Mariposa

Ser un evangelista novato era difícil. Aquel día le faltó papel para escribir lo que solicitaban sus clientes y tuvo que ingeniárselas. A la última persona que atendió, le escribió la amorosa carta sobre una hoja de periódico que tenía un mapa de la ciudad al reverso, para luego permitirle a su cliente dibujar puntos difusos al final del texto, con tinta que traspasó la hoja. Cuando preguntó por el destinatario, recibió tan vagas y mal pronunciadas instrucciones, que necesitó aclarar que la carta tardaría en llegar a su destino, incluso con la magia de un evangelista.

Para la mujer que mandó a escribir el mensaje, empero, el tiempo no importaba. 


El día de los enamorados, en Aluxia, era siempre una gran fiesta. Incluso en la academia de aviación había jolgorio; todos los futuros pilotos acudían a medias clases y se entregaban cartas mandadas a hacer con los mejores evangelistas de la ciudad.

Leonor ya no creía estar para juegos como esos. Ella había vuelto a la escuela, aburrida de los avioncillos que voló por años, porque quería aprender a pilotar las bestias más nuevas de los ingenieros de Aluxia y participar con ellas en la guerra. Estaba tan centrada en su deseo, que nunca tuvo tiempo de pensar en amores mientras estudiaba.

En todo caso, Leonor tampoco era gran candidata a recibir cartas melosas, aunque quisiera. Primero, en su clase no había muchas mujeres de su edad; segundo, con ellas no era popular por su ambición de ser piloto de combate. La idea de amar a alguien que podría perder la vida por Aluxia era muy poco atractiva.

Sin embargo, a la hora de salida ese día, una mágica garza de papel —mensajera oficial de Aluxia, creada y usada por los evangelistas— cruzó las pistas de despegue, evadiendo los aviones, y llegó a manos de la piloto con una carta para ella. La mujer arrugó la frente.

Leonor esperó hasta llegar a casa para abrir la carta. Había adquirido esa costumbre después de trabajar como espía de una familia rica, aquella que le regaló el avión que aún poseía. No obstante, el mensaje aquella vez no era confidencial, sino romántico.

En la carta, siendo que estaba corrida la tinta, las palabras se deshacían por relatarle un amor apasionado; le cantaban con dulzura, rezándole incondicional cariño. Al reverso estaba un mapa preciso de toda la ciudad, con puntos marcados aquí y allá, en las calles del oeste. Parecían instrucciones para buscar al remitente

Como la carta no tenía fecha, Leonor se permitió pensar que era una audaz sorpresa del día de los enamorados; no obstante, en la mente de la piloto no cabía la idea de que una persona en la ciudad quisiera enviarle cartas amorosas. No podía mentirse a sí misma, estaba intrigada.

Tomando la carta, la mujer salió de casa para seguir las direcciones que indicaba el mapa, preparada para sorprenderse; había unos siete puntos en distintos lugares de la ciudad, además de líneas que parecían trazar una ruta. Como la buena corredora que era, ella llegaría al final del recorrido antes del atardecer.

La piloto cruzó cuadras enteras buscando pistas. Se detuvo en la mansión de la familia Reveles, donde estaba el primer punto; luego en el jardín de las hortensias, en la rotonda de los rebeldes, en una tienda de artículos para repostería... Nada tenía sentido, Leonor no recordaba haber amado a alguien en alguno de esos sitios.

Mientras la mujer observaba el mapa, intentando descifrar si el siguiente punto señalaba el mercado de insignificancias o la florería Condesa, un tremendo viento azotó la calle. Leonor batalló por no soltar su carta, pero un último soplido se la arrebató, haciéndola volar cual avioneta descompuesta. El papel aterrizó a unos pasos de la mujer y, cuando ella lo recuperó, encontró al final de las palabras de amor algo que no había visto antes.

La tinta no se había traspasado del mapa a la carta, sino al revés. Los puntos y las líneas que Leonor creyó que eran indicaciones, en realidad eran un dibujo; al reconocerlo, su corazón casi se sale de su pecho. 


Leonor conoció a Kana'at cuando, en una de sus misiones, su avión se estrelló en medio de la selva. Era un milagro que la piloto hubiese aterrizado viva, pues estaba sola y balas enemigas la habían herido en pleno vuelo. Kana'at la encontró inconsciente, con el uniforme ensangrentado y la cara llena de tierra y humo, justo a tiempo para llevársela a casa y encargarse de curarla.

