10-Tres meses después:
El agua de la ducha caía sobre su rostro fatigado. Tenía los ojos cerrados en un intento de deshacerse de un fuerte dolor de cabeza. ¿Quién le había dicho que una buena ducha lo quitaba?... Pues no estaba funcionando... Elizabeth cerró el grifo y tomó la toalla. Ya en su habitación, se acostó desnuda en la cama, boca arriba. En el techo una pequeña hoja se balanceaba, atrapada en una tela de araña. ¿Cómo había llegado allí? Se preguntó. De pronto, los recuerdos volvieron a afligirla.
Habían pasado meses, tres largos meses, desde la desaparición de su sobrino en los bosques montañosos. A partir de entonces su vida cambió para siempre. Al comienzo tuvo esperanzas, casi no se desprendió del lugar, no obstante al ir pasando los días sin novedad acabó por perderlas. No podía negar que la policía hiciera todo lo que estaba a su alcance para encontrar los chicos pero la búsqueda no había dado frutos y pronto casi se detuvo. Una lluvia intensa había parado al principio la expedición pero pronto se reanudó. Durante un extenso mes, casi todos los días salían cuadrillas con colaboradores de la policía... hasta que la falta de nuevos hallazgos acabó por enfriar los ánimos de todos. El jefe de los investigadores ordenó el detenimiento de la búsqueda por un tiempo, al irse acabando sus recursos y la falta de apoyo por parte de la dirigencia política. Los canales de televisión pronto tuvieron otras noticias más importantes que transmitir y, poco a poco, se fueron olvidando de aquellos jóvenes que se habían esfumado un día en las montañas cercanas de El Bolsón.
La búsqueda no obstante no se había cancelado y de vez en cuando partían algunos ayudantes al bosque. Elizabeth no se olvidó de ellos ni un minuto, removió tierra y cielo para que no se enfriara el caso, para que se mantuviera a la luz de las noticias, para que la gente no olvidara. Lo hizo desde el único medio que pudo, desde el diario. Sin embargo, la memoria colectiva es fugaz y la falta de interés fue obvia. Ahora todos miraban hacia otro lado... les habían dado la espalda.
El celular comenzó a sonar de repente, sacándola de su ensimismamiento. Tomó la toalla, se cubrió con ella y comenzó a rebuscar por todos lados. ¿Dónde lo había dejado?... Al fin lo encontró en un bolso.
— ¿Si?
— Elizabeth, soy David... ¿Tienes un momento? ¿No podemos reunir a tomar un café?
Titubeó por unos segundos... Si su colega le estaba invitando a tomar algo... pues no tenía nada bueno que decirle.
— Sí, está bien. ¿Dónde?
David le dio una dirección y colgó la comunicación. La mujer se vistió preocupada. ¿De qué demonios querría hablarle?... Últimamente se asustaba por cualquier cosa y, cayendo en la cuenta de que había vuelto a sentir aquello, se indignó consigo misma y apartó aquellos molestos pensamientos de su mente.
Una hora más tarde estaba sentada en una pequeña mesa frente a un David pálido, más delgado y preocupado. Su aspecto no la alentaba mucho a deshacerse de sus temores, sin embargo el hombre no abrió la boca hasta que terminaron el café.
— Como podrás imaginar... vengo con noticias sobre la búsqueda de los chicos. Y no son buenas.
La mujer se sobresaltó. David desvió sus ojos claros de ella y largó un hondo suspiro.
— La policía acaba de anunciar que se cancela por completo... Van a cerrar el caso.
— ¡¿Qué?! —gritó horrorizada, sin darse cuenta. Era la noticia más temida... no obstante, muy dentro suyo sabía que algún día la oiría.
Elizabeth se paró de golpe, temblando un poco, su compañero la miró desconcertado.
— ¿Cuándo se enteraron?
— Pues... poco antes de que te llamara.
No acabó de escuchar y ya tenía el bolso al hombro.
— ¿Qué haces?
— Voy a hablar con el investigador principal... ese tal Aguirre.
— ¿Ahora?
— No puedo perder ni un minuto más.
— ¡Espera! —le gritó al ver que pasaba por su lado corriendo hacia la calle. David se quedó algo rezagado al sacar la billetera y dejar unos pesos encima del mantel para pagar el café. Luego salió corriendo detrás de ella.
