28-Memorias:
Al principio, Elizabeth no podía creer en la figura que se presentaba ante sus ojos. ¡Era tan improbable! ¡Tan irreal! Cuando pensaba en los jóvenes que se habían extraviado, no tenía muchas esperanzas de que hubieran sobrevivido, presas de aquel siniestro culto. Sin embargo allí estaba Carolina Robles. Luego el anhelo renació en su corazón. ¿Y Ezequiel? Desesperada, apartó a un lado a Tim y le habló.
Cuando la chica se enteró quiénes eran aquellos dos acompañantes de Tim y lo que se habían propuesto al venir desde tan lejos, se echó a llorar. Siempre había creído que los buscarían pero nunca tuvo esperanzas de que alguna vez los encontraran. Ella misma había vagado por el bosque durante mucho tiempo sin poder escapar del hechizo siniestro que la condenaba a las más dolorosas alucinaciones y que la alejaba cada vez más del camino de regreso. En síntesis, creyó que moriría allí sola y que su cuerpo sería comido por los árboles. Sus padres nunca se enterarían qué les pasó.
— ¿Pero cómo has logrado sobrevivir todo este tiempo? ¡Es increíble! —le preguntó Tim, estupefacto.
— Tuve cuidado de racionar bien la comida y el agua, sin embargo confieso que si no fuera por las pasas no estaría viva. El agua se terminó hace tiempo pero he aprovechado la de la lluvia. Está limpia y no contaminada aún —explicó Carolina.
— ¿Y cómo has escapado? —indagó David y luego le entregó la nota que había encontrado en el sótano. La chica la tomó y la mujer periodista, intrigada, se acercó a ella para leerla.
— ¡Oh! La encontraron. Estuvimos varios días encerrados ahí. ¡Odio ese lugar! —manifestó, frunciendo el ceño. Luego añadió—. Escapé gracias a Tim... pero para Eze ya era tarde.
Elizabeth tenía mucho miedo de hacer la única pregunta que le importaba en ese momento. Carolina, al mirarla, lo comprendió.
— Lo siento mucho, todos... todos han muerto —afirmó, con un nudo en la garganta y mientras las lágrimas se deslizaban por su sucio rostro, dejando pálidos surcos de dolor.
La joven vertió muchas lágrimas y, aunque el tiempo apremiaba, escuchó atentamente a Carolina. Deseaba saber toda la historia. La adolescente contó qué los había llevado allí, cómo habían caído en el engaño de los dos chicos mayores y su objetivo. Buscaban un bosque que ellos creían que era "energético" y se encontraron con que había algo más allí, algo diabólico, siniestro.
— Creo que todo comenzó casi después de pasar el puente —comenzó su relato la chica—. Sentíamos que nos observaban. Creo que nos persiguieron durante mucho tiempo, como un animal acecha a su presa. Pero cuando pasamos el puente de madera, todo empeoró. Algo asustó a Santiago y a Elio, nunca supe qué fue, pero a pesar de que unos minutos antes estaban decididos a seguir adelante, de pronto estuvieron de acuerdo con la idea de volver a la mañana siguiente. Sin embargo esa noche nos atacaron... todo fue un caos, muy confuso. Logré escapar y Eze también, poco después nos encontramos con Delfi y Elio. Volvimos por los demás al campamento pero no los hallamos y sólo... sólo... ¡Oh, todavía es como si lo estuviera viendo!
— ¿Qué vieron? —intervino David.
— La muñeca de Santiago colgando de un árbol... todavía la sangre caía al suelo —exclamó horrorizada.
Al escuchar esto, David enfureció de repente y encaró a Tim. Lo agarró del cuello de la camisa.
— ¡Atacaron a unos niños indefensos! ¡¿Qué clase de seres humanos son?! —le gritó en pleno rostro.
— Yo no participé, nunca participo.
