3. Cena con los villanos.


3

   El comedor del castillo, era tan oscuro como todo el resto de la escuela del mal, del techo caía un candelabro de hierro forjado en forma de telaraña, iluminaba el comedor con pocas velas. Habían dos mesas largas que terminaban en una última, al fondo del salón. Una mesa de profesores, dónde la decana estaba sentada en el centro, observando a sus alumnos con agudeza.

En la entrada del salón, se encontraban más mesas con guisos extraños y bebidas. Los alumnos tomaban sus bandejas abolladas y ponían sus platos para que los cocineros les sirvieran.

La influencia sobre Hester se había acabado, ella avanzó adelante, para tomar su cena, Anadil y Dot le siguieron tomando sus bandejas. Mordred se formó detrás de un chico escuálido y pálido. El chico se giró, su nariz estaba enrojecida como si se fuese a resfriar o tuviera muchos mocos.

—Hola, Hort —escuchó decir a Dot tras ella. —Nos encontramos en el lago.

—Cuando las aves se llevaron mi camisa —respondió Hort. Le sonrió, como alentandola a hablar. —¿Y quién es ella, una lectora? —dijo dándole un vistazo.

—No, no lo soy —respondió Mordred. «Esto le empezaba a molestar». —Y si escuchó a alguien más decir eso, recibirá una terrible maldición de mi parte.

—Entonces eres una completa bruja.

Hort estaba absorto con ellas, que la anciana cocinera le dijo que se apurará en la fila o que se largara de ahí. El chico se acercó para su porción y después se fue a una de las mesas.

Mordred tomó una bebida de verde brillante eléctrico, se acercó para que le dieran su porción de comida. Le sirvieron un plato de algo que parecía una sopa viscosa y gris con pedazos de carne oscura. «Bueno, al menos no eran manzanas. Ojalá no supiera tan horrible como se veía».

Dot, Hester y Anadil se sentaron cerca de Hort, él estaba con otro chico de cabello largo y oscuro, sus ojos se veían cansados. Ella se sentó frente al chico.

—Ravan, está es... —dijo Hort, dándose cuenta que no conocía su nombre.

—Mordred —mencionó ella.

—¿Espera no eres Mordred de...

—De Avalón —terminó de decir Ravan por Hort, asombrado.

—Dicen que eres la enemiga de Tedros —soltó una risita Hort. —Aunque creí que Mordred era un hombre, suena a un nombre de hombre.

—¿Te parezco un hombre, tonto? —dijo irritada Mordred.

Para no decirle más insultos al pobre chico, tomó unas cucharada de esa sopa viscosa y extraña. Se adentro una cucharada en la boca antes de que sintiera el sabor. Pero apenas sintió el sabor, lo escupió todo de vuelta en el plato.

—¡Qué asco! —se quejó Hester. —Salpicas, hazlo lejos de mí comida.

—Esto sabe horrible, ¿Qué buscan, envenenarnos? —replicó otra queja Anna.

—Se ve que ya habla como una verdadera villana —dijo Ravan.

—O quizá sea una princesita, después de todo ¿No dicen que en Avalón solo crecen manzanas dulces? —les dijo Anadil al resto de los chicos.

—Esto no es comida, parecen deshechos —intentó justificarse Mordred.

—Entonces vete con los asquerosos siempres a comer dulces y pasteles, y no nos molestes —bramó Hester volviendo a su comida.

—¿Y porqué los siempres comen lo dulce y delicioso, mientras nosotros comemos lo amargo y asqueroso. Eso es injusto para todos los villanos —empezó a alzar la voz Mordred.

Se giró a la mesa de profesores, ahora Lady Lesso le veía desde ahí. Parece que había alcanzado a escuchar unas cuantas de sus palabras.

—Así debe ser, al bien le gusta lo dulce, al mal lo putrefacto —dijo Hort revolviendo unos verdosos fideos.

—¿Y quién puso esa regla? ¿Quién dijo que los nuncas deberían recibir toda la porquería de los siempres? Eso no es equilibrio —dejó en claro Mordred.

—Así siempre ha sido, no pelees más Blancanieves, no hay manzanas que puedas comer aquí que no estén envenenadas —le dijo Hester.

Dot le tiróneo del brazo, señalando con la mirada a qué Lady Lesso le miraba, y que si seguía diciendo cosas así, habría consecuencias.

—Mejor come ésto —Dot le entregó un pedazo de chocolate, tenía una extraña y perfecta forma similar a la de un pájaro pequeño.

Mordred le dió un mordisco a la cabeza del ave de chocolate, crujía en su boca cada que lo masticaba.

