24-Rastros de sangre:

David no se había atrevido a hacer ruido alguno, hasta que las voces provenientes del pasillo de la cueva se hubieron extinguido. Dedujo que sus captores se habían olvidado por completo de él y que aquel error le daba quizá la única oportunidad que tenía para escapar de su encierro forzado. El hombre no comprendía aún qué le había ocurrido a Elizabeth, debido a que sólo murmullos ininteligibles llegaban hasta él desde el pasillo. Oyó como Tim sollozaba y aquello lo alteró al punto de pensar que algo grave le había ocurrido a su compañera. Tenía que escapar, era la única forma de poder ayudarla, si es que aún existía esa posibilidad.

Al intentar romper el cerrojo de la puerta, la mujer sólo había logrado doblarla apenas un poco, sin embargo fue lo suficiente como para que, con algo de fuerza, pudiera abrir más la brecha con sus brazos. No obstante, no era muy grande el agujero como para escapar por allí.

El fotógrafo tomó aliento para calmar el temblor y la ansiedad que recorría su cuerpo y miró por el agujero creado, vio la barra de hierro que habían olvidado en el suelo. Esta no estaba tan lejos de su celda por lo que se arriesgó y metió la mano por la brecha. Con cierto esfuerzo logró tomarla.

—Bien... bien... un poco más —murmuró para sí mismo, dándose valor. Estaba cansado, la alimentación había sido muy escasa desde que estaba allí encerrado y la falta de ejercicios de todos esos días le había hecho perder su estado físico normal.

Cuando David pudo abrir la puerta, corrió hasta el pasillo solitario que conectaba con las demás celdas. Su vista se clavó de repente en una gran mancha de sangre que había en el piso y su corazón casi se detuvo. ¡No puede ser! ¡No pueden haberla matado! Se repitió a sí mismo, aquello lo impulsó a continuar.

Atravesó el túnel casi a oscuras, palpando el camino con las manos extendidas para no tropezar, y sólo se detuvo al llegar al pequeño lugar que servía de depósito y desde donde salían dos túneles más.

— ¿Y ahora qué? —susurró desconcertado.

En ese instante de indecisión, el hombre vio una luz en uno de los túneles y dio por sentado que allí se encontraba la salida, corrió por él. El barro y las raíces que brotaban desde cualquier parte dificultaban mucho su marcha. Estuvo corriendo varios minutos hasta que el túnel volvió a dividirse en dos. En ese punto no comprendió cómo había hecho Elizabeth para encontrarlo. Lo que él no sabía es que había tomado por un túnel diferente.

David se detuvo varios segundos tratando de pensar, ubicarse allí abajo en la oscuridad luego de dar varios rodeos no era nada fácil. No lo consiguió, así que decidió el azar, continuó por el túnel de la derecha. Corrió por él cuesta arriba, con las últimas fuerzas que le quedaban, y poco después se topó con una pared lisa de piedra. "No puede ser", suspiró.

Derrotado como se sentía, el joven estaba a punto de volver cuando notó una saliente a un costado, parecía ser una manija. ¿Sería una puerta? Valía la pena probar. Metió la maño por ella y tiró con fuerza.

Cuando la puerta de piedra se abrió un poco, la luz entró de golpe.

David entrecerró los ojos un rato, tanto tiempo en la oscuridad le había afectado la vista. La fotosensibilidad fue desapareciendo poco a poco hasta que pudo ver mejor. Y lo que vio lo desconcertó por completo. Había terminado en un cuarto cuadrado con paredes lisas de cemento. Hacia un costado había una ventada triangular con la imagen sucia de una virgen a colores, similar a las que se encuentran en una iglesia. Detrás de él, justo al lado de la puerta, había cuatro nichos cerrados. Se encontraba en una cripta.

