El Corazón del Dragón


Subió los escalones de la casa de piedra destartalada de dos en dos, volando sobre cada peldaño, con su corazón retumbando con fuerza en su pecho. Sus sentidos captaron de forma tan explícita el rastro de humo azul, tan inconfundible, que habría jurado que podía ver los ojos de la bestia con sorpresa mirándole. Tropezó en el último escalón y pensó en el poco tiempo que había tardado en recorrer el espacio que ahora separaba su campamento en el bosque, a más de tres kilómetros, de aquel edificio en medio del camino.

Golpeó tan fuerte la puerta de la habitación, que juró que había sentido el temblor hasta en la última piedra de la casa. La pequeña posada, situada estratégicamente entre dos pueblos bastante alejados, parecía ser el escondite perfecto para su presa. De no haber sido por el descuido del rastro de su magia jamás hubiera encontrado aquel antro.

Su corazón retumbaba salvaje antes de tirar la puerta abajo, porque de verdad pensaba que estaría allí. Creyó incluso oír algún que otro paso en el milisegundo en el que estuvo en el rellano de la parte superior del edificio. Podía olerle, tanto que la esencia de naranja y canela se le quedó atascada en la garganta, haciendo dificultosa su respiración. La anticipación picaba en sus manos, donde quería tener al hombre que un día conoció, a la bestia que descubrió que amaba. A la persona con la que compartió los mejores momentos de su vida y que desapareció dejando atrás un trozo de papel arrugado y los pedazos rotos del corazón de Wooyoung.

Ahora también escuchaba los quejidos del cristal en su pecho quebrándose. Dentro de aquella habitación no había nadie, pero el aire estaba congestionado de los restos de la vida que perdió hacía ya dos años. Y aunque había captado aquella estela de energía que recorría el camino entre el azul y el violeta, en la habitación no había nadie. El cosquilleo, que era tan lejano y familiar al mismo tiempo, le hizo sonreír; pero muy en el fondo de su corazón, sabía la respuesta. Sus ojos se humedecieron ligeramente cuando disiparon la nube de energía que le embotan los sentidos y vio nítida la sala.

Se había permitido confiar, porque la sensación era fuerte. Por los dioses, casi era tangible.

Una lágrima cayó furtiva por su mejilla mientras apretaba los dientes e hincaba una rodilla sobre la superficie de madera, recordándose asimismo que de nuevo estaba ante un callejón sin salida. Su mano pasó por la madera húmeda. Casi se desmaya cuando la oleada de imágenes llegó a su cabeza como el golpe de una campana. Aquellos flashes de los últimos días comenzaron a amontonarse en su cabeza, y así comenzaron las punzadas de dolor en sus sienes. No le importaba, porque entre toda la maraña de acontecimientos pudo verle. Agudizó todos sus sentidos.

Lo sintió caminar por la superficie, arrastrando aquellas horribles botas que siempre llevaba. Sonrío cuando pensó en el pelaje de animal que llegaba hasta mitad de su gemelo. Siempre llevaba aquellas malditas botas. Pero como le gustaba verle enfadado mientras él hablaba mal de ellas. Bajó la cabeza y cerró los ojos ampliando todos sus sentidos.

La imagen de su rostro aún estaba dispersa pero podía ver su pelo corto y duro, echado hacía atrás y un poco despeinado. Parecía más alto y un poco más delgado. Caminó por la sala, con sus pies pesados y se tumbó sobre la cama.

Necesitaba algo que le ayudase a seguirle el rastro a aquel escurridizo lagarto. Tenía que haber dejado alguna pista entre aquellas cuatro paredes para que Wooyoung pudiera encontrarlo. Quería tenerlo entre sus brazos otra vez. ¿Por que te fuiste?, pensó. ¿Quién en su sano juicio habría aceptado tener una vida al lado de uno de los cazadores más incompetentes e irrespetuosos de su raza?

—¿Acaso está loco? —gritó la señora que regentaba el lugar, viendo la madera destrozada de la puerta.

Sí, sí que lo estaba y no le importaba en absoluto. Porque contra todo pronóstico y lógica amaba a una bestia que había jurado matar para proteger a los humanos. No era justo, pero era la cruz que cargaba desde que se dió cuenta de que se había enamorado de un dragón.

Volvió a verlo dentro de la habitación, le vio tropezar con los muebles y caer al suelo. Oyó un sonido lejano, como un quejido y su estómago dió un vuelco. Estaba enfermo, por eso había dejado un rastro tan potente a pesar de que los días hubiesen pasado. El corazón se le apretó en el pecho y dió un golpe seco con sus nudillos sobre la madera que la hizo crujir. El dolor se alojó justo en el centro de su pecho y tuvo la imperiosa necesidad de gritar tan fuerte que sus pulmones ardieran.

La imagen se deshizo y apareció una nueva. Su cara volvía a estar difusa, pero ahora sus pies parecían más fuertes, las pisadas iban de un lado a otro de nuevo y se dirigió directamente hacía la posición en la que estaba Wooyoung, atravesándolo. El cazador sintió su cuerpo estremecerse y sin recuperar el aliento, se llevó una mano al pecho, creyendo que le habían sacado el alma.

Wooyoung no volvió a ver al hombre en su cabeza, y la niebla azul comenzaba a disiparse. Tuvo que agarrar su cabeza con su mano libre por el dolor que atacó sin previo aviso. El rastro se estaba enfriando, ya debían haber pasado un par de días desde que la criatura pasó por allí.

—San...—dijo en un hilo de voz.

Y el espectro que le acechaba todas las noches y todas las veces que utilizó sus poderes le miró directamente, desde el suelo de aquella habitación. Trataba de regular su respiración y sus ojos amarillos parpadeaban. Su mundo comenzó a tambalearse, así como cada vez que le veía en sus sueños. La ira irracional se alojó en la boca de su estómago, burbujeando, creando un calor que sabía se extendería por todo su cuerpo.

