9. La rebelión del mal.



9


   —Muy bien, escuchen —empieza Mordred para llamar la atención de los lobos. Daría un discurso que los convenciera, y está vez no usaría su don para convencer a los seguidores. Está vez lo haría con la verdad. —Nosotros hicimos un hechizo para que durmiera toda la escuela del bien.

El lobo superior, abrió el paso entre el resto.
—Apartense, o los apartaremos —replica el lobo. —No es momento de los jueguitos infantiles de los niños del mal.

—No creo que sea buena idea —le dice Ravan tras ella.

Mordred lo ignora. —¿Y por qué ponerse en contra de sus futuros villanos? —empieza. —Todos nosotros queremos lo mismo.

—¿Y qué es eso, pequeña bruja? —gruñe el lobo.

—Ganarle al bien —Mordred sabía exactamente que diría, y cómo lo haría. —Miren todo lo que llevan en esos carromatos, vean como nosotros recibimos deshechos del bien —su voz se vuelve más fuerte. —Los villanos terminamos siendo la segunda opción, los únicos a los que castigan, los únicos que pierden en la batalla. ¿No están ya tan cansados de eso?

—¿Qué estás planeando, pequeña bruja? —duda el lobo superior.

—Dormímos a la escuela del bien solo por una única razón —le dice Mordred. —Hoy tomaremos la escuela del bien mientras ellos duermen —ella se acerca entre los lobos, con seguridad. Toma los alimentos de un carromato para mostrarles. —Esta noche haremos que los siempres coman nuestra basura. Nosotros tomaremos sus cosas, su comida y todo lo que queramos.

Los lobos se miran entre ellos, algunos sopesan la idea. El superior, simplemente le mira pensando en las cosas. La situación sonaba casí como un saqueo, pero no quería bandalizar la escuela del bien. Entrarían tranquilamente a tomar las cosas.

—Lo mejor de todo, será que nadie se enterará de lo que haremos —añade ella. —Porque en su lugar, cuando los siempres despierten no notarán que hemos tomado sus cosas. Pues las intercambiaremos por las nuestras.

Se había grabado el hechizo de Lady Lesso. La magia negra de Mordred se encendió, rodeando entre lazos oscuros a la comida podrida del mal, convirtiéndola en un delicioso pastel de chocolate. Pero que al final de todo, seguía siendo esa misma cosa podrida y enfermiza.

—¿Quién está del lado de los villanos? —inquiere Mordred. —¿Quién será leal al mal?

Los lobos murmuran, y simplemente la gran mayoría acepta. Todo dependía de lo que les permitiera su superior. Miraron al lobo de pelaje negro más expectantes a sus órdenes.

—¿Y qué es lo que necesitas, pequeña bruja? —el lobo superior parecía estar de acuerdo. Aunque no le agradaba pedirle información a una jovencita.

Mordred arrojó el pastel de chocolate al abismo bajo el puente. No quería confundirlo con la verdadera comida en buen estado. —Nos ayudarán a llevar la comida, ropa y libros hasta la escuela del mal. Solo tenemos una hora —explica Mordred. —Después de eso, nosotros nos quedaremos a transformar las cosas.

El lobo mira a sus subordinados y acepta. Todos se encaminan a la escuela del bien. Ésto solo era el principio, Mordred había planeado más cosas durante el proceso. Está vez el bien se doblegaría ante el mal.

Pronto, los lobos se apresuraron a hacer las nuevas cargas. Les quitaron los carromatos de acero a los siempres y empezaron a llevarse todo lo que les correspondía a los héroes para los villanos. Mordred y los chicos se adentraron a la escuela del bien, pasando las rejas.

Era la primera vez que estaban allí en el interior del castillo del bien, ya que el Teatro de Cuentos estaba en el exterior. Algunos lobos le siguieron para cargar más cosas. En comparación con la escuela del mal, en la escuela del bien todo florecía y tenía vida. Todo era limpio, pacífico y olía bien.