El aire viciado hizo que al joven le picara la garganta y comenzó a toser. Se dirigió hasta una puerta gemela que cerraba la cripta, pero fue imposible abrirla. No podía seguir allí y tampoco volver por lo que lo único que se le ocurrió fue romper la ventana. Se acercó a ella, colocando su remera alrededor del brazo para no lastimarse, y estaba por dar el golpe cuando vio movimiento fuera. Rápidamente se colocó tras la pared. Tres hombres deambulaban por el lugar, uno de ellos cargaba una mujer en el hombro, estaba inerte... parecía muerta.

Lejos de allí en su cabaña se encontraba Nolberta, recostada en la cama matrimonial. Su prima y confidente, Lucrecia, la había trasladado allí. Esta última se encontraba alterada, Berta acababa de tener una especie de ataque y luchaba por su vida. Apenas era capaz de respirar. Su prima supo que si no hacían algo pronto la perderían y no quería pasar por la experiencia de revivirla. Además que no estaba segura si esta vez funcionaría. Todavía recordaba la última que realizaron en sus pesadillas. Ver abrir los ojos al cadáver de Simona y oír cómo gritaba, como si su alma luchara por quedarse donde estaba, la había perturbado muchísimo.

— Voy a buscar ayuda —manifestó a la mujer moribunda. Berta dio vuelta la cabeza y tomó su brazo con las pocas fuerzas que le quedaban.

— No... quédate... por... favor —le dijo y unas lágrimas cayeron por su rostro—. No quiero... morir... sola.

Desde la garganta de Lucrecia escapó un sollozo.

— No vas a morir... Iré a buscar a todos. ¡No vas a morir! —Posó sus labios en la frente de su amada prima. Y salió del lugar.

— Lucre...cia —la llamó. La aludida se dio vuelta—. No dejes... que... me revivan... por favor.

La mujer asintió con la cabeza y le susurró: "lo prometo". Luego corrió fuera de la casa. En la calle no había nadie a la vista, y lo único que se le ocurrió fue golpear la puerta de la casa vecina. Sabía que Newel y Erminio estaban en el bosque, al menos eso les habían dicho al dejarlas. "Asuntos urgentes", recordó las palabras. Sospechaba que su hermano deseaba darle una fuerte reprimenda a su marido y ella no iba a oponerse.

La puerta de la vivienda vecina se abrió y apareció en su umbral la dueña de casa, Amelia.

— ¡Lucrecia, estás pálida! ¿Qué ocurre? —preguntó asustada, trató de que pasara pero la mujer no se movió.

— Es Berta, ha tenido un ataque. No creo que le quede mucho tiempo de vida.

Amelia lanzó una exclamación de susto y sorpresa. Fausto apareció tras ella en ese momento.

— ¿Qué ocurre?

Fue informado rápidamente, no tenía tiempo de andar dando explicaciones a todo el mundo.

— Hay que avisar a todos... ¡Hay que apurar las cosas! ¡Tenemos que hacerlo ahora! ¡Demonios! ¡Perdimos mucho tiempo! —ordenó Lucrecia, presa del pánico.

— ¿Erminio no lo sabe? —intervino Fausto, confundido.

— No, no, se fue con Newel al bosque hace como una hora. Querían hablar a solas —informó.

— ¿Al bosque? Pero si recién los veo —replicó el hombre, confundido.

— ¿Recién?

— Bueno, hará unos quince minutos más o menos. Seguían a Tim por aquellos árboles —indicó Fausto, mientras señalaba frente a ellos.

Entonces Lucrecia recordó que Tim estaba con Elizabeth... ¿Y si había pasado algo? ¿Y si había intentado escapar? Era el colmo, era lo único que podía empeorar ya la situación.

— ¿Tim estaba con Elizabeth? —indagó.

— No, estaba solo.

Aquello desconcertó por completo a Lucrecia, sin embargo no tenía tiempo para pensar en aquel extraño comportamiento o en el hecho de que le habían mentido, tenía que salvar a Berta.