— ¡Espera un segundo, te acompaño! —le gritó el hombre desde unos metros de distancia.
Elizabeth, que iba cruzando la calle en ese momento, se detuvo de golpe y se dio media vuelta.
— ¡Está bien! —dijo, volviendo a correr.
— ¡Cuidado! —le advirtió David pero ya era tarde.
El ruido del auto al clavar los frenos de golpe fue lo último que escuchó, las luces la encandilaron y el impacto no lo sintió. Se elevó por el aire y cayó sobre el asfalto, golpeando fuertemente su cabeza...
Oía una voz a lo lejos, ronca y algo débil... Una intensa tiniebla la rodeaba, al punto que temía dar un paso, precipitándose sobre el vacío... No entendía qué decía y eso la desanimaba, su instinto le indicaba que tenía que escuchar. De pronto, se oyó más cerca, cada vez más, como si la persona a la que pertenecía se fuera acercando.
Sintió una fuerte presión sobre la muñeca de su brazo izquierdo y, asustada, se dio media vuelta, quedando cara a cara con un anciano. El hombre era pequeño, escuálido y encorvado; su cara estaba surcada de arrugas y era tan blanca que parecía contener luz propia. Sin embargo, Elizabeth apenas fue consciente de estas cualidades... sólo miraba sus ojos. El anciano tenía ojos blancos, lechosos. Era ciego... No obstante parecía mirarla fijo.
La mujer comenzó a temblar entera. Algo en él era imponente, no daba la impresión de ser débil sino más bien lo contrario... tenía fuerza, una gran fuerza de voluntad. Escuchó su propia voz, que sonó extraña en aquel lugar... como un eco lejano: "¿Qué desea?" "¿Qué quiere de mí?". El viejo apretó a un más su muñeca. "Tienes que encontrarlos... ¡Corren un gran peligro! ¡Y el fin se acerca!... Están atrapados, él no va a liberarlos, él necesita su sangre... Le da vida... ¡Vida! No lo olvides: ¡Él vive!... Los necesita... ¡RAPIDO! ¡Encuéntralos! Están en el Bosque Wekufe. Recuerda ese nombre pero no lo digas... es un nombre maldito".
De pronto, el anciano comenzó a ahogarse y su rostro perdió la blancura, dándole paso a un color morado... azulado. Llevó sus largos dedos al cuello. Parecía como si alguien lo estuviera estrangulando, pero no había nadie más allí. Se precipitó hacia delante para ayudarlo cuando oyó un alarido demoníaco, inhumano y el terror la invadió.
Todo a su alrededor desapareció lentamente. Luego el silencio... hasta que... "¿Tía? ¡Tía! ¡TIA! ¡AYUDA!" Era la voz de su sobrino. Ezequiel daba alaridos, la angustia y el miedo emanaba de él. Elizabeth se sobresaltó y comenzó a correr en aquel infierno oscuro. ¿Dónde demonios está?, pensó desesperada... "¡Ezequiel! ¡Ezequiel!", comenzó a gritar con la esperanza de que la escuchara... pero no podía hallarlo y la voz de su sobrino se detuvo de repente.
Abrió los ojos, su corazón latía muy fuerte y estaba agitada, su cuerpo se cubría de un pegajoso sudor. La oscuridad se había disipado... Se dio cuenta de que estaba acostada en una cama, cubierta por una sábana blanca... pero esa no era su habitación. La luz proveniente de foco titilaba.
— ¿Eli? ¡Eli!
Miró a su lado, allí estaba un hombre alto, un hombre que se le parecía bastante... era su hermano.
— ¿Gabriel?
— Sí, ¡gracias a Dios despertaste!... ¡No podía perderte!... No podía perder a alguien más —su hermano la abrazó y comenzó a llorar. Lo había visto llorar muy poco en su vida y eso la conmovió...
— Calma, cariño, aún está débil.
La voz de su cuñada sonaba por algún lugar fuera de su visión. Movió la cabeza y un intenso dolor la hizo gemir. Llevó sus manos a ella y notó que una venda la cubría. No comprendía nada... No recordaba...
— ¿Qué pasó? —preguntó débilmente.
