CHAPTER VI

ZOE

Unas alas hermosas se agitan continuamente de manera lenta, brillante y ruidosa. Un ruido cercano a las campanillas que llaman a las criadas. No es molesto, es agradable..

Son hadas.

Hadas vuelan en circulos sosteniendo campanillas colgantes en sus diminutas manos. Siendo un espectaculo con fines de mi distracción.

Es un sueño.

—La señorita a despertado.

La mujer corre la voz, luego muchas personas con un mismo uniforme de sirvientas me rodean y uno con bata destaca, según dice para diagnosticarme. Esto parece ser otro hecho ficticio, mi mente los crea por lo aburrido que suele ser mi vida rutinaria.

—Felicitaciones, se ha recuperado con mucho éxito, señorita —cierra su botiquín, me distraigo tocando los edredones cálidos que me envuelven.

Lucen caros. Mi cobija de piel de lobo desgastado no se le asemeja. Lo friciono contra mi mejilla, esto es mucho mas suave.

Sí. Esto es un sueño.

La falta de recursos de mi aldea son demasiadas, este lugar no es la tienda de paja en la que vivo con mi hermana. A veces mi mente llega a imaginarse escenarios demasiado realista e interesantes.

—Le aconsejo darse un baño con hierbas medicinales, también es necesario que evite estresarse, su presión sigue siendo baja. Le haria bien una caminata. —aconseja.

Frunzo el ceño.

—¿Por qué se cubre la boca con un pañuelo?

Su mirada parece mostrar cierta diversión tranquila. Incluso oigo que ríe.

—Es parte de las reglas del palacio. —una mujer carraspea, como si fuese una clase de señal al hombre—. Cualquier intranquilidad en su salud, no dude en hacer que me informen. Con su permiso.

Ya cuando no está, la mujer me quita los edredones.

—Su majestad a sido informado de tu recuperación, puede que te visite, para ello debes darte un baño y prepararte.

—¿Majestad?

La mujer señala a otras sirvientas que preparen el baño, luego de unos minutos me encuentro dentro de una gran bañera, si no fuera un sueño, me sorprendería del material dorado del que esta hecha. Me atrevo a decir que es oro.

Que extraño sueño.

Me encuentro muy lejos de poseer nuevas ropas, y el que me vistan con cuidado las piezas de un vestido bonito, hace que en el espejo me vea portando mi abrigo viejo con varias costuras, el pañuelo que solía cubrir todo mi cabello y mis botines. No me reconozco.

Es un sueño.

Un sueño muy codicioso del que no puedo aprovecharme, mucho menos en mis sueños. Luego es desesperante tener una brecha de esperanza que se apaga con insultos.

—Necesita alimentarse, luce muy delgada —me toca los brazos y los mira con desaprobación.

La mujer luce como una mujer completamente adulta y madura, a comparación de las otras sirvientas jóvenes a las que enseña como hacer las labores. Parece ser la encargada.

Me traen alimentos saludables y nutritivos en la mesa de la habitación, estos lujos me hacen comparar con mi vida actual, que es donde debo abstenerme a llenarme para poder tener algo que comer mañana.

—¿Le gusta la sopa?

—Esta deliciosa.

—Asegurese de comer su gelatina con las galletas.

Asiento, me embarga una extraña sensación de incomodidad y placer. Me gustan estas atenciones.

Una sirvienta se dirige a la mujer.

—Señora, su majestad ordenó que dará audiencia a la muchacha.

La mujer adulta expresa consternación.

—Ella aun esta delicada.

—Le he hecho saber eso, señora, sin embargo, no puedo contradecir los deseos del rey.

La mujer suelta un suspiro, agotada, o tal vez estresada. Mirándome, no le toma más remedio que obedecer, siendo yo la involucrada principal. No sé que clase de rumbo me llevará este sueño, al parecer las cosas parecen ponerse intrigantes, por lo que no cuestiono, dejo que estas circunstancias sigan su curso.

Atravesando pasillos y algunas puertas, parecidas a fotografías en los libros de fantasias, llegamos a una gran puerta, de por lo menos cinco metros, dos guardias que lo vigilan nos abren y ya aquí comienzo a sentirme más extraña.

Las manos me sudan, la humedad en mis palmas se sienten reales. Debería pellizcarme.

A nada de hacerlo, el aura de una presencia llega a paralizarme, sin siquiera llegar a ver de quien se trata, la sangre se me enfría, la piel se me eriza y esta clase de sentimiento ya lo había experimentado.

—Bendiciones a la gloria del reino, mi rey —la mujer reverencia con mucho respeto y yo ya no respiro.

Alzo la vista, todo mi cuerpo se contrae y él muestra una sonrisita de suficiencia.

No es un sueño.

Es la maldita realidad.

El rey curvó juguetonamente los labios, labios carmesí que comenzaron a moverse, por un segundo no pude concentrarme por ello. Tengo una mezcla rara de sensaciones en mi interior.

—Que agradable verte en buenas condiciones, esclava.

Llevé una mano a mi pecho, ardiendome esta parte.

—Mi nombre es Zoe, no soy una esclava.

Manifiesta una risita que sacude mi corazón. Este hombre... Este hombre... Cierro las manos por el disgusto.