—¿Ha terminado de destruir mi posada, cazador? —preguntó la dueña del edificio con un humor de perros. La comprendía, él también se sentía de esa manera.

—¿Cuánto hace que pasó por aquí? El hombre que se hospedó en esta habitación. —Controló el tono, aunque sabía que si miraba a la mujer en aquel momento probablemente la mataría. Estaba confundido y se sentía impotente. La posadera se apoyó contra el marco de la puerta pensando y contemplando la puerta que él había roto de un portazo.

—Pasan por aquí muchas personas, todos los días. No sabría decir a quien se refiere usted —La mujer lo miró directamente cuando él se puso de pie y se dió la vuelta. Wooyoung sacó de su bolsillo cinco monedas de plata y la mente de la mujer pareció aclararse— .Pasó por aquí hace una semana, pagó por adelantado y solo se quedó tres días. No salió de su habitación en ese tiempo, salvo para decirme que le llevase la comida. Era un hombre bastante raro, parecía enfermo y tenía unos cuantos golpes en los brazos por lo que pude ver.

Wooyoung percibió como su corazón se saltaba un latido. Solo cinco días, tan solo eso les separaba en aquel instante. Las palabras que la mujer estaba diciendo mientras miraba sus relucientes monedas de plata era la mejor pista que tenía en mucho tiempo. Había recobrado las fuerzas y la energía solo con lo que la mujer que llevaba aquel hostal estaba farfullando. Iba a llegar hasta él, lo sabía. Podría alcanzarlo si salía ya.

—Gracias por la información —agradeció con una reverencia y pasó a su lado mientras la dueña guardaba las monedas en una pequeña bolsa de trapo que llevaba colgada del cinturón.

—No creo que siga en el pueblo, y menos sabiendo que lo están buscando —dijo cuando estaba en el borde de las escaleras. Wooyoung giró su cabeza y vió de reojo a la mujer acercándose—. Alguien pasó por aquí y comentó vagamente que un cazador andaba por la zona. Huyó en el momento en el que subí a darle su cena el tercer día.

Había sido descuidado. Al parecer, vestirse de paisano no había sido la mejor opción para cubrir su rastro. Pero sus ropas no olían a él, se había asegurado de robar algunas más de diferentes pueblos que encontró por el camino. No había mostrado sus armas, las tenía bien aseguradas en el petate que cargaba en su hombro. Y su brazo, también lo mantenía cubierto con una manga de cuero para que no se vieran sus tatuajes. ¿Quién habría podido descubrirlo?

Quizás su actitud no estuviera ayudando a su disfraz bien elaborado. Puede ser que no todo fuera culpa de su atuendo, quizás es que los humanos ya no tenían miedo de los cuentos de hadas. Habían aprendido que cada una de las fantasías que asustaban a los más pequeños eran reales. Puede que hubieran aprendido a vivir con ellas para sobrevivir.

—¿Cómo supo usted que...? —Dejó la pregunta en el aire cuando la mujer estuvo a su lado.

—Las leyendas existen, cazador. Y aunque usted parezca un humano cualquiera, las señales están a la vista de todos.

Las palabras de la posadera incidieron en su cabeza, creando aún más incomodidad y dolor. Tendría que protegerse más. Si los humanos habían aprendido a distinguir quién era inmortal y quien no, probablemente no podría llegar jamás hasta San. No podía evitar pensar y actuar como un cazador. Había dedicado toda su vida a que el mundo le viera como uno de ellos. Pero justo en aquel momento, deseaba que nadie pudiera reconocerle.

Sabía que si no jugaba bien sus cartas se pasaría toda la vida estando un paso por detrás de San. Wooyoung recorrería perdido la estela de la sombra de aquel dragón que le había robado todo.

Las noticias vuelan más rápido que los dragones.

Era cierto. Y pensó en que ya había perdido demasiado tiempo lamentándose por su estupidez y sus errores, así que siguió su camino bajando las escaleras. La posada parecía acogedora. Se permitió mirar alrededor del salón principal, que habían convertido en una cantina con tan solo un par de mesas de madera vieja. Aquel podría haber sido un buen antro para pasar la noche, pero su insomnio y el olor de San harían la tarea de descansar imposible.

Dejó sobre una de las mesas vacías dos monedas más de plata y colocó su capucha negra antes de salir por donde había entrado. El golpe del viento frío de la noche le hizo estremecer. Dio una bocanada de aire, que llenó sus pulmones, sintiéndose como la primera vez que había respirado en mucho tiempo. El olor cítrico de San, y la mezcla de menta y lavanda que había en aquel jardín, lo debilitaron. Sus pies temblaron mientras recorría el camino de entrada hacía el sendero que llevaba al bosque. Otra lágrima bajó por su mejilla, esta vez recorriéndola lentamente como si fuera pesada. Y así era, estaba cargada de todo lo que no se había permitido decir durante aquellos años.

San, ¿dónde estás?

Se dijo asimismo que aquello era una señal del destino, que encontrar al dragón era la misión más difícil que había hecho en todos sus años como cazador. Mientras las hojas de los árboles raspaban su rostro, pensó en el olor de San, en el tiempo que pasaron juntos. Recordó cómo le tocaba y su sonrisa.

Cerró los ojos con fuerza, abrumado por la cantidad de sensaciones que estaba experimentando en aquel momento. Ira, tristeza, impotencia, soledad, esperanza. Todo se arremolinaba en el interior de Wooyoung, creyendo que explotaría en cualquier momento.

