El Cronista
EL CRONISTA
Autora: Clumsykitty
Fandom: Marvel con algo de Noir.
Derechos: ¿los hay?
Advertencias: una historia que pellizca de aquí y allá de ciertas películas, con algunas ideas locas en el medio como es costumbre. Esta es una historia encargada que espero disfruten.
Gracias por leerme.
*****
All the old paintings on the tombs
They do the sand dance don't you know?
If they move too quick (oh whey oh)
They're falling down like a domino
Walk like an Egyptian, The Bangles.
Marvel's a Men Adventure Magazine tenía desde hacía tiempo como portada de sus números a nada menos que el famoso arqueólogo y aventurero millonario excéntrico a veces inventor llamado Anthony Edward Stark, gracias a sus aventuras por todo el mundo buscando los tesoros más increíbles o descubriendo lugares que la civilización aun no descubriera había encumbrado a la revista como una de las mejores con una cantidad generosa de ventas. El dueño de la revista, director Nicholas Fury, no quería perder esa buena racha menos ahora que hacía poco se había anunciado que Stark se casaría con su asistente personal Gladys Nafaria, celebrando ese compromiso de la única manera en que el millonario lo hacía: con una nueva aventura.
—Rogers, irás esta vez.
—¿Por qué no manda a Romanoff? A Stark le gustan mucho las mujeres ¿no?
Fury levantó una ceja, la única disponible pues usaba un parche en el ojo derecho.
—La vida íntima de nuestro mejor explorador no nos interesa, Rogers. Eres mi mejor cronista y quien tiene la condición física para ir con él.
—¿Solo yo?
—¿Qué te sucede? Creí que buscabas la oportunidad de tener una crónica de primera plana. Te la estoy otorgando y tengo la extraña sensación de que detestas la oferta.
—No soy fan del Señor Stark.
—Lo cual no debe afectar tu trabajo porque tu labor será registrar todo lo ocurrido durante esa nueva misión y traerme algo digno de una portada para el siguiente número.
—Es decir que no tengo opción.
—Rogers, no me voy a repetir. ¿Quieres el trabajo o pongo un anuncio de vacante de empleo?
Steven Grant Rogers aceptó de mala gana, tenía una madre enferma en el hospital que cuidar. Había escalado lentamente entre todo el grueso de periodistas que la revista tenía, todos peleando por cumplir el sueño de escribir algo que saliera en primera plana con una foto de portada. Desafortunadamente venía con la figura de Tony Stark a quien no veía con buenos ojos por ser el típico casanova engreído que despilfarraba dinero en fiestas exóticas o en comprar tonterías de las que luego alardeaba como sus aventuras donde obtenía sus tesoros cuya colección estaba en el Smithsonian.
La larga lista de amantes parecía que iba a terminar ahora con ese nuevo compromiso con la joven marrueca que le pareció oportunamente aparecida en la vida del arqueólogo. Cosas que tampoco venían al caso ni valían la pena para perder su tiempo. Steve alistó todo lo que iba a requerir, poniendo su preciada cámara en la maleta personal al igual que una pequeña grabadora. Una mano femenina dejó en el interior con un movimiento ágil un arma de tamaño perfecto para guardar bajo el pantalón o dentro del chaleco. El rubio de ojos azules levantó la mirada hacia su compañera, Natasha Romanoff, una pelirroja que muchos murmuraban anteriormente había sido espía en el imperio ruso al servicio de los bolcheviques, pero nadie había podido comprobar tal cosa.
—¡Nat!
—Siempre es bueno protegerse.
—Van a pensar que quiero matarlo.
—Eso él ya lo piensa de todos.
—No es gracioso.
—Cuando la dispares me lo agradecerás.
En la Mansión Stark, Edwin Jarvis ya también preparaba el auto con las maletas de todo el equipo de confianza del millonario: su fiel guía, consejero a veces protector James Rhodes, Gladys Nafaria como secretaria, científica experta en lenguas muertas y su amo, Tony Stark. Faltaba un miembro del equipo, quien sería testigo además de ayudante en la nueva aventura que la revista Marvel's enviaría en cualquier momento. El mayordomo arqueó una ceja mirando su reloj de bolsillo cuando un taxi se detuvo frente a la puerta ya abierta, de ahí bajó un hombre atlético, alto de cabello rubio corto con una barba gruesa aunque recortada mirando todo como si fuese un preso al que están por encarcelar.
—¿El Señor Rogers, me presumo?
—¿He llegado a tiempo?
—Puntualidad inglesa, diría yo —sonrió Jarvis, presentándose— Soy el mayordomo del Señor Stark, Edwin Jarvis. ¿Puedo subir su maleta?
—Yo lo haré.
—¡Hey! ¿A quién tenemos aquí? ¿No vino Francis? —una voz gruesa pero juguetona se dejó escuchar— Vaya, ¿ya dan clases de entrenamiento militar con Fury?