Si Carolina no hubiera intervenido, David hubiera golpeado al hombre. Ella le debía mucho y estaban por oírlo.
La chica siguió con su relato. Pronto los habían engañado y terminaron perdidos en el bosque. Lograron llegar al río, sin embargo Elio se había vuelto loco.
— Comenzó a dispararnos pero creo que fue por la toxina de esas raras ciruelas que se comió. No era él, estaba por completo fuera de sí. Luego lo perdimos. La siguiente en caer en el engaño fue Delfi. Escuchamos a Pedro, ¡tan claro!, que ella corrió al bosque cuando ya estábamos en el río. Yo la seguí, tratando de hacerla entrar en razón. ¡Era más seguro que nos quedáramos lejos del bosque! Ezequiel también me siguió. Sin embargo, me atraparon poco después que a ella. Eze pudo escapar. ¡Lo vi! Cuando nos arrastraban por el bosque. Pero él volvió por mí... ¡Lo siento tanto! —se lamentó, mirando a Elizabeth.
No obstante, Carolina no había sabido de la presencia de su amigo hasta mucho después. Ella y su hermana habían terminado en una habitación cuadrada sin ventanas. Como estaba oscuro, la chica no tenía idea de donde se encontraban ni había visto aún el pueblo.
— Allí estuvimos un día... o dos... no lo sé. ¡Es tan confuso! Dormíamos todo el tiempo. Estoy segura que ponían algo en la bebida o en la comida que nos pasaban cada tanto.
De los demás chicos no tuvieron ni noticias. Nunca los vieron. Sin embargo, la salvación llegó pronto. Una noche, las había despertado la voz de Ezequiel. Carolina contó que estaba tan mareada que apenas fue consciente de ello. Su hermana por entonces había decidido no alimentarse ni tomar agua.
— ¡Caro! ¡Caro! Vamos, ¡despierta! —le imploró su hermana.
— ¿Chicas? —susurró Ezequiel desde el otro lado de la puerta.
— ¡Sí! Somos nosotras.
— ¿Y los demás?
— No tenemos ni la menor idea.
— Bueno... voy a buscar algo... para romper el candado.
— ¡No, no nos dejes! —suplicó Delfina, no obstante oyó cómo sus pisadas se alejaban.
Carolina empezaba a comprender lo que sucedía a su alrededor.
— ¿Qué sucede?
— ¡Es Eze! ¡Es Eze! —murmuró su hermana, esperanzada—. Ha vuelto para rescatarnos.
En ese momento la chica se había echado a llorar. De lo demás que ocurrió no estaba muy segura. La cabeza le dolía tanto y estaba tan mareada que solamente se dejó conducir. Sólo cuando recibió el aire fresco del anochecer en el rostro, esto pareció revivirla. Casi corrían por el bosque en tinieblas. Ezequiel la tenía tomada de un brazo y su hermana del otro.
— Creo que puedo sola —susurró.
— ¿Segura? —preguntó el chico.
Asintió con la cabeza y la soltaron. A lo lejos, detrás de ellos, pudo distinguir unas tenues luces que se colaban por entre las hojas de los árboles.
— ¿Dónde estamos? —preguntó Carolina.
— Cerca de aquí hay unas cabañas. Esa gente...
— ¿Son personas? —intervino Delfina, confundida, hasta entonces no sabía bien qué o quienes los habían secuestrado.
— Sí, claro que lo son —afirmó su amigo.
Habían seguido subiendo por una pendiente, mientras el chico les iba contando todo lo que había averiguado. Dos días habían pasado desde su secuestro antes de que las encontrara en aquel tipo de cobertizo en medio de la nada. Sin embargo no estaba tan lejos de las viviendas de aquellas personas y mientras más rápido se alejaran, mejor. De pronto, Ezequiel se detuvo. Luego comenzó a dar vueltas casi en círculo, alarmado. Buscaba algo...
— ¡No puede ser! Estoy seguro de que este es el sitio —murmuró como para sí mismo.
