31-Un año después:

Las mejillas de la joven se encendieron.

— ¡No puedo creer que me hayas hecho caminar días enteros para venir aquí! —La rabia y la decepción se enfrentaban a su habitual buen humor.

— ¿No sabes dónde estamos? —preguntó su compañero, con burla.

— ¡En un bosque quemado, obviamente! —dijo molesta, mientras pateaba una roca de color negro. Sus ojos verdosos sólo veían cenizas a su alrededor. En algunas zonas, estas se mezclaban con la tierra dándole un color marrón chocolate.

— Es el bosque antiguo del que tanto hablaron las noticias el año pasado —replicó el joven de largo cabello oscuro. Miraba expectante a su compañera. 

— ¿Bosque?... ¡Siempre hablan de incendios en los bosques!... No hay nada de "original" en ello.

— ¿El "Bosque maldito" te suena?

La joven frunció el ceño, buscando en los recónditos cajones de su memoria algún recuerdo. Algo había allí, pero... no lograba aclararlo. Hasta que...

— ¡Oh! —En su memoria se hizo la luz. Entonces pareció comprender... aunque a medias. ¿Por qué la habría traído allí, demonios? ¿No era más productivo ir a otro lado?

Sabía que Edi era casi fanático del "ocultismo" y las cosas sobrenaturales, no obstante ella nunca le prestaba atención. Según dedujo en aquel tiempo, que sólo le habían puesto ese nombre los noticieros, ya que allí había residido algún tipo de secta que secuestraba a los turistas para matarlos. Sin embargo llevaban mucho tiempo, muertos.

— Edi, no entiendo qué... —comenzó diciendo.

— ¡Vamos!... Antes te gustaban esta "clase" de aventuras. ¿Recuerdas la primera vez que te llevé a un cementerio? ¡Te encantó! Especialmente cuando nos descubrieron en lo nuestro y tuvimos que correr en ropa interior —dijo, largando una sonora carcajada.

La joven lo miró con el ceño fruncido.

— Sólo teníamos 17 años... Han pasado 8 más.

Su novio ya no la escuchaba, había corrido por una colina.

— ¡Espera! ¡Demonios! —refunfuñó, siguiéndolo. El montañismo no era su amigo y tenía aversión a los insectos, abundantes en aquellos lugares.

Cuando llegó a la cima, el hombre ya la estaba esperando con una inmensa sonrisa en el rostro. Abrió los brazos y exclamó:

— ¡¿Este paisaje puede compararse con algo, Vale?!

Valentina miró a su alrededor. Sólo veía los desechos de la muerte. Un gran agujero negro en medio de un bosque mayor. Quizá eso era lo que a él le interesaba... Asintió mecánicamente, no sabía por qué se sentía así, siendo honesta con ella misma, tenía que reconocer que antes también le habían atraído aquellas cosas.

Su compañero dejó la enorme mochila que llevaba a cuestas y comenzó a rebuscar algo en ella. Mientras la joven estaba distraída, sacó una hermosa cajita de color rojo. Luego se arrodilló ante ella.

— ¿Te gustaría casarte conmigo?

La propuesta la tomó por sorpresa y por unos segundos se quedó muda. Comenzaba a entender qué hacía allí y cómo funcionaba la mente de su novio. Sonrió, se inclinó hacia él y tomó la caja, que custodiaba su destino. Vio el anillo y comenzó a llorar. Habían sido demasiadas emociones aquel año... la muerte de sus padres la había afectado enormemente. Se había sentido abandonada y sola... pero allí estaba Edi. Siempre a su lado... compartiendo sus tristezas.

Valentina asintió con la cabeza y lo abrazó. Las palabras se habían atorado en su garganta. Edgardo la entendía y estaba decidido a pasar su vida junto a ella.

Estuvieron abrazados un largo rato hasta que se dieron cuenta que el sol decaía en el horizonte.

— Tendríamos que armar la carpa —murmuró feliz, mientras miraba el hermoso anillo de plata.

— Sí, allí abajo veo un terreno plano —dijo su compañero, mientras señalaba un gran círculo de tierra ennegrecida.

— ¿Acamparemos aquí? —preguntó con el temor en los globos oculares.

— ¿No tendrás miedo de una secta quemada hace un año? —manifestó burlesco.

— ¡Por supuesto que no! —replicó orgullosa, y luego lo siguió cuesta abajo.

Cuando llegaron al enorme círculo negro se dieron cuenta que no era tan plano como pensaban, sino que bajaba en suave pendiente hacia el centro.

— No hay cenizas aquí, Edi —informó Valentina.

— No... es extraño. Quizá el viento las haya esparcido o...

— ¿O?

— O el diablo esté aún en este sitio.

— ¡Oh, no empieces! —replicó, frunciendo el ceño. No obstante, el temor empezaba a pesarle. No le gustaba ese lugar. Tenía un feo presentimiento.

El joven largó su pesada mochila al suelo y comenzó a sacar las cosas de ellas. De pronto, se detuvo. Algo ubicado en el centro de aquel extraño círculo le llamó la atención. Era algo de color verde.

— Mira eso.

Se acercó al lugar y descubrió el brote de un árbol. Sólo era un miserable palito con tres hojas pero crecía allí, en medio de la muerte. Valentina se había acercado también, y lo observaba.

— No me gusta este sitio —dijo.

Su compañero no le prestó atención.

— La vida se abre paso... al igual que la muerte —sentenció.

La joven tuvo un horrible escalofrío... su vos... no había sonado como suya.

— ¿Edi?

El hombre la miró con unos extraños ojos extraviados. Luego se incorporó y, sin dejar de mirarla, posó sus largos dedos en su cuello, que parecía un frágil palillo entre ellos.

— ¡No! ¡No! ¡No! —exclamó mientras luchaba con él.

Valentina comenzó a ahogarse lentamente, su rostro adquirió un feo color morado. Poco después, estaba muerta. El hombre con el que pensaba casarse, se alejó unos pasos hacia su mochila, luego sacó un enorme cuchillo y la degolló como a un cerdo. Mientras la sangre corría por el suelo maldito, alimentando al espíritu que aún descansaba allí, Edgardo tomó el cuchillo y cortó sus propias venas. No sintió dolor, ni pena, sólo sintió alivio... estaba libre. 

El destino que ambos esperaban compartir juntos se había cumplido, sólo que aquel sería otro más siniestro.  

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