—Amo, el Señor Rogers, su cronista y ayudante. Señor Rogers, el Señor Stark.
Al mayordomo le llamó la atención el contraste entre ambos hombres cuando se estrecharon las manos en una suerte de desafío o medición de fuerzas. Mientras que el cronista de la revista parecía el típico neoyorkino del centro, su señor parecía recién salido de una cacería en el Sahara. Pronto llegaron Rhodes junto con la prometida de Stark, quienes saludaron al recién llegado antes de subir al auto.
—Espero estés listo para algo de trabajo rudo y acción, Rogers.
—Nada que me pueda asustar —retó este.
Jarvis no comentó nada, tomando el volante para llevarlos al aeropuerto. En el trayecto, Tony relató lo que sería la nueva aventura.
—En un mercado oculto en las Filipinas escuché un rumor sobre una tablilla egipcia cuya oración inscrita puede devolver a la vida incluso al cuerpo más putrefacto. La Hoja de Ra, le llaman, hecha de oro puro por sacerdotes del faraón Jufu o Keops, perdida durante las invasiones.
—¿Viajará hasta Egipto buscando una inexistente tablilla? —preguntó Steve con algo de recelo.
—Así dijeron de mi Piedra de Lemuria, mi último ejemplar y ahora todos la admiran —sonrió Tony, pasando un brazo por los hombros de su prometida— De eso se trata esto, Rogers, de buscar lo que nadie busca y creer en lo que nadie cree. Es la receta para el éxito.
—Su éxito.
—¿Es que hay otro?
—Discúlpelo, Señor Rogers —intervino Rhodes con una sonrisa— Cuando está emocionado habla de más.
—Me doy cuenta.
—¿A dónde iremos primero? —quiso saber el cronista.
—Marruecos, no podemos ir a Egipto directo, tenemos a los nazis ocupándolo.
—¿Entraremos a...?
—Tú mismo dijiste que nada te asustaba, Rogers.
Steve apretó sus labios, desviando su mirada y tomando aire. Una cosa era perseguir a un loco que se metía con tribus apenas conocidas a robarles sus ídolos y otra cosa muy diferente era provocar a los nazis en su territorio. La guerra estaba escalando como las amenazas de muerte. Tony Stark realmente estaba fuera de sus casillas, queriendo ir a buscar un objeto del cual solamente escuchó por mero accidente para celebrar un compromiso de la manera más absurda. El rubio miró a la doctora Nafaria, quien parecía demasiado entusiasmada para su gusto con eso de ir a meterse a Egipto.
—Pude hablar al Cairo —Jarvis habló para cortar la tensión en el ambiente— Le he abierto camino hasta ahí, amo, el resto queda en sus manos.
—¿Mi guardaespaldas?
—En el aeropuerto ya esperándolos.
—¿Un solo guardaespaldas? —Steve no pudo creerlo.
—Ve anotando, Rogers, entre menos gente se mueva hacia los tesoros, más probabilidades hay de éxito como de salir ileso.
—Eres tan precavido —alabó la doctora, besando al millonario.
Tal como lo dijo el mayordomo, en el aeropuerto junto al jet privado estaba un hombre alto de rasgos nórdicos que parecía más un mercenario que un guardaespaldas. Para Steve, tuvo algo de lógica pues debía tener experiencia en campos cuestionables si debía tener la habilidad de proteger la vida de alguien tan desquiciado como Tony Stark. Mientras Jarvis subía las maletas, el último miembro del equipo se presentó ante ellos.
—Donald Blake, a sus servicios.
—Tienes acento noruego, Don.
—De Troms, para ser preciso, Señor Stark.
—Un auténtico vikingo, mucho mejor. Este de acá es nuestro cronista oficial, espero se lleven bien. Steven Grant Rogers.
—Rogers.
—Blake.
Partieron temprano para llegar a Casablanca por la tarde y pasar la noche ahí haciendo planes. Blake tenía ya una ruta de paso hasta el Cairo donde buscarían alguno de los guías nativos para ir hasta el desierto siguiendo las coordenadas que Tony tenía grabadas en la mente sin nunca decirlas, apenas asintiendo o negando cuando el guardaespaldas señalaba en el mapa tendido sobre la mesa en la que luego cenaron, brindando por la Hoja de Ra y la victoria de los aliados.
—¿Todos han traído armas?
—¿Rogers? —Stark lo miró— Olvidé darte una.
—Estoy armado.
—Vaya, sí que eres todo un hombre con planes.
—Debo hacerlo.
—No pierdas detalles, eso hará que tu historia se venda como pan caliente. Puedes exagerar un poco, sobre todo lo inteligente que soy.
