12-Voces en la oscuridad
— ¿Toni? ¡Oh, Dios mío! —La olla con el guiso que preparaban volcó un poco de su contenido en el suelo arenoso.
Luego cometieron el primer error... Comenzaron a llamar a Toni a los gritos, descubriendo su ubicación. Sin embargo, aún no lo habían averiguado.
El hombre no respondió al llamado y pronto dejaron de oír los gritos que retumbaban en el silencio nocturno. La soledad del bosque pareció renacer... Diez minutos después discutían aún si volver por el conductor o no. Era evidente que algo lo había asustado tanto como para lanzar aquellos alaridos, que no se oían demasiado lejanos.
Las tinieblas en el bosque impedían que el grupo viera más allá de sus pies e incluso las linternas, que llevaban con ellos, no podían alumbrar mucho más allá de un metro de distancia. "Es muy extraño", pensó en ese momento Elizabeth, la oscuridad realmente parecía muy densa... parecía aprisionaros.
De pronto, Emanuel le quitó la linterna a la mujer y se internó en el sendero.
— ¡Espera! —David corrió detrás de él, mientras que la mujer se quedaba sola, aterrorizada y sin saber cómo actuar.
El sonido de sus pasos desapareció en un segundo y no pudo evitar pensar que el sonido allí viajaba de manera muy extraña... ¿Tanto tiempo había pasado desde la última vez que acampó que aquel detalle le parecía tan extraño? ¿Lo sería?
El miedo comenzó a invadirla y, como se había quedado sin luz alguna más que la del fuego donde estaba calentando la comida, se acercó a este. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que sus compañeros estuvieran de vuelta. Tan solo un par de minutos, aunque a ella le parecieron horas.
— No podemos pasar, Eli, las abejas se han esparcido por todo el sendero. Forman como una especie de red en la oscuridad —dijo Emanuel, su rostro quedaba oculto en las sombras.
— Eso es extraño —comentó.
— "Muy extraño" —manifestó David, recalcando la frase—. Nunca había visto a abejas comportarse así... Quizá Toni sí tenía razón.
Hubo un breve silencio.
— ¿Estará en peligro? —titubeó Elizabeth.
— No, no lo creo. Toni es muy cobarde, probablemente oscureció y quiso volver, asustándose por algún animal. No me sorprendería que dentro de poco lo veamos aquí. Ya no grita...
— Pero esos gritos... tienen que haber sido muy fuertes para que podamos oírlos —comentó la joven, que seguía preocupada a pesar de los argumentos de su colega.
Estuvieron discutiendo un largo rato, no obstante no había mucho que pudieran hacer, el sendero prácticamente estaba bloqueado y ninguno se iba a arriesgar a que los picaran esos bichos. Comieron casi sin ganas y se acostaron de inmediato, apagando la fogata.
Los dos hombres compartían una carpa y Elizabeth se encontraba sola en otra. No se desvistió, lo único que hizo fue sacarse el calzado, pero lo dejó a mano... El miedo aún no la había abandonado y temía que hubiera algún animal peligroso deambulando cerca de ellos. Si tenía que salir corriendo, pensaba, estaría preparada.
El silencio era casi absoluto y pronto una espesa niebla rodeó las carpas, había mucha humedad y el frío comenzó a aumentar. La mujer se cubrió mejor con una frazada y empezó a adormilarse. ¡Era tan extraño! No se oía nada... nada... ¡Y tenía tanto sueño!... ¡Estaba tan cansada!... Estaba... ¿Pasos? Abrió los ojos de golpe. Por un momento el pánico la invadió. Pero no... no... no eran pasos... no era nada. El alivio volvió y comenzó a relajarse, un minuto después dormía.
Algo respiraba en el sendero, a tan sólo unos metros de ellos... pero la niebla... la niebla ocultaba muchas cosas.
Las horas pasaron con gran velocidad y el silencio del bosque era interrumpido de vez en cuando, en una de esas ocasiones Elizabeth despertó de golpe. Aún adormilada se preguntó de qué estaban hablando David y Emanuel a esas horas. Molesta, lanzó un insulto... odiaba que la despertaran porque no siempre podía recuperar el sueño perdido e invariablemente terminaba desvelada. Necesitaba dormir... necesitaba estar bien para poder encontrar a su sobrino... ¿La voz de una mujer? El pulso comenzó a aumentar, casi podía sentirlo en aquella ¿pausa?... Las voces... estaban cerca pero lejos, no era probable que fueran sus compañeros.
