↝Recuerdos Robados↜

Aún en trance, uso el mapa para volver a la puerta. Cuando salgo me doy cuenta de que mi transmisor todavía está apagado y lo enciendo. Rita está hablando.

―Las buenas noticias son que las pruebas en cadena han comenzado. Como Ade había dicho, otros Delfos están usando la explosión como distracción, así que los principales no estarán de vuelta en un buen rato.

―Eso no me tranquiliza del todo, joder― grita Milán, el cual parece desquiciado―. Necesitamos salir de aquí.

―Puedo ir a buscaros sin el mapa. La casa no puede ser tan grande, ¿verdad?

Sacudo mi cabeza y hablo.

―Chicos, ¿qué ha pasado?― Las voces de mis compañeros se anteponen unas a otras, hasta que André chista.

―Ade, necesitamos tu ayuda― Leo el alivio entre sus palabras y me alegra que no me pregunte sobre mi parte de la misión―. Milán y yo estamos atrapados. ¿Todavía tienes el mapa verdad? La caja fuerte está marcada con un cuadrado... casi en el centro de la casa.

Saco el mapa y localizo el cuadradito rojo.

―Ya voy. Pero, ¿cómo os habéis quedado encerrados?

―También hay seguridad humana, una especie de contraseña― responde Milán molesto, mientras me apresuro―. Y más que una caja fuerte, esto es una cámara secreta, la cual se cierra en el momento que pasas.

―No teníamos que haber entrado los dos― murmura André.

Camino lo más rápido que puedo sin perderme. Cuando llego al lugar indicado veo una puerta con una franja iluminada en la pared del fondo.

―Estoy ahí, ¿qué hago?

―¿Ves la pantalla?― pregunta André, ante mi gruñido añade―. Un tipo de espejo iluminado...

―Sí.

―Tócalo y un panel numérico aparecerá― Me acerco a la pantalla y la toco. Como André había dicho salen unos números debajo.

―Hecho. ¿Y ahora?

―Pulsa el ocho y el cero. Luego el dos y el seis― Oigo a Milán preguntando qué pasaría si me equivoco de código. Probablemente apagó su transmisor para no dispersar el pánico―. Ahora solo tienes que tocar la luz verde. Está justo debajo de los números.

Tomo aire antes de hacerlo. En cuanto toco la luz, un sonido mecánico retumba en mis oídos. Doy un paso atrás y la puerta se abre. Milán y André se apresuran a salir y, antes de que el sonido se repita, puedo entrever unas escaleras bajando hacia la oscuridad.

André se tira sobre mí.

―Perdón― dice un momento después―, es que pensé que nos atraparían ahí.

―Está bien― Miro sus sacos vacíos―. ¿No habéis encontrado nada?

―No hemos buscado, el transmisor no funciona si bajamos. Y no podemos ir sin mapa― aclara Milán, para dirigirse a la pantalla― ¿Ochenta, veintiséis?

André y yo asentimos a la vez.

―Bien. André tú quédate aquí. Ade y yo bajaremos con el mapa y la lucecita. Traeremos tanto como podamos y en cuanto lleguemos nos abres.

―Espera― André toma el mapa en mis manos y le da la vuelta. En esta cara de la hoja hay menos líneas. Y una de ellas sale de donde se supone está el cuadrado rojo―. No había entendido qué es esto hasta que entramos ahí. Es un mapa de lo que hay bajo tierra― Nos marca la entrada en negro―. No os perdáis.

Milán asiente y aprieta la luz verde. En cuanto nos deslizamos por la entrada entiendo lo que André había dicho, era fácil recordar que para los Principales no éramos más que ratas en un lugar así.

Enciendo la literna y bajamos las escaleras. Cada paso que damos resuena en nuestras orejas. Milán me insta a ir más rápido y acabamos salteando los pequeños escalones a una velocidad vertiginosa. Una vez al fondo, observamos el mapa juntos y decidimos abrir cada cuarto hasta encontrar algo valioso que robar.

Apenas hemos avanzado por el pasillo principal cuando nos vemos frente a la primera intersección.

―¿Derecha o izquierda?― Levanto el haz de luz unos segundos hacia cada lado. El resultado es el mismo: más pasillo. Por eso vuelvo a iluminar el mapa con Milán mirando por encima de mi hombro.

