16-Recuperándose:
Cuando llegaron al pueblo, compuesto tan sólo por ocho casas y un puñado de residentes, estos los recibieron con sorpresa y con claras muestras de preocupación. Los cuatro se dirigieron directamente a la cabaña de Erminio. Cuatro hombres se encerraron en una pieza con David y todavía no salían de allí, mientras que Elizabeth se encontraba sentada a la mesa de la cocina con dos mujeres que le curaban las heridas. Comparada con su amigo, las suyas no eran tan graves, sin embargo había perdido mucha sangre. La joven se sentía un poco mareada y en extremo cansada; en su rostro podía verse el dolor emanando. En ese momento, la esposa del dueño de casa le estaba vendando el hombro.
— Pronto estarás bien —le aseguró la mujer con una sonrisa. Era mayor, mucho más que su marido. Tenía profundas arrugas alrededor de la boca.
La otra mujer presente asintió con la cabeza, su cabello era rubio y tenía los ojos azules. Esta era muy parecida a Erminio por lo que Elizabeth supuso que sería su hermana mayor.
— Gracias... gracias por todo —dijo la joven, entrecortadamente, con una mueca de dolor.
Ambas intercambiaron una mirada y le sonrieron. No hablaban mucho y sus gestos eran lentos.
— David... —Pronunció sólo su nombre, estaba muy preocupada.
— No te preocupes, él estará bien —replicó la mujer rubia.
Cuando quiso acordar tenía frente a ella una taza de té humeante con olor a hierbas. Sonrió. Tenía sed y hambre.
— Pronto estarás bien —dijo la dueña de casa. La frase repetida a la chica le pareció extraña... Parecía pronunciada por una máquina y no por una persona.
Tomó la taza y la acercó a sus labios. De reojo, vio un gesto extraño en la mujer rubia. Se detuvo.
— Tómalo, te sentirás mejor —la apuró esta última.
Sin pensarlo más ingirió la bebida casi de un solo trago... Era dulce y el agua caliente le produjo picazón en la garganta. Pensó en el cansancio que sentía. ¡Le dolía todo el cuerpo y estaba tan exhausta! Recostó la cabeza sobre su brazo... Las cosas de la cocina que la rodeaban se tornaron borrosas, había una tetera de metal... pero ya no estaba allí, en su lugar había un frasco de dulce... ¡Qué extraño! Quiso levantar su mano para evitar que se le cerraran los párpados, no obstante no pudo. ¡Estaba tan cansada!... Luego se hundió en la oscuridad.
Comenzó a escuchar risas y no pudo saber por qué... Estaba en una cocina a oscuras y alguien reía... ¿o no? Elizabeth era consciente de su confusión e intentó con todas sus fuerzas aclarar sus ideas. Sí, alguien reía pero no estaba en una cocina sino en el bosque. De pronto oyó gritos y sintió cómo el bello de sus brazos se erizaba por el miedo. Debía esconderse y comenzó a correr entre la vegetación, sentía que estaba siendo cazada. Poco tardó en ver las casas. ¡El pueblo! ¿Cómo salí de allí? No comprendía nada, hasta que algo en el suelo se levantó y cayó. El golpe lo sintió en todo el cuerpo. Como alguien respiraba cerca se dio la vuelta, entonces vio al anciano. Su piel se estaba despegando de la carne y podía verse parte de los huesos en varios lugares... Se está descomponiendo, pensó asqueada... El viejo le decía algo, sin embargo la risa cada vez era más fuerte y no podía oírlo... Había un olor nauseabundo que le provocó náuseas.
— ¡Arriba!
Se incorporó de golpe, desconcertada. Estaba en una pequeña habitación, recostada en una cama de hierro verde. Le costó un poco recordar dónde estaba. Miró hacia todos lados, tratando de ubicar el origen del sonido. Alguien le había dado aquella orden, sin embargo el cuarto estaba vacío. Al incorporarse mejor, sintió un dolor en el hombro y notó las vendas. El olor a carne podrida había desaparecido, no obstante aún persistían las náuseas... Recordó al viejo. ¿Qué habría querido decirle?