La mujer se incorporó rápidamente y una sensación instantánea de mareo la cubrió. Intentó oír, como si en ello dependiera su vida... y oyó... eran voces de personas. Lo primero que pensó fue en ¿turistas? ¿A esa hora deambulando por allí? ¿La policía?... menos probable... ¿Y Toni? ¡Toni! El nombre casi brotó de sus labios... Se movió en la carpa y abrió el cierre lentamente. Entonces notó la niebla, no se veía nada.
Las tinieblas del bosque le impedían observar más allá del campamento y la niebla complicaba más sus intenciones... ¡Pero no podía ser Toni! Tenía una voz gruesa, potente y masculina... En cambio esa voz... era aguda, suave, ronca. ¿Sin embargo, era una sola voz?... Comenzó a asustarse... ¿realmente serían personas? Pensó en ladrones. Una piedra cayó cerca de la carpa y saltó del susto. Fue lo que necesitaba para salir de allí, calzó sus zapatillas y corrió hacia donde dormían los demás, tratando de no hacer ningún ruido.
Logró entrar en la otra carpa y cayó encima de alguien, sin poder evitarlo. David se despertó de golpe y casi lanzó un grito del susto al ver a su colega encima de él. Esta tapó su boca rápidamente y le susurró: "Personas". El hombre no entendió al principio qué pasaba hasta que sus oídos captaron el sonido. Emanuel se movió al lado de ellos, cambiando la posición. Dormía profundamente.
En cinco minutos los tres estaban bien despiertos y asustados, había murmullos cerca... gente deambulaba por el sendero. David había cerrado la carpa y los tres decidieron quedarse allí dentro, esperando... Si había alguien cerca, no deseaban que se enteraran de su presencia. No querían que los molestaran... bien podrían ser ladrones.
— Nos escucharon... llamando a Toni —susurró Emanuel—. Deben ser policías.
— ¿Desde dónde? ¿Y vinieron cuatro horas después?... No... no es posible —le respondió la joven, en voz muy baja.
— Ya van a irse... no pueden estar toda la noche ahí —comentó David.
Sin embargo, los murmullos continuaban. Entonces, por primera vez, Elizabeth cayó en la cuenta de que podían ser los adolescentes. ¡¿Cómo no se le había ocurrido antes?!... ¡Qué estúpida era!... Ezequiel y sus amigos podrían estar muy cerca del campamento y ellos ¡estaban escondidos como unos malditos cobardes! Murmuró: "mi sobrino" y, en un ataque de desesperación, salió de la carpa. Su reacción tomó por sorpresa a los demás, que no reaccionaron a tiempo para detenerla.
Corrió por la oscuridad hacia las voces. No veía absolutamente nada, las ramas de los árboles aparecían de repente ante sus ojos y rasguñaban su rostro. Se golpeó dos veces contra el tronco de un árbol, no obstante no le importó; avanzaba a ciegas entre aquella maraña de árboles buscando las voces... De pronto, llegó a un lugar despejado. El sendero, seguramente, pensó... Allí no había nadie. No había nada... sólo negrura, silencio y árboles. ¿Y la niebla?
— ¡Ezequiel! ¡Ezequiel! —gritó ansiosa.
No hubo respuesta.
No supo para qué lado tomar, se había desorientado y temía dar con las abejas. Tomó la decisión de salir del sendero, no obstante mantenerse cerca... intentó oír las voces, pero no lo logró. ¿Se habría alejado de ellas? No era posible, debían estar cerca... muy cerca. Caminó unos treinta segundos, llegando a un gran tronco, detrás de él había un lugar donde los árboles se apartaban... y en ese lugar había sombras que se movían. ¿Ezequiel? Pensó. No llegó a pronunciar su nombre, no llegó a moverse, un grito agudo la paralizó. No venía desde las sombras, provenía de su espalda. ¿Toni? ¿David? ¿Emanuel? Volvió su vista hacia delante, las sombras habían desaparecido al igual que los murmullos.
Por un momento no supo qué hacer... Oyó un susurro en su oído derecho, tan cerca que el terror la mantuvo quieta. Algo... o alguien pasó al lado de ella, casi rozándola... pero no pudo verlo. No veía nada. ¿Cómo es posible? Estaba tan aterrorizada que no pudo mover ni un solo músculo de su cuerpo. Otra "cosa" pasó por su izquierda, unos centímetros más alejada. Y otras... dos o tres... o quizá cuatro. Algo había cerca de ella que no podía ver y que no podían verla.
La idea de que fuera Ezequiel y sus amigos se borró de su cabeza y el pánico más absoluto le trajo otra: ¡¿Qué demonios eran esas "sombras"?! A pesar de todo había tenido suerte porque no podían verla... algo muy dentro suyo le decía que eran peligrosas, que no hiciera ruido, que se quedara quieta.
