6. El deseo del villano.





6

  
   Al día siguiente, para su buena suerte no había tenido pesadillas con Tedros. Lo que le permitió llegar temprano a la primera clase en la mazmorra congelada de Lady Lesso. Los pupitres estaban hechos con hielo mágico que no se derretía, el frío del salón era tan alto que cada vez que los alumnos exhalaban, se formaba una especie de nube saliendo de sus alientos. El frío calaba tanto los huesos que hasta Hort titiritaba mientras se abrazaba a sí mismo.

—El frío les endurece las venas, jóvenes villanos —habló Lady Lesso. Se dispersó y empezó a caminar entre los pupitres, taconeando en el suelo congelado. —¿Quieren un poco de calor? En el salón de torturas hace mucho más calor —Lesso estaba cerca, y golpeó su bastón en el pupitre de ella para llamar su atención. —¿No es así, Mordred?

«Sí que había hecho calor en ese oscuro lugar, pero solo cuando la decana había aparecido». Mordred asintió, pasando el nudo que se había formado en su garganta. —Es verdad —fue lo único que logró responder.

Lady Lesso le dió la espalda y se encaminó de vuelta a su sitio del escritorio. —Como algunos deben saber, y otros no, solo un verdadero villano en carne y alma es capaz de tener los sueños con el archienemigo —explicó la decana. —Los villanos forjados de pura maldad son bendecidos con el poder de ver el rostro de sus enemigos en los sueños. A lo largo de cada sueño se les revelará poco a poco el rostro de aquellos héroes a los cuales deben derrotar, maldecir o matar.

«Sueños, enemigos. Tedros». Mordred levantó instantáneamente la mano para hacer una pregunta. —Profesora Lesso —llamó.

La decana se giró y le dió una mirada para que hablara de una buena vez.

—¿Dice que si un villano sueña con el enemigo, su rostro se revelará gradualmente a lo largo de los sueños? ¿Qué pasaría sí... —Mordred dudó si continuar, las miradas indiscretas de sus compañeros estaban sobre ella. —¿Qué pasaría sí un villano en el primer sueño con el enemigo, viera desde un inicio y a la perfección el rostro de su rival? Incluso antes de conocerlo en la vida real.

Lesso meditó con intriga un segundo, luego tomó la empuñadura de su bastón con precisión. —Eso es imposible.

Hester fue la primera en reírse, escuchó decirle a Anadil que su pregunta había sido increíblemente estúpida.

—¿Pero y si alguna vez sucediera? —volvió a insistir Mordred, ignorando a Hester.

—Nunca ha sucedido algo parecido dentro de la escuela del mal en años —respondió Lesso como si fuese su última respuesta respecto a este tema.

Mordred entonces retrocedió en el respaldo de su silla dándose por vencida.

—Pero sí alguna vez sucediera, como expresaste —continúo Lady Lesso, hizo un gesto extravagante con su mano— sería un caso extraordinario. Un villano qué es capaz de desvelar el rostro de su archienemigo en el primer sueño, es un villano en extremo poderoso. Significa que existe una maldad infinita dentro de su alma.

«Pero Mordred no estaba contenta con la respuesta por qué sabía, y Morgaus le había advertido que solo los mejores villanos obtenían los peores finales». Ahora que finalmente estaba conociendo la escuela del mal, había algo que no le convencía del todo.

—¿No está de acuerdo con mi repuesta, señorita Mordred? —hizo alusión Lady Lesso, se aproximó a su pupitre. Sus tacones resonaban en el resto del salón a cada paso. —Las respuestas no son siempre lo que esperamos —sentenció. Cuando estuvo frente a ella, Lesso se inclinó ante ella y le acercó los dedos al rostro. Mordred se puso nerviosa, pero lo único que Lesso hizo fue depositar algo pegajoso en su mejilla. Era una calcomanía que parecía una verruga.