―El camino de la izquierda es simple, las habitaciones estarán pegadas las unas a las otras― dice y levanto una ceja.

―¿Qué estás diciendo exactamente?

―Que tenemos que separarnos. Mira, puedo tomar este camino, solo debo seguir el pasillo y abrir las habitaciones que me encuentre. Tú te llevas el mapa, coges todo lo que puedas del primer cuarto, dejas tu saco ahí y destrozas cualquier cosa valiosa en el resto― Me pone una mano en el hombro, observando el mapa ensimismado―. En el camino de vuelta recoges las ganancias y nos encontraremos aquí.

Nuestras miradas se cruzan en la escasa iluminación y me reprimo de abrazarle. La certeza de que Milán nunca rechazaría la oportunidad que le di a esos Delfos ahí arriba me llena de esperanza. Tal vez pasado el pánico inicial, tras pensarlo un poco decidirían irse. Me aferro a ello y alejo la sensación de fracaso que me había acompañado escaleras abajo. Entendía que muchos Delfos se rindiesen en cuanto una parte del plan salía mal. Al fin y al cabo, antes yo también era así.

Él se quita su mochila y me da un saco como el que llenamos antes. Lo guardo y estoy a punto de marcharme cuando me agarra.

―Espera― Saca algo una especie de botella de su maleta y me la pasa―. Cuando llegues al final empieza a dejar rastro― Abro la botella y la huelo. Es combustible.

―No sabía que...― me interrumpe.

―Mira, esta era mi parte para planear y esto es lo que he decidido. No todo puede ser robado y no pienso dejar una sola gota de riqueza en esta gran mansión― Guarda silencio unos segundos y asiento―. Lo incendiaremos en cuanto crucemos esa puerta.

Se recoloca la maleta y me empuja un poco hacia mi pasillo.

―No tardes. No sabemos cuánto tiempo nos queda.

Aún un poco entumecido y con el combustible entre manos, corro por el pasillo hasta encontrar la primera intersección. Me detengo a inspeccionar el mapa y decido tomar siempre el camino de la derecha.

Tan solo he girado dos veces cuando veo el primer cuarto. No hay una puerta real sino un gran agujero en la pared que cruzo sin ningún problema. Dentro, los jarrones más bonitos que pudiese imaginar brillan al ser iluminados. Deberían castigarla por mantener tanta belleza oculta. Todos tienen patrones y dibujos detallados, algunos parecen contar una historia.

Pienso en robarlos pero desecho la idea al instante pues son demasiado pesados y frágiles. La alternativa -destrozarlos-, casi me da pena. Enrollo el mapa, dejo el combustible y mi maleta fuera. Recuerdo a la Principal que vive aquí a la vez que empujo el primer jarrón al suelo. El sonido de la cerámica haciéndose trizas es reconfortante. Recuerdo su risa macabra a la perfección. El cómo se regodeaba de mi impotencia. Y sus ojos relucientes de rabia, los cuales me persiguieron cada noche en mis pesadillas. Recuerdo el haberme rendido y solo querer irme.

Sacudo mi cabeza para ver la habitación destrozada. Mi mano está sangrando y mis brazos tienen arañazos. No obstante, son mis lágrimas las que queman. Me llevo las manos a la cara y las dejo salir. Veo a mi pequeña Silvia entre mis dedos. Ella me sonríe y patea la literna hacia mí. La literna rueda y choca contra mi muslo. Me aparto las manos del rostro y la tomo.

―No te preocupes. Me vengaré― Miro a mi alrededor antes de levantarme lentamente y recoger mis cosas. Me seco las manos en el pantalón antes de tomar el mapa.

La siguiente habitación, también sin puerta, contiene cajitas llenas de diamantes. Vuelco su contenido en mi saco y cuando este se llena, abro mi mochila y la relleno también. Me seco el rastro de las lágrimas mientras me recuerdo que ella no está aquí, que me está cuidando desde el más allá.

