Capítulo 2: las habitaciones superiores
Despertó a eso de las dos de la tarde, le costó un poco abrir los ojos, pues se le habían formado algunas lagañas. Se sorprendió cuando lo consultó con su reloj digital y notó que solo había dormido casi durante una hora entera; el control del televisor se había caído al suelo y ni siquiera escuchó el ruido. Arnaud hubiera sido capaz de jurar que había estado durmiendo durante horas, supuso —entonces— que lo había hecho de una manera algo profunda.
Tuvo un sueño algo ligero y vago, en el que recordaba parte de la vida que había dejado atrás en Buenos Aires. Recordó el parque donde todos solían jugar de niños, así como las risas y los momentos divertidos que pasaban juntos; si bien él era extranjero, hacía tantos años que estaba en el país que, con mucha dificultad, tenía alguna memoria de Francia, así como hablaba mejor en español y casi nada de su idioma natal. Lo siguiente que se hizo presente a través de este —de alguna manera misteriosa— fue el hecho de que siempre había sentido como si no perteneciera a su época y que, a pesar de llevarse más que bien con todas sus amistades, había algo que de alguna manera lo molestaba y no era capaz de hallar la respuesta. En principio creyó que la razón se debía a que era chico aún y que, cuando creciera, sería capaz de comprender de forma clara, pero los años fueron transcurriendo y sus preocupaciones no dejaban de acrecentarse. No fue hasta su adolescencia cuando dio, en gran medida, con uno de sus nortes; descubrió que les fascinaba tanto la historia que comenzó el hábito de la lectura de esta. Comenzó leyendo libros pequeños y más sencillos de entender; si bien no llegaba a comprender del todo y a veces resultaba más confundido, no desistió de ello. Al contrario de hacerlo, redobló su apuesta y poco a poco, de manera gradual, incorporó la lectura de forma cotidiana; se proponía a leer, al menos, una media hora siempre que tuviera un tiempo libre. Con el paso de las semanas y de los meses, ese tiempo se extendió y fue capaz de devorar páginas y libros enteros, su capacidad de análisis y de entendimiento explotaron de una manera que jamás hubiera creído posible y fue entonces que comenzó a comprender los textos que antes lo habían desconcertado bastante; al final comprendió que solo necesitaba tiempo y paciencia, esto último más que nada.
Cuando su adolescencia llegaba a sus últimos años, ya había leído más que cualquier chico de su edad y tenía más que claro qué era lo que quería estudiar en la universidad. Un par de años más tarde, se graduó como profesor de historia; sin embargo, llegado ese momento, se dio cuenta de que necesitaba algo más y de que los libros ya no le eran suficientes. Si bien se había nutrido muchísimo con el conocimiento que había en ellos, se le antojó que una experiencia distinta era lo que necesitaba, pero jamás se le ocurrió que una buena mañana del invierno de mil novecientos ochenta y siete sería el comienzo del cambio en su vida cuando viera en un periódico que había una casa antigua en venta. Si bien el problema era que se encontraba en otra ciudad, algo alejada y que eso supondría dejar atrás muchas amistades, había un no sé qué en la imagen que lo atrajo de inmediato, como un amante que se siente atraído por el dulce perfume de su pareja, por la sinigual fragancia de su misma esencia. Sin mucho análisis previo, creyó que eso era lo que estaba esperando desde hacía tanto tiempo, pues tuvo la corazonada de que se estaba a punto de embarcar en una grandiosa aventura y, si al final no resultaba ser como esperaba, siempre podía volver a empezar en Buenos Aires, pues sabía que los alumnos lo querían bastante, tanto como él a ellos. Unos meses más tarde, luego de ahorrar lo necesario, se decidió a hacerlo sin dudarlo ni un solo momento. Lo cierto era que no tenía nada que perder.
Luego de unos momentos de estar absorto, recordando cómo había llegado hasta aquella peculiar casa, se puso en marcha. Fue al baño, se aseó de una manera bastante rápida y reanudó lo que se había propuesto.