Steve rodó sus ojos, quedándose un poco más en la sala común mirando por el balcón las andanzas nocturnas de los turistas de Casablanca que iban de un bar a otro buscando todo tipo de placeres. Donald se le acercó, ofreciéndole un poco de whisky, chocando sus vasos.
—¿Todo bien?
—Claro.
—Los nazis son la última de nuestras preocupaciones, créelo.
—¿Cómo es eso?
Blake rio. —¿No lo sabes? Creí que siendo periodista tendrías más datos sobre ello.
—No soy esa clase de periodista.
—Bien, es un grupo extremista que trabaja con los alemanes, se les conoce como HYDRA. Esos son el verdadero peligro porque trabajan en las sombras. Perdimos a su sabueso en el aeropuerto, o debería decir que lo saqué de la partida.
—Oh... —el cronista dio un largo trago— ¿No nos han seguido hasta acá?
—Sospecho que nos alcanzarán en El Cairo, pero ahí ya los perderemos de nuevo. Ese lugar es un hormiguero muy bueno para zafarse de locos que piensan que existe una entidad primigenia que les dará poder absoluto.
—¿Eso creen?
—Dicen que el Fuhrer les prometió traerlo a este mundo si ellos le servían.
—Una apuesta peligrosa si no lo hace.
—Con HYDRA jamás se juega.
—¿Tú ya te has enfrentado a ellos?
—Un par de veces —Donald se encogió de hombros— Lo suficiente para saber que mientras más lejos estemos de ellos, viviremos hasta viejos.
Rieron a la broma algo oscura, cada uno volviendo a su habitación. Rhodes tuvo el auto listo para dejar Casablanca y seguir hasta la capital de Egipto a buen paso, apenas deteniéndose a estirar piernas o charlar con los pastores.
—¿No hay una Señora Rogers?
—No, Señor Stark.
—¿Por qué?
—¿A qué viene esa pregunta?
—Tengo la rara sensación de que no te gusta que te dirija la palabra.
—Solo hago mi trabajo, quiero concentrarme.
—No te veo anotando desde que salimos.
—Poseo una excelente memoria.
—¿En serio? Porque haré uso de ella en cuanto toquemos tierra egipcia.
—He cargado maletas, hecho trámites e incluso reservado mesas para comer —casi gruñó Steve— Quisiera que mi memoria estuviera fuera de la carta de servicios.
—Mmm, no. El contrato pide todo de ti.
Rogers chasqueó su lengua, dejando a Stark y volviendo a su asiento, limpiándose una vez más el sudor de su frente y nuca preguntándose si todas esas molestias iban a valer la pena. El rostro cansado de Sarah, su madre, bastó para calmarse. Llegaron de noche al Cairo, no por la avenida principal sino un acceso más bien pedregoso, sujetándose del auto para no salir despedidos por las sacudidas. Tampoco alquilaron un hotel elegante como en Casablanca, sino una casucha sin puertas ni ventanas donde dormían cabras.
—¿Cuál es el siguiente paso, Señor Stark? —Blake extendió el mapa en el suelo de tierra a la luz de velas con una cabra masticando la correa de su cinturón.
—Debemos llegar a Emernis.
—¿Qué? —incluso Rhodes se sorprendió— Esa ciudad no existe.
—Precisamente.
—¿Dónde está? —el único tranquilo de todos ahí fue el guardaespaldas.
—Hay que viajar a la parte este del desierto, esperar el atardecer mirando hacia la caída del sol, ahí aparecerá Emernis.
Steve levantó ambas cejas. —¿Así nada más?
—Se nota que no has estado conmigo, Rogers.
—La ciudad tiene un sistema de camuflaje —opinó Gladys, pensativa— Que el ángulo de los rayos del sol por el atardecer revela por un instante.
—Esa es mi chica.
—Debemos buscar quien esté dispuesto a viajar por el desierto sin saber a dónde ir a tales horas con ojos nazis espiando cielo y tierra —comentó Rhodes, rascándose una mejilla— Hay varios pilotos aquí, pero dudo que deseen correr ese riesgo.
—Hay que saber buscar, Rhodey. Primero descansemos, necesitaremos fuerzas para mañana, porque saldremos antes del amanecer o no llegaremos a tiempo.
—¿Tan seguro está de que encontraremos quién nos lleve?
—Rogers, siempre estoy seguro.
Con un suspiro mitad resignación mitad frustración, el cronista solo esperó el momento para ir al bazar de mala muerte donde buscaron un atrevido piloto, ataviados en esas holgadas túnicas que compraron en Casablanca para no llamar tanto la atención, más pareciendo distraídos turistas poco conscientes del peligro en la zona. Rhodes tenía contactos, pero ninguno quiso aceptar la jugosa paga de solo escuchar el hipotético nombre, como si de alguna misteriosa y preocupante manera esa gente ya tuviera idea hacia dónde iban. Steve pensó que una buena razón era que volarían sobre territorio nazi, pero conforme pasaban las horas sin que alguien deseara volar con ellos, empezó a creer que ese rumor de la ciudad maldita protegiendo la Hoja de Ra fuese cierta.