Tomo el mapa y el combustible y echo a correr, girando a la derecha una y otra vez. Cuando por fin llego a un camino cerrado abro la botella y me acerco al único cuarto. Está lleno de cubertería dorada y reluciente. Sin perder más tiempo y pensando que Milán debe de haber acabado para ahora, echo líquido amarillo por toda la zona y al salir voy dejando un fino rastro mientras hago el camino de vuelta. En las intersecciones echo lo suficiente para que el fuego se propague por todas partes.

Tras torcer dos veces a la izquierda encuentro una habitación llena de cuadros. Ni siquiera gasto combustible en ellos, solo los rompo y los amontono lo suficientemente cerca de la entrada. Arderán por sí mismos.

Tras correr y derramar combustible por todas las habitaciones, llego de nuevo a donde mi maleta y mi saco esperan. Para cuando me los coloco puedo sentir mis músculos agarrotados y mi corazón desbocado. Le doy un último vistazo al mapa y me dirijo lo más rápido posible a nuestro punto de reunión.

Al no ver a Milán reviso de nuevo el mapa. Dejo el saco en el suelo y alumbro el pasillo que él debía tomar. Tal vez no fue tan buena idea separarnos.

―¿Milán?― El eco me devuelve mi propia voz, me adentro un poco en su lado del pasillo para poder escuchar mejor. Se me hace un nudo en la garganta, pues oigo ruidos de pelea. Con la maleta aún puesta y sin pensarlo dos veces, salgo corriendo.

Mientras lo hago maquino un simple plan: rociaré al enemigo con combustible, Milán tiene que tener cerillas y así podremos deshacernos de él. El peso de mi maleta me recuerda que los diamantes son lo suficientemente duros para dejar a alguien sin consciencia. Nada de eso me consuela cuando giro y los ruidos se hacen más audibles.

Me aferro a la botella, ralentizo mis pasos e intento acercarme de puntillas al único cuarto iluminado. Frunzo el entrecejo y me asomo. No hay rastro de atacantes en la estancia alumbrada por velas. Milán está sentado de espaldas a mí en frente de una estantería, de la cual agarra objetos frenéticamente. A su alrededor hay dinero y todo tipo de joyas desperdigadas por el suelo.

―Milán― El ajetreo de sus manos se detiene y él se da la vuelta con parsimonia. Las lágrimas y la desesperación surcan su rostro―. ¿Estás bien? ¿Qué...qué ha pasado?

Él rebusca en su bolsillo y me muestra un collar con un reloj colgando. Le miro sin entenderlo, temiendo de repente que hubiese algún Principal jugando con su mente. Pero antes de que pueda decir nada, él lo abre. Y en vez de ver los números y las agujas típicas, me encuentro observando dos fotos. Una chica sonriente a un lado y, al otro, un Milán más joven, aparentemente mucho más feliz.

―También encontré el espejo de mi madre y el anillo de mi padre― Sorbe por la nariz―. No solo nos mata, sino que se lleva cosas para recordarlo― Dicho esto se gira hacia la estantería y sigue revolviendo. Los objetos que caen hacen un ruido insospechado en mi alma. Un fino anillo, apenas reluciente cae y yo veo a una chica castaña, vestida modestamente el día de su boda, dando el sí frente a un chico bajito y flaco quien había trabajado meses para costearse ese anillo. Un ramo de flores a nada de podrirse cae y yo lo veo cuando estaba plantado en el alfeizar de la ventana de una madre soltera; la veo asomándose para hablar con su amante persistente. Una pulserita rosa cae y yo me tiro tras ella pues veo a Silvia, tan sonriente como siempre, saltando por la habitación antes de mostrarme el regalo que su amiga le dió.

Una vez la sostengo entre mis manos, me siento entre el caos que reina en el suelo. Mi mirada baila entre el saco lleno apoyado contra la pared y los objetos de valor despilfarrados. Entonces lo comprendo. Me quito la maleta y la vacío, lo único que dejo dentro son el mapa y la literna. Hecho esto, me dirijo a Milán y agarro todo lo que puedo de la estantería. Él se detiene al notarme y cuando parpadea, creo que por fin puede verme. Cierro la mochila y me levanto.

―Tus bolsillos también― Obedezco y nos levantamos, él con en collar entre sus manos y yo con la pulserita puesta―. Quemaremos el resto― dice entonces, dirigiéndose hacia el combustible. Le detengo exaltado.