Pero no lo haría. Apretó con fuerza el petate en su hombro, y se dijo a sí mismo que lo encontraría. Costara lo que costara encontraría su corazón de nuevo. Por que así era, estaba enamorado de un cuento de hadas, y aunque aquello le había supuesto un par de maldiciones por parte de sus compañeros de profesión, no le importaba. Estaba maldito por su gremio, exiliado, sin título y sin familia. El dolor de su pecho era irrefrenable cada vez que pensaba en ello, pero no le importaba si podía encontrar al único ser al que le había abierto su corazón y que le había aceptado sin ni un solo reproche. Todo estaría bien si estaba con San.

Aún recordaba la primera vez que vio a aquel escurridizo dragón.

Las primeras rocas cayeron dejando la cueva totalmente oscura. La tierra y el polvo le entró en la garganta, haciéndole imposible respirar. Se ahogaba. La lluvia de piedra lo golpeó, haciendo que Wooyoung sintiera como si su cuerpo al completo estuviera roto. Él era fuerte, lo sabía, aquello no lo mataría, pero por más que su constitución no fuera como la de cualquier humano, el umbral del dolor seguía siendo igual para todos. Y en aquel momento, estaba experimentando el mayor dolor que había sentido jamás.

El suelo estaba frío y la magnitud de una roca sobre su brazo y su pierna izquierda, lo tenía atrapado. Intentó moverse, pero no lo consiguió. El peso de su propio cuerpo le aplastaba contra la piedra húmeda y en el momento en el que cerró los ojos, pensó que había pasado más de una hora.

La cueva quedó en una absoluta oscuridad después de que la avalancha redujera a polvo el candelero que llevaba, y se dijo que había sido muy mala idea haber salido a una expedición sin avisar a nadie. Había estado siguiendo la pista de un nido de dragón que encontró dos meses atrás. No podía desperdiciar la oportunidad de ver con sus propios ojos el primer indicio de avistamiento de dragones en más de una década y ningún cazador en su sano juicio lo habría hecho. Lo que no esperaba es que su curiosidad, que ya le había costado más de una docena de castigos por los altos mandos del gremio desde que era niño, haría que su vida acabara allí.

Tosió intentando apartar algo de la bola de escombros que tenía en sus vías respiratorias, pero aquello le pareció como una lija desplazándose en el centro de su pecho. Con movimientos limitados agudizó el oído, el sismo parecía haber terminado. En absoluto silencio, respiró entrecortadamente y miró al vacío. No quería morir allí, no de aquella manera. Nadie sabía dónde estaba, no lo encontrarían nunca. Las palabras de su padre retumbaron en su cabeza: " El deber de un cazador es eliminar cualquier amenaza que atenace a los seres que comparten este mundo. Las bestias moran en la superficie y no podemos dejar que se aprovechen de los más débiles. Debes ser fuerte, como tus hermanos. No hay emoción alguna por las bestias. Si ni siquiera puedes hacer eso... no mereces llevar el emblema de la familia Jung".

Giró su cabeza a duras penas, intentando ver el emblema del broche de su capa sin éxito y gimió cuando apretó el puño de su mano libre. Una lágrima rodó desde su sien.

—Wooyoung —graznó con la voz irreconocible y rota. Sintió que sus cuerdas vocales se rompieron cuando habló, pero no le importó. Debía levantarse, tenía que salir de allí.

Su corazón latía desbocado en su pecho, recordando con cada golpe todas las veces que su padre le había dicho lo decepcionado que estaba de él. Todos los reproches de sus hermanos sobre su forma de ser un cazador. Los castigos. Los golpes. La debilidad. La vergüenza.

Pasaron por su mente todos los momentos de su vida en los que no fue feliz, porque eran los únicos que tenía. Un líquido bajaba por su sien hasta llegar a uno de sus ojos. Probablemente estaría sangrando. Su familia por fin se libraría de él, ¿qué más da si moría allí dentro?

Al gremio le produciría dolor de muelas el perder a otro cazador. Rió en voz alta pero solo salió un sollozo ahogado. Esos cabrones tendrían que buscarlo y no lo encontrarían nunca. Estaba seguro de que tendrían mucho papeleo que hacer cuando el ya no estuviera. Ya podía ver a los altos cargos del gremio maldiciendo su espiritu por el trabajo de más que les había dado. Nunca estuvieron contentos con él, todos los castigos que recibió cuando era joven y las cicatrices como consecuencia decían que a nadie le gustaba su presencia. Pero aún así era un mal augurio que un cazador muriera, pues no quedaban más de 20 clanes de cazadores donde antaño hubo más de 100.

Que se jodan, pensó. Nunca tuvo ningún respeto por la autoridad, tampoco le dieron motivos para hacerlo. El gremio estaba corrompido y Wooyoung intentó por todos los medios mantenerse al margen pero le era imposible. Ya se había enfrentado con algunos de sus compañeros, algunos bastante imbéciles. Lo único que esos maniacos querían era matar a cualquier criatura que no fuera como ellos. Los humanos habían pactado con ellos muchos años atrás para protegerlos de las bestias que moraban en la superficie. La raza dominante, decían... ¿Cómo es que se creían tanto si ni siquiera tenían poder alguno?

Notó como las piedras se movían otra vez y pensó que aquel sería su final. Podría decir que había terminado su vida haciendo lo que más le gustaba, pero mentiría. Respiró entrecortadamente, intentando prepararse para un nuevo azote de piedras desgarrando su carne que jamás llegó. En su lugar, un ligero olor cítrico y a especias dulces llegaron hasta él llenándolo de una paz que no supo comprender le inundó por completo. "¿Esto es lo que siente uno al morir?" pensó. Era agradable y pacífico y se sentía bien.

Dos orbes amarillos como dos luceros llegaron hasta su rostro. Estaba delirando. Las heridas parecían no doler porque estaba completamente entumecido y su corazón había alcanzado un ritmo extremadamente lento. Aquel era el final. Veía la luz del otro mundo. Se iría con ella en cualquier momento y estaba preparado para afrontarlo. Sintió un pequeño pinchazo en su costado.

