23-David:

El presentimiento había crecido en su interior durante la noche y cuando la encontró la luz desvelada sus pensamientos estaban aún arremolinados. Pensó en el ataque sufrido en el sótano. ¿Por qué Newel no la habría matado y así acabar con aquella tortura?... Pensando en ello recordó algo extraño. En ese momento no había sido dueña de sí misma y había actuado por instinto. Al golpearse la cabeza y volver en sí misma había escuchado a David llamándola. Era su voz, estaba segura. ¿Y si no hubiera sido en aquel túnel en donde transitan las almas? ¿Y si hubiera sido allí en el sótano?... No obstante David había muerto... eso le habían dicho.

En ese punto comenzó a sentir la pequeña chispa de la esperanza. Después de todo lo que había pasado, las palabras de aquella gente no tenían credibilidad para ella. Sin embargo, por más que intentaba recordar su memoria le advertía que no era posible que hubiera escuchado a su compañero. No había nadie en aquel sótano. Tampoco existía lugar alguno donde podría haberse escondido. Si hubiera estado allí, hubiera acudido a su rescate. No... no era posible.

Una hora después, la joven periodista se encontraba desayunando sola. Pensaba dónde guardaría Newel sus medicinas y cuáles podría tomar para acelerar su muerte. Ésta le atraía, como la miel a las abejas. En ese momento se abrió la puerta de la cabaña y apareció Nolberta en su umbral. Sobresaltada, la miró. Al tener conciencia de lo que era capaz de hacer aquella gente, el miedo a ellos se había incrementado y no confiaba en nadie.

— Tim quiere... verte. —Aquella mañana la mujer parecía más enferma que nunca. Las venas asomaban por sobre su piel clara, que se había tornado de un color amarillento.

— ¡Oh! Bueno.

No deseaba ver a Tim pero tampoco quería quedarse sola con aquella mujer que parecía más muerta que viva. Apuró su té y salió de la casa. El aire puro del bosque ahora le parecía viciado, corrupto, podía respirar su maldad. Apuró el paso por el camino principal de tierra. No había nadie a la vista, sin embargo en un recoveco pudo observar que Tim la estaba esperando al final, sentado en la valla de madera donde habían hablado por primera vez.

Al acercarse por el frente de la casa de Lucrecia, vio a Newel asomado en la ventana. Sus ojos estaban fijos en ella y su expresión era insondable. Con un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo, apuró el paso. Al pasar por la siguiente casa, vio a otro hombre en la ventana, mirándola. Fausto no le pareció menos perturbador que Newel por lo que sus latidos se aceleraron. ¿Habría sido mejor quedarse con Nolberta? No volvió a mirar hacia las demás casas y cuando llegó a Tim, casi corría.

— ¿Te sientes bien?

— Yo...

— Pareces alterada.

— No... Sí, disculpa. Newel y Fausto me... me estaban observando —tartamudeó.

Elizabeth estaba alterada y miraba sobre su hombro todo el tiempo. No obstante, nadie salió de su casa.

— ¡Oh! Son muy desconfiados con los extraños, en especial con "la gente nueva" —explicó Tim tratando de darle poca importancia al asunto, por el contrario se sentía algo irritado.

— Berta me dijo que querías hablarme —expuso la mujer.

— Sí... verás... —Tim se puso nervioso, se bajó de la valla y comenzó a caminar de un lado a otro. No miraba a la joven a la cara.

— ¿Sigues enojada conmigo? —le preguntó de repente.

Elizabeth lo miró confundida.

— No, no. Nunca lo estuve... Lo que pasa es que todo esto es... nuevo para mí.

Tim largó un suspiro.

— Menos mal. Estuve pensando toda la noche en ello y creo que será mejor que te cuente toda mi historia. No supe bien qué decir ayer, delante de todos me resulta algo "complicado" ser honesto.

— ¿Toda tu historia? —repitió Elizabeth, perpleja. Tim asintió enérgicamente con la cabeza.

