Capítulo 01

Docklands, muelle de Londres

Enero de 1820

El viento de la costa europea azotaba la joven piel de la muchacha, el frío de Enero no la había acobardado cuando tuvo que cruzar la dársena para ofrecerle un negocio menos riesgoso que utilizar a su hermano como un marinero más, para la tripulación del barco que tenía frente a ella.

La joven Acacia Barner, era la hija mayor del párroco de la ciudad londinense. Su hermano, Jacob, era cinco años menor que ella y solía meterse en tretas que acarreaban desde enmendar roturas hasta pagar deudas o hurtos que el joven cometía. Uno de esos hurtos había sido robar una de las piedras preciosas de un conocido y temido capitán de marina. Chester Lander, más conocido como El Corsario Azul.

Acacia se acercó más al monstruoso barco, tragando saliva al contemplar la bandera negra izada en lo alto del mástil. Una bandera adornada con una calavera y dos sables azules cruzados. Cerró los ojos cuando cayó en la cuenta de quién se trataba. El Corsario Azul no era otro más que un famoso pirata con una reputación temible. Se decía que había rechazado el título de noble inglés para aventurarse en las travesías de la conquista de los mares, y que era un arrogante sinvergüenza.

Su adolescente hermano estaba arriba del barco, y ella aunque el miedo en parte la acobardaba debía hacer frente a esa situación. Uno de los tripulantes la miró con descaro y lascivia, ella se mantuvo firme.

—¿Qué buscas dulzura? —le preguntó mostrando una sonrisa carente de muchos dientes, los cuáles algunos eran reemplazados por dientes de oro.

—Busco a Jacob Barner.

—El nuevo tripulante —le dijo y el aludido se acercó para ver de quién se trataba.

—Acacia, ¿qué haces aquí?

—Vengo a buscarte y hablar con el capitán del barco para poder sacarte de la tripulación.

—No te pedí que me vinieras a buscar.

—Jacob, no digas tonterías, baja del barco de inmediato.

—Quiero ser pirata algún día y lo conseguiré gracias a El Corsario Azul. Yo le robé la piedra por decisión propia, nadie me ha obligado.

—Tienes la mente de un bribón, Jacob, no haces ningún caso y ahora baja ya.

—No lo haré. Puedes acusarme de ladrón pero no pienso volver a casa.

—No seas necio. Tienes solo quince años.

—Es un muchacho listo —comentó el hombre de pocos dientes—, y será un gran pirata.

—No estoy hablando con usted —le gritó molesta.

—La dama tiene agallas —contestó con risa aquel hombre.

—Quiero hablar con su capitán a cargo.

—Señora, el capitán duerme en estos momentos antes de zarpar a mar extranjero.

—Me importa muy poco lo que su capitán este haciendo en estos momentos. Y no soy ninguna señora, exijo hablar con él.

—Tengo ordenes de no molestarlo.

—Y a mí me importa un comino su orden —le dijo decidida y subiendo a cubierta.

—Acacia, no crees problemas, solo déjame tranquilo, por favor. Todavía no lo he visto pero apenas salga de su camarote hablaré para poder estar en su tripulación.

—Estás loco, Jacob. Deja que yo intervenga.

—No, no quiero que hables por mí, estropearás las cosas y yo no quiero que lo hagas.

—Quieras o no, lo haré, Jacob —le dijo ella estando arriba del barco.

—Eres una tonta. Te he dicho que no quiero que intervengas porque no tengo intenciones de volver a casa.

Un corpulento y alto hombre, vestido de negro, salió de la puerta ubicada en el extremo opuesto del barco. Gritando, era el verbo correcto. A medida que avanzaba hacia ambos hermanos, Acacia sentía los vellos de sus brazos y nuca erguirse ante semejante hombre.

Caminaba con una soltura y decisión que la joven quedó pasmada, jamás había visto un hombre de tal magnitud, abrió los ojos con asombro cuando quedó a escasos centímetros de ella. Un hombre así no podía ser real, y estaba más que segura que por algo característico en él lo llamaban El Corsario Azul. Sus ojos. Eran increíblemente azules.

—¿Quién era la persona con la voz irritante que me despertó de mi grato sueño? —preguntó con enojo hacia la tripulación.

Escrutó con aquellos imponentes ojos a todo su personal, y volvió la vista hacia dos desconocidos que estaban en su barco.

—¿Quiénes son estos dos? —preguntó sin importancia.

—Permítame presentarme... —dijo Jacob, pero fue interceptado por su hermana.

—Cierra la boca —le respondió sujetándolo del brazo.

—Usted es la mujer con la voz irritable —le dijo el capitán mirándola de arriba a abajo.

—Soy la hermana de este joven, vengo a hablar con usted de un asunto muy importante —le contestó ella sin siquiera inmutarse ante su presencia avasalladora.

—Mi hermana intenta hablar por mí, pero yo me las puedo arreglar solo. Sin ayuda de nadie.

—Tienes coraje para hablar conmigo. Ven, entra a mi camarote —le dijo al muchacho, y antes de entrar con él, les advirtió a la tripulación—, ni se les ocurra tocar a la mujer, de lo contrario me veré obligado a matar a alguien y tirarlo por la borda, ¿quedó claro? —les amenazó y todo el mundo lo miró con terror en los ojos.

Acacia miró por el rabillo del ojo a los demás tripulantes, algunos ni le daban demasiada importancia y otros la miraban más que atentos. La muchacha no era como las beldades de Londres, pero sí tenía su carisma, y belleza genuina que más de una debutante habría querido tener.

Los gritos se hicieron escuchar a través de la enorme y gruesa puerta, pero pronto se acallaron, Acacia tragó saliva pensando lo peor. La puerta se abrió y de ella salieron ambos. Su hermano se quedó callado y fue el capitán quién le habló a ella. Serio y arrogante como ningún otro.

