5. Detención.



5

   —Suélta, me haces daño maldito lobo —replicó Mordred, se tiróneo con fuerza del agarre de un solo guardián lobo, mientras el otro la sostenía.

La habían traído a rastras mientras se resistía la mayor parte del tiempo, estaban llegando a los terrenos de la escuela del mal, cuando ella les hizo detenerse.

—No es cómo si fuera a ser tan patética cómo para huir, ¿A dónde podría ir? No sé han planteado esa pregunta.

—Dile éso a la bestia —el lobo que la sostenía la empujó contra el otro.

—Ire por voluntad propia —Mordred se alejó antes de caer en las garras del otro. —Si me enseñaran el camino.

El lobo gris se rió con amargura. —Una nunca que se cree osada. Esos siempre terminan siendo destruídos por la bestia —dijo terrible suspenso.

—¿Quién es la bestia?

—Lo sabrás —el otro lobo le tiróneo del brazo, volviendo a lo mismo.

La arrastraron hasta la parte baja del castillo, dónde se encontraban los antiguos túneles. Era una sección de calabozos entre las cloacas, aquí había un río cubierto de fango asqueroso y vegetación podrida por el exceso de humedad.

Tiraron de unas rejillas oxidadas para acceder en los calabozos, había una abastecida oscuridad que solo era evitada por la luz de las pocas antorchas. Le metieron en una celda húmeda, y trataron de atarla a una silla de hierro chirriante. Está vez Mordred no se opuso contra los guardias. «Todo era culpa de Tedros, él le había empujado primero. Pero los siempres nunca eran castigados, no, ellos tenían que ser siempre los buenos del cuento».

Los guardias se retiraron mientras un nuevo lobo ingresaba a la celda, sus ropas eran de cuero negro. Lucia cómo un auténtico verdugo. A Mordred finalmente le dió un poco de miedo cuando la bestia le sonrió con crueldad.

—Mordred de Avalón —habló el lobo gris. —Has sido traída al salón de torturas por el crimen de daño contra un profesorado, daño contra el bien e ir contra de los principios del mal.

El lobo se acercó, era grande y feroz. En su mirada se notaba que disfrutaba de todo el dolor y crueldad que obtenía día a día en este tenebroso lugar. —¿Cómo te declaras?

—Muy culpable —Mordred pensó en una idea para posponer su castigo. —¿Pero quién se encargará de hacerte un juicio a tí, bestia? Tantos alumnos torturados por tú mano, ¿Eso no te agota ni un poco?

El lobo ignoró deliberadamente sus palabras, o solo fingió eso. Se acercó a una mesa dónde se distribuían objetos de tortura y herramientas para infligir dolor. Paso su dedo sobre ellos, meditando entre cuál de ellos seleccionar.

—¿Qué eras antes de ser el verdugo de los niños del mal? O más bien, ¿Quién eras? —la pregunta hizo eco en la oscura habitación.

—Eres una de las que les gusta hablar —dijo tomando un artefacto parecido a unas pinzas. Tenía un pico afilado en la contraparte. —Me preguntaste qué fui antes —el lobo se acercó sosteniendo el objeto. —Será una pena que no podrás divulgarlo para que los demás aprendan. Ésto —señaló su objeto de tortura—, es para la lengua de los que nunca se callan. Así cerraras la boca.

Mordred intentó finalmente liberarse de sus ataduras, pero los lobos se habían encargado bien de no dejarle escape. La bestia le alcanzó, con sus garras le tiróneo la cara para que abriera la boca. —Era hace una vez, un alumno qué...

—No... ¡No! —gritó ella.

La puerta de acero oxidado crujió al abrirse, la bestia echó un vistazo para ver quién había entrado. Mordred se soltó del agarré del lobo.

Unos tacones de acero resonaron en el salón de tortura.

—Dejanos —era la voz gélida de Lady Lesso. —Yo me encargo.

La bestia accedió sin cuestionar a la decana, pero dándole una mirada de advertencia a Mordred de que tendría una tortura muy larga con él más tarde. Se retiró lanzando su instrumento de castigo sobre la mesa.