— ¿Qué buscas?
La pregunta de Carolina fue tapada por unos gritos y ruidos provenientes del pueblo que estaba a su espalda. No podían ver desde donde estaban qué pasaba allí abajo, la oscuridad ya había condenado al bosque.
— ¡¿Qué fue eso?! —murmuró aterrorizada, Delfina.
— ¡Nos descubrieron! —exclamó Carolina, agitada y asustada. No estaba segura de poder correr por aquel terreno irregular.
— No, no lo creo... debe ser Elio.
Las dos chicas se detuvieron en seco, estupefactas. Era la primera vez que escuchaban noticias de su hermano mayor.
— ¡Está vivo! Pensé... pensé que había muerto —murmuró Carolina, con lágrimas en los ojos.
— ¡Tenemos que volver por él! —la interrumpió Delfina, mientras daba media vuelta y comenzaba a descender por la pendiente.
El chico logró detenerla unos metros más abajo.
— ¡No! ¡No! Es nuestra única oportunidad de escapar —dijo y luego les contó lo que había sucedido el día anterior.
Luego de que secuestraran a sus amigos, el chico había esperado escondido en el bosque, metiéndose debajo de un grueso tronco caído. La oscuridad lo había ayudado. Dos hombres se quedaron a buscarlo pero no tuvieron suerte y pronto se fueron. Cuando llegó la luz del día, recién Ezequiel se había animado a salir de su escondite. Encontró pistas de arrastre en el suelo del bosque y empezó a seguirlas, sin embargo unas horas después perdió el rastro y comenzó a caminar según le parecía en círculos. Otra noche había llegado. No durmió, escuchaba ruidos por todas partes y muchas veces estuvo a punto de correr a ciegas en la oscuridad, pero logró contenerse.
Al día siguiente se había dado cuenta de que lo buscaban aún. Encontró pisadas de hombres y las siguió. Estuvo caminando mucho tiempo hasta que, al ascender por una pendiente, se topó con Elio Robles. Este estaba hablando con un árbol. Sus ojos eran dos pelotas amarillas, brillantes. Se encontraba totalmente perdido, sin embargo lo oyó y cuando puso su mirada sobre él, lo atacó.
— ¡Comenzó a estrangularme! Estaba seguro de que todos queríamos matarlo. ¡Por suerte no tenía el arma, sino hubiera muerto allí!
Sus amigas lo miraron horrorizadas. En un momento, lo había golpeado en el bajo vientre y logró así que lo soltara y pudiera poco a poco recuperar el aliento. Sin embargo, no huyó de él. ¿Fue un error? No lo sabía pero no pudo dejarlo allí solo. Su conducta era muy errática, le preguntó quién era. Parecía no entender qué pasaba o lo que había hecho. Ezequiel tuvo la leve esperanza de poder hacer algo. Intentó razonar con él. Trató de convencerlo de que él no quería hacerle daño, que debían huir pero el chico mayor lo miró con sus ojos vacíos y no reaccionó.
— Entonces le dije que iba a mostrarle quiénes querían matarlo y que debíamos rescatar a sus hermanas. No sé si me creyó pero aceptó seguirme cuando las nombré. Creo que algo en su mente todavía funcionaba bien. Si no me hubiera vuelto a atacar.
— No puedo creerlo —murmuró Delfina, mientras se sentaba en el suelo y comenzaba a llorar.
Ambos varones siguieron las pistas que la gente había dejado en el bosque y pronto llegaron al pueblo. Ezequiel convenció a Elio de que esperara allí mismo, escondido detrás de unos arbustos. Pretendía ir al pueblo para tratar de encontrar el sitio dónde tenían a sus amigos encerrados.
