2-Primer día:

Avanzaron por el paso de montaña, ascendiendo unos once kilómetros. El paisaje cada vez era más imponente y hermoso, deleitando a los chicos que miraban asombrados. Las montañas intimidaban a sus visitantes, provocaban un pensamiento de pequeñez en quien las transitaban... El ser humano era insignificantemente diminuto en aquel mundo plagado de bellezas.

De pronto llegaron como a una gran plataforma, donde parecía haber un estacionamiento. A pesar de ser muy temprano, varios autos se hallaban detenidos allí y algunos turistas se paseaban por sus inmediaciones, con sus cámaras fotográficas.

Santiago estacionó el auto, deteniéndose de golpe, y sus integrantes bajaron de él, logrando por fin estirar sus piernas.

— ¡Qué hermoso! —exclamó Carolina, que se había acercado al borde de la plataforma y contemplaba el valle dormido a sus pies. El paisaje era imponente.

Ezequiel, tímidamente, se acercó a ella y estuvo de acuerdo.

— Podría instalar mi caballete aquí mismo y ponerme a pintar —comentó, soñadora.

— ¿Pintas? —preguntó Ezequiel, sorprendido.

— Sí, ¡me encanta! Pero sólo he tomado algunas pocas clases el verano pasado —dijo sonriendo, sin poder quitar la vista del valle—. Cuando termine el colegio me gustaría estudiar Arte... Aunque seguro que mamá no estará de acuerdo...

— Quizá, pero es tu futuro. Ella no vivirá tu vida —opinó Ezequiel, frunciendo el ceño.

La chica lanzó un suspiro.

— No comprendes cómo es.

— La conozco, sé que ella es... difícil... —dijo, tratando de no insultar a la exigente señora Robles.

— Vamos, estudiarás para contador con mi hermano, ¿no? Es imposible que tus padres hallen algo de malo en eso... Pero querer seguir una carrera de artes es otro asunto —manifestó la chica y añadió—: De todos modos, aún me falta otro año más para terminar el colegio.

Miró la tristeza en sus ojos y algo se removió en su interior. No le agradaba verla sufrir. Iba a decirle que si necesitaba el apoyo de alguien contara con él pero justo se acercó a ellos Delfina y Pedro, que venían discutiendo quién llevaría qué cosa.

— ¡Oigan, vamos! ¡Todavía nos queda una hora de caminata! —gritó Santiago desde el vehículo. Llevaba una gran mochila en su espalda y saltaba de un pie a otro, estaba muy impaciente por partir.

Los chicos se acercaron a él y tomaron todos los bolsos y mochilas, que habían esparcidas en el piso. Caminaron por una huella que formaba un camino, donde podían transitar a pie pero no con un auto. La mitad del trayecto ascendieron detrás de un grupo numeroso de turistas, que se paraban a cada rato a tomar fotografías del paisaje; y los continuos estallidos de júbilo que gritaba una mujer extranjera los tenían fuera de sí. Elio propuso apurar el paso y, con ese método, pronto lograron quedarse solos.

Con la altura se podía observar mejor otro panorama del cordón montañoso nevado, los bosques cercanos que lo vestían con elegancia y el lago espejado. Al cabo de casi una hora llegaron al lugar prometido de los turistas: El Bosque Tallado.

Aunque a regañadientes, ya que no querían saber nada con aquella atracción y pretendían esperar a los demás afuera, los dos chicos mayores pagaron la entrada, ingresando al sitio. Parecían aburridos e impacientes por irse de allí, algo que ninguno de los demás podía explicarse. El lugar cumplía todas sus expectativas de disfrute. ¡Era bellísimo!

Los excursionistas, siguiendo a un guía, pudieron contemplar las magníficas obras de arte, resultado de tan hermosa tarea. Carolina se sentía en éxtasis y a sus compañeros casi les pasaba lo mismo.  