En ese momento se les unió otro hombre, ¿David? Su osco y solitario compañero. ¿Qué hacía allí? ¡¿Qué había pasado?! Detrás de él corrió un sujeto con guardapolvo blanco. La examinó sin pedir permiso y dijo con una sonrisa de dientes extrañamente parejos:
— Bien, se recuperará por completo.
La gente allí reunida lanzó un suspiro colectivo de alivio... No obstante, la mujer seguía confundida.
— ¿Qué pasó?
— Tuviste un accidente, Eli. Te atropelló un auto —le informó Gabriel.
De inmediato recordó...
Le explicaron entre todos que en el accidente automovilístico había golpeado su cabeza muy fuerte contra el pavimento, desvaneciéndose en el instante. Por otro lado, el médico agregó que, debido al golpe había sufrido un accidente cerebro vascular (ACV) de tipo isquémico... ¿Qué?, se preguntó extrañada... El hombre siguió hablando: Un coágulo bastante grande se había desprendido y viajado hasta su cerebro, provocando un taponamiento y la muerte de tejido circundante. Era tan grave el cuadro que tuvieron que operarla para retirarle el coágulo. Había estado dos días inconsciente.
A mujer se resignó y soportó su condición con valentía pero, al irse despejando la habitación de personas, se quedó sola y comenzó a pensar. Recordó el sueño, recordó la urgencia del anciano y la voz de su sobrino. La desesperación y el miedo... Sus alaridos de terror... Pensó en Ezequiel de niño y se puso a llorar. Tenía que salir de esa cama, tenía que ir al bosque...
Poco a poco se fue incorporando en la cama, sentía debilidad en sus miembros inferiores. Vio que en una de sus rodillas tenía una venda y un raspón bastante importante en su muslo derecho. Le dolía un poco pero no importaba. El dolor de cabeza era otro asunto, más intenso. Tuvo unas repentinas nauseas, sin embargo la imagen de Ezequiel la animó a continuar. En ese momento, fue vista por una enfermera, que se introdujo en la habitación y comenzó a regañarla... como si fuera una maldita niña. Intentó discutir con ella, inventó una excusa para irse, pero fue en vano y pronto desistió.
El día siguiente transcurrió lentamente. Discutió con todos los que se le acercaron, quería irse. Era muy importante volver a su rutina. Inventaba excusas... el trabajo, su familia, su jefe, un perro inexistente que dependía de ella. Nadie le hacía aso, la trataban como a un pequeño difícil y malcriado. La comida fue frugal y se quedó con hambre, a la tarde, en el horario de visitas, estaba que explotaba de furia. La primera víctima fue Emanuel.
— ¡No sonrías así, que provocas mis nervios!... ¡Y no grites tanto! ¡Dios!...
— Bueno... bueno... ¿Estás de mal humor hoy? —le respondió con ironía, mientras colocaba unas flores que le había llevado en una mesita cercana.
— ¡No me hables así!
— Está bien.
— Quiero salir de aquí. Quiero irme a casa. ¡Es insoportable estar sin hacer nada! ¡Y sin poder moverme!
— El médico dijo...
— ¡Al infierno el médico! Estoy harta —lo interrumpió.
El chico se quedó callado, trajo una silla, colocó su chaqueta de jeans en el respaldar y se sentó. La mujer, que seguía discutiendo sola, se calló de repente. Algo en la cara de su joven compañero le advertía que algo no andaba bien.
— ¿Qué ocurrió? —preguntó temerosa, suavizando su voz.
— ¿Cómo sabes que ocurrió algo? —dijo, perplejo. Su rostro adquirió palidez.
— Puedo darme cuenta.
Hubo un breve silencio.
— Es... ¿es sobre Ezequiel? ¿Los encontraron?
— No, no ha habido nuevas noticias de ellos —suspiró el chico y agregó—: Pero... quería contarte algo. Antes que venga alguien más. No le he dicho a nadie.
— Te escucho.
— En estos días... —Emanuel se detuvo, miró por sobre su hombro, nervioso. Se podía ver que estaba bastante asustado—. He tenido sueños "extraños"... Sueños horribles... El viejo del accidente... Sus ojos... me siguen a todos lados. Ayer creí verlo en la esquina de una calle. ¡Me estoy volviendo loco! Yo...
