Crossover 1 - Isla de personajes
Los rayos de sol sobre su cara lograron que abriera los ojos después de varias horas inconsciente. Lo primero que vio fue el mar, cosa que le impactó, pues no recordaba cómo había llegado hasta allí. Aturdido, consiguió levantarse y caminó sin rumbo en busca de ayuda.
No fue hasta pasados unos quince minutos que vio la figura de una persona en la orilla. Corrió hasta esta y, al llegar, se dio cuenta de que se trataba de una niña de aproximadamente diez u once años. Se arrodilló junto a ella, la zarandeó para que se despertara y los ojos color café de la pequeña se abrieron al instante.
—¿Tú quién eres? —preguntó alarmada.
—Soy Óscar, ¿estás bien?
Lo miró con desconfianza, luego fijó su atención en todo lo que había alrededor.
—¿Qué hago aquí?
—No lo sé, yo tampoco sé cómo he llegado, pero no te preocupes, encontraremos la forma de volver a casa —dijo él con positividad.
Con ayuda del chico de pelo castaño, la pequeña se puso de pie. Al caminar unos pasos se percató de que los vuelos de su falda burdeos estaban empapados y pesaban, así que se detuvo para escurrirla.
—Yo me llamo Emma.
—Es un nombre muy bonito.
—Oye, si nos quedamos aquí para siempre, ¿me pedirás que sea tu novia cuando yo sea grande?
Óscar aguantó las ganas de reír, pero no lo hizo porque la pequeña lo miraba muy seria.
—Es que a mí ya me gusta otra chica... —intentó explicarle.
—¡Y a mí me gusta Hugo! Pero si no lo vuelvo a ver tendré que rehacer mi vida —razonó.
Antes de que Óscar pudiera responder, escuchó un grito, giró la cabeza hasta el lugar de su procedencia y vio a un chico corriendo hasta ellos. Era alto, de piel clara y rubio, cuando lo tuvo cerca notó que sus ojos eran claros, casi cristalinos.
Emma pensó que se había equivocado al elegir a su futuro novio si se quedaba en esta isla para siempre.
—Pensé que estaba solo —dijo con alivio—, ¿sabéis dónde estamos?
—No, ninguno de los dos sabe cómo ha llegado hasta aquí —habló Óscar.
—Todo esto es muy raro... —Intentó recordar una vez más, pero sus últimos recuerdos estaban borrosos—. Debemos explorar la isla —sugirió y luego se dio cuenta de que no se había presentado—. Por cierto, me llamo Alex.
El moreno y la pequeña también se presentaron. Después de esto, Alex decidió cómo actuarían, dirigir era algo que siempre le había gustado hacer, además de que se le daba bastante bien, por algo había conseguido llevar su empresa a lo más alto a pesar de su corta edad. Primero, bordearían la isla en busca de restos de alguna embarcación que les aclarara cómo habían llegado hasta allí, incluyendo la búsqueda de más supervivientes en esta fase. Lo siguiente sería adentrarse en la isla en busca de refugio y alimento.
Poco después de comenzar, se encontraron con dos personas más. Las dos eran mujeres: la primera una rubia de ojos azules y la segunda una pelirroja de ojos verdes. La rubia tendría unos veintitantos años y la pelirroja unos sesenta y tantos.
—Estrella, mira qué hombres nos ha regalado el universo —le susurró la rubia a la pelirroja mirando con descaro a los dos chicos que se acercaban.
—Menos mal que hay algo bueno en esta isla.
Cuando estuvieron frente a frente el chico de ojos cristalinos habló:
—Hola, somos Alex, Óscar y la pequeña es Emma, no sabemos cómo llegamos hasta aquí, ¿ustedes recuerdan algo?
—Yo soy Estrella y ella es Carolina, estamos igual que vosotros. —Encogió los hombros—. Lo último que recuerdo es estar haciendo zumba.
—No entiendo nada, debe haber alguna luz que nos guíe, tenemos que seguir buscando —murmuró Óscar.
