Capitulo XV
DAERON
Los días del príncipe Daeron mientras la princesa Maenyra visitaba el Valle de Arryn eran solitarios. Pasaba sus días solo, se alejó de su madre y abuelo, y las dudas de las palabras que había dedicado al príncipe Jacaerys.
¿Menyra era realmente suya?
¿Los dioses se la habían entregado?
¿Era realmente su destino estar con ella?
Cuando esas palabras salieron de sus labios las creía, pero ver a las dos hijas gemelas de Daemon lo hizo pensar en que tal vez su destino era ese. Maenyra y él eran a fin de cuentas mellizos, habían venido al mundo juntos, pero...eso no le aseguraba que terminarían enamorados, aunque... Maenyra era suya, sería su reina. Sí, desde el primer momento en que la vio, cuando regresó a la corte lo supo, él amaba a Maenyra.
Cuando se sentía solo, evocaba la imagen de su querida sobrina; aún no le era posible pensar en ella como una hermana, sus ojos violetas que brillaban cuando hacía algo que la emocionaba, su bonita sonrisa, su largo cabello, su forma de reír, la forma en que se emocionaba por la más mínima cosa. Daeron la amaba, la amaba más de lo que cualquier otro podría hacer jamás. Maenyra era su razón de existir, lo había sido desde que la vio por primera vez; poco le importaba que Jacaerys lo mirara mal.
Recordó lo asustada que había estado Maenyra cuando la encontró en el bosque. No le gustó ver a su princesa de esa manera, no con él; él debería de protegerla, no asustarla. Tal vez Aegon les había hecho un favor al llegar; lo había salvado de herir irreversiblemente a Maenyra, tanto que tal vez ella nunca se recuperaría y lastimar a su princesa era algo que no planeaba hacer. Le ordenaría a Tessarion matarlo antes de hacerle daño a Maenyra.
Recordó también la expresión de su rostro cuando lo vio entrar para pedir su mano. Ella no parecía tan feliz como imaginó, parecía incluso disgustada. Recuerda sentir la mirada fulminante de Aegon sobre su espalda, la de su hermano y la de ese malito bastardo.
Puede recordar con claridad cada expresión de Maenyra mientras hablaba y también podía recordar su corazón romperse después de que ella escogiera a Jacaerys; eso no debía ser así.
Gracias a los dioses, su madre había logrado intervenir, pero... eso había hecho a Maenyra sufrir y verla sufrir era algo que nunca le había gustado; ver los ojos llenos de lagrimas de su princesa, su tono de voz apagado, él cómo parecía tan confuindida al ver a su padre, él cómo se sentía tan abandonada; él podía entender eso. Cuando volvió de Oldtown todo era nuevo para él; lo único que logró que fuera medianamente feliz fue el que ella siempre lo incluía en sus juegos; siempre que él se sentía perdido, ella estaba ahí para él.
Desde que la había visto por primera vez, ella había sido la primera persona en ser amable; Aegon, Helaena y Aemond eran demasiado mayores y no se sentía muy unido a ellos, pero con Maenyra todo era diferente. Maenyra brillaba donde quiera que estuviera y estar con ella podía calmar cualquier día malo en uno bueno.
Recordaba que una de sus nanas dijo una vez que cuando él era un bebé solo paraba de llorar cuando estaba con la princesa Maenyra y ahora que lo pensaba ahora como adulto, el estar con Maenyra era lo único que le daría paz; era la única manera en la que se sentía completo.
Cuando besé a Maenyra fue como si todo su mundo cambiara; los colores eran más brillantes desde ese día, el canto de los pajaros era más armonioso, la comida sabía mejor, todo era mejor desde ese beso.
La pelea con el bastardo no le molestó; pensó que eran celos de un hermano, no de una persona que estaba tan enamorada como el mismo de la mujer que había besado.