No supo cómo ni porqué, pero su cuerpo comenzó a sentirse ligero. No había dolor. Sus ojos pesados intentaron abrirse y ver algo entre aquella oscuridad infinita que parecía abrazarlo hasta el punto de dejarlo sin aliento.

¿Estaba parpadeando de verdad o tendría los ojos cerrados durante todo este tiempo?

No sabría confirmar si de verdad estaba muerto o quizás estaba en el cielo, pero de pronto todo se volvió azul. Y violeta. Y amarillo.

Parecía estar viviendo una experiencia catártica y pensó que en cualquier momento llegaría al Edén para saludar a los dioses. Estaba en paz. Sentía calma en todo su cuerpo y deseó que su último momento no fuera ese. Qué ironía que el destino te embarque en un camino con tanto sufrimiento para acabar de forma tan pacífica. Los colores ondeaban sobre su cuerpo y la esencia le envolvía como si quisiera protegerlo.

Aunque no quisiera morir, le gustaba la sensación que provocaba. Si eso era la muerte ojalá todas las personas lo experimentaran de aquella forma. Sentía que explotaría en mil pedazos y que se convertiría en polvo y volaría.

—No te mueras —Escuchó entre sus últimas bocanadas de aire. La voz suave le dio escalofríos. ¿Sería aquella la voz de los dioses llamando?—. Por favor... No te mueras.

La luz tenue incidió en sus ojos, haciendo que los cerrara de inmediato sin haberse dado cuenta de que estos estaban abiertos. Tenía calor, su cuerpo ya no estaba en el suelo de la cueva. Sentía como la sensación cálida lo abrazaba, estaba sobre algo blando y aunque su cuerpo hormigueaba, no le dolió absolutamente nada. Parpadeó varias veces antes de poder abrirlos apenas. La silueta borrosa de una persona llegó a su vista y mientras sus párpados subían y bajaban, pudo atisbar unos ojos amarillos. Feroces, rasgados y penetrantes, igual que los de un animal. Era hermoso. Su tez pálida y sus facciones suaves pero masculinas. Aquel hombre te quitaba el aliento y Wooyoung de verdad pensó que había muerto.

Wooyoun dejó a un lado sus vívidos recuerdos y observó el fuego que había encendido, arrojando la pequeña rama que llevaba diez minutos retorciendo en sus manos. Levantó la cabeza, mirando la aldea que se erguía en la oscuridad de la noche. Vislumbró unas pocas luces encendidas, pues no tardaría mucho en amanecer. La pequeña aldea de pescadores se despertaba antes que el sol para faenar. Salían de sus casas con las redes y sus bolsas a la espalda. Gente honrada que trabajaba día a día por una vida mejor.

Y entre todas aquellas cosas mundanas, allí estaba. La estela azul que atravesaba la aldea era como una aurora boreal. Nadie podría apreciar sus colores, pero Wooyoung estaba allí. La había seguido, como Ícaro siguió volando insistente hacia el sol. Las llamas lo habían abrasado y Wooyoung no podría contar jamás lo mucho que dolían todas aquellas quemaduras que se escondían bajo la piel. Pero había merecido la pena haber podido tocar esa bola de fuego gigante que le había salvado de una muerte segura dos años atrás.

San era el único sol que conocía y el día que se fue, dejó que la oscuridad se apoderara del interior de Wooyoung. Quería tenerle de nuevo entre sus brazos, quería que supiera que él no tuvo la culpa de nada de lo que pasó. El cazador necesitaba proteger con urgencia al hombre que lo amó incondicionalmente, aunque lo hubiese dejado.

Se levantó de la roca en la que estaba sentado para echar un poco de tierra sobre la hoguera que había encendido. En el horizonte, el sol comenzó a teñir el cielo de naranjas, rosas y amarillos. El espectáculo de luces le hizo pensar en los ojos de San y sonrió pensando en cómo se veían cuando sonreía. La cara de su amado apareció en su cabeza, apoderándose de su cordura. Los hoyuelos en cada una de sus mejillas parecían clavarse directamente en el corazón de Wooyoung. Aquel hombre era la única persona que podía sacarle de quicio y al mismo tiempo hacerle sentir como si volara bien alto, más incluso que el sol.

Se encaminó hacia el pueblo, con la risa de San como aliento para seguir adelante. Estaba seguro de que lo encontraría. Podrían volver a ser felices de nuevo, no iba a renunciar a lo que había conseguido. Jamás lo haría. Por muy testarudo que el idiota con piel escamosa quisiera ser. No le importaba estar buscando hasta el final de sus días si eso significaba poder verle tan solo una última vez.

Le diría lo mucho que lo sentía por todas las peleas cada mañana que no despertaban juntos. Le pediría de nuevo, que cada noche hicieran el amor como lo habían hecho siempre. Quería que las manos de San volvieran a tocar cada parte de su cuerpo, quemándole. Quería que volviera a hacerlo arder como solo él sabía.

Mientras recorría las calles del pueblo, soñando despierto con todas las maneras en las que había amado a aquel ser, un pequeño chico tropezó contra él. Trastabilló con los adoquines del suelo y Woyoung lo sujetó antes de que cayera. El muchacho lo miró, con sus ojos grandes y marrones, tenía la cara llena de golpes.

La mano con la que sujetaba al chico comenzó a apretar más fuerte. Miró hacia Wooyoung, sin entender qué le estaba pasando. Intentó zafarse de él, con el miedo haciéndole temblar como una hoja. El muchacho olía a San.

—¡Allí está! Cogedlo. —Se oyó a lo lejos y el sujeto que mantenía apretado en su agarre intentó huir con más fuerza. Un grupo de la misma edad que el chico aparecieron de un callejón, con palos y piedras en sus manos. Parecían ser de la nobleza, lo dedujo por las ropas tan elegantes que llevaban. Estaban muy limpios, no como el pequeño que estaba a su lado. Olía a mar y llevaba la ropa un poco más holgada y sucia que los otros.