Un súbito dolor en el estómago hizo que se incorporara para ir al baño. Fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba vestida sólo con su ropa interior. ¡No podía creerlo! ¿Dónde estaba su vestimenta? Miró hacia su alrededor y no halló nada. Como persistía el dolor, tomó la sábana que la cubría y la enrolló sobre su cuerpo. Intentó caminar por el suelo de madera, que crujía a cada paso que daba, sin embargo estaba tan mareada que casi cae al piso. En ese momento se abrió la puerta. Una mujer adulta apareció en el umbral.
— ¡Ah! Ya despertó —murmuró como para sí misma.
— Necesito ir al baño —informó Elizabeth, mientras intentaba enfocar su mirada.
La mujer asintió con la cabeza y se acercó a ella. Junto con su ayuda logró salir de la habitación, recorrer un estrecho pasillo y entrar al sanitario. En ese momento se dio cuenta de que era la esposa de Erminio, ¿cómo se llamaba? Su memoria fallaba. Además era mucho más joven de lo que le había parecido en un principio. Casi no tenía arrugas, ¿en qué había estado pensando la noche que llegó allí? Su cabeza definitivamente no estaba funcionando bien.
Cuando volvió a su habitación tenía una túnica blanca sobre la cama y la mujer la esperaba con un té caliente. Se cambió, tomó el té y casi de inmediato tuvo sueño. ¿A qué se debía ese cansancio tan extremo? Se preguntó. La respuesta vino de inmediato: ¡Estás herida y llevas días caminando por el bosque!... Se quedó dormida.
Escuchaba voces lejanas:
— ¿Qué haremos con ellos? —decía una mujer.
Susurros... ¿una persona? ¿Dos?
— No podremos mantenerlos aquí mucho tiempo, se dará cuenta. Si es que no lo sabe ya.
— ¡No sirven de nada heridos! —replicó un Hombre... Reconoció la voz, era Erminio.
Se movió en la cama, Elizabeth seguía mareada y confundida. A su alrededor se extendía la oscuridad.
— Pero...
— No digas nada, escucho ruidos.
La mujer movió su pesado brazo y logró sacarlo de la cama. La mesita tenía una pequeña lámpara de metal, sólo tenía que alcanzarla. No obstante, ¡le costaba tanto moverse!... Más voces... Susurros. Al fin la alcanzó, sin embargo en vez de encenderla ésta cayó al piso. ¡Demonios!, dijo. Escuchó cómo la puerta se abría y alguien la tomó del mentón.
— Se... ¿señora? —tartamudeó, mientras se hundía de nuevo en un sueño profundo.
Al día siguiente, cuando despertó, no recordaba nada en absoluto de lo ocurrido en las tinieblas de la noche. Elizabeth se sentía mucho mejor, ya no le dolía el brazo y comenzó a pensar en David. El corazón le dio un vuelco al pensar que hacía tiempo que tendría que haber preguntado por él. La dueña de casa, de nombre Nolberta, ahora lo recordaba, le había preparado un desayuno y se había sentado con ella a la mesa. Tuvo la misma sensación extraña que la primera vez que estuvo en su presencia. A pesar de ser una mujer adulta, de edad media, sus gestos y su andar eran el de una anciana.
— Cuando llegué, estaba con un hombre herido, David... Quería saber si... —Era mejor sacarse la duda antes que nada, necesitaba saber qué había sido de su amigo y si él estaba...
— ¡Oh! —exclamó la mujer. Con lentitud agregó—: Está bien.
Elizabeth tuvo el alivio más grande de su vida al escucharla. ¡David había sobrevivido! Pero... ¿dónde estaba?
— ¿Cómo está?
— Está bien —respondió Nolberta y se quedó callada.
La joven la miró sorprendida, su silencio le parecía raro. Siguió haciéndole preguntas no obstante sólo respondía con un: "está bien". Entonces recordó que había escuchado a los hombres que los trajeron hablar en un idioma extraño, quizá Nolberta no estuviera acostumbrada a hablar el castellano y no la comprendiera muy bien.