— Está bien, iré a buscarlos. ¿Podrían avisar a los demás?... Que se vayan preparando —ordenó.

— Sí, no te preocupes —intervino Amelia—. Nosotros nos encargamos.

Mientras la pareja corría calle arriba para alertar a los demás de los últimos sucesos, Lucrecia se dirigió hacia los árboles.

Al internarse cada vez más en el bosque solitario, la mujer se dio cuenta de que iba a ser en vano. No había ni rastros de los tres hombres, por más que había recorrido los senderos que más usaban no había oído ni un solo sonido que le indicara su cercana presencia. No tenían otra opción que esperar a que volvieran para poder comenzar con el ritual... Sin embargo, ¿Berta podría esperar? ¿Y dónde se habría metido Elizabeth?

El tacto de la superficie rugosa bajo su cuerpo fue lo primero que su conciencia registró. Sus ojos estaban en penumbras y, por un momento, sintió la adrenalina recorrer todo su cuerpo. La posibilidad de haber quedado ciega la perturbó. Trató de calmarse. ¿Dónde estaba? Sus dedos se toparon con una pared ascendente en ambos costados, la misma superficie rugosa. Los elevó y, casi por encima de ella, un techo. Sus pies hicieron el mismo trabajo, con el mismo resultado. ¿Dónde estaba? Se volvió a preguntar. ¿Estaba encerrada en una caja? Entonces el olfato le advirtió algo, olía extraño, a tierra mojada, el aire parecía escaso y le costaba respirar. Su cuerpo sentía que le faltaba... o que comenzaba a faltarle el oxígeno. Una idea aterradora se apoderó de ella: ¿Estaba en un ataúd? ¿La habían enterrado viva? Comenzó a gritar a todo pulmón, aterrorizada.

De pronto, sintió movimiento sobre ella y el pánico dio paso a la desesperación. La joven siguió gritando. El frío que la había rodeado disminuyó. El techo de su féretro comenzó a quebrarse y, junto con la luz, apareció la cara de un hombre tan sucio que por un segundo no lo reconoció. Cuando gritó su nombre, supo que era David. Elizabeth no se había confundido, la habían enterrado. Pensaron que estaba muerta pero no se tomaron la molestia de palparle el pulso. Su compañero tiró de sus brazos y logró sacarla de un agujero profundo. Al salir de allí, Elizabeth se quebró, se encontraba en un cementerio.

— ¡Gracias al cielo que estás bien! —susurró David, mientras la abrazaba.

La mujer comenzó a toser, la tierra había entrado a sus pulmones. Finalmente pudo controlarse preguntó:

— ¿Qué pasó?

David le contó cómo había escapado.

Al ver pasar a los tres hombres, a través de la ventana sucia de la cripta, cargando a Elizabeth pensó que esta estaba muerta y sus sospechas se confirmaron cuando vio a Erminio tomar una pala y comenzar a cavar en el suelo. Newel y Tim se turnaban con él.

El viento traía con él algunas voces.

— Menos mal que ya teníamos cavado hasta la mitad —decía Erminio, respirando entrecortadamente.

— ¿Para quién era esta tumba? —preguntó Tim, que no apartaba sus ojos de la mujer que descansaba cerca en el suelo.

— Para el próximo.

Hubo un breve silencio, luego comenzaron a discutir algo.

— ¿Diremos que escapó? —preguntó Erminio.

— Sí, nadie debe saber lo que ha pasado —ordenó Newel y añadió, mirando al joven que los acompañaba—. Lo siento, Tim, sé que la querías para esposa.

— ¿Lo sientes? ¡La mataste! —le gritó este último.

— No había otra opción —replicó fríamente.

Tim se llevó las manos a la cabeza son poder creerlo... Newel no estaba pensando de manera "normal". Aquel tono tan falto de empatía enfureció al joven.

— ¿Qué no había... opción? ¡Claro que la había!... ¡Eres un asesino!

