1. Bienvenido a Salamanka
Todo transcurrió tan rápido ante el lastimado rostro del pobre Agust Gunnarsson.
Su madre había caído en cama por haber visitado —y trabajado— como periodista e investigadora en uno de los continentes contaminados. Lo peor del asunto, era que su padre había muerto de lo mismo y solo habían pasado unos meses del deceso.
Ella se encontraba en fase terminal, no lograba levantarse ni siquiera para ir al baño: usaba pañales y la mayoría de las veces, terminaba ensuciándose por las diarreas explosivas que sufría.
El joven la cuidaba, la alimentaba con comida especial y la bañaba ante su delicada situación. Cada vez que la contemplaba, sabía que no era ni la mitad de lo que fue su grandiosa madre. Siempre fue tan enérgica y feliz pero ahora él tenía que conformarse con hablarle a un cuerpo pestilente, cadavérico y ausente de color.
Una tarde, Gunnarsson salió a comprar, necesitaba comprar pañales, protectores de cama y algún insecticida porque habían aparecido extrañas polillas que emitían un sonido peculiar. Cuando regresó a su hogar, encontró a un hombre —tapado con una capucha negra— encima de su madre: la diseccionaba. El desconocido sacaba uno por uno los órganos y los guardaba en una bolsa. Gunnarsson se quedó petrificado viendo la grotesca escena, sus manos apenas reaccionaron botando los objetos que había comprado. El asesino no le dio mayor importancia a la presencia del adolescente, estaba entretenido extrayendo aquellas vísceras oscuras por la enfermedad. Gunnarsson observó el rostro de su madre, parecía sereno ante la cuchilla del verdugo.
—Basta-a —mencionó adolorido.
Pero el desconocido continuó, pretendía dejar el cadáver vacío.
El adolescente no soportó más y se abalanzó contra el sujeto. Obviamente no tenía oportunidades de ganar, fue derribado con absoluta facilidad. Gunnarsson cayó golpeándose la cabeza en la punta de una mesita que poseía unas flores marchitas. Dada las dimensiones del golpe, el muchacho quedó inconsciente en el piso: unas polillas y pétalos podridos adornaron su semblante taciturno.
Sí, todo transcurrió tan rápido ante el lastimado rostro de Gunnarsson.
Él despertó por la ayuda de un detective. El hombre le comentó que uno de sus vecinos avisó a la policía al ver cómo un sujeto encapuchado y bañado en sangre salía de su casa. Asimismo, le pidió buscar sus cosas para ser transportado a un orfanato dado que todavía seguía siendo menor de edad. Gunnarsson no respondió, aún seguía recordando el espeluznante asesinato en su trastornada cabeza. La expresión de su difunta madre y las manos del asesino jugando con las entrañas putrefactas de ella: toda esa masacre giraba en la cabeza del adolescente.
Fue dejado frente a un edificio que presentaba una arquitectura vetusta: era el orfanato Salamanka. En aquel sitio fue recibido por una mujer detestable que olía a tabaco. Se llamaba Susana Díaz y era una de las cuidadoras del lugar. Ella lo registró y le entregó algunas prendas, entre ellas, un abrigo de color carmesí.
Gunnarsson se movía, aceptaba las cosas que le entregaban pero no hablaba: el trauma era demasiado fresco.
Luego de una breve introducción, la mujer lo guió por unos pasillos oscuros por varias ampolletas en mal estado. Además, el sitio completo apestaba a humedad.
—Este será tu cuarto —le dijo detenida frente a una puerta—. Espero que no des problemas o te irá mal aquí.
Ella se marchó y mientras se alejaba, maldecía a los huérfanos.
Gunnarsson no entró a la habitación, decidió caminar por el enorme terreno del orfanato. Llegó a un extraordinario patio que era ornamentado con unos bellos jardines y árboles de hojas perennes. Contemplar tantos colores exóticos le hizo creer que el escenario debía ser ficticio. Todavía no llegaba la primavera, el invierno aún le quedaba tiempo. Él miró el cielo anochecido cargado de unas nubes grisáceas. Ellas le devolvieron el pesar y le demostraron que no sería el único que lloraría la muerte de su madre.
Unas pequeñas lágrimas comenzaron a descender por sus mejillas que terminaban mezclándose con la lluvia nocturna. Finalmente pudo permitirse llorar, soltar esa tristeza que lo estaba carcomiendo por dentro. Incluso, no tuvo problemas en gritar y tironearse el cabello. Experimentaba tantas emociones: angustia, frustración, vergüenza y enfado. También pensaba en su actual situación, ¿qué podría hacer en el tonto orfanato? Solo bastaba que transcurrieran unos meses para terminar en la calle. La casa no le pertenecía, era arrendada. No tenía más familiares; de hecho, no tenía a nadie que pudiera ayudarlo.