— Ya sabes que mi padre nunca existió, somos la misma persona. —Se detuvo, esperando una comprobación. La joven asintió—. Bueno, yo no llegué aquí como antes te relaté. Inventé todo. Mi esposa y yo fuimos los últimos. Estábamos huyendo de nuestros padres que se oponían a nuestro matrimonio. En una posada escuchamos una conversación casual de que en el bosque se encontraba un grupo de gente viviendo en plena naturaleza, sin contacto con lo demás. Ambos pensamos que era la solución perfecta, sin embargo el hombre que había dicho aquello de inmediato negó todo. Era muy extraño, tanto que nos pareció que mentía. Así que anduvimos en el bosque por tres días, perdidos. Cuando habíamos abandonado la esperanza nos encontró Newel y Erminio... Al principio no querían aceptarnos entre ellos. Les rogamos que nos dejaran quedarnos, hasta que al fin cedieron. Son gente muy desconfiada, como te decía recién... Cuando conocimos toda la historia de la comunidad y lo que ganaríamos aquí, Celestina... mi esposa... se entusiasmó mucho.

Tim se detuvo, al parecer pensar en su esposa aún le afectaba.

— ¿Qué pasó con ella? —indagó Elizabeth, sin decidirse aún si quería saberlo o no, y sin andarse con contemplaciones.

— Al principio todo fue bien. Nos adaptamos muy bien a esta vida, éramos jóvenes y soñadores —declaró Tim. A su interlocutora le resultó muy extraño que hablara de su juventud como algo lejano, ¡cuando parecía tener veintitantos años!—. Sin embargo, al morir Simona, Celestina se alteró de tal manera que quiso irse. Era su mejor amiga y no pudo soportarlo. No me dijo nada, ni una palabra. Huyó una noche. "Él" nos avisó y logramos llegar a ella justo a orillas del puente.

Tim se detuvo, el dolor en su tono de voz era palpable. Luego continuó:

— Pero ya era tarde, estaba perdida.

— ¿Perdida?

— Se suicidó —aclaró Tim, sin mirarla.

Elizabeth lo miró espantada.

— Desde entonces he estado solo y nunca volví a tomar el elixir hasta que llegaste. Simplemente deseaba morir con ella y sabía que algún día la muerte vendría por mí... porque soy demasiado cobarde y débil como para huir. —El hombre se detuvo, mirando hacia todos lados. Luego bajó la voz—. Sin embargo, cuando te vi por primera vez...

El joven se acercó a ella y tomó sus manos. Llevó estas a sus labios y las besó. Miraba a la mujer de una manera tan dulce que provocó que esta se ruborizara.

— No pude dejar de pensar en ti. Deseaba que te fijaras en mí... deseaba que me quisieras algún día. Regresaron a mí sentimientos que hacía muchísimo tiempo no sentía. ¡Por primera vez me sentí feliz de estar vivo!

Elizabeth no sabía qué contestar. Siempre había imaginado que Tim deseaba utilizarla, que probablemente le gustara, pero nunca se imaginó que sus sentimientos fueran tan profundos como exponía. El joven continuó.

— Cuando me enteré que querían... utilizarte para el elixir de Berta, yo... no puede soportarlo. Desde entonces he estado tratando de convencer a todos para que te den una oportunidad. Para que te dejen quedarte... ¡Y al fin pude convencerlos!

En el cerebro de la joven retumbaba una sola frase, como un eco de locura.

— ¿Querían utilizarme para el elixir de Berta? ¿Qué quieres decir con eso?

Tim no respondió.

— Sé que aún quieres a David, no soy tonto, pero ¿algún día podrías quererme y olvidarlo a él? Nos llevamos muy bien, tenemos gustos similares y podríamos tener un hermoso futuro junto. ¡Hasta podríamos tener niños! A "él" le encantaría, hasta podría permitirnos conservar uno.

Elizabeth soltó sus manos en ese momento. Su manera de nombrar a David había sido muy extraña, como si aún existirá en este mundo... Y eso de los niños era perturbador...

— Yo... no... —balbuceó sin saber si continuar.

Hubo un breve silencio. Tim la miró a los ojos y luego bajó la vista.

— Disculpa, creo que me estoy precipitando... Puedo darte un tiempo, todo el que quieras —afirmó el joven, dudando un poco al mirarla.