— Hice lo que tenía que hacer —replicó, encogiéndose de hombros.

Varios gritos se sobrepusieron y David se atrevió a mirar por la ventana. Newel y Tim estaban golpeándose con los puños. Erminio trataba de separarlos, gritando que pararan de una vez.

— ¡Basta! ¡Basta! —ordenó este último. Newel tropezó y cayó hacia atrás. Tim estaba a punto de patearlo cuando Erminio lo tomó del brazo y lo miró furioso—. Tú, ayúdame a meterla al aquí.

Con horror vio cómo introducían el cuerpo de Elizabeth en un ataúd de madera que había estado al lado de la tumba, y luego cómo colocaban a este en el agujero. Aquel proceso fue lento y atacó sin parar los nervios de David, sin embargo ¿qué podía hacer? Elizabeth estaba muerta y si se descubría lo único que conseguiría sería que lo atraparan de nuevo.

Por primera vez en su vida, a David lo abrumaron sus sentimientos, no podía creer que su amiga realmente estuviese muerta. Odiaba aquella gente con toda su alma, cuando lograra escapar de allí, volvería con toda la policía de su lado. Cada persona de aquel pueblo pagaría la muerte de Elizabeth.

Un golpe vino a sacarlo de sus pensamientos. David miró hacia fuera y vio cómo Newel comenzaba a lanzar la tierra sobre el cajón con la pala. No obstante, de pronto, se detuvo. Todos se dieron la vuelta y fijaron la vista sobre algo que escapaba a su vista. Eventualmente la oyó: un grito de mujer se esparció por todo el cementerio.

— ¡No grites, estás torturándome los nervios! ¡Cállala, Erminio! —ordenó Newel, mientras se llevaba las manos a la cabeza.

Erminio levantó las manos, suplicando calma. Era nada menos que su hermana, esta se calló pero el horror que sentía no la dejó en paz.

— ¿Qué están haciendo? ¿Qué ha pasado? —indagó, aunque creía saber la respuesta.

La mujer se acercó corriendo hasta los hombres. David no alcanzó a oír lo que decían pero vio cómo la mujer casi se desmaya. Estuvieron un largo rato hablando, al parecer parecían querer convencerla de algo porque Lucrecia siempre negaba con la cabeza. La discusión se cortó finalmente cuando Newel tomó la pala, que habían abandonado en el suelo, y comenzó a echar tierra en la tumba improvisada. Su mujer se acercó a él y lo detuvo tomándolo del brazo. Lo que dijo fue en voz tan alta y clara que las palabras llegaron hasta David.

— No hay tiempo. Berta acaba de sufrir un ataque.

Erminio, luego de escucharla un poco más, salió corriendo y se perdió de vista. Los demás lo siguieron.

Si bien aquellas palabras sorprendieron a David, no le afectaron. Cuando no vio a nadie en el cementerio, rompió el vidrio de la cripta y salió de ella. Observó el lugar, temeroso de que lo hubiesen escuchado. No había alma alguna por allí, viva o muerta. El hombre comenzó a correr, sorteando las tumbas y se detuvo al pie de los árboles. Una corazonada lo plantó en el sitio, ¿había escuchado un algo? Con la idea de que Lucrecia había vuelto miró por sobre su hombro. No había nadie.

Ver en ese instante la tumba improvisada de Elizabeth logró perturbarlo. David decidió que no podía dejarla ahí, simplemente no podía. Este tenía la sensación de que la estaba abandonando. Aunque tuviera que cargar todo el bosque con su cuerpo a cuestas, iba a llevarla con él. ¡Era una locura! Lo sabía. No obstante, la racionalidad lo había dejado.

El hombre se acercó a la tumba a medio llenar y la miró. Fue en ese preciso instante cuando lo volvió a oír: un grito agudo. Sabía que estaba solo allí... ¿podría ser...? ¿Era posible?