— Le dije que se quedara aquí hasta que oscureciera y yo volviera. Que probablemente íbamos a tener que pelear con la gente del bosque. Mi idea era que nos esperara aquí mismo y entendiera el peligro. Si tenía suerte escaparíamos todos juntos. ¡Pero no está! Debió ir al pueblo a buscarnos. No lo sé... Elio estaba tan... tan perdido... Lo vi recostarse en el suelo cuando me iba. Pensé que pronto se dormiría.
Delfina comenzó a murmurar que no podían dejar allí a su hermano a merced de aquellas personas.
— ¡No sabe lo que hace!
— No estoy tan segura —intervino Carolina y agregó—: No nos escuchó cuando tenía el arma en la mano pero un día después a Ezequiel, sí. ¿No les parece extraño?
— No, no, Caro. No estoy muy seguro de que comprendiera realmente lo que pasaba —dijo el chico.
— Quizá no, pero...
— ¿A qué quieres llegar? —intervino su hermana.
— Es posible que la toxina de esas ciruelas ya no le esté causando daño. Quizá se despertó solo aquí, recordó lo que le dijiste y al no volver, bajó a buscarnos.
Era posible, sin embargo Ezequiel no quería volver e intentó convencerlas de que huyeran y dieran aviso a la policía. Ellos podrían rescatarlos a él y a los demás.
— ¿Huir? ¿No piensas... en Pedro? Pensé que era tu mejor amigo —le recalcó Delfina.
Ezequiel se enojó. ¡Claro que pensaba en su mejor amigo! No obstante, no veía otra solución. Si los capturaban de nuevo, estaban perdidos. Sin embargo, sus amigas pensaban distinto.
— Eze, si no los rescatamos ahora, morirán. Si es que... no mataron ya a Santiago —replicó Carolina.
Así que habían vuelto por ellos. ¡Enorme error! Carolina contó que siempre se arrepintió de no haber escuchado a Ezequiel. Casi al llegar al pueblo los vieron y terminaron capturados, junto con Santiago, que se portaba igual que un lunático. No obstante, parecía tener periodos de lucidez cada vez más extensos.
Los habían llevado por un largo pasadizo subterráneo y los encerraron en celdas individuales. Carolina estaba en la primera, al otro extremo de la de los demás. La más próxima a ella era Delfina, sin embargo una celda vacía las separaba.
— Oía que hablaban mucho entre ellos pero no podía distinguir lo que decían. Fue entonces cuando lo escuché. ¡No podía creerlo! —contaba Carolina Robles—. ¡Era la voz de Pedro! ¡Lo habíamos dado por muerto! Mi hermana estaba muy feliz y me confirmó a los gritos que era él. Pero alguien se acercó en ese momento y nos ordenó que cerráramos la boca o nos pasaría algo peor.
— ¿Quién era? —preguntó David.
— No lo sé. Cuando nos llevaban comida siempre traían un pasamontaña que les ocultaba el rostro. Supongo que aún tenían temor de que escapáramos.
Allí encerrados bajo tierra estuvieron, muertos de frío y de terror, y esperando que a cada minuto alguien bajara para matarlos. Habían pasado muchos días, seguramente semanas.
— Mientras más pasaba el tiempo más confundidos estábamos. No entendíamos que querían de nosotros. A Ezequiel se le había ocurrido la idea de que estuvieran pidiendo un rescate a nuestros padres. Si no era dinero... ¿qué más iban a querer? ¡Qué ingenuos fuimos! Sólo esperaban la fecha adecuada.
Sin embargo, fuera cual fuera esa fecha, había ocurrido algo antes.
— Nos preocupaba mucho mi hermano. Si bien había momentos en que hablaba de manera "normal", sus ataques de locura eran cada vez más intensos. Una noche comenzó a golpearse la cabeza contra la pared. ¡Gritaba que los gusanos le estaban devorando el cerebro! Pedro, que estaba encerrado en la celda de al lado, gritó tanto que parara que no tardó mucho tiempo en aparecer "uno de ellos". Logró calmarlo. Creo que le inyectó algo, ya que gritaba incoherencias sobre una aguja maldita. Sin embargo, cuando despertó a la mañana siguiente fue peor.