―Pero...

―No podemos llevárnoslo todo pero al menos ella no lo tendrá.

Aprieto su hombro, consciente como nunca del peso de mi maleta y derramo el líquido sobre todo lo que queda en la habitación. Dejo un fino rastro mientras recorremos el camino hasta las escaleras cada uno cargado con un saco y un montón de recuerdos robados. Encendemos nuestros transmisores y pedimos a André que abra la puerta.

Salimos y André nos observa uno a uno, pero al menos no hace comentario alguno. Milán enciende una cerrilla y la tira adentro apenas vemos el rojo expandiéndose antes de que la puerta se cierre.

―Vuelve a abrirla― ordena Milán―. No pienso irme hasta estar seguro.

André me interroga con la mirada y yo asiento. Al hacerlo podemos oír el crujido del fuego comiéndose todo a su paso.

―Vamos― André tira de mi brazo, con el cual sostengo la pequeña pulsera sin darme cuenta―. Ya hemos acabado aquí. Vámonos.

Hay un tocador justo al lado de la entrada, veo mi reflejo en él. Hay sangre en mi cara y mis brazos están rasguñados. Me toma dos pasos llegar ahí y destrozarlo. Golpeo el espejo hasta que todos los pedazos caen, luego arrojo los perfumes y esparramo las joyas por el suelo. Me giro hacia mis compañeros.

―Solo nos queda destruirlo todo― respondo―. Sacaremos los sacos, los hermanos de Rita pueden llevar estos también. Destrozaremos todo lo que podamos.

Milán la toma contra las cortinas antes de que yo acabe de hablar. Vuelvo a por mi saco y le tiendo el otro a André. Cuando lo toma, saco el mapa y la literna. Nos guío hasta fuera y dejo mi saco en el suelo. Los hermanos de Rita ya nos estaban esperando ahí y se los llevan inmediatamente. Cuando me voy a dar la vuelta André me agarra.

―¿Qué ha pasado ahí abajo?― pregunta y me seco las lágrimas.

―¡Lo que ha pasado es que hemos recordado!― exploto contra él―. Hemos recordado cuantos Delfos han muerto de maneras horribles por una desgraciada Principal buscando diversión. Esa mujer se estaba riendo mientras quemaba a mi familia. ¡Joder!

Pateo el suelo y me zafo de su agarre para entrar y golpear todo lo que veo. Dejo que mis sentimientos salgan y se reflejen en el caos que dejo tras de mí. Desbarato cortinas y derrumbo muebles. Empujo una estantería y pateo los libros que han caído. Rasgo las puertas y arranco los cuadros. Quebranto cualquier cristal y tiro las sillas de un lado a otro. En la sala de baile me imagino a Silvia con un par de años más, bailando de la mano de algún imbécil que nunca llegará a merecerla.

Levanto los aparatos al fondo para tirarlos y verlos partirse por la mitad. Despedazo cada vestido del armario y estropeo cada detalle de la bonita sala. Los ojos de la Principal, indiferentes y complacidos ante la muerte de la única familia que tenía, me siguen a través de la mansión mientras paso por ella como un tornado.

El olor a quemado me despierta de mi desenfrenada misión. Me tomo un segundo para respirar ese aire. Esa mujer no tendrá nada cuando vuelva, sus pasillos subterráneos no serán más que ceniza. Solo entonces, con mi corazón palpitando menos fuerte en mis oídos que escucho a André a través del transmisor.

―Rita, quédate ahí. Milán cree que sabe el camino.

―¿André?

―Ade, gracias al dios supremo. Milán incendió la casa...

―Bien, entonces salgamos de aquí― respondo.

―Las jodidas puertas se cerraron automáticamente al detectar el humo y las ventanas tienen barrotes, maldita sea― André suena fuera de sí.

―¿Qué me estás diciendo?― pregunto mientras saco el mapa y me encamino hacia la puerta trasera.

―Te está diciendo que a esa perra le importa una mierda quién muera quemado porque ella maneja el fuego. Te está diciendo que esta casa es tan detestable como su propietaria― Milán suena relajado, casi entretenido.