BOSQUE TALLADO: 

Cuando acabó la visita, Elio y Santiago estaban de muy mal humor, no dejaban de decir que estaban retrasados, que no hacían otra cosa que malgastar el tiempo y el dinero. Encima, Santiago no dejaba de burlarse del guardia, que tenía una voz muy aguda y chillona, y hacer comentarios sarcásticos de todo lo que veía.

— ¿Has visto eso, Elio? Parece una verga gigante —comentó en un momento, largando una carcajada. Su amigo lo secundó.

Una turista anciana, que llevaba una gorra blanca tapando sus delicados cabellos, los miró sorprendida y asqueada.

— No soporto más a tu hermano —le susurró Ezequiel a Pedro, que estaba al borde de perder la paciencia.

— Yo tampoco, ¡tengo ganas de matarlo! ¡Hemos venido a pasarla bien y se la pasa quejándose de que perdemos el tiempo y molestando! No lo entiendo... Una palabra más y lo ahorco con mis propias manos.

— ¿Conspirando contra uno de los guías expertos? —preguntó Caro a sus espaldas.

Pedro se dio media vuelta.

— Dices algo...

— ¡No seas tonto! Yo los apoyo. Los matamos entre los tres, ¿les parece? ¿Dónde escondemos el cuerpo? —dijo medio en broma, mirando hacia todos lados.

Habían llegado al final de recorrido y se dieron cuenta de que se habían quedado solos.

— ¡Eh! ¡Ustedes tres! ¡¿Quieren apurarse?! —gritó Elio, apareciendo por una esquina. Delfina se le había colgado del brazo y no dejaba de comentar todo lo que había visto. Estaba comenzando a dolerle la cabeza—. ¿Quieres parar?

Su hermana lo miró, ofendida, y volvió con su novio. Elio largó un suspiro. Quería mucho a Delfi y se reprochó haberla tratado de esa manera. Todo era culpa de su mal humor, aquel día perdido iba a salirle muy costoso. Necesitaba volver a casa, no tanto por su trabajo, sino porque se lo había prometido a Alejandra. A ella no le gustaba su amigo y se preocupaba mucho cuando salía con él. ¡Santi era su mejor amigo, qué demonios, y ella debería tragarse más sus palabras! Había estado en sus peores momentos. ¡Maldita mujer!

Caminaban por la huella de un bosque de árboles altísimos (coníferas en general). El que más abundaba era el Ciprés, que podía alcanzar hasta veinte metros de altura. No había turistas transitando por allí, a pesar de ser el camino habitual para llegar al camping, donde se podían instalar con las carpas y tenía todas las comodidades que un buen camping ofrece. El camino se hacía cada vez más angosto y los árboles crecían más juntos.

Llegaron a una zona en donde tupidos arbustos rozaban su rostro, ocultando a la vez la vista del sendero. En el piso parecía haber alfombras de florcitas amarillas muy curiosas. Aunque la temperatura comenzaba a aumentar, no se sentía debajo de las sombras de los árboles.

— ¿Vamos... por la dirección adecuada?... ¡Estoy... tan cansada! —dijo Delfina de manera entrecortada, que venía detrás de los dos autoproclamados guías.

De pronto, se detuvo, con una mano en un costado y la respiración agitada. No tenía costumbre de hacer ejercicio. Lo detestaba.

— ¿Estás bien? —Pedro se paró a su lado.

— Vamos, ya falta poco para llegar —intervino Santiago, sin ninguna compasión, volviendo sobre sus pasos. Casi la empujó para que continuara.

Pedro estuvo a punto de golpearlo, no obstante Ezequiel lo detuvo.

— No vale la pena —murmuró.

Casi media hora más tarde, se toparon con una bifurcación del camino. A la izquierda se ensanchaba y doblaba luego hacia la derecha en una curva cerrada, a uno pocos metros. El de la derecha era, en comparación, bastante angosto y se internaba más aún en el bosque; parecía menos transitado. Hacia éste se dirigieron los dos guías.

Delfina, que los seguía a continuación, se detuvo de golpe, titubeando.

— ¡Esperen! ¿No es para el otro lado?