Pero también olía a San. No era fuerte, pero el matiz de naranja llegó hasta su pituitaria y sabía que no podía dejar escapar a aquel muchacho que estaba envuelto con aquella estela azul del dragón. Había estado cerca, muy cerca de él. Era una pista viva que podría decirle algo más que las vagas ensoñaciones de su cabeza. Miró a los cuatro personajes que se disponían a matar a palos al pobre diablo que tenía entre sus brazos. Acercó más al chico a su cuerpo, colocándose entre él y el resto. Se sacó la capucha y miró fijamente a los abusones que tenía delante.

—Cuatro contra uno —soltó con una sonrisa—. No es una pelea muy justa.

Uno de ellos dio un paso atrás y los otros se miraron entre sí.

—Escuche, viejo. Será mejor que nos deje a esta rata a nosotros. No tiene valor alguno —dijo mirando al pequeño que seguía intentando zafarse de su agarre.

—No vais a tocarlo. Y quien se atreva a hacerlo se las verá conmigo. —Los miró desafiante y tiró su petate al suelo, dejando ver las empuñaduras de sus armas. Dos de ellos tiraron piedras y palos.

Aquello los asustaría, lo sabía bien y era su última baza. Nadie creería a un par de críos de todos modos. Cerró los ojos con fuerza y notó como afloraban sus poderes. Cuando abrió los ojos los cuatro muchachos salieron corriendo por donde habían venido.

Cuando no pudo oírles más comprobó la presa que aún sujetaba en sus manos. El muchacho no tendría más de 13 o 14 años, estaba terriblemente asustado y podía escuchar su corazón martillando en su pecho incluso si sólo estuvieran rozando la piel. Cerró los ojos con fuerza y volvió a abrirlos de nuevo.

Probablemente aquel niño estaría aterrado, pero en el momento que lo soltará huiría de él. Hizo acopio de todo su autocontrol y se agachó en el suelo.

—Lo siento, no quería asustarte, pero necesito tu ayuda —Él lo miró, respirando con fuerza por la boca e intentando alejarse de su agarre—. Si prometes que me ayudarás, tengo una bolsa llena de monedas para ti. Te voy a soltar pero no huyas de mí, ¿está bien?

El muchacho dudó unos segundos, mirando a la calle vacía en la que se encontraban. Miró a Wooyoung de arriba a abajo y tragó con fuerza. Se mordió el labio, seguramente pensando en si debería confiar en él o no. Wooyoung se impacientaba pero no podía asustarlo así que sonrió levemente y asintió con la cabeza. Soltó un poco su agarre y el niño miró su brazo y luego a él. Wooyoung levantó las manos, liberándolo por fin y retrocediendo un poco.

Todavía tenía espacio para atraparlo si salía corriendo, aunque esperaba que no. Estaba muy cansado y había usado sus poderes demasiado como para comenzar una persecución en aquel momento.

—Además, te he salvado de esos matones —dijo encogiéndose de hombros. El niño acarició su brazo donde antes estaba la mano de Wooyoung y lo miró con recelo. El pelo castaño estaba revuelto y sudado, seguramente de la carrera para evitar una buena paliza.

Wooyoung acercó la mano al bolso para coger la bolsa de monedas y el muchacho dio un paso atrás. Frenó en seco y lo miró con cuidado. Bajó despacio la mano y sacó el pequeño saco de tela lleno de monedas. Era lo único que le quedaba pero ese niño era la pista que necesitaba para estar más cerca de su objetivo.

Por favor, dioses, nunca os pido nada. Pero necesito esto.

—Estás herido —observó Wooyoung señalando la cara y el brazo del chico. Él se miró así mismo y tocó el pequeño corte que tenía, quejándose y mirando la sangre en su camisa amarillenta—. Déjame curarte y puedo explicártelo todo. Estoy buscando a alguien.

El niño pareció interesado y miró dentro de la bolsa que tenía en una de sus manos, para luego mirar a Wooyoung con recelo. Era duro de roer este chaval. Sonrió y le tendió el pequeño saco. Pensó unos segundos que le iba a rechazar, que tendría que correr tras él y obligar a un niño a hablar. Se convertiría el peligro del que acababa de salvarle.

Se arriesgó y tomó la mano del muchacho para dejar sobre ella la bolsa de monedas. Agarró el bajo de su camisa y rompió un trozo. Tomó el brazo herido del chico y le ató la pequeña venda improvisada. El niño se quejó un poco cuando hizo el nudo pero no dijo nada. Wooyoung sonrió al ver los labios abultados del muchacho intentando aguantar.

Entendía porqué San había acudido a él, aunque solo fuera por ayuda. Parecía que tenía buen corazón aunque fuera demasiado desconfiado. Antes de poder dirigirle alguna otra palabra, el muchacho miró por encima de su hombro y sus ojos volvieron a agrandarse.

Antes de que Wooyoung pudiera girarse, un golpe fuerte impactó justo en la parte trasera de su cuello y todo se volvió negro.

—San... —dijo Wooyoung mientras sentía las manos del dragón sobre su estómago. Le abrazó desde atrás, dejando un pequeño beso en su nuca. Sus vellos se erizaron y se sintió cálido. Como cada vez que aquel hombre lo tocaba. Sus brazos fuertes rodearon su cintura estrecha dejando su espalda totalmente pegada al pecho del dragón.

San olió de forma sonora su cuello y dejó otro beso justo allí. Aquello era lo que verdaderamente le hacía feliz. Mientras el aire suave y frío de la noche entraba por la abertura de la cueva, Wooyoung observó el cielo lleno de estrellas infinitas. Los campos estaban bañados de la luz clara de la luna más grande que habían tenido en todo el año.