Cuando Leonor despertó, vigilando su sueño se encontraba su salvadora. Tenía piel más morena que la suya, ojos oscuros como la obsidiana y una preciosa cara redonda. Además, por lo visto, era hábil con la medicina.

Perdida, pues no tenía idea del lugar en donde estaba, Leonor se dejó atender por Kana'at. Los primeros días tuvieron problemas para comunicarse, pues no hablaban en el mismo idioma, pero con el tiempo sus almas conectaron y el lenguaje ya no fue un escollo.

A la vez que, esperanzada, Leonor intentaba arreglar su avión, se propuso acostumbrarse al pueblo en el que vivía la mujer que la rescató. Se enseñó a moler semillas y preparar buena comida, empezó a vestir ropas de colores vivos e incluso aprendió a comunicarse en el idioma del lugar. Se volvió parte de él, aunque, en el fondo, realmente extrañaba volar.

La piloto pasó todas sus tardes en ese aislado pueblo con Kana'at. De ella aprendió a caminar entre los árboles frondosos de la selva, a curar personas y a escuchar las voces de aquel cielo que Leonor solo sabía surcar, pero jamás tuvo tiempo de entender. Kana'at lo estudiaba, así que le mostró las maravillas que tenía para mostrarle.

Con ella, Leonor vio en las estrellas a lejanos protectores, que indicaban de dónde venía el mundo y hacia dónde iba; servían para entender el tiempo. Cuando, por las noches, las dos mujeres se acostaban de cara al cielo a observar constelaciones, pasaban largo rato hablando de su favorita: una mariposa. Kana'at decía que eran animales mensajeros.

Leonor se enamoró de Kana'at sin darse cuenta. Por suerte, conocía las palabras para decírselo en su idioma y, cuando lo hizo, recibió de ella un dulce beso. En ese momento, un terrible dilema ocupó su mente: si la oportunidad de volver a pilotar aviones se presentaba, ¿accedería a irse, aunque eso implicara alejarse de su amada?

No hubo tiempo de buscar respuestas. Justo al día siguiente llegó un piloto al pueblo, para llevarse a Leonor de vuelta a la ciudad, separándola de su nuevo hogar y de Kana'at sin preguntar.

Por más que la piloto exigió las coordenadas del lugar, el soldado que la sacó de la selva se negó a revelárselas. Cuando ambos volvieron a la base militar de la capital de Aluxia, se le dieron tantos quehaceres a Leonor que ella no pudo ir en busca del pueblo en el que pasó más de cuatro meses. La mujer tuvo que acostumbrarse, una vez más, a su estricta vida en la ciudad, y olvidarse de los bellos momentos que pasó con Kana'at.

Al menos, hasta que recibió esa carta el día de los enamorados, con la constelación de la mariposa dibujada en ella.

Un día después de leer la carta, con el corazón en un puño, la piloto se dirigió hasta la bodega en donde un viejo amigo guardaba el avión que ella poseía. No respondió a las interrogantes del hombre cuando este le preguntó a dónde iba, mientras se preparaba para partir, pero sí le dijo que estaba por buscar a una persona que estuvo cerca de olvidar. Leonor tenía todo listo para ir con Kana'at, solo necesitaba encontrarla.

El avión de Leonor estuvo en el aire algunas horas. Se alejó de la ciudad, imitando el recorrido que hizo la piloto cuando sucedió el accidente, pero ella tardó un poco en encontrar el lugar exacto en el que cayó su aeroplano aquella vez. Deseó haber prestado más atención a su posición cuando fue perseguida por un avión enemigo.

Fue un golpe de suerte, de aquellos que suceden pocas veces en la vida, el que hizo a Leonor hallar el hueco que dejó entre los árboles el avión en el que volaba cuando conoció a Kana'at. Desde lejos ya no se notaban los colores del ejército de Aluxia, pues todo el fuselaje ahora estaba cubierto de enredaderas y hojas caídas, pero no cabía duda: estaba cerca del pueblo.

