11-La expedición:
Si Elizabeth y Emanuel pensaron que habían tenido mala suerte no esperaban que esta continuara... Acababan de llegar al pueblo de El Bolsón, cuando se pinchó la rueda del auto que conducía Toni. Este último no paró de quejarse desde entonces... sin embargo, no hacía nada para ayudar a reparar el problema.
Mientras David y Emanuel cambiaban la rueda del auto y Toni fumaba a un costado de la calle, la mujer aprovechó el momento y cruzó hasta la vereda opuesta donde había una vieja posada, para preguntar si podía usar el baño. La mujer que la atendió fue muy amable, le dio una llave y le indicó el camino. El baño público estaba en la parte trasera del edificio.
Al regresar a la recepción a devolver la llave a la mujer que atendía no la encontró detrás del mostrador y tuvo que aguardar unos minutos hasta que la atendiera. Estaba aún esperando cuando notó un pequeño cuadro que colgaba de la pared posterior, le llamó la atención porque estaba cubierto con un velo negro... Era muy extraño.
La joven miró hacia todos lados y, como no había rastros de persona alguna, rodeó el mostrador de madera y se detuvo frente al cuadro. ¿Por qué lo tendría cubierto? Si no le agradaba a la dueña, ¿por qué no simplemente lo descolgaba? Con la ansiedad que se siente cuando se sabe que se hace algo indebido, Elizabeth estiró su brazo y retiró el velo que lo cubría... No estaba preparada para lo que iba a ver. Dio un agudo grito del susto y golpeó su espalda con el mostrador, el velo se deslizó entre sus dedos... No podía creerlo... era un retrato de un anciano pequeño y encorvado, con ojos aguados... el viejo de sus pesadillas.
— ¿Se encuentra bien?
El sonido de la voz le provocó un respingo del susto.
— Sí, yo... Lo siento... —Elizabeth no sabía cómo explicarse y se ruborizó intensamente por el esfuerzo. Atravesó el mostrador de madera y le entregó las llaves del sanitario a la mujer. Esta, por su parte, la miró extrañada... Tomó el velo negro que había caído al suelo y volvió a tapar el retrato.
— Era mi abuelo, murió hace muy poco en un accidente —comentó la dueña de la posada con cariño—. Era un hombre muy tranquilo... estaba ciego y casi inválido, caminaba siempre apoyado en un bastón, por lo que nos sorprendió que la poli lo encontrara en la ruta que va al cerro. Lo atropelló un auto, eso dijeron... Yo me había ido a comprar unas toallas, era día de ofertas, ¿sabe? y mi marido no se dio cuenta que el viejo no estaba. ¡Siempre era tan tranquilo y bueno!, nunca daba trabajo.
— ¡Oh! Lo siento mucho —manifestó. Ahora comprendía el porqué del velo negro. Debía ser una antigua costumbre del lugar.
— Fue muy raro, pensábamos que tenía... eh, déjeme pensar... ¿cómo era esa cosa?... ¡Ah!, demencia senil, al menos eso dijo el dotor. Parecía siempre tan ausente... No hablaba —continuó la mujer pelirroja.
— Claro... una tragedia.
— Sí... sí, eso mismo.
De reojo, Elizabeth vio que los demás la estaban esperando dentro del auto y se impacientó. Se despidió de la mujer rápidamente y estaba por retirarse cuando inesperadamente esta la tomó de la muñeca, parecía que tenía ganas de hablar y no quería que se escapara.
— ¿Recuerda a esos pibes que se perdieron hace unos meses en el cerro? No sé si vio las noticias.
Elizabeth se sorprendió ante el comentario y asintió con la cabeza.
— Estuvieron aquí una noche, en las dos piezas del final. Era lo único que tenía disponible en ese momento.
— ¡Oh! Y...