Estaba acabando el desayuno cuando apareció Erminio por la puerta de entrada de la cabaña. Le sonrió a la joven.
— Veo que ya se recuperó, señorita.
— Sí, muchas gracias por todo —se apresuró a decir. Otra vez se sintió confundida. Erminio también parecía más joven de la edad que al principio le asignara. Evidentemente había estado muy mal ese día.
— Newén irá solo hoy a buscar los víveres —le comunicó a su esposa. Esta pareció confundida.
— Disculpe, ¿cómo está David? Mi amigo.
— ¡Oh! ¿No le contaste, Berta? Él está bien.
La mujer repitió: "él está bien", mientras asentía con la cabeza. Elizabeth se preguntó si no estaría enferma, la extrema palidez de su piel y el color levemente morado que lucía no le parecieron muy saludables.
— Ya no tiene fiebre y ha comenzado a comer un poco —agregó el hombre, mientras sonreía. Le faltaban dos dientes—. Está descansando en la cabaña de Newén, su mujer lo cuida.
Con el alivio retratado en el rostro, la joven volvió a darles las gracias por todos los cuidados que habían recibido. Luego preguntó si podía verlo, el hombre le dijo que averiguaría si ya había despertado y volvió a salir de la casa. Mientras esperaba que volviera, Elizabeth salió de la cabaña y se quedó en la pequeña terraza que la rodeaba.
El sitio en que se encontraba era realmente hermoso. A ella le hubiera gustado mucho vivir en un lugar así, donde la naturaleza adornaba todos los aspectos de la vida. El aire puro le recordó el bosque y, por asociación, los terrores que había pasado. Hacía tan solo unos días atrás, odiaba ese bosque, sin embargo al verlo desde la cabaña de aquella gente le pareció inofensivo y lejano. El puñado de casas estaba situado en un hermoso claro que descendía en una suave pendiente. Todas eran iguales y de madera, distantes entre sí por unos metros. Arbustos y abetos les daban privacidad. Un sendero (probablemente una calle) de tierra las unía zigzagueando. No se veía gente fuera de ellas, sin embargo pudo notar que en dos cabañas salía humo de una chimenea. El silencio en el lugar era tranquilizador aunque sobrenatural. Miró los árboles y notó que no había pájaros por allí...
— Está durmiendo.
La voz hizo que se sobresaltara. Al darse vuelta notó que era Erminio... ¿Hacía cuánto estaría allí observándola? Ni siquiera lo había oído llegar y eso que la madera de toda aquella vieja cabaña crujía a cada paso. La presencia del hombre comenzaba a inquietarla.
— Pero supongo que podrás verlo en cualquier momento. Dejé encargado de que me avisaran cuando despertara —añadió.
— Bueno, muchas gracias.
El hombre se acercó a la barandilla, en donde se había apoyado la joven.
— Para una jovencita debe ser un lugar muy aburrido.
— ¡Oh, no! Es hermoso.
— Y solitario... No estamos acostumbrados a tener huéspedes.
La joven no respondió pero largó un suspiro.
— Me preguntaba qué harían dos jóvenes adultos deambulando por aquí... Buscando aventuras, ¿quizás? —tanteó el hombre y agregó, con una media sonrisa—: Los excursionistas nunca llegan tan lejos.
— ¡Oh, no! No somos excursionistas. Estamos buscando a unos chicos adolescentes que se perdieron en el bosque, hace unos meses... Mi sobrino es uno de ellos.
— ¿No avisaron a la policía?
— La policía no ha sido de mucha ayuda... No los han encontrado.
— ¡Oh, claro!
— ¿Ustedes no los han visto? —preguntó esperanzada.
— No, como decía recién: no estamos acostumbrados a ver gente por aquí.
— Sí... la policía lo afirmó pero preguntaba por las dudas. Tengo entendido de que anduvieron por aquí.
