Capítulo 04

Chester llegó a nado al barco pirata contrario, uno de los barcos más temidos, por su tripulación sangrienta y bárbara. El Corsario Azul no estaba a favor de las prácticas que hacían con sus rehenes y por eso debía rescatar a Acacia de aquellas manos, sobre todo de las del capitán. Subiendo por el costado de la nave, divisó a la joven suspendida en el mástil de la bandera, y viéndola más detenidamente su piel ya tenía signos de marcas alrededor de sus muñecas. Escuchando una de las puertas abrirse, vio al capitán salir con un monstruoso animal, un cocodrilo. Abrió los ojos con impresión al ver al cocodrilo caminar a la par de su dueño, y posándose debajo de Acacia. La joven gritó cuando vio al impresionante animal.

Chester, tomó la daga que había mantenido en su boca en todo lo que había durado el nado, y escudriñó la distancia del animal con la de él, para saber si podía desde allí matarlo. Apenas apuntó, la lanzó, pero los reflejos del capitán fueron mejores de lo que esperaba.

—No te hacía tan pronto aquí, creo que ya conoces a mi hermosa mascota —le dijo a El Corsario Azul.

—Yo no creí que fueras tan preciso en sujetar la daga —le contestó terminando de subir al barco.

—Ya ves que casi siempre te llevas una sorpresa de mí —le respondió con sorna sonrisa.

—Baja a la mujer, esto es entre tú y yo.

—Esa mujer es demasiado importante para ti, lo veo en tus ojos cuando la miras.

—Estás malinterpretando las cosas. No estoy enamorado de ella —le dijo y ella quedó atónita.

—Puedes mentir de la boca para afuera, pero muy dentro de ti sabes que eso es mentira, y lo peor es que no lo asumes.

—No quieras que pierda el control y aniquile a tu encantadora mascota y a ti. Tengo muy poca paciencia, y no acostumbro a alargar ésta clase de peleas. Me aburren y prefiero hacerlo a mi estilo.

—Oh sí, conozco tu estilo, pero supongo que ella aún no lo sabe, ¿verdad?

—No tengo nada que perder, ella no se quedará conmigo —le contestó y levantó la cabeza para mirar a Acacia, la cuál lo miraba con seriedad.

—Si tanto insistes, entonces ven a pelear para sacar la bestia que hay en ti.

Mortimer, que así se llamaba el adversario, soltó al cocodrilo, para que peleara con Chester, mientras que él bajaba a Acacia, para en lo posible tirarla por la borda. El Corsario Azul peleó cuerpo a cuerpo con el primitivo animal.

Acacia gritaba cuando el capitán la llevaba de las muñecas hacia la pasarela del barco. Antes de que el animal se abalanzara sobre él, Chester quitó su pistola enfundada y le disparó tres veces. El animal cayó sacudiendo el barco. El capitán sujetó a Acacia del cuello y apuntó con una pequeña daga hacia el estómago. Ella tragó saliva cuando sintió la punta del arma blanca.

—Libera a la mujer, y pelea conmigo.

—¿Por qué quieres que la deje libre, si tú mismo me dijiste que no te importaba? Bien puedo tirarla por la borda, y nadie la reclamaría, ni siquiera tú.

—Tiene familia, no es una perdida cualquiera.

—¿Ahora saliste protector de la mujer? —le preguntó riéndose a carcajadas.