— Creo que eran como cinco o seis —la interrumpió— pero no dieron problemas, todo fue en orden. Me agradaban, parecían muy educados y siempre nos trataron con mucho respeto. "Usted", "señor" le decían a mi marido. Muy educados todos. Aunque no me gustaba uno de los mayores y me acuerdo que a mi abuelo tampoco... Juntaba las cejas cuando pasaba a su lado, lo reconocía por su olfato, seguro... Pero era algo raro ya que nunca parece darse cuenta de los huéspedes. Como le decía antes, siempre estaba algo ausente.
— Ah, bien... ¿Y no oyó dónde iban?
— Sí... sí... hablaban de un camping, ¡las dos niñas estaban emocionadas! Es el del cerro, donde van todos los turistas. La poli vino a preguntar, nos dijeron que en el bolso que encontraron había unas anotaciones o una tarjeta de la posada, algo así; Y les dije todo, ya sabe, lo del camping, pero no le dieron mucha importancia —concluyó, encogiéndose de hombros.
— ¿No oyó nada más?
— No, no, estábamos algo llenos. Tenía mucha gente que atender.
En ese momento escuchó la bocina del auto y, como sus otras averiguaciones no dieron fruto, lo único que consiguió fue que la mujer se enredara más con sus explicaciones, se despidió de esta y corrió hasta el vehículo.
— La dueña de la posada me dijo que estuvieron aquí una noche... mi sobrino y los demás.
La miraron sorprendidos y les explicó lo que le había contado. No obstante, no comentó a nadie sobre el retrato del anciano, no confiaba aún en Toni. No lo conocía muy bien y su confiada y despreocupada actitud la ponían en guardia.
El tiempo que duró el viaje hasta que comenzaron a ascender por el camino de montaña, lo empleó pensando en el hombre del retrato. También le había sorprendido que un anciano ciego e inválido caminara hasta allí por plena ruta... Demás, ¿qué pretendería? ¿Avisar a la policía dónde estaban los chicos? Hubiera sido más fácil convencer a su nieta de llamar a la estación policial y contar lo que sabía. A lo mejor no le hubieran creído pero sin duda investigarían el lugar indicado.
Elizabeth siguió pensando... recordó los sueños que tuvo mientras se quedaba en el pueblo. El ciego había mencionado un puente. ¿Habría un puente antiguo del que nadie supiera nada? Junto a Emanuel habían trazado planes, irían hasta la bifurcación de los caminos, tomarían a la derecha hasta el campamento abandonado y desde allí ascenderían hasta el sitio donde supuestamente se lanzó el mapa. Sin embargo... no tenían idea de qué hacer luego. No conocían el terreno. Por primera vez se dio cuenta de que aquel plan improvisado había sido demasiado apresurado... hubiese sido mejor que buscaran a alguien que conociera la zona y pudiera guiarlos por el bosque.
— Ahí viene un patrullero —anunció Toni. El camino hacía una curva cerrada y pudieron verlo antes que él a ellos.
Los demás se sobresaltaron. Sabían que el paso de montaña aún no se había abierto oficialmente para los turistas, era lógico que lo estuvieran cuidando para evitar que intrusos se inmiscuyeran en él. Por ese motivo en su estancia en el pueblo habían averiguado si aún quedaban policías deambulando por el lugar... le habían dicho que no, al parecer estaban equivocados.
El primero en reaccionar fue David.
— ¡Pon el auto a un costado, Toni! ¡Rápido! ¡Que no nos vean!... Si nos llegan a detener, se frustra todo —ordenó, tomándolo bruscamente del hombro, este se sobresaltó y casi envió el vehículo por el acantilado.
— ¿No tienen permiso de estar acá? —preguntó el conductor, alterado.
Ingresaron cuesta abajo a los saltos hasta unos árboles tupidos que los ocultaron un poco de la vista. Sin embargo, si el policía miraba hacia abajo ¡los vería sin duda alguna!
— No, no hemos tramitado ningún permiso... ¡Perderíamos al menos un mes! —intervino Elizabeth.