— No hemos visto a nadie en mucho tiempo —comentó pero se detuvo y luego añadió rápidamente—. Excepto el hombre del correo, claro.
Fue decepcionante oírlo decir aquello... más mentiras de las autoridades. Nunca habían llegado al pueblo Los Abetos, como dijeron. ¡Demonios! Se lamentó la periodista. ¿Qué otras supuestas búsquedas habrían sido puras mentiras? Seguramente los dieron por muertos mucho antes de expresarlo a la prensa y simplemente dejaron de buscarlos.
Pensó en Emanuel... y en el ataque del bosque... Erminio había dicho que no habían visto a nadie en mucho tiempo. ¿Qué habría sido de Emanuel? ¿Estaría perdido todavía en el bosque? ¿Lo tendrían secuestrado sus atacantes? Estuvo a punto de nombrarlo pero justo en ese momento apareció Berta y la conversación se detuvo de golpe, su marido cambió el rumbo y le aseguró a la joven que pronto David se curaría. Comenzó hablando de la naturaleza, de las hierbas medicinales que crecían por todos lados y que los médicos de "las ciudades" desconocían. A Elizabeth le pareció que se había puesto nervioso.
Más tarde decidió darse un baño, aunque todavía le dolía el hombro no podía seguir en ese estado. Cuando salió y se dirigió a su habitación, vio su ropa limpia y planchada en la cama.
Pensaba que nunca podría dejar de agradecer todas las amabilidades de la pareja, cuando apareció Nolberta con una bandeja repleta de comida.
— Pensé que te apetecería comer aquí y descansar un rato.
Era la frase más extensa que le había dicho y le agradeció realmente la intensión. Estaba cansada y recostarse un rato la tentó. Sin embargo, la comida, puré de papas con una carne a la plancha, le revolvió el estómago. La mujer no era muy buena cocinera. El puré estaba duro y frío, y la carne un poco cruda. Despedía un olor raro y la comió sólo para no parecer desagradecida.
Al terminar de almorzar, en vez de llamar a la dueña de casa, pensó que sería mejor que ella fuera a dejar la bandeja a la cocina. Se levantó y la cargó con el brazo sano. En la cocina encontró a la pareja sentada a una mesa vacía e inmersa en el silencio. Al verla se sorprendieron. El hombre se levantó e intentó tomar la bandeja.
— ¡Oh! No se preocupe —dijo Elizabeth y colocó la bandeja al lado del lavabo de platos. No había nada allí, ni una cuchara, nada... Se quedó perpleja. ¿Ellos no habían comido?
Erminio pareció darse cuenta de su confusión, porque dijo:
— Berta acaba de lavar todo.
— Debería... —comenzó diciendo la joven, dispuesta a lavar los platos. Sin embargo, el hombre la tomó de la muñeca.
— No te preocupes, lo hará ella. Deberías ir a descansar. ¿No has tomado el jugo?
— No... no, dejé el vaso en la mesita por si me daba sed más tarde.
— Deberías descansar —intervino Nolberta.
Antes de que pudiera responder algo, Erminio, que no la había soltado, casi la empujó hacia la puerta de su habitación. Cuando entró, la cerró tras ella. Elizabeth se quedó mirando la puerta con la boca abierta. Aquella actitud la alarmó. Para colmo, llegó a ver cómo la mujer se rascaba la parte trasera de su cabeza y pudo ver la falta de un mechón bastante importante de cabello.
— ¡Deja de hacer eso! —escuchó como Erminio le decía a su esposa.
— No puedo.
— Basta.
Luego sólo escuchó susurros. Se sentó en la cama y tomó jugo del vaso que había dejado en la mesita. Se sentía incómoda. Quizá, pensaba, había interrumpido una discusión... El sueño pronto apareció, espantó sus temores y se durmió.
Despertó bastante tarde, el sol ya daba paso a las sombras. Estaba confundida y le dolía la cabeza, no obstante la posibilidad de ver esa misma tarde a David le dio fuerzas. Erminio la estaba esperando, antes de salir de la cabaña se puso un grueso poncho.