—Escuche que hay un salón de belleza —se burla Hester.

—Deberíamos ir a arruinar algunas cosas —le sugiere Anadil.

—Tenemos un plan —le detiene Mordred. —Ese tipo de juego debemos hacerlo después. Hoy no hemos venido a atacar la escuela del mal, hemos venido por sus cosas. Un ataque debe ser bien planeado, no así. Y hoy solo planeamos llevarnos sus cosas.

—Simpre tan aburrida, princesita —se queja Hester.

—Yo también quiero hacer algunas maldades. Al menos mientras estemos aquí —sugiere Ravan, con una sonrisa quisquillosa.

—Esta bien —Mordres les concede. —Hagan lo que quieran, pero sean discretos. No dejen evidencia de que estuvimos aquí —. Después de todo. «Desvelaría los hechizos después, cuando la escuela del bien hubiese aprendido». Mordred les entregó la hoja del hechizo para que se familiarizarán.

Se encaminaron a la sección de las cocinas, ya que era la misión principal. Allí los ayudantes y trabajadores del castillo, estaban desmayados sobre el suelo. Ellos entraron esquivandolos. Se notaba que llevaban cocinando la cena del desayuno de los siempres. Tomaron todo aquello preparado y lo intercambiaron por la comida del mal.

Antes de que se hiciera más tarde, Mordred planeaba separarse del grupo para hacer algo más. —Hester y Anadil, ustedes supervisarán a los lobos que salgan antes de la hora. Todavía nos queda algo de tiempo —les indica. —Hort, Dot y Ravan, cuando acaben las cargas empiezen a transformar la comida con el hechizo. Nos vemos en veinte minutos, aún iré por más cosas, hasta entonces no hagan que ningún héroe se despierte.

Mordred no dice más, se va encaminandose a la torre de Honor, dónde se encontraban los dormitorios de los chicos siempres. Le haría una pequeña visita nocturna a Tedros.

Cuándo llegó, se dió cuenta que los chicos siempre no cerraban sus puertas en la noche. Mordred entró a la habitación, dónde los héroes dormían plácidamente bajo su hechizo. Se acercó a la cama de Tedros, está era la más ostentosa de todo el salón, como la mayoría de veces los príncipes tenían más beneficios que los villanos.

Al lado de la cama de Tedros, en la mesita de noche bajo una luz cálida de la lámpara, retosaban dos aves pequeñas, todavía sin plumas de que apenas salieron de su cascarón. Eran las ocas doradas, una de ellas abrió los ojos lentamente. «Al parecer Tedros sí las había cuidado, después de todo no era tan idiota como creía».

Ella acercó un dedo con delicadeza para acariciar al ave y está se aproximó dócil a su gesto.

—¿Qué haces?

Una voz trás ella la asusta. La pequeña ave gazna en respuesta. Dot le había seguido sigilosamente.

—¿Por qué has venido a ver a Tedros? —dice en tono bajo.

—No vine por eso —y era verdad. Ella se alejó de las ocas para agacharse bajo la cama del principe de al lado. Según recordaba, se llamaba Chaddick y era muy cercano a Tedros. Tenía sus libros de clase esparcidos bajo su cama, Mordred los empezó a tomar uno a uno. —He venido por esto.

Nada era mejor que estudiar a la competencia, tenía que familiarizarse con los hechizos que aprendía Tedros para así poder combatirlos. Y ya que Chaddick y Tedros iban en el mismo año, sería básicamente lo mismo.

—Creí que nuestro hechizo había dormido a las criaturas del bien —dice Dot, acercándose a las aves.

—El hechizo solo funciona para nuestros enemigos, por eso los lobos están despiertos. Y seguramente la escuela del bien —Mordred apila los libros en sus brazos, para llevárselos. —Vamonos —le dice.