—Yo estoy muy mayor para tantos trotes —se quejó la pelirroja.
—Venga, Estrella, si tú estás en forma —la animó Carolina.
Volvieron a ponerse en marcha, debían terminar de bordear la isla. Durante el camino, Carolina aprovechó para acercarse a Alex.
—Podrías quitar esa cara de rancio y disfrutar del sol, ¡es maravilloso!
—Tenemos que volver a casa.
—Ya, pero mientras tanto podemos divertirnos. Por ejemplo, revolcándonos desnudos por la arena. —Le guiñó un ojo.
—Tengo novia.
«Mierda», pensó la rubia y le dedicó una sonrisa para luego acercarse a Óscar, tal vez con él tendría una oportunidad.
—¡Hola! —lo saludó y le puso su mejor sonrisa—. Hace mucho calor, ¿y si nos damos un baño?
—Primero tenemos que explorar la isla, seguro que encontramos algo que nos ayude a salir de aquí.
—Explorar la isla no servirá de nada.
El chico no quiso darle la razón, no podía quedarse aquí, no ahora, quería seguir conociendo a Elizabeth, su nueva compañera de trabajo.
Mientras tanto Estrella hablaba con la pequeña del grupo, le causaba ternura y le recordaba a su nieta años atrás, temía que estuviera asustada con la situación.
—¿Y qué quieres ser de mayor? —le preguntó la pelirroja.
—La novia de Hugo —contestó Emma.
Estrella sonrió.
—Me refiero al trabajo.
—Ah, quiero ser psicóloga, como mi madre —dijo con orgullo—. Ella ayuda a las personas a resolver sus problemas. A Hugo también lo está ayudando.
—¡Eso suena genial! Yo tengo mi propia línea de ropa.
—¿En serio? ¡Me encanta la ropa!
La moda se volvió entonces el centro de la conversación, y esta solo terminó cuando se encontraron con alguien más. Esta vez se trataba de una chica rubia con el cuerpo lleno de tatuajes.
—¡Pensaba que estaba sola en esta jodida isla! —Fue lo primero que dijo y luego preguntó con desesperación—: ¿Qué coño ha pasado?
—No tenemos ni idea —le contestó Carolina—, ninguno sabe cómo ha llegado aquí.
Los latidos de la nueva se aceleraron y su respiración se volvió pesada, necesitaba entender por qué estaba allí, pero sobre todo necesitaba volver y asegurarse de que nada malo estaba pasando.
—Tranquilízate —le dijo Óscar al verla agitada—, encontraremos la forma de salir de aquí.
—¿Cómo te llamas, muchacha? —le preguntó Estrella.
—Soy Danaus.
—Tenemos que seguir buscando —intervino Alex—, queda poco para terminar de voltear la isla.
—¿Cómo sabrás que hemos terminado? —le preguntó Carolina.
—Dejó su camisa medio enterrada en la arena donde lo encontramos Óscar y yo —respondió la pequeña del grupo.
—De todas formas, esto es absurdo, ninguno recuerda nada, es como si nos hubieran colocado aquí mágicamente —opinó Carolina—. Deberíamos empezar a buscar comida, ¡me muero de hambre!
El resto apoyaron su idea, sin embargo, Alex se negó, pues si se adentraban luego saldrían por otro lugar y de esa forma no podrían recorrer por completo los alrededores de la isla. Con sus armas de persuasión consiguió convencerles de que continuar era la mejor opción.
Danaus seguía nerviosa, preguntándose una y otra vez si todo estaría bien. Si algo malo pasase nunca se lo perdonaría, de hecho, todavía no se había perdonado lo que pasó años atrás.
El moreno se acercó a ella, no le gustaba verla así.
—¿Cómo estás? —le preguntó.
—Estoy bien.
—Encontraremos una solución, ya lo verás.
La chica tatuajes rodó los ojos, odiaba a la gente tan optimista. Ella sabía mejor que nadie que algunas cosas no tenían solución.