—Debemos encontrar a alguien, siempre hay alguien lo sufici...
Tony no terminó de hablar porque un adolescente se estampó contra él queriendo huir de sus persecutores con espadas curvas en mano. El arqueólogo levantó una mano, hablando un fluido egipcio preguntando la causa de esa escena, el chiquillo había robado un pan de trigo que estaba a mitad de ser devorado con migajas pegadas a su mejilla como evidencia irrefutable del crimen. Riendo un poco, Stark sacó unas monedas que arrojó a los airados comerciantes, volviéndose al ladronzuelo de vivaces ojos verdes con cabellos rubios. Unos rasgos no muy comunes en Egipto.
—Regularmente, hay que pagar por lo que tomas en estos locales.
—Tenía hambre, señor. Gracias, señor.
—¿Cuál es tu nombre, chico?
—Soy Jason Quill, señor.
—Jason —Tony palmeó su espalda— Dime que sabes de algún piloto que quiera ganar dinero llevándonos al este del desierto para encontrar Emernis.
—Sí conozco uno, señor. El mejor de todos.
—¿Y crees que desee llevarnos? Pagaremos bien.
—¡Sígame, señor!
Parecía un golpe de suerte, aunque dejaron el bazar, debiendo tomar unos camellos porque el piloto en cuestión no vivía dentro de la capital sino en un pueblo casi muerto próximo al Cairo. Incluso Donald estaba a punto de reclamar la estafa cuando vieron un hermoso bien cuidado avión de carga curiosamente decorado en colores vivos con un nombre en letras enormes: Milano. Jason sonrió de oreja a oreja, gritando a viva voz hacia la pequeña casita de barro que parecía a punto de caerse.
—¡Papá! ¡Papá! ¡Conseguí clientes!
—¡Clientes! —una voz se dejó escuchar entre las sombras, apareciendo el piloto en cuestión limpiándose las manos con un trapo viejo, un hombre de cabellos rubios cortos en rizos, una barba fina y ojos verdes que brillaron al ver al grupo— ¡Hola, ahí! Soy Peter Quill, piloto aventurero y experto guía del Antiguo Egipto.
—Tony Stark —saludó este aceptando la mano que estrechó con una sonrisa— ¿Aventurero, eh? Aquí, su representante hizo un buen trabajo de ventas.
—Mi muchacho —rio Peter, mirando a su hijo y de vuelta al arqueólogo— ¿Tony Stark? ¿El millonario?
—Que desea ir a Emernis cuanto antes.
Quill silbó, rascándose su mentón como si hiciera cuentas de cuánto podría costar un viaje así con todos ellos. Blake entrecerró sus ojos, sonriendo apenas al tirar por el codo de Tony llevándoselo hacia el grupo con los camellos echados masticando hierbas.
—Señor Stark, no podemos viajar con él.
—¿Y eso por qué, Don?
—Es Peter Quill, Starlord.
—Creo que lo conoces.
—De nombre, es un estafador y ladrón profesional. Tiene un grupo llamado Devastadores, van a dejarnos morir en el desierto luego de quitarnos todo.
—Pero es el único dispuesto a volar hacia Emernis.
—Conseguiremos a alguien más.
—Un día más es que los nazis se enteren de quienes somos, las credenciales falsas que nos ha dado Fury no van a engañar por mucho tiempo —rebatió el arqueólogo mirando al piloto regañando a su hijo— Déjame hablar con él, sé que puedo convencerlo de que nos traiga vivos de regreso.
—Señor Stark...
—Confía en mí, Donald.
Luego de varios minutos esperando y observando a dos hombres charlar como si fuesen amigos desde la infancia, la Milano encendió sus motores mientras el equipo subía con una expresión de desconcierto ante semejante despliegue de confianza por parte de Tony, quien sonrió feliz una vez terminadas las negociaciones con Peter Quill. El piloto dejó a su adolescente hijo en la casa cuidando el "negocio" mientras llevaba a los locos turistas americanos a Emernis.
—¿Y tu esposa, Peter?
—Soy viudo, Tony —respondió Quill desde los controles— Ella murió cuando Jason apenas empezaba a caminar. Soy padre soltero.
—¿Tú solo has criado a ese niño? —Donald parpadeó incrédulo.
—¿Qué? ¿Es muy difícil? —rio el piloto, señalando luego hacia un costado— Estamos aproximándonos, voy a aterrizar para que puedan continuar su viaje.
Stark puso una mano en el hombro de su guardaespaldas. —Tú volverás con Peter.
—¡Pero...!