Un ruido a su espalda lo hizo sobresaltarse. Comprendió de pronto que no estaba asustado... ¡estaba aterrorizado! Vio su rostro y lo notó más delgado y ojeroso que de costumbre.
— ¿Qué te dice el anciano, Ema? —le susurró.
— No sé, siempre despierto ¡y no puedo recordar! No sé qué quiere... A veces oigo gritos... no parecen humanos... parecen de una bestia. Tengo miedo, Eli. Nunca me había pasado algo así.
— Anoche soñé con él.
Emanuel la miró estupefacto. La mujer le contó lo que había experimentado.
— Entonces... ¿crees que él quiere que los ayudemos?
— Creo que —comenzó diciendo la joven, con cautela— el anciano sabe dónde están y quiere guiarnos a ellos. Algo muy malo les ha pasado, pero no es aún tarde.
El chico sintió con la cabeza y dijo, con el ceño fruncido:
— Hay algo en ese bosque.
Ambos se miraron... Sí, había algo allí... algo demoníaco.
Por el pasillo les llegó una voz grave muy conocida, que se acercaba. Era de Gabriel. Elizabeth supo que tenía los segundos contados.
— Ema, tengo que salir de aquí. Tengo que ir a buscarlos.
— El médico dijo que tendrías que quedarte unos días...
— ¡Unos días! ¡No puedo! ¡Será demasiado tarde! —exclamó, frustrada—. Convéncelos de que me den el alta... ¡Inventa algo!
— Lo intentaré.
En ese momento entró Gabriel con su esposa a la habitación. El chico salió de ella casi de inmediato. Las siguientes horas fueron muy tensas para Elizabeth y para cuando la noche se cerró sobre el hospital, sus nervios se desbordaban de nuevo. Había perdido tres días...
Al día siguiente le retiraron la venda de la cabeza y pudo ver que le habían cortado el pelo. Se sintió extraña al mirarse al espejo... y la melancolía la invadió. Pasó toda la mañana triste, a pesar de que el médico le había dicho que se recuperaría por completo. Tendría que permanecer en cama unos días y luego podía seguir su vida normal, sin hacer grandes esfuerzos. Debía concurrir a rehabilitación por un tiempo.
— ¿Cuándo me darán el alta? —le preguntó a una enfermera.
— ¿No le dijo el doctor Espinosa? Tendrá que permanecer una semana aquí. Su condición es de alto riesgo.
La mala noticia no logró abrumarla porque ya había decidido irse, costara lo que costara. Al retirarse la enfermera le pidió su bolso y tomó el celular. Lamentablemente tendría que perder otro día más...
— ¡¿Vas a escaparte?! —dijo Emanuel, del otro lado de la línea.
— Digamos que me iré sin que me den el alta. Escúchame y no discutas... Sabes tan bien como yo que no tenemos tiempo que perder... Esta noche ve a mi casa, empaca algo de ropa en una mochila y ven al hospital.
— No van a dejarme entrar...
— Dirás que tienes que entregarme una documentación importante del trabajo, que te envía el jefe y que es urgente. Te dejarán entrar. La enfermera de la noche es una buena mujer... y también bastante distraída, se la pasa hablando por el celular.
— Está bien...
— Me cambiaré y nos iremos sin que nos vean...
— Pero...
— Va a salir todo bien, Ema... Mi sobrino está en peligro... ¡Lo sé!
El chico también lo sabía... estaban solos en ese asunto.
Esa noche hicieron lo que habían planeado y, increíblemente, fue más fácil de lo que pensaron. Escaparon por el pasillo de las internaciones sin que los vieran y durante todo el recorrido nadie les hizo preguntas. Habían tenido suerte. Demasiada... una suerte sobrenatural.
Al día siguiente Elizabeth se presentó al trabajo y habló con su feje, que la recibió confundido, ya que no se había enterado de que le iban a dar el alta tan rápido. Por suerte no hizo preguntas y creyó todo lo que le contó.
— Necesito volver a recuperar mi rutina diaria, pero el médico me dijo que estuviera tranquila. Me dijo que me iba a venir bien tomar un poco de aire libre.
— Bien... ¿vas a pedir una licencia?