La escalera que llevaba al segundo piso, era de estilo caracol. No la había visto en detalle hasta ese preciso momento, y fue entonces que se sorprendió al no poder ser capaz de determinar —con exactitud— los materiales que la conformaban. Los peldaños eran de una clase de madera de color oscuro que no supo distinguir; eso le resultó extraño, pues sabía bastante sobre el tema debido a que solía frecuentar varios sitios antiguos con sus estudiantes, como parte del programa de cada año. Por alguna razón se le ocurrió la —quizá algo loca— idea de que aquel material hubiera evadido todos los registros de la época y de las que siguieron. Los pasamanos, en vez de ser del mismo material, eran de un bronce algo opaco y, bajo estas, se podía admirar una especie de enrejado con ornamentos en forma de flor de lis de un color dorado, ni tan claro ni tan oscuro. Era un deleite para quien pudiera admirarlo, un placer que nadie podría llegar a imaginarse.
Ascendió por esta impresionado porque la madera aún seguía impecable. La casa tenía su buena cantidad de años ya, pues se suponía que fue construida a finales de la primera guerra mundial. No tenía ningún defecto, como así tampoco se podía apreciar alguna que otra parte astillada o que presentara algún deterioro por el paso del tiempo; supuso que los dueños eran bastante estrictos con su mantenimiento. Eso, obviamente, le resultó una genialidad. Vio que su nueva adquisición era como haberse ganado la lotería, no tenía una mejor manera de expresarlo.
Ya una vez arriba, se adentró en una de las habitaciones y comenzó, así, el proceso de "limpieza" y observación de los objetos correspondientes. Arnaud se encontraba en una imponente habitación a la derecha de la escalera; el piso de todo ese sector estaba hecho de cerámicos que describían un patrón similar a un tablero de ajedrez, solo que cada uno presentaba un rombo de un color blanco intenso, casi plateado, que se enmarcaba en un cuadrado negro y, los que se encontraban en diagonal, eran idénticos aunque invertían los colores.
De una manera casi automática, como si tuvieran voluntad propia y se movieran como si fueran dos seres independientes, sus ojos empezaron a admirar todos y cada uno de los rincones de aquel lugar y a maravillarse con aquellas armas que eran de siglo quince, más precisamente en la era de Colón; incluso había llegado a admirar algunos modelos, a escala, de la "Niña", la "Pinta" y la "Santa María". En ningún otro lugar había admirado unas réplicas tan sublimes como ellas y creyó que sus anteriores dueños eran coleccionistas o algo por el estilo y, justo por aquella razón, volvió a considerar la idea de que era muy extraño que hubieran dejado todo eso allí y se hubieran marchado porque sí; en su lugar, hubiera regresado la cantidad de veces que fuera necesaria para llevarse hasta el más insignificante —que no consideraba que ninguno fuera así, porque todos eran una pequeña obra de arte— de ellos. Sin duda creyó que nada de eso tenía lógica y que tampoco resolvería nada el quedarse reflexionando sobre ello, así que hizo un esfuerzo para volver a concentrarse en la labor que se había propuesto.
Arnaud se encontraba tan maravillado como lo había estado durante la mañana; su entusiasmo no se había desinflado para nada, pues sus emociones debido a su hallazgo estaban a flor de piel, tanto así que, a cada rato, se le ponía la piel de gallina. Le era muy difícil poder expresar lo que sentía y, en caso de alguna vez contárselo a alguien, supo que sería imposible, más allá de que no se lo creyeran o lo tomaran por loco. Estaba frente a la que era la más grande de sus aficiones y no había nadie más que pudiera contemplarlo, que pudiera afirmarle que, en absoluto, nada de ello era parte de un extraño sueño.