—Si tú lo dices.
—Me llamo Óscar, siento no haberme presentado antes.
—Escuché a la pequeña decir tu nombre antes. —Encogió los hombros—. Entonces tú crees que encontraremos un avión mágico en mitad de la isla, ¿no?
El moreno frunció el ceño.
—No, pero tal vez pase un helicóptero y nos vea. Somos muchos los desaparecidos, alguien nos debe estar buscando.
—Ya, supongo...
En ese momento Óscar vio a dos personas a lo lejos, caminaban de forma paralela, dejando una gran distancia entre ellos.
—Allí hay dos personas —le dijo al grupo y los señaló.
Aumentaron la velocidad para llegar hasta ellos, y estos, al ver al grupo, hicieron lo mismo. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca como para verse las caras, Óscar se llevó una mano a la boca, no podía creerlo: la chica era Elizabeth.
—¡Eli! —gritó y echó a correr hasta ella.
—¡Óscar! —exclamó la chica de ojos claros al ver a alguien conocido con una pizca de felicidad en su voz.
Estuvieron a punto de fundirse en un abrazo, pero Óscar no se atrevió a hacerlo, sabía que a su compañera no le gustaba su contacto, ni de él ni de ningún otro hombre. Desconocía el porqué.
—¿Cómo estás? ¿Recuerdas cómo llegaste aquí?
—Estoy bien —en realidad no lo estaba del todo—, pero no recuerdo nada.
—Nadie lo recuerda, esto es muy raro.
Mientras Elizabeth y Óscar hablaban, el chico que acompañaba a la primera se encontró con el resto del grupo.
—Hola, soy Aitor —se presentó—, ni ella —señaló a Elizabeth— ni yo sabemos cómo hemos llegado hasta aquí, ¿alguno de ustedes puede refrescarnos la memoria?
—Ninguno recuerda nada —contestó el rubio de ojos cristalinos.
—¿Y eso cómo es posible? —cuestionó con incredulidad y varios miembros del grupo encogieron los hombros.
—Pues esos dos se conocen —habló Carolina mirando a Óscar y a Elizabeth—, es raro, ¿no?
—No sé, pero la chica estaba muy asustada, apenas me hablaba y no quería que me acercara.
Aitor, al igual que Óscar, se dio cuenta de aquello, pero ninguno tenía una explicación. Lo cierto es que sí existía: Elizabeth fue víctima de violación múltiple cuando tenía dieciséis años y esto marcó para siempre su interacción con el sexo masculino.
Al margen de aquello, ninguno de los allí presente sabía cómo había llegado a aquella isla, y a medida que el grupo aumentaba, el desconcierto también lo hacía. Necesitaban una respuesta y encontrar la manera de volver a sus hogares. La situación era desesperante.
Cuando retomaron la marcha con los dos nuevos integrantes, Carolina se acercó a Aitor, no perdía la esperanza de revolcarse con alguien sobre la arena.
—Hola, soy Carolina. —Le dio dos besos—. Esta vuelta es inútil, deberíamos asentarnos y disfrutar el sol, ¿no crees?
—Yo lo que necesito es mi equipo.
—¿Qué equipo? —Frunció el ceño.
—De música, soy DJ.
—No me jodas —susurró—, y, por casualidad, ¿no te habrás acostado con Ana Alcázar?
La rubia recordaba que antes de llegar aquí habló con su amiga y compañera de piso, Ana Alcázar, sobre el DJ con el que se había acostado. Estaba casi segura de que este se llamaba Aitor.
—Sí, ¿cómo lo sabes?
Maldijo ante aquella afirmación, había vuelto a quedarse sin objetivo.
—Soy su compañera de piso.
—¿En Londres?
—Sí.
Ambas eran españolas viviendo en Londres. Carolina estudió allí y se quedó trabajando, a Ana le ocurrió lo mismo, solo que esta última tuvo más suerte porque había conseguido entrar en el equipo de voleibol de sus sueños. Aitor, sin embargo, vivía en España. La jugadora de voleibol viajó a su país de origen para asistir a la boda de una amiga y allí conoció al DJ.