La decana Lesso esperó a que el lobo saliera, después cerró la puerta con su magia. Las bisagras rechinaron por el metal viejo, ahora Mordred no sabía a quién tenerle más miedo, si a la bestia o a Lady Lesso. Ella se aproximó, usaba su habitual traje elegante, solo que está vez no estaba manchado de lodo, y no usaba su sacó. En su lugar tenía las mangas subidas y las manos en los bolsillos.

«Aun se veía molesta por lo que le había hecho en el bosque azul».

—Le juró que mi intención no era atacarla a usted —trató de explicar Mordred. —Tedros atacó primero, ¿No debería ser castigado también? ¿Dónde está el equilibrio entre el bien y el mal?

Lesso hizo un gesto con sus dedos para que se callará. Observó la misma mesa de tortura.

—Tú... —empezó a decir Lady Lesso con la voz oscurecida. —En un principio, creí que tu malvada tía bruja solo alardeaba sobre tí. Ella me dijo que tu serías la villana que está escuela necesitaba. Al principio estaba segura de que eras otra patética estudiante...

La decana se acercó más a su silla, le acarició un mechón de cabello suelto. Mordred se quedó casi sin aliento.

—Más tarde, noté algo en el bosque azul que me hizo cambiar de opinión respecto a tí. —La distancia de Lady Lesso la dejaba frente a ella, se inclinó a su altura para mirarle a los ojos. —Solo el mejor mal es capaz de cautivar al bien para servir a su lado —Lesso le tomó el mentón con el dedo, levantándole el rostro. Sintió la uña puntiaguda de la decana en su piel. —Corrompiste a un héroe para que atacará primero. En años no he visto a nadie hacer algo parecido.

Mordred se puso un poco nerviosa con la cercanía de Lady Lesso. Pero no eran nervios comunes. Comenzaba a darse cuenta que en el salón de la tortura hacía calor, tanto como para empezar a transpirar.

—¿En... en serio? —preguntó Mordred, sintió la boca un poco seca. «¿Qué le pasaba? ¿Porqué tartamudeaba de repente».

La decana sonrió notando su nerviosismo, alejó el dedo de su mentón y lo encendió en magia púrpura. Las ataduras de cuero se abrieron, liberando sus manos magulladas por haber tironeado de ellas.

Lady Lesso se alejó entonces, recuperando su altura y viéndole de nuevo con superioridad. —Aún queda ver de qué eres capaz —le dijo. —Hasta entonces, te daré el beneficio de la duda.

—¿Esperé, no va a... castigarme? —dudó Mordred.

—No aún —respondió Lesso. —Tu castigo vendrá cuando el Siempre también sea castigado, esa es la escencia del equilibrio. Hasta entonces, mantente lejos del lodo, pues la próxima vez no lo dejaré pasar. ¿Entendido?

Mordred se levantó de la silla, masajeando sus muñecas lastimadas. «¿De verdad la estaba dejando libre?».

— Sí, pero... ¿En serio hará que castiguen a Tedros por lo que hizo? —le preguntó a la decana.

Lesso meditó su respuesta unos segundo antes de responder. —Lo intententaré. Ahora, retirate ya.

Mordred se apresuró a la salida antes de que Lady Lesso cambiará de parecer y decidiera castigarla. Pero en el umbral se detuvo en secó, para ver de nuevo a la decana. «¿Porqué de pronto le ayudaba?».

—Se qué el mal no debería agradecer, pero le agradezco que apareciera antes de que esa bestia me torturara —dijo Mordred, evitando sonar sentimental o algo parecido.

—Recuerda que aún no has sido expiada del todo. No decepciones al mal.

Mordred asintió y salió, en el pasillo se echó a correr a la salida para que la bestia no le viera y saldará cuentas con ella.





   Ella iba caminó a su habitación cuando ya era de noche, se había perdido la segunda clase del día, pero eso ahora le daba igual. Se sentía aliviada de que la decana le dejara salir ilesa de su castigo. Sentía que pese a todo, su día se había hecho largo por todo lo que sucedió y solo quería descansar para reponer fuerzas.

Pero cuando abrió la puerta de su habitación, se encontró con algo parecido a una reunión. No solamente estaban sus tres compañeras de habitación, sino también Hort y Ravan con una chica de piel verde llamada Mona y su amiga Aracne.