Bajan de nuevo a las cocinas para darles los últimos cargamentos y que estos se vayan, antes de empezar a hechizar el resto de la comida y las cosas que habían reemplazado. Aún les quedaban veinte minutos antes de que alguien despertará cuando empezaron a irse. Habían sido rápidos y salieron ilesos, todo gracias a sus amigos y los lobos. Si todo salía bien, las cosas cambiarían para mejor en la escuela del mal.

Después de eso, cuando regresaron a la escuela ayudaron a los lobos a acomodar el resto de las cosas en el comedor. Para cuándo se fueron a dormir, era de madrugada y con suerte aún tendrían cinco horas de sueño más. Pero lo mejor de todo es que en la mañana del día siguiente, los villanos no comerían las cosas putrefactas de siempre. Ese día los villanos se darían un festín.
















   Mordred se encontraba en el bosque azul, y era de noche.

Deambulaba entre los árboles con su ropa de dormir, casí como si fuese transportada ahí. Hacía frío y la niebla brotaba del suelo oscureciendo su camino, haciendo difícil ver dónde pisaba mientras avanzaba.

—Mor... —dijo alguien tras su espalda.

Ella se giró, viendo a Tedros. Sintió al frío calarle los huesos, la luna pareció oscurecerse en el claro del bosque.

—Mordred —terminó Tedros.

—Es un sueño —dice ella. Más para convencerse a sí misma.

—¿Lo es? —pregunta él. Extrañamente, como si aquel sueño no fuera un simple sueño.

El brillo de excalibur emanó desde la espada, haciendo retroceder la densa oscuridad del bosque. El filo brillante se postró ante ella amenazandola con asesinarla. Mordred se quedó en su lugar, pensando que hacer. Está vez trata de encender la magia en su dedo, pero su dedo no se oscurece. De hecho, siente una tenebrosa ausencia de su magia dentro de ella.

Está vez, Tedros empuñó la espada brillante contra su pecho. Fue un movimiento tan rápido que no puedo prevenirlo. Mordred sintió a su corazón arder con dolor, sintió como Tedros retorció el filo de la espada dentro de ella. Sintió el arma romper su carne, aproximarse a su hueso.

Ella soltó una última exhalación, la sangre se le subió a la boca inmediatamente. Mordred se despertó, escupiendo de nuevo aquella sangre real en sus sábanas...

Se tiró al suelo a un lado de su cama, escupiendo los restos de sangre, asqueada con el sabor. Ésto no era normal, los sueños con los enemigos no debían sentirse tan reales, ¿O sí?

Sus arcadas eran el único sonido en la habitación, el resto de sus amigas permanecían dormidas. Ella se arrastró en el suelo, aguantando el asco de la sangre. Estaba tan cansada de tener estos sueños, estás pesadillas. Se sentían tan reales, la sangre que escupía era absolutamente real.

«No eran sueños con el enemigo, debía ser otra cosa».

Se sostuvo de su mueble para levantarse, pero lo único que ocasionó fue tirar las cosas de la mesita como los pergaminos y las tintas. Mordred lo recogió, asegurándose de que aún nadie se despertará. No quería que la vieran así e hicieran preguntas.

Se limpió la boca, recogiendo el pergamino. Solo había dormido unas pocas horas, ni siquiera en sueños Tedros le dejaba descansar. Él dormía plácidamente mientras ella se ahogaba con su sangre cada noche. Tedros... Tedros era la causa de sus pesadillas. Seguramente sería la causa de su muerte algún día. Mordred apretó el pergamino en sus manos, las lágrimas se acumularon en sus ojos.

Era una sensación tan horrenda, el sentir que casi moría. Era aterrador, doloroso. «¿Eran así todos los sueños con los enemigos?». 