—Esto es cada vez más raro...
Cuando estaban a punto de terminar de rodear la isla, se encontraron con tres personas más, las cuales estaban juntas y tampoco recordaban cómo llegaron allí. Una de ellas era la rubia de la que hablaban Carolina y Aitor: Ana. La otra había sido mencionada por Emma en varias ocasiones: Hugo. Y la última era conocida por Alex: Leona.
Ana y Carolina se abrazaron con fuerza. Emma y Hugo también lo hicieron. No fue el caso de Alex y Leona.
—¡Tía! Esto es una puta locura —le dijo Carolina a su amiga.
—Sí, es muy extraño... —Miró a Aitor y este le sonrió, luego se acercó.
—Vaya, Anita, ¿viniste a buscarme a esta isla porque todavía no ha sido suficiente? —le preguntó consiguiendo que se sonrojara.
—Eres un creído.
Cerca de ellos, Emma y Hugo estaban abrazados. Cuando se separaron, el pequeño de trece años torció la mandíbula hacia la izquierda. Aquel era un movimiento que lo acompañaba desde que se mudó de ciudad: era un tic nervioso.
—¡Capitán! Espero que hayas traído el barco para sacarnos de aquí —bromeó la pequeña.
—Ahora que sé que estás aquí no me apetece mucho volver... —susurró y volvió a torcer la mandíbula.
En su nueva ciudad sufría acoso escolar, por eso la idea de quedarse en aquella isla para siempre le agradaba, más ahora que Emma estaba allí. Sin embargo, sabía que echaría mucho de menos a su hermano Javier, también a sus padres y a sus amigas Kate y Mireya.
—No digas eso, Hugo, tenemos que volver a casa, ¡aquí no hay pizza! —exclamó con angustia.
Sabía que su terremoto —así la llamaba él— tenía razón, no podían quedarse aquí, morirían de hambre. Tampoco sabía qué podía hacer, solo era un adolescente.
Por otro lado, la última pareja de conocidos empezó a pelear.
—No me extraña que estés aquí, seguro me estabas persiguiendo porque estás loca —le dijo Alex.
La morena sonrió con malicia y se acercó a él.
—Yo diría que te alegra verme.
—Mejor aléjate de mí.
—¿Te da miedo tenerme cerca? —Dio un paso más y tocó el pecho desnudo del rubio con la yema de los dedos, este se tensó—. Vamos a morir aquí, deberíamos disfrutar al menos.
Leona tenía un plan que consistía en lo siguiente: acostarse con Alex, consiguiendo así que fuera infiel a su novia y por consiguiente la ruptura de su relación. Era una especie de venganza porque la empresa de su padre estaba desahuciada por culpa de la llegada de una nueva empresa de ascensores al mercado liderada por Alex.
Con la llegada a esta isla su plan se fue al traste, no obstante, quería disfrutar de sus últimos días y el rubio de ojos cristalinos era el candidato perfecto para ello. Después de todo, escogió ese plan de venganza porque deseaba tenerlo entre sus piernas.
—Nadie va a morir. —Agarró su mano y la alejó de su cuerpo—. Retomemos la búsqueda.
—¿La búsqueda de qué? ¿De una puerta mágica? —se burló.
La ignoró y volvió a ponerse al mando del grupo, recorrieron los pocos metros que le quedaban hasta llegar a su camisa y tras ello se adentraron en el interior de la isla. Era momento de buscar comida.
—¡No puede ser! —gritó Estrella al ver a un niño pequeño sentado sobre una roca.
—¿Qué pasa? —le preguntó Danaus.
—Es mi nieto —dijo con terror.
Corrió hasta él, se agachó para quedar a su altura y alucinó. Aparentaba tener unos seis o siete años.
—¿Jay?