Desesperado pero con la esperanza invadiendo cada fibra de sus músculos, David se lanzó dentro del agujero y empezó a retirar parte de la tierra con las manos. No tardó mucho en darse cuenta de que no se había equivocado. Los malditos habían enterrado viva a su amiga. Insultando a todo el mundo, el hombre logró abrir el ataúd y sacó de allí a su colega.

Concluyendo su relato, Elizabeth pudo comprenderlo todo. Sin embargo, en ese instante un grito bestial proveniente de la tierra misma, paralizó todos sus pensamientos. Lo reconoció al instante.

— ¡Los pumas! ¡Han vuelto! —exclamó, mientras se paraba. Miró hacia el bosque, tomando el brazo de David.

Este último la tomó de los hombros.

— Los pumas no existen... No son reales —afirmó.

— Pero... ¿Pero qué es eso?

— Son sus gritos... Los gritos de "Él" —aclaró el hombre y agregó—: Una vez escuché a Lucrecia decirlo, ella creía que yo dormía, por supuesto que entonces no entendí nada.

— ¿Y quién es "Él"? ¿Qué es?

— No lo sé, nunca lo nombran. No tengo la menor idea pero seguramente será un animal. —manifestó David.

— Yo... pensé en un espíritu.

— Animal o espíritu no importa. Él sabe que hemos escapados, les está avisando a los demás... En ese entonces, cuando estaba en el sótano, Lucrecia preguntó si una presa estaba cerca y Newel le respondió que sí, que "Él" siempre avisaba... ¡Ahora comprendo tantas cosas!

— ¡Un presa cerca! ¡Y la atraparon! Lo recuerdo muy bien... ¿Pero quién podrá ser? Sólo nosotros dos hemos estado aquí... ¡Oh! Acabo de recordarlo, la cámara fotográfica de Emanuel estaba en la casa de Newel... pero...

— ¡Dios santo, tienen a Emanuel!

Ambos se miraron aterrados, al fin comprendían el misterio de la desaparición del fotógrafo suplente... ¡Y no podían huir sin él! Ni siquiera pensaron en esa posibilidad.

— ¡Vamos, hay que encontrarlo! —exclamó David, mientras la tomaba del brazo.

Corriendo fuera del cementerio y con la idea fija de rescatar a Emanuel, no se dieron cuenta de que el grito bestial no volvió a repetirse. El peligro estaba sobre sus cabezas de nuevo.

— Cuando estaba enfermo en la cama del sótano creí oír una vez varios gemidos y una voz que reconocí como la de Emanuel, pero pensé que la fiebre me estaba trastornando las ideas —comentó David.

— ¿Crees que lo tienen encerrado en la cueva donde estuviste?

David negó con la cabeza.

— No sé qué pensar, jamás lo oí en ese entonces... No lo sé, Eli, pero no se me ocurre otro sitio donde podrían haberlo llevado.

La aludida se detuvo a pensarlo un momento, mientras recuperaba el aliento.

— A mí tampoco se me ocurre.

En ese momento apareció a su vista una estructura de madera cuadrada, por un momento desconcertó a ambos.

— ¡Oh! Ya sé dónde estamos —exclamó la joven.

Lo recordaba muy bien, era la capilla que unos días atrás había descubierto una noche, donde Simona se quejaba de su miserable vida y de un esposo que la golpeaba. La joven periodista le contó todo lo que sabía a su compañero.

— ¿Sospechas que puedan tenerlo allí dentro?

— No, no lo creo.

— ¡Espera! —la calló David y agregó—: ¿Qué es ese ruido raro?

Parecían cánticos religiosos... ¿Estarían haciendo algún ritual? En pánico, corrieron hasta la capilla. Sin embargo los cánticos se alejaban y pronto no los oyeron más. Dentro de la capilla por supuesto no había nadie.

— ¡Está vacía! —dijo el hombre como para confirmar lo que sus ojos veían.