Lo único que se le ocurrió a la joven en ese momento fue que la esposa de aquel hombre se había suicidado. Si realmente hubiera sido por la muerte de su amiga, hubiera tratado de convencerlo para que huyeran juntos... pero no fue así, Celestina se fue sola. Elizabeth empezó a sospechar de que había algo más que se escondía en la oscuridad de los hechos. Sin embargo, comprendió que negarse a tan simple petición sería peligroso.

— Está bien, ¿puedo pensarlo? —murmuró con timidez.

— Sí, sí claro —manifestó Tim, sonriendo. Sus ojos brillaron de felicidad y un rubor apareció en sus mejillas.

Tim siguió hablándole de la vida allí en el bosque y, en cuanto pudo librarse de él, Elizabeth volvió hacia la casa de Berta y Erminio. No obstante, no llegó a ella. Al dar un rodeo vio a Lucrecia y a Newel entrando allí mismo, entonces se le ocurrió una idea. ¿Y si la muerte de David era una mentira más de aquellas personas? Debía comprobarlo. Necesitaba comprobarlo. Ir al lugar donde lo vio por última vez podría darle alguna pista, tanto de su vida como de su muerte.

La mujer miró por sobre su hombro atentamente. Tim había desaparecido y no se veía a nadie más cerca. Corrió hasta la casa de Lucrecia y entró. Por suerte la puerta estaba abierta. Dentro del hogar de sus vecinos sólo se oía el tik tok de un reloj antiguo en la pared. Este estaba sumido en la semioscuridad pero logró llegar a la puerta del sótano con relativa facilidad y bajó con cuidado por las escaleras.

En el sótano prendió el interruptor de la luz, la bombilla titiló al principio pero resistió. Aquella claridad amarilla se expandió por el lugar, indicándole que estaba vacío. No había rastros de una cama y sólo en un rincón se acumulaban unas cajas. No obstante, parecía haber sido limpiado a fondo. No encontró vestigios de la pelea que se había producido allí el día anterior. ¿Cómo esperaba encontrar alguna pista de David?

Derrotada, Elizabeth se dejó caer contra la pared posterior. Golpeó a esta con el puño mientras exclamaba:

— ¡Oh, David, lo siento mucho! ¡Debí haber venido antes!... ¡Siento mucho haber llegado tarde! ¡Todo es mi culpa! Tu muerte es mi culpa... —Comenzó a llorar desconsoladamente. Y así estuvo un largo rato, clamando un perdón que sabía que no era escuchado, pero que necesitaba expresarlo. Hasta que pudo calmarse.

En ese momento escuchó un golpe sordo, cerca de su oreja izquierda. Sobresaltad se levantó, mientras secaba sus ojos rápidamente. Luego lo volvió a sentir, más fuerte.

— ¿Quién está allí?

Nada... silencio. De pronto, con la esperanza latiendo en su interior, comenzó a mirar más atentamente a aquella pared. Era lisa por completo y su pintura parecía reciente. Dudó... Otro golpe la hizo saltar unos dos pasos hacia atrás. ¿Serían ratas caminando dentro de las paredes? Pero... ¿Cómo habían ingresado allí? No había grieta alguna.

De pronto un lamento... un susurro...

— ¿Hola? ¡¿Hola?! ¡¿Quién está allí?! —gritó, mientras golpeaba la pared—. ¿ME ESCUCHA?

El silencio volvió a confundirla. ¿Habría imaginado el lamento? Miró hacia todos lados y vio una caja de herramientas. Corrió hacia ella y sacó un martillo. Luego comenzó a golpear la pared. Poco después había logrado hacer un agujero. Sin embargo, cuando logró atravesar el ladrillo, del otro lado apareció tierra. No había una habitación secreta allí, como había pensado. Sin embargo podía oír mejor aquel sonido tan extraño.

Tuvo una idea, dejó el martillo en donde lo había encontrado y con unas cajas logró disimular el hueco. Era preferible que nadie se diera cuenta de que había estado allí. Le daría algún tiempo. Atravesó la casa vacía y salió por una ventana que daba hacia su costado derecho. Allí observó el suelo. Esperaba hallar alguna trampilla. No obstante, por más que peinó la zona con su búsqueda, no encontró nada.