—Solo quiero que conozcas la ubicación, vuelve por nosotros, entre menos seamos más control tendremos al entrar a la ciudad. Esto es realmente importante, Don, por favor, estoy confiando en que vas a regresar para llevarnos a casa.
—Por mi honor, que lo haré —juró el noruego, mirando a Peter por sus espaldas— Así tenga que eliminar estorbos.
—Esperemos que eso no suceda —Tony rodó sus ojos mirando a los demás— Rogers, alista esos ojos y oídos que estás por ver una maravilla. Gladys, cariño, siempre a mi lado, Rhodey...
—Armas listas.
—En cuanto bajemos, hay que preparar los camellos, la visión de Emernis durará apenas la caída del sol antes de que la perdamos de vista.
—¡Mucha suerte! —canturreó Peter haciendo aterrizar su Milano.
La emoción por ver la aparición de una ciudad fantasma tuvo a todos expectantes sobre sus camellos mirando al horizonte. Steve iba a comentar algo de bromas pesadas cuando esa luz rojiza del sol cayendo por el desierto reveló como un espejismo una enorme ciudad de piedra amarillenta con altas columnas. Tony aulló, azuzando a su camello, los demás salieron tras él dejando solo una estela de polvo en su carrera hacia Emernis. Peter Quill silbó alzando sus cejas con manos en sus caderas, a un lado del resignado guardaespaldas cuya mano veloz sacó un arma que apuntó a la sien del piloto.
—Sin trucos, vamos a volver por ellos mañana por la mañana.
—Hey, hey, heeeeey —Peter alzó las manos en son de paz— Tengo que cobrar mi pago ¿recuerdas? Y jamás se me ocurriría defraudar a Tony Stark. Quisiera algo de confianza si fueses tan amable.
—Una bala te atravesará el cráneo si nos traicionas.
—¿Dejarías a Jason sin su padre?
—...
Peter negó entre risitas. —Anda, volvamos, tengo una buena cena y un buen vino. Dejemos a los locos exploradores que encuentren sus viejos tesoros apestosos a gusto.
—¿Crees que existe la Hoja de Ra?
—Quien sabe —el piloto se encogió de hombros— Igual y no es nada, te seré sincero, este es mi último trabajo aquí. Nos largamos a Estambul, demasiados nazis para mi gusto.
—Volvamos.
—¿Aceptas mi cena?
—Sin trucos.
—¡Argh! Deja de ser tan paranoico que el padre soltero con hijo adolescente aquí soy yo.
—Y lo dejaste solo allá en esa casa.
—Donde nadie puede llegar sin que lo vea, claro. No como acá que nos puede caer una maldición o se puede despertar una de esas momias ¿sabes?
—Lees demasiadas tiras cómicas.
—O la revista esa de Stark.
Con esas charlas es que subieron a la Milano para volver a la casa, encontrando que no había cena caliente ni tampoco un muchachito esperándolos. Peter se extrañó, buscándolo por todas partes hasta que encontró una notita en la cama de su hijo. Ayudaré al Señor Stark con su misión. El piloto se quedó boquiabierto antes de maldecir en todos los idiomas que se sabía, corriendo de vuelta a su avión mesándose los cabellos.
—¡Pero yo lo mato!
—¿Qué ha sucedido? ¡Peter! —Donald lo detuvo por un brazo.
—¡Jason! ¡Jason se fue con ellos!
—¿Y cómo? —el guardaespaldas frunció su ceño hasta que tuvo una idea— El camello de equipaje.
—No hay equipaje, es Jason —bufó Quill tallándose el rostro— ¡Yo lo mato!
—Creo que el estafador resultó estafado.
—En otra situación diría algo distinto, pero ahora te pido que me ayudes, ese idiota los meterá en problemas por querer ver la mentada Hoja de Ra. ¡Lo conozco! ¡Adora esas estupideces!
—Pero le prometí a Tony que iría hasta el amanecer.
—Créeme, no habrá amanecer para ellos si no regresamos ahora.
Y Peter Quill no hablaba en broma, Emernis era una ciudad con muchos peligros como Tony se dio cuenta con ayuda de Gladys. Un mal paso y podían terminar en un pozo cuyo fondo prometía dolor, atravesados por lanzas o quemados con aceite hirviendo. Hasta que estuvieron dentro del palacio principal es que el arqueólogo al fin se sintió más cómodo para moverse, pidiendo una botella de champagne a Rhodey con que celebrar el que estuvieran dentro de Emernis en el recinto donde se suponía se había quedado la Hoja de Ra bajo el cuidado de un grupo de sacerdotes.
—Am, no hay champagne.
—¿Qué? Estoy seguro de que la empacamos. Rogers ¿te bebiste la botella?
—Es Jason.
—¿Cómo?
Rhodes abrió de tajo esos bultos que resultaron ser un adolescente que cayó en la arena con un bufido, sacudiéndose y sonriendo descarado a todos los adultos de ojos abiertos.