— Es mejor que te abrigues. Suele bajar muy rápido la temperatura por aquí.
— Gracias, pero no tengo frío. —Además, aún hacía calor.
— Bueno —replicó, encogiéndose de hombros—. Newén y Lucrecia, su esposa, ya nos están esperando. Me dijeron que su compañero está bien y ha empezado a comer algo.
Quiso aclararle que no era su compañero, al menos no de la forma que él pensaba, no obstante le pareció que no tenía sentido.
El lugar estaba desierto y silencioso, como en la mañana. En dirección al bosque la luz casi se había extinguido. Caminaron varios metros por la calle de tierra, pasaron una cabaña oscura y más pequeña que la de Erminio, y se detuvieron en la siguiente. Era tan amplia como la de este. Varias luces estaban encendidas y de la chimenea salía humo. La joven no comprendió como, a pesar del calor que hacía, ellos tuvieran fuego en la chimenea.
Una mujer rubia les abrió la puerta. Lucrecia era la mujer que había visto el primer día de su llegada y, como comprobó más tarde, esta vez no se había equivocado: era la hermana mayor de Erminio. El matrimonio fue muy amable y los recibieron bien, la esposa hablaba más que Newén. Este no pronunció palabra alguna.
La condujeron por una estrecha escalera que daba a un sótano y de allí a una habitación semioscura. En una antigua cama de hierro estaba acostado David. Al verla le sonrió, sin embargo su amiga notó dolor en su rostro. Al lado de él se encontraba sentado en una silla un hombre desconocido. Tenía el cabello grisáceo hasta la mandíbula y algo descuidado. Al levantarse para saludarla se dio cuenta de que era bastante bajo y encorvado.
— Él es Timoteo... Nos ha ayudado a cuidarlo —manifestó Erminio.
— Puedes llamarme, Tim —dijo, con un temblor en la comisura de los labios.
Luego de saludar al hombre se dirigió hacia David y lo abrazó, con lágrimas en los ojos.
— Deberíamos dejarlos solos —propuso Erminio y todos parecieron estar de acuerdo porque salieron de la habitación, detrás de este.
— ¡Oh, David! Pensé que morirías...
— Soy fuerte —afirmó, sonriendo por la evidente angustia de su colega. Por un momento se sintió importante para ella—. ¿Cómo está tu brazo?
— Mucho mejor... No te preocupes por mí.
Luego le hizo muchas preguntas sobre su salud y cómo se sentía. David todavía presentaba mucho dolor, no obstante este había disminuido con el paso del tiempo. Ese día había tenido apetito por primera vez y la fiebre había desaparecido por completo.
— Aunque me dieron sólo una sopa grasosa...
Elizabeth le dijo que tenía que cuidarse. Su amigo cambió de tema abruptamente.
— Dime qué pasó. Lo último que recuerdo es verte por el camino. Debo haberme desmayado poco después de que te fueras... ¿Estoy en la cabaña del guardabosque? —preguntó ansioso, añadiendo precipitadamente—: Nadie me ha dicho nada... No hablan mucho conmigo. Incluso creo que ese hombre... Newén, no habla castellano. Debe ser nativo de este lugar. Un indígena. Su esposa es más amable... forman una pareja extraña... ¿Newén es el guardabosque?
— No, no es guardabosque. Me encontré con dos hombres antes de llegar al río, con Erminio y Newén. Estamos en el pueblo "Los Abetos". De hecho yo estoy viviendo en la cabaña de Erminio y su esposa.
En ese punto le comenzó a explicar todo lo que había pasado y cómo habían terminado allí. El encuentro fortuito con Newén y Erminio, la larga caminata y el lugar remoto en que estaban.
— ¿Dijiste que estamos en el pueblo Los Abetos?... Hemos caminado mucho —comentó el fotógrafo.
— Sí, por algún motivo lo pasamos por alto. Está muy bien escondido en el bosque.