— No, es por aquí —respondió Santiago, sin darse la vuelta, ni detenerse.

— ¡Pero... pero... van por la dirección equivocada! —gritó Delfina para hacerse oír. Se descolgó el bolso de mano que llevaba y lo dejó en el piso, agachándose empezó a buscar algo dentro de él—. Bajé de internet un mapa de los caminos montañosos que hay aquí y estoy segura de que, después de la primera bifurcación del sendero, había que tomar hacia la izquierda.

Pedro, Ezequiel y Carolina se detuvieron junto a ella. Delfina sacó un mapa, lo abrió y largó una exclamación de triunfo.

— Es verdad, es para la izquierda —comentó Pedro, mirando por sobre el hombro de su novia.

Los dos chicos mayores se detuvieron de mala gana y tuvieron que volver sobre sus pasos. Santiago se veía furioso. Llegó hasta donde estaba Delfina y le quitó el mapa de las manos. Sin verlo siquiera, lo plegó y lo guardó en uno de los bolsillos traseros de su pantalón de tela color caqui. Los demás lo miraron, totalmente sorprendidos.

— Esos mapas son incorrectos. Internet no los actualiza con frecuencia.

— Pero es que... —protestó la chica, perpleja.

— ¡No sean tan idiota! Delfi tiene razón —estalló Pedro.

— Ya hemos estado aquí antes, ¿recuerdan? —intervino Elio, dándose cuenta de que los demás estaban decididos a seguir por el camino indicado en el mapa.

— ¡Ya lo sé! Pero ese mapa es de este año —dijo molesta su hermana.

— Es erróneo... ¿No confías en mí? —replicó Elio.

— Claro que sí... No es eso...

— Me sé el camino de memoria, Delfi, ¿quieres moverte o nos pasaremos el día discutiendo tonterías en el medio del bosque? —preguntó Elio con molestia, se dio media vuelta y encaró por el camino de la derecha.

Santiago lo siguió con una sonrisa que no intentó disimular y, poco después, lo hicieron también los demás, un poco a regañadientes. Ninguno creía en la posibilidad de que se conocieran todos los caminos de memoria, pero estaba el hecho de que quizá tuvieran razón... ¡Ya habían estado allí antes! Los mapas a veces pueden ser erróneos.

— Vamos, ¿qué más podemos hacer? —le dijo Pedro a su novia, encogiéndose de hombros.

Delfina, que se había quedado algo rezagada, no se iba a rendir tan fácil.

— ¡Espera, Elio! —gritó, corriendo hasta alcanzar a su hermano y comenzando una discusión con él. Sin embargo, siguieron por el mismo camino.

Una hora después, el sendero casi había desaparecido bajo sus pies y fue entonces cuando todos comenzaron a sospechar de la memoria de los dos chicos mayores. No obstante, como detrás de un gran tronco caído hallaron huellas de un campamento abandonado, la duda se instaló en ellos.

Ezequiel pateó trozos quemados de ramas, antiguos vestigios de una gran fogata.

— ¿Aquí es? —preguntó con incredulidad, mirando hacia todos lados.

— No, obvio, todavía queda un poco más de caminata —le largó Santiago, mientras se descolgaba la mochila.

— ¿Cuánto tiempo? —intervino Carolina, frunciendo el ceño.

— No sé, una hora más o menos...

— ¡Una hora! —exclamó Delfina, que lo había oído. ¡Estaba harta de caminar! Mirando su reloj de pulsera y pateando el piso, añadió—: Ya deberíamos haber llegado.

— Y habríamos llegado de no ser por andar perdiendo el tiempo con tu estúpido mapa —replicó Santiago.

A Elio pareció molestarle el tono de voz que usó para hablarle a su hermana pero, como estaba de acuerdo con él, no dijo nada.

— Comeremos aquí. No es un mal lugar —declaró Elio, cortando la discusión en seco.

