14-Toni:

   — Puede que sea el agua roja —propuso Emanuel agitado, mientras trataba de bajar por una pronunciada pendiente.

— ¿Qué agua roja? —indagó David.

— Se cayó en un charco, ¿te acuerdas? Y mojó sus pies. Quizá cerca de allí había una planta venenosa u hongos tóxicos, que pudieron contaminar el agua. La toxina ingresó por su piel.

— Sólo mojó sus zapatillas, Emanuel —rió su colega y añadió—: ¿Qué otra teoría loca se te ocurre? Ya me están dando risa.

El chico se enojó y comenzaron a discutir. No obstante, aquel comentario le dio una idea a Elizabeth, que venía escuchándolos callada. Aquella recordó la sustancia roja de la cuerda, que manchó sus manos... Ese recuerdo fue un disparador para que se precipitaran sobre ella los demás.

— Miren esto... Una cuerda roja —dijo David de repente y levantó el brazo para agarrarla. Colgaba de la rama de un gran árbol viejo.

— ¡No la toques! —gritó la periodista.

Con un sobresalto se dio la vuelta para mirarla. ¿La toxina la habría alterado? Esta pregunta se borró de su mente cuando su colega comenzó a relatar lo que ella pensaba del asunto.

— Entonces, crees que fue por esa cuerda...

— Sí, sin duda. Es lo único que se me ocurre —manifestó la joven—. Tiñó la palma de mis manos y desapareció, como si se hubiese absorbido... sólo que fue muy rápido. Demasiado como para que me diera cuenta de eso, pensé que había sido un efecto visual... ¿Ustedes tocaron esa cuerda?

La respuesta fue negativa de ambos. David había caminado por el puente sin aferrarse a nada y el chico sólo había tocado una de las cuerdas superiores que no estaban teñidas de rojo.

— Esas cuerdas significan algo —determinó Elizabeth.

Estuvieron discutiendo un rato el asunto mientras avanzaban por el bosque, que cada vez se volvía más espeso y el paso se dificultaba. Daban tantos rodeos que no siempre estaban seguros de no estar caminando en círculos. Y cuando encontraron otra cuerda roja colgando de un árbol, pensaron que definitivamente habían llegado al mismo punto.

— No, no puede ser. Esta cuerda es más corta y tiene algo atado... Esperen... ¿Qué es esto? —expresó David... era algo redondo.

— Para mí es el mismo árbol—replicó Emanuel, suspirando de cansancio y frustración.

— ¡Pero qué demonios...! —exclamó de pronto el fotógrafo, sobresaltándolos a todos.

— ¿Qué? ¿Qué pasa?

— Esto no es... una... una... esas cosas que usan las mujeres —titubeó David que, al ser el más alto, podía ver mejor el extraño objeto. Este poseía un brillo amarillento y parte de él estaba teñido de rojo—. ¿Eli, puedes ver esto?

La aludida se acercó más a él y lanzó una exclamación de incredulidad: "¡Pero si es una pulsera!" Se quedó mirando el objeto fijamente, su mente se oponía a tal conclusión... ¿Qué hacía una pulsera en el medio del bosque? ¡No tenía sentido!

— ¿Y si pertenecía a una de las chicas perdidas? —propuso Emanuel.

Aquel comentario provocó la esperanza en Elizabeth e hizo que sonriera. ¡Era muy posible!

— ¡Quizá se perdieron y quisieron marcar el camino! —dijo la mujer con entusiasmo.

— Es posible, pero no creo que pudiera atarla a esta cuerda. Está muy alta, yo apenas puedo llegar a ella —opinó David, que se encontraba perplejo—. Además, ¿para qué?

David se calló de repente y su colega femenina sintió que había algo que no quería decir.

— ¿Qué crees...?

— Que... que quizás se encontraron con esa "gente" que hemos escuchado de noche. Estas cuerdas... algo deben significar. Marcar un camino o... atraer una presa.

Hubo un breve silencio.