Elizabeth entró, el olor estancado a incienso y algo más, le provocó náuseas. Un altar de piedra tallada se encontraba en el medio del lugar y lo rodeaban varios bancos colocados en círculo, pero de la extraña escena lo que más le llamó la atención fue un dibujo hecho en la pared con ¿tinta roja? Este representaba a un gran árbol genealógico con ramas que acaparaban casi todas las paredes. Había tantos nombres en ellas como pecados existen en el mundo. A su derecha había uno escrito recientemente, decía... "Emanuel". La mujer se sobresaltó y retrocedió varios pasos, chocó con un banco y fue a caer al piso.

— ¡Demonios! —exclamó adolorida. Al darse la vuelta se dio cuenta de que había caído en un charco de agua... sólo que no era agua sino sangre. Asqueada lanzó un grito.

David, que se había entretenido mirando la plataforma cubierta de cabos de velas, la rodeó y corrió hacia ella. Se dieron cuenta de que había una gran mancha de sangre que se extendía desde la plataforma y terminaba en el suelo, donde estaba la mujer. Esta, con una mano temblorosa, señaló la inscripción.

— Vamos, Eli, levántate. Hay que salir de aquí. Quizá no sea... demasiado tarde —ordenó el hombre, tratando de no ver lo que en ese momento le parecía obvio.

Elizabeth se levantó. No pudo contener más las náuseas y vomitó sobre el altar.

— Bien, ya le dejaste tu contribución al demonio, ahora vamos —dijo con ironía su colega, sin embargo a la joven no le pareció gracioso.

La pareja salió de la capilla y comenzaron a correr hacia el pueblo, sorteando los árboles. No tenían idea dónde podrían estar los miembros de aquel siniestro culto. No obstante no debía de ser muy lejos, ya que habían escuchado sus voces no hacía mucho tiempo. Eventualmente, cuando llegaron donde se reunían las casas, pudieron comprobar que no había nadie. La calle principal del pueblo estaba desierta.

— ¿Y ahora qué hacemos? —murmuró David, descansando las manos en sus rodillas.

— Hay que revisar las casas —propuso su compañera.

Tiempo después, se dieron cuenta de que era en vano.

— ¿Dónde podrán haber ido? —preguntó el hombre, frustrado.

— No sé...

— Trata de pensar... Debe haber "otro lugar sagrado". Yo no tengo idea, es la primera vez que recorro este lugar.

Elizabeth lo intentó, sin embargo nada acudía a su mente. El silencio parecía indicar que, donde quiera que quedara el sitio al cual se dirigieran, estaba lejos de allí.

— No se me ocurre nada, David —le dijo con desesperación.

El aludido planteó la posibilidad de que a lo mejor las personas se encontraban bajo tierra. Uno de los túneles subterráneos podría llevarlos al sitio sagrado, no habían recorrido todos ellos. Era una buena posibilidad. Se decidieron a arriesgarse a bajar por ellos, y estaban atravesando la calle cuando Elizabeth se detuvo, mirando hacia el bosque.

— ¡Espera! En mi primer día aquí vi un camino... Un camino que descendía por allí —manifestó la mujer, señalando el lugar—. Debe llegar a algún lado.

— ¿Estás segura? Allí no hay nada.

— Debe estar cerca...

Con el presentimiento de que no se equivocaba, Elizabeth descendió por una cuesta hasta los árboles y arbustos del bosque. Deambularon un rato entre ellos hasta que, detrás de unos espesos abetos, se escondía un sendero.

— ¡Aquí está! —exclamó triunfante la joven, y de pronto—: ¡Mira, David! ¡Parecen gotas de sangre!

La luz dentro del bosque siniestro siempre parecía escasear, por lo que no pudieron estar seguros. Luego comenzaron a transitar por el sendero, que serpenteaba y se iba internando más y más en el espeso infierno verde.  

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top