―Cállate, ¡solo cállate!― grita André― Tal vez pueda usar el panel de la puerta delantera para abrirla. Tienes que venir. ¿Todavía tienes el mapa?

―Sí. Sí. Ya voy.

Estoy junto a la puerta trasera cuando lo digo y se me ocurre que no seremos los únicos en morir en esta mansión: los Delfos. Mis compañeros probablemente creen que los saqué de aquí. Me precipito hacia ellos con el humo haciéndose cada vez más inminente. Cuando mis ojos, llorosos e hinchados, no me permiten ver el mapa y la tos ha tomado el control me hecho al suelo junto a la pared. Avanzo gateando y más arañazos se unen a los de mis brazos mientras intento iluminar el mapa e ignorar el calor, cada vez más presente. Un mueble caído me corta el camino así que lo escalo mientras maldigo su tamaño. La literna se me escapa de la mano y rueda sobre el mueble. Estiro el brazo izquierdo para agarrarla pero cae al suelo. Me arrastro hasta el borde para atraparla y mi boca cae abierta.

La literna alumbra un espacio vacío en la pared. Un agujero como aquellos que había recorrido en los pasadizos subterráneos. Me deslizo un poco más y pongo los pies en el suelo, con la luz de nuevo en mis manos enfoco las escalera. Le doy la vuelta al mapa mientras bajo los primeros escalones.

―¿André?... ¿Milán?― Con el lejano crepitar del fuego como respuesta, observo el mapa, las líneas de este pasillo se alargan hasta el final de la hoja y parecen continuar fuera, más allá de la casa. Vuelvo a llamar a mis amigos, intentando recordar cuando fue la última vez que les oí hablar.

Cuando la otra pared del pasillo pasa de humo negro a fuego rojo, decido bajar.

Mis pies casi vuelan por encima de los escalones. Cuando estoy abajo tampoco me siento seguro y sigo corriendo, los Principales estarán aquí en cualquier momento. Atravieso los pasillos tan rápido como puedo, solo deteniéndome lo necesario para asegurarme de estar yendo en la dirección del final de la hoja, esperando encontrar ahí una salida.

En mi carrera me cruzo con un cuarto, el único que he visto aquí. No tiene puerta pero sí rejas. La luz atraviesa las sombras y algo se remueve al final.

―No, por favor― La voz apenas es audible pero veo a un hombre mayor con el cuerpo deformado. Junto a las rejas un cristal iluminado, como el que había presionado antes. Lo toco y los números aparecen un momento después.

―No te voy a hacer daño― Repentinamente entiendo que es un Delfos, uno al que torturaban―. Voy a sacarte de aquí― Me acerco al panel. Recuerdo a Milán repitiendo el código y lo tecleo. Ochenta y veintiséis.

Por un momento temo haberme equivocado pero las rejas crujen y se hacen a un lado. El hombre se acerca a mí, inseguro. Y solo cuando está directamente bajo de la luz me percato de que no está deformado sino que su cuerpo es, de cintura para abajo, el de un caballo. Sí, había leído sobre este tipo de Delfos en mis clases.

Él sonríe frente a mi asombro.

―Lucas, encantado. Ahora móntate sobre mí y dime cómo escapar.

Solo me doy cuenta de lo cansado que estoy cuando me permito dejar de correr. Además, así llegaremos más rápido. Cuando ya hemos salido del mapa que tengo, tomamos siempre el camino de la izquierda, esperando que nos lleve lo más lejos posible. Diez intersecciones más tarde, Lucas pregunta si me puedo deshacer de la maleta, llevo mi mano a ella y la amarro a mi espalda más fuerte. Realmente había olvidado que estaba ahí.

Poco después llegamos a una escalera. La tomamos con precaución y por fin salimos a la superficie. Estamos en algún rincón abandonado de la ciudad.

Un graznido cruza el cielo. Un cuervo real (un pájaro hermoso de plumas negras) sobrevuela el cielo y aterriza frente a nosotros.

La señal de aceptación me pilla por sorpresa. Así que cuando el pájaro vuela hacia mí no le tiendo mi mano, en su lugar se posa sobre mi cabeza y, otra vez, experimento esa sensación de que el mundo gira muy despacio, antes de oscurecerse al completo.

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