¿Cuánto tiempo estuvo así... paralizada? Nunca lo supo. El aire comenzó a ingresar lentamente a sus pulmones y sus pies se movieron. Caminó de manera paralela al sendero, sin ver ni oír nada... Aunque le parecía que los sentidos no le iban a servir de mucha ayuda en aquel bosque. Luego dejó el camino a su espalda y se internó entre los árboles por donde creyó que había corrido. ¿Y ahora qué iba a hacer? ¿Cómo encontraría el campamento?
Escuchó pasos y, perdiendo por completo la cabeza, comenzó a correr. Corrió y corrió con la mente en blanco, dando vueltas y vueltas sin sentido... hasta que alguien la tomó de los brazos y la tiró al suelo. Golpeó su cabeza y por unos segundos no reaccionó.
— Shhhh, soy yo.
— ¡David! ¡David! ¡Oh, Dios, qué alivio! —susurró en medio de las lágrimas.
El hombre le advirtió que no dijera nada... que mantuviera el silencio. Ambos se levantaron del suelo y caminaron unos metros. Elizabeth sentía que las rodillas se le doblaban, no obstante se dejaba guiar por su colega, que la había tomado de la muñeca. Poco después sintió un murmullo y pudo ver a Emanuel, que se alegró de su presencia. Estaba tan asustado como ellos. Se metieron en la carpa más grande... sabían que mientras no hicieran ruido estarían a salvo.
Las voces continuaron un tiempo que les pareció eterno, provenían del sendero... desde un lugar más cercano a ellos. Sin embargo, dejaron al fin de oírlas. No los habían encontrado. No podían verlos.
Elizabeth les contó lo que había pasado y terminó justo cuando las tinieblas del bosque comenzaban a disolverse. Cuando apareció el sol, tenían una certeza: había gente cazando en el bosque. ¿Gente invisible?
— No lo creo, no, aquella oscuridad habría podido ocultar cualquier cosa —dijo David, preocupado, mientras levantaban campamento.
— ¿Serán peligrosos?
— Estoy seguro que sí.
— Tendremos que cuidarnos mucho de noche... David... ¿y si ellos atacaron a mi sobrino y sus amigos? ¿Y si realmente no se perdieron?
El hombre no supo qué contestarle, bajo las profundas ojeras vio el terror. ¿Qué ganaba aumentándolo? Cambió de tema.
— No te preocupes. Estén donde estén, ya los encontraremos.
Elizabeth a pesar de todo sonrió, tomó su mochila y la cargó a su espalda.
— ¡Eli! ¿Puedes venir? —Emanuel, que había estado apartado de ellos, la llamó.
La mujer rodeó la carpa que estaba doblando David y se acercó a Emanuel. Este miraba el suelo donde estaban los restos de la fogata. Había estado colocando los cacharros de cocina en una bolsa.
— ¿Qué pasa?
— Mira.
Emanuel señaló el suelo... no obstante, allí no había nada.
— ¿Qué cosa? No hay nada.
— Exacto.
Elizabeth lo miró confundida.
— Anoche se cayó parte del guiso que preparábamos, ¿te acuerdas?... Bueno, como estaba muy oscuro no lo limpié...
— ¡Emanuel! —le reprochó la mujer.
— Bueno... ¡no se veía nada! ¡Era imposible ponerse a limpiar! —la interrumpió, ruborizándose—. La cuestión es que parece que ¡desapareció todo!... O se lo tragó la tierra...
— Seguramente no sólo nos visitaron personas anoche, Ema, sino también un animal. La próxima vez, no dejes comida tirada. Es muy peligroso—le advirtió Elizabeth.
David la llamó en ese momento y Emanuel volvió a quedarse solo. Frunció el entrecejo y murmuró:
— No hay pisadas de ningún animal aquí.
Era cierto, el suelo de color rojizo estaba lizo alrededor de la fogata... y se extendía por un largo tramo circundante. No había huellas. Ningún animal se había acercado y mucho menos una persona... ¡Era tan extraño!
— Bien, no olvidamos nada —murmuró David, mirando el suelo donde no quedaban ni vestigios del campamento.
— ¿Volveremos? —titubeó Emanuel, mirando a los demás—. Para buscar a Toni... Ese último grito de anoche... quizá esté en problemas.
— Ese grito no fue humano. Debió ser un animal... Han pasado varias horas desde que salió el sol, Emanuel, si Antonio estuviera cerca ya nos habría encontrado. Le dije exactamente dónde estábamos.
