Capítulo LIV
Llévame a casa, a mi hogar. Firma ya ese consentimiento. Esto es tan viejo. Desearía no sentirme... abandonado.
...
Ver a Sesshomaru de buen humor, y por supuesto, de buena salud es todo lo que Inu No Taisho podría desear sobre cualquier otra cosa. El sentimiento de confort es tan dulce como los bocadillos que él preparó con tanto amor.
- Necesito que pruebes esto conmigo, está delicioso.
- ¿Cómo podría? Si la hice para ti. - Sesshomaru respondió mientras servia el té para su amo.
- Talentoso en todo lo que haces, eres perfecto. - el más joven sonrió plenamente aun si se mostraba apenado. -Insisto, acompáñame.
- ¿S-Seguro?
- Deseo compartir esto contigo. No te harías de rogar si no hubieras traído una taza para ti también. ¿Me equivoco?
Verlo es un tierno espectáculo. Tomar una porción y llevarla a la boca, de buena gana. Ver sus mejillas inflarse, es una vista fuera de lo común que le hace sonreír sin siquiera darse cuenta.
Luego reír al notar lo rojo que se puso su querido Sesshomaru.
- No te rías. - suplicó el más joven, a punto de desmayarse de la pena.
- Eres tan hermoso. - fue la única respuesta del mayor. Solo sonrío antes de tomar la infusión servida.
- No creo que deba estar aquí. - Sesshomaru habló, cambiando de tema.
- ¿Uh? ¿Por qué?
- He escuchado... que tenemos visitas en el palacio. Bueno, también los he visto. Son una tribu de okamis.
- Correcto. La tribu de Akako, de hecho. - Inu No Taisho confirmó. - Una peculiar historia que trajo a los más vulnerables por mi protección. Pero ¿Qué tiene que ver esto con... ?
- No alcance a contarlos. - interrumpió- ¿Cuántos son? Mientras estaba en cama anoche, los dejé esperando. ¿Cuánta... comida tengo que preparar?
Fue ahí donde las piezas encajaron para entender cual era la preocupación del menor. ¡Por los dioses! Él luce cómo la cosa más adorable en el mundo en ese momento. Por lo menos, a los ojos de Inu No Taisho. Si tuviera todo el tiempo libre que quisiese y encerrarse junto con él, sería todo un sueño.
- Muy considerado de tu parte bonito, pero no tienes que ocuparte de ellos. Por lo menos en esta ocasión. Sabes bien lo independientemente que son y bastante sencillos, así que nada que los animales de granja no puedan solucionar para llenar sus estómagos. Hay jóvenes ocupándose de los más pequeños así que... no te necesitan como yo te necesito a ti.
Luego de eso la expresión en el menor se relajó considerablemente. Inu No Taisho no puede evitar preguntarse si acaso está poniendo mucha responsabilidad en los hombros de Sesshomaru y si acaso no está preparado para soportarlo. ¿Cómo no? Él se lo buscó en un principio después de todo. Sospechosamente reemplazo al antiguo profesor de Inuyasha, así como, indirectamente, se deshizo del personal principal. Y luego, por su estado, los demás fueron exiliados del palacio. Quedando solo el ejército.
Es un poco tarde para detenerse a pensar. O quizás, después de todo era una nueva oportunidad de hacer un borrón y cuenta nueva. Claramente, Sesshomaru no puede ocuparse de semejante lugar, solo y en sus condiciones.
No cuando tiene un rol más importante del que encargarse.
- Entiendo, solo que, pensé que también, debía de atenderlos como parte de mi deber. No hay nadie más que pueda hacerlo.
- Mejor olvídalo. Y enfócate en la cocina. Cenaremos juntos esta noche, lo prometo. - aseguró, mientras su mano pesada encontró que apretar en los muslos del menor, quien no puedo contener un pequeño gemido.
¿Este podría ser el comienzo del apogeo que tanto anhelaba?
Sesshomaru era suyo.
Suyo, suyo.
- ¿D-dormirás conmigo? - la pregunta casi lo desconcierta, Inu No Taisho sonrió antes de responder sin dudarlo.
- Por supuesto que sí. Espero estés preparado. - Su mirada lasciva era más que sugerente e intimidante.