Lady Lesso le había dicho que un villano jamás escapaba de su destino, que las circunstancias le llevan siempre hasta alcanzarlo. Pero y si las circunstancias terminaban de dicha manera, eso solo significaría que Tedros y ella tratarían de matarse el uno al otro innumerables veces, hasta que uno de los dos venciera al final. Eran la bruja contra el príncipe. .

Mordred no debía quedarse atrás. De hecho, ella debía ser mucho mejor que Tedros, adelantarse a su némesis. Ser mejor que su enemigo. Si no quería terminar a manos de ese engreído príncipe, debía ser más astuta. Pensar por adelantado.

Mordred se limpió las lágrimas, rompiendo su propio compadecimiento. Tomó el pergamino y la tinta, y fue hasta su escritorio acordándose que también tenía pendiente la tarea para Trampas Mortales. Debía pensar en ochenta planes de asesinatos, pues bien, lo haría. De hecho nombraría a su tarea "Cien planes de asesinato para tu némesis".




















   A la mañana siguiente, a la hora del desayuno, en el comedor del mal los villanos se encontraron con una gran sorpresa. Esa mañana la comida no sería fea y asquerosa. Ese día, las mesas estaban llenas de jugosos platillos y estofados de carne fresca con condimentos, pastelillos y bebidas como jugos frutales.

Todos sus amigos se veían bien, disfrutaban de haber hecho una sorpresa para los alumnos del mal. Mordred no había dormido mucho, pero estaba brevemente emocionada de que el mal obtuviera su pequeña victoria.

—Lo logramos —dice Hort con una pizca de felicidad.

—Por qué lo hicimos juntos. Si lo hacemos juntos, todo se puede —dice ella. De no ser por la ayuda de sus amigos y los lobos, nada de esto hubiera sucedido.

—¿Y qué haremos con los siempres cuando nos toque almorzar juntos? —dice Hester. —No pueden darse cuenta que tenemos su comida.

—Por eso ya he pensado en algo —le dice.

—Wow —le menciona con ironía. —La mayoría del tiempo siempre pareces estar un paso adelante de todos. ¿No es un poco raro?

—¿A qué te refieres? —inquiere a Hester.

—Tú sabes perfectamente a qué me refiero.

—Bueno... ¿Y cómo haremos qué no se den cuenta los héroes? —interviene Ravan.

Mordred hoy no estaba de humor para ser condescendiente con todos. Casí no había dormido, y apenas empezaba a comer después de días. —Solo... —cerró los ojos, retomando paciencia. —Empiezen a esparcir la información con los alumnos de que hoy no comeremos con los siempres. Quiero hacerles ver que estamos en un breve levantamiento contra la escuela del bien por lo de las canastas —explica ella. —Hablaré con los lobos para que no lleven comida al almuerzo.

—No puedes simplemente cancelar el almuerzo porque sí —le dice Hester. Extrañamente, hoy Hester no estaba de buenas con Mordred por alguna razón. —Ya hicimos lo que debíamos, ¿Por qué no restregarle a los siempres que tenemos sus cosas? Que hemos ganado.

—Porque aún no hemos ganado —le detiene Mordred. —No pienses precipitado Hester, el mejor don que un villano puede poseer es la astucia y la paciencia —«Eso le había enseñado su tía Morgaus». Mordred veía a sus amigos como compañeros de equipo, y si ella era la líder debía mantenerlos juntos. —Confiaste en mí el día que nos conocimos y confiaste en mi anoche —le dice a Hester, se acerca a ella para tomarle el hombro con confianza. Aunque ese breve gesto, no le gustó mucho a Anadil. —Confia en mi para el resto de los planes. No perderemos si nos mantenemos unidos, como amigos. Vendremos a comer aquí después del almuerzo.

Hester se lo pensó mejor. —Eso espero, princesita del mal —toma a Anadil del brazo y juntas se van a una mesa a buscar bocadillos.