— ¿Quieres decir que las están usando para que caigamos en una trampa?... Bueno, aquí estamos, en realidad si alguien les hizo algo ¡me encantaría encontrarme con él! —La sonrisa había desaparecido de su rostro y había dado paso a la ira.

— ¿Y si han sido secuestrados? —Emanuel vino a acabar con su felicidad.

Hubo un breve silencio. Hasta que Elizabeth decidió romperlo.

— ¡Dios santo, tenemos que encontrarlos!

De inmediato se puso en marcha y los demás la siguieron en silencio. Había mucho de qué hablar pero prefirieron no alterarla más. No obstante se encontraban con el mismo dilema que anteriormente. Habían hallado el puente... ¿Y ahora qué? El bosque parecía ser exactamente la misma extensión interminable de coníferas. Lo único que pudieron notar de diferente fue el color del suelo.

— Espera un segundo, Eli —le pidió David, cuando hacía más de una hora que caminaban por allí—. No podemos seguir a ciegas, necesitamos un plan.

La mujer lo miró con cansancio, ¿un plan? Se preguntó.

— No tenemos tiempos para planes, David.

— No podemos seguir caminando a ciegas. Estamos a kilómetros de donde dejamos el auto, ya casi tenemos que estar por llegar al otro lado de las montañas. Al pueblo "Los Abetos".

— No lo creo. Ese pueblo está a kilómetros de dónde comenzamos —lo contradijo Emanuel.

— ¿Y qué? Hace días que caminamos... por casi veinte horas diarias. Tenemos que estar cerca.

Hubo un breve silencio. Elizabeth, que se había sentado en un tronco caído que encontró cerca, preguntó:

— ¿Qué pueblo es ese? No recuerdo haber oído hablar de él.

— Se encuentra en medio de las montañas... Es pequeño, muy remoto —aclaró David, que se había apoyado contra un árbol de largo tronco—. Lo recuerdo porque el tipo del canal 4 me dijo que la policía había ido allí a investigar... Creo que estabas presente, Emanuel.

— Sí, dijo que la gente del lugar no había visto pasar a ningún excursionista. Por supuesto que era una posibilidad muy remota. Pareciera que la policía nunca creyó en realidad que hubieran llegado, porque hay que caminar por el bosque varios días. Y aun así, hay que saber bien el camino —manifestó el aludido y añadió—: Por eso mismo creo que es imposible que estemos por llegar allí. ¡No hemos caminado tanto!

— ¡Claro que sí! ¡Es lo más probable! —replicó el fotógrafo, comenzando una discusión.

La periodista se cansó de la pelea e intervino:

— ¡Ya basta! Tarde o temprano llegaremos de todos modos... si es que damos con el camino... ¿No querías un plan, David? Ahí está tu plan. Ese pueblo será nuestro límite. Como nunca llegaron al pueblo es obvio que los encontraremos antes de verlo.

Era una conclusión muy discutible. La policía no había encontrado rastros de ellos en todos esos bosques y mucho menos en los cercanos al pueblo Los Abetos. No obstante, ninguno de sus compañeros quiso contradecirla. Al menos no entonces.

Descansaron un largo rato, almorzaron ligeramente y se pusieron de nuevo en movimiento. Pronto descubrieron que tenían nuevos problemas por los cuales preocuparse... El alimento comenzaba a escasear y estaban muy cansados como para mantener el mismo ritmo por mucho tiempo más, además que las peleas empezaron a ser constantes.

En medio de una de esas confrontaciones, David tiró la mochila al piso y se recostó en el piso, anunciando que tomaría una siesta. Este hecho enfureció a su compañera, que consideraba cada descanso como una pérdida de tiempo. Su mente comenzaba a jugarle en contra, sus pensamientos destructivos la abrumaban cada vez con más frecuencia y empezaba a sollozar por la vida de su sobrino. Una vida que frecuentemente ponía en duda... ¿y si estaba muerto? ¿Y si en vez de unos chicos enfermos y extraviados encontraban una pila de cadáveres?

— ¡No puedes hacer esto! ¡Tenemos que seguir! ¡Sus vidas corren peligro!