- Lo estaré. Oh, creo que tienes algo en la mejilla. Lo limpiaré.
El mayor dejó que Sesshomaru acercara una delicada servilleta a su rostro, donde éste limpió el resto del bocadillo muy cerca de sus labios. El tacto es tan suave como una pluma.
Perder detalle de aquella maravillosa figura sería imperdonable. Aún si no está cubierto de maquillaje, sigue siendo una belleza. Pestañas largas y encantadoras que adornan unos ojos afilados e imponentes, imponentemente tiernos cuando mira con dulzura. Él lo sabe. Aun si le faltan algunos kilos, está recuperando lo perdido, y, se veía bastante sano. Más sano que nunca desde que está a su lado, y era un hecho.
Desafortunadamente el hora del té había terminado, mientras Sesshomaru recogía la loza en la misma bandeja que trajo, Inu No Taisho consideraba seriamente mandar a volar algunos asuntos con tal de quedarse a su lado un rato más.
¿Podría? La idea era muy tentadora. ¿O podría controlar su instinto más animal?
Sesshomaru había atravesado el umbral fuera de la oficina cuando fue seguido por el Lord. Ahí afuera, Jaken aún estaba esperando.
- ¡Gran señor! - el kappa saludó con su respetuosa reverencia pegando su frente al suelo.
- Sigues vivo. - bromeó.
Su comentario fue ignorado, Inu No Taisho notó que la razón estaba justo a su lado. Sesshomaru llamaba mucho más la atención del pequeño sirviente que él mismo. ¿Quién lo diría? Pensándolo mejor, ahora se da cuenta que aquel kappa nunca había visto a su querido Sesshomaru antes.
- Vaya, veo que apenas estás conociendo a Sesshomaru. ¡Si vieras la cara de baboso que estás poniendo! ¿Acaso Sesshomaru no es adorable?
Jaken tragó en seco, nervioso, recordando las aterradoras palabras y expresión que había puesto ese demonio antes de que el gran señor apareciera. ¡¿A eso llamaba adorable?!
Pero, si, debía admitir que ahora mismo, lucía completamente diferente. Una expresión serena, casi casi cálida si se atreviera a sonreír. Y esta vez, ese joven estaba viéndolo, notando la existencia del sirviente. ¡Qué impresionante cambio!
¿Acaso no dijo que le daba asco? ¿Ahora cómo se supone que puede verlo a los ojos? ¿Qué hay con todo ese discurso aterrador de antes?
Con esta revelación, son tres las facetas de Sesshomaru que Jaken a descubierto.
- Párate derecho y presta atención a lo que te voy a decir. - Inu No Taisho interrumpió sus pensamientos - Aunque Sesshomaru parezca estar bien en este momento, no quiere decir que puedes descuidarlo. Lo acompañaras en sus actividades y lo ayudarás en lo que sea que él lo precise. ¿Te queda claro?
- ¡Sí, gran señor!
...
Si, estoy tosiendo. Estoy sangrando. Las banditas, no lo curarán. Ellos me odian y por eso finjo. No, no, no estar bien, para irme.
...
Por supuesto que no fue a su respectiva habitación esa noche. No cuando estaban esperándolo. Inuyasha no sabía exactamente qué esperar después de todo lo que estaba pasando. Se sentía muy pequeño como para enfrentarlo. Enfrentar a esa mujer y escuchar sus regaños. Tampoco tenía una excusa ni nada con que librarse, tal vez, que todo se resolviera por sí solo.
Sería bastante bueno.
Así que se la pasó deambulando por los techos evitando a los guardias nocturnos. Evitando ser visto. Aunque sus párpados comenzaban a pesar, podía mantenerse alerta cada vez que escuchaba pasos acercarse a su persona.
Todo parecía ir bien con el pasar de las horas. Quizás su mejor opción sería esperar a que Cheri volviera y lo resolviera por él. Aún si Inuyasha cometiera una equivocación, sería protegido por el labrador, aunque sea, protegido de los humanos, era un hecho.
Hasta que el mundo se detuvo abruptamente. Esa extraña transición del tiempo y el espacio, cuando todo parecía ser normal, y luego, lo aterrador que podría llegar a ser ciertas cosas.