— Bueno, o sea que nos tendremos que esconder de la gente que haya por aquí... ¡Qué bien! Eso le agrega emoción al asunto —manifestó Toni, medio sonriendo. A sus acompañantes no les resultaba nada gracioso. Tendrían graves problemas si los veían... El jefe les había hecho prometer que, en caso de que alguien preguntara, estaban allí como excursionistas. Nadie debía saber que habían ido con su consentimiento... En el apuro de salir pronto, terminaron aceptando todas las condiciones que les impusieron.
El patrullero se fue acercando poco a poco y luego... los pasó. Vieron la polvareda que levantaba y, hasta que esta no se asentó, no se animaron a partir. Continuaron hasta la plataforma natural donde los turistas dejaban los autos. Allí no había nadie pero, para mayor precaución, Toni introdujo el vehículo en una zona de árboles y arbustos tupidos para que quedara oculto de miradas indeseadas. Descargaron el equipaje, que consistía en cuatro mochilas grandes y comenzaron a ascender. Alrededor de una hora después se encontraron con la entrada a "El Bosque Tallado". En ese momento estaba cerrado y no se veía nadie cerca.
— ¿Quieren que entremos? Puedo saltar fácilmente esa cerca —propuso Emanuel.
— No, no, puede haber alguien cuidando. Además los vieron salir de aquí. No hallaremos nada —murmuró Elizabeth.
Toni que estaba parado cerca de ellos frunció el ceño y les dijo:
— ¿Qué piensas encontrar?... Pensé que ibas a hacer un relato, ¿no piensas hacer entrevistas?
— Nada, nada... No, entrevistas no, corro el riesgo de que me pidan el permiso; comenzarán a hacer muchas preguntas y nos expulsarán de aquí. Va a ser mejor que no nos vean... Desde acá puedo ver bien el lugar y ya lo incluiré en el relato de alguna forma —se apresuró a contestar la mujer, con un rubor en sus mejillas.
— O sea que no hablarás con nadie...
— No, no.
Toni pensó que eso no era muy profesional pero como él no sabía mucho de cómo hacer un relato no siguió discutiendo. En ese momento un flash sonó a sus espaldas. David estaba tomando algunas fotos del sitio. Poco después se acercó a ellos:
— Será mejor que nos vayamos de aquí.
Partieron cerro arriba. Según las indicaciones del mapa, el camping se hallaba a unos kilómetros del lugar. Elizabeth iba pensando en el anciano y en cuanto tuvo la oportunidad le contó a Emanuel lo que había visto en la posada, el retrato cubierto con un velo negro. El chico se asustó y le pareció extraña la casualidad que justo allí habían pasado la noche los jóvenes. Luego de discutir en susurros por un tiempo, decidieron no cambiar los planes que tenían, en su momento se lo comunicarían a los demás.
— Estoy cansado —dijo de repente Toni, que respiraba a borbotones. Se sentó sobre una gran roca al lado del sendero y colocó la mochila en el suelo.
— Vamos... ¡ni siquiera hemos llegado! —le dijo David.
— Hemos caminado mucho —fue la respuesta.
David comenzó a quejarse, ya le parecía que iban demasiado lento y todavía estaban lejos de la bifurcación de caminos. Sin embargo, Toni no le prestó atención, revolvió en su pequeña mochila y sacó un paquete de cigarrillos. Los demás lanzaron un suspiro de fastidio.
— Sí sigues fumando de esa forma, tendrás que descender en una camilla. —le advirtió Elizabeth. Su colega sólo se encogió de hombros.
Cuando acabó el cigarrillo recién pudieron continuar, Toni fue insensible a las protestas de los demás. Y no respiraba mejor ni parecía menos cansado por haberse sentado.
Pronto el bosque se volvió más frondoso y el sendero más irregular. El ascenso se tornó menos brusco, un alivio para las piernas cansadas de los caminantes. Cinco minutos después llegaban a la bifurcación de los caminos. Hacia la izquierda quedaba el camping y hacia la derecha había otro sendero más pequeño, que ascendía por la montaña y se internaba aún más en el bosque. Por este decidieron seguir.