—¿Qué están haciendo todos aquí? —les preguntó, mientras ingresaba a la habitación.

—Trajimos regalos para nuestra nueva capitana del mal —dijo Mona animada, tenía un libro en sus manos.

Hester exasperó y puso los ojos en blanco con las palabras de Mona.

—Todos creen que ahora serás la nueva capitana del mal después de lo que le hiciste a Tedros —comentó Ravan.

—Y todos te hemos traído regalos, o bueno la mayoría —acompletó Hort.

—Pocos recuerdan que para ser la verdadera capitana del mal, debes ser la número uno en todo y tener un alma verdaderamente maligna, no solo incitar una pelea el primer día —habló Hester.

—Hay que admitir que todos disfrutamos que le dieras su merecido a ese presuntuoso y presumido —le dijo Anadil.

—Sí —admitió Hester de mala gana. —Pero no creas que yo te daré un regalo.

—Ni yo tampoco —se le unió Anadil, cruzándose de brazos.

Mona se le acercó y le tendió un libro de cubierta verde oscura y desgastada que decía "Hechizos para torcer el bien al mal", le hizo pensar en las palabras de la decana en el salón de torturas.

—Es muy antigüo y ya lo he leído muchas veces. Quizá podría servirte —explicó Mona.

—Pues gracias, será muy útil —Mordred sonrió. —Pero de verdad no tenían que traerme nada, lo que pasó no fue algo que planeara. Además, ese tonto salió ileso.

—Eso que importa, Lady Lesso intervino, se puso furiosa después de que te llevarán e hizo que encerrarán a Tedros en la torre del bien —contó Hort. —Ahí no sucede lo mismo que en la sala de torturas, pero el encierro cuenta como algo parecido a un castigo.

«¿La decana intervino? Creía que por sus palabras, Tedros no había sido castigado, ¿Pero si así fue porque la liberó?».

—Yo también te hice un regaló —dijo Dot, un poco tímida. Le entrego una caja marrón de moño negro.

Mordred la abrió, viendo que el contenido eran tres aves transformadas en chocolate. —¿Esto no se derrite fácilmente, verdad?

—No. Las hice especiales para tí —mencionó su compañera.

—Gracias Dot.

—Y falta el mío —Arachne, la chica cíclope se le acercó con un pay de cerezas, sin envoltura alguna. —Se lo quité a un siempre en el almuerzo —admitió felizmente, acordándose de su enfrentamiento con el alumno del bien.

—Gracias —sonrió, nunca había pensado que todos serían tan agradables con ella. No había hecho mucho de especial, aunque se sentía bien tener a más personas a las cuales agradarle y hablar. «¿Se volverían sus amigos? Nunca había tenido amigos antes, creía que eso solo era para el bien».

—La verdad yo tampoco te traje nada, pero porqué primero debemos saber si serás la capitana y no te volverás una mosca mogrifa al terminar el año —dijo Ravan.

Hort le dió un golpe amistoso, —Ella no terminaría como una mosca, quizá como un estrinfalo o un cuervo. Además, yo si te traje un regaló —Hort se le acercó y le entrego un parche negro de pirata.

Todos le miraron extrañados.

Hort se encogió de hombros. —Por si algún día quieres dejar de ser una bruja y volverte una temible pirata villanesca. Te invitaría a mi barco. Cuándo tenga uno

Mordred tomó el parche, poniéndoselo y haciéndolo lucir ante sus compañeros. —Bueno, al menos ya tengo una alternativa. ¿Quieren un pedazo del pay de cerezas?

Los chicos asintieron, y Mordred corto un pedazo de tarta para todos. Dot y Hort quisieron comer una doble rebanada, y Mordred les dió la suya. No le importaba que ni siquiera probará una pizca de ese pay, pensó que lo que más importaba era la gente que se encontraba ahí reunida por ella, sus nuevos amigos.

«¿Quién había puesto esa tonta regla de que los amigos del mal debían traicionarse y tratarse mal entre ellos? ¿Por qué el mal no podía ser tan leal como el bien? ¿No era eso injusto para el mal? ¿Dónde se encontraba el equilibrio en ello?».











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