Ya había experimentado ese fenómeno antes. Como cuando su abuelo lo apuñaló, o como cuando Sesshomaru fue envenenado.
El peligro de
muerte
. Lo amenazador que resulta.
Como la sangre. El hedor de la sangre. Los escalofríos que le provoca tan solo reconocer al dueño instantáneamente.
Eso mismo que lo obligó a levantarse de su lugar y correr hacia la fuente del olor. Ya no me importaba ser visto ni los regaños.
Saltando entre tejados de regreso al patio central, un grupo de guardias arrastrando una carreta cubierta con una gruesa manta, queriendo ocultar a quien llevaban ahí más no podía engañar al olfato de Inuyasha.
- ¿Entonces, estaban hablando de Miroku? ¿Por qué harían algo como esto? - la respuesta el joven mitad humano ya la sabia, más no podía comprender. - ¿Con golpearlo en la cara no fue suficiente? Maldita bruja.
El príncipe siguió al grupo hasta llegar a una zona algo alejada de la casa principal, el lugar que Inuyasha identificó como área de trabajo de los criados.
Si acaso mantuvo una prudente distancia, podía detectar que su joven amigo aún seguía con vida.
Ahí, la viuda Hasuno los esperaba.
El joven aún no se atrevía hacer acto de presencia, acaso si intentaban hacer algo más contra su amigo, por supuesto saltaría a defenderlo. Pero antes, necesitaba saber que tanta maldad podría estar ocultando esa mujer.
Por supuesto que le diría todo esto a su padre para darle su merecido.
- Señora, lo hemos encontrado.
- Está inconsciente luego de la paliza que le dimos. - fueron las explicaciones que dieron los sirvientes.
- Echen más leña al horno. - ordenó. - Y preparen al mocoso. Pero antes de convertirlo en un jarrón quiero que vayan a vigilar una vez más si ya ha regresado esa maldita bestia o si su perro guardián ha regresado.
Todos los presentes hicieron una reverencia antes de proseguir con las órdenes dadas.
Mientras que Inuyasha había escuchado todo desde el techo del lugar. Absolutamente confundido. ¿A qué diablos se referían con jarrón? ¡Esa vieja se había vuelto completamente loca!
Cuando los guardias se fueron, y se aseguró que se alejaron lo suficiente, el príncipe de un salto puso sus pies sobre el suelo, frente a las puertas cerradas del lugar.
Al levantar la vista el cartel de dicho sitio le dio la escalofriante bienvenida.
Casa de Alfarería
.
Solo tenía que tomar valor para abrir y enfrentar lo que sea que esté pasando aquí dentro. La vida de su amigo estaba en juego, el olor a sangre era aún más fuerte. Necesitaba llevarlo con algún médico.
Deslizó la puerta de un golpe.
Donde se encontró al inconsciente Miroku sobre una camilla frente al
Anagama
, cubierto por una manta.
El tradicional enorme horno de barro usado para crear jarrones y todo tipo de creaciones en cerámica. Lo suficientemente grande como el tamaño de una persona.
A su lado, una sorprendida y alterada abuela suya atrapada con las manos en la masa.
Inuyasha podría ser muy inocente o a veces lento para captar ciertas cosas. Pero esto, esto es demasiado obvio. Y detesta con todo su ser pensar que algún ser humano sea capaz de hacer este tipo de maldades.
Su abuela ya había expresado claramente el daño que quería hacer a esa persona desconocida que resultaba ser Miroku. Para Inuyasha, no tiene justificación, Miroku tal vez lo engañó en un juego en el pasado, pero, ese asunto había sido arreglado. No era una mala persona ni había cometido ningún delito. No merecía la muerte ni mucho menos este tipo de condena.
- ¿Qué estás haciendo aquí? - La viuda Hasuno preguntó, temblando de la rabia.
- ¡Eso es lo que yo debería preguntarte! - cuando sus músculos respondieron, llegó hasta la camilla donde reveló a quien ya sabía de antemano que encontraría.
Con pesar fue testigo del terrible estado que le habían dejado los golpes. Y aún así, seguía respirando. Quizás aún no era demasiado tarde.
- ¡No lo toques bestia! No es asunto tuyo.
- ¡Cállate! ¡Estás loca de remate! Si crees que dejaré que lo mates. ¡Bruja!
