10. El asesino


Ciarán tuvo que retroceder y correr con celeridad por los pasillos hacia el tercer piso. Ahí no había luz, ambos se estarían buscando a ciegas. Pero Ciarán no era un estúpido, estaba mucho más preparado que el asesino porque conocía el lugar. Su intención era bajar por una escalera de exterior que conectaba con el segundo y primer piso. El único problema, era que para llegar a su destino, debía atravesar la planta por completo.

   Detrás de él, escuchó un estruendo originado por una colisión.

   Ciarán siguió avanzando y estaba a punto de alcanzar la puerta que lo liberaría pero su pie derecho resbaló con un trozo de plástico. Él se desmoronó como un saco de papas al piso, torciéndose uno de sus brazos y golpeando su nariz. Trató de levantarse con prisa usando la mano dañada —pésima decisión—, pero esta cedió por el dolor, causándole otro ligero tropiezo.

   Esos segundos desperdiciados jugaron a favor del asesino. Él lo agarró de una de sus piernas y lo arrastró a sus brazos.

   Ciarán pataleó, intentó afirmarse de cualquier cosa pero nada detuvo al criminal. Su rostro malherido quedó a la misma distancia del gran cuchillo del hombre. Y esa arma blanca chorreaba sangre que acababa cayendo en su mejilla inflamada.

   —¡AAAAAAAH! —el gritó pertenecía a Ángeles— ¡¡LLAMA A LA POLICÍA, RITA!!

   —¿¡ES DONALD Y RAPHAEL!? ¿¡DÓNDE ESTÁ CIARÁN!?

   —¡NO LO SÉ PERO LLAMA A LA POLICÍA, RITA! ¡LLAMA A MARTA TAMBIÉN! ¡¡LLAMA A TODOS, POR FAVOR!!

   —¿¡PERO Y CIARÁN!? ¿¡CIARÁN, CIARÁN, CIARÁN, DÓNDE ESTÁS, CIARÁN!?

   —¡LLAMA A LA POLICÍA, RITA!

   Ciarán ni siquiera pensó en contestar los llamados de las mujeres y el asesino ya se había agachado para taparle la boca con su mano.

   —Trata de responderles y después estarás suplicando que te mate —le susurró muy cerca de sus labios cubiertos por él—. Ojalá supieras lo creativo que podría llegar a ser con tu cuerpo y suplicio.

   Ciarán sintió que el asesino había tenido una erección luego de su advertencia. Quizás, imaginó las distintas formas de cómo torturarlo hasta la muerte.

   Observó la maldad absoluta en esos ojos pardos y sintió el hedor de la sangre en su vestimenta: era un verdadero asesino. Él movió su cabeza para indicarle que le haría caso. Sin embargo, era obvio que más tarde lo mataría, ¿por qué lo dejaría vivir tan fácil? Ciarán vio su rostro y apariencia, bastaría con esperar a los policías y confesarles todo lo que sabía de él.

   Debía idear un plan o pedirle una garantía de vida al asesino. Aunque la segunda opción la descartó de inmediato. Aquel hombre no parecía tener intenciones de hacer tratos con él.

   Sí, tuvo que descartar esa idea de sus opciones.

   La puerta que guiaba la escalera se hallaba a solo unos metros de su ubicación, ¿y si intentaba escapar?

   «Sara, lo había olvidado... Gracias», recordó tener guardado el gas pimienta. Ahora solo necesitaba que el asesino alejara su cuchillo de su cara.

   —Serás un buen chico y te irás conmigo —entonó en un tono perverso y entre tanto esperaba su respuesta, jugueteaba con el cabello dorado de Kalergis.

   Él afirmó nuevamente con su cabeza.

   «¿Qué quiere de mí?», se preguntó aterrado.

   —Perfecto —el desconocido pasó su mano por el rostro de Ciarán—. ¿Qué tienes ahí?—mencionó refiriéndose a su parche ocular.

   No contestó, se mantuvo callado mientras le permitía exponer su ojo derecho dañado.

   —Oh... ¿Isacco dejando a alguien con vida? Esto le encantará saberlo.