Elio no gritaba ya cosas sin sentido, sino que comenzó a golpear las paredes con los puños, hasta que encontró la puerta y siguió con esta. Todos le rogaban que parara, que iba a hacerse daño, pero el chico mayor no respondía. Estaba fuera de sí. Lanzaba gruñidos de rabia y dolor. Luego la puerta se había roto y Elio logró salir al pasillo. Todos comenzaron a gritarle que los liberara, pero el joven ni los miró, sino que pasó por frente a cada celda.
— Cuando pasó por mi celda pude verlo por una rendija. ¡Sus manos! Estaban rojas y la sangre caía de ellas. No parecía tener dedos... ¡Le rogué que volviera! Pero no me oyó. Lo vi perderse en la oscuridad —continuó Carolina.
La chica supuso que alguien lo había visto o algo pasó que alteró la vigilancia de aquellas personas. Poco tiempo había pasado desde la huida de Elio, cuando aparecieron varios hombres. Sacaron a los cuatro chicos a la fuerza de su celda y los condujeron por el mismo pasadizo oscuro interminble. No podían ver a más de un metro de ellos.
Pedro había dado pelea, no dejaron de escuchar sus gritos y forcejeos hasta que salieron fuera. Había podido sentir la brisa del bosque en el rostro.
— ¡Calla al maldito mocoso! —ordenó un hombre alto y delgado.
Luego alguien había golpeado a Pedro. Eso los había puesto frenéticos. Los tres amigos habían empezado a resistirse. El hombre que sostenía a Carolina, le había susurrado al oído:
— Si no colaboras, vamos a matarte. —Lo había dicho de tal modo que logró aterrorizar a la chica. Esta dejó de lanzarle patadas.
— Mi padre tiene mucho dinero. ¡Se los dará pronto! —aseguró Delfina, por supuesto que era mentira, pero suponía que aquello podía salvarla.
— ¡Cállate! No queremos dinero. —Le gritó su captor, mientras le torcía el brazo. Delfina gritó de dolor y se quedó quieta.
Pedro, al ver cómo maltrataban a su novia, lanzó un insulto. Volvieron a golpearlo.
— ¡Ya basta! —ordenó el hombre delgado, que parecía estar a cargo.
— Pero acabas de decirme...
— ¡No nos servirá si lo lastimas más! Sería una pena, después de haber esperado mes y medio. Sólo faltan tres días.
Todos los chicos se habían quedado congelados, ¿sólo faltaban tres días para qué? Las peores cosas pasaron por sus mentes, pero nunca se imaginaron el horror que los esperaba.
— Pedro no dejó de pelear, a pesar de que Eze le rogaba que se callara. Que cooperara. En un momento, lo separaron del grupo. Desconozco a dónde lo llevaron. A nosotros nos condujeron dentro de una cabaña y luego al sótano de esta. Era un lugar pequeño y sucio —relató Carolina.
Delfina se había vuelto loca, lloraba todo el tiempo y rogaba ver a Pedro. Tenía un mal presentimiento. La chica se había instalado en el escalón superior, al lado de la puerta, y no dejaba de golpear y gritar. Había estado mucho tiempo así.
— Vamos, Delfi, seguro que está bien. Ellos dijeron que faltaban tres días para... para lo que sea que tienen planeado. Tenemos que tratar de salir de aquí antes. Si nos ayudas... —Había tratado de calmarla Ezequiel, sin embargo la chica no lo escuchó y siguió gritando y llorando por su novio.
— ¡Delfi! Por favor, cállate y ayúdanos —le rogó su hermana. Estaba moviendo una pila de cajas para ver si ocultaban alguna posible salida.
— ¡Déjame en paz! —le gritó.