—¡Hola! Am... lo siento.
—¡¿Qué haces aquí?! —reclamó Gladys— ¡No puedes...!
—Tu padre te va a matar —Tony se cruzó de brazos— Y mi prometida tiene razón, no debes estar aquí, esto es peligrosísimo, Jason.
—Quería ver ese tesoro, ya no veré nada cuando estemos en casa porque nos iremos de aquí. Es mi única oportunidad, Señor Stark.
—No puede haber niños aquí —Steve se unió a las quejas.
—¡Pues ya lo estoy!
—Gritar no solucionará nada, vamos a calmarnos todos y seguiremos adelante. Jason, no te vayas a despegar de nosotros o algo te matará ¿entendido?
—Tony...
—No hay más, Rhodey, solo debemos cruzar ese ancho pasillo, no morir entre las trampas antes de que toquemos la tumba falsa que contiene la Hoja de Ra.
—¿Cómo sabes todo eso? —quiso saber Steve.
—Rogers, dije que en Filipinas me hablaron de este tesoro, no que luego investigué todo lo necesario para dar con ella. Bien, equipo, antorchas listas, dejen a los camellos aquí. Jason, tú conmigo.
—¡Sí!
—¿Estás completamente seguro de que la hoja sigue aquí? —quiso saber la doctora.
—Por nuestro cariño, que así es. ¡No perdamos más tiempo!
Steve no podía creer tanta buena suerte ni que tampoco nadie los hubiera perseguido, como si esperaran a que hallaran esa pieza para saltarlos. Tanteó el arma bajo su pantalón, caminando con antorcha en mano junto a Rhodey detrás de Gladys quien se quedó en el medio. De nuevo saltaron entre piedras, anduvieron a gatas e incluso avanzaron de lado pegados a la pared con tal de no activar las trampas mortales que Stark parecía conocer desde siempre o que sus años de experiencia casi matándose le habían enseñado las cosas que podría encontrar en esos lugares perdidos. La puerta era de metal, que cedió a la fuerza de todos con un quejido suave y un aroma a rancio escapando por la hendidura.
—Por los dioses...
Había montañas de oro en los flancos, mientras que al final de ese enorme salón, sobre un sarcófago de piedra, se hallaba la Hoja de Ra deslumbrante por su oro macizo. Tony se carcajeó, corriendo a investigar los alrededores, tomando una estatuilla de oro de tamaño y peso similar que intercambió por la hoja, bajando del sarcófago pidiendo silencio. Nada. La trampa no se había activado. Usando su pañuelo, limpió de polvo la Hoja de Ra que tendió a un emocionadísimo Jason.
—¿Querías verla?
—¡Es genial! —el adolescente la tomó, pasando la yema de sus dedos por los jeroglíficos que leyó antes de que alguien pudiera detenerlo— Yo soy Ra, el dios supremo, ordeno que te levantes y andes pues soy yo quien da la vida.
—¡No! ¿Qué haces niño estúpido?
Fue Gladys quien gritó, escuchándose de inmediato un coro de quejidos y un ligero temblor de la tierra. Luego silencio. El inconfundible sonido metálico de armas quitando sus seguros hizo que todos sacaran las suyas, rodeando al chico que abrazó la hoja. Un grupo de gente enmascarada de uniformes negros con un calavera de tentáculos rojos en el pecho aparecieron por todos lados, apuntándoles. Tony frunció su ceño, igual que Steve a su lado.
—HYDRA —murmuró el cronista.
—Malditos... ¿cómo fue que estaban siguiéndonos tan de cerca?
Una de las armas de su equipo cambió de dirección, apuntando a la cabeza de Jason quien gimió asustado. Gladys sonrió.
—Hail Hydra.
—¡Jason!
Tony alcanzó a tirar del muchachito antes de que la bala lo matara, recibiendo solo un rozón. Jason, bien adiestrado en las artes de su padre, lanzó en el aire la tabla de oro para distraerlos a todos sabiendo que era lo que estaban buscando. El caos vino dentro del recinto, pues justo ahí fue que muros estallaron, dejando libres a las momias que el hechizo de la Hoja de Ra había despertado. Cadáveres apenas huesos con vendas que persiguieron a los intrusos queriendo devorarlos. Hubo fuego cruzado, Steve buscando a Jason quien solamente tuvo ojos para el tesoro caído en un montoncito de oro al tiempo que los demás buscaban salvarse de una bala o de una momia resucitada.
—¡Tenemos que salir! ¡Esto está colapsando! —gritó Rhodes.
