15. Thomas
— Dame la mano — me dijo.
— No puedo — sollocé.
— Sí que puedes, sobreviviste al laberinto, los laceradores y ahora el desierto. Puedes con esto. Tú solo dame la mano y acércate a mi.
— ¿Y si se rompe el cristal? — una lágrima cruzó mi rostro.
— No lo hará, mírame.
Levanté la mirada de mis pies y me encontré con sus ojos.
— Despacio.
Sin mirar abajo fui avanzando lentamente, a cada paso que daba el cristal se rajaba un poco más. Justo antes de que se desmoronara salté y Thomas me cogió.
— Ya te tengo, ya te tengo — susurró mientras me abrazaba.
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