sorbo al vaso.

—¿Y por qué le dices ángel? —Su mirada recayó en la deidad.

—Cayó en mis brazos el primer día que la conocí, estaba limpiando las ventanas.

Kye carcajeó risueño, intercambió un par de palabras con la invitada, descubriendo que era una mujer determinada y trabajadora, firme en sus decisiones, por lo que le pareció gracioso que al principio, se negaba a creer que ella terminó aceptando a Cupido.

—Amigo, nos tenemos que ir. Es importante aprovechar el día.

Cupido se levantó del sofá, extendió su brazo para ayudar a la mortal al levantarse. Dejó el vaso sobre la mesita. Sacó las dos grandes maletas de la esquina y una pequeña mochila, terminando de arreglar sus pertenencias en lo que el brujo intercambiaba unas palabras con ella.

—Ya estoy listo, Gin. —Arrastró las dos maletas.

Kye se levantó y los condujo hacia la salida, informando que el día siguiente debía de ir para platicar de algo importante.

Ginger agarró la mochila, intentó tomar una maleta, pero él se negó.

—Déjame ayudarte, Mish —masculló, tomando la maleta.

—No, yo puedo, no te preocupes. Tú baja por las escaleras.

—Pero, si se supone que he venido para ayudarte —refutó ella, continuando bajando por las escaleras y echando un vistazo fugaz hacia arriba.

—Llevas mi mochila, es suficiente con eso. Las maletas están pesadas. —Su frente se torna rojiza por la fuerza extra que estaba utilizando al mover una maleta de dos en dos peldaños.

—Estoy viendo que se te está complicando bajar ambas maletas. Déjame ayudarte, porque te puedes caer y me vas a llevar contigo.

Cupido se sorprendió cuando sintió que perdió por unos instantes el equilibrio, Ginger lo observó victoriosa, pues sus palabras estaban llenas de razón.

—Bien, llévate está maleta. —Apuntó la de abajo, ella subió un escalón, agarrando el mango superior—. Pero, debes devolverme la mochila.

Todo sería más fácil si él pudiera ser la deidad de siempre y poder volar, estúpidos brazos mortales o al menos así era como él se sentía.

La humana se la quitó de los hombros y la extendió hacia el pelirrosa que la colgó, y con cuidado terminaron de bajar las escaleras. Ginger arrastró la maleta con ayuda de las llantas, lo que hacía que fuera mucho más fácil el traslado de un lugar a otro.

Al llegar a su morada, ella soltó la maleta, sacando las llaves de la casa e introduciéndolas en la perilla. Ella estaba a punto de empezar a subir las escalera con la balija, pero Cupido tiró de esta mientras negaba con la cabeza.

—Hace rato te dejé ayudarme, pero está vez no. Voy a subir una y luego otra.

—¿Qué tontería estás diciendo? —Tocó el puente de su nariz—. Soy una mujer fuerte. —Se escabulló de su agarré, empezó a subir las escaleras con el equipaje.

—Yo nunca he dudado de tus fortalezas, Ginger. Sé que eres fuerte.

—Entonces una de estas es insignificante. —Entró a su casa, el primero en que grito fue Beny, extendiendo sus alas— ¿Me extrañaste?

—¡Sí! —exclamó con emoción.

Ginger rodó la maleta a la entrada de la habitación, fue al pequeño cuarto de lavandería que solo había espacio para un centro de lavado, un cesto y una cubeta para el trapeador. Sacó varios instrumentos de limpieza, y cuando la tina estaba medio llena, vació un poco de cloro y aromatizante.

—¿Qué es lo que estás haciendo? —preguntó el pelirrosa, posando sus ojos en ella.

—Vamos a limpiar el cuarto, se debe de sentir como nuevo, así que debes de ir a abrir las ventanas —ordenó con una voz firme.

El pelirroso ingresó a su habitación donde solo había una pequeña mesa de noche, una cama y un mueble con algunos tres cajones. Él tomó la escoba para empezar a barrer desde la esquina del lugar. Con ayuda de la mortal, empujó la cama hacia el otro rincón, sacando los dos muebles del cuarto.

Ginger pasó el trapeador enseguida mientras el inquilino comenzó a limpiar con un pedazo de periódico el pequeño espejo que estaba postrado en la pared, a un lado del clóset. Esperaron unos minutos para que el suelo se secara, el hombre agarró una maleta y empezó a acomodar la ropa en los estantes.

La mujer regresó al cuarto de la lavandería, donde de la secadera sacó un conjunto de sábanas y los edredones. Al regresar, Cupido la ayudó a tender la cama.

Ambos perdieron la noción del tiempo, pero terminaron agotados cuando acomodaron dos muebles dentro del cuarto. La mesita de noche a un lado de la cama y el otro, en frente.

—Gracias por ayudarme. —Observó de reojo la segunda maleta, pero en realidad estaba agotada.

Dejó caer el peso de su cuerpo en la cama individual, con la cabeza hacia la puerta. Su rostro quedaba a la altura del espejo rectángulo. La humana colocó sus manos en sus caderas sobres con orgullo, estaba pegajosa, le gustaba el lugar. No obstante, sintió un pinchazo de nostalgia al ver las paredes en blanco cuando Jade pegaba sus pósters de anime.

Sus pies se entrelazaron con torpeza por el palo de la escoba, haciéndola perder el equilibrio, impactando sus pechos contra la espalda de la deidad quien gimió de dolor.

—Perdón —rió ella, su cabeza estaba a un lado de la de él y se giró hasta que sus ojos conectaron.

—Una maleta no te va a derrumbar, pero una escoba si —bromeó él, mordiendo su labio inferior.

Las piernas de la castaña empezaron a recobrar la fuerza necesaria para levantarse, un grito agudo proveniente del pasillo la desorientó.

—¡Virginia Clifford! ¿Qué es lo que estás haciendo arriba de él?

Ella se estremeció, por lo que la gravedad la atrajo hacia abajo, intentó sostenerse de la deidad, pero no alcanzó a sostenerse, debido a que sus rodillas azotaron contra el piso. Tuvo la oportunidad de evitar que su rostro se estrellara.

—¡Sarah! —chilló con una mueca de dolor en su rostro.

La preocupación inundó el pecho de Cupido, se levantó de la cama y colocó las manos en la cadera, ayudándola a levantarse. Buscó rápido un rastro de golpe, pero no encontró nada.

—¿Cuál Sarah? —argumentó con indignación, colocando una mano extendida sobre su pecho—. Abuelita para ti, señorita.

—¿Estás bien? —preguntó el pelirrosa sin hacer ni un ruido.

Ella esbozó una sonrisa como respuesta.

—¡Solo estábamos limpiando! —explicó Ginger, masajeando sus sienes.

—Sí, ahora se llama así. También tuve tu edad.

—¡Por dios! —vociferó con vergüenza, cubriendo su rostro con las manos, anonada que estuviera insinuando esas acciones con su inquilino.

Sin duda, él podría salir huyendo de Sarah. No obstante, ella no.

n/a*

holiiiis luvsss, como andan? aquí la hope escribiendo. Lmento tanto la demosa, es que mi compu se jodio del teclado y con otra lap que utilizo me estoy acostumbrando, pero aquí ando agarrando el pedo.

cualquier duda, comentario, sugerencia o teoría son bienvenidos.

aquí dejo mis redes por cualquier cosita, los loveo

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