—¿Es un ave de verdad, cierto? —preguntó notando el extraño sabor del chocolate.

Dot asintió feliz, orgullosa de su talento. A Mordred no le importó mucho, de hecho no recordaba haber probado el chocolate antes. Así que se comió al resto del ave.

Cuando terminaron de comer, regresaron a su habitación. Entre ella y las chicas, se habían contado un poco de dónde venían. Pero cuando llegó de vuelta a la habitación, sobre la cama de Mordred había un baúl oscuro al lado una caja mucho más pequeña, con un bien hecho moño negro.

Mordred se acercó para abrir el baúl, adentro había ingredientes de pociones que podría necesitar en clase y utensilios para prepararlas como toda una bruja experta. Tomó la caja pequeña, y la abrió soltando el moño oscuro. Adentro había una nota con tinta roja, decía lo siguiente:

"Una antigüedad de tu madre, para utilizarla deberás dar un sacrificio de sangre. No olvides que tiene tanta conciencia como un objeto maligno. Úsala a tu provecho.

Que te vaya fatal en todo, Morgaus".

En la caja había una aguja más grande que las agujas normales de costura, era plateada y estaba atada a un hilo negro. La aguja mágica por si misma se levantó flotando ante ella.

—¿Qué es eso? —preguntó Anadil, intrigada.

—Creó que es...

La aguja se lanzó con agilidad a ella, le pinchó el dedo sacándole una gotita de sangre. Apenas la aguja absorbió mágicamente su sangre, se lanzó a toda velocidad, haciendo un tejido con el hilo negro, el cuál se extendía más y más.

—Una aguja hechizada para hacer vestidos —dijo Mordred. «Sin duda este era un regalo muy útil». —¿Quién pudo haber traído mis cosas aquí, las dejé en casa?

Dot se acercó mirando con curiosidad como la aguja se movía con habilidad y destreza tejiendo el inició de un atuendo.

—Tu tía debe de ser muy influyente en esta escuela, o bueno, al menos con la decana Lesso. Ella es la única que permite que las cosas entren y salgan de la escuela del mal —comentó Dot.

«¿Lady Lesso? ¿Ella había entrado a su habitación para dejar sus cosas? ¿Enserio tenían tan buena amistad Morgaus y la decana?».

—Jamas había visto a una aguja encantada que hiciera vestidos —dijo Hester, interesada.

—¿Porque? ¿Quieres uno, Hest? —le molestó a propósito Mordred. —Quién es la princesita ahora?

Hester le dió un codazo para que se callará.




   Mordred estaba en un bosque, aquí no hacía frío o calor, lo cuela era muy extraño. Las criaturas salvajes se escuchaban a la distancia entre los árboles. Aquí los árboles era en de varios de azul, no se parecía nada al bosque de Avalón, no, este lugar era distinto, casí se sentía en la atmósfera los residuos magia antigua.

Ella levantó la vista al cielo, tratando de ubicarse. Arriba vió cuervos y palomas aletear sobre los árboles, empezaron a enfrentarse unos contra otros, mientras se escuchaban los estruendosos gaznidos de su enfrentamiento.

Frente a ella, Mordred vió a su propia mano extenderse ante ella, sostenía un frasco de vidrio, el interior era líquido de color dorado. Casi se sentía un movimiento involuntario, como si no lo causará ella sino alguien más.

Aquello en su manos era una poción, lo sabía muy bien. «¿Pero que causaba?».

Ella le extendió en frasco a un jóven frente a ella. Él era más alto, de hombros anchos y cabello rubio. Sus ojos eran parecidos al mismo azul que algunos árboles del bosque.

Ella se vió, solo pudo ver su reflejo a través de los ojos del chico. Se vió a sí misma, era una imagen que le resultaba casi conocida, como si la hubiese visto en una ilustración de un cuento.

Él chico tomó la poción en su mano, el portaba calidez y le sonreía con confianza. Aceptaba lo que ella le daba.

Pero tan pronto cómo él tomó la poción, su rostro se transformó. En su lugar el joven se volvió más cruel, casi maligno, él le arrojó la poción a un lado con una mueca de despreció.

El chico de cabellos dorados desenfundó su pulida espada, una espada tan brillante como el mismo sol. Y así como la espada se levantó tomando el reflejo de la luz, está oculto su filo y luz, adentrándose en el abdomen de Mordred.

Ella sintió el dolor, el ardor del corte en su propia carne. Sintió como la sangre del estómago se le subía a la garganta, en su boca solamente sentía el sabor del hierro en su sangre. Mordred tosió, asfixiandose con su propia sangre, tosió y tosió. Sentía que su propia vida se iba de a poco...

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