La habían abandonado en la escalera y ambos chicos se propusieron peinar la zona en busca de algún indicio que los ayudara a escapar. No se preocuparon de no hacer ruido, ya que los gritos de Delfina tapaban cualquier cosa. Sin embargo, pronto la luz se cortó.
— ¡Demonios! ¿Y ahora qué haremos? —murmuró Ezequiel, molesto. En aquel oscuro sótano no se veía absolutamente nada. Sin embargo, aquel suceso logró que Delfina dejara de gritar. Se unió poco después a su hermana y su amigo.
Los tres se habían quedado dormidos en algún momento. La oscuridad absoluta les había impedido ser conscientes del paso del tiempo. Al día siguiente se despertaron con un portazo. Los secretos del sótano comenzaban a verse gracias a la luz que se colaba por la puerta de la escalera. Delfina se levantó y corrió hacia arriba. En lo alto de la escalera había comida y agua.
— Mi hermana siguió gritando. Estuvo así mucho tiempo. Mientras tanto, Eze y yo intentábamos hallar una salida. Fue en vano. Las paredes eran lisas y no había ventanas o ventilación alguna. Comencé a contar los días según la comida que nos llevaban. Ignoro si fueron más. De todos modos, al tercer día no pasó nada. Pero al siguiente... supongo que fue por ella. Delfi estuvo más histérica que de costumbre. No lográbamos que se callara.
Al cuarto día, alguien había abierto súbitamente la puerta y había arrastrado del cabello a Delfina.
— Cuando logramos llegar, la puerta estaba cerrada de nuevo —sollozó Carolina. Nunca más volvió a ver a su hermana.
Los días había transcurrido con la misma monotonía. Nada ocurrió que alterara el curso de los acontecimientos. El tiempo se había vuelto extraño y lento allí abajo. Intentaron abrir la puerta muchas veces pero nada funcionó. Hasta que, agotadas todas sus fuerzas, dejaron de intentarlo. Habían pasado aproximadamente dos meses y medio.
De pronto las cosas se volvieron raras. La comida era escaza hasta que un día no llegó. No les daban comida ni agua y comenzaron a pensar que deseaban matarlos de hambre. Nunca supieron cuántos días pasaron así, hasta que llegó Tim.
— Me di cuenta de lo que pasaba cuando vi a Newel arrojar comida al bosque. ¡Era muy extraño! Nosotros no comemos. No lo necesitamos. Fue ahí cuando supe que debía ser el alimento de los prisioneros —explicó Tim.
— Pero... ¡¿por qué hacía eso?! —preguntó Elizabeth.
— Son sus métodos propios de tortura —indicó Tim, luego añadió—. Le dije a Lucrecia lo que había visto pero no me creyó. Ella siempre ha confiado ciegamente en su esposo. Sólo hacia el final logró entender que Newel había cambiado. De todos modos, me propuse darles yo mismo el alimento y agua de una tinaja común que teníamos. No podemos ir al río todos los días, así que la almacenamos allí.
Al principio, los había considerado sólo presas necesarias para vivir, que tenían que estar vivas. No obstante lograron que hablara con ellos.
— Cuando ocurrió lo de mi esposa, siempre tuve la idea de huir muy dentro de mí. Sin embargo, no me animaba a hacerlo. Lo que me contaron Carolina y Ezequiel me dio el impulso para sacar esa idea a la luz. Yo tenía entendido que las ciudades eran peligrosas y que el crimen corría por sus calles. Tenía miedo de ir allí. Carolina me explicó que no era así, que el tiempo habían cambiado las cosas como yo recordaba.
Así había pasado una semana, no obstante Ezequiel enfermó. Tenía náuseas, le dolía mucho el estómago, comenzó a tener diarrea y adelgazó muchísimo en poco tiempo. Casi no comía y una noche la fiebre le subió tanto que comenzó a delirar. Carolina se había asustado un montón. Logró que una mujer la escuchara y poco después se habían llevado a Ezequiel, dejándola sola en el sótano.