— No puede ser... No estoy loca —murmuró de frustración. En ese momento miró hacia la casa vecina.

Aquella cabaña estaba demasiado cerca, no era como las demás que se hallaban bastante separadas unas de otras. ¿Y si tuviera un sótano gemelo? Elizabeth corrió hacia ella, pensando de quién sería. Trató de recordar si alguna vez había visto salir a alguien de allí, pero no pudo lograrlo. Las ventanas estaban tapadas por persianas de madera. No podía ver nada de su interior. La rodeó y llegó a una puerta que estaba justo detrás. Tomó el pomo, imaginando que estaría cerrada, sin embargo abrió. Con un ruido agudo fue empujándola poco a poco, era muy pesada, como si casi nunca se usara.

Dentro estaba más oscuro que en el sótano de su vecina, sin embargo se podía observar un cuarto amplio y rectangular. Este estaba por completo vacío, lo único que había allí eran telas de araña en los rincones y hojas del bosque se esparcían por todo el piso. ¿Estaría abandonada? Notó que no tenía puertas ni ventanas, la única abertura estaba ubicada a su espalda. Era como un cuarto cerrado que habían pegado a la casa... le resultó tan extraño...

Al dar un rodeo, tropezó con una madera y cayó al suelo estrepitosamente. El dolor golpeó su rostro. Comprobó que se había raspado toda la barbilla.

— ¡Demonios! —largó de mal humor.

Intentó pararse y al hacerlo se dio cuenta de que no había tropezado con una madera sino con una saliente del mismo material que parecía... ¿una manija? Intrigada tiró de ella y se dio cuenta que era una trampilla. Las hojas que la cubrían se deslizaron. Dentro del hueco sólo pudo ver oscuridad. Con renovadas energías se paró de golpe y abrió más la puerta para que entrara mejor la luz. Entonces el agujero reveló unos escalones. Por un momento de detuvo, indecisa. Luego comenzó a bajar.

La abertura tendría tres metros de profundidad. Cuando llegó al fondo vio que un pasadizo cavado en el suelo daba un rodeo a su derecha. Dentro la oscuridad era densa. Sin embargo, como la luz del día entraba por la trampilla abierta, Elizabeth pensó que encontraría la salida fácilmente. Sin pensarlo dos veces, se internó en las tinieblas.

El aire era escaso y hacía que le picara la nariz. El largo pasillo daba varios rodeos, raíces de árboles aparecían por todas las paredes, descendiendo hacia su cabeza, rasguñándole el rostro. Elizabeth intentaba apartarlas con sus manos. Llegó a un punto del camino en que no veía nada. Comenzó a inquietarse, se preguntaba si debía seguir adelante o volver. En aquellos pensamientos estaba cuando el estrecho túnel desembocó en un lugar redondo, muy pequeño, lleno de trozos de hierros y algunas maderas que parecían antiguos vestigios de su construcción. Desde él partían dos túneles más. Uno hacia la izquierda y otro continuaba hacia la derecha. Se detuvo, desconcertada. En ese instante se dio cuenta de que allí parecía haber algo de luz. ¿De dónde provendría?

— ¿Dónde estaba la casa de Newel? ¿Dónde estaba? —se preguntó de manera frenética. Hasta que pudo ubicarse decidió que el túnel de la derecha era probablemente el que iba en esa dirección. Por él continuó.

El pasadizo era húmedo y le costaba un poco respirar. Habría caminado tan solo unos cuantos metros cuando el olor a podredumbre la detuvo. Miró hacia el suelo y vio un charco con...

— ¿Sangre?

No, no era posible... Se dijo, aterrada. Cayó en la cuenta de que estaba rodeada de tierra rojiza. ¡Qué estúpida! Se dijo a sí misma. El agua que se filtraba le había producido ese efecto. Continuó su camino.

El túnel se fue ampliando y llegó a un lugar rectangular, donde había varias puertas de metal. Una casi al lado de otra, y así continuaba a lo largo de aquel rectángulo. ¿Cuántas serían? No estaba segura, su vista no llegaba hasta el fondo.

