4. Funebrero sexy roba cámara y rompe corazones

Todos están en peligro.

Las palabras de Pamela hicieron eco dentro de Luana, como una bandada de murciélagos despertando a la vez en una cueva oscura. Más allá de todo el circo, su intuición le decía que tenía algo de razón. El camarógrafo se acercó de nuevo, con su enorme cámara al hombro, justo para captar la confusión de Luana en primer plano, y Pamela aprovechó el momento para recuperar el micrófono y ponerse de pie para volver a hablar:

—Caos frente a la funeraria que recibirá el cuerpo del fallecido. Sus empleados están fuera de control y se niegan a dar declaraciones. ¿Qué nos ocultan?

—¡¿Qué?! —preguntó Luana desde el piso, y comenzó a levantarse, dispuesta a volver a tirársele encima—. ¡El caos es tu culpa!

—¡Basta, basta! —dijo una tercera voz. Pertenecía a Renzo, que se paró entre Pamela y la cámara, a la que intentó cubrir con la mano. A eso le siguió un forcejeo con el robusto camarógrafo, que sostenía el aparato con firmeza.

—Perfecto, ahora llegaron los Beatles —musitó Pamela con fastidio.

Su expresión, sin embargo, se oscureció de pronto cuando una sombra se extendió sobre la escena y eclipsó el sol de la mañana, que fue cubierto por una figura alargada. Luana tuvo que entrecerrar los ojos para entender lo que ocurría.

Detrás del camarógrafo estaba Dante, que de un momento a otro tomó la cámara que descansaba sobre su hombro y la apartó de él.

—Basta significa basta —dijo Dante, y con la misma facilidad con la que había levantado la cámara, la dejó caer al suelo ante los ojos atónitos de todos. A pesar de los lentes oscuros, el filo de su mirada atravesaba los cristales.

Del joven amable de antes ya no quedaban rastros.

El estruendo que la cámara hizo al caer destrozó la tranquilidad de la mañana. Como si este hubiese creado una onda expansiva, los pájaros de árboles cercanos comenzaron a revolotear y se alejaron chirriando.

Luego, silencio.

Sin decir palabra, el camarógrafo se alejó de inmediato y fue hacia Pamela, detrás de la cual se paró. Pese a ser más alto que ella, no parecía tener ninguna intención de discutir. Pamela, por su parte, se mantuvo erguida, aunque retrocedió unos pasos.

—Solo estamos haciendo nuestro trabajo —explicó.

Dante sonrió, sin decir nada. Quien habló fue Luana, que caminó hacia Pamela y le dijo, señalándola con el índice:

—Aquí también, así que más te vale irte y no volver.

Pamela planchó su ropa con las manos y respiró hondo. Ahora rodeada y sin la cámara filmando, no parecía tener nada más por lo que pelear.

—Claro, ya nos íbamos. ¿Leo? —Le habló al camarógrafo, a quien le hizo un gesto para que recuperara la cámara, ahora dañada, del suelo.

Él fue hacia el aparato con pasos dubitativos y se agachó para tomarlo, sin perder de vista a Dante. Con el mismo cuidado, caminando hacia atrás, volvió con Pamela, y pronto los dos se retiraron con la misma rapidez con la que habían llegado.

—¿Están bien? —preguntó Dante, y su mirada fue hacia Renzo, que se revisaba la mano. Tenía un pequeño corte en un dedo, producto del forcejeo con el camarógrafo.

—Sí, no es nada —respondió Renzo.

—¿Cómo que no es nada...? —Dante tomó la mano de Renzo en la suya y la examinó con cuidado. Durante un buen rato se la quedó mirando con la misma atención de un joyero estudiando la calidad de una joya fina. La gota de sangre que emergía de la herida podría bien haber sido rubí.

Renzo sonrió un poco. Luana, sintiendo que estaba interrumpiendo una especie de momento íntimo entre ellos dos, se obligó a apartar la vista y aprovechó para acomodar su ropa y asegurarse de que no se le hubiera caído nada al suelo.

A sus pies, curiosamente, encontró una tarjeta con un número de contacto y un correo electrónico: Pamela Palacios – Licenciada en periodismo. ¿Licenciada, en serio? El título le quedaba un poco grande, pensó Luana. Aun así, se la guardó con disimulo. Solo por las dudas.

***

El corazón de Renzo latía enredado en un revoltijo de agitación cuando volvió a entrar en la funeraria, seguido de Dante y de su hermana. La herida del dedo, aunque pequeña, no dejaba de palpitarle.

Por más que hiciera lo posible para aparentar calma, su jefa notó su nerviosismo, porque por algo los condujo a una sala de empleados, donde los invitó a sentarse y descansar mientras se desinfectaba la mano. Su trabajo significaba lidiar con situaciones fuera de lo común de vez en cuando, pero lo que acababa de vivir se llevaba el premio.

El café de antes había quedado olvidado en la sala delantera, pero a esas alturas lo que Renzo necesitaba era un té, preferiblemente de tilo o alguna otra hierba calmante.