— Ya me imaginaba que era extraña esta gente... Newén no me parecía un guardabosque. Tampoco parece médico... Cada dos horas me colocan un ungüento asqueroso. Huele muy mal —se quejó—. Sin embargo, cada vez me siento mejor. La fiebre ha pasado.
Estuvieron hablando de lo mismo, de las hierbas medicinales y cómo las usaban aquella gente, hasta que David recordó algo:
— ¿No has preguntado si han visto a Emanuel? ¿O a los otros chicos?
— Sí pregunté, pero no los han visto. No han visto a nadie en mucho tiempo, me dijo Erminio... Y sospecho que la policía mintió al asegurar que habían indagado a la gente del pueblo. Aquí nunca los vieron.
— ¡Demonios! —exclamó molesto el hombre—. ¿Y de Ema? ¿No saben nada?
Elizabeth negó con la cabeza. Debían buscar a Emanuel, quizá estuviera aún perdido en el bosque. Era poco probable, luego de ver cómo la gente del bosque se lo llevaba en la noche, no obstante aún tenían esperanzas de que hubiera escapado. También tenían el deber de avisar que alguien los había atacado y de advertir a la gente del pueblo que había personas dementes en el bosque, no muy lejos de allí. Pensaron en Toni...
Decidieron llamar a los demás. Cuando estuvieron en la misma habitación comenzaron a explicar todo lo que había pasado aquella lejana noche.
— Cuando estábamos en el bosque, nos atacaron unas personas —comenzó diciendo David, iba a nombrar a Toni pero se contuvo. Todavía no podía creer que los hubiera atacado.
Todos los presentes dijeron que estaban sorprendidos, que no había más gente por aquel lugar tan remoto... que ellos supieran. No obstante, a Elizabeth y a su colega no les dio la impresión de que el asunto les sorprendiera.
Erminio tomó la palabra por todos:
— Probablemente hayan sido ladrones... De vez en cuando suelen deambular por el bosque —aseguró.
— Buscan víctimas —apuntó Timoteo. El hombre lo miró, con claro reproche por la interrupción.
— No los asustes —murmuró Lucrecia.
— La cuestión es que nos acompañaba un chico... es joven. Y no sabemos qué pasó con él. Esa noche lo perdimos de vista. ¿No han sabido de nadie parecido?
Todos miraron de reojo a Erminio, que carraspeó antes de responder.
— No, las únicas personas que han venido por aquí en años son ustedes.
David suspiró decepcionado.
— Podríamos ir al bosque a buscarlo... —propuso uno de los hombres presentes.
— Quizá a esta altura esté muy lejos, Tim —apuntó Erminio entre dientes.
— ¡Oh! Esos nos tranquilizaría mucho —intervino Elizabeth, interrumpiendo al sujeto—. Estamos muy preocupados por él.
— Es que... —trató de excusarse.
— Si vamos todos, los ladrones no se atreverían a atacarnos —indicó Timoteo. Erminio parecía molesto con él... no le gustaba que lo contradijeran y menos frente a extraños.
— Está bien —cedió.
Quedaron en que así lo harían. Lucrecia propuso que llevaran armas y nombró a varias personas que podrían acompañarlos, incluso a su esposo, que asintió con la cabeza. Elizabeth se asombró, ¡no parecía preocupada por el hecho de que ladrones dementes pudieran atacar a su propio esposo! No obstante, estaba tan preocupada por Emanuel que no pensó más en ello. Al día siguiente se propuso que algunos hombres se internarían en el bosque en la búsqueda del chico.
Probablemente esté perdido, les dijeron, que no se preocuparan porque los ladrones no solían secuestrar a nadie... No obstante, a David y a Elizabeth no se les escapó el detalle de que lo hacían sólo por compromiso. ¿A lo mejor imaginaban que sería algo inútil? Erminio tenía un gesto frío y extraño en el rostro. Al menos él lo creía, pensó la joven desanimada... Quiso expresarle todos sus temores y dudas a su compañero, sin embargo no los volvieron a dejar solos y luego acompañó a Erminio hasta su cabaña. Era noche cerrada cuando caminaron por el pueblo.