— No, no, no puedo permitirme eso. Estaba pensando en escribir una crónica de la desaparición de los chicos. Internarme en el bosque y escribir sobre ello. Transitar los mismos senderos... Nadie lo ha hecho aún.
Su jefe, un hombre alto y delgado, de rostro agotado, suspiró.
— Elizabeth, sé que esto ha sido muy difícil para ti. Uno de ellos es tu sobrino y no puedo ni imaginar lo doloroso que debe ser para tu familia... Pero ya pasó mucho tiempo, la búsqueda se detuvo y...
— ¡Por favor! —le suplicó ansiosa—. Sólo permíteme hacer esto. No te pediré nada más... No necesito recursos, tengo algo ahorrado... Y sólo iremos Emanuel y yo.
El hombre comenzó a pasearse por el cuarto, con una expresión severa en el rostro. No podía enviar a una de sus periodistas junto a un inexperto fotógrafo a un bosque montañoso donde habían desaparecido personas. Era peligroso y la responsabilidad caería sobre él si algo malo les pasaba. La mujer pareció adivinar sus pensamientos.
— Yo me haré responsable de todo. He hablado con Emanuel y él está dispuesto a acompañarme.
Lo pensó un poco pero al final logró convencerlo. Después de varias discusiones se decidió que iría allí con el joven fotógrafo esa misma tarde. Como el equipo que llevaban era escaso, no habría problemas. Sólo llevarían una grabadora, nada de cámaras... Filmarían con el celular de Emanuel. Se planeó para tres días y eso fue todo.
Al enterarse de su huida del hospital sus familiares se molestaron mucho, pero logró convencerlos de que estaba bien, ya no tenía dolores de cabeza y la herida había sanado bien. Por supuesto que no les dijo que iría a la montaña a buscar a su hijo. Aquello sería un secreto.
Antes de marchar al cerro Piltriquitrón, puso todo lo que pensó que iba a necesitar en una gran mochila. Hacía mucho tiempo que no salía de excursión pero pensó que no estaba tan mal preparada. Corrió a la tienda de la esquina a comprar unos gorros... no se acostumbraba todavía a la falta de cabello. Cinco minutos después, un auto se detuvo frente a su hogar.
— ¿Toni? ¿Qué haces aquí? —Antonio Martín era nuevo en el diario, no se sabía bien cuáles eran sus funciones, sólo que era pariente del jefe. Tenía por costumbre llevar a los periodistas a distintas partes cuando no poseían vehículo propio.
— Órdenes de arriba, yo los llevaré —anunció.
Elizabeth se encogió de hombros y entró al auto, junto a su escaso equipaje; poco después los acompañaba también Emanuel.
— Lindo gorro —manifestó con una sonrisa.
— Me veo horrible —replicó desanimada.
— No, no te ves mal...
— Mi cara es muy redonda, no tiene nada de forma —siguió quejándose.
— Yo creo que te ves sexy —intervino Toni con picardía. La mujer lo miró y comenzó a reírse. No se veía nada sexy...
Cuando quiso acordar se dio cuenta de que iban por otro camino, no se dirigieron a las afueras de la ciudad sino que se detuvieron frente a una gran casa de pulcro aspecto y hermosos jardines.
— ¿Por qué nos detenemos?
— Me dijeron que pasara a buscar a Fuentes también —informó Toni. Era un hombre de unos 38 años, muy moreno, barbudo y algo pasado de peso.
— ¿A David? —dijo la mujer confusa.
— Que linda casa que tiene —murmuró Emanuel casi al mismo tiempo.
No había acabado de pronunciar el nombre cuando éste apareció en la ventanilla, abrió la puerta y entró al auto. Llevaba una gran mochila con él, que colocó en sus rodillas. Estaba tan serio como de costumbre. Elizabeth lo miraba perpleja.
— No pensarás que iba a dejarlos ir solos. Siempre fuimos un equipo de tres y lo seguiremos siendo —dijo sin cambiar la expresión.
— Ahora de cuatro —agregó el conductor.
— Ah, sí... Toni viene con nosotros —anunció.
¡Toni! Pero... Emanuel y Elizabeth se miraron preocupados, aquello desbarataba por completo sus planes. Todo se complicaba.
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