Con una furia repentina comenzó a golpear las puertas, si David estaba vivo ese era el único lugar donde podría estar. Aterrada y molesta, imaginando los peores tormentos que esa gente le infringía a los extraños, gritó:

— ¡¿Hola?! ¡¡Hola!! ¡¿Hay alguien aquí?!

Y alguien la escuchó...

— ¿Eli? —una voz ronca sonó casi al final del lugar.

— ¿David? —murmuró sin poder creerlo, luego gritó—: ¡David! ¡David! ¿Dónde estás?

— ¡Aquí! ¡Aquí!

Al fin llegó hasta la puerta y comenzó a golpearla.

— ¡Oh, David! —gritó con un alivio inmenso. Su amado compañero estaba vivo.

— ¡Por Dios, Eli! No puedo creerlo. Pensé... pensé que nunca más volvería a verte.

— ¡Me dijeron que habías muerto! —sollozó la joven, mientras golpeaba la puerta, pero esta no cedía en lo más mínimo—. Pero no les creí...

— No... pero lo intentaron. Newel me dormía... ponía algo en mi comida y dejé de comer.

— ¡Maldito imbécil! ¡Lo odio! —estalló la mujer.

Elizabeth seguía golpeando la puerta.

— Te harás daño, no se abre, lo he intentado muchas veces. Debes buscar una llave —le indicó David.

— ¿Una llave? ¿Dónde?

— No lo sé, me drogaron cuando me trajeron... No recuerdo nada. ¿Estoy en un sótano?... Te escuché ayer... pero no me oías. ¿Dónde estabas?

— Estamos en un túnel, bajo el suelo... Ayer estaba en el sótano de Newel.

— Ahora comprendo —murmuró David.

Elizabeth no tenía deseos de charlar, volvió sobre sus pasos, no obstante no pudo hallar objeto alguno y menos una llave.

— ¡No hay nada aquí! ¡Nada! —exclamó derrotada, mientras las lágrimas caían por su rostro.

— No llores, no te preocupes... Vuelve y trata de hallar algo con que abrir la puerta... Quizá un hacha.

Su compañera pensó en el hacha que había estado en sus manos el día anterior, pero no tenía deseos de abandonar a David.

— No puedo dejarte aquí... ¡No puedo!

— ¡Cálmate! Sí puedes...

Sollozó un rato más hasta que pudo serenarse.

— Bien... bien... No tardo —decidió, no ganaba nada quedándose allí abajo. Alguien tarde o temprano notaría su ausencia. Debía apurarse y sacar a David de allí.

— Eli...

— ¿Sí?

— Ten cuidado. No sabes lo que descubrí, ¡es horrible! Por eso me trajeron aquí. Se su secreto. Ellos comen vidas.

— ¿Qué? —preguntó horrorizada. ¿Qué había querido decir con eso?

David suspiró del otro lado.

— Escuché a Lucrecia y a Newel... Habían dejado la puerta del sótano abierta y me deslicé por la escalera. Sus asquerosas medicinas ya no me dormían... ¡Son parte de algún tipo de culto diabólico! Escuché que preparan una poción para postergar la vida con personas... ¡Le llaman elixir! Le quitan la vida a una persona y de algún modo ésta les pertenece ¡cuando se la comen! ¡Vivas! Cazan a la gente como animales en el bosque, ¿entiendes? ¡Están todos locos! ¡No confíes en ellos! Si no escapamos pronto, moriremos.

En ese momento el rompecabezas quedó terminado, o casi terminado. Ahora comprendía mejor muchas cosas. Ahora comprendía que su vida estaba destinada a Berta.

— ¡Oh, Dios santo! —murmuró horrorizada.

Un ruido lejano la hizo volver en sí.

— No volveré sin ti, David. Pero creo que vi unos fierros, donde se bifurcaban los caminos.

Dio media vuelta y corrió por el túnel. Allí, como recordaba, había varios fierros herrumbrados. Estaban colocados contra un rincón de la pared, al parecer habían sido extraídos de antiguas vigas. Debido al terror que sentía y a la desesperación de volver con David no se percató de que la luz del pasillo principal había desaparecido por completo.

Elizabeth corrió por donde había llegado, llenándose de barro las piernas, y logró introducir el fierro en la abertura del marco de la puerta. Luego comenzó a hacer palanca, con todas sus fuerzas.