Cenó en la cama y luego se sintió tan cansada que se durmió enseguida.
Un ruido la despertó de golpe... ¿Un grito? ¿Qué estaba pasando? Se acomodó en la cama y abrió los ojos. Un rostro estaba a unos centímetros de ella... Aterrada y todavía somnolienta lanzó un grito agudo. El rostro desapareció en la oscuridad. Temblando entera alcanzó la lámpara y encendió la luz... El cuarto estaba vacío, sin embargo la puerta estaba entreabierta... ¿Se movía? La miró fijamente hasta que dejó de hacerlo.
Sin pensarlo más, Elizabeth se levantó de la cama y fue hasta el pasillo, descalza y sin hacer ruido. Alguien la había visitado en su cuarto y eso la perturbaba. ¿Habría sido Erminio? El pasillo era corto, sólo tenía tres puertas: una era del baño, la otra de la habitación del matrimonio y la tercera era la de su cuarto. Escuchó atentamente y se acercó a la otra habitación... El hombre roncaba y su mujer dormía plácidamente a su lado. No podían ser ellos.
La joven volvió a su habitación y se sentó al borde de la cama. ¿Se habría confundido? El rostro parecía el de un hombre anciano. ¿Sería el anciano ciego que siempre la visitaba? Pero no, ¡no era posible! ¡El viejo estaba muerto! En ese momento oyó un grito lejano. Se sobresaltó. ¿Qué pasaba? ¿Sería David?
La angustia la poseyó y olvidó el extraño rostro. Su mente se debatía entre ir al dormitorio de los dueños de casa a despertarlos o quedarse allí. ¿Y si fuera un animal? ¡No podía armar tanto escándalo por un animal!
El grito se volvió a sentir. Esta vez pudo notar que no era humano... era bestial.
En la habitación de al lado oyó ruidos y susurros. En menos de un minuto apareció Nolberta, con una bata gris y ajada envolviendo su cuerpo.
— ¡Oh, estás despierta! —dijo al asomarse por el hueco de la puerta.
— Algo pasa... He escuchado gritos.
La mujer asintió con la cabeza.
— Sí, un animal.
En ese momento apareció Erminio tras ella. A diferencia de su esposa, estaba vestido. Les ordenó que volvieran a la cama y trataran de dormir. Él saldría a ver qué ocurría. Seguramente un animal había irrumpido en el pueblo. Aunque pareció no darle importancia al asunto, la joven notó que estaba asustado.
Erminio salió de la cabaña y ambas mujeres se quedaron sentadas en la cocina, desobedeciendo sus órdenes. Tomaron un té fuerte, mientras esperaban a que volviera.
Elizabeth tuvo una súbita idea:
— ¿Y si es Emanuel?
Su acompañante la miró confundida.
— ¿Y está herido?
— ¿Quién?
Recordó que la mujer no había estado presente cuando les contaron a los demás sobre su aventura nocturna, entonces le relató todo lo que había ocurrido.
— Podría ser él... quizá lo hirieron, lo dieron por muerto y luego lo abandonaron en el bosque. Seguramente está gritando por ayuda. Deberíamos ir a buscarlo —propuso la joven ansiosamente. Estuvo a punto de levantarse e ir hasta la puerta.
Berta negó con la cabeza, luego de escucharla en silencio.
— No, es un animal —le aseguró la mujer.
La periodista la miró sorprendida, no obstante comprendió de golpe que la mujer y su esposo debían estar acostumbrados a los ruidos de animales del bosque.
— ¿Está segura?
— Sí.
En ese instante el grito agudo se volvió a repetir. ¿Más cerca? Nolberta soltó la taza de cerámica y esta chocó con el plato. Entró en pánico y corrió hacia la puerta de entrada, cerrándola con llave y corriendo el cerrojo grueso de hierro que la adornaba. Estaba asustada... Aterrorizada. El miedo se le adhirió a Elizabeth. ¿Qué clase de animal la asustaba tanto?
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