¿En el suelo? Pensó Delfina, decepcionada. Esperaba todas las comodidades de un camping. Estuvo a punto de pelear con su hermano mayor pero Carolina intervino y logró que se reconciliara con el hecho. Los demás estaban muy cansados como para discutir, por lo que se descolgaron las mochilas y empezaron a sacar las cosas para comer. De pronto, aparecieron una gran cantidad de envoltorios con sánguches y diversos fiambres.

A alguien se le ocurrió tomar mate y, como había que calentar agua, Ezequiel y Pedro se alejaron un poco del grupo para buscar ramas con las cuales hacer una pequeña fogata.

— No me gusta cómo están llevando esto. Me parece que se equivocaron de camino y no lo quieren reconocer —opinó Ezequiel, en susurros, mientras echaba una furtiva mirada hacia donde estaban Santiago y Elio.

— Estoy de acuerdo —concordó, quitándose un insecto que se le había adherido a la frente sudorosa—. ¿Crees que debamos volver?

— Sí, pero ellos no querrán. Al menos no reconocerán el error hasta que anochezca. ¡Son tan estúpidos!

Pedro largó un suspiro, se inclinó y recogió del suelo un par de ramas. Sabía que su amigo tenía razón. ¡Conocía muy bien a su hermano mayor! Era muy capaz de tenerlos dando vueltas, no hasta la noche, sino por días enteros antes de decidirse a admitir que se había equivocado. Luego de un rato, dijo:

— Podríamos volver hacia la bifurcación... No está tan lejos... Y llegaremos al campamento antes de que anochezca.

Ezequiel lo miró sorprendido.

— ¿Qué quieres decir? ¿Irnos por nuestra cuenta?

— Sí, separarnos de ellos.

Su amigo lo pensó... Miró hacia donde estaban los demás. Santiago y Elio hablaban un poco apartados. Delfina estaba sentada sobre el tronco caído con los brazos cruzados, enojada. Entonces su vista se posó en Carolina, que echaba agua de una botella a la tetera para calentarla.

— Luego de la famosa bifurcación, ¿sabes bien el camino que hay que tomar?

Pedro titubeó.

— No —concluyó. Ezequiel comenzó a pasearse de un lado a otro, nervioso. Pedro lo notó y añadió—: Pero podemos usar el mapa de Delfi.

Su amigo no respondió. Nunca había acampado en su vida y temía terminar perdido en el bosque. Sin embargo, le gustaba la idea.

— Está bien. Con la condición de que las chicas vengan con nosotros, no podemos dejarlas con esos dos estúpidos —acordó. Pedro estuvo de acuerdo.

De pronto, Ezequiel se llevó las manos a la cabeza, largando un insulto.

— ¿Qué? ¿Qué pasa? —preguntó Pedro, que tenía la mano alargada para recoger otra rama del suelo.

— El mapa no lo tiene Delfi. ¡Se lo quitó Santiago!

— ¡Oh!

Era una complicación bastante desagradable. Hubo un breve silencio.

— Podría pedírselo —propuso Pedro.

— ¿Te lo dará?

— Al menos voy a intentarlo.

— Te lo advierto, en cuanto se enteren de que planeamos volver por nuestra cuenta se enojarán. No quiero problemas.

— ¿Qué otra opción nos queda? ¡No pienso pasarme el día dando vueltas en el bosque, porque esos idiotas se niegan a aceptar que se equivocaron de camino! —expuso Pedro, irritado.

Al volver al improvisado campamento, encontraron a lo demás juntos y callados. Cuando terminaron de hervir el agua, tomaron unos mates con los sánguches preparados que habían adquirido en el pueblo de El Bolsón.

Santiago se veía de tan mal humor que, al principio, Pedro no se atrevió a pedirle nada. Estaban colocando los desperdicios en un agujero, que habían hecho en el suelo, para retomar la caminata, cuando al fin se animó a hacer la petición.

— Oye, Santi, ¿me prestas el mapa?

— ¿Para qué?