—¿Quién eres? —preguntó asustado.
El resto del grupo llegó hasta ellos y prestó atención a su conversación.
—Soy Estrella —le dijo con voz dulce—, conozco a África, ¿sabes quién es África?
—Sí, ella me puso el nombre.
La pelirroja se levantó y miró al resto del grupo con terror.
—¿Qué pasa? —preguntó Aitor.
—Es mi nieto.
—¿Y por qué te pones así? —inquirió Danaus—. ¿Dónde está lo raro en eso? Si aquí más de uno se conoce.
—Jay tiene quince años y aparenta unos treinta, es por culpa de la enfermedad que obtuvo debido a su clonación, sus células se reproducen más rápido de lo normal.
—¿Qué se ha fumado esta señora? —lanzó Leona al grupo.
—Hablo en serio.
—Por eso nadie quiere adoptarme, porque estoy enfermo —habló el pequeño.
—¡Está en otro tiempo! —gritó Estrella, estaba realmente aterrada.
—Esto tiene que ser una puta cámara oculta —habló Leona con cierto enfado—. ¿Clonación? ¿La estáis escuchando?
Hugo torció la mandíbula, no entendía nada, de hecho, nadie lo entendía.
—A ver —habló Carolina—, yo he pasado un rato a solas con Estrella y en ningún momento me ha parecido que estuviera loca, parecía muy sensata.
—Y nadie sabe cómo ha llegado hasta aquí —apuntó Óscar, defendiendo a la pelirroja.
—Vamos a relajarnos —habló Alex—. ¿En qué año estáis cada uno?
Dirigió la mirada a la persona del grupo que estaba más a la izquierda: Danaus.
—Estoy en 2019 —contestó y soltó un suspiro—. Creo que he tatuado a Elizabeth, su cara me suena muchísimo, pero no tiene ningún tatuaje, no entiendo nada.
Elizabeth frunció el ceño, no había visto a Danaus en la vida, se acordaría si lo hubiera hecho, ella no era una chica que pasara desapercibida para olvidarla.
—Esto empieza a darme muy mal rollo —habló Ana—. Aitor, Carolina y yo estamos en 2017.
—Elizabeth y yo también —dijo Óscar.
—Y nosotros —dijo Hugo incluyendo a Emma, que estaba a su lado.
Torció la mandíbula.
—Esto debe ser culpa de la amnesia —opinó Alex—. Leona y yo estamos en 2018.
Estrella era la única que faltaba por contestar —sin contar al pequeño Jay—, estaba alucinando con las respuestas de aquellos jóvenes. Nada tenía sentido.
—No me vais a creer —murmuró entre dientes—. Yo estoy en 2095.
Se formó un revuelo en el grupo después de aquella información, maldecían y discutían entre ellos.
—¡Ya basta! —gritó Alex—. Todo esto es muy extraño, pero debemos pensar en soluciones y no gritarnos unos a otros.
—¿Y tú por qué te crees el líder del grupo? —preguntó Leona con enfado.
—No soy el líder de ninguna parte, solo quiero volver a mi casa.
—Alex tiene razón —apoyó Óscar.
Danaus aprovechó para caminar en dirección al mar, estaba agobiada y necesitaba sentir el agua. Elizabeth la vio y decidió seguirla. La observó mojar sus pies y como poco a poco comenzó a adentrarse, sin importarle que las olas mojaran su vestido blanco.
La chica de ojos claros tomó aire y se acercó a la orilla, sintiendo la arena húmeda bajo sus pies.
—¿Qué haces? —se atrevió a preguntar.
Danaus se dio media vuelta y al verla encogió los hombros.
—Supongo que quería asegurarme de que esto es real y no un sueño.
—¿Estás segura de que me tatuaste?
—No, segura no, tatúo a mucha gente todos los días, pero creo que te hice dos tatuajes. —Suspiró—. La cara de Óscar también me suena, creo que te acompañaba.
—Eso no tiene sentido.
—Ya.
