4. Pelea en clase.
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Mordred se despertó. Escupió la sangre de su boca sobre las sábanas. Despertó acalorada por el sueño, se había sentido casi tan real. Cuando Mordred se limpió la boca con la mano, se había mordido la mejilla mientras tenía la pesadilla. Respiró aliviada de que la sangre en su boca no fuese por la herida dentro de la pesadilla.
«¿Quién era él? El chico de la pesadilla, ¿Acaso era...?».
—¡Despierten, ratas pestilentes! —escuchó gritar la voz de Lady Lesso en todos los dormitorios.
Mordred se levantó apresurada de la cama, se alzó la camisa y revisó su abdomen, preocupada por el sueño, pero el resto a parte de la sangre en su boca había sido todo un sueño.
—¿Qué te pasa? —le miró Hester desde su cama con voz somnolienta, apenas despertándose.
—Nada —contestó Mordred limpiándose bien la sangre de los labios. —Deberían apurarse, o llegarán tarde a clases.
En suelo, yacía su nuevo atuendo. La aguja continuaba cociendo y acabando los últimos trazos. Mordred tomó del suelo su nuevo vestido, y aún con la aguja cociendo, salió de la habitación llevándoselo. Apenas saliendo de su puerta dió unos pasos rápidos, y chocó contra la espalda de una mujer.
Tras ella, su puerta se cerró.
Lady Lesso se giró brevemente, viendole desde arriba con superioridad. Evidentemente la decana era más alta que ella.
—La primera nunca puntual, que impredecible —Lady Lesso le dió un vistazo de pies a cabeza. —Aunque olvidaste los zapatos —señaló con su bastón a sus pies descalzos.
Mordred retrocedió, mirándose los pies desnudos. Apenas notaba la frialdad del piso. Había salido con su ropa de dormír, el vestido en su mano. —Discúlpeme —se excusó, por el empujón.
Lady Lesso levantó su bastón contra ella, pero no le tocó, simplemente le señaló. —Los villanos no se disculpan.
La voz de Lesso era tan superior, que una pocas palabras sonaban como una verdadera orden.
—Por supuesto —hizo entender Mordred.
—Ve a cambiarte, los baños están arriba —Lesso le señaló con su bastón al restó del pasillo. El cuál aún estaba vacío, ningún estudiante parecía haberse despertado.
—Sí, graci... —Mordred se detuvo antes de agradecer. «¿Qué le pasaba? Se portaba como una tonta, el mal nunca agradecía tampoco».
Lady Lesso resopló una risa, diciendo —Agradecer es para el bien y los siempres.
—Sí, lo sé —fue lo único que pudo decir, antes de darse la vuelta.
Caminó por el pasillo a dónde le había señalado la decana, aunque apenas se daba cuenta que de nuevo había olvidado de sus zapatos mientras hablaba con Lady Lesso. No iba regresar por ellos para no quedar cómo una tonta ante ella de nuevo.
En el resto del pasillo, escuchó la voz de la decana de nuevo.
—¡Despierten viles gusanos! ¡El mal no aguarda! —sus palabras hicieron eco en las habitaciones de los estudiantes, mientras golpeaba su bastón haciendo ruido en cada una de las puertas.
Los lobos aullaban desde alguna parte del castillo, haciendo saber que era tiempo de clases.
El día de hoy, la primera clase que tocaba era Cómo Sobrevivir a los Cuentos de Hadas, para desgracia de los nuncas está clase la compartían con los siempres. Los villanos tenían un camino largo a la clase, ya que tenían que caminar hasta los terrenos de la escuela del bien, para poder tomar el Tren Floral que los llevaría al bosque. La decana de la escuela del bien y Lady Lesso acompañaban a los estudiantes por si había contraproducentes, o algo así. Eso pensaba Mordred.
Los villanos y los héroes abordaron los cajones del tren floral, se le llamaba así porque supuestamente cada estación pertenecía al nombre de una flor. Mordred tomó un asiento, a su lado Dot comiendo un chocolate de cualquier otra cosa que se haya topado en el camino.
—¿Quieres? —le ofreció Dot un mordisco.
—No, estoy bien.
—Hoy no desayunaste.