— ¿Elizabeth? —La voz provenía de un extremo del pasillo.

La joven soltó de pronto el fierro y giró sobre sí misma. Una figura negra se movió, acercándose a ella. Era Tim.

— ¿Qué haces aquí?

— Me... me dijeron que... que David estaba muerto —tartamudeó molesta y aterrada. La mirada de Tim se parecía tanto a la de Newel...

— Te di una oportunidad, ¿y así me la pagas? —dijo furioso el joven, entre dientes—. ¿Qué pensabas hacer? ¡¿Huir con tu amante?!

Elizabeth trató de serenarse y decidió que lo mejor no era confrontarlo.

— No pertenezco a este lugar, Tim, tienes que entenderlo.

— ¿Pensabas irte con él? —repitió casi sollozando. Sin embargo, la ira desfiguraba su rostro. Ella le pertenecía. Era suya. Le había costado mucho obtenerla.

— Sí, nos iremos y no le contaremos a nadie su secreto. ¡Lo juro! —La última frase fue una petición. No se daba cuenta de que el secreto era lo que menos le importaba al joven. Ella era más preciada.

— ¡Eli! ¿Con quién hablas? ¿Quién está allí? —preguntó David, asustado.

Tim lo ignoró.

— No puedes irte. Nadie puede irse de aquí. Sólo una persona se fue y lo pasó muy mal. El bosque lo encegueció, envejeció y enloqueció. Probablemente falleció soportando las peores torturas. Una vez lo vi y no lo olvido, era un pútrido y enclenque anciano —manifestó con malicia.

— ¿Un anciano?... ¿Ciego?

Sus sueños se hicieron patentes en su memoria. El anciano se los había advertido, ahora comprendía.

— Sí, su vida fue una tortura.

Elizabeth observó su rostro y estalló en ira.

— ¡Peor tortura sería quedarme!... Me iré, Tim, lo siento mucho. Y si no me ayudas lo haré sola —indicó, decidida. Se dio la vuelta y tomó el fierro en sus manos, luego volvió a tirar.

Tim se acercó a ella y la empujó.

— ¡No! ¿No entiendes? ¡No te irás! ¡No tienes opción! ¡Nunca te dejaré! —le gritó molesto—. Deberías haberme creído. ¡Él realmente está muerto! Él está destinado a Nolberta... el otro está enfermo y...

— ¿Tim? —Una voz grave al final del corredor los sobresaltó. Ambos fijaron su vista en la semioscuridad.

— ¿Newel?

Elizabeth comenzó a temblar de miedo. La figura siniestra del hombre los miraba desde un rincón.

— ¿Qué significa esta reunión? —No era Newel quien hablaba sino Erminio. Su sombra oscura se deslizó por detrás de la de Newel.

Tim tomó a Elizabeth de la muñeca. La ira por encontrarla allí abajo desapareció en un instante e intentó salvar a su anhelada compañera a pesar de todo lo que había hecho esta.

— La encontré aquí, tratando de... Pero he logrado convencerla de que sus intentos son en vano y ha aceptado quedarse —explicó con precipitación. El temblor en su voz hizo que la joven se diera cuenta de que les temía.

Elizabeth no aguantó más, odiaba que Tim la tratara como a un objeto que no tenía palabras ni decisiones propias. Enfureció y cometió un terrible error, soltó su agarre de un tirón y le gritó:

— ¡Jamás me quedaré aquí junto a un montón de monstruos asesinos! —Tomó la barra de hierro que había en el piso y golpeó a Tim, que cayó hacia atrás.

— ¡Eli! ¡Eli! ¿Qué está pasando? —gritó frenéticamente David desde su cárcel. Cuando se alejaron de la puerta no pudo seguir oyéndolos bien, sólo escuchaba sus murmullos.

La joven se abalanzó contra los otros dos hombres y los tomó desprevenidos. Logró herir a Erminio, que cayó al suelo, sin embargo Newel era mucho más fuerte. De un manotazo le quitó aquella arma improvisada y la lanzó lejos, luego golpeó su cabeza. Elizabeth cayó de boca al piso. La sangre se esparció por todo el pasillo de tierra. 

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