—Gracias por la ayuda, chicos —dijo la señora Venturini—. Usualmente el trabajo es menos movido.

—Lo peor es que ahora van a poner algún titular de que los atacamos o algo así —se quejó Luana—. Que es cierto, pero ella empezó.

—¿Qué quiso decir con que llegaron los Beatles? —murmuró Renzo, y se hundió en uno de los sillones de cuero.

Luana, sentada en el brazo de otro de los sillones, arrugó la nariz y se tomó su tiempo antes de responder:

—Bueno, entre el traje y el pelo sí te ves un poco... como que podrías ser de esa época.

—¡Mentira!

Renzo se pasó una mano por el pelo para despeinarlo y a la vez apartó el cerquillo que caía sobre su frente. Tal vez era hora de cortarlo un poco, después de todo.

—¡Pero eso no es malo! —insistió Luana—. A ti te encanta ese tipo de música, she loves you, yeah, yeah, yeah, así que va contigo. Y tenían muchos fans, ¿o no?

¿Qué tenía que ver una cosa con la otra? Derrotado por el comentario, Renzo se echó para atrás en el sillón. El día acababa de empezar y él ya quería que terminara. Quizás eso explicara que tuviera más éxito con las amigas de su jefa y las clientas mayores que visitaban la funeraria que con la gente de su edad.

La conversación, al menos, aflojó de vuelta a Dante, que volvió a sonreír por primera vez desde el incidente con la reportera.

Renzo intentó no mirarlo demasiado. Era un trabajo difícil, considerando lo ridículamente atractivo que era, no solo por su rostro armonioso sino por la forma en que se movía por el mundo. Hablar con él era un placer. Había viajado mucho y sabía un poco de todo. Era uno de esos ricos que en lugar de desperdiciar el tiempo en frivolidades aprovechaban su posición privilegiada para aprender de pintura, de arquitectura, de música. 

La formalidad con la que hablaba era curiosa, sí, pero Renzo había aprendido a no cuestionar las excentricidades de la gente adinerada con la que se codeaba su jefa. Tal vez había crecido en otro país. Tal vez había sido educado por padres exigentes. Las razones podían ser muchas.

—Estoy de acuerdo con que debería tomárselo como un elogio —dijo Dante, y se sentó junto a Renzo—. Usted tiene muy buen gusto, muy buen estilo.

—¿Ves? —intervino Luana—. Exacto, exacto. Es increíble que esté soltero —agregó, con una sonrisa socarrona.

Apretando los dientes, Renzo hundió la mano sana sobre uno de los almohadones, mientras consideraba qué tan mal quedaría tirárselo a su hermana por la cabeza. Si se aguantó fue porque no estaban solos. A su lado, Dante rio con una risa sedosa.

—¡Es verdad! —dijo la señora Venturini.

—Hablando de verdades —dijo Luana, aclarándose la garganta—. Me pregunto si es verdad que hubo otra muerte similar a la de este señor o si se lo inventó todo la loca esa.

—No me digas que estás pensando en creerle a Pamela Palacios —Renzo volvió a considerar arrojar el almohadón.

—¡¿Qué?! ¡Claro que no!

—Está bien, chicos —terció la señora Venturini—. Tuvimos una mañana complicada. Renzo, ¿qué te parece si te tomas el día? Creo que te vendría bien un descanso.

—¡Estoy perfectamente bien! —respondió Renzo, aunque la tensión de su voz lo traicionaba.

—Insisto. O quizás ustedes podrían hacerme el favor y guiar a mi querido Dante a ver una de las propiedades que estaba considerando comprar. Está cerca de tu casa.

Renzo aguantó la respiración. Miró de reojo a Dante y se encontró con que él estaba haciendo lo mismo.

—Ah, ¿en serio?

—Sí, lleva años abandonada, pero es muy hermosa. Era hora de que alguien se interesara en ese terreno.

Estaba claro de qué hablaba. Dante quería comprar la casa maldita.

Continuará.

Siguiente: próximo sábado.

¡HOLAAA! Gracias por leer, los votitos, comentarios y por recomendarmeee❤️ 

A propósito, he estado pensando en cambiarle el nombre a la historia 🤔 Voy a ver qué hago.

Esta vez tuvimos un punto de vista de Renzo, pero habrá de otros personajes. Sí, a Pamela y Dante también les llegará su turno.

¿Cuál es tu banda o cantante viejo favorito? Yo amo a los Beatles y a Queen.

Con respecto a que Renzo tiene pinta de Beatle, estuve pensando en un Beatle que tenía un poco su onda. Este no es uno de los 4 Beatles principales, porque dejó la banda y murió antes de que se hicieran famosos. Se llamaba Stuart Stucliffe y era el otro mejor amigo de John Lennon:

Feliz cumpleaños a: 1411_marylu, Cherrymiau99 y GabyChase87 ❤️(quien cumpla años la semana que viene me puede avisar aquí ❤️)

¡Gracias por leer! Estaré respondiendo aquí y en otras historias luego.

Me despido con los Beatles:

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