La mujer se colgó de su brazo con desesperación, si acaso este escándalo subía de nivel, llamarían la atención del demonio dorado, y aquello sería sentencia de muerte.
- ¡Eres un verdadero desagradecido! Durante muchos años vivimos bajo los pies de tu padre y tus malditos caprichos. No sólo te llevaste la vida de mi hija y mi esposo ¡Ahora quieres terminar de arruinarlo! -gruñó, a lo que se arrepintió inmediatamente-¿Por Qué no te vas a tu habitación y olvidas esto? Déjame encargarme de limpiar la basura. Por favor, por favor.
- ¡Cállate y suéltame! - Exigió.
- ¡Por favor no grites! No lo llames, no lo llames. - imploró. - ¿Por qué me haces esto?
Parecían un tira y afloja. Ocurriendo de un segundo a otro como para que nadie notará el alboroto que estaban haciendo.
La misma viuda había pedido estrictamente desalojar el área y no dejar testigos.
La única manera de alejarla de sí la encontró cuando la empujó contra una estantería cercana donde el ruido de una vasija rompiéndose aturdió a la anciana por unos momentos.
Tiempo suficiente para que Inuyasha pudiera alejar el cuerpo del inconsciente Miroku lejos del Anagama.
- D-déjame acabar con él. Y todo esto terminará. - fueron las palabras de la señora a sus espaldas, que pretendía convertirse en homicida esa noche utilizando los trozos de cerámico rotos como arma. - Si todo empezó por él solo hay que deshacernos de la peste.
Abalanzarse contra ellos no sirvió de mucho, no al menos contra la fuerza del joven mitad bestia, miles de veces mayores a la suya. Si Inuyasha no estuviera vestido con tela de ratas de fuego, su ropa hubiera sido desgarrada por los trozos donde la misma viuda estaba sangrando.
Ni siquiera tenía palabras para contestar todas las barbaridades que había escuchado de esta mujer. Entre empujones y maldiciones por lo bajo, era una lucha indeseable y de los más ruin.
Lo único que pretendía el joven príncipe era detener a la mujer y llevarse a Miroku con vida a que atiendan sus heridas.
Nada más.
De pie, entre murmullos envueltos en un baile de la muerte, la viuda Hasuno terminó por tropezar y caer con fuerzas, gracias a que Inuyasha la empujó nuevamente.
Pero.
Esta vez no tuvo tanta suerte, no cuando su cabeza golpeó con brutalidad el suelo de piedra. De ahí,
no volvió a levantarse.
Por fin en el absoluto silencio, Inuyasha contempló la escena esperando que su abuela dijera algo, o diera alguna señal.
Respuesta que no llegaría mientras la única luz que ahuyentaba la oscuridad era el
fuego
del horno de cerámica esperando por su comida.
¿Quién tiene tiempo de pensar con el olor a muerte en tus narices?
Se siente como un deja vu y de los más desagradables.
¿Volverían a señalarlo y culparlo por la muerte de sus abuelos? No, absolutamente no, no quería repetir esa mierda de nuevo. No era su maldita culpa. ¡Ellos fueron los que perdieron la cabeza!
Y él... solo se defendió de aquella locura.
La vida humana es tan frágil.
Los gimoteos de dolor de Miroku lo trajeron de vuelta a la realidad. ¿Acaso quería dejarlo morir también?
Los demás bastardos no tardarían en regresar y ver todo este desastre. Por lo menos, Inuyasha tenía claro que no dejaría que nadie venga a terminar con ese sucio trabajo.
Tomó el cuerpo de su abuela hacia la camilla vacía. Y con la manta olvidaba en suelo la cubrió de pies a cabeza. El fuego se regocijaba en crujidos y luz.
Ansioso por recibir algo más que consumir.
Inuyasha sería muy culpable si metiera la camilla el mismo hacia dentro del horno.
Si no lo hacía, descubrirían al instante lo que había hecho como también seguirían detrás de Miroku.
La camilla, con cuerpo y todo fue puesta en el horno.
Inuyasha cerró la puertecilla con seguro y todo.
Lo hecho, estaba hecho.
Cargó a su amigo inconsciente en su espalda y desapareció del lugar.
...