—Todos deberían estar atentos a la clase, tanto cómo la señorita Mordred para hacer preguntas —la decana se dirigió al resto de los alumnos. —Continuando con la clase, deben entender que no aceptaré ineptitud y fracaso dentro de esta clase. Es por ello que su primera tarea para la próxima clase será memorizar ochenta planes de asesinato —desafió Lady Lesso con una sonrisa malvada.





   Su segunda clase era Entrenamiento de Secuaces, Mordred se sorprendió al ver que el profesor era un perro de dos cabezas. Una cabeza era de pelaje oscuro y brillante ojos rojos, era el profesor Castor. La cabeza contraria del perro, poseía ojos azules y pelaje blanco. Ambos compartían a parte del mismo cuerpo, las orejas puntiagudas.

—Finalmente se aparece la incitadora principal del mal —le habló Castor con un gruñido. —Despues de perderse la primera clase de este curso.

—No sucederá de nuevo —prometió Mordred.

—Más vale que así sea. —Castor avanzó a un pedazo de tronco cortado, ahí había un animal del bien. La clase de secuaces de hoy se hizo en los exteriores de la escuela del mal. —Como explicaba, la victoria de un villano proviene de la lealtad y el trabajo de sus secuaces. Al final del año algunos de ustedes terminarán siendo secuaces y solo dependerán de su líder, pero mientras tanto el desafío de hoy —Ladró señalando a un ave de plumaje dorado y brillante, los huevos que protegía eran parecidos al oro. —Su primer desafío es conseguir que está estúpida ave ponga para ustedes uno de sus preciados huevos.

—¿Cuál es el truco? Si las ocas de huevos solo escuchan a los siempres y odian a los villanos —reclamó Anadil.

—Ya saben que el mejor mal se disfraza de bien —sonrió con crueldad Castor. —Ahora, inténtelo.

Mona fue la primera voluntaria, se acercó a la oca ordenandole que pusiera un huevo para ella, pero luego de unas tres veces, Mona perdió la paciencia y tomó del cuello a la oca zarandeandola.

—Me toca a mí  —le interrumpió Hort, emocionado. Pero apenas Hort iba a hacer sus maniobras villanescas cuando la oca comenzó a lanzarle picotadas, Hort retrocedió para esquivar y Hester lo empujó a un lado.

—Son todos unos idiotas —Hester caminó hasta la oca, solo para pegarle una patada con dureza en el estómago. La oca inmediatamente sacó un huevo dorado para la villana. El número uno se formó arriba de la cabeza de Hester entre rayos verdes y niebla oscura. Su calificación.

—Tu turno, incitadora —le ladró Castor.

Mordred dió unos pasos hacía la oca, ahora ella protegía el resto de sus huevos. No quería golpearla ni molestarla como los demás, pensó.

«No eres como los demás». Escuchó una voz en su cabeza, completamente diferente a la de su conciencia. ¿Cómo?

«Puedo cumplir el deseo que más anhela tu corazón». Dijo de nuevo esa voz, la oca inclinó su cabeza hacia ella.

«Pero yo no deseo nada, actualmente». ¿Que podría desear? ¿Y si era un engaño del ave?

—¿Qué es lo que deseas tú? —preguntó Mordred a la oca en voz alta, el resto de sus compañeros le miró extrañados.

«Tu sangre». La oca señaló su dedo amoratado por los pinchazos de la aguja para coser de sus vestidos.

Mordred se encajó la uña en los pinchazos de su dedo, abriendo la costra para que se liberará una gota de sangre, oprimió su dedo para obtener más y así se lo extendió al ave. La oca tomó un brinco en su nido y se inclinó ante su dedo para beber de su sangre. Pero la oca picoteo más, obteniendo demasiada.

—¿Qué está haciendo? —preguntó Anadil.