Leonor aterrizó en el mismo lugar donde, tiempo antes, lo hiciera el soldado que la sacó de ese paraíso: una planicie larguísima, cerca de una barranca que daba al mar. Seguramente el fuerte sonido de su máquina voladora alertó a la gente que vivía cerca, pues apenas bajó la piloto del avión, varias caras conocidas se acercaron.

Bastó con que la mujer se descubriera la cabeza y se presentara en el mismo idioma de quienes la rodeaban para que todos la reconocieran. Caminaron juntos de regreso al pueblo, pasando por un tramo húmedo cubierto de árboles, enredaderas y lleno de animales de colores; al llegar, muchas otras personas recibieron a Leonor con los brazos abiertos.

Un grupo de jóvenes buscó a Kana'at por todas partes. La encontraron en una habitación preparando medicinas, pero ante la noticia de que Leonor había vuelto, ella no demoró en salir al encuentro de la otra mujer. Al verla, algo en su pecho estalló de alegría. 

Las dos mujeres se fundieron en un fuerte abrazo, intercambiando los latidos que sus corazones reservaron para su reencuentro. Leonor se aferró a la ropa de Kana'at como si temiera que volviesen a separarla de ella, pero su amada, con un beso, le devolvió la calma.

—Tranquila —le dijo en su idioma—, me alegra volver a verte. —Besó sus labios nuevamente—. Quería que no me olvidaras, por eso hice todo lo que pude por enviarte una carta, pero fue difícil encontrar a uno de esos evangelistas de los que me hablaste. También me costó decirle lo que quería, debí haber aprendido a hablar mejor tu idioma.

Leonor miró a Kana'at a los ojos con una sonrisa.

—Lo que importa es que estamos juntas —le dijo a su amada en la misma lengua, torpemente—. Si deseas, no me alejaré de ti jamás.

Kana'at sacudió la cabeza.

—Yo solo deseaba saber si estabas bien, pero sé que tú adoras volar, no podría pedirte que te quedes conmigo. ¡Sería egoísta! Seguro dejaste de hacer cosas para venir a verme.

La piloto guardó silencio.

—Estudio... porque quiero estar en la guerra —reveló, apenada.

—Entonces vuelve a casa —Kana'at acarició el rostro de su amada—. Gana la guerra y, cuando puedas, regresa aquí. Te estaré esperando.

Ninguna de las dos dijo otra palabra. Leonor no podía entender por qué Kana'at la motivaba a irse, después de haberle declarado amor eterno en su carta. ¿Es que acaso se había arrepentido?

La piloto descubrió la verdad tres días después, cuando una garza de papel llegó al pueblo con una carta que le pedía su regreso a Aluxia: el ejército necesitaba de ella.

La mujer, a pesar de sentirse atraída por la idea de volver a volar grandes aviones, trató de ignorar la carta, insistiendo en que era su deber quedarse con Kana'at. Al notar su indecisión, esta última le repitió que debía irse.

Kana'at tomó las manos de Leonor y la flechó con sus ojos de obsidiana. Ella no quería dejar su tierra e ir a la ciudad, pero la pasión de Leonor se encontraba ahí, así que la convenció de seguir su corazón, prometiéndole a la piloto que estaría siempre para ella.

Leonor no pudo sentirse más dichosa. Aquel día, aprendió de Kana'at que el amor no conocía distancias. Su amada insistía en que partiera, pues sabía que ninguna de las dos estaba condenada a encadenarse en donde no quería estar.

Con el corazón más ligero, Leonor le prometió a su amante que le enviaría regalos de vez en cuando, y regresó a la ciudad. Terminó sus clases en la academia de aviación, convirtiéndose en piloto de combate y, cuando Aluxia ganó la guerra, la mujer volvió al pueblo de Kana'at para pasar tiempos de paz con ella, contándole todas y cada una de sus aventuras con la misma pasión que tenía su amada al hablarle de las estrellas. Ambas tenían el corazón puesto en el cielo.

Ese mismo cielo se encargó de separarlas y de unirlas varias veces más; Kana'at atendía a su pueblo con cariño, y Leonor emprendía atrevidas misiones de las que obtenía grandes historias, sin olvidar a su amada ni por un segundo. Así, las dos mujeres disfrutaron de su cariño en pequeños bocados, adorándose sin dejar de vivir las vidas que les hacían felices. 

Finalmente, amor también significaba libertad. 

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