— Aquí encontraron el bolso de Delfina Robles, ¿no? —comentó Emanuel.
— Sí, detrás de unos arbustos... supongo que será por ahí —dijo David, mientras señalaba una parte del sendero donde había unos espesos arbustos. Y añadió—: ¿Qué había en el bolso?
— Tres celulares sin batería, una billeteras con documentos y dinero, un paquete de pañuelos descartables sin abrir, anteojos de sol, guantes, maquillaje... —enumeró Elizabeth, mientras se detenía un rato.
— Todo lo que cualquier adolescente lleva —la interrumpió David—. ¿Nada fuera de lo común?
— Bueno... —titubeó.
— ¡Un arma! —largó Toni, riendo a continuación.
Los demás lo miraron y luego lo ignoraron.
— Un cuchillo —concretó la mujer.
La risa del conductor se cortó con la rapidez de un latigazo. Se miraron, extrañados.
— ¿Para qué lo necesitaría? —comentó Emanuel.
— No lo sé, pero la policía se sorprendió también porque no era uno común. Era estilo daga —informó Elizabeth y agregó—: Esa chica le temía a alguien.
— ¡Bah! ¡Qué estúpidos son todos! —dijo Toni, retomando su risa burlesca—. La pobre niña creía que la atacaría un oso.
No hubo más comentarios y todos se pusieron en camino, ascendiendo por la montaña de coníferas. Pronto el sendero se fue llenando de maleza y era evidente que durante el año era muy poco transitado, sin embargo aquí y allá encontraron evidencia de que los grupos de rescatistas de la policía habían cortado ramas, despejando mejor el camino. Este detalle a la periodista no le agradó mucho, habían contaminado "la escena", sería muy difícil encontrar evidencia del paso de los jóvenes allí.
Una hora después estaban exhaustos, en especial Toni, que no tenía costumbre de hacer ejercicio... ningún tipo de ejercicio. Se encontraban mucho más alto en la montaña y podían apreciar mejor el crecimiento natural de las altas coníferas que no habían sido contaminadas por el hombre, solo el sendero parecía haber sido ampliado hacía poco tiempo.
— Que desperdicio, cuando los chicos pasaron por aquí nada de esto estaba... ¡Mira cómo cortaron ese árbol! Sus ramas están por todo el piso —se quejó la mujer, exasperada.
— No encontraremos nada aquí—susurró Emanuel, que era con quien hablaba.
— ¿Qué piensan encontrar? —preguntó una voz a sus espaladas. Ambos se sobresaltaron, no se habían dado cuenta que David caminaba tan cerca de ellos.
Elizabeth murmuró un "nada" "nada"... El hombre los miraba con desconfianza.
— ¡Ey, tortugas ninjas! Aquí hay algo —les indicó Toni. Estaba detrás de un gran tronco y les hacía señas con la mano muy ansioso... como si hubiera hallado algo como... ¿sangre?
— ¿Alguien le puede decir que son malísimos los chistes que hace? —dijo Emanuel, fastidiado.
No había hallado sangre ni nada parecido, sino el campamento donde estuvieron los chicos, según las evidencias recolectadas por la policía. Pero allí sólo habían encontrado huellas consistentes a una fogata y una taza abandonada. No obstante, Elizabeth se descolgó la mochila que llevaba a su espalda y, mediante el intercambio de una rápida mirada con el chico, ambos se pusieron a buscar cualquier cosa que se les hubiera escapado a los agentes uniformados. Por otro lado, David los miraba con el ceño fruncido, tenía la sensación de que le ocultaban algo.
— ¿Qué haces? ¡No tires eso ahí! —exclamó la mujer, mirando a Toni. Este último se había sentado en un tronco grueso y se disponía a comerse un sánguche. Como el envoltorio no le servía lo dejó entre unos arbustos floridos que había a su lado.