Una de las voraces momias alcanzó a Gladys Nafaria, bajo la mirada dolida del arqueólogo antes de ir por su amigo, cruzando entre estatuas de oro y más momias hacia la única salida atascada de insólitos escarabajos carnívoros. Steve llevaba en el hombro cual saco al adolescente, uniéndoseles en el escape que lograron usando el fuego de sus antorchas. Ahora eran perseguidos por esos insectos malditos, momias enfurecidas y un grupo de HYDRA que disparaba a diestra y siniestra con techos cayéndose sobre ellos a una velocidad impresionante. La pericia de Tony es la que los ayudó a evadir la muerte, subiendo por escalones hacia los techos inestables, saltando entre columnas hasta de vuelta a los inquietos camellos queriendo zafarse de sus ataduras.
—¡Nos perderemos en el desierto! —exclamó Steve.
—¡No tenemos opción, Rogers! ¡Eso o que nos maten aquellos!
Un estallido terminó por ayudarlos a tomar valor, Emernis estaba hundiéndose. Apenas si consiguieron poner un pie en el desierto cuando todo desapareció bajo metros de arena. Estaban rasguñados, golpeados, con cortes y despeinados más muy vivos.
—Jason, ¿estás bien? —Tony revisó al chico, quien le sonrió mostrando la Hoja de Ra— ¡Eres un pillo!
—No la iba a dejar con ellos. Menos con ellos —Jason se quedó quieto, luego riendo feliz al reconocer cierto ronroneo— ¡Es la Milano!
Steve no pudo creerse semejante suerte, ahí estaban las luces en el cielo del avión de Peter Quill buscándolos junto con Donald Blake. Un nuevo alarido les puso la piel de gallina, las momias emergían de entre la arena reclamando sus vidas. Azuzaron a los camellos, haciendo señas al piloto para que abriera la plataforma trasera y ellos brincaran a ella, no podían hacerlo aterrizar, no con esas cosas tras ellos a una velocidad digna de un corredor olímpico.
—¡Jason, sube, sube!
—¡Señor Stark, tome su tabla!
—¡Sube niño!
—¡Tony!
Donald recibió al chico, dando una mano a Rhodes y luego a Steve quien se giró al escuchar el lamento de los camellos siendo devorados.
—¡STARK!
El arqueólogo cayó en la arena, rodando a merced de las momias. Steve se soltó, cayendo igual mientras ese manto de cadáveres pareció cubrirlos. Peter maldijo, teniendo que elevar su avión o ellos serían los siguientes, dando una vuelta con sus ametralladoras listas. Nada. El desierto se los había tragado junto con las momias y la Hoja de Ra. Todos se quedaron callados, Jason mirando a su padre con ojos aguados antes de esconderse en su pecho, temblando.
—Debemos volver —susurró Donald— No vamos a encontrarlos de noche, menos si los nazis están espiando.
—Maldita HYDRA —masculló Rhodes limpiándose un ojo.
Tony abrió sus ojos hasta que su cuerpo dejó de ser golpeado o moverse. Estaba en un nuevo recinto, muy viejo y descuidado alegremente vivo junto a Steve Rogers. Había leído la siguiente parte de la inscripción, haciendo que las momias volvieran a ser huesos inertes, siendo devorados por el desierto embrujado. El rubio despertó con un sobresalto, empuñando su arma por todos lados hasta que el millonario lo detuvo con una risita.
—Nadie va a matarnos aquí, Rogers.
—¿Dónde...? ¿Dónde estamos?
—Volviste por mí.
Steve rodó sus ojos, desviando su mirada. —No iba a dejarte morir.
—Gracias.
—Lo siento.
—Bueno, dicen que afortunado en el juego, desafortunado en el amor.
—De verdad lo siento.
—Ahora hay que salir de aquí, no tengo ni idea de dónde estamos, demasiado oscuro, apenas si te veo.
—No luce como Emernis.
—Esto debe ser parte de alguna construcción normal... eso espero.
—Solo hazme un favor ¿sí? No leas esa maldita tabla.
—Wow, te escucho maldecir.
Rieron, quedándose callados espalda con espalda para no ser presa de algún bicho maldecido o un muerto furioso. Luego de unos minutos retomaron su charla, más tranquila en lo que la mente de Tony ideaba una forma de encontrar la salida a la superficie.
—Gracias por volver por mí —habló el arqueólogo con voz baja.
—Está bien.
—Tenía la creencia de que me dejarías morir si tenías la oportunidad.
—No.
—¿Por qué no? Es decir, en mi profesión...
—Toda vida me es importante.
—¿incluida la mía?
—Sobre todo la tuya.
—¿Ah?
—No eres tan mala persona. Solo idiota y demasiado descuidado.
—Lo tomaré como un halago. Y tú eres muy correcto aunque atractivo.
—¿Atractivo?
—¿Qué? Soy humano.
—Pues yo también.
—... ¿eso qué quiso decir exactamente, Steve? Porque yo estaba refiriéndome a...
—Sshh.
—No me...
—¡Sshh!