Porqué el desayuno era asqueroso, pero no volvería a admitirlo en voz alta. Un villano que se quejaba era una villano débil, así le había enseñado Morgaus.
—No tengo hambre —dijo Mordred y en parte era verdad, tenía la mejilla lastimada y le ardía un poco al hablar. Pero un grande villano aguantaba el dolor sin quejarse.
Pasaron estación tras estación, lo que podía ver desde su ventana era como cambiaban los colores de los árboles y las flores en cada estación. Pero cuando llegaron a la última, en el corazón sintió una dolorosa y punzante advertencia.
Apenas se abrieron las puertas, Mordred fue la primera en salir, ignorando lo que le decía Dot tras ella. Fue cegada por un momento debido la extensa luz del bosque, apenas acostumbró sus ojos, vió los árboles a su alrededor y su corazón dió un huelco al ver que todos eran azules.
Sintió el recuerdo de la sangre en su boca. Era esté... Era el bosque en sus sueños.
—¿Estás bien? —preguntó Dot tocándole el hombro.
Mordred se quedó sin habla, viendo el cielo, buscando las señales de su pesadilla. «Los cuervos y las palomas peleando entre ellas...»
Pero no vio nada de eso.
—Bienvenidos, nuevos estudiantes —habló un gnomo de traje verdoso, tenía un gorro naranja. —Soy el profesor Yuba.
Mordred lo ignoró y se tocó el abdomen por instinto, dónde en sus sueños una espada terminaba enterrada allí.
«Su sueño era el futuro? ¿Cuando pasaría?».
Lady Lesso avanzó con la profesora Dovey para controlar a los estudiantes del mal y el bien. Sin embargo, su mirada se clavó en ella, extrañada.
«¿Porqué se ponía de esa forma? Solo había sido un estúpido sueño y nada más».
—Para iniciar esta clase, deben saber las cinco reglas esenciales para sobrevivir a su propio cuento de hadas en este bosque—explicó el gnomo. — Número uno, el mal ataca y el bien defiende. Dos, el mal castiga y el bien perdona...
Mordred dejó de escuchar las siguientes reglas cuando sus ojos se encontraron con los de un chico, eran igual de azules que el resto del bosque, y su cabello tan rubio como los rayos de sol.
—Cinco, el mal odia y el bien ama.
Fue lo último que escuchó antes de que su esencia se volviera más oscura, una extraña sensación de odio se apoderó de ella cuando vió al chico.
Era casi que su corazón punzaba con un extraño odio, mientras lo veía a cada segundo. El chico le miró fijamente, y supo quién era ella. O más bien la reconoció.
Mordred se aproximó a él con total decisión. Era él, el chico de sus sueños. El que la asesinaba con una espada.
—¿Qué te sucede, nunca? —le reclamó una siempre con cabellos dorados en rulos, le miró fijamente con desaprobación.
Mordred ignoró a la siempre, para decir —Eres Tedros, el hijo del rey Arturo.
Él era su rival, no lo conocía de rostro pero sí que sabía su nombre, Morgaus se lo había dicho.
Tedros sonrió con suficiencia, como si fuera el más adorado por toda la vida. —Así es, y tú eres...
—¿De que agujero saliste, nunca? —dijo la chica de nuevo. Interrumpiendo —Teddy no le hagas caso a esta malvada.
—Salió del agujero vacío de tu tonta cabeza —le replicó Hester a la siempre, uniéndose a Mordred—, ya que no tienes ni un apíce de cerebro.
—No tienes que ser tan desagradable, bruja —defendió Tedros.
Las palabras del principe colmaron la paciencia de Mordred.
—¿Y que hay de ti? Eres un siempre, y aún así eres desagradable —Mordred defendió a Hester. Aunque no debería, ya que el bien solo defendía.
—Lo dice la bruja villana, por cierto ¿Cuál es tu nombre? Seguro uno insignificante —se burló Tedros.
—Vaya, hablando así diría que eres un villano, pero no. No tienes el valor para serlo, solo eres un estúpido príncipe mimado, al cuál sus sirvientes le limpiaban el trasero desde bebé —le contestó Mordred. —¿Y ahora quién limpia tu trasero, niñito de papá? ¿Los siempres?