Respiró profundamente, recordando el momento, mientras los dos cuerpos se mecían en el vaivén de una música que ni siquiera sonaba. Agarró con fuerza las manos contrarias y en el momento en el que sus pieles hicieron contacto, como siempre ocurría, allá donde tocara, se sentía caliente.

Se giró entre sus brazos y colocó sus manos a cada uno de los lados del rostro más hermoso que jamás imaginó que una criatura podría tener. Acarició con cuidado las cejas rectas del contrario mientras este cerraba los ojos y apretaba más al cazador en su abrazo. Wooyoung besó sus párpados y luego los vio abrirse. El amarillo del sol calentó el corazón del hombre que juró jamás perder la cabeza por una criatura mágica.

Y allí estaban. Juntando sus frentes mientras escuchaban despacio el repiqueteo de las llamas que mantenían encendidas dentro de la cueva, y dentro de sus corazones. En aquel momento pensó que ambos vibraban en la misma sintonía. Que sus corazones estaban destinados a latir el uno por el otro.

Miró fijamente los ojos rasgados del dragón y este sonrió. Acarició con cuidado su mejilla, llevando su pulgar hasta el hoyuelo derecho, el que siempre se hundía un poco más cada vez que sonreía. Sus dientes blancos iluminaron la cueva aún más e hicieron que el corazón de Wooyoung se reblandeciera.

—Te quiero, Choi San .—Mientras decía aquellas palabras se iba acercando a la cara del contrario, esperando que el beso por fin llegara pero no lo hizo. Un trueno hizo temblar el suelo y Wooyoung perdió el equilibrio. San ya no estaba allí. Miró hacia todas las direcciones pero no vio más que la cueva vacía.

De un momento a otro estaba lejos, en el centro de una tierra desierta, corriendo hacia algo que desconocía. La lluvia empapaba su rostro y su cuerpo. Su ropa le pesaba y sus pies parecían estar hechos de alguna pasta pesada que le atraía hacia el interior de la tierra. No podía correr, la lluvia seguía mojando y sus ojos picaban. Intentaba chillar pero nadie lo escuchaba. Todo estaba oscuro y...

El balde de agua fría despertó por completo los sentidos de Wooyoung. Tosió varias veces y cuando intentó llevarse una mano a la cara algo se lo impedía. Un sonido metálico llegó hasta sus oídos cuando intentó mover sus brazos. Parpadeó varias veces, intentando apartar los restos de agua de su rostro. Pasó la mirada de un lado a otro, pero lo único que vio fue barriles de madera y cajas. Sus pies todavía seguían en el suelo pero estaba descalzo y pudo notar por el movimiento que estaba dentro de un barco. Las luces de la cubierta se movían de un lado para otro, y aunque jamás había mareado dentro de un navio, en aquel momento sentía náuseas.

Movió sus manos, intentando zafarse de las cadenas que se le clavaban en la carne produciendo un dolor atroz. Gritó con fuerza y golpeó el suelo con los pies. Estaba indefenso, atado y sin saber cómo ni por qué.

El chaval, pensó. Un dolor ligero en la cabeza le empezó a hacer recordar. Le habían golpeado por la espalda cuando intentó ayudarlo. Aquellos cuatro críos le habían golpeado tan fuerte como para dejarlo inconsciente y se habían encargado del pequeño chico que tenía los restos de la esencia de San.

Entró en cólera, golpeó con sus pies y apretó y zarandeó su cuerpo mientras gritaba que lo soltaran. Si le habían hecho algo juraba que se escaparía de allí y los mataría. Mataría a esos cuatro mocosos si le habían puesto la mano encima.

—¡Soltadme! —bramó—. No tenéis ni idea de con quién os habéis metido. Os mataré uno a uno hasta que me digáis dónde está el muchacho.

¿Cuánto había pasado? ¿Habría perdido por completo el rastro de San?

—Vaya, ¿qué son estos gritos? —La voz apareció del fondo de la estancia y Wooyoung entró en cólera. Sabía que sus ojos habrían cambiado de color y probablemente sus tatuajes estarían moviéndose. Sentía el hormigueo en el brazo derecho y supo que le habían quitado la camisa cuando las marcas en su hombro comenzaron a brillar—. Así que de verdad eres un cazador, ¿eh? —La figura que se acercó silbó en señal de asombro.

—Suéltame y podrás descubrirlo —retó él apretando los dientes.

Quería saltarle a la yugular del sucio marinero que lo había llevado hasta allí. En aquel momento unas antorchas ardieron, dejando la estancia, que parecía una bodega, ligeramente iluminada. Delante de él, a tan solo unos cuantos pasos había una silla. Un hombre lo miraba fijamente sentado en ella.

Wooyoung observó su entorno, dos hombres más lo flanqueaban, unos pasos por detrás. El hombre rio, soltando una carcajada que le puso los pelos de punta. Sus dientes eran grandes y llenaban su boca creando una sonrisa perfecta pero perturbadora. Colocó las hebras de su pelo, lacio y azul como el océano, hacía atrás.

—No estás en posición de amenazar a nadie. De hecho, te veo un poco maniatado. —Comenzó a reír de nuevo y Wooyoung lo miró con odio. Tenía que salir de allí. Fuera como fuera tenía que saber si el chico estaba bien.

El tipo alto con pelo oscuro que se encontraba a la derecha se acercó a la silla. Le susurró algo que Wooyoung no pudo escuchar porque las cadenas hacían demasiado ruido. Pero entonces lo vio. Aquel hombre llevaba puestas unas botas de cuero marrón, con pelaje de animal alrededor del gemelo. Eran sus botas.

—No...—dijo en voz alta. Toda la sala quedó en silencio cuando sus tatuajes comenzaron a moverse por el brazo y brillaron. Wooyoung forcejeó solo un poco con su brazo y la cadena cedió—. ¡¿Qué le habéis hecho?!