— ¿Qué quieres que haga? No hay un basurero —se mofó mientras comía.
Elizabeth ya estaba fastidiada con el sujeto y prefirió no discutir.
No hubo suerte allí... No encontraron nada fuera de lo común, tomando en cuenta el hecho de que el terreno había sido pisado muchas veces esos últimos meses. Cuando se cansaron de imitar a los detectives se pusieron en camino. Elizabeth iba de muy mal humor. No había conseguido nada aún con esa excursión.
Continuaron ascendiendo por la montaña boscosa, donde el sendero pasaba muy cerca de un acantilado a cada vuelta. ¿Y si hubieran caído por aquí? El camino es muy resbaloso también. La idea que merodeó por su mente no le gustó nada a Elizabeth pero era inevitable sentir aquel temor. David la tomó bruscamente del brazo, sobresaltándola tanto que pensó que iba a perder el equilibrio.
— Más o menos debe ser este el lugar.
— ¿Qué?
— El lugar donde encontraron pedazos del mapa que llevaban.
— ¿Cómo sabes?
— Escuché que dijeron que había un acantilado.
En ese momento, Emanuel gritó... iba varios metros delante de ellos y se asustaron tanto que corrieron hasta él. No estaba a plena vista ya que el camino hacía una curva hacia la izquierda. Cuando pudieron divisarlo, suspiraron de alivio. No le había pasado nada, ya que sonreía mientras hablaba con Toni.
— ¡¿Qué ocurre?! —preguntó la mujer, desconcertada.
— Mira esto—le dijo y por toda respuesta le pasó algo que sostenía en sus manos.
Un pedazo de un mapa... Elizabeth comenzó a temblar de la emoción y quiso saber dónde lo había encontrado. Entonces el chico explicó que, al levantar la vista, había creído ver algo extraño enredado en una rama de un árbol. El papel era muy pequeño, estaba casi deshecho y húmedo pero al menos era algo.
— Deben haber estado por aquí mismo —le dijo emocionado.
— Sí, pero si se enredó en ese árbol... tiene que haber caído desde más arriba... No veo nada por ahí —manifestó Elizabeth, mientras daba vueltas cerca del estrecho sendero. Luego lanzó un grito de alegría... por encima de ellos, oculto por los árboles, parecía haber otro sendero. Quiso subir hasta allí.
— ¡Espera! No puedes... —se quejó David, que ya empezaba a sospechar por qué había ido allí su colega, siguiéndola de cerca.
Pronto desistió del esfuerzo, el ascenso era imposible de practicar por donde estaban. No obstante, no se desanimó, Emanuel le indicó que probablemente fuera el mismo sendero por el que ellos transitaban que, más adelante, ascendía más abruptamente por la ladera. Media hora después se dieron cuenta que no había sido una conclusión errada. Sin embargo, no hallaron nada fuera de lugar y seguían notando el paso obvio de los grupos de rescate. El hallazgo del pedacito de mapa parecía un milagro. Poco después, Toni fastidió tanto que se sentaron a almorzar.
— Parece que por aquí también pasaron los grupos de voluntarios —dijo Elizabeth, mostrándoles un carozo de manzana.
Un par de horas después seguían caminando por un sendero que apenas se veía, al parecer no mucha gente había llegado hasta donde estaban. Hacía tan solo diez minutos que habían dejado el acantilado atrás y a todos les pareció muy extraño que los grupos no hubieran seguido adelante. El ascenso casi se había detenido y se encontraban en una planicie cubierta de flores amarillas entre las coníferas. El sendero desapareció bruscamente en un recodo del camino.
— No puedo creerlo... ¡Miren, es evidente que por aquí no pasó nadie! —exclamó Elizabeth, frunciendo el ceño.
— ¡Qué bien que hicieron la búsqueda! —dijo entre dientes, David—. ¿Y ahora qué hacemos?