Los profesores estaban tan sorprendidos como el resto de los alumnos, disfrutaban de la deliciosa comida. Con la única excepción de Lady Lesso. Quién permanecía de pie, poderosa e imperturbable en el inicio del salón, viendo como el resto de la escuela disfrutaba.

«La decana Lesso y lo de anoche. No lo había pensado hasta ahora».

—Creo que Hester está un poco celosa de ti —dice Ravan sacándola de sus pensamientos.

—Eso no es cierto —defiende Dot al instante.

—Yo creo que sí, y pronto lo verás —le sigue la conversación él.

—A veces las brujas compiten por poder —se le une Hort a Ravan. —Por eso algunas se matan entre ellas...

—No hables así de ella mientras no esté aquí —dice Mordred. —Nadie menciona nada malo de ninguno, ¿Entendido? Mientras seamos amigos, no vamos a traicionarnos. Así que por favor —pide con amabilidad— hagan que la información del almuerzo se esparza.

—No intentaba decir nada malo, solo hice un comentario. Que casualmente será asertivo, pronto —continúa Ravan para hacer enojar a Dot.

Mordred los dejó, encaminandose para hablar con la decana, abre camino entre la multitud y las mesas para llegar hasta el lugar de los profesores. Lesso estaba regía, el bastón en sus manos solo alimentaba su elegancia villanesca. Le miró acercarse con neutralidad.

Ella saluda a Lesso con una breve inclinación de cabeza. —¿Disfrutá del mejorado almuerzo? —dice, para empezar una conversación.

—Veo que después de todo, planteaste bien tus jugadas —dice Lesso. Tras ella, la mesa de profesores estaba próxima. —Y hasta ahora, nadie del bien se ha enterado. Me informaron que convenciste a los lobos para hacer tu voluntad en este inusual truco. Al parecer eres muy ágil con las personas.

—¿Lo cree?

—Si no es eso, debe ser algún tipo de trampa especial. El talento especial que portas como villana —menciona Lesso. —Por ahora has salido ilesa, pero como ya te he dicho antes, cuando alguien hace algo malo su castigo siempre le espera al final.

Es lo último que dice, Lesso baja los peldaños del lugar del profesorado y comienza a irse. Parecía que lo que sea que hubiese sucedido en la torre de la reina malvada, solo había sido producto de la imaginación en la mente de Mordred. Después de todo, eso sería lo mejor. 

Más tarde, después del almuerzo. Cuando fue la clase de Entrenamiento de Secuaces, Castor les hablaba de que empezarían a crear sus ayudantes mavados para entrenarlos. Mordred había traído el huevo oscuro de la oca, Hester antes le había prestado el libro para eclosionar criaturas, pero no le habia funcionado. Las ocas de Tedros ya estaban creciendo, y su huevo aún era un cascarón vacío y frío.

Por ello lo había llevado hoy a clase de secuaces, se aproximó al profesor Castor para preguntarle.

—Este es el huevo que la oca me dió, pero no he podido eclosionarlo —dice Mordred. —Lo intenté con lo que dice este libro, en la sección de las aves —ella le enseña al profesor perruno. Castor simplemente le mira con desdén, como si escucharle fuera agotador. —Pero no funciona.

—Por que quizá tú secuaz no sea una ave —le regaña. —Niños estúpidos y malvados ¿Cuántas veces les he dicho que las cosas no son lo que parecen? Dígame, cuántas...

—¿Y como puedo saber que criatura es? —le replica Mordred. —Si la ví salir exactamente de la oca, debe ser una oca negra o algo así.

—Ya basta incitadora, no eres la profesora aquí —gruñe Castor. Sus colmillos perrunos se asoman. —Prueba cada cosa que dice este libro. Solo así podrás averiguar con que procedimiento eclosiona y que criatura es.

Mordred regresa a su lugar, molesta. «¿Cómo podía ser algo diferente? Le vió salir de la oca y si no era otra oca, ¿Qué clase de criatura podría habitar dentro del huevo?».















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