Cuando Acacia lo vio reírse, fue el momento exacto para forcejear y librarse del hombre. Pero un imprevisto causo el daño físico de ella, ya que Mortimer al verse amenazado, hirió a la joven, produciéndole una gran herida en el abdomen. Ella cayó de bruces contra el piso, y lo único que distinguió en la cruenta pelea fue un hombre cegado por la rabia de ver herida a una mujer. Acacia quedó perpleja y pensando que no podía ser verdad lo que estaba viendo. Un Chester salvaje que tomaba del cuello al adversario y se lo apretaba en el proceso. Ocasionándole un leve desmayo para luego ponerse detrás de él e hincarle los colmillos en el cuello. No concebía a la idea de saber que El Corsario Azul era un vampiro. Sintiéndose débil por la herida causada, se recostó a medida que el cuerpo sin vida de Mortimer caía al suelo también. Chester se acercó a ella, sin preocuparse por limpiarse la sangre, solo necesitaba verla, y saber que se encontraba bien. Pero la herida era demasiado profunda y tenía miedo por ella. Alzándola en sus brazos, de la única manera que podía llevarla al barco era teletransportándose, algo que no había hecho desde hacía décadas atrás. Solo esperaba que diera resultado y llegar al camarote.

Segundos luego, Acacia fue recostada en la cama, fuera del camarote, la tripulación tiraba por la borda a los cuerpos del barco contrario. El Corsario Azul habló con el cirujano a cargo pidiéndole por favor que fuera con él al camarote. Éste último le obedeció y entraron posteriormente al recinto. Examinó a la joven y al darse vuelta para enfrentarlo le habló claro.

—Es cuestión de tiempo que comience a levantar temperatura, esa herida se ve muy mal, y dudo mucho que se recupere.

—¿Qué me estás queriendo decir? ¿Ningún experimento tuyo funcionaría para que ella se recupere?

—Mis métodos son infalibles, pero el atacante supo bien la herida que le produjo, y no hay nada que se le pueda hacer. Lo siento —le dijo el hombre y él lo sacó a empujones de allí.

Estaba cabreado, mucho, y no iba a permitir que Acacia se fuera de su lado. Con rabia y gritos avisó a la tripulación que volverían a zapar hacia Inglaterra en aquel mismo instante. Todos se sorprendieron, pero ninguno objetó su decisión. El Corsario Azul era un gran capitán y sentían un enorme respeto por él, y cuando él decía algo así, se hacía, sin reproches y sin negativas por ninguno de su tripulación, por una buena razón volvían a Inglaterra, y allí se zanjaba el asunto.

Jacob, que era el único nuevo en toda esa horda de bárbaros, le preguntó el porqué volvían tan pronto. Simplemente lo tomó del brazo y lo entró al camarote.

—¿Qué le pasó a mi hermana?

—Jacob, hay algo que debes saber. A tu hermana la hirieron, y el médico a bordo no cree que se salve.

—Mientes, no puedes decirme eso. Hasta hace unos momentos estaba perfecta, y ahora su vida pende de un hilo, no puedes hablarme en serio.

—Lo siento, Jacob, pero es la verdad. Ojala fuera mentira, pero no lo es. Acacia sufrió una herida profunda que muy difícilmente se sane, no hay manera de revertirla.

—Debe haber una manera, tiene que haber. Es mi culpa por arrastrarla hasta aquí, y es tu culpa también por dejar que formara parte del botín.

—La culpa no es de ninguno de los dos, nadie sabía que iba a terminar así.

—Ésta vida de pirata ya no me gusta nada, fue un error robarte la piedra para hacer la travesía contigo y ver cómo era la vida pirata. Me arrepiento de haberlo hecho, Acacia me importa, y siempre fue hermosa conmigo a pesar de mis locuras y travesuras, siempre estuvo guiándome y hacerme ver que las cosas no son lo que parecen ser. Y me di cuenta tarde, no son lo que parecen, en lo absoluto.

—Hay una manera de salvarla. Y es posible que tú no estés de acuerdo.

—Me importa poco en qué consiste esa manera, solo quiero verla bien.

—No entiendes, Jacob, yo no quiero hacerlo.

—Hazlo, o te mato —le dijo apuntando contra el capitán una espada, en un arrebato de desespero y furia.

—No tienes ni idea de lo que implica salvarla, ¿verdad?

—No me interesan los métodos, quiero respuestas.

—Si quieres que la salve, entonces tienes que saber que no es algo común y corriente. Conlleva mi sangre.

—¿A qué te refieres con que conlleva tu sangre?