Gritó mientras escuchaba los seguros de las armas de fuego de los tres apuntando hacia su posición. El moreno se miró los pies y luego lo miró a él sin dejar de empuñar su arma. Intentó zafarse de la otra cadena, pero esta no cedió tan fácil y comenzaba a impacientarse.

—Te juro que te lleno la cabeza de plomo como muevas otro músculo, maldito cazador —escupió el del pelo azul acercándose un paso más. No llegaba a alcanzarlo pero lo miró con odio. Aquel hombre tenía la mirada penetrante, era bajo de estatura, pero Wooyoung pensó que si luchaba con él le proporcionaría unos buenos golpes a pesar de ser humano.

—Esas botas... Esas botas son de él. ¿Por qué las tienes? —habló mientras tiraba de la cadena y el ruido hizo eco en la entre la madera de la estancia. El hombre clavó su mirada en las botas de su camarada y luego la subió hasta su rostro. Tenía una mezcla de sorpresa y confusión en su rostro perfecto y afilado. Les observó y ambos se miraban atónitos.

Wooyoung no entendía qué estaba pasando en aquella bodega, pero tenía que liberarse pronto o juraría que se volvería loco. Aquel sucio marinero tenía las botas de San. Él jamás se las quitaría de buena gana. Nunca las dejaría atrás, eran su bien más preciado. Quería matarlo. Seguramente lo habrían encontrado, enfermo y sólo. Seguramente lo habían matado, justo como iban a hacer con él. Quizás descubrieron que era un dragón y lo despedazaron y lo enviaron por trozos en algún mercado negro.

No, no. San estaba vivo. San tenía que estar vivo.

— ¡Soltadme! —sollozó con las lágrimas recorriendo sus mejillas. Su voz se sentía rota y agotada—. ¿Dónde está? Os juro que si lo habéis matado os espera una suerte peor que esa. ¿Dónde está? ¿Por qué las tienes?

Estaba delirando. Por su cabeza pasaron millones de escenarios en los que el color principal que predominaba era el de la sangre del dragón y aquello le hizo perder la cabeza. El arma y el antebrazo del hombre que se encontraba a la izquierda, que no se movió hasta ese momento, se apretó sobre su garganta sin previo aviso. Los ojos felinos del tipo incidieron en los de Wooyoung, pero de su boca no salió nada. Le estaba dejando sin respiración pero no se iba a recular. La mano libre del tipo, que no sujetaba su garganta, volvió a colocar la mano de Wooyoung que había liberado. La apretó sobre la madera, haciendo que el cazador no pudiera moverse.

Aquel era un humano con mucha fuerza. Tanta que no parecía serlo. Los pasos apresurados de alguien sobre sus cabezas resonaron y se abrió una trampilla en el techo de la sala.

—¡Papá! ¡Para de una vez! —Era él. El niño que había salvado en el pueblo. Algo dentro del cazador se relajó, la pista estaba ahí. Un atisbo de esperanza se instaló en el corazón de Wooyoung y más lágrimas descendieron desde sus ojos.

—Seonghwa, llévatelo de aquí. —El moreno se dirigió directamente hacía el niño. Wooyoung intentó zafarse forcejeando, una vez más, contra el más alto que lo retenía. Pero no ocurrió nada, el tipo parecía de hormigón.

—No —dijo el niño—, él es el señor Wooyoung.

Todo quedó en silencio. Los dos hombres miraron hacia él atónitos. Mientras el niño miraba fijamente a los ojos al cazador. Incluso pareció que el comentario había causado algún tipo de reacción en el gorila que lo tenía atrapado contra el casco del barco.

—Mingi, suéltalo —El que le asfixiaba miró hacia atrás, esperando no haber oído lo que creía haber escuchado. El hombre que dió la orden movió la cabeza y de pronto pudo respirar de nuevo. Tosió varias veces, llevando su mano libre a su garganta.

—Jongho, esto no es una de tus historias, es peligroso y...—El moreno le apretó el hombro al niño, intentando tranquilizarlo. Pero el chico se apartó y se acercó hasta la posición de Wooyoung. El hombre que le había retenido le sujetó el brazo y lo miró en señal de advertencia.

—¿Es usted, verdad? —dijo el joven. Sacó de su bolsillo un pequeño artefacto de metal. Era la insignia de la familia del clan Jung junto con el pequeño broche de dragón que había hecho a escondidas para San. El cazador volvió a llorar, asintiendo y bajando la cabeza mientras sus piernas fallaban. Se recostó contra la pared, queriendo en aquel momento morirse.

Estaba agotado, sentía que su cuerpo estaba pesado. Se había cansado de luchar contra el recuerdo y el nombre del dragón que había amado. Que aún amaba. Que seguiría amando aunque muriera allí mismo. El ambiente de aquella bodega cambió de inmediato. Notó como su brazo atado fue liberado por el que antes le había ahogado hasta casi morir.

Estaba confundido, estaba aterrado y enfadado. No se mantenía en pie y, en el momento en el que pensó que impactaría sobre la madera, un cuerpo más fuerte que el suyo lo sujetó para no caer. El pelo azul del hombre olía a mar y a aceites esenciales. La sensación le produjo un ligero cosquilleo en la nariz pero no le pareció desagradable.

—Señor Wooyoung, discúlpenos — dijo el joven—. Le estábamos buscando.

¿Le estaban buscando? La confusión hizo que la cabeza de Wooyoung doliera un poco, intentando averiguar qué tenían que ver con San aquel grupo tan pintoresco de marineros que le habían atrapado y encadenado a una pared. Pero el olor de San que había quedado impregnado en el muchacho le tomó por sorpresa y en aquel momento solo quería saber si estaba bien. Acercó al chico hasta él y lo sujetó entre sus brazos.

El joven se tensó pero dejó a Wooyoung hacer. El olor a naranja y canela le embriagó de nuevo y juró que San estaba allí mismo. Probablemente habría impregnado al niño con su olor para protegerlo pero solo había atraído a un estúpido cazador.

