Prólogo

Durante mis primeros años de vida, mi madre era mi todo. Siempre, al anochecer, cuando me iba a dormir ella entraba a mi habitación, abría un libro con una cubierta muy bonita decorada con corazones y me preguntaba:

—¿Quieres escucharlo otra vez, mi pequeña cereza? —Sus ojos se achinaban y me miraba con afecto. La historia siempre era la misma; una princesa, un príncipe y felicidad para siempre. Creo que ya sé por qué son cuentos de fantasía.

Solo hasta los cinco años pude sentir el amor de mi madre.

Luego se desvaneció, su luz, su cariño, todo desapareció. O quizás, fue que me empecé a dar cuenta de las cosas, de los problemas, de mi padre llegando a diario en estado de embriaguez, del dinero que escaseaba, de lo poco que le importaba a mi padre.

Yo siempre pensé que mis padres vivían un amor perfecto, pero era una mentira. Yo vivía una mentira.

Las discusiones aumentaban mientras, mi frágil mente rogaba por un poco de comprensión y mi corazón, por amor.

Uno siempre piensa que es su culpa, yo también lo creí. Cuando crecí, mi autoestima era tan baja que si alguien me decía un cumplido no me lo creía, en cambio, cuando alguien me insultaba yo pensaba que me lo merecía.

Durante la primaria, era como una mascota siguiendo a su dueño por un poco de atención. Me concentré en los estudios. Tuve muy buenos puestos en el orden de mérito de cada año.

Al ver el desinterés de mis padres, en la secundaria, las notas, la responsabilidad; la mayoría de cosas dejaron de importarme.

Descubrí un mundo nuevo de emociones, los chicos ya no me parecían tan feos, ni sus maneras de actuar. Me metí en muchos problemas; llamadas de atención me llovieron por montones.

Cuando entré a preparatoria, había mejorado un poco. Tenía una mejor amiga, se llamaba Laiana. Ella era perfecta, mucho mejor que yo.

Las clases empezaron y lo conocí a él, a Dean. Él fue el amor de mi vida. Creo que aún, ahora, no lo supero.

Él impactó de gran manera en mi vida, con una mirada invadió mi mente, con una palabra cautivó mis sentidos y bueno... Mejor te lo cuento.

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