2. La Casta Desollada
La vida de Agust Gunnarsson nunca volvió a tomar colores, solo enseñaba oscuridad en un lugar que ya se encontraba sumergido bajo las tinieblas. El orfanato Salamanka parecía más bien un cruel reformatorio: horarios establecidos, castigos inhumanos, trabajos forzosos, cuidadores despiadados y niños aterrados de vivir. Pero lo más espeluznante de la situación era Él, la gran bestia del bosque nombrado como el Lobo Desollado o el Gran Morador Desollado. Nadie lo mencionaba ni dirigía una palabra sobre Él sin tiritar del miedo o del asombro. El Lobo Desollado era un monstruo que muchos temían o adoraban. Era un ser único dentro de la fauna de Salamanka y con una historia compleja de entender. Aquel rejado de dos metros no era impedimento para atravesarlo y asesinar a sus inquilinos, entonces, ¿por qué no lo hacía? Nadie lo comprendía. En el orfanato, unos niños le crearon un culto, se autoproclamaban «La Casta Desollada» y prometían venerarlo hasta la muerte. Según ellos, el Lobo Desollado era una clase de deidad poderosa que les recordaba que los humanos no eran nada, sobre todo a los adultos megalómanos y narcisistas. El Lobo Desollado era equilibrio y humildad para los que pensaban que podían destruir la naturaleza. La Casta Desollada contaba que el Gran Morador les había perdonado la vida y esa era la razón por la que no los atacaba. Sin embargo, los más escépticos aseguraban que eran idioteces creadas por unos niños sin afecto.
A veces, Gunnarsson veía a La Casta Desollada aparecerse en la noche, siempre tapados con sus abrigos rojizos y máscaras de lobo. Él prefería quedarse con la opinión de los jóvenes escépticos y en realidad, mantenerse lo más lejos posible de todos los que vivían en Salamanka. Y si necesitaba relacionarse con alguien, ese era Bert: su compañero de habitación. Era un chico de semblante reservado pero no un loco.
Gunnarsson necesitaba marcharse y pronto; el problema, era que no contaba con dinero. Conocía una ciudad llamada Auriga y en ese sitio, ayudaban a las personas en situación de calle pero estaba muy lejos de Salamanka y el apoyo era destinado a mayores de edad. Bert le comentó que cerca del orfanato, había un pueblo llamado Gevaudan y que se podía encontrar pequeños trabajos remunerados sin entregar datos personales. A Gunnarsson le faltaba poco para cumplir dieciocho años y no era tanto lo que tenía que juntar para viajar.
Él seguiría luchando y no solo con el fin de empezar una nueva vida: juró buscar al asesino de su madre.
Por ahora, se mantendría inquebrantable ante las garras de Salamanka o al menos lo intentaría.
Una tarde, barriendo el patio, vio a Ffion salir de un cobertizo que se usaba para los útiles de limpieza y arreglos del orfanato. Ella arreglaba su ropa que parecía haber sido tironeada con fuerza. Además, presentaba golpes en su rostro y lloraba desconsoladamente.
Gunnarsson imaginó lo peor.
Era su compañera de cuarto y aunque no hablaban demasiado, no podía soportar verla en ese estado tan vulnerable. Dejó sus quehaceres y corrió a hacia su dirección. Él le preguntó qué le había ocurrido pero no contestó, se mantuvo llorando a mares.
—Dime, ¿qué te pasó?, ¿quién fue?
No hubo respuestas.
—¿Acaso fue alguno de los adultos?
Gunnarsson realizó la pregunta abierta, Bert le mencionó que ciertos cuidadores eran unos abusadores de niños y que siempre buscaban cazar al más débil del orfanato. El peor de todos según el muchacho, era el infame de Adrián Hidalgo, un hombre de mediana edad que gozaba con torturar sexualmente de los pobres huérfanos de Salamanka.
No obstante, ella movió la cabeza en negación.
—Entonces, ¿quién?
—Fue-e-e-e el g-g-g-g-grupo d-d-d-de Sasha-a-a-a-a —gimoteó—. El-l-l-l-l-l-los me-e-e od-di-ia-an p-p-porq-q-que no s-s-s-soy una-a m-m-m-muj-j-jer de-e verd-d-dad, d-d-d-dicen que-e-e es-s-stoy huec-c-ca p-p-p-p-por den-n-ntro.