—¿Dónde está? —dijo en un hilo de voz sobre el hombro del chico. Jongho, como le habían llamado antes, apretó sus manos sobre Wooyoung y lo ayudó a levantarse. Era pequeño pero se veía fuerte. Criarse en un barco con una panda de maleantes como aquella seguramente no había sido fácil. Quizás por eso le habían pegado los chicos del pueblo.

—Señor Wooyoung... —dijo el moreno. El cazador lo miró y volvió a ver las botas enfundadas en sus pies. Sintió náuseas de nuevo y una oleada de odio se instaló en su pecho. El hombre se miró los pies nervioso y luego se quitó las botas para agarrarlas con una mano—. El señor San me ofreció estas botas como pago. No sabía que le hacía sentir incómodo, me dijo que eran muy importante para él. También dijo que eran su posesión más preciada y que si no las aceptaba sería una falta de respeto.

Wooyoung rió por lo bajo, aquello sonaba muy a San. Miró al hombre que sujetaba su brazo para que no cayera y este soltó una sonrisa. ¿Quiénes sois? pensó.

—Aunque solo te parezcamos unos ladrones de poca monta, esta tripulación es de fiar —comenzó el hombre mientras caminaba hacía las escaleras del final de la estancia—. San estuvo con nosotros.

Aquellas palabras hicieron que el corazón de Wooyoung se apretara. Había estado allí, con ellos. Quería hacerles muchas preguntas, quería obligarlos a que le dijeran dónde estaba su dragón. Pero las palabras, al igual que todos los sentimientos que estaba experimentando en aquel instante, se le atascaron en su garganta. En su lugar solo respiró con dificultad y dejó que su mirada se empañara.

—Te ayudaremos a llegar hasta él. Te necesita, Wooyoung —dijo el hombre mirando al frente—. Conocí a San hace mucho. Mucho antes de que te encontrara a ti —Lo miró picando un ojo mientras subían las escaleras—. Ahora mismo debes descansar. Has pasado mucho tiempo buscando y se que usar tus poderes te debilita. Te llevaremos hasta él, Wooyoung. Vas a volver a verle, te lo juro. El viaje va a ser difícil y no sé en qué estado estará cuando lleguemos, pero jamás he visto un amor tan puro como el que tiene ese dragón por ti.

Wooyoung sentía que sus ojos picaban mientras miraba a aquel hombre hablar. No lo conocía de nada pero sentía la confianza crecer con cada palabra que decía. La luz del sol incidió directamente en sus pupilas, haciendo que cerrara los párpados . Su corazón latía con fuerza rejuvenecida dentro de su pecho.

San estaba vivo, había estado en aquel barco, con aquellas personas que no había visto en su vida y que por alguna razón, sentía cercanas. El chico lo miró con una sonrisa y Wooyoung estaba abrumado. Se soltó del hombro del más bajo pero el de pelo azul se mantuvo cerca, solo por si acaso. Recorrió con sus ojos la cubierta del gran barco de vela que se erguía al lado de los muelles.

—Soy el capitán Kim Hongjoong —dijo mientras se colocaba un abrigo largo de color rojo sobre sus hombros.

Wooyoung sonrió por lo hortera que parecía el hombre con aquel atuendo, pero de pronto se sintió más cerca de San. Podía olerlo en aquel barco, veía la ligera estela azul protegiendo aquel lugar. Lo había marcado para que ningún ser se atreviera a dañar aquel pequeño pedazo de la vida anterior del dragón.

Quería conocer toda la historia y por alguna razón sabía que el capitán de aquel barco y él iban a hacer muy buenas migas. Estaba preparado para confiar en alguien más en esta búsqueda, y aquella tripulación parecía una buena forma de empezar a conseguir resultados.

—Perdón por haberte encadenado. Entiéndelo, un padre tiene que proteger a su hijo —dijo revolviendo el pelo del chico. Wooyoung sonrió de nuevo y se llevó una mano a la frente para admirar las inmensas velas blancas que surcaban el cielo sobre él—. Bienvenido al Aurora, señor Wooyoung. ¿Está listo para encontrar su corazón?

Wooyoung miró directamente a los ojos del capitán y supo en aquel momento que no había ningún atisbo de mentira en ellos. Era genuinamente bueno y en aquel momento juró que cuando encontrara a San, ellos también formarían parte de su familia.

Wooyoung ya no era un cazador y aun así no se estaba vacío por primera vez en dos años. Aquellos marinos le estaban dando la oportunidad de reunirse con la única persona que había amado. La única criatura en aquella tierra que aceptó sus imperfecciones y lo cuidó con mimo, haciendo crecer dentro de él sentimientos que jamás había experimentado en toda su vida.

Los cuentos de hadas nunca fueron lo que le habían enseñado, el cazador lo sabía bien. Las criaturas desentonaban en lo que la sociedad estipulaba que era su sitio, y encontraron un lugar en los brazos del otro para sentirse como en casa. Porque su hogar estaba en el corazón de San. Y el dragón ocupaba todo el espacio dentro del suyo. 

***

Aquí les dejo mi participación en los #MusicAwards2023 :

-Categoría: Portals

-Canción asignada: Fairytale- Alexander Rybak

-Pareja y grupo: Woosan / Ateez

-Cantidad de palabras: 7732

-Extensión (Capítulos): 1

Etiqueta SJ23RE

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Holi holiiii, esta es mi primera historia y mi primera participación en un concurso. 

Obviamente no quiero ofender a ninguno de los artistas con este fanfic, tampoco a sus fans. Respeto y adoro mucho a este grupo. ¿Dónde están todas les Atinys amantes del Woosan? jajajajaja

Deseo que este fic tenga buena acogida y que podáis disfrutar de este OneShot que tanto me gustó escribirlo. 

Muchísimas gracias por leer mis flores.

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