Escuchó unos pasos en la hierba pero no le dio mayor importancia, siguió hundido en sus fúnebres pensamientos.
—Te-e-e est-t-taba busc-c-ando, Ag-gust, e-e-e-l señ-ñ-ñor Luis m-m-me dij-j-jo que lleg-gaste ho-oy.
Gunnarsson no quiso contestar pero si volteó para averiguar quién era la persona a su lado. Se trataba de una adolescente muy pecosa y con abundante delineador. Ocupaba el cabello corto, lo llevaba teñido de forma de molinete: negro y anaranjado. Otra cosa que pudo notar, era su aspecto maltratado a base de cortes y hematomas.
—Niña, ¿tú solo llegas a interrumpir? —limpió sus ojos con una de sus mangas— Al menos... pudiste haberme saludado —dijo enfadado.
El rostro de la muchacha se tornó rojizo como un tomate.
—Lo-o-o-o lam-m-m-ment-t-t-t-t-t-t-t-t-o.
—¡Ja! Qué vas a saludar si apenas sabes hablar.
—Dij-j-j-j-e que-e-e-e lo lam-m-m-m-m-ent-to —repitió forzándose.
—Vete.
—Me lla-a-a-amo Ffion p-p-p-pero tod-d-d-os me-e-e-e-e dice-e-en Pumpkin.
—¡Que te larges!
—U-uhm...
Gunnarsson notó algo extraño en ella: no enfocaba su vista en él, pestañeaba más de la cuenta, sus manos tiritaban demasiado raro para atribuir al frío del ambiente.
No se sentía bien para lidiar con la muchacha, decidió marcharse hasta llegar al final de Salamanka pero dos cosas evitaban adentrarse al bosque: un rejado de dos metros y numerosos dibujos mojados que alertaban la existencia de un lobo parcialmente desollado.
Gunnarsson imaginó que se trataban de tonterías alimentadas por cuentos infantiles; en efecto, no descartaba que La Caperucita Roja haya sido una de las culpables.
—E-e-e-es rea-a-a-al, Ag-gust.
—¿Me estás siguiendo? —refunfuñó— Déjame en paz.
—N-n-n-no te at-t-trevas a a-a-acercart-t-e.
—No seas bobita, Calabacita.
Un aullido se escuchó desde la oscuridad de la naturaleza, el monstruo se hallaba cerca de ellos.
—De-e-e-ebemos irn-nos, ¡ráp-p-pido!
—¿Sigues aquí, niña halloween?
Gunnarsson se aproximó al rejado, lo que causó pavor en el rostro de Ffion. Ella continuó advirtiéndole, le juraba que era una pésima idea mantenerse cerca del límite de Salamanka pero el joven no hizo caso.
La entrada de la gran bestia inició cuando los adolescentes sintieron un nauseabundo hedor que provenía de la oscuridad. Ambos tuvieron que taparse los orificios nasales, la pestilencia era insoportable. Aquella fetidez era más fuerte que el olor del azufre. Gunnarsson se preguntaba: ¿cómo un animal podía tener semejante hediondez? Pero aún no terminaba, luego escucharon una gran cantidad de zumbidos originados por moscas.
«¿En serio estamos hablando de un lobo?», se cuestionó el muchacho.
A solo unos metros de distancia, apareció la bestia acompañada de cientos de moscas y en su hocico, llevaba el cadáver de un niño en estado de putrefacción. Su pequeño cuerpo chorreaba lixiviados y restos de algunos órganos en mal estado. No le faltaban extremidades, el animal jugaba con su premio sin ánimos de devorarlo.
Ojos rojos, enorme estatura y piel parcialmente desollada: era el lobo de los dibujos.
Gunnarsson lo miró y podía jurar que la criatura le advertía lo siguiente: «Un paso más y te mataré. Tampoco intentes provocarme, no tienes oportunidades contra mí».
La joven tomó al muchacho del brazo y optaron por retirarse.
Bienvenidos a Salamanka.
Notas del autor: ¡Hola a todos! Estuve trabajando todo este año para volver con mis retorcidas creaciones. En el caso de que aún existan lectores antiguos (?) esta historia era: El cuento del lobo desollado. A lo largo de este año, realicé muchos cambios y así que decidí modificar el título. :)
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