23

31 de Enero, 2018.

Muerdo mis uñas mientras espero al tal Miguel en el banco de la plaza. Según mis amigas, lo voy a reconocer fácilmente porque tiene anteojos, pero no tuvieron en cuenta que todos los malditos hombres de este lugar tienen anteojos. Miro mi celular por décima vez en cinco minutos. La cita era a las ocho, son las ocho y diez y todavía no llega. Para mí la puntualidad es muy importante y con esto ya resta puntos.

Cuando levanto mi mirada, noto a un muchacho con lentes buscando algo con expresión perdida. Me ve, se acerca a mí y carraspea la garganta.

—¿Olivia? —interroga con tono nervioso.

—Esa misma —respondo con una sonrisa—. ¿Vos sos Miguel?

—El que viste y calza.

Lo miro disimuladamente con atención. Detrás de los anteojos culobotella que tiene esconde unos ojos tan negros que no llego a distinguirle las pupilas. Esboza una sonrisa tímida y noto que sus dientes están chuecos, algo normal que no me preocupa. Tiene el pelo corto, peinado hacia el costado y se nota que se puso bastante perfume. Me levanto para saludarlo como corresponde y me sorprende lo alto que es, llego a la altura de su pecho y me da un poco de vergüenza. De cuerpo está bien, aunque no le haría mal engordar un poco. Lleva una camisa por dentro del pantalón y se rasca la nuca ante el incómodo silencio.

—¿Te parece si vamos a tomar o comer algo? —interrogo. Él hace una mueca y arqueo las cejas.

—Umm, mejor sentémonos en el banco a charlar.

—Tranquilo, yo pago mi parte. —Niega con la cabeza.

—Es que no... No traje dinero.

¿Qué? ¿Qué clase de persona va a una primera cita sin dinero? Ni siquiera trajo algo para invitarme aunque sea a un helado, como para causar buena impresión. Suspiro.

—No te preocupes, yo invito —replico con tono optimista. Hay que hacer el esfuerzo, no parece mal tipo.

—Bueno. Te prometo que en la próxima salida te invito yo —dice con tono avergonzado—. Podemos ir a algún lugar que no sea tan caro. Sé de una nueva pastelería en la zona, dicen que los precios no son...

—Ni loca. Ahí trabajan mis enemigos.

Se me queda mirando con expresión confundida y luego asiente con lentitud.

—Entiendo. ¿Y si vamos a mi casa? —cuestiona nuevamente entusiasmado—. Soy chef, puedo cocinar algo rico. ¿Por qué no se me ocurrió antes?

—Quizás la próxima —respondo. No pienso ir a la casa de este hombre en la primera cita, ni siquiera lo conozco—. Bueno, vamos a un bar que está acá a la vuelta, tiene un buen ambiente, es tranquilo y podemos comer algo.

—Genial. Aunque los bares no me gustan, no tomo alcohol.

—Tranquilo, no solo venden bebidas alcohólicas, es un lugar familiar a esta hora. A partir de la medianoche se vuelve más adulto y empieza la fiesta.

—Está bien, vamos.

Nos dirigimos al lugar con lentitud y en silencio. Se nota que ambos nos sentimos algo incómodos, pero espero que vaya pasando con el tiempo y a medida que entramos en confianza.

Cuando llegamos, nos sentamos en una mesa que está contra el vidrio que da a la calle. Leo rápidamente el menú que ya está sobre la tabla y elijo lo que voy a pedir.

No puedo dejar de mirar a los transeúntes que pasan, es más interesante eso que Miguel, quien está tecleando el celular con rapidez. Resoplo, él se da cuenta y guarda el teléfono.

—Contame algo sobre vos —me dice, captando mi atención. Junta las manos, se acomoda los lentes y me mira con interés.

—Bueno... recién me dijiste que sos chef, así que estamos casi en la misma dirección. Yo soy pastelera desde los veinte años y es mi pasión. —Arquea las cejas—. Intenté trabajar de otra cosa, como psicóloga, pero no era lo mío, decidí hacer lo que me gusta y creo que me va bien.

—¡Buenísimo! Para nuestra boda ya tenemos el catering listo entonces. —Se ríe y trago saliva. ¿Boda dijo?

—No sé si quiero casarme. Escapo a ese tipo de relación tan... dependiente. A mí me gusta ser libre, ¿sabés? Obviamente que si estoy en pareja no hago todo lo que quiero, soy respetuosa, pero siempre fui libre y nadie va a impedir que lo siga siendo.

Su cara se transforma en una mueca de disgusto y se encoge de hombros. Está por responder, pero la mesera lo interrumpe.

—Buenas noches. ¿Ya saben lo que van a pedir? —interroga.

—Milanesa con papas fritas y una Coca-cola —respondo. Ella anota y mira a Miguel.

—Yo quiero una hamburguesa triple bien cargada, papas fritas grandes, una ensaladita gourmet y aros de cebolla. De bebida me gustaría una Fanta.

—Enseguida les traigo su pedido —dice la mujer antes de dar media vuelta y dirigirse a otra mesa.

¿Más cosas no podía pedir este hombre? ¿Todo eso va a comer? Creo que se está aprovechando porque voy a pagar todo yo. Se aclara la garganta y prosigue con el tema anterior.