Maenyra había desidido irse después de eso, bueno, sus abuelos la habían invitado y ella había aceptado, pero recuerda que esos días habían sido tristes. Los colores que había descubierto después de besar a la hija de su hermana se habían ido con ella y cuando su carta fue respondida se sintió traicionado y dolido, más aún cuando el bastardo habló con él y le pidió que se alejara de su princesa. El escuchar a alguien más llamando a Maenyra "su princesa" le hizo hervir la sangre. Nunca se había sentido tanto como un dragón como ese día.
Siempre había existido algo dentro de él que le decía que Maenyra era suya; ahora sabía que tal vez era por ser mellizos, pero cuando escuchó a Jacaerys llamando a Maenyra suya se molestó, fue solo porque el joven hijo de su hermana le dijo que la princesa no quería que pelearan, que se había mantenido en calma; lo último que quería era que Maenyra se sintiera mal; cuando volviera hablarían, pero, cuando volvió, el maldito no la dejaba sola; los ojos de su Mae brillaban como estrellas cada que veía al bastardo y eso le molestaba, más aún después de que ella lo evitó. Cuando bailaron juntos en su onomastico ella no dijo nada, no hablaron de lo que pasaría entre ellos...
Maenyra lo evitaba como la peste, su corazón dolía, si no estaba con sus hermanos bastardos estaba con Rhaenyra, Aegon o Aemond y era algo que ya no soportaba. Su actitud en la casa se debía a eso, nunca había querido hacerle daño y seguía agredecido con Aegon por interrumpir, a decir verdad era algo que ya había hablado con su hermano, pero aún así el príncipe Aegon no confiaba en él y era claro el por qué Mae había estado tan asustada. Su dulce y querida Mae que disfrutaba más que nadie del aire libre y cabalgar no había querido salir de la vigilante mirada del príncipe canalla, quien diría que ese maldito sería un padre celoso.
La princesa Rhaenyra sabía que algo pasaba con su hija y no estaba dispuesta a dejarlo pasar. Interrogó a sus hermanos, a sus hijos y a cualquiera que fue a esa cabalgata, pero aún así no hubo manera en que supiera la verdad y para ser honesto, el príncipe lo agradecía. No quería imaginar lo que su media hermana y su tío le harían si supieran lo que trato de hacer con Maenyra, con la dulce Maenyra.
Con la partida al Valle de Arryn sintió su corazón romperse una vez más; sumado a eso, su padre decreto el matrimonio del bastardo con su princesa y era inpensable. Su Maenyra, su dulce princesa con nada más que un bastardo Strong, era una humillación para Maenyra. Nadie era digno de ella, nadie era digno de su belleza y su gracia, nadie la merecía, nadie, solo él, por algo los dioses se la confiaron.
Cuando Maenyra volvió, lo supo desde mucho antes de que se anunciara su llegada. Podía distinguir el sonido del rugido de Silverwing a kilómetros y donde la dama de plata estuviera presente, el ángel de la corona lo estaba.
Maenyra había regresado y él era feliz. Se preparó para la cena de bienvenida con un solo pensamiento en mente: vería a su princesa.
—Los dioses me la dieron desde nuestro nacimiento, ella es mía.
Las palabras fueron apenas un susurro, pero llenaron la habitación que Daeron ocupaba. Cuando fue anunciada la hora de la cena, sus ojos brillaron al verla. Su rostro había recuperado el color y sus ojos el brillo; sonreía grandemente, justo como le gustaba verla, justo como ella tenía que estar.
Tan hermosa.
Tan elegante.
Tan feliz.
Tan suya.
Maenyra era de Daeron.
Daeron era de Maenyra.
Maenyra y Daeron.
Daeron y Maenyra.
Ellos debían estar judos por elección de los dioses.
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¿Qué les pareció?
Fue un poco difícil escribir un capítulo lineal centrada únicamente en emociones y pensamientos de un personaje, pero creo que era necesario, pueden considerarlo un especial si quieren.
En fin, gracias por leer, espero que hayan disfrutado del capítulo tanto como yo disfrute escribiendo.
No olviden votar y decirme en los comentarios que les parece
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