Hort y Anadil que también estaban cerca, se rieron. Tedros se enojo en serio, pero no tenía nada más que decirle. En su lugar le mencionó a la chica siempre. —Ignorá a las brujas, Beatrix. Ellas son tan horripilantes, que siempre buscarán hacer infelices a los héroes porque son tan feas que no pueden ser felices por sí mismas. Tienen que arruinarle la vida a alguien más.
Tedros se giró, extendiendo su brazo caballerosamente para la princesa.
—En ese caso hay que ver dentro del cuento de tu propia madre, la reina Ginebra —dijo Mordred, sabiendo exactamente que lo que diría a continuación sacaría de sus casillas a Tedros. —Una mujer que engañó a su propio esposo con su mejor amigo y abandonó a su hijo para huir con su enamorado...
Tedros se detuvo, y se giró con lentitud para encararla.
—No te atrevas a hablar así de mi madre y padre —dijo receloso Tedros.
—¿Qué dice esa regla? —dijo burlonamente Mordred, su instinto de villana se había apoderado de ella. Las palabras malignas salían de su boca sin poder controlarlas. —El mal traiciona, el mal lastima ¿No es así? ¿Y qué es tu madre, sino una bruja que traicionó y lastimó al rey?
Mordred sí que lo vió venir, pero no intentó evitarlo cuando Tedros se abalanzó literalmente contra ella. La empujó y ella terminó callendo de trasero entre el lodo y los deshechos de los animales del bosque.
«Su vestido nuevo, se había arruinado».
Tedros se rió de su caída, al igual que sus amigos los siempres. Lady Lesso y la profesora Dovey, ya habían puesto atención a su pleito, así como en el resto de la clase.
Mordred se quedó callada, mirando a cada uno de los que se reían de ella, pero sobre todo a Tedros, cuando se levantó del lodo asqueroso. Sus puños se habían cerrado en más lodo y deshechos. Arrojó una bola de lodo contra Tedros, pero el príncipe la esquivo agachándose, y la bola de lodo terminó impactada en el rostro y cuello de Lady Lesso.
«No, no, ¿Qué había hecho?».
El resto de los alumnos contuvo el aliento. Todos, incluyendo los siempres temían a la reacción de Lady Lesso. En su lugar, la decana se quitó el lodo de su mejilla lentamente mientras le miraba fijamente con una aguda advertencia, extrañamente tranquila.
—Yo... No era mi intención, era... Para él —Mordred intentó explicarse.
«Maldito Tedros, cómo lo odiaba».
Lesso la señaló con su larga y puntiaguda uña plateada. —Llévenla al salón de torturas —ordenó.
Tedros sonrió. Casi le pareció a un villano que había cumplido su cometido.
Los lobos aparecieron de algún lado en el bosque.
Mordred se decidió en un segundo. —Si van a castigarme, al menos que sea por algo que hice bien.
Está vez el resto del lodo salpicó a Tedros. Mordred no le dió oportunidad de limpiarse, tomó una rama dura y ancha y le golpeó la cabeza con ella.
Tedros se tambaleó, aturdido por el golpe. Mordred se abalanzó contra él, e hizo caer a ambos en el lodo. Allí, Mordred le hundió la cara al príncipe en los deshechos, mientras los demás siempres la abucheaban, y los nuncas la alentaban.
—Maldito mimado —Mordred le adentro más la cabeza, intentado que el principito se tragara el lodo. Tedros peleaba, pero casi sin ver. Sus ojos estaban llenos de porquería. Intentó empujarla para hacerla caer, pero eso solo le dió más fuerza a Mordred para hacerlo pagar.
—¡Ya basta, niña! —escuchó quejarse a la decana del bien.
Mordred no se detuvo, lo hizo con más alevosía, embarrando a Tedros de todo ese asqueroso lodo. Los lobos llegaron y la quitaron de encima de Tedros. Mientras ella pataleaba y luchaba para seguir dándole su merecido. Los lobos la cargaron entre ambos, sosteniendole los brazos y sometiéndola. Los nuncas aplaudían y se emocionaban, estaban orgullosos de su nueva villana.
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