Al cabo de un rato volvieron con el grupo, el cual estaba algo más calmado entonces.
—¿Dónde estabais? —preguntó Carolina al verlas llegar.
—¿Tú qué crees? —cuestionó la chica llena de tatuajes señalando su vestido empapado.
—No hace falta ser tan borde.
—Lo siento, a veces me sale solo...
—Hemos decidido dejar a un lado las diferencias de tiempo porque no vamos a llegar a ninguna conclusión coherente —informó Alex—. Así que vamos a retomar la búsqueda de alimento.
Mientras caminaban por aquel paisaje tan verde, Aitor comenzó a hacer música golpeando varias partes de su cuerpo y emitiendo algunos sonidos con su boca. La pequeña Emma lo acompañó bailando.
Ana sonrió al observar la escena.
—Se te cae la baba —le susurró su amiga Carolina.
—No es cierto.
—Sí lo es, quieres que toque tus platillos.
—¡Caro!
Estrella comenzó a chasquear los dedos y a mover la cabeza al ritmo del sonido que Aitor seguía produciendo.
—¡Qué máquina! —exclamó Óscar.
El ambiente se relajó mucho más después de aquello, pero el ánimo no duró demasiado, pues después de un par de horas buscando algo con lo que alimentarse no encontraron nada, ni siquiera agua. Se sentían agotados.
—¿Y si pescamos? —propuso Alex.
—Yo soy vegetariana —informó Danaus.
—Pues morirás la primera —le dijo Leona.
La chica tatuajes entrecerró los ojos e ignoró el comentario de la morena para no entrar en disputas.
Los demás estuvieron de acuerdo y salieron del interior de la isla para examinar si había peces cerca de la orilla. Estrella se quedó con los niños en la arena.
—Yo también soy diferente —le dijo Hugo al pequeño Jay.
—¿Por qué?
—Mi mandíbula se mueve sin mi consentimiento. —Encogió los hombros, luego torció la mandíbula.
—Pero no te vas a morir antes por ello.
La pelirroja miró con ternura a su nieto, le parecía increíble el hecho de verlo más pequeño cuando todo lo que hacía era crecer sin parar.
—No te vas a morir —le dijo Estrella y acarició su cabello rubio.
—¡Yo quiero ir a pescar! —se quejó Emma, que no había escuchado la conversación por estar mirando a los adultos en el agua.
Fue en ese momento cuando Aitor vio una barca acercarse.
—¡Es una barca! ¡Vienen a rescatarnos! —gritó.
Todos los allí presentes comenzaron a alzar los brazos para que los vieran.
La barca llegó a la orilla y de ella bajó una chica de unos veinte años con el cabello castaño. Soltó un suspiro de alivio.
—¡Menos mal que estáis todos aquí! Pensé que os había perdido para siempre.
—¿Y esta loca ahora quién es? —preguntó Leona, no soportaba no entender qué estaba pasando.
—Soy Melania, pero podéis llamarme Mel. —Sonrió—. Vengo para devolverlos a sus libros.
—¿Libros? —preguntó Carolina con la nariz arrugada.
—Sí, Caro.
—¡Hostias! ¿Y tú cómo sabes mi nombre?
Mel soltó una carcajada y se relamió los labios, había soñado tanto con este momento.
—Yo te puse el nombre, a ti y a todos.
—¿Qué coño se fuma la gente aquí? —cuestionó Leona.
—Relájate, Leona —le pidió, consiguiendo el efecto contrario, ¡sabía su nombre! No podía creerlo—. Si no os importa vamos subiendo a la barca, allí os cuento todo mejor.
—Yo no me fio ni un pelo —opinó Danaus.
—Por favor, confiad en mí.
Alex fue el primero en caminar hacia la barca, los demás lo siguieron poco después. Mel subió la última y se sentó en sentido contrario a los demás para verles las caras.
—Soy escritora, o al menos lo intento —empezó—, os he creado a todos, así que os conozco mejor que nadie.
