.Chapter III; Acendrado.

NIRAN

El mensajero cruza mi oficina y entrega el sobre que he estado esperando por días. Una vez se retira, abro el sobre, al mismo tiempo, otra persona entra, sabiendo de memoria sus pasos, continuo leyendo el informe.

—Esta hecho, majestad.

—Bien.

Normalmente se retira cuando lo ignoro, pero hoy lo noto extraño, levanto la vista y arrugo el ceño.

—¿Te han roto la nariz o decidiste arreglartela de una vez por todas?

—Su majestad es muy comprensible y atento con sus sirvientes.

Hago una mueca.

Dejo la carta una vez leída y poso la mano sobre el escritorio, tocando la madera de arriba abajo ocasionando que se emita un ruidito en el vacío.

—¿Quieres que te alce y te lleve al medico?

—No es necesario que su majestad sea tan atento —me responde con las comisuras alzadas, se nota de buen humor.

—Infórmame.

—Diecisiete aldeas eran los principales autores de los bloqueos en las zonas de caza para el palacio real, he excluido a los ancianos, adultos y jovenes en distintas celdas, se espera que los juzgue, a más tardar, mañana —cruza las manos detrás, firme.

Toqueteo con mas ruido la superficie de la mesa.

—Bien, Vayu me ayudará con esto, puedes retirarte. —me incorporo para marcharme, pero carraspea—. ¿Qué?

—Sus esclavas, señor...

¿Acaso pedí la captura de esclavas?

Tengo pésima memoria en algunas ocasiones y muchas ganas de dormir en este momento.

El ministro muestra cara de contento, yo proceso que mi harén tendrá nuevos miembros.

—Más bocas para alimentar.

—Señor, eso lo hizo sonar como un autentico tacaño.

Su bromita no me hace reír.

—Llevalas al palacio de la juventud, dales ropa y comida, enseñales las reglas que no estoy para soportar dramas —esclarezco.

Pero no se mueve, sigue esa sonrisa que me perturba.

—Señor.

—Estás muy extraño, Ministro Zenith.

—No es nada de lo que deba alarmarse —me dice sacando un papel de su bolsillo—, quiero que vea esto y me acompañe.

El papel muestra a la dama, invasora de mis sueños, Zenith trae algo consigo, generándome curiosidad lo que quiera mostrarme.

—Apresurémonos.

—Seguro su majestad quiere dormir.

—Te pago para que trabajes, no para que me estreses.

—Un cupo doble que se me da muy bien, majestad —si le contesto, no se callara.

Durante el camino sigue con el misterio, sin decirme una palabra a donde me dirige, mis ganas de saberlo disminuyen al salir del palacio, recibiendo el golpe frío de mi propio corazón, mis cortesanos son atentos y se apresuran a entregarme un buen abrigo, negando a que le entreguen al ministro por tenerme en el exterior.

Admito que luego de todo el caos que se presentó hace un año contra mi vida, tomando un rumbo en el que me hizo saborear la amargura del filo del que acostumbraba a hundir, he perdido en extrema medida, mis ganas de realizar actividades.

En sí, un perezoso.

El cabello del ministro, un rojo oscuro, es cubierto por los pequeños copos de nieve, es un joven, aunque dos años mayor que mi persona.

Llama a la puerta, la puerta de roble del Palacio de la juventud, un lugar donde yacen mis esclavas y en el que he puesto a los mejores educadores y cuidadores, no he visitado este lugar hace mucho, tampoco me han despertado las ganas de distraerme.

Una vez abren, los guardias nos saludan y comienzo a darme una idea de lo que quiere mostrarme.

El palacio tiene habitaciones compartidas, pero la habitación central, de nombre Edén, es la más amplia del lugar, llegando allí desde la segunda planta, veo desde la barandilla hacia abajo, Edén es un espacio circular, con muchas ventanas, adornos, sofás y colchones distribuidos donde a ellas les plazca.

El ministro recorre la mirada entre las mujeres en el lugar, compartiendo conversaciones, comiendo, algunas leyendo y otras haciendo no sé que.

Un cortesano se apersona y en reverencia, explica.

—Lamento informarle de esto, Ministro, pero la señorita Zoe... Ha atacado a las sirvientas que iban a prepararla para la visita, y por error, se lastimó así misma.

Vaya.

Despacho al sirviente para mirarlo, claramente se nota tenso.

—No estaba en mis planes que sucediera eso.

—Si es una aldeana con garras, llevála a mis aposentos esta noche.

—¿Qué?

—No lo repetiré.

Le doy la espalda y camino para irme.

—Pero, majestad... —me alcanza—, no está educada.

—Precisamente por ese motivo me la traerás —esclarezco, palidece—, no he asesinado a ninguna esclava en mis aposentos, relaja esa cara.

No la cambia, sus nervios estan a flor de piel. Luego de unos segundos, relaja sus facciones e inclina el rostro.

—A sus ordenes, majestad.

ZOE

—Debes estar bendecida —la mujer sostiene mi mentón y esparce con delicadeza un polvillo carmesí sobre mis pómulos—, no llegaste hace mucho y ya su majestad desea verte.

—Quiero irme... —susurro.

Pellizco mis dedos, presiono los labios y miro a la mujer.

—Ayúdeme a regresar a mi casa.

—Oh jovencita —su mirada muestra compasión, roza mi melena dorada y quita los mechones que estaban pegadas a mi rostro—, las cosas no son así de fáciles aquí.

—No quiero estar aquí.