   Ciarán no entendía a quién se refería, ¿estaba hablando de alguien?

   —Qué linda mirada te proporcionó ese bastardo —el asesino se acercó con la intención de lamer su ojo derecho.

   Ciarán cerró su vista con absoluta celeridad pero juró no gemir: no agrandaría la asquerosa erección del hombre.

   —¡Ja! Levántate.

   Ciarán se colocó de pie y supo que era la instancia correcta para defenderse. Sacó el gas pimienta y lanzó el contenido en el rostro del asesino. Escuchó cómo lo insultaba pero no le importó.

   Abrió la última puerta y llegó a las escaleras. No estaba seguro sobre la efectividad del aerosol y tampoco deseaba comprobarlo, así que aprovechó el tiempo que le dio y bajó rápidamente hacia la primera planta. Continuó por los jardines y se detuvo al sentir el hedor y zumbido de las moscas. El Gran Morador nunca se marchó, siempre se mantuvo en el terreno de Las Camelias. Ciarán se derrumbó en la hierba cuando se encontró con Él.

   Estuvo tan cerca de escapar de la muerte.

   No obstante, el monstruo no tenía deseos de perseguirlo ni nada por el estilo. Ciarán se percató que en su enorme hocico, se llevaba el cadáver de Grace. Tenía las extremidades quebradas, se movían como si no tuvieran huesos. Kalergis concluyó que debió ser un ataque muy doloroso antes de morir. Sintió tanta lastima por la anciana, no merecía un final tan macabro.

   —¡CIARÁN! ¡CIARÁN! —era Rita gritando su nombre.

   Su llamado lo motivó a marcharse y regresar a la residencia.

   —¡Rita, por aquí! —golpeó el ventanal— ¡Rita!

   La mujer apareció por el pasillo y caminó en su dirección. Pero no solo ella venía por él, también el asesino.

   —¡RITA, CUIDADO!

   Incluso con su advertencia, Rita no logró escapar del criminal. Él acuchilló su ojo derecho en reiteradas ocasiones. Su masa ocular se reventó de la misma forma que un huevo al quebrarse. Fueron tantas las veces que apuñaló el rostro de la mujer que, terminó perdiendo la integridad de sus rasgos. La cara entera se transformó en un pedazo de carne sanguinolento.

   Rita había muerto.

   Al ver el deceso de la mujer, el asesino volteó hacia Ciarán.

   —No... —gimoteó al percatarse de la atención del hombre.

   Él fue al ventanal a sacarle el pestillo pero Ciarán la afirmó desde el otro costado, obstruyéndole su salida al jardín.

   —¡Basta, ba-asta! —le suplicó llorando.

   El asesino no respondió, solo se dedicó a entregarle una sonrisa lasciva.

   Atrás de él, Ciarán vio a Ángeles que gritó al notar el cadáver de Rita.

   El asesino cambió drásticamente su objetivo. No le interesaba aumentar los números de personas asesinadas, quería que Ciarán no consiguiera olvidarlo jamás. Anhelaba ser el dueño supremo de todas sus pesadillas y ratos libres. Y al igual que él, tampoco lo olvidaría, menos aquellos ojos pardos llenos de hostilidad. 

   Ciarán retrocedió y se alejó de la residencia. Oía los gritos desgarradores de Ángeles mientras él escapaba a las calles de Gevaudan.

   Apenas levantaba sus rodillas, la cabeza le dolía con bastante fuerza y los escenarios de las muertes giraban en su mente. Se detuvo a descansar pero resultó peor para su delicada situación. Comenzó a experimentar arcadas que venían una tras una, cada vez más potentes e imposibles de ignorar. Asumió que no podía luchar contra sus propias sensaciones y vomitó en el pavimento; de hecho, ni siquiera pudo luchar contra el asesino.

   La policía llegó cuando el criminal ya no se encontraba en Las Camelias.


Notas del autor:

¡Trabajando en más dibujos! No olviden darle estrellita a los capítulos y dejar sus comentarios. Me ayuda demasiado como escritor. c:

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