—¿En qué trabajo? —preguntó Leona para asegurarse de que todo lo que decía era cierto.
—Eres modelo —respondió y añadió información—: Quieres ser actriz y amas a tu perro, Chato. Vives sola con tu padre, Leonardo. Y tu mejor amiga se llama Bárbara, aunque todos le dicen Barbi.
La boca de Leona se abrió formando una o, también la de Alex, que conocía muchos de esos datos.
—¡Ahora yo! —exclamó Óscar con ilusión.
Mel sonrió.
—Trabajas en una hamburguesería con Elizabeth y estudias Derecho. Vives con tu hermano Luis y con Mike, chico con el que Leona tuvo un lío.
—No me jodas —masculló Leona interrumpiendo a Mel—, por eso me sonaba tu cara, ¡te había visto en fotos!
—Es algo así como nuestro Dios —habló Carolina—. ¿De mí qué sabes?
—Vives en Londres con Ana, donde estudiaste Administración y Dirección de Empresas. Actualmente trabajas en una empresa de perfumes, pero no te sientes a gusto allí. Ah, y tu prima Ángela estudia en la misma clase que Elizabeth.
Todos la escuchaban asombrados.
—Y ahora, por favor, os tengo que devolver a vuestros libros, no podéis estar tanto tiempo fuera.
—¡No has dicho nada de mí! —se quejó Emma.
—La última, eh —advirtió—. Tu madre es psicóloga y trata a Hugo. Tienes una hermana pequeña, Lina. Adoras las faldas y no eres capaz de quedarte quieta por más de cinco minutos.
—¿Y me voy a casar con Hugo?
—¿Te crees que es una pitonisa que lee el futuro? —le dijo Leona a la pequeña.
—¡Pero lo escribe ella! —Le enseñó la lengua, luego se dirigió a Mel—: Por fa, por fa, escribe que nos casamos.
Hugo torció la mandíbula, se sentía halagado y avergonzado al mismo tiempo.
—No voy a responder preguntas sobre vuestro futuro —zanjó—. Emma y Hugo serán los primeros en volver a su libro.
—¿Cómo se titula? —preguntó Hugo.
—«No puedo parar», y tú eres el protagonista —le dijo con una sonrisa—. ¿Y sabes por qué tienes un tic? —El pequeño negó con la cabeza—. Porque quise que compartiéramos ese movimiento, yo también tuerzo la mandíbula, pero ahora estoy mejor, apenas se nota.
—¿En serio?
—Sí. —Le dio la mano, adoraba a su pequeño—. Eres muy fuerte.
Mel cerró los ojos y deseó con fuerza que Emma y Hugo regresaran a su libro, y en cuestión de segundos estos desaparecieron de la barca.
—¡Qué coño! —exclamó Danaus llevándose la mano al pecho.
—Venga, tú, por hablar, tienes que volver a tu libro.
—¿Podrías portarte un poco mejor conmigo? Es que tengo una vida de mierda.
Apretó los labios, no podía prometerle nada.
—Bueno, lo intentaré... —respondió e intentó sonreír—. Tu historia se llama: «Tatúame el corazón», eres la protagonista.
Volvió a cerrar los ojos y después de desearlo Danaus desapareció.
—¡A mí esto me da mucho miedo! —exclamó Estrella.
—Mi pelirroja. —Mel la miró con ternura—. Empezaré por Jay y tú serás la siguiente.
—¿Por qué Jay ahora es pequeño?
—Él se escapó de «No soy un experimento», allí es pequeño —le explicó, luego miró a Jay—: ¿Sabes que eres el consentido de África y el mío?
Acarició su cara y cerró los ojos para devolverlo a su lugar.
—¿Y yo a dónde voy si no es con él?
—Tienes tu propia historia, en la que eres protagonista, «Estrella nos cuenta».
—¡Toma! ¡Protagonista!
—¿Puedo darte un abrazo antes de devolverte? —le preguntó.