El cronista había escuchado un silbido, no era de algún peligro sino de una fuente de aire cercana, lo que implicaba aire libre, el desierto. Escalaron por unas piedras, ayudándose a trepar por otras hasta que dieron por un boquete por el cual pasaron, quedándose atrapados frente a frente cuando se hizo demasiado estrecho para deslizarse los dos al mismo tiempo.
—Esto es vergonzoso e incómodo —comentó Tony muy tranquilo.
—Tendremos que quedarnos así hasta que la luz nos permita ver o vamos a caer y rompernos la cabeza. Ya estamos muy alto.
—¿Te molesta estar así?
—No ¿y a ti?
—Pues no, al menos es lindo tener un cuerpo vivo pegado a mi pecho y no una momia queriendo encajarme los dientes. Dime que eso que siento es tu arma.
—Lo siento.
—Sin problema, es solo que mi arma también puede incomodarte.
—¿Alguna vez cierras el pico?
—Es algo que me pasa cuando me pongo nervioso.
—¿Qué cosa te pasa?
—¿Por qué me detestabas?
—En realidad, no lo sé bien.
—¿Y ahora?
—Volveré a odiarte si no te quedas callado.
—¿Qué puedo hacer? ¿Dormirme?
—Quizá.
—¿Tú me cuidarías de no caer?
—Seguro.
—Oh, Steve, vamos, no bromees.
—No lo hago, descansa ya. Yo te despertaré cuando sea tu turno.
—Am... ¿puedo pasar mi pierna...? Es que...
—Sí, como sea.
—Cuando seamos unos ancianos decrépitos, esto nos sacará muchas sonrisas.
—"Oh, sí recuerdo cuando estaba entre las piernas de Tony Stark" —Steve emuló una voz temblorosa, riendo con el otro más relajados— Ya duérmete.
—Perdona si hablo en sueños cosas incoherentes.
—Solo no hables en egipcio antiguo.
—Lo intentaré... ¿Steve?
—¿Qué pasa, Tony?
—Sé que puedes pensar que lo que voy a decir es por influencia de toda la situación, pero... creo que me gustas.
—¿Por mi arma?
—Además. La tenías bien escondida.
—A dormir.
Steve no lo despertaría sino hasta que el sol ya despuntaba con el sonido de los motores de la Milano sobrevolando el área. Tony lo amonestó por hacer eso, siendo callado por un casto aunque atrevido beso que al fin terminó con el borbotón de palabras que salían de su boca, abrazando su tabla mientras salían de aquel hueco y caían en la más hermosa, común, nada sobrenatural arena del desierto entre risas de alivio con el estómago gruñendo de hambre. Jason corrió a abrazarlos entre lágrimas, disculpándose por haber leído la Hoja de Ra sin pensar en las consecuencias.
—Tranquilo, después de todo una aventura donde no hay peligros de muerte no es aventura —sonrió el arqueólogo despeinando al chico— Hiciste que la crónica de Steve se volviera mil veces más interesante, lo harás famoso.
—¿Sí? ¿Señor Rogers?
—Por supuesto, pequeño.
—¡Ustedes! —Peter jadeó al verlos maltratados pero vivos— Juro que son los dos testarudos más suertudos que he conocido. Mira que salir por aquí como si fuesen escarabajos peloteros.
—¿Cómo diste con nosotros?
—Fácil, Tony, hice un perímetro alrededor del área donde cayeron. Bueno, fue idea de Don, pero yo amplié la zona. Rhodey muere de angustia.
—Es hora de volver a casa.
El siguiente número de la revista sería todo un éxito, mientras el arqueólogo daba conferencias sobre la Hoja de Ra, que fue guardada en una caja fuerte del Smithsonian. Tony contrató los servicios de Peter Quill ahora que dejaba Medio Oriente, aprovechando que su "amistad" con Donald Blake pareció crecer, igual que su relación con el cronista Steve Rogers una vez que aligeró la carga en su corazón por la traición de Gladys Nafaria. Para el millonario excéntrico, no había sido esta tabla de oro lo mejor que le había pasado, sino el encontrar otros amigos tan locos como él y lo que podría ser al fin un buen romance si los avances de Rogers estaban logrando su cometido.
—Cuando sea un anciano decrépito sin dientes, diré que un día dormí en un hueco de un templo antiguo egipcio con un rubio fantástico entre las piernas.
—Eso te da mucho orgullo ¿eh?
—Bueno —Tony sonrió divertido— No ha sido la última vez que pasa eso.
—...
—Es curioso como puedes ser tan rudo y al mismo tiempo tan pudoroso, Steve Rogers.
—Lo dice quien no recuerda ni su fecha de nacimiento.
—Nada tiene que ver una cosa con la otra.
—¿Tony?
—¿Sí?
Un beso lo calló.
F I N
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top