Mordred aguanto el dolor y esperó mientras el ave volvía a su nido, y en pocos segundos ponía un último huevo, pero este no era dorado como los otros. Este era tan negro como la misma oscuridad. Pronto las plumas doradas de la oca se tornaron en grises, así como sus ojos. Entonces el ave cayó muerta sobre su nido. El número uno estalló en llamas rojas sobre su cabeza, era diferente al de Hester.

Todos soltaron sonidos de sorpresa.
—¿Qué significa eso? —le preguntó Ravan al profesor.

—Que la oca puso un huevo especial para el único villano que logró domarla. Pagó con su vida el deseo del villano —explicó Castor. —Eso es lo más maligno que jamás haya visto hacer a un estudiante de primer año.

Pero todos habían entendido mal, porqué ella no había pedido nada en absoluto. Ella le había cumplido un deseo a la oca, la sangre de una bruja. La oca se la pidió porque quería morir, y al último, solo para agradecerle le había dejado el huevo oscuro.

Al final de la clase Mordred tomó el nido de huevos y al ave muerta, y se la llevó al almuerzo que compartían con los siempres. Primero, le daría un entierro digno al ave.








Era la primera vez que Mordred venía al almuerzo en conjunto con los siempres, ya que el día de ayer se lo había perdido por su castigo, pero hoy sería diferente. Tenía una misión, el ver cómo la oca se habia sacrificado por su deseo le había dado una corazonada. Y así, siguiendo su instinto Mordred impregnó una gota más de su sangre en cada uno de los huevos dorados.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Dot, siguiéndole en el jardín dónde los siempres y los nuncas convivían su almuerzo. Cada uno con su bando correspondiente.

Vió desde lejos a Tedros, hablando con sus amigos como si nada de ayer le hubiese afectado. Mordred respiró profundo para tomar paciencia y evitar el odio que se sembraba en su interior. Cada que lo veía sentía en la lengua el regusto de la sangre. La sangre de ella o su rival.

—Dot, ¿Podrías ocultar esto y cuidarlo bien? —Mordred le entregó el único huevo el cuál no manchado de su sangre, el huevo oscuro. —No dejes que ninguno siempre lo vea, y sobre todo Tedros. ¿Entendido?

Dot asintió, tomando con cuidado el huevo. Se lo guardó en el bolso extenso de su vestido negro, dónde guardaba sus bocadillos.

—Y no lo conviertas en chocolate —le advirtió Mordred.

Ella se encaminó hacia el príncipe de Camelot con los huevos dorados de la oca. Su sangre se había impregnado en sus cascarones, y solo se notaba una difuminada mancha.

Una chica siempre llegó y la frenó en su caminó. La misma princesa Beatrix, casi le tiraba el nido. —No te acerques a Tedros, ya le has causado suficientes problemas.

—No me digas, ¿Y tú eres su princesa, no?

—Soy su princesa y lo protegeré de tu maldad, es lo que hace el bien —dice Beatrix con arrogancia.

Mordred podría burlarse, hechizarla y hacerle un sin fin de cosas. Pero su repertorio de hechizos e insultos, era tan preciado cómo para desperdiciarlo en un ser cómo esa princesa.

—Esta historia es entre Tedros y yo, no te metas en cosas que no te conciernen o de lo contrario, no querrías saber que haré contigo después —Mordred aparta a la princesita, retomando su camino.

Los amigos de Tedros le hablan para que volteara, pues su bruja enemiga estaba tras él. Tedros dejó su almuerzo, para enfrentarla.

Mordred se dió cuenta de que el principe tenía en el cinturón de armas la misma espada que en sus sueños la asesinaba. Ella ocultó muy bien su incomodidad sobre esa arma.

—¿Qué quieres? —preguntó él con seriedad.

—Voy a olvidar por unos segundos lo que pasó ayer, solo por ésto —Mordred le extiende el nido de huevos.

—¿Qué clase de truco planeas? —le dice con absoluta desconfianza.

—Esto no es ningún truco —habla Mordred en tono conciliador. —Estos son animales del bien. Su madre murió y necesitan protección. Y solo el bien puede protegerlos.