Estrella no lo dudó, se levantó y abrazó a su creadora con fuerza. Fue en ese momento que Mel cerró los ojos y la devolvió a su libro. Adoraba a su pelirroja por muchos motivos, uno de ellos era que la había conocido en muchas etapas de su vida: desde que era una adolescente hasta que se convirtió en abuela.
Miró a los personajes que quedaban.
—Leona y Alex.
—Dime que no soy el protagonista de una historia con ella —pidió el rubio de ojos cristalinos.
Mel sonrió con falsedad, Alex maldijo.
—¡No le cuentes nada! —exclamó Leona con miedo de que le contara a Alex cuál era su plan.
—¿Qué?
—Nada, nada, venga, Mel, mándanos a nuestro libro.
—En vuestro caso, la historia se titula «Acabará besando mis pies».
Cerró los ojos una vez más y en cuestión de segundos desaparecieron. Cada vez quedaban menos en la barca.
—Vale, ahora Elizabeth y Óscar.
—Pero cuéntanos más cosas —pidió el moreno.
—Sois protagonistas.
Óscar sonrió y encendió una lucecita en su cabeza, ¡era el protagonista de una historia con Elizabeth!
—¿Y cómo se llama nuestra historia?
—«Por favor, no me toques».
A Óscar se le borró la sonrisa, ¿qué clase de título de novela romántica era ese? Porque el único género que aceptaba para su historia era el de romance.
—¿Puedo abrazar a los dos? —pidió Mel antes de devolverlos.
Elizabeth fue la primera y su escritora aprovechó para susurrarle al oído:
—Eres muy fuerte y muy valiente.
Tras esto abrazó a Óscar, quiso quedarse entre sus brazos para siempre.
—Eres un chico maravilloso —le dijo cuando se separaron.
Entonces cerró los ojos y consiguió devolverlos a su libro.
—Vale, esto pinta fatal —dijo Carolina al ver los que quedaban.
—¿Por qué dices eso? —le preguntó Mel.
—Porque es obvio que los protagonistas del libro que quedan son Aitor y Ana. —Infló los mofletes.
—Bueno, tú apareces en tres de mis libros.
—¿Sí? ¿Y en cuál soy protagonista? —pidió saber con ilusión.
—Eh... —Mordió la cara interna de su mejilla—. En «Yo también te quiero, Daniela», tendrás un papel importante.
—Pero no protagónico.
—No...
—¡Vaya mierda!
—No te enfades, yo te adoro, por eso apareces en «Cumpliendo mis sueños», «Por favor, no me toques», y «Yo también te quiero, Daniela».
—¿Y ahora dónde me vas a mandar?
—Con Aitor y Ana a «Cumpliendo mis sueños».
—¿Y quién son los protagonistas de esa en la que tengo el papel importante?
—Daniela, Ángela y Luis.
—¿Mi prima Ángela?
—Sí.
—¡Todas menos yo! —continuó quejándose.
Mel suspiró, aunque no le sorprendía su reacción, la conocía demasiado.
—¿Entonces Anita y yo tenemos una historia? —preguntó el DJ.
—Sí.
—Mel, por favor, céntrate en mi carrera como jugadora de voleibol —pidió Ana—. Aitor vive en España y yo en Londres, no podemos tener ninguna historia.
—Dejad de pedirme cosas, venga, que os devuelvo a los tres a vuestra historia.
Cerró los ojos por última vez y los personajes desaparecieron.
Ahora le tocaba a ella volver a casa, tenía muchas cosas que hacer, entre ellas escribir mil y una historias. Por ello, cerró los ojos y se imaginó en casa, frente a su ordenador, pulsando las teclas y creando nuevas aventuras.
NOTA DE AUTORA: Escribí este crossover para la Caja de Pandora de los embajadores y creo que es la mejor forma de empezar este cuaderno.
Si algún personaje te ha cautivado y todavía no has leído su historia ya sabes lo que tienes que hacer ;)
¿Te ha gustado?
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