—Bien, un diminuto nombre para una mujer tan pequeña, combina —se levanta del trono, hecho de raíces oscuras desconocidas y baja los escalones a pasos lentos, resonantes.

—No parece ser una persona amigable.

Queda a unos cuantos pasos, la cabeza se me baja por la atención fuerte que me dedica, no puedo sostenerle la mirada.

De alguna manera, sé lo inferior que soy a su comparación.

—Señora

La mujer le presta atención.

—A sus servicios, majestad.

—Espera afuera —le ordena, ruego internamente que no lo haga. Lo nota, y aún así, toma distancia para salir.

El suelo que piso es alfombrado, aunque solo una parte que guia de manera lateral hacia su trono. Hay guardias, que al intentar verlos, giran, quedo sin ningun tipo de distracción.

Me levanta el mentón, sus dedos enguantados se sienten fríos. Luce perfectamente como un hombre cruel y diabolicamente hermoso. Me cuesta concentrarme. No debería reaccionar de esta manera.

—No creí que fueras a recuperarte tan pronto —guia las manos tras su espalda—, esa noche huiste como una cobarde ni bien solté tus cuerdas —avanza y asumo que debo seguirlo—, eso es lo que hacen los esclavos sin cerebro.

—Solo quería ir a casa.

—Tu patético acto sentimental acarreó una consecuencia, Las Sombras se molestaron, el bosque encantado iba a matarte con sus toxinas venenosas y la noche fría no iba a dudar en congelarte —se detiene frente a una ventana, en el que se pueden ver nuestros reflejos, su vista centrada en mí a través de ello—. Mi reino es como un leal sirviente dispuesto a liquidar a los infieles a mí.

Tenía conocimiento que el rey estaba conectado al reino, no sé los detalles a profundidad. Me vió como una amenaza, me atacó.

—¿Debo ser obligada a servirle?

—Agradece que serás una esclava concubina del palacio de la juventud y no de los suburbios —arremete moviendo la mano, dandole un toque mas de seriedad a lo que habla—. Ya te ha quedado bien que de aquí, nadie escapa.

Saboreo el agrio sabor que se formula en mi boca. Esclava concubina, ¿qué clase de servicio es ese?

El cuello me arde y los dedos pican por tocarmelo. Sin embargo, lo que veo por el reflejo del vidrio, me sorprende. Manchas doradas y negras.

—Cada persona es creada por esencias distintas —se da la vuelta, tocandome directamente esa área y ocasionando un desastre de sensaciones en la extrañeza de mi cuerpo—, tu esencia fue maldecida.

—¿Qué?

Estira la comisura, sus ojos se contornan en medias lunas, el brillo en ellos se intensifica ante mi desconcierto.

—Es el reino de los malditos, ¿qué esperabas? —lo dice a la ligera encogiendose de hombros.

—Yo... No, no puede ser... ¿quién pudo...?

—Tú misma te ganaste esa maldición —me señala, tiemblo—, las sombras te maldijeron con las manchas oscuras para distorsionar tu esencia dorada y el bosque escarlata... —deja de hablar tan rápido, como si lo que hubiera dicho pudiera haber sido un error—, mejor dejaré que te encargues de investigarlo.

Medio roza el lóbulo de mi oreja, un hormigueo se produce en mi estomago. Las mejillas se me enrojecen. ¿Qué me pasa?

No, debo saber que tipo de maldición tengo y como puedo combatirlo.

—Mi señor —repito como dijo que lo llamara en esa noche, aferrandome a su brazo cuando intentaba pasar de mí—, por favor, espere.

—He dado por terminada la audiencia contigo, puedes marcharte.

—No, mi señor, digame, ¿como puedo deshacerme de mi maldición? —la voz me sale rogante, necesito respuestas para calmar mi ansiedad—. Digamelo.

Suelta un suspiro.

—Bien —rodea por completo mi cuello, el agarre me obliga a verle con firmeza sin oportunidad de desviar la mirada—, lo que haré son pequeñas dosis de antidoto para combatirlo.

—¿Qué es?

Abro los ojos sorprendida, sus labios se presionan contra mi entrecejo, me recorre una sensación tranquilizadora, su olor es increíble. Embriagadora.

Toma distancia. La cara me arde por completo. Nunca tuve esta clase de cercanía con nadie.

—Tu maldición requiere de tratos cercanos... —parece costarle aclararlo, frunce el ceño, sus cejas con muy oscuras, su vista se centra en los mios—, me visitarás en las horas que ordene a tu encargada.

—¿Visitarlo? ¿para qué?

Se masajea la sien.

—No me daré la tarea de explicarte todo en este momento, tengo mucho trabajo y estás siendo una molestia.

—¿Ahora?

—Ahora.

Cuando se da la vuelta, quedo insatisfecha. Verlo es intimidante, y a la vez hechizante.

Tengo una maldición.

En realidad, sé que la mayoría de Exitiabilis lo tiene, eso quiere decir que él también tiene una, ¿no?

No tengo claro estas nuevas emociones en mi pecho, pareciera que mi estomago fuese una caja que tiene resguardado mariposas.

Y pensar que para poder obtener mi libertad, debo conseguir darle un hijo.

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