Capítulo V

─ ¿Que opinas, Sesshomaru?

El chico no respondió.

Inu No Taisho no perdió su sonrisa, caminó hasta rodear a su nueva víctima. Chugoku se retorció pero no llegó lejos. El ruido metálico de las cadenas fue lo único que se escuchó. El Inu mayor solo negó con la cabeza.

─ ¿Cual es el castigo apropiado a un traidor? a nuestro querido Sesshomaru, por su traición lo convertí en una linda puta. ¿Pero, tu, Chugoku? ─ rió con burla.─  Hasta el diablo preferiría comer mierda.

No continuó con su monólogo inmediatamente, en cambio, se dirigió a una vieja mesita de madera donde posaban diferentes instrumentos.  Tales como navajas, agujas, látigos, incluso sal por decir ejemplos.

─ Pero que comparación más absurda. Tú eres el desperdicio de la naturaleza. Si no fuera por la lealtad de tu padre, la cual ya me quedó claro que no heredaste, estarías viviendo en y comiendo barro.

En lo que recitaba sus palabras, el hombre observaba con cautela sus herramientas, evaluando cuál elegir.

─ En cambio, la belleza de Sesshomaru rivaliza a los mismos ángeles.

Nadie dio respuesta ante aquella declaración. Chugoku sólo podía transpirar del terror. Mientras que el chico aún seguía en absoluto silencio.

Inu No Taisho encontró la herramienta ideal para comenzar con aquella sesión de tortura.

─ Y tú, un completo cerdo, que creyó que podía gozar de él. Tenerlo en sus asquerosas manos. Poder sentir su interior apretado y mojado. O saborear sus carnosos labios.

Sin lentitud ni tampoco prisa, en sus manos estaba aquel instrumento bautizado como 》La pera de la angustia 《 que fue a parar dentro del ano de la víctima.

En su extremo una simple manecilla al ser destrabada, podría causar mucha destrucción de la mano de un agonizante dolor. El demonio jabalí chilló y se balanceó sin poder ir lejos. De hecho, probó que el más mínimo movimiento empeoraba la situación.

El artefacto consistía, como su nombre lo dice, en una forma de pera metálica que al girar con la manecilla, sus filosos pétalos se abrirían para extender donde se colocase. En este caso, desgarraría el recto de su víctima.

Algunas gotas huemantes de sangre negra cayeron en el suelo. Apestaban asquerosamente. El torturador se vio en la obligación de parar y alejarse. No sin antes abrirlo un poco más. Sin matarlo, puesto que apenas comenzaban.

Incluso la más mínima peste era insoportable para Sesshomaru. Que por milagro aquello provocó en su rostro antes inerte, un ceño fruncido y una legítima mirada lleno de asco y repudio. Antes de que Inu No Taisho lo notara, ocultó su nariz y parte de su rostro con su manga.

No quería estar en ese maldito lugar. Oh, ese pensamiento era tan habitual que hacía rato había perdido la cuenta, pero seguro que su mente se lo repetía al menos y sin exagerar, cien veces al día.

Si la peste de aquel asqueroso ser por sí solo le daban grandes náuseas estaba seguro que ahora que su amo había comenzado a cortarlo, le provocaría vómitar incluso el vacío en su estómago. Hacía tiempo había perdido el poder de controlarse a sí mismo, incluso sus arcadas.

─ ¿Lo escuchas, Chugoku? Haces que Sesshomaru quiera vómitar. Y no es para menos. ¿Puedes oler tu propia inmundicia? Es fatal. Debido a que en este profundo infierno no llega ni la posibilidad de que entre la luz, igualmente es imposible la ventilación. Lo que me pone de mal humor tu peste.

En un arrebato, sus garras cortaron el cuerpo de Chugoku en partes aleatorias. Ganándose quejidos de dolor y súplicas no dichas.

Los ojos de Sesshomaru se elevaron para ser testigo de lo que pasaba frente a él. Un brillo de impotencia se asomaba por sus iris. Un escalofrío recorrió su espalda, provocando que a continuación temblara levemente.

La peste era asquerosa pero todavía no llegaba al grado de insoportable. Por lo tanto Inu No Taisho pensaba en la manera de no alargar innecesariamente aquel castigo. Al voltear notó a su esclavo de preferencia y su estado. Una sonrisa se colgó de su rostro. Supo que hacer.

Cortó las cadenas con sus garras, haciendo que el peso casi muerto de aquel gran cerdo cayera sin cuidado al suelo de piedra.

Mientras el demonio agonizaba, titubeante en un desesperado intento de suplicar clemencia, tirado en el suelo, Sesshomaru se recordaba a sí mismo. Si incontables veces estuvo tirado en el suelo como él. Y muchas veces tirado exactamente en el mismo lugar.

Al caer fue inevitable recordar como estuvo sobre él. Con las más insanas intenciones. Y mientras su cruel cabeza repetía aquellas imágenes. Chugoku babeando sobre él con esa mirada lasciva y repugnante... Inu No Taisho lo estaba acercando paso a paso él. Con una extraña suavidad. Sus grandes brazos le rodearon la cintura, como si se tratara de un querido amante suyo.

─ Sesshomaru, has sido tan bueno. Y este ser inferior tan malo contigo. ¿No sería justo si te dejo que puedas castigarlo? ¿Aunque sea un rato? ¿Estas de acuerdo con ello?

El chico ni siquiera lo escucho por estar escuchando, en su cabeza, sus propios gritos, sus propias humillaciones, su propio llanto. Invadido por el odio y la rabia. Sus manos temblaban. Y temblaron mucho más cuando el hombre mayor le entregó un pequeño puñal cargado con veneno demoníaco. 

No muy consciente de lo que pasaba en ese momento exacto, Inu No Taisho lo ayudó a sostenerlo correctamente y acercarse un poco más. Sesshomaru de rodillas y él de cuclillas. Como si realmente se tratara de un padre guiando a su pequeño hijo.

No muy alejado de la triste y cruda realidad. 

Lentamente, el puñal se clavó en la piel grisácea de Chugoku, y la sangre de este se derramó en bienvenida. Poco a poco Sesshomaru salía de su propia inconsciencia. Para percatarse que estaba pensando en ese instante. El corte se hizo tan largo que llegó desde el omóplato hasta la cintura. Cuando pudo seguir cortando por sí solo, Inu No Taisho lo dejó continuar sin su ayuda.

No fue hasta entonces que la emoción se apoderó del pequeño esclavo, cuando con euforia desmedida cortó y arranco la piel sin patrón alguno, infectando al mismo tiempo la carne negra  asquerosamente viva y palpitante del cerdo. Inu No Taisho tuvo que intervenir, interrumpiendo así al chico que gimió decepcionado.

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