— ¡Mi vida corre peligro si no duermo un poco, Elizabeth! Déjame en paz.

— ¡Qué egoísta! —gritó, fuera de sí, mientras golpeaba la rama de un árbol cercano. Ésta se quebró y cayó al piso.

— Mejor va a ser que... —intervino Emanuel, tratando de calmar los ánimos. Sin embargo, sus palabras quedaron tapadas por un ruido extraño y agudo. Como un silbido, pero más potente.

— ¿Qué fue eso? —murmuró David, incorporándose. Vio una rama seca cerca de él y la tomó, a modo de arma defensiva.

— ¿Un animal? —propuso Emanuel, bajando la voz.

Elizabeth miraba al árbol, la rama quebrada estaba a sus pies. Por un segundo le había parecido que el silbido había salido del árbol. No obstante... no era posible... Sintió que Emanuel la tomaba del brazo y los tres se reunieron en el centro del pequeño claro en donde estaban.

— ¿Un animal? No he visto ni uno solo desde hace tiempo... —dijo la mujer.

En ese momento comenzaron a caer algunas hojas encima de ellos. Miraron hacia arriba... Sin embargo, no había nada. De pronto, escucharon un ruido de arrastre de maleza. Algo se acercaba a ellos.

— Vámonos de acá —susurró David, tomó la mochila del suelo y se la colocó al hombro.

Los tres se pusieron silenciosamente en movimiento, huyendo del lugar lo más rápido que pudieron.

Luego de aquel incidente no volvieron a tener más sobresaltos, de todos modos sirvió como para que David se diera cuenta de que no era buena idea tomar siestas... Y de que había animales peligrosos en aquel bosque.

La tarde le dio paso a la noche y pronto estuvieron buscando un lugar para armar el campamento. Habían tenido ya los suficientes inconvenientes como para temer la oscuridad. Aunque nadie lo expresaba, el temor se había apoderado de cada uno de ellos, al punto de que se sobresaltaban por cada sonido. Al fin encontraron un lugar que les pareció lo bastante seguro, bajo una pendiente abrupta de la montaña. El espacio abierto era reducido, algo que los miembros de la expedición consideraron un punto a su favor.

— Espero que esta sea la última noche —manifestó Emanuel, poniendo en palabras el pensamiento de los demás.

Cuando fue a su carpa para dormir, Elizabeth colocó la linterna colgando de una cuerda de la carpa. Deseaba leer un poco. Al menos por unos minutos no estaría pensando en Ezequiel... La noche era más cálida de lo que habían sido las demás y más iluminada. La luna llena podía verse entre los árboles. Era hermosa, no obstante le daba una sensación de lejanía, como si no existiera totalmente en realidad... ¡Ya me estoy poniendo nerviosa! Pensó, luego de que aquella extraña idea se alojara en su mente, y se concentró en la lectura. Escuchó como uno de sus compañeros apagaba el fuego y caminaba alrededor de su carpa. ¿Y si alucino de nuevo?... No, no es posible. Estuve bien durante todo el día. La sustancia tóxica que me afectó ya debe estar fuera de mi sistema... Fuera de mi sistema... hay muchas cosas que están fuera de mi sistema.

Como no pudo concentrarse más, dejó el libro de lado y apagó la linterna; sin embargo la dejó cerca de ella. La oscuridad encendió el miedo que había estado evitando todo ese tiempo. Se incorporó y tomó su bolso de mano, con un temblor que no pudo controlar. Allí rebuscó cualquier cosa que le sirviera por si tenía que defenderse... ¿Defenderse? ¿Pero de qué? Se preguntó inquieta. Tenía que comenzar a pensar más coherentemente. No estaban en peligro, se dijo a sí misma varias veces... Hasta que sus manos dieron con una larga y afilada lima para las uñas... Peor es nada, pensó. Y recién entonces se tranquilizó... Estoy teniendo pensamientos absurdos, llegó a pensar.