Tedros bufó una risa, cruzando los brazos. —¿Una villana que salva a criaturas indefensas? Es un chiste que jamás he escuchado.

Mordred quería golpear su estúpida cara de héroe, pero en su lugar se contuvo y dijo —Es por eso que te los entregó a tí. Eres un alumno del bien, debes proteger a los indefensos —extiende de nuevo el nido.

Tedros piensa unos momentos, y luego acepta el nido de la oca. —Si ésto es uno de tus trucos malvados, no ganarás.

—Solo... Cuídalos bien —Mordred se dió la vuelta y volvió con su amiga Dot a dónde se había quedado.

Dot había visto la interacción entre la villana y el héroe. —¿Qué fue todo eso? ¿Qué planeas? —la vió con sospecha.

—Nada, aún —Mordred tomó a su amiga del brazo con confianza y se encaminaron a donde los lobos repartían la comida para los villanos. —Un villano nunca revela sus secretos.





   Para la noche en la habitación 66, las villanas se preparaban para dormir. Anadil le daba pedazos de queso enmohecido a su rata, mientras que Hester encendía velas de llamas verdosas para el retrato de su madre, la cuál se encontraba en el nuncamás. Dot se trenzaba el cabello en su cama. Mordred miraba desde el balcón hacía el puente que dividía a ambas escuelas, ahí veía a los lobos descargar cosas y cargamentos de la escuela del bien.

Mordred habló muy fuerte para qué todas escucharán. —¿Saben que tienen los cargamentos de los lobos a esta hora?

—Traen cosas como comida y armas —le responde Hester.

«Así que la comida tan asquerosa que les daban provenía de la escuela del bien». ¿Cómo podían darles a los villanos lo peor de lo peor? No era justo para nadie. Los héroes se atragantaban con carne de buen gusto, pasteles deliciosos y muchos alimentos mejores que los que le entregaban a la escuela del mal.

—¿Porqué recibimos sus desechos? —pregunta Mordred en voz alta, empezando a molestarse. —¿Porqué en la escuela del mal todos debemos ser tratados así por esos malditos héroes?

—Así ha sido por mucho tiempo, los villanos estamos acostumbrados a eso —escucha decir a Anadil.

—Pero no debería ser así, no hay equilibrio en eso —Mordred se adentra a la habitación. —¿Porqué nadie ha intervenido por el mal?

—Por que el bien ha sido protegido por muchos años y al mal nadie lo ha protegido jamás —dice Hester acostándose en su cama.

—Deberia ser protegido por alguien. Nosotros somos los villanos, deberíamos proteger al mal.

—Eso no funciona así —Anadil se ríe. —El bien defiende, el mal ataca. Así son las reglas.

—¿Y quién hizo esas reglas? —dijo Mordred tenaz, cruzándose de brazos.

—El director —responde Dot.

—¿Y él de que lado es? Del bien, exacto. Por eso los ha favorecido tanto. Es hora de que los villanos obtengan lo mejor de lo mejor también.

—Ya basta, defensora del mal —Hester ya estaba tapada con sus sábanas. —Somos villanos, hemos venido para prepararnos para nuestros cuentos, no para rebelarnos contra el director.

—Nunca dije nada de rebelarme contra él —Mordred se sentó en su cama, cuidando de su preciado huevo negro. —¿Alguien conocé un libro sobre eclosionar huevos de criaturas malignas? —cambió de tema.

—Si te callas por el resto de la noche y me dejas dormir, mañana quizá te presté uno —dijo Hester.

—Te tomaré la palabra, así que no lo olvides —Mordred tomó al huevo de oca y lo acomodó en un lugar seguro, dónde no pudiera caerse y romperse antes de tiempo.

Ver a los lobos traer los cargamentos le habían traído una magnífica idea para emplear al siguiente día. Cómo decía Anadil, nadie defendía al mal. Y era hora de que alguien lo hiciera, por al menos una vez en la vida.


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