Elizabeth no intervino en la discusión, creía como Emanuel que sería prudente ir en su búsqueda por si estaba en problemas. Sin embargo, bien podría haber ocurrido lo contrario. Al salir el sol, Toni debería haberlos encontrado si esa era su intensión, no obstante no era así. El conductor había seguido su camino al camping... No podía perder el tiempo tratando de hallar a un hombre adulto y capaz en el bosque, que encima los había abandonado... Tenía que encontrar a su sobrino. Este era su prioridad. Y, después de encontrarse con aquella "gente" en el bosque... estaba asustada, realmente asustada por el destino de Ezequiel.
— Sigamos adelante—manifestó, cortando la discusión de los dos hombres.
Diez minutos después estaban ascendiendo por la montaña boscosa. No se encontraron con personas y tampoco con alguna pista que les indicara que ellos no eran los únicos que estaba allí. La falta de evidencia los confundió por cierto tiempo.
Siguieron por el sendero hasta llegar a un lugar donde había mucho barro, que impidió que continuaran adelante. La joven había quedado enterrada hasta la rodilla, fue entonces cuando decidieron tomar otro camino.
— Debe haber un arroyo por acá.
No oyeron nunca la caída del agua pero dieron por descontado que estaba cerca. Se alejaron lo más posible del sendero pantanoso hasta llegar a un claro del bosque, donde se sentaron a descansar luego de un par de horas de caminata. Elizabeth estaba frustrada... estaban caminando por el bosque sin un objetivo en específico... le parecía que sólo buscaban la milagrosa aparición de algo, alguna cosa, que les indicara que seis adolescentes habían pasado por allí. Pero antes sus pies sólo había kilómetros y kilómetros de espeso bosque.
— Anoche soñé con el viejo —comentó Emanuel, de pronto.
Sus compañeros lo miraron, alertas.
— ¿Si?
— Estaba asustado, muy asustado —siguió el chico—. ¡Y gritaba! Me dio escalofríos.
Emanuel se detuvo, en su rostro se retrataba la angustia y el miedo. Intentó seguir un par de veces pero sólo lo consiguió luego de varios minutos.
— Oía el sonido de las abejas, parecía que estaban cerca... De todas formas, me dijo que tenía que cruzar el puente y que tuviera cuidado con el pigmento rojo... Eso no lo entendí, ¿pigmento rojo de qué?
Sus compañeros intercambiaron una mirada de desconcierto. La joven intentaba recordar si había soñado... en cambio David aún se encontraba incrédulo. El anciano era un sueño colectivo en el que apenas podía creer. ¡Ni siquiera existía ese puente!
— Esperen... ¡Qué tontos hemos sido! Tendríamos que habernos dirigido primero al río... Es la única manera de encontrar un puente, ¿no? —Elizabeth comenzó a reír nerviosamente.
— Eli, no quiero decepcionarte, pero ¿recuerdas que nos dijeron que no había ningún puente? —le recordó su colega.
— Que conozcan... ¡Qué más da, David! No podemos seguir dando vueltas por el bosque sin tener idea de a dónde vamos. No hemos tenido suerte hasta ahora y si el anciano...
— El viejo está muerto —la interrumpió.
La joven se molestó y empezó a discutir con él, con la intervención del chico de vez en cuando. Al final terminaron por convencerlo. Cinco minutos después, con renovadas esperanzas se movían por el bosque, buscando el ruido del agua.
Pasaron varias horas más, hasta que llegaron a la orilla de un acantilado. Desde allí no se veía el río por lo abrupto del terreno, no obstante podían oír el curso del agua. Comenzaron a descender lentamente, se detuvieron a almorzar y luego continuaron, sin perder mucho tiempo. Al cabo de un largo descenso, vieron al fin el ancho río.
El humor cambió en el grupo y contagió sus piernas, que despojadas de sus zapatillas sintieron el frescor del agua.
— ¡Al fin...! Está un poco helada... —murmuró Elizabeth, que caminaba entre las piedras mojadas como una niña pequeña.
— Eli...
La joven miró a Emanuel, que observaba algo por encima de su hombro. Se dio media vuelta, curiosa. No obstante, no vio nada que le resultara extraño o fuera de lugar.
— ¿Qué es eso?
— ¿Qué es qué?
— Eso que está a la orilla... parece ¿una campera?
Los tres se pusieron en movimiento y se acercaron a la extraña prenda... solo que no era una prenda...
— ¡Una mochila!
Habían encontrado la mochila de Santiago Gaiman.
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