— Las pócimas de Newel parecieron curarlo. Pero después de unos días Erminio dijo que le había llegado la hora. ¡Intenté que desistieran! ¡Nadie me escuchó! Incluso comenzaron a sospechar de mí. Ya no me invitaban a las reuniones como antes —informó Tim.
Elizabeth se derrumbó, no podía creer que habían matado a su sobrino. Hubo un largo silencio hasta que David le indicó a Carolina que continuara con su relato. No obstante, fue Tim el que lo hizo. Se había encariñado mucho con aquellos dos chicos y la pérdida de Ezequiel lo había afectado en lo profundo del alma.
— Me vigilaban y tardé mucho en poder volver a la casa de Newel. Me proponía sacar de allí a Carolina, al menos la salvaría a ella.
Y así fue, Tim sacó de su prisión a la chica y dejó en el lugar los suficientes indicios como para que los demás creyeran que lo había hecho ella misma. La llevó a su casa y allí le dio una mochila con comida y agua que él mismo había preparado con anterioridad. Luego le explicó cómo volver: debía seguir las cuerdas rojas.
— Al descubrir que escapó, estaba seguro que las sospechas se dirigirían hacia mí, a pesar de todo. Por lo tanto, no podía huir con ella. "Él" nos descubriría al instante. Verán... cuando tomas el elixir quedas marcado de algún modo. Sin embargo, si lograba huir sin que nadie lo notara y retrasar un día aquel descubrimiento, tendría una posibilidad —relató Tim.
— Así que Tim me dijo que me alcanzaría en dos días. Yo debía llegar a cierto lugar y esperarlo... ¡pero me perdí! Y ya no pude hallar el camino correcto —manifestó Carolina.
— Pero no huiste —le dijo David a Tim.
— No, porque cuando Newel y Erminio fueron hasta el río a buscar a Carolina, los hallaron a ustedes. La vigilancia se intensificó. "Él" fue advertido de las nuevas presas y tuve que aplazar el momento.
Al conocer a David, Tim no cambió de idea, sin embargo cuando vio a Elizabeth modificó sus planes. La joven le había resultado tan parecida a su esposa que pronto descubrió que estaba sintiendo algo por ella. Los acontecimientos se habían desencadenado de manera vertiginosa.
— Una noche apresaron a un joven, que luego nos enteramos que venía con ustedes. Y también a otro...
— ¿A otro? —murmuró Carolina, perpleja.
— Sí, a tu hermano. Él escapó aquella noche. Lo dimos por muerto, fue una sorpresa para todos.
Aquellas capturas habían empujado a Tim, no sólo a quedarse, sino a hacer algo que no quería volver a hacer. Fue obligado a beber el elixir. Elio fue sacrificado por él. El turno era de Nolberta pero, como todos sospechaban de él, creían que beber aquello y rejuvenecer haría que Tim volviera "al camino correcto". No tuvo otra opción que hacerlo, retrasando sus planes.
— No cambié de idea, sin embargo. ¡No lograron quebrarme! Pero deseaba quedarme para salvar a Elizabeth —contó Tim y luego se dirigió a la joven periodista—. Toda aquella pantomima para que decidieran que te quedaras y te obligaran a estar bajo mi cuidado sólo era para poder salvarte. Si todo hubiera salido de acuerdo a mis planes, nos habríamos escapado poco después.
— Claro... y yo sería el sacrificio —replicó molesto, David. Tim lo miró como si realmente no le importara. Su existencia era algo secundario a sus planes. La empatía, la sensibilidad y la piedad por los demás que siempre había sentido, acabó por matarla aquella poción maldita. Tim también había cambiado.
No obstante, había un detalle que el hombre pasó por alto. Beber aquel elíxir lo había marcado. Huir de Él iba a ser más difícil de lo que imaginaba.
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