—Yo quiero casarme por iglesia, ante Dios. Soy muy espiritual y, de hecho, hice un juramento de castidad para no tener relaciones antes del casamiento.

—¿En serio? —cuestiono incrédula—. ¿Cuántos años tenés?

—Treinta y cinco, ¿por qué?

—¿Y aguantaste todo este tiempo sin relaciones? ¿No te da curiosidad? —¿Por qué mis amigas tienen que presentarme hombres raritos?

—Dios me ve y me da vergüenza romper el juramento. Por lo tanto, no me da curiosidad. ¿Vos sos religiosa?

—¿Yo? —Me río irónicamente—. Para nada. Creo en algo, pero no en ese Dios de la biblia. Para mí es como... una energía que nos rodea. Nada más.

Otra vez aparece esa mueca en su rostro, que lo hace más feo de lo que es. Esto no me gusta nada.

—Hablemos de otra cosa —digo—. ¿Qué música te gusta? A mí me gusta...

—Solo escucho música cristiana —me interrumpe.

Muerdo mi lengua para no responder algo malo. Respiro hondo, tengo que contenerme. Por suerte llega la comida y eso nos mantiene callados por un instante. Al ver que comienza a devorar sus platos con ganas y, a decir verdad, haciendo mucho ruido con la boca, decido charlar sobre la comida.

—Muy rico, ¿no? A mí me gusta venir seguido acá —comento y él asiente con la cabeza. Estiro mi mano para robarle un aro de cebolla y la golpea para que no toque su comida. Un calor recorre mi rostro y cuento hasta tres para no mandarlo al inodoro.

—Perdón, no me gusta que toquen mis cosas —replica con la boca llena. Este hombre me da mucho asco. ¡Necesito que alguien me rescate urgente!

Termino mi plato con velocidad y me disculpo diciendo que voy al baño. Pienso en escaparme y que él pague lavando los platos o algo de eso, pero no soy tan mala. Entro al tocador, me miro al espejo y sonrío. Merezco más que un cristiano virgen, egoísta y loco.

Respiro hondo, lavo mis manos y le mando un mensaje a Romina diciendo que ese no es el candidato correcto, a lo que me responde simplemente con un pulgar hacia arriba.

Salgo del baño, me dirijo a la mesa y me doy cuenta de que Miguel se fue. ¡Ja! Ni siquiera se despidió cortésmente, ni siquiera me agradeció por la comida de la cual no dejó ni sobras. La verdad que me hizo un gran favor, yo no me habría animado a decirle que no volvería a salir con él.

Le hago una señal a la mesera para que me traiga la cuenta y me mira con expresión extraña.

—¿Qué pasa? —le pregunto.

—Es que ya pagaron esta mesa. —Frunzo el entrecejo.

—¿Quién? ¿El chico de anteojos? —Niega con la cabeza, señala a un hombre que está de espaldas en la barra y me guiña un ojo antes de irse.

Me dirijo hacia aquella silueta con algo de miedo y un nudo en mi estómago. No sé por qué, pero tengo el presentimiento de que esto es obra de mis amigas. Me da la sensación de que Miguel fue solo un palito para caer en la trampa. Y no me gusta nada.

Con algo de duda toco el hombro del muchacho y este se da vuelta con una sonrisa.

—¡Olivia! Te estaba esperando —dice.

Y, sin previo aviso, con rapidez para que no pueda actuar rápido, me toma por la cintura, me atrae hacia él y me estampa un beso en los labios.

Un beso bastante ardiente que le devuelvo por un lapso de cinco segundos, hasta que me doy cuenta la locura que estoy cometiendo. Lo empujo con fuerza, pero apenas lo muevo porque es bastante pesado. Miro sus ojos verdes y su sonrisa pícara y perfecta. Ruedo los ojos.

—¿Qué hacés acá? —le pregunto con irritación. Él suspira y se sienta nuevamente en el taburete. Hace un gesto para que me siente a su lado y acepto.

—Nada, simplemente vi que tenías una mala cita y te quise ayudar.

—No era necesario, Joaquín. Gracias de todos modos. ¿Cuánto te salió pagar mi cena?

—Consideralo un regalo, no te preocupes. ¿Te gustó el beso?

—Mmm, me tomaste muy por sorpresa, pero...

—Estoy hablando del beso que le diste a mi hermano —me interrumpe rápidamente y dejándome sorprendida por completo. Vuelve a esbozar una sonrisa, pero esta vez cargada de maldad. Lo miro a los ojos y me encojo de hombros.

—No sé de qué estás hablando ni de dónde sacaste eso, estás equivocado. Nunca besé ni besaría a Kevin —replico con tono firme. Estalla en carcajadas y aplaude irónicamente.

—Realmente sabés mentir bien, lástima que mi hermano no. En fin, me voy porque Estela está en el baño y se va a poner celosa si me ve hablando con vos. —Se levanta y comienza a irse, pero antes se da media vuelta y articula con los labios—. No le digas que te besé.

Desaparece entre la gente que se acumuló en la pista a bailar y yo me quedo pensando en varias cosas. Uno, ¿por qué acaba de besarme si está Estela en el baño? Dos, ¿cómo sabía que yo estaba en esa mesa y en una cita? Y por último, pero no menos importante, ¿cómo sabe que besé a Kevin?


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top