Gunnarsson no los conocía y tampoco entendía a qué se referían con aquellas palabras; sin embargo, ahora algo intuía sobre Ffion y la razón de tenerla como compañera de cuarto. De acuerdo los reglamentos de Salamanka, las niñas contaban con sus propia área y tenían prohibido mezclarse con los niños. Aunque a veces se les podía ver escondidas en los jardines traseros o secretos.
—¿Te hicieron daño?
—Solo-o-o-o-o me-e-e golp-p-p-pean e in-n-nsultan.
—Nos vengaremos de ellos.
—¿N-n-n-os?
—Sí, nosotros —prometió.
Una ligera sonrisa se dibujó en el semblante de Ffion.
—Regresemos al cuarto.
Unos jóvenes se acercaron a ellos, pertenecían a La Casta Desollada.
—Hola, Agust —realizó una reverencia—, soy líder de La Casta Desollada. Supe que llegaste hace poco a Salamanka, ¿ya conociste a nuestro señor el Gran Morador?
—Desgraciadamente sí, ¿qué necesitas?
—Quería saber si te interesaba unirte a nosotros, no solo adoramos a nuestro señor benevolente, sino que también nos bridamos apoyo mutuo ante las injusticias de Salamanka.
—No, gracias.
A diferencia de los demás, el mandamás llevaba una máscara tipo antifaz.
—Insisto, Agust —repitió el líder.
Toda La Casta Desollada se acercó y rodeó a los jóvenes con el motivo de arrastrarlos a la fuerza hacia el límite del orfanato. Gunnarsson intentó defenderse pero le ganaban en número.
Ellos llegaron al rejado y en ese lugar, prendieron algunas velas.
—Nuestro señor, con su total respeto, hemos traído unos invitados para mostrarles su grandeza, bondad y misericordia.
Gunnarsson odiaba los cultos, sectas o cosas de ese estilo, todo por el modus operandi que empleaban para ganarse adeptos. El miedo o la tristeza no debía ser motivo de manipulación de nadie.
Un chico se acercó al líder, él retiró su máscara y le entregó un cuchillo.
—¿Estás seguro? Podemos buscarte ayuda —dijo entristecido tomando el arma blanca.
—Me han roto, líder —él le mostró una gran erosión que tenía en la lengua— y ya lo habíamos hablado.
—Jeremie...
—Por favor, hágalo.
—Bien... Lo haremos, ¡La Casta Desollada lo hará!
El líder apuñaló en múltiples ocasiones en el pecho del pobre muchacho y luego, comenzó a desvestirlo. Su sangre corría por la hierba, tiñendo la vegetación de una fuerte tonalidad carmesí. Otros miembros se incorporaron a la macabra actividad y cuando notaron que dejó de respirar, decidieron sacar sus propios cuchillos y desollarlo. Los pedazos de su piel pálida las iban lanzando a los territorios del Lobo Desollado y desde la arboleda, emergían pequeñas criaturas oscuras de ojos brillantes que se alimentaban de la carne.
Todo el bosque estaba encantado por extrañas entidades carnívoras.
Gunnarsson gritó encolerizado, les pidió que se detuvieran o que al menos, los soltaran pero nada de eso sucedió.
Ffion cerró sus ojos y no paraba de llorar.
Cada centímetro de la piel de Jeremie fue arrancada. A menudo, tenían problemas para retirarla y en esas ocasiones, la tironeaban como si fuera goma de mascar.
La parte más aterradora, fue cuando llegaron a la cabeza del adolescente. Su rostro se deformó hasta convertirse en una masa roja que exhibía una brutal sonrisa eterna.
—¡Es suficiente, ahora démosle la cena al Gran Morador!
Los demás miembros tomaron el cuerpo parcialmente desollado y lo lanzaron hacia el bosque.
En cuestión de minutos apareció el hedor y sonido de las moscas: era el Lobo Desollado caminando hacia ellos. La bestia observó el cadáver del joven y lo agarró con su enorme hocico para transportarlo a las entrañas del bosque.
—¡Viva nuestro señor! —manifestó el líder.
—¡Viva! —vitoreó La Casta Desollada.
El culto liberó a los dos jóvenes y se marchó, menos el líder que se aproximó a ellos.
—Somos bendecidos e invencibles, deberías considerar unirte a nosotros, Agust.
No era una invitación, era una advertencia.
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