Fue entonces que, debido a esa gran afición, transcurrió mucho tiempo observando —sin perderse detalle alguno— todos los objetos que se encontraban allí presentes. Los observaba, sí, pero por algún tipo de miedo relacionado a la conservación de estos, no se animaba a tocarlos, pues no quería que se estropeaban. Como había sucedido hacía unas horas, limpió lo que la habitación "le permitió" ya que los objetos estaban impecables, pulcros a más no poder. De alguna manera, se imaginó a la gente que vivía antes allí, sentándose en presencia del fuego de la chimenea de la sala de estar, con el fuego encendido que los contemplaba, silente y comprensivo mientras limpiaban hasta el último rastro de polvo de una manera tan compulsiva como si fueran unos enfermos del orden. Se imaginaba largas tardes que comenzaban luego del almuerzo y horas y horas limpiando todo mientras la luz del sol los acompañaba hasta el mismo momento en que la oscuridad comenzaba a crecer dentro del recinto y solo quedaba el fulgor cálido y resplandeciente. Se imaginaba hora tras hora, mientras el padre de familia limpiaba todos y cada uno de ellos y la mujer lo ayudaba cada vez que aparecía con una nueva ronda de mates; ¡diablos!, incluso le pareció posible la idea de que hasta los hijos del matrimonio los ayudaran con tan titánica labor, considerando la vasta variedad de objetos, que los había y para todos los gustos.
Jamás en la vida hubiera podido llegar a adivinar —ni a hacerse una idea más o menos precisa— de la cantidad de antigüedades que habitaban en ella y, ni siquiera en sus más preciados sueños, hubiera sido capaz de concebir la idea de que hubiera una habitación dedicada a aquella era que, sin duda, más apreciaba.
Así como nadie más hubiera creído su relato, supo que tampoco lo hubiera hecho él si alguien le confesaba algo como aquello, ni siquiera si se trataba de su mejor amigo o de su propia familia. Lisa y llanamente, en ese supuesto, solo hubiera creído que estaban exagerando a más no poder; conocía gente que, de una pequeña piedrita, era capaz de afirmarte que se había encontrado una roca del porte de un coche. Varias de esas anécdotas —como el solía llamarlas— afloraron en su mente, pero una sensata y sabia mano, volvió a colocarlas en el archivador del que se habían escapado. No era el momento de distraerse con cosas sin sentido y tampoco iba a permitir que sucediera de nuevo aquello, pues ya había sido suficiente con todo lo que había rememorado entre el sueño y sus memorias salvajes.
No pudo dejar de sorprenderse —incluso más que la vez anterior— cuando, luego de un descanso que permitió darse —pues comenzaba a sentir algo de apetito de nuevo—, volvió a la planta baja y descubrió que había permanecido durante casi cuatro horas seguidas examinando sólo una de las habitaciones. Consideró, entonces, que ni siquiera las dos habitaciones anteriores habían sido capaces de retenerlo tanto, ni siquiera de forma combinada; era la más especial, sin dudas y sin restarle nada de importancia a las demás y solo eso era capaz de resumir —bastante bien— cómo se sentía al respecto, pues se encontraba en un estado de satisfacción increíble; era tan extremo que parecía que la sensación de felicidad nunca dejaría de crecer. Ante su gran sorpresa, en cuanto a todo el tiempo que había transcurrido allí, decidió merendar y descansar un poco para volver a reponer energía, tal y como lo había hecho en el almuerzo.
Llegó a pensar que no terminaría de ver el resto de las habitaciones ese mismo día y que tendría que posponerlo todo para el día siguiente. También consideró la idea de que lo mejor era que debería descansar, no sólo a nivel de alimentación y distracción con la televisión, sino de manera mental. Creyó que, de lo contrario, no sería capaz de apreciar todas las maravillas que aún le faltaban.
Estaba viviendo su más grande sueño, era feliz como —quizá— no lo había sido nunca en su vida, al menos no de manera completa. No era como si hubiera encontrado su norte, sino que sentía que, de alguna manera que resultó tan repentina como inexplicable a su modo, ya se encontraba en este, sin haber sido capaz de buscarlo como si fuera una especie de objetivo. De alguna manera, sabía que había llegado el momento que tanto había esperado en su vida de forma repentina y que no había nada que pudiera ser capaz de arruinarle aquel precioso bienestar.
Todo aquello era lo que creía, sin embargo, no transcurriría mucho más tiempo hasta que diera con las puertas que lo conllevarían a un misterio bastante peculiar de dimensiones descomunales y el cual quizá fuera capaz de explicar el paradero de la familia Meléndez —de la que no se sabía nada desde hacía ya unas semanas, poco después de que él adquiriese el hogar— y del incidente que también lo terminaría involucrando.
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