— Para ver cuánto tiempo queda, estoy cansado de caminar. —Había decidido no exponer que pretendían volver. Intuía que una gran discusión seguiría a aquella propuesta.

— El mapa es erróneo. ¿Cómo vas a saber cuánto queda si está mal indicado el camino? ¡Vaya que eres cabeza dura! —se burló su hermano.

— Quizá... quizá no lo sea.

— ¿Crees en las tontas palabras de tu noviecita? —preguntó, largando una sonora carcajada—. Sé muy bien que vamos por la dirección correcta pero, si quieres, puedes volver al auto como un cobarde y acampar allí solo hasta que regresemos.

Sin esperar respuesta, tomó una gran mochila, la colocó sobre sus hombros, y fue hacia donde se encontraba Elio, esperándolo. Ambos se perdieron entre los árboles.

Los dos amigos se miraron sin saber qué hacer. Ezequiel los había estado observando y había escuchado todo. Deseaban volver, aunque tuviera que acampar en el estacionamiento, como decía Santiago, sin embargo ninguno se iba a ir sin las dos chicas. Éstas estaban ya en camino, siguiendo a los demás, escucharon como Delfina hablaba con Elio.

Media hora después, mientras murmuraban planes, se les acercó Carolina.

— Delfi dice que vamos en otra dirección. El camping queda montaña abajo, sin embargo, no dejamos de ascender... No sé qué pretenden esos dos. No quieren escucharnos.

No fue una gran sorpresa para ellos.

— Estamos de acuerdo, pensamos lo mismo. ¡Esos idiotas nunca admitirán una equivocación! —dijo Pedro, con voz cansada.

— No quiero pasar una noche en el medio del bosque, totalmente solos. ¡Es muy peligroso! Y esos dos... ¿Acaso no ven las noticias? Han encontrado personas muertas antes, en el medio de la nada, y nadie se explica qué les pasó —se quejó Caro.

Ezequiel la miró y se empezó a alarmar. ¡Tenía toda la razón! ¿Y si los asaltaban de noche? La seguridad que proveía el camping no existía por aquellos parajes. Sus ojos se encontraron y el chico apartó rápidamente la mirada, sus mejillas enrojecieron aún más de lo que ya estaban.

— Mira, queríamos volver hasta la primera bifurcación y de ahí seguir los pasos del mapa hasta el camping, porque ellos jamás querrán volver. Todavía estamos a tiempo —susurró Ezequiel, chequeando la hora.

— ¡Oh! Es una buena idea...

— Pregúntale a Delfi si viene con nosotros —la interrumpió Pedro—. Pero que no te oigan.

Pronto se unieron los cuatro, era fundamental que recuperaran el mapa y Santiago no se los daría. ¡Todo un problema! Como aquel caminaba detrás de Elio y delante de ellos, podían verlo asomar a cada paso por el bolsillo trasero de su pantalón. ¿Y si esperaban que se le cayera? No, era demasiado improbable.

Carolina, al límite de su paciencia, tomó las riendas del asunto. Aquella se pegó a Santiago e intentó sacárselo, sin que se diera cuenta. Mirando de reojo a los demás, que le hacían señas, animándola a continuar.

El chico debió sentir que algo pasaba, porque se dio media vuelta de pronto y la miró con picardía, guiñándole un ojo, haciendo que Carolina se ruborizara intensamente.

— ¿Qué haces, cariño? ¿Por qué me tocas el trasero? —susurró, sonriendo.

La pobre chica empezó a balbucear incoherencias, incapaz de inventar una excusa que no la comprometiera. Santiago miró por sobre su hombro a Elio, que se había alejado un poco más.

— ¿Quieres que nos alejemos un rato de los demás?

Carolina, totalmente sorprendida, no pudo evitar que su rostro adquiriera una expresión de intenso asco, que desconcertó al chico. La sonrisa que mostraba la cara de Santiago, tembló un poco, insegura.

— ¿Qué demonios hacen? ¿Quieren apurarse? —dijo Elio, que había aparecido detrás de unos arbustos.