— Seguir adelante, obvio.
— ¿Hacia dónde? —preguntó el hombre, con los brazos cruzados—. Hasta aquí llegaron los rescatistas, no hay nada más que puedas escribir. Lo mejor será que volvamos hasta el camping y pasemos la noche allí. Mañana volveremos.
Elizabeth estuvo a punto de ahorcarlo.
— ¡Yo seguiré adelante! ¡No me voy a detener justo ahora! —exclamó molesta.
— No viniste a hacer una crónica de la búsqueda, ¿no?... ¡Ya me parecía a mí! —manifestó David, enojado.
Su colega no le contestó y cuando miró a Emanuel, este desvió rápidamente su mirada.
— ¡Contéstame! ¡Viniste a buscarlos!
Pero el que respondió fue Toni.
— ¡Qué estupidez! ¡Qué mujer más tonta! ¡Si los milicos no los encontraron mucho menos nosotros! —De la nada, comenzó a reír.
Elizabeth y David lo ignoraron y comenzaron una discusión. Toni no tenía ganas de oírlos, le daba igual ir a un lado u otro, pero no quería caminar más por ese día. Se acercó a Emanuel y se sentó a su lado.
— ¿No te parece que está loca? —se burló, haciendo un gesto con los ojos.
Emanuel no se dignó a responder y, como pasados unos cinco minutos este no le hablaba, se levantó y comenzó a caminar en hacia un grupo de árboles que daban una buena sombra. El sudor ya lo estaba fastidiando más que de costumbre. Iba a detenerse detrás de un árbol, cuando algo golpeó su cabeza. Pensó que era una rama y sus ojos se dirigieron hacia arriba... Allí había una cuerda roja. Toni, totalmente extrañado, tocó el objeto pero retiró pronto la mano al notar que se manchaba con aquella sustancia rojiza. ¡Qué demonios! Exclamó perplejo, limpiándose el pigmento en la ropa.
— ¿Qué es eso?
Casi saltó del susto, no había notado que Emanuel lo seguía.
— No lo sé.
En ese preciso instante pasó Elizabeth al lado de ellos, iba a paso rápido y les ordenó que siguieran adelante.
— ¡Espera! ¡Estoy cansado! —dijo Toni, trotando detrás de ella como un pato.
Emanuel se dio media vuelta y vio que David les daba la espalda... ¿Iba a abandonarlos? Sin embargo la pregunta sólo pasó por su mente para borrarse en un instante porque luego, lanzando una exclamación de fastidio, volvió a darse vuelta y fue hacia donde estaban los demás. Sí había decidido irse pero se había arrepentido al momento. Cuando pasó por al lado de Emanuel susurró mirando a Toni: "No puedo dejarla sola con ese idiota". El chico lo miró con el ceño fruncido: ¡¿y él?! ¡¿No existía?!
Poco después empezaron a ascender hasta llegar a un lugar extraño. Parecía que allí no crecían los arbustos como en otros lados del bosque. El paisaje era sombrío y el suelo polvoroso y rojizo.
— Aquí huele a muerto —comentó Emanuel, llevándose la mano a la cara para mitigar el mal olor.
— Debe haber un animal cerca en descomposición, vamos por ahí —indicó su amiga, mostrándole un tronco caído que parecía ocultar un borroso camino.
— Esto es extraño... hay un sendero aquí —murmuró Emanuel, desconcertado—. ¿Hay indígenas cerca?
No fue la mujer quien respondió sino David:
— No, nadie habita estos lugares.
El desagradable olor persistía, no obstante no pasó mucho tiempo para que dejaran de notarlo y se pararon a descansar. Justo al inicio de aquel extraño sendero. La tarde caía sobre el paisaje montañoso... decidieron entonces que iban a ingerir una pequeña merienda, habían pasado muchas horas desde el almuerzo.