—Su hermano me habló de lo que me ha hecho.

—Tiene que perdonar a mi hermano, es un adolescente que busca problemas, y solo vine hasta aquí para poder solucionarlos.

—No hace falta, señora.

—Señorita —le dijo ella con la frente bien alta.

—Señorita...

—Barner, Acacia Barner.

—La hija del párroco, ¿verdad?

—Así es.

—¿Qué hace una puritana como usted en un barco como este?

—Solo buscar a mi hermano, que si ya han podido aclarar las cosas, nos gustaría volver a nuestra casa.

—No tan rápido, yo no he dicho que se podían ir ya. Su hermano me robó algo que es mío. Y como él quiere quedarse aquí, me veo en la obligación de llamar a los corredores de Bow Street.

—Por favor, no llame a la policía, estoy segura que mi hermano se disculpó con usted, no ocurrirá un altercado como este —le rogó Acacia al pirata con preocupación genuina, pero pronto abrió la boca nuevamente—. No puede hacer eso, es un pirata, y como tal la policía lo meterá preso también, por las barbaridades, sabotajes y robos que ha ocasionado.

—Ante todo soy un hombre de palabra, si quiero llevar a su hermano a prisión, lo haré, por robo. Si sabe bien quién soy, señorita Barner, entonces sabrá también que soy un noble inglés.

—Rechazó aquel título para conservar la vida de pirata y salvaje.

—Veo que está al tanto de mis aventuras. Quién diría que una recta jovencita estaría al tanto de las noticias frescas sobre mi persona —le respondió sonriendo de manera burlona.

—Es la nueva comidilla de Londres. Acaba de llegar, el chisme corre rápido.

—No soy un hombre al que le guste la parafernalia de Londres, prefiero la vida del mar, sin ataduras, ni gente a mi alrededor que esté por conveniencia. Por eso tampoco me quedo mucho tiempo aquí, me agobia la ciudad y me aburro muy rápido.

—Se nota, con lo arrogante que es —le contestó con altivez.

—Si su boca no se mantiene cerrada, me veré obligado a poner a su hermano en prisión, a no ser que esté dispuesta a hacer un trato conmigo. Es muy simple, señorita Barner, su hermano Jacob robó una de las piedras preciosas de mi botín, solo por integrarse a la tripulación, no busco a ningún nuevo integrante, tengo mi tripulación completa. Y eso quiere decir que su hermano no me sirve de nada, por lo que lo llevaría con la policía, a menos que usted...

—De acuerdo, ¿cuál es el trato? No quiero que mi hermano acabe en una prisión de mala muerte, y para mis padres sería lo peor.

—¿Está segura?

—Mire, no me de vueltas, solo dígame, porque no voy a permitir que por su piedra valuada en miles de libras, mi hermano acabe preso.

—Tengo un puesto como polvorilla, si a su hermano le interesa se puede quedar, y no irá a prisión, el trato es que usted nos acompañe en la expedición.

—Está demente. No pienso unirme a su tripulación y mucho menos a usted.

—Pues entonces, me veré en la penosa decisión de llevar a su hermano a la escuadra de Bow Street.

—Por favor, no lo haga —le imploró la joven.

—Entonces acate mis ordenes, señorita Barner.

—Está bien, si no hay más solución que esa, lo haré, no puedo permitir que mi hermano vaya a prisión por una locura cometida. Pero mis padres, tengo que avisarles.

—Por eso no se preocupe, mi contramaestre les avisará por usted.

—¿Qué les dirá? Si saben que estamos con piratas moverán cielo y tierra para encontrarnos.

—No se preocupe tanto por eso, señorita Barner, mi contramaestre sabrá todas las indicaciones para que sus padres no sospechen nada.

La joven no se había quedado del todo convencida, pero antes que nada, prefería eso. Los tripulantes fueron y vinieron ante la voz de mando de su capitán. Jacob, el muy sinvergüenza, quedó encantado con su nuevo jefe, el temido Corsario Azul, le impartía ordenes y le explicaba como debían de estar los cañones, limpios, en buen estado y bien pulidos. Por lo poco que podía escuchar Acacia, llegó a escuchar decirle a su joven hermano que si ponía todo de él, pronto llegaría a ser artillero, y así escalar más alto hasta convertirse en un pirata más. A la joven casi se le desfigura la cara al comprobar que tenían el título de pirata como una profesión y orgullo. El misterioso hombre portaba el título de pirata con orgullo y poder, así creía que intimidaba. Pero lo que a la joven le intimidaban eran sus ojos, aquel color tenía que ser irreal, nadie tenía esa clase de color, ni el más apuesto de los nobles. Uno de los tripulantes, se acercó a ella. Presentándose.

—Permítame que me presente, soy John Colden, contramaestre de El Corsario Azul —le dijo extendiendo su mano agrietada y sucia.

—Mucho gusto —le dijo ella frunciendo los labios y estrechando la mano con la del hombre—, Acacia Barner.

—Cualquier duda o algo que necesite, estoy a sus ordenes, señorita Barner.

—Gracias.

Acacia veía a Jacob ir de un lado al otro, con soltura, y sintiéndose más feliz que nunca, lo odió por eso, y odió la manera en cómo se comportaba el muchacho sin prestarle ninguna atención. Apretó los puños a los costados del cuerpo, y antes de poder gritar de frustración y cólera, el capitán la invitó a su camarote. Ella no tuvo más opción que obedecerle. Entró al amplio camarote, allí tenía todo lo que necesitaba, desde su escritorio con su sillón, hasta una cama amplia, más que la que se consideraría normal, un gran ropero, y adornos y baratijas caras que ni siquiera ella estaba acostumbrada a ver diariamente.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top