En ese momento una toalla cayó desde el bolso sobre sus piernas y el cuaderno que esta envolvía quedó a su vista. ¡El cuaderno de Santiago! ¡Lo había olvidado por completo! Se dijo. Tomó la linterna y lo abrió. La tinta estaba corrida en varios párrafos y a veces era ilegible, no obstante podía seguir el hilo de los pensamientos del chico.

En el cuaderno había como un mapa trazado a lápiz por su dueño. Parecía el bosque del cerro en que estaban y había líneas finas e irregulares que lo atravesaban en diferentes direcciones. La mujer llegó a la conclusión de que se trataba de pasos de montaña, caminos ocultos que sólo un baqueano conocería. Entonces recordó que Santiago y Elio ya habían estado en aquel sitio, quizá en varias ocasiones... ¿Cómo pudieron perderse? Conocían bien el lugar.

Elizabeth pasó a la página siguiente y sus ojos se detuvieron con decepción en unas dos largas páginas borroneadas que eran imposibles de leer. No obstante, cuando volvió a dar vuelta la página tuvo más suerte. Allí había una descripción algo extraña:

"Se llega al bosque energético al atravesar un puente escondido. Las cuerdas rojas de los indígenas indican el camino. El suelo es rojo como la sangre. Crece lo que se plante. Hay rumores de árboles de oro y plata. Hay rumores de energías curativas".

En ese momento dejó de leer. ¿Energías curativas? ¿Árboles de oro? ¿Qué tonterías eran aquellas?... No podía entender cómo dos jóvenes adultos con educación habían creído en eso. No obstante, comenzaba a entender. David había tenido razón. Esa excursión había sido planeada. El destino, lo supieran o no sus demás acompañantes, había sido encontrar aquel bosque energético. La mujer se molestó mucho... ¡Se habían basado en rumores de internet para lanzarse a aquella aventura!... ¿Cómo habían podido ser tan idiotas? ¡Estaba tan molesta!

Lo que seguía escrito en el cuaderno era una sarta de tonterías parecidas: "Ganaré una fortuna cuando lo encuentre"... "Elio se ríe de mí pero igual está interesado por las energías, quiere que hagamos una sesión de meditación o alguna cosa parecida". "Elio dice que podrá llevarnos a otro plano espiritual". "Quiere contactarse con el Juan, su amigo muerto". "Creo que todavía siente culpa por su muerte, a pesar de que le digo siempre que fue un accidente."

Pasó a otra hoja borrosa, sólo el último párrafo podía leerse: "Acabo de leer una noticia extraña de hace como veinte años atrás, un hombre fue atacado y colgado de una cuerda roja. No sé si tiene algo que ver con las cuerdas de los indígenas. Nunca se supo qué pasó. Tengo que llevar el arma"... Al terminar el párrafo se asustó. ¿Tenían un arma? ¡Eso era muy peligroso! Y si discutieron y uno de ellos simplemente tomó el arma y... ¡Tengo que dejar de pensar en esas cosas!

Cerró el cuaderno y lo colocó de nuevo en su bolso. A la mañana siguiente, cuando estuviera más tranquila, lo terminaría de leer. No obstante, antes de hacerlo arrancó la hoja del mapa trazado a lápiz y la colocó en el bolsillo trasero de su pantalón. Tenerla a mano le pareció una buena idea. Para algo iba a servirles. Luego apagó la linterna y se tapó. Pronto se quedó dormida.

Se despertó por un intenso dolor en su hombro izquierdo y, con horror, vio que había un hombre encima de ella. Elizabeth gritó con toda la fuerza de sus pulmones. Instintivamente tomó la lima de uñas que había dejado cerca de ella y lo atacó. Pudo clavársela en el cuello. Un líquido espeso y caliente saltó sobre su rostro... En ese momento escuchó que alguien pronunciaba su nombre... ¿Era Emanuel? ¿Era David?

Luchó contra su atacante, que intentaba quitarse la lima del cuello, y logró salir arrastrándose de la carpa. El hombro le dolía intensamente y colocó su mano contra él... sangraba bastante. Aparentemente la habían apuñalado. Mientras se arrastraba por el suelo, su atacante consiguió salir de la carpa y tomarla de un pié. Llevaba un largo cuchillo en su mano e intentó apuñalarla de nuevo. Fue en ese momento cuando le vio la cara.