Emanuel comenzó a estornudar, se había sentado y el polvillo rojizo le había dado alergia. En ese momento se dio cuenta de que el silencio era más impenetrable allí. Sus estornudos parecían estremecer los árboles.
— ¿Qué es ese zumbido? —preguntó Toni, mirando hacia todos lados. Luego fijó la vista en el chico—. ¿Quieres callarte?
— No lo hago a propósito —se quejó.
— Parecen abejas—murmuró Elizabeth, que también le había dado una sensación extraña aquel silencio sobrenatural.
— ¡Qué bueno! ¡Me encanta la miel! —exclamó feliz el hombre, mientras se levantaba, sacudiéndose la ropa.
— No pensarás acercarte... —dijo sorprendida, pero Toni ya se había alejado por el sendero.
— A ese hombre le falla el cerebro —comentó David.
Como era de esperar de inmediato oyeron los gritos de Toni y pronto vieron que estaba rodeado de abejas. Corrieron a ayudarlo y entre todos pudieron sacarle la mayoría de los bichos de encima, sin embargo no pudieron evitar que lo picaran. Los brazos y cara del hombre estaban rojos y comenzaban a hincharse. Le preguntaron si era alérgico pero aseguró que no. No obstante, estaba de tan mal humor y tan adolorido que, cuando se sentó y encontró en su sánguche un gusano rojizo, declaró que ya tenía suficiente y que se iba al campamento.
— Me voy, los esperaré allí. Esto no es lo mío.
— ¿Solo? ¿No es peligroso? —murmuró la mujer.
— Más peligroso es estar con ustedes... —declaró Toni.
— ¡Oye, idiota! ¡Nadie te dijo que fueras a molestar a unas inofensivas abejas! —lo interrumpió su colega de ojos claros.
— ¿Inofensivas? ¡Mira lo que me hicieron!... Siempre, desde que era niño, he sacado miel de las colmenas, no es tan difícil sólo hay que saber bien la técnica, pero esta... ¡Esta sí que es rara! ¿Han visto su tamaño?
— ¡¿Rara?! ¿Qué tiene de raro? ¡Son todas iguales!... No puedo creer que hayas ido a... —replicó David, molesto.
— ¡Bueno, me cansé! ¡ME VOY! —vociferó furioso, su rostro parecía una pelota rojiza. Se dirigió hacia Emanuel y le quitó un pote, que había usado para ponerse en las picaduras, de las manos—. ¡Dame esto!
Luego agarró su pequeña mochila y se fue por dónde habían venido.
— Eso no le va a calmar mucho el dolor —comentó Emanuel.
Elizabeth tomó a David por el codo.
— No podemos dejarlo solo, me preocupan esas picaduras... ¡Creo que sí es alérgico!... Además no llegará al camping antes de que oscurezca —le dijo, muy preocupada.
David pensaba lo mismo, suspiró de molestia y, contra su voluntad, decidió ir tras él para convencerlo de que volviera. Se sentía un poco culpable por aquella pelea tan absurda.
No obstante, cuando regresó lo hizo solo. Explicó a sus compañeros que no había podido convencerlo de que se quedara con ellos pero le indicó que acamparían no muy lejos de allí. Tenía la esperanza de que, cuando oscureciera, el temor lo hiciera cambiar de propósito y volviera con ellos.
— En una hora u hora y media comenzará a oscurecer. Ya tenemos que comenzar a armar las carpas, aquí en el bosque el sol se oculta muy pronto —dijo David.
— Sí, tienes razón —concordó la mujer.
Se internaron en el sendero, rodeando con cuidado la colmena (que realmente era muy grande, como había dicho Toni) alejándose todo lo que pudieron de ella y acamparon a la izquierda del sendero, en un lugar más despejado de árboles.
Pronto la noche envolvió al bosque y el silencio que los rodeaba pareció tornarse más sólido... Estaban preparando la cena, cuando unos chillidos terribles hicieron que se les helara hasta el alma... La pesadilla recién comenzaba.
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