Inuyasha no tiene la menor idea de como mierda se asesina a alguien y se cubren las huellas. En lo posible, no quería ser el señalado como el culpable. Si por otro lado, lo descubrían por que evidente, estaba dispuesto aceptarlo. Por ahora, sólo quería salirse bien librado de esta, hasta que, por lo menos, su padre pueda ayudarlo.
¿Su padre?
¿Cómo podría decirle a su padre todo lo que ha pasado?
Le tiemblan las piernas de solo pensarlo.
Ayudando con su brote de ansiedad, Inuyasha quería destruir algo.
Quizás la puerta del médico de los Hasuno.
- ¿Qué ocurre a estas horas? - la puerta se deslizó para dejar ver al viejo hombre que el príncipe identificó como el médico.
El hombre, al ver al príncipe y un presunto paciente, no hizo más preguntas y los dejó pasar.
Todavía faltaba una hora y media para la salida del sol, con un par de velas prendidas el médico comenzó con su trabajo.
- ¿Quién es este chico? ¿Qué le ocurrió?
- ¡¿Qué no está viendo?! - el mitad bestia respondió histérico. - Le dieron una gran golpiza. Y no sé qué más... lo encontré así.
Mientras el médico vendada y daba puntos en algunos lugares, Inuyasha se lavó las manos fregandose con tal intensidad que podría ser capaz de arrancarse la piel.
Si con ello conseguía deshacerse del hedor de esa vieja bruja. No era detectable para ningún humano, incluso la sangre pudo ser bien confundida con la de Miroku, pero, para él, estaba tan clara como un manantial de primavera.
Cuando las cosas se calmaron un poco, al menos para él, se acercó al médico para darle sus instrucciones.
- Viejo, escucha bien lo que te diré, pase lo que pase, no le debes de decir a nadie, nadie, ¡Nadie! Que él estuvo aquí. Si te preguntan, no lo hiciste, no vinimos, no existe para ti. Quieren matarlo y no lo voy a permitir. Así que... más te vale que tengas la boca cerrada.
- Un médico resguarda la vida y la privacidad de sus pacientes, téngalo por seguro, no diré nada porque usted me lo pidió. ¿Acaso, están en problemas? ¿Este jovencito es un criminal?
- ¡No, no lo es! Por eso no entiendo por qué le hicieron esto. Te aseguro que si llegas a delatarnos, lo vas a lamentar.
- No son necesarias las amenazas, joven Inuyasha.
-...
- ¿Quiere decir, que tampoco puedo comunicárselo a la señora?
- No puedes... - una sonrisa tosca se coló en su rostro que obligó a desaparecer. - ¡Te dije que no puedes! ¿Qué parte no entiendes, anciano?
- Ya me quedó claro. Oh, que desagradable olor. ¿Lo siente, joven Inuyasha?
- Si... no sé qué es. - mintió.
El médico había terminado con las vendas y sólo quedaba preparar algunas hierbas para el dolor. Junto al príncipe contemplaron el amanecer a lo lejos en el horizonte, adornado por un torbellino de humo ascendiendo al cielo.
El culpable de tal espantoso olor.
- Puede ponerse una mascarilla para no tener que inhalar el humo y las cenizas. - el anciano habló ofreciéndole dicha mascarilla de tela. - Qué trabajadores tan madrugadores. Mejor ignorarlos.
Puede que no sea la primera vez que algo así ocurría, y los habitantes de aquel palacio lo asumían como algo corriente.
Un dato que confirmaba una vez más lo horribles que podían llegar a ser los humanos como al mismo tiempo una preocupación menos.
Cuando se den cuenta, puede que él ya esté regresando al palacio del Oeste.
O mejor aún, nunca sepan que ocurrió realmente.
- Afortunadamente tu amigo pudo salvarse, de no ser por que lo trajiste a tiempo hubiera perdido mucha sangre.
Aunque me temo que tendré que tenerlo bajo custodia hasta que despierte.
- ¿A qué hora es eso?
- Imposible de saber, todo depende de él. Puede ser esta tarde, como tardar un día, tres, una semana.
- ¡No puede estar aquí tanto tiempo! Tengo que llevarlo a su casa. En este lugar solo está corriendo peligro si lo descubren. ¿No lo entiende?
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