— ¡TONI! ¡NO! —gritó desesperada. Colocó las manos sobre su cara y la hoja de la cuchilla sólo llegó a cortarla superficialmente. Con un inmenso alivio vio que alguien lo había detenido.

Toni lanzó un grito, que logró helarle la sangre... no parecía un grito humano. En medio de aquella semioscuridad no había mucho que pudiera ver, sólo vio la sombra de un hombre que llegó a identificar como David por el sonido de su voz. El fotógrafo luchaba con su atacante. Este era mucho más robusto y pronto su compañero cayó al piso. Al intentar incorporarse, el hombre hundió el cuchillo en un costado de su abdomen. David gritó de dolor.

— ¡NOOOOOO! —gritó Elizabeth, horrorizada. En ese momento recordó al chico.

¿Y Emanuel? ¿Dónde está Emanuel? Pensó la mujer, mientras intentaba pararse para ayudar a su compañero. Toni estaba decidido a matarlo...

— ¡Ema! ¡Ema! —llamó en un intento de despertarlo por si no se había dado cuenta de lo que pasaba... Sin embargo, esto era algo raro.

Con su brazo sano tomó la sucia campera de Toni, empujándolo hacia atrás y deteniendo el segundo ataque a David, que intentaba alejarse de él. El conductor se dio la vuelta rápidamente y entonces pudo verle el rostro mejor... Era Toni, sin duda, no obstante no parecía Toni... Su rostro se veía hinchado, deformado, casi demoníaco. Estaba muy colorado...

El hombre, para quitársela de encima, la empujó con un golpe en el estómago y la periodista fue a parar al suelo. Al caer su cabeza golpeó algo sólido, el dolor dejó su mente en blanco por unos segundos y vio borroso. Llevó sus manos hacia el rostro y notó que estaba cubierto de sangre y barro.

En ese instante, Elizabeth oyó ruidos entre los arbustos cercanos... había sombras por todo el lugar. Sombras sin forma... sin contorno. Sin embargo, ¡eran tan reales!

— ¡Corre! ¡Corre! —gritó en ese momento David.

No obstante, antes de que pudiera reaccionar, una de aquellas sombras tomó sus piernas y la arrastró unos metros hacia los arbustos. El dolor en el hombro se incrementó al quedar su brazo trabado en una raíz... Desesperada, comenzó a patear a su agresor y logró que la soltara. Se incorporó y corrió... Y corrió sin parar y con todas las fuerzas que le quedaban. Tenía náuseas... e intentaba no expulsar el contenido de su estómago. El sonido de rápidos pasos a su espalda se escuchaba cada vez más cercano, la perseguían. Entonces intentó correr dando rodeos, tratando de despistar a su persecutor.

El terror no dejaba paso a más pensamientos que al primitivo de sobrevivir... Tenía que escapar, porque si la atrapaban las sombras o Toni o quien fuera, iban a matarla. La oscuridad era más intensa a medida que se internaba en el bosque. El dolor que sentía era casi insoportable y con cada paso que daba se volvía más intenso. Su último atacante le había producido una herida en el tobillo. Sus fuerzas, estaba segura, provenían del pánico que sentía...

Intentó ubicarse, sin embargo no recordaba en qué dirección había escapado. Temía caer por el acantilado... ¿Estaba cerca del río o había huido hacia el otro lado?... Intentó escuchar el sonido del agua, no obstante el pánico la asaltó cuando descubrió que seguían tras ella, persiguiéndola, tratando de encontrarla en la oscuridad, cazándola como a un animal asustado. Trataba de huir sin hacer ruido, pero aquello era imposible. De pronto, tropezó con una raíz semi oculta en el suelo y cayó por una abrupta pendiente varios metros. Su cabeza golpeó un tronco de un viejo árbol y perdió la consciencia.  

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