—Mi sangre sana, si quieres que Acacia se recupere, entonces aceptas que mi sangre caiga en su herida. No creo que seas un muchacho con pocas luces, me doy cuenta cuando sospechas algo, como ahora mismo. Sí, Jacob, lo soy.

—Es imposible. No existen —le dijo y él se rió a carcajadas.

—Lo creas o no, sí, existen.

—Tendrías que haberte quemado bajo el sol.

—Debería, pero no lo he hecho. Esto me protege —le dijo mostrándole el legendario anillo en su dedo meñique—, ¿entonces? ¿Aceptas o no?

—Acacia me importa mucho, sí, lo acepto.

—Bien, ¿prefieres salir o te quedas a ver? Lo haré ahora mismo, no puede esperar más.

—Me quedo aquí.

—De acuerdo.

Cortó con la daga la tela del vestido, despejando la herida abierta. Él se cortó la palma de la mano haciendo que las gotas de sangre cayeran en la herida de ella. Jacob se quedó con la boca abierta sin articular una sola palabra.

—¿Te cortaste?

—Mi herida pronto se cerrará, la herida de tu hermana en un par de horas se cerrará también como si nada le hubiera pasado.

—¿Hace mucho que eres vampiro?

—No es momento para hablar de eso. Pero si quieres saberlo mejor, sí, hace siglos que lo soy, pero no soy del todo vampiro, soy mitad humano y mitad vampiro, y sí, pueden herirme gravemente. Nadie sabe de esto, solamente mi tripulación y ahora tú, y lamentablemente, Acacia.

—Eso quiere decir que no eres invencible.

—Así es, Jacob.

Chester apartó la mano de su herida, y dejó que se cerrara.

—¿Ves? Ya no tengo más nada —le dijo al joven, mostrándole la herida que antes estaba allí.

—Increíble.

—Será mejor que la dejemos sola, mi sangre hará su trabajo.

Y efectivamente lo había hecho, luego de dos horas y un poco más, Acacia despertó aturdida, recordando fragmentos de lo sucedido, sobre todo, la manera en cómo había mordido el cuello de aquel hombre y sabiendo que tenía una herida profunda en su abdomen. Bajó la mirada a su abdomen, estaba blanco como toda su piel y sin un rasguño, sonrió creyendo que se estaba volviendo loca. No podía ser cierto. Bajó de la cama, y miró por el ojo de buey, se habían alejado bastante de la Isla de La Tortuga. Frunció el ceño cuando comprendió que tendrían que haberse quedado por unos días allí. La puerta del camarote se abrió y ella se dio vuelta, manteniendo su cuerpo contra la pared.

—Es bueno verte recuperada —le dijo El Corsario Azul.

—Gracias. ¿Qué hacemos retornando? Creí que nos quedaríamos por unos días más en la isla.

—No, yo decidí volver de inmediato.

—¿Por qué?

—Tú estabas demasiado herida.

—Ya comprendo. Tengo fragmentos en mi cabeza. Lo que más recuerdo es cuando me hirió y cuando tú le desgarraste el cuello —le dijo al fin mirándolo a los ojos.

—Quise creer que tú no lo habías visto.

—Pero lo vi. Al principio pensé que estaba soñando pero luego era la realidad misma.

—¿Me tienes miedo?

—¿Debería? —le preguntó intrigada.

—No te haría daño jamás.

—¿Estás seguro? La manera en cómo acabaste con él fue terrible, jamás creí que eras eso.

—Dilo, ¿o acaso tienes miedo en decir lo que en verdad soy?

—Eres un vampiro. Siempre creí que no existían.

—Soy medio vampiro, mi otra mitad es humana, si bien tengo lo que un vampiro posee, soy humano en muchas cosas. Me alimento normalmente, aparte de la sangre, camino bajo el sol, gracias al anillo de mi familia, y pueden herirme de gravedad.

—¿Eres inmortal?

—No, pero vivo mucho más que las demás personas.