Santiago se sobresaltó y lo miró alarmado, dando un saltito hacia atrás, no sabía si lo había escuchado o no. Elio era muy protector con sus hermanas.

— Sí, vamos... vamos —balbuceó, posando su mirada en el ceño fruncido de su amigo. Luego se perdió detrás del arbusto, por donde había llegado Elio.

Aquel último, miró a su hermana menor con el ceño fruncido aún, no obstante, no le dijo nada. Pronto se unieron a los demás. Carolina se acercó a su hermana, que estaba junto con Pedro y Ezequiel, y negó con la cabeza.

A pesar de todo, los cuatro amigos no se rindieron, siguieron intentando obtener el mapa durante un largo trecho, turnándose para que Santiago no sospechara. Sin embargo, tanto lo acosaron que acabó por darse cuenta de que algo pasaba. De pronto, se dio vuelta y se detuvo de golpe. Pedro, que venía detrás tratando de sacar el mapa, chocó contra él.

— ¡¿Qué mierda pretenden?!

Miró a los cuatro chicos y, como cayendo en la cuenta, se metió la mano al bolsillo trasero y sacó el mapa. Riendo se los mostró.

— Ah, quieren esto.

Hubo un breve silencio hasta que Delfina dio un paso adelante.

— Sí, ¿puedes dármelo? Es mío.

— ¿Qué ocurre? —Elio había vuelto sobre sus pasos al darse cuenta de que caminaba solo.

— ¡Querían robarme el mapa!

— ¡No queríamos robarte nada! ¡El mapa es de Delfi! —replicó Carolina, enojada.

— Es verdad, es mío. Lo necesitamos porque... porque queremos volver —la apoyó Delfina con valentía.

— ¡No van a volver solas! —exclamó Elio, frunciendo el ceño.

— Nosotros nos vamos con ellas —intervino Ezequiel.

Hubo un breve silencio.

— Bueno, ¡váyanse! —largó Santiago, dándose la vuelta para seguir caminando, pero sin darles el mapa. De una patada, apartó una rama que posaba en el suelo terroso del bosque.

— ¡Espera!

Elio lo tomó del brazo y le dijo entre dientes:

— No voy a dejar que mis hermanas vayan a ningún lado con esos dos tontos.

Su amigo largó una exclamación de molestia.

— ¡No deberíamos haberlos traído! —susurró, furioso.

— Dennos el mapa y nosotros los dejamos en paz. Ustedes siguen solos —propuso Pedro.

— ¡Ni en pedo, mocoso! —estalló Elio, furioso.

— ¡Vamos, Elio! ¿Qué problema hay con que nos volvamos? —preguntó Carolina, sin entender.

— No van a volver "solas" con... con ellos.

Su hermana menor se empezó a reír. ¡Lo que les faltaba! Tardó un poco en poder controlarse.

— Entonces volvamos todos —propuso la chica.

Santiago perdió el control y comenzó a largar insultos.

— ¡Niños estúpidos! ¡No hemos venido tan lejos para volver por sus caprichos!... ¡El camping está más adelante! —Tomó el mapa y lo hizo pedacitos frente a sus ojos, luego se acercó al borde del sendero y lo lanzó cuesta abajo. Vieron cómo el viento mecía el papel enviándolo lejos de ellos.

— ¡No! ¡No! ¡¿Qué haces, idiota?! —Pedro estuvo a punto de golpear a su hermano mayor pero Elio lo tomó del brazo.

— No se llevarán a mis hermanas a ningún lado, ¿entendiste? —Sus ojos parecían irradiar ira, estaba en un peligroso estado de no retorno. Luego lo soltó—. Vamos, llegaremos pronto.

Los dos chicos mayores siguieron caminando y a los demás no les quedó otra opción que continuar con ellos. Estaban muy enojados, no obstante ninguno quería quedarse solo en el bosque.

Unas cuatro horas más tarde, cuando el sol se preparaba para dormir y sus reflejos le daban paso a las sombras, era obvio que se habían perdido.  

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