Mis manos temblorosas demuestran lo aterrada que estoy.

Recuerdo despertar lejos de lo que conocía, sin encontrar un rostro conocido y rodeada de personas de gran estatus, a la vez, extrañas.

De esto Erza se esforzaba que no nos acerquemos, eramos conscientes que conocer a personas de la ciudad no nos traería tranquilidad, y ahora me encuentro en un lugar que jamás imaginaba estar.

Dentro de los aterradores y grandes muros del palacio real.

Quiso poner una clase de tinta rosada en mis labios, esta clase de atención me agobiaba. Moví el rostro y ella bufó.

—Señorita, colabore.

No le respondo.

—Facilite mi trabajo, por favor.

Se resigna al ver que no pienso hacerlo, se incorpora y se va, alzo el rostro hacia el espejo que ocupa toda una pared, asombrandome lo que veía... Era yo.

En la aldea, veíamos nuestro reflejo por la claridad de los arroyos, los espejos solo los tenía la casa del líder, Erza una vez sustrajo una pequeña pieza en el que solo podiamos ver parte de nuestro rostro.

Mi cabello dorado cae sobre mis hombros y toca el suelo, al estar sentada sobre una almohadilla. Tengo pecas castañas esparcidas en mi cuello, mis mejillas están suavemente sonrosadas, el vestido de seda me favorece, aunque me siento algo incómoda que revele la piel de mis hombros y se hunde en V en mi pecho.

—Dijeron que estaba herida.

—La señorita atacó a la encargada de darles el baño, por lo que la encargada se defendió echandole espuma de cabello en los ojos.

Volteo el rostro hacia la puerta, abren e ingresa la mujer y un hombre con un cabello que me hace recordar a Erza, su tono de pelo es parecido al de mi hermana.

El sujeto alza las comisuras, divertido por lo que la mujer acaba de decirle.

—¿Espuma? —me toma desprevenida cuando me mira a los ojos—, ¿es eso cierto?

Las mejillas me arden.

—En su momento me ardió.

—¿Y ahora?

Niego.

Ambos se dirigen hacia mí y el hombre me indica que me levante.

—Entonces despedí a la sirvienta por un mal entendido —me dice—, tendré que pedirle disculpa y contratarla de nuevo.

La facilidad con la que habla me extraña, ¿acaso no le dijeron que no debería hablar con desconocidos?.

Se percata de mi falta de respuesta y se cruza de brazos.

Luego lo descruza.

Extiende la mano.

—Yo soy Zenith, el Ministro del reino y el Senescal, mano derecha de su majestad y encargado de proteger este palacio, un gusto conocerla.

—No compartimos el gusto, usted me secuestró —es claro que es al que le dí el cabezazo, su nariz con una venda lo confirma.

La mujer se le ríe y es ella la que me incorpora, entregándome un abrigo de la piel de un animal.

—Será un buen regalo para el rey —ella dice y el hombre asiente.

—Bien, déjanos solos Ikamy, debo esclarecerle unos puntos a la señorita —la mujer vuelve a irse y entonces, él camina lentamente a mi alrededor—, el Rey Niran tiende aburrirse demasiado rápido, así que no vayas hacerte ilusiones una vez te pruebe en sus aposentos.

Las manos comienzan a sudarme.

—¿Probar?

—Acostarse contigo.

—¿Por qué tendría que acostarme con un señor que no conozco?

¿Y si ronca al dormir?

—Para que preserves tu vida, además, aquí eres solo una esclava más, con la excepcion especial que verás al rey.

Paso saliva, no quiero.

—¿Y si intenta lastimarme?

—Lo dudo, su majestad no llega a perder la cordura a semejante límite.

Parece que conoce bastante bien al rey.

—No tenga miedo, señorita, si usted es temerosa, pasando esta noche, él ya no la pedirá más y podrá seguir viviendo en la comodidad del palacio.

—Yo no quiero vivir aquí, quiero ir a mi casa...

—Eso es imposible. —me corta, la voz le sale afilada y fría, helándome el interior—, Si usted es astuta, utilizara las ventajas que tiene —su vista va de mi rostro hasta mis pies—, su fisico puede brindarle una gran oportunidad.

—¿A qué se refiere?

—Si usted le da a su majestad parte de usted y de él, se le concederá cualquier deseo, un deseo que nadie pueda negarle, ni siquiera el rey —declaró.

Lo miro a los ojos, sus comisuras se levantan un poquito.

—¿Y si mi deseo es mi libertad?

Sus comisuras bajan, la seriedad le asienta.

—Si es ese su deseo, no se le negará.

Con esa aclaratoria, me indica que me coloque el abrigo, caminando entre los pasillos de este palacio bajo la mirada de muchas jóvenes, el corazón no deja de latirme de forma errática, sin dejar de pensar en la conversación con el ministro.

No presto atención a los detalles del exterior, la caminata no es tan lejana para llegar al palacio del rey, y cada vez que doy un paso, se me repite las palabras del deseo.

Quiero ese deseo.

Entonces entro en sí frente a una puerta, con el ministro al lado, le hago una última pregunta.

—¿Qué debo hacer para obtener ese deseo?

Y su respuesta no tarda.

—Darle un hijo.

Dominada por la determinación y la valentía, acepto.

Asiento y no me quedo a ver su reacción, me permiten entrar y cuando lo cierran, es cuando me hago la pregunta: ¿Cómo voy a darle un hijo al rey si no tengo el conocimiento de como tenerlo?


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