—¿Cuántos años tienes?

—Muchos, no quieres saberlo.

—Esto es una locura, no puede ser cierto nada de esto. Seguramente tengo que pellizcarme para poder despertarme.

—No estás soñando, Acacia, y yo existo.

—Ya veo. No puedo creer que tuve relaciones con un vampiro.

—Un semi vampiro. ¿Te arrepientes? Porque yo no.

—No sé si arrepentirme o pegarme a mí misma.

—No te preocupes, una vez que lleguemos a Inglaterra, estarás libre de mí. Si te sirve de algo, tu presencia es encantadora. Nunca me sentí así, pero tampoco puedo retenerte en contra de tu voluntad.

—Solo quiero que todo esto acabe de una buena vez.

—Podría llevarte ahora mismo al puerto de Londres.

—¿De qué manera?

—Con la teletransportación.

—Estás demente.

—¿Cómo crees que te traje hasta el camarote estando mal herida? No podía nadar contigo mientras tenías la herida abierta. Solo tuve que teletransportarme contigo en brazos. Si quieres, ahora mismo te llevo.

—De acuerdo, eso es lo que quiero, que me lleves así me olvido de todo esto. ¿Acaso no tienes el poder de borrar recuerdos?

—Lo tengo también, pero yo no quiero que te olvides de mí. Es como si te faltara una parte y yo no voy a hacerlo. No voy a borrar los recuerdos de todo lo que has vivido conmigo.

—¿Cómo me recuperé tan rápido?

—No te lo voy a decir porque eso implicaría que me aborrezcas aún más.

—¿Bebí de ti?

—No.

—¿Entonces?

—Mi sangre hizo el trabajo de cicatrización para que te recuperaras en dos horas y algo más. Eché mi sangre en tu herida. Era la única manera de salvarte. Y tranquila, no estás en deuda conmigo. Lo hice porque quise y porque tu hermano te quiere con locura.

—Tengo sangre de vampiro en mi cuerpo —dijo en voz alta con preocupación.

—Tienes mucho más que sangre de vampiro en tu cuerpo, Acacia —le respondió y ella desvió la mirada.

Acacia no supo qué más responderle, solo quería irse de allí cuanto antes, quería estar en su casa, en su cama, y sobre todo tranquila.

—Quiero irme ya de aquí.

—¿De veras quieres irte de aquí?

—Sí. Es lo que dije.

—Muy bien entonces. Tendrás que avisarle a tu hermano, y espero que vaya contigo, de lo contrario no sé lo que le dirás a tus padres.

—Tú sabes bien qué hay que decirles —le dijo altanera y soberbia.

Acacia le avisó a Jacob que se volvía a Inglaterra mediante la teletransportación de él, y estaba en él acompañarla o quedarse. Pero ella le advirtió que si no volvía con ella, no sabía qué excusa iba a decirle a sus padres.

Jacob con un mohín se resignó a ir con ella, y los tres se abrazaron para que Chester los transportara al puerto de Londres en un abrir y cerrar de ojos. En el viaje, terminaron por aparecer en la recámara de la joven.

—Creí conveniente llegar aquí, en vez del puerto. Supuse que sus padres no los encontrarían aquí.

—¿Qué les diremos a nuestros padres? —le preguntó Jacob con preocupación.

—Tus padres saben que jamás te fuiste, y que tu hermana no aceptó irse en la travesía para no acusarte de ladrón, eso quiere decir que les borré sus recuerdos el tiempo que duró nuestro viaje. Solo actúen como si nada hubiera pasado, solo saben que ustedes estuvieron siempre con ellos.

—Bórrame la memoria, no quiero recordarte —le dijo ella seria y altiva.

—De eso ni hablar, cariño. Quiero que siempre me recuerdes, en cada momento y en cada lugar. Quiero que tengas el privilegio de jamás olvidarte de mí —le dijo